Читать книгу No dejes para mañana lo que puedas agradecer hoy - Miguel Ángel Barbero Barrios - Страница 7

1. Las quejas improductivas. Energías desperdiciadas

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De energías va la cosa…

Honestamente. Con el corazón en la mano. Con la verdad por delante. Dime cuántas veces has sacado provecho de una queja. Si lo has sacado: ¿de qué tipo ha sido ese provecho? ¿Material? ¿Inmaterial? ¿Cuál fue el coste? ¿Valió la pena? Si tu respuesta sigue siendo positiva, de lo cual me congratulo, plantéate la pregunta de esta manera: ¿cuántas veces has realizado quejas que no te sirvieron para nada? Me refiero a quejas que solo sirven para regocijarte en lo que no funciona, en lo que no es bueno, en lo que no te deja nada, en lo que no esto… en lo que no lo otro… ¿Cuántas energías has malgastado aireando lo que no…? ¿Te das cuenta la cantidad de cosas que si… has dejado pasar, dejado de aprovechar? Está bien realizar una denuncia puntual, darse cuenta de lo que no funciona y no ser ingenuos ante lo que pasa a nuestro alrededor. Pero ojo, que aquí hay trampa. La crítica continuada a lo que no funciona y la denuncia repetitiva deriva normalmente en un tipo de desesperanza que se viste bajo ropa de crítica pero que termina socavando las energías que necesitarías para un cambio a mejor. No se trata de no quejarse, de resignarse; se trata más bien de hacerlo en su justa medida, con las palabras adecuadas, en el momento adecuado, y en todo caso, reservando las energías más fuertes para la alabanza y el avance en positivo. Compruébalo contigo, en tu infancia: ¿hiciste caso a esas personas que siempre te decían y recordaban lo mal que hacías las cosas? ¿Les faltaba razón? Probablemente no, la tenían y mucha. Pero minaban tus energías. No sabías por qué, pero te las minaban. Por el contrario, tus aprendizajes se disparaban ante personas que potenciaban tu creatividad y que tenían presente lo mucho que valías.

Del mismo modo, cuando tu voz interior es la que te recuerda lo mal que haces las cosas, probablemente no le falta razón en algún punto y parta de un hecho real y objetivo. Pero si esa voz se convierte en repetitiva termina reproduciendo una gran mentira: que hagas mal algo no significa que deba empañarse todo lo bueno que eres capaz de generar ni que puedas ver el aspecto general del cuadro de tu vida que contiene muchos más brillos que sombras. Déjate de quejas inútiles hacia los demás y hacia ti y emplea provechosamente tus energías. Merece la pena observar y procurar la relación con personas positivas, que no son las que te permiten y tapan todo lo malo; son las que sabiendo cuáles son tus puntos débiles, te los hacen ver solo para superarlos y ponerlos en su justo lugar; son las que, de recordarte algo, te recuerdan el oro que llevas dentro y potencian tu ser creativo: son aquellas que orientan tus energías hacia el bien, las que te encaminan a ponerte al servicio, porque se dan cuenta de que si no sirves a los demás con tus cualidades el mundo se está perdiendo algo importante.

Salvar la proposición del otro

En castellano antiguo el santo español del siglo XVI San Ignacio de Loyola hablaba de este modo para dar consejo a sus religiosos. Les recomendaba salvar la proposición del otro. Esto significa, simplificando, pensar bien de los demás. Si no hay motivos sólidos para pensar de otro modo, de partida, debemos pensar bien de los demás. Esto es importante para evitar las quejas improductivas e innecesarias. La cantidad de conflictos inútiles que se evitarían si procediéramos de este modo es ingente. Por no salvar la proposición del otro se enconan las posturas desde el principio y se generan situaciones ridículas y baldías a partes iguales.

Por desgracia vivimos en una sociedad que nos presenta a menudo ejemplos negativos en este sentido. Un político que de partida salve la proposición de su adversario en el Debate sobre el Estado de la Nación en el Congreso de los Diputados podría ser considerado como tonto. Un tertuliano que comenzara un debate comentando las bondades de los argumentos de sus contertulianos –y que no lo haga para destruirlos acto seguido– sería algo tan innovador como poco probable. En los mismos claustros de los centros docentes, sean del nivel que sean, es muy frecuente observar diálogos poco edificantes cuando ante las opiniones de otras personas se presentan las propias como las únicas válidas y continentes de sentido. Pareciera que entender los grises y la parte de razón que tiene el otro es algo así como bajarse los pantalones, carecer de criterio. Pero, si me permites la opinión, yo creo que ocurre todo lo contrario. Solo aquellas personas que son capaces de darse cuenta de que no poseen toda la verdad y reconocen con sinceridad la parte de razón que albergan los argumentos de los demás me parece, sinceramente, que son las que tienen verdadero criterio. Curiosamente, es más difícil —por no decir imposible— encontrar a este tipo de personas en grupos de ideologías cerradas y sectarias, precisamente porque su criterio se mantiene con personalidad propia al no cegarse por la pasión, sino más bien regirse por argumentos.

Quien quiere ver algo bueno en otra persona, lo ve; y quien quiere ver algo malo, también lo ve. En ambos casos la probabilidad es abrumadora: sí o sí. Una persona que mira con buenos ojos a los demás posee un corazón limpio. Esto no significa, o no debe, que los demás puedan aprovecharse de ella. La ingenuidad no debe ir unida a la limpieza de corazón. Que alguien mire con buenos ojos a otra persona no implica que no sepa que es débil y que puede fallar, sin duda. Pero de partida, deja a sus semejantes un poso en el corazón positivo, que puede marcar la relación futura que tenga con ellos, lógicamente, a favor. En el fondo, se trata de una actitud más inteligente que ingenua y más llena de sentido que vacía de él.

Si alguien tiene queja de otra persona, lo suyo es que hable con ella en primer lugar y se lo comente, por supuesto, sin albergar enfado alguno, después de haberlo “digerido” en su caso y sin levantar la voz. Pero mejor todavía es centrar las relaciones en los aspectos positivos que se encuentran en la alteridad positiva. Lo digo, porque a veces, con la mejor de las intenciones o por mor de desahogar nuestro enfado, podemos hacer mucho daño —de todas innecesario— a otras personas por comentarles lo negativo en el momento menos adecuado. Esto bloquea las energías relacionales positivas y las transforma en negativas. De hecho, cuando emprendemos una relación basada en la salvación de la proposición del otro sobre sus aspectos positivos es más que probable que se aborden también los negativos, pero de este modo sin carga emocional negativa, lo cual libera energías hacia el bien. Así nos libramos de la queja inútil, y sin embargo, no dejamos de ser realistas y tener en cuenta las limitaciones. Por supuesto, de este modo emprendemos un camino de superación de las mismas que las sobrepasa mucho antes que yendo “a degüello” con queja y espada. Habrá casos y cosas… pero entrenarse en esta habilidad es un arte de práctica recomendable.

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