Читать книгу Tú y yo - Milagros García Arranz - Страница 8
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Hoy me he levantado agotada, he pasado toda la noche pensando en ella. Paula tiene un carácter difícil; sin embargo, hasta el momento es la persona que más instantes de felicidad me ha regalado. He decidido tomarme el día libre para que nada ni nadie evite que tome la decisión más importante de mi vida, que me llevará a ser la persona más feliz o la más infeliz.
Hoy necesito saber quién soy, qué quiero y a quién deseo, y para ello preciso silencio. Me viene a la memoria que desde que tengo uso de razón siempre me he preguntado cómo me sentiría si fuera un chico; si tuviera un pene; si pudiera ligar con mis amigas; si pudiera pedir a una de ellas que saliera conmigo; si solo pudiera ponerme ropa masculina y no esos vestiditos con los dichosos bordados.
Cuando era muy pequeña, me gustaba jugar con camiones, soldados y coches. Me encantaba coger las pistolas de mi hermano y vestirme de pistolero y, cómo no, ser el sheriff. Mi hermano y yo nos divertíamos jugando a las guerras. Cada domingo a mi hermano Juan y a mí, después de ir a misa, nuestros padres y abuelos nos daban la propina, y nos íbamos raudos y veloces al quiosco. A Juan le quemaba tener cualquier moneda en el bolsillo y compraba normalmente chuches o sobres de Montaplex. En cambio, a mí me encantaba ahorrar; guardaba prácticamente todo el dinero que me daban. Tenía muchos sueños y lo necesitaba para que se hicieran realidad.
Volviendo a los sobres, si no los has conocido, te cuento. Eran sobres de papel en cuyo interior había colecciones, siempre en material de plástico, de soldados, indios y vaqueros en miniatura o kits de montaje, como armamento en general, para formar ejércitos como coches, barcos, aviones, tanques…, y lo mejor de todo, podíamos comprar siempre, mínimo, un sobre, porque costaba solo una peseta.
En cuanto llegábamos a casa nos íbamos a nuestro cuarto de juegos y comenzábamos a realizar nuestra primera tarea, que era separar los soldaditos o piezas que componían el kit del plástico sobrante, que servía para sujetar todas las piezas. Y si era un kit, uníamos las piezas a presión o con pivotes. No necesitábamos pegamento, ni celo, ni ningún tipo de sellador.
Después comíamos lo más rápido posible para comenzar nuestras batallas. Lo que más me divertía era formar diferentes ejércitos dentro del fuerte que creaba colocando cada pieza de for-ma estratégica. El problema llegaba cuando Juan quería comenzar la batalla y yo mandaba a mi general en un carro de combate con un pequeño ejército detrás rumbo al fuerte del oponente en señal de paz. Mi hermano señalaba que quería la guerra y entonces, enfadado, cogía varias canicas y plaf, plaf, plaf. Las empezaba a lanzar una a una contra mi fuerte y distintos ejércitos y equipos de combate, hasta que no quedaba nada en pie.
Nunca entendí cómo alguien se podía divertir jugando con las muñecas, y mira que lo intenté veces. Si eran bebés, les acunaba, les daba de comer, les sacaba los gases, cambiaba los pañales y a dormir y vuelta a empezar. Si eran muñecas, las cambiaba una y otra vez de vestido. A la tercera vez de hacerlo, ya estaba más aburrida que una ostra.
Antes de jugar a algo más divertido, algunas veces le pedía a Juan que cogiéramos cada uno a un Nenuco y que jugáramos a que éramos sus papás, aunque, como te decía antes, el juego duraba muy poco, porque enseguida nos dejaba de divertir.