Читать книгу Nacido para morir - Mónica Alvarez Segade - Страница 7

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Primer día

Esa mañana me levanté justo antes de que sonara el despertador y, después de una breve ducha que me ayudó a espabilarme, bajé a desayunar. Me serví tostadas y empecé a untarlas de mantequilla y mermelada de fresa.

—¡Piensa rápido! —me dijo mi padre, lanzándome una naranja.

La atrapé torpemente con la mano izquierda mientras empezaba a comer con la derecha.

—¿Tienes prisa, cielo? —preguntó mi madre, arrebatándome la naranja.

La cortó en dos y empezó a exprimirla. Tragué antes de hablar.

—Quiero ir a buscar a Hunter —dije—. Es al que más conozco aquí y he pensado que podríamos ir juntos.

—Me parece una magnífica idea —opinó mi padre.

Terminé el desayuno a toda prisa, me lavé los dientes y me peiné. Escoger la ropa me llevó un poco más de tiempo; quería causar una buena impresión, pero no que me consideraran un pijo. Al final, me decidí por mis zapatillas deportivas favoritas, unas Nike blancas y negras, unos vaqueros azul claro y un jersey verde que, según mi madre, resaltaba el color de mis ojos. Me miré al espejo: perfecto.

Salí de casa lo más rápido posible, ya que se me había hecho tarde, y fui hasta la casa de Hunter. Ni siquiera tuve que llamar: él estaba en el jardín delantero, fijando la mochila al portaequipajes de la bici. Bajé la ventanilla del lado derecho.

—Eh, tío, ¿te llevo?

—Claro —sonrió—. Siempre está bien no tener que pedalear a primera hora de la mañana.

Hunter dejó la mochila en el asiento trasero y se sentó a mi lado.

El instituto del Elmer’s Grove tenía aire de mansión colonial, con sus columnas sujetando un pequeño porche, la fachada blanca, las ventanas con contraventanas y la escalinata de acceso; se notaba que el resto de edificios habían sido añadidos con posterioridad, aunque intentaban respetar el estilo original. Aparqué en el primer sitio libre y nos bajamos.

—Instituto de Elmer’s Grove —leí en la placa a la entrada—. Hogar de los Osos Negros.

—Sí, nuestra mascota es Blinky, el oso meloso —respondió Hunter—. Le quita toda la gracia a eso de ser un oso negro.

—Pero es realmente tronchante ver a Dodson embutido en ese traje —dijo Kyle, que llegaba en ese momento en su moto—. ¿Qué pasa, tíos?

Mientras nos saludábamos, llegaron Jim y Jeremy, y otro chico al que no conocía. Este era de estatura media, tenía los ojos azules, el pelo castaño hasta los hombros con un flequillo que le tapaba las cejas, y algunas pecas. Ese debía ser el chico que no había ido el día anterior.

—Perdonad que no fuera ayer —se disculpó—, pero mi madre se puso como loca y me tuvo toda la tarde ocupado con chorradas.

—No pasa nada, tío, lo entendemos —replicó Hunter—. Este es Ben, acaba de mudarse —añadió, llamando la atención de Charlie sobre mí.

—Encantado de conocerte, tío —dijo Charlie mientras estrechábamos las manos—. Soy Charlie Glass.

—Ben Connor, encantado.

Hechas las presentaciones, iba a seguirles al interior del edificio cuando un Mini Cabrio rojo aparcó cerca de donde estábamos. Me llamó la atención porque debía de ser el coche más caro y nuevo de todo el aparcamiento, sin contar quizá el mío. Una chica con pelo largo y rubio rojizo se bajó del coche, se puso las gafas de sol que llevaba a modo de diadema y se encaminó hacia la puerta del instituto como si fuera la dueña del lugar.

—¿Quién es esa? —pregunté.

—¿Quién? —preguntó Hunter, siguiendo la dirección de mi mirada—. Oh, ella. Es Lorelei Parks, la capitana de las animadoras.

—Es la tía más buena de toda la escuela —dijo Jeremy.

—Ya te digo —intervino Kyle—. ¡Lo que le haría si se dejase…!

No respondí nada. Kyle estaba empezando a resultar un poco irritante, siempre hablando de aquella forma tan gráfica. Pero luego recordé lo que había dicho Hunter sobre su madre y pensé que quizá Kyle estuviera un poco resentido con las mujeres en general. Entonces sonó el timbre y entramos.

—Oye, deberías apuntarte a las pruebas para el equipo de baloncesto —dijo Hunter entonces, cambiando completamente el tema de conversación.

—La verdad es que ya lo había pensado —dije.

—¿Jugabas en tu anterior instituto? —quiso saber Jim.

—Sí, de escolta. Pero soy bastante versátil, en realidad —añadí, por si acaso estaba pisando la posición de alguien.

—Las pruebas son este viernes, después de clase —me informó Kyle—. No hace falta que parezcas de la NBA, mi padre acepta a cualquiera que sepa encestar un triple.

—No hay problema.

Las clases no me plantearon un reto, pero, claro, era el primer día. Resultaba extraño estar en un instituto tan pequeño, sin cosas como detectores de metales, pizarras inteligentes o pantallas en los pasillos. En su lugar había un sistema de megafonía anticuado, pósters en las paredes y anuncios clavados en tableros de corcho. Al menos habían sustituido los antiguos encerados por pizarras blancas, de esas en las que se usan rotuladores para escribir.

Como era el único chico nuevo en toda la escuela y Elmer’s Grove era un pueblo pequeño donde todos se conocían ya aunque solo fuera de vista, todos me miraban y cuchicheaban a mi paso. Algunas chicas soltaban risitas nerviosas cuando pasaba a su lado y una chica con aparatos y muchas pecas dejó caer los libros que llevaba cuando miré en su dirección.

—Las tienes loquitas, ¿eh? —comentó Kyle.

—Mi hermana dice que estás cañón —me informó Charlie.

—¿En qué curso está? —quise saber.

—En noveno.

—Demasiado joven —reí.

—Sí, pero la de las pecas es Carol Jenkins, solo es un año menor que nosotros ―añadió Hunter.

—¿Y?

—Pues eso, que las has impresionado a todas.

—Solo soy la novedad —dije encogiéndome de hombros—. En un par de semanas se les habrá pasado.

Nunca me había parado a pensar en mi propio atractivo en comparación con el de otros chicos. Sabía que era guapo (al menos eso decía mi madre) y había salido con algunas chicas en Nueva York, pero allí nadie babeaba a mi paso.

En la comida nos sentamos juntos. Como no llovía, Jeremy sugirió que usáramos una de las mesas del exterior, justo frente a la cafetería, y todos accedimos.

No sé por qué esperaba bancos de piedra, como en un merendero, pero resultó que eran mesas redondas de metal y plástico verde, al igual que los bancos que tenían acoplados. Sin embargo, no había mucho que ver en cuanto al paisaje, pues esa parte del instituto estaba rodeada de árboles, altos pinos de denso follaje perenne, así que enseguida volví mi atención a los otros estudiantes.

Un par de chicos y una chica con pintas un poco excéntricas se sentaban a dos mesas de nosotros. Uno de los chicos tenía un pincho a modo de piercing en una ceja y el otro llevaba el pelo en una cresta, teñido de verde. La chica vestía un corsé rojo y falda negra, como en un cuadro antiguo. El chico del piercing la miraba con verdadera adoración.

—¡La reina Rarita ha reunido a su corte! —se mofó Kyle—. ¡Vayamos todos a rendirle pleitesía!

—¿Reina Rarita? —repetí confuso.

—Se refiere a Raven —aclaró Charlie—. Es nuestra chica gótica residente y la presidenta del club de mitología. Esos que ves ahí con ella son el resto de los integrantes.

En mi vida había oído hablar de un club semejante.

—¿Y qué es lo que hacen? —quise saber.

—Estudian mitos de todo el mundo y su impacto en la cultura moderna —dijo Charlie—. Al menos eso es lo que dice su póster.

—Entiendo.

—Yo que tú no perdería el tiempo en hablar con ella, Ben —me aconsejó Hunter—. Está obsesionada con los vampiros. A menos que vistas de negro y tengas colmillos, no le interesas.

—Es una estirada —dijo Jeremy—. Está buena, pero como que se siente superior a todos los demás, ¿sabes?

—Yo creo que se comporta así porque su padre es el alcalde —apuntó Jim.

La primera clase después de la comida era Historia Americana. Me senté al lado de Charlie, el único de mis nuevos amigos que tenía también esa asignatura.

—Muy bien, silencio, las vacaciones han terminado —dijo entonces el profesor. El señor Jenkins (el padre de Carol) tenía el pelo tan rojo como su hija, pero le raleaba en la frente, y llevaba unas gruesas gafas de pasta negra que le daban un aire severo—. Espero que hayáis pasado un buen verano y todo eso, pero es hora de ponerse las pilas de nuevo. Antes de empezar, sin embargo, como todos sabéis, este año tenemos un estudiante nuevo. Clase, saludad a Benjamin Connor.

—¡Hola, Benjamin! —dijo la clase a coro. Me limité a saludarles con la mano, un poco cohibido.

—Bien. Hechas las presentaciones, empecemos.

No paré de tomar apuntes en toda la hora. El señor Jenkins era de esos profesores que, una vez cogen carrerilla, no hay quien les pare, y tuve que esforzarme por seguirle el ritmo. Al final de la clase, mis apuntes eran casi ininteligibles.

—No te preocupes —me dijo Charlie—, tengo los apuntes de mi primo en casa. El señor Jenkins lleva unos diez años dando clase y siempre es igual.

—Gracias.

Después de clase de Historia Americana me dirigí a mi taquilla para coger mis cosas de Educación Física; ¡por fin una asignatura que realmente me gustaba! Y lo mejor era que, a excepción de Jim, que tenía otra clase a esa hora, el resto de mis nuevos amigos estaban en el gimnasio cuando entré.

El entrenador Benson explicó que íbamos a empezar por baloncesto ese año, escogió dos capitanes al azar y dejó que se formaran los equipos. Kyle y una chica llamada Martha fueron los elegidos.

Por alguna casualidad del destino, acabé en el equipo contrario al de Kyle, que sonrió con cierta perversión, como si alguien le hubiera retado a machacar al chico nuevo. Antes de que acabara la clase estaba sudando a mares, pero me lo había pasado realmente bien.

Las últimas clases fueron aburridas en comparación con la clase de Educación Física, pero al final del día me encontré con un montón de deberes. Suspirando ante la tarde que me esperaba, me reuní con los chicos a la salida. Kyle se montó en su moto casi sin despedirse, Charlie se fue en su bicicleta y Jim y Jeremy, que eran vecinos, en el monovolumen del primero.

—Oye, si no tienes coche, no me importaría que vinieras conmigo al insti —le dije a Hunter.

—Pues me harías un gran favor, detesto tener que venir en bici, sobre todo cuando llueve.

—O sea, casi siempre —bromeé.

—Exacto. Oh, mira eso —añadió con un súbito tono lascivo.

Me giré para ver de lo que hablaba: Lorelei y otra chica cuyo nombre no sabía estaban en el coche de la primera. Lorelei se estaba estirando en el asiento del conductor, de modo que su escaso top dejaba ver parte del sujetador.

Debió notar que la mirábamos, porque nos saludó con la mano. Le devolví el saludo, confundido. La otra chica le dio un codazo y ella arrancó el coche y se fueron.

—¡Oh, Lorelei…! —bromeó Hunter—. Anda, vámonos.

Esa noche, después de la previsible conversación durante la cena sobre el primer día, hice los deberes y me fui a dormir pronto. Soñé que volvía a estar en Nueva York.

En mi sueño, estaba en el lugar donde los Garage Suckers solían ensayar, el centro juvenil de mi barrio. Adam estaba dándole a la batería con desgana y los otros ni siquiera estaban tocando, pero cuando me vieron todos corrieron a abrazarme como si no me hubieran visto en años, hablando todos a la vez.

—Te echamos de menos, Ben —me decía Chris—. Vuelve, por favor.

—Vuelve —decía Adam.

—Vuelve, te echamos de menos —añadía Tommy.

—Te echamos de menos —repetía Leo.

—Te…

Desperté entonces; había sido tan vívido que me sentí muy desilusionado. Miré el reloj: las cuatro de la mañana. Decidí darme una ducha para quitarme el sudor de la piel y volver a dormir, pero después de un rato me di cuenta de que no iba a ser posible; así que, para despejarme, salí a correr antes de desayunar. Cuando pasé a recoger a Hunter estaba totalmente calmado.

Nacido para morir

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