Читать книгу Verbos de cal y arena - Mónica Balmelli - Страница 36

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Decidieron no decir nada en la oficina, al menos por un tiempo. Se veían todos los días en el trabajo y, cuando terminaban sus respectivas jornadas, volvían a verse.

Él la acompañaba a la casa de su madre, a la que ella había vuelto cuando terminó con Fabián. Otras veces, ella iba a la casa de él.

Joan vivía en la casa de su madre y tenía tres hermanos menores. Daniela aún no los conocía porque él tenía una habitación apartada de la casa y, como cuando iban era de noche, ni siquiera entraban a saludar.

Una tarde él le dijo que quería presentarle a su familia. La primera impresión fue que la estudiaban, pero eso no le molestó en absoluto. Los que más la miraban eran su hermana Violeta y su hermano Alfredo.

Violeta era de la edad de Paula y Alfredo estaba en plena adolescencia. La madre, Ester, y el hermano de 7 años, Víctor, hablaban poco y parecían tímidos.

Daniela notó enseguida una relación en los nombres de los cuatro hermanos. Todos se llamaban como cantautores cuyas canciones eran de un importante contenido social.

Por esa razón su suegra le cayó bien desde el principio. Si sus hijos se llamaran Julio, Raphael o Pimpinela, la historia hubiera sido otra.

Ella era viuda, el padre de los tres mayores había muerto cuando Joan era adolescente. El pequeño Víctor era fruto de una relación posterior con un hombre español, al que Ester había conocido en Buenos Aires cuando, por diversos motivos, la familia había tenido que trasladarse a vivir allí. Habían estado viviendo fuera de Uruguay durante 10 años y en ese momento estaban intentando volver a establecerse. El padre de Víctor había vuelto a España, sin perder el contacto con su hijo ni con Ester, aunque ya no seguían su relación sentimental.

Del encuentro de esa tarde, Joan luego le contó a Daniela que Violeta sospechaba que él tenía novia porque lo había visto limpiar y ordenar su habitación. Ella le había preguntado si la susodicha se llamaba Milagros, porque sólo uno haría que él se encomendara a semejante tarea. Daniela pensó que el humor agudo era cosa de familia.

Un día, él le regaló un libro cancionero de Silvio Rodríguez con una dedicatoria que la hizo sentir que iba por donde tenía que ir en su vida : “Pequeña pongo a sus pies mi vida y mi condición, algunos dirán que es poco pero con ello va un corazón”.

Era parte de una canción de Víctor Heredia que Daniela había escuchado muchas veces y deseó regalarle a él la parte que seguía de la canción : “le entrego la luz del día y su melodía de sol”.

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