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MI PRIMER VIAJE FUERA DE ESPAÑA Y LO QUE SUPUSO
Empezando tercero de BUP a mis dieciséis años, una de mis amigas, Juana, tenía un hermano dos años mayor que yo, al que conocí en el grupo de oración al que asistía. Todos los miembros de este grupo habían comenzado ese año la universidad y casi todos tenían pareja. No sé cómo ni por qué, pero de repente un día empecé a salir con Carlos, como si me hubiera visto obligada socialmente a hacerlo.
Carlos tenía las manos muy duras y agrietadas, parecía que había trabajado toda su vida en el campo. Era más alto que yo y muy delgadito, y tengo que decir que era un trozo de pan y que tuvo una paciencia infinita conmigo. No me gustaba que me diera la mano, porque me resultaba muy tosca y desagradable, así que ponía cualquier excusa o hacía cualquier movimiento para no herirle y que se diera cuenta de que lo que realmente no quería era dársela.
Llevábamos saliendo más de seis meses y aún no le había dado ni un beso. Un día me armé de valor y decidí que ese era el día. Tenía claro que hoy le daría un beso y que, por fin, sabría si me gustaba o no. Fuimos a dejar algo a su casa y no se le ocurrió otra cosa que comerse un plátano y no lavarse la boca. Me pasé todo el camino desde su casa hasta la mía recordando el dichoso plátano y que le iba a dar un beso entre unos camiones que se solían poner en una de las calles próximas a donde vivía. Cuando llegó el momento, le dije que nos íbamos a dar un beso. Le llevé detrás de un gran tráiler y le besé sin lengua en los labios, pero tuve que retirarlos enseguida. Apenas tres segundos duré. Sabían a plátano, ¡qué asco me dio!
Casi a finales de curso nos propusieron en el colegio hacer un viaje a Estados Unidos. Me encantó la idea de hacer mi primer viaje fuera de España y hacerlo sola, sin el resto de mi familia. Me empecé a sentir mayor, más adulta. Ya tenía diecisiete años y al año siguiente sería mayor de edad. Esto me daría la oportunidad de dejar a Carlos, así que no dudé en proponérselo a mis padres para que me dejaran ir durante todo el mes de julio, a lo que afortunadamente accedieron. Así que, además de seguir mejorando mi inglés, me lancé a esta nueva experiencia, y vaya si lo fue.
También le ofrecieron a mi hermano Juan realizar el mismo viaje, pero él les dijo a mis padres que no se le había perdido nada en Estados Unidos. Fue todo un acontecimiento entre mis tías. Una de ellas, Luisa, mi favorita, tan pronto lo supo, me pidió que escribiera un diario de toda mi experiencia, porque era muy importante lo que iba a hacer. Iba a ser la primera de toda la familia en salir fuera de España.
Cuando hice la inscripción tuve que describir qué tipo de familia quería y escribí una larga carta con todos mis requisitos. A grandes rasgos, recuerdo que pedí tener una familia numerosa con chicas de mi edad, que fueran creyentes y que les gustara el deporte. En el momento de facturar las maletas al grupo que íbamos nos indicaron que a una compañera y a mí nos tocaba ir en primera clase. Inicialmente pensé que era una suerte, pero me decepcionó la comida, solo me dieron una ensalada y a los demás compañeros les pusieron una bandeja con mucha comida. Además, prohibieron que el resto de amigos pudieran venir a vernos, ya que algunos de los pasajeros de primera clase se quejaron de que hablábamos muy alto. Todo el viaje lo pasé con mi compañera imaginando cómo sería Estados Unidos y sobre todo cómo sería la familia que nos recibiría.
Cuando llegamos al aeropuerto, mi familia me estaba esperando con una enorme pancarta que ponía «Wellcome, Mary». Se me había olvidado deciros que me llamo María Alonso. Allí estaba mi familia: cuatro chicas, un chico, el papá y la mamá. Me acerqué y no pararon de abrazarme —allí no dan besos, se abrazan—, primera diferencia que aprecié con respecto a nuestras costumbres españolas.
Y hablando de abrazos, recuerdo que estaba con un grupo de amigos de una de mis hermanas americana, Betty, la que más amigos tenía. Estábamos sentados en el suelo hablando, cuando de repente uno de ellos me empieza a tocar los hombros y la espalda. Me giré sorprendida casi a darle una torta por sobarme sin permiso, cuando me dijeron: «Tranquila, te ha visto tensa y por eso intenta relajarte». ¡Vaya sorpresa! Me está tocando sin permiso y encima le tengo que dar las gracias.
Se presentaron: Jessica, Betty, John y Patty, y los papás, Jenny y Fred. Tenían un coche enorme. Nunca había visto uno tan grande. Recuerdo que era de la marca Ford. Nos montamos todos y nos fuimos a casa. Durante el trayecto tuvimos que pararnos en un semáforo. Entonces, los seis miembros de la familia se bajaron del coche y se pusieron como locos a correr alrededor del mismo, haciendo gestos muy divertidos hasta que el semáforo volvió a ponerse en verde y todos en orden se metieron en el coche rápidamente.
Al llegar a casa, nos estaba esperando una estupenda cena. Me pusieron un pollo entero para comer. «¡Madre mía, qué cantidad de comida!», pensé. «Claro, ahora entiendo. Por eso salen por la televisión tantos americanos gordos. Si comen tanto, normal». Más tarde pude comprobar que apenas cocinan y que esa comida era de bienvenida. La base de su alimentación era el picoteo y la comida basura: patatas fritas, nachos con queso, pizzas...
En Estados Unidos, concretamente en el estado de Minnesota, me di cuenta de que me ocurría algo raro. Quería pasar más tiempo con una de las chicas, con Patty. Cuando me miraba, literalmente no podía mantener su mirada. Me sentía ruborizada y me recorría un escalofrío que no había conocido hasta entonces. Bueno, digamos que se podía parecer a lo que sentí el día que Marcos y yo nos dimos aquel beso.
Un día, concretamente un domingo, incluso pude ir a una excursión con Betty y sus amigos, pero me negué por esperar a que Patty saliera de trabajar como au pair, cuidando de un bebé. Me arrepentí, porque además de pasar todo el día sola, cuando llegó por la tarde, se tumbó en la cama y se quedó dormida. Vamos, que no me hizo ni caso. Imaginé que Betty seguramente estaría pasando un día muy divertido con todos sus amigos, y yo sola, sin saber qué hacer. Me reí de golpe al recordar una de las canciones de mi grupo favorito, Mecano, y empecé a tararearla: «Perdida en mi habitación sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo. Perdida en mi habitación entre un montón de discos revueltos, enciendo el televisor, me pongo a fumar, bebo una cerveza para merendar».
Horas después, se me acerca Patty, se pone detrás de mí y me pregunta:
—What are you doing? (¿Qué haces?)
—Grabando una cinta de música para recordar este viaje cuando vuelva a España. Me hubiera gustado decirle «recordarte a ti», pero no me atreví.
Sentirla detrás de mí me produjo una corriente que me erizó desde los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. «Si hubiera querido, ella me podría dar uno de esos masajes que decían desestresaban», pensé.
Nos pusimos a hablar de España, cómo no. Me preguntó por los toros y la siesta. Esta última no acostumbraba a echármela. ¿Perder el tiempo yo? De ninguna manera. En cuanto a los toros, aunque a mis padres les encantan, yo siempre he estado en contra de cualquier tipo de maltrato animal, así que no era un tema que me interesara lo más mínimo. Pero estaba con Patty, hablando con ella y casi rozándonos. Eso era lo importante.
También me di cuenta de lo poco informados que estaban sobre España el día que Patty me llevó a conocer a su profesora de español, Louise. No me apetecía nada ir a ese encuentro y menos hablar español. «Que se vaya ella a España, yo he venido a hablar inglés», pensé; sin embargo, me lo pedía Patty, y sus deseos para mí eran órdenes.
Con la profesora surgió de nuevo el tema de los toros y de la siesta. ¡Qué pesados! Me preguntaba si solo sabían eso de nosotros, pero lo que vino después me enfadó mucho más. Empezó a decirme que vaya pena las mujeres en España, que aún tenían que lavar en el río la ropa y los platos. No me podía creer lo que estaba escuchando. Tuve que hacer que me lo repitiera en inglés por si no estaba entendiendo bien lo que me decía en español. Me levanté contrariada y le dije que mi mamá tenía lavadora y lavaplatos. Para rematar, me preguntó qué tal me había parecido ver la televisión en color. ¡Otra tontería más!, pensé yo. Hacía ya cuatro años que nos habíamos comprado el primer televisor en color. Cuando mis padres se compraron la nueva casa y nos mudamos, decidieron que todo tenía que ser nuevo y nos compramos un impresionante equipo de música y una televisión en color.
Volvía a la realidad y de nuevo enfadada le dije:
—Lo siento, pero creo que no sabes nada o muy poco de España. Estamos tan evolucionados o más que vosotros.
Entonces le pregunté que de dónde se había sacado semejante información. Louise me informó que de documentales que había visto en la televisión. Le apunté que serían muy antiguos, probablemente, alguno de la Guerra Civil que hubo en España y claro, seguro que se habían emitido en blanco y negro.
Patty notó que estaba muy molesta e hizo que la reunión fuera lo más corta posible. Cuando salimos le di las gracias por terminar y ella se disculpó por todo lo que me había dicho Louise.
—¡No pasa nada! —le dije.
Quería pasar el resto del día con ella y a ser posible a solas. Me propuso ir a una feria donde Jessica exponía en un stand camisetas y sudaderas pintadas por ella. Accedí y nos fuimos en su coche. Allí a los dieciséis años ya puedes conducir. ¡Qué suerte, Patty ya podía hacerlo! Una de las razones por las que estaba deseando tener dieciocho años era poder sacarme el carnet de conducir. Un coche, sentirme libre conduciendo.
Llegamos a la feria. ¡Estos americanos mira que son raritos! Había un espacio rodeado por una valla de alambre donde había sobre todo hombres con bolsas de papel en la mano que contenían alguna botella que se llevaban a la boca de vez en cuando. Pregunté a Patty por qué estaban allí encerrados y apartados del resto de la gente. Me dijo que estaban bebiendo y que no está bien visto y que no se debe hacer públicamente, ni beber, ni fumar. Me sorprendió. ¡Anda, dos cosas socialmente bien vistas en España y que se podían hacer prácticamente en cualquier sitio! De hecho, yo ese año empecé a fumar algún cigarrito con mis amigas o me tomaba algún cubata en la discoteca; aunque ninguna de las dos cosas me gustaba; de hecho, cuando lo hacía me sentía mayor y más adulta, y me encantaba dar esa imagen a los chicos y chicas que me interesaban. ¡Qué bonitos los diseños que hacía Jessica! Me encantó todo lo que vi en su stand y estaba dispuesta a comprarle una sudadera cuando mi «hermana americana» decidió regalármela.
Y hablando de beber y de fumar, me presentaron a un primo suyo, Peter. ¡Madre mía, qué grande y alto era! Y encima mayor, tenía veinte años. Su cuerpo era de lo que hoy se llama culturista. Le gusté en cuanto me lo presentaron y me invitó a ir a una discoteca con él. Yo accedí. Era la primera invitación formal que me hacía un chico y me pareció todo un acontecimiento. Un mayor se había fijado en mí y, además, tan guapo.
Cuando vino a buscarme, me abrazó para saludarme y me rodeó con sus brazos. Yo me sentí muy pequeñita, me sacaba más de una cabeza y su cuerpo era más de dos veces el mío; sin embargo, su abrazo resultó blandito y suave. Lo pasamos muy bien. Eso sí, me pidió que no dijéramos a sus tíos que nos habíamos fumado un cigarro y que había bebido alcohol. Yo estaba encantada con la Coca-Cola Light, a España no habían llegado aún.
Nos seguimos viendo en varias ocasiones y me regaló un colgante y una tarjeta diciéndome lo mucho que me iba a echar de menos; sin embargo, mi última noche quise pasarla con Patty. Me llevó en coche a pasear por un precioso lago, donde había fogatas. En la lejanía se podía ver a diferentes grupos de gente joven. Ella se fue acercando a diferentes grupos, mientras yo la esperaba en el coche, pero dijo que ninguno de los grupos le gustaba, así que no nos quedamos con ninguno y seguimos nuestra fiesta en casa. Buscamos alcohol en el despacho de su padre para prepararnos un cubata. Quería colocarme con cualquier cosa para olvidar el dolor que me producía saber que en unas horas volvía a España y que ya no iba a volver a verla. No sabía lo que me pasaba, solo sabía que no quería perderla. No acababa de entender mis sentimientos, ni el dolor tan profundo que sentía.
La noche la pasamos escuchando música y con el vaso de whisky y Coca-Cola Light que nos habíamos preparado. Casi me emborracho. Apenas dormimos una hora, así que solo pedía que la ducha que me iba a dar me quitara el terrible dolor de cabeza y el mareo que sentía.
Peter vino a despedirme y yo le regalé una camiseta pintada por Jessica que ponía «I love teaching» (me encanta enseñar). Quería ser profesor de lengua inglesa y enseñar a muchos niños. Cuando se le conocía era como un gran osito de peluche. También le eché mucho de menos.
Durante mi regreso a España en el avión apenas quise hablar y la gente me molestaba. Tenía el alma desecha. Me sentía indefensa y sin entender nada de lo que me ocurría. En una semana comenzaba mi nuevo curso, ya COU. Ese año cumpliría mis soñados dieciocho años y estudiaría mi último curso antes de entrar en la universidad. De nuevo, me vi obligada a cambiar de colegio, ya que las Angelinas no tenían este nuevo curso. Así que mis padres decidieron mandarme a otro colegio, esta vez de curas, los hermanos Maristas. Lo único bueno que encontré en este nuevo cambio fue que este colegio ya era mixto, de nuevo chicos y chicas juntos.
Mis primeros días de colegio los viví con mucha melancolía, recordando mi viaje a Estados Unidos: la modernidad de Nueva York, la libertad que se respiraba por sus calles, la belleza de Minnesota y lo mucho que echaba de menos a Patty y a Peter. Me quedé petrificada cuando en la clase de letras —yo había elegido ciencias— vi a un chico que me recordaba increíblemente a Peter. Me enteré de que se llamaba Luis e hice rápidamente que me lo presentaran. Enseguida nos caímos bien y empezamos a hablar. Me dijo que tenía un grupo de música pop, Moderato Cantabile, y que les faltaba una vocalista. Luis tocaba el teclado y también cantaba. Me ofrecí ser parte del grupo. Yo era la única chica y quedábamos en su casa después del colegio a ensayar los jueves por la tarde. Nos encantaba escuchar a Mecano, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, La unión, Danza Invisible, El Último de la Fila, Gabinete Caligari, No me pises que llevo chanclas, Semen up, Toreros muertos, Los inhumanos, Un pingüino en mi ascensor… La música que cantábamos era de esta misma guisa, música pop.
Los miembros del grupo me dijeron que veían muy bien a Luis, que componía más música y parecía estar más feliz. Yo me había hecho la mejor amiga del bajista, Pedro, que me contaba y ponía al día de todo y, lo más importante, era un amigo en el que confiar; además, íbamos a la misma clase.
Me seguía acordando mucho de Patty. Nos carteábamos a menudo e incluso le grabamos una cinta con nuestras canciones y yo de cantante. Ella nos dio las gracias mandándonos una cinta grabada con la música última de su país. A mí Luis ya no me llamaba la atención como posible novio. Me gustaba, pero solo como amigo. Creo que él alimentaba la esperanza de que fuéramos algo más. Quizás yo había generado expectativas iniciales, intentando revivir mis recuerdos de mi viaje a Estados Unidos. Un día en nuestra discoteca habitual, Transport, a la que solíamos ir todos los viernes para sacar dinero para el viaje de fin de curso, Luis me sacó a bailar. Antes en las discos había un rato de música lenta para bailar con alguien que te interesara. Le dije que sí y ni corto, ni perezoso me dijo literalmente «estoy por ti, ¿quieres ser mi novia?». Lo dejé en mitad de la pista sin poder decirle nada. ¿Cómo me pudo decir «estoy por ti»? Una frase tan horrible…, y me dirigí a buscar a Pedro para contarle todo lo que me había pasado. Claro, esto tuvo sus consecuencias. Me dejó de decir cuándo quedaban a ensayar y Pedro me comentó que Luis estaba muy triste y que había dejado de componer.
Con el tiempo, todo se olvidó. Seguimos siendo amigos y salíamos de vez en cuando todos juntos. Quedábamos la pandi —Cristina, por supuesto, formaba parte de ella—, además de los miembros del grupo de música y algunas novias, que iban y venían. Yo, que soy muy casamentera, ayudé a que Cristina y Pedro empezaran a salir juntos.
Cada vez que nos juntábamos lo hacíamos en la zona vieja, una zona de vinos donde quedábamos gente joven algo alternativa. Pasaba a buscar a Cristina para llegar a nuestros garitos habituales, ya que su casa me pillaba de camino. Atravesábamos un parque para llegar a la zona vieja y, a veces, veíamos sentada en la parte superior de uno de los bancos del parque a la Marimacho. Así llamaban a una chica muy alta y delgada, con un aire misterioso y atractivo, que se comportaba y vestía como un chico. Me hubiera encantado algún día haber perdido la vergüenza que el simple hecho de mirarla de reojo me ocasionaba y haber sacado fuerzas y la valentía para que, sin importarme el qué dirán, me hubiera sentado a charlar con ella.
Normalmente la señalaban con el dedo y lo que solía suscitar en los demás era desprecio. En cambio, a mí me llamaba mucho la atención y lo que me generaba era mucha curiosidad y ganas de aprender a su lado. Era mi heroína, sabía lo que quería y aparentaba vivir acorde a lo que le apetecía y sentía, sin importarle la opinión de los demás. Yo, sin embargo, había empezado a salir con un compañero de clase, Álvaro, sin tener claros mis sentimientos y luchando por saber lo que me pasaba y sentía, porque en el fondo quería estar con mis amigas y con alguna de una manera muy especial.
Acabamos el COU y la selectividad —pruebas de acceso a la universidad— y toda la pandi aprobamos. No quiero resultar melodramática, pero sufría mi incomprensión en silencio con mucho dolor, sin nadie que me pudiera comprender, ni entender, sin poder ir a ningún lugar a que me orientaran, sin conocer a ninguna persona que fuera mi guía, sin poder acceder a información sobre mis sentimientos (te recuerdo que en aquel momento no existía internet y tampoco daban noticias por televisión) y, lo peor de todo, sin saber si había personas que pudieran sentir lo que yo sentía.
Me sentía tan rara, tan poco normal… Muchas noches lloraba en silencio hasta que agotada me quedaba dormida. A veces, escribía poesías como esta que te comparto, por si alguna vez has sentido mi dolor:
TE ESPERO
Creces dentro, muy dentro.
Muerta estuviera si no te reconociera.
Vuelves a mí sentimiento,
mas hazte de carne: tangible y real.
Vive, respira y goza,
disfruta como si estuviera cerca tu final,
pero no me alimentes más,
si no te vas a hacer material.
Toma forma y verás
como el amor es un hecho
y los sueños acontecimientos.
Te propongo una locura,
toda una aventura.
Ese vacío que te envuelve,
ese hueco que aún tienes,
no lo tapes más,
¡déjalo en paz!
No te engañes ya,
¡desnúdate!
Siente lo que te digo
y descubrirás que tu realidad es mi realidad.
Funde tu mirada en la mía,
y verás que mi miedo va desapareciendo.
Haz que me sienta querida,
necesito tus abrazos, caricias y besos.
¡Descubramos juntas nuestros cuerpos!
Y cuando despertemos,
desnudemos cada mañana
con dulces lamentos.