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Caminar

Daniela tenía un nuevo trabajo y lo estaba disfrutando. Básicamente, consistía en caminar y eso era algo que le gustaba y que había hecho durante toda su vida. Era en una empresa de correos con distribución en todo Montevideo. Ella era mensajera y repartía la correspondencia de bancos y tarjetas de crédito. Sus zonas eran las de mayor densidad, o sea, Centro, Ciudad Vieja y Pocitos, aunque en ocasiones la mandaban a otras zonas no tan densas, que hacía que le llevara más tiempo terminar las entregas.

Sus compañeros eran agradables y había muy buen ambiente. La mayoría eran hombres, que hacían sus entregas en bicicleta o en moto.

El jefe era una persona encantadora. La primera navidad que ella pasó allí, él los invitó a todos a cenar en un bar del Centro, formando una mesa larga, pero con una charla animada e interesante. Casi todos eran jóvenes y desbordaban energía.

Uno de esos jóvenes era Joan. Se encargaba de supervisar y coordinar las entregas. Estaba pendiente de todos los mensajeros y sus rutas. Resolvía problemas dentro y fuera de la oficina.

Un día, Daniela se sorprendió a sí misma observándolo. Él estaba de espaldas a ella, preparándose un café en la cocina. Le gustaba su espalda ancha. Era alto y delgado y siempre iba impecable, aunque no en plan formal. Era atento y tenía un sentido del humor inteligente y agudo. Sus ojos eran verdes, pero no como los de Bruno, que parecían del color del mar en un día de tormenta; los de Joan eran del color de la yerba mate.

Ese día se dio cuenta de que Joan no le era para nada indiferente.

Verbos de cal y arena

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