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Prólogo

I) Antecedentes de esta publicación

El espíritu de la época nos constituye de modos diversos, según sea nuestro contexto nacional, el sector social al que hemos llegado, la familia de la cual provenimos… Lejos de las pretensiones de originalidad absoluta, todos somos hijos de nuestro tiempo y lugar, pero de modos diferentes.

En el mundo global, las sub culturas no reconocen totalmente las fronteras geográficas. Existen tendencias conservadoras, siempre en pugna con corrientes innovadoras de pensamiento, y esa lucha por el sentido es hoy transnacional. Es por eso que en Argentina, amplios sectores de la comunidad psicoanalítica y quienes hemos desarrollado los Estudios de Género, hemos convergido en un interés común, el diálogo con Michel Tort, un psicoanalista francés abierto al cambio social, que enraiza tanto su trabajo teórico como su práctica clínica, en una lectura dinámica y no exegética de los textos fundantes de la disciplina.

En noviembre de 2015 varias instituciones aunaron esfuerzos para contar con su presencia en Buenos Aires, a partir de una gestión iniciada por el Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). La Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos (AAPPG), la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicoterapia de la Infancia y la Adolescencia (ASAPPIA), el Colegio de Psicoanalistas y la publicación virtual El Psicoanalítico, construyeron espacios de escucha e intercambio con este psicoanalista francés. Previamente ya habíamos conocido en Buenos Aires su obra, en especial El deseo frío y Fin del dogma paterno, así como dos artículos publicados por la Revista Topía, cuya editorial publica este libro.

II) Las coincidencias teóricas e ideológicas

El pensamiento de Tort presenta una curiosa amalgama entre una orientación hacia el diálogo y el debate, muchas veces áspero, con sus connacionales, y una apertura a los aportes provenientes de diversos orígenes geográficos y de distintas disciplinas sociales y humanas. En ese sentido, podemos considerarlo como un psicoanalista que ha aceptado limitar la pretensión de universalidad de muchas premisas y supuestos de su disciplina, para reconocer la historicidad, y por lo tanto, la contingencia, de las observaciones clínicas realizadas en un espacio social y en una época determinada. Este trabajo de historización de las subjetividades resulta tanto más apreciable cuanto se basa en un sólido conocimiento de la teoría psicoanalítica, en cuyo interior se maneja con gran solvencia. Al revisar intentos de “aplicar” el psicoanálisis para comprender eventos social-históricos, denuncia con lucidez y coraje el modo en que la retórica psicoanalítica ha sido utilizada en ocasiones para otorgar legitimidad a procesos políticos opresivos, tales como la colonización. No es entonces “el psicoanálisis” quien ha hablado en esos casos, sino el sentido común de las burguesías nacionales, beneficiarias de la depredación de los recursos y de la subordinación de otros grupos humanos.

Dentro del prontuario que Tort realiza sobre estos engendros pseudo psicoanalíticos destinados a legitimar las relaciones sociales de opresión, no sólo figura la complicidad con la dominación colonial, sino también las maniobras discursivas destinadas a dar legitimidad y racionalidad a la dominación social masculina. En especial, son cuestionadas las referencias a las supuestas funciones materna y paterna, al develar el modo en que replican de modo acrítico los arreglos patriarcales modernos, vigentes en Occidente. Existe al respecto una coincidencia amplia con diversos autores argentinos, entre los cuales me cuento (Rodulfo, Volnovich, Meler, entre otros).

El cuestionamiento no queda sin embargo, acotado al contrabando ideológico que algunos autores realizan en nombre del psicoanálisis, sino que avanza en la consideración del psicoanálisis mismo, como teoría y como práctica social, realizando una genealogía histórica de su surgimiento y desarrollo. El acuerdo que Tort expresa respecto de la impugnación que ha realizado Laplanche acerca del recurso a una simbólica con pretensiones de universalidad, -que ese autor califica como contrario a la empresa psicoanalítica de decodificación del imaginario propio de cada caso-, ha encontrado también ecos favorables en nuestro medio, a través de la obra de Silvia Bleichmar.

Una tensión insiste a través de este relato, y se refiere a cuáles son los aspectos del edificio teórico psicoanalítico que coincidiremos en considerar como estructurales invariantes, y cuáles de ellos constituyen formaciones dependientes de los valores, las normativas y los arreglos instituidos en cada espacio y tiempo. Esta cuestión está lejos de ser abstracta, porque su dilucidación marca una divisoria de aguas entre un uso conservador y normalizador del psicoanálisis y la alternativa de un estilo de intervención que acompañe los cambios sociales que favorecen el bienestar subjetivo y vincular, ampliando los grados de libertad.

Tort considera que el psicoanálisis ya forma parte de la cultura, su discurso ha influido en el modo en que los sujetos se representan a sí mismos, y a la vez, no puede evitar en ocasiones, ser utilizado o establecer alianzas con diversas corrientes ideológicas, cuyas propuestas acerca de lo que consideran proyectos de una buena vida, tanto colectiva como individual, buscan abonarse en conceptos psicoanalíticos. Plantea que existe un vínculo de reciprocidad entre el psicoanálisis y la historia. Los relatos psicoanalíticos deben a la historia la moderación de sus representaciones de universalidad, y los historiadores enriquecen y complejizan sus análisis retrospectivos si toman en cuenta las dimensiones del conflicto intrapsíquico e interpersonal y sus determinaciones inconscientes.

En el contexto del neoliberalismo, diversas corrientes de pensamiento y las tecnologías del yo que derivan de ellas, se disputan el mercado de la asistencia al malestar subjetivo. Si bien Tort critica de modo agudo muchas de estas propuestas alternativas, no deja de destacar el proceso de captura que han sufrido algunos discursos surgidos de la comunidad psicoanalítica, que se hicieron solidarios de las tendencias sociales conservadoras, reactualizadas ante la ansiedad que despiertan los vertiginosos cambios culturales en materia de familia y de identidad de género y orientación sexual. Me permito expresar mi regocijo ante el análisis crítico impiadoso que ofrece acerca de ciertos relatos pseudo psicoanalíticos que han servido de caución para otorgar racionalidad y legitimidad a los arreglos en las relaciones de género que resultan opresivos para las mujeres. Diversas posturas sostenidas desde el campo de los estudios de género encuentran en la perspectiva de este autor un fuerte aval, lo que resulta muy apreciable como alianza estratégica en el campo de la lucha por el sentido. Me han resultado de especial interés sus argumentaciones críticas respecto de una ley supuestamente universal atribuida a principios estructurales, y desgajada del devenir histórico que ha dado origen a esas representaciones y valores colectivos, los cuales, por otra parte, se encuentran en un acelerado proceso de transformación.

El interés del autor en el dispositivo de parentalidad, desarrollado anteriormente con amplitud y profundidad en su libro Fin del dogma paterno, lo conduce a realizar un análisis de las actuales regulaciones y prácticas sobre la homoparentalidad.

Su lectura acerca de la hipertrofia teórica que el lacanismo ha asignado a la función paterna, expresa con claridad y elegancia lo que muchos opinamos, y tal vez no hemos acertado a manifestar con tanta elocuencia. Denomina a esta hipótesis acerca de la interdicción paterna “una pesada hipoteca”, que entorpece en lugar de ayudar en nuestra tarea clínica. Mi más sincero agradecimiento.

En su estudio sobre las declaraciones reaccionarias sobre la homoparentalidad, provenientes de ciertos sectores de la comunidad psicoanalítica francesa, Tort alerta sobre la extrapolación ilícita que se produce a partir del conocimiento de la teoría y de la experiencia clínica, para construir la imagen del experto, que se erige en árbitro de los debates sociales. Sugiere de modo reiterado que la misma metodología podría ser aplicada, con mejores propósitos, al análisis de los conflictos dolorosos y los efectos deletéreos de muchos arreglos familiares tradicionales que han sido normalizados.

Corresponde aquí una reflexión sobre nuestra situación nacional. En diversas ocasiones, los psicoanalistas que trabajamos en Argentina en el campo de los estudios de género, nos hemos manifestado a través de los medios de comunicación sobre diversos temas de debate social. Podría sin duda considerarse que la ideología progresista que nos anima hace más aceptables esas intervenciones para quienes tienen una afinidad ideológica con la misma, pero que, sin embargo, nuestra opinión se expone a las mismas críticas que Tort realiza respecto de las intervenciones de sus colegas tradicionalistas. Pero esta objeción puede ser superada si consideramos que el ejercicio del psicoanálisis no debe acotarse de modo forzoso a una práctica estrechamente enfocada en la atención del malestar psíquico, sino que es posible trazar líneas de vinculación entre la subjetividad y los arreglos culturales cambiantes, o sea, entre subjetividad y política. Es por eso que cuando opinamos, lo hacemos a partir de una amplia formación interdisciplinaria, producto de nuestro campo de estudios y que excede ampliamente la formación psicoanalítica en sentido estricto. Estas tomas de posición son parte de un proyecto de operación social, tendiente a coadyuvar a una transformación cultural. El debate acerca de la legitimidad de esas intervenciones, que articulan la experiencia clínica con un proyecto de política cultural resulta de interés para el futuro. El psicoanálisis, ¿deberá reducirse a ser un servicio más, una parte del área terciaria de la economía de mercado, que aporta elementos para una existencia más lograda y menos dolorosa? O, más allá del trabajo conjunto sobre la subjetividad de quienes solicitan asistencia, ¿podrá contribuir a un proyecto colectivo de transformación de las instituciones, los usos y costumbres, que aporte para una realización más plena de las potencialidades personales y colectivas?

El análisis que realiza Tort respecto del reduccionismo biologista que caracteriza a los discursos conservadores de algunos psicoanalistas franceses, se une a muchos autores que desarrollan su trabajo en América. En términos generales, las referencias naturalistas desconocen la índole de lo social cultural y sostienen las políticas conservadoras de los privilegios habidos por algunos sectores sociales minoritarios. En ese sentido, los recaudos epistemológicos sirven al propósito de librar una lucha política.

Un tema planteado en el libro se refiere a la índole misma de lo inconsciente. Tort descree de las consideraciones estructurales universalistas, y su perspectiva ubica a los deseos y conflictos inconscientes en el flujo del devenir histórico. Su interés por la creación de una construcción no patriarcal del tercero, converge con desarrollos realizados en EEUU por Jessica Benjamin, quien es autora de un ensayo sobre esa cuestión. La preocupación de Michel Foucault por trazar la genealogía de la preocupación moderna por la sexualidad, también ha aportado a la perspectiva historicista. Las subjetividades tienen fecha de creación y las tendencias tradicionales, si bien persisten debido a la inercia psíquica, coexisten hoy con representaciones y valores alternativos, en un estado de incompatibilidad muchas veces conflictiva.

No es aventurado suponer que lo que genera fuertes resistencias en las comunidades psicoanalíticas ante esta perspectiva, se deba a la contingencia de buena parte de la teoría misma, y de las prácticas que de ella se derivan, que ya se han ido transformando con el paso del tiempo. Sin embargo, no es pensable una clínica contemporánea que no considere el estado de asamblea en que se encuentran muchos analizantes respecto de sus deseos y proyectos de vida.

Tort coincide con los enfoques feministas acerca de la ilusión fálica, cuya preeminencia fenoménica no impide que sea considerada como una cristalización contingente de las relaciones de poder entre los sexos. Expone su postura respecto de los conflictos que hoy atraviesan a tantas familias que experimentan el cisma del divorcio, y no sólo considera las relaciones entre los géneros, sino que las articula con la clase social a la que los sujetos pertenecen, lo que es tan indispensable como poco frecuente entre los psicoanalistas. Su opción a favor de la custodia compartida se sustenta en el cuestionamiento que realiza, y con el cual acordamos, acerca de la existencia de funciones psíquicas polarizadas que son ejercidas, supuestamente, por la madre y por el padre en el ámbito de la crianza de los nuevos sujetos. Pese a la coincidencia existente, no puedo evitar un alerta acerca de la astucia del patriarcado, que con frecuencia se recicla bajo la apariencia de arreglos supuestamente progresistas. En cada caso se deberá evaluar con cuidado no sólo el interés de los niños sino el balance equitativo de las relaciones de poder entre los progenitores.

Las connotaciones políticas conservadoras del orden moderno tradicional, que caracterizan a los relatos pseudo psicoanalíticos que recurren de modo alternado al reduccionismo biologista o al estructuralismo ahistórico, son remitidas por Tort a los discursos religiosos. De modo elocuente, expone sus ideas acerca de que se ha producido un trastrocamiento: en lugar de recurrir al psicoanálisis para estudiar las remozadas ilusiones religiosas contemporáneas, algunos autores reciclan los mandatos religiosos revestidos de un código que en apariencia pertenecería al psicoanálisis, lo que les otorga una legitimación adicional. Como expresa con claridad, los discursos religiosos encubren y reproducen las relaciones sociales de dominación y explotación que existen entre los géneros y las clases sociales. Tort caracteriza al lacanismo, con elocuencia y agudeza combativa, como una expresión de la tendencia a reintroducir el pensamiento religioso en el psicoanálisis, en lugar de transformarlo en un objeto de estudio.

En su trabajo sobre las homoparentalidades, expone cuáles son las intervenciones que él considera como propiamente psicoanalíticas. No se trata de resaltar la carencia o la confusión que generan las situaciones atípicas, sino de ayudar al sujeto a crear sentidos acerca de su situación especial. Estos sentidos permiten estructurar funciones necesarias para el psiquismo, más allá de que no se ajusten a las modalidades mayoritarias prevalecientes en el conjunto social.

Encuentro de mucha utilidad el propósito enunciado en uno de los casos analizados, de ayudar a un niño a acceder a su propia bisexualidad psíquica. Lejos de los intentos de las discípulas “fieles” a Freud, tales como Helene Deustch, quien en la década del 30 buscó eliminar todo vestigio de bisexualidad promoviendo subjetividades femeninas químicamente puras, estos abordajes encuentran un antecedente en la propuesta de Joyce Mac Dougall, consistente en que el sujeto analizante integre su corriente psíquica homosexual, en lugar de reprimirla. Esta integración subjetiva es lo que, en estos casos estudiados, puede habilitarlo para comprender el deseo homoerótico de sus progenitoras, y construir su propia modalidad deseante. La construcción de una masculinidad a partir de la aceptación de los propios aspectos psíquicos femeninos, es una modalidad de elaboración identificatoria afín con las tendencias culturales postmodernas.

Se trata entonces, tal como plantea el autor, de sostener un trabajo de abstracción que independice las funciones psíquicas que es necesario constituir, de las normas consensuales propias de un sector social en un determinado período histórico. Es conveniente matizar las referencias al orden simbólico, despojando a este constructo de su pretensión atemporal. Se trata de uno de los órdenes simbólicos posibles, que hoy experimenta una crisis y una profunda transformación.

La lectura de este libro nos permite adentrarnos en debates que son a la vez, culturales e inherentes a la disciplina psicoanalítica en sí misma. También son, de modo paradójico, localmente franceses, y también globales. Quienes lo lean con atención encontrarán numerosos coincidencias con autores de otras latitudes y con algunas producciones teóricas de nuestro medio. Tal vez esas convergencias nos permitan entender que nuestro pensamiento, lejos de ser un eco de los discursos metropolitanos, es una voz más, que resuena en el coro global que es a la vez, un foro de debates sobre nuevas modalidades de existencia.

Irene Meler

Buenos Aires, 2016

Las subjetividades patriarcales

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