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Pienso, luego soy moral

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Para Kant el estudio de la filosofía se divide en dos partes: la teórica, como filosofía de la naturaleza, y la práctica, como filosofía moral. La práctica recibe su nombre de la razón práctica, aquella que contiene el concepto de libertad.

Él postula que somos seres morales llamados a realizar “juicios”, esto es, la facultad de pensar lo particular como contenido en lo universal, capacidad de relacionar y de subsumir. El ser humano puede hacer así juicios morales, pues posee entendimiento. Este posibilita al hombre conectarse con lo que en él hay de suprasensible, es decir, con el concepto de libertad.

Como diría el filósofo, hay una realidad evidente que la naturaleza no da nada en vano.2 Si el ser humano puede realizar juicios, es porque es un ser llamado a la moral, de allí que su conducta siempre está sujeta a su escrutinio y al de sus pares. Si bien el ser humano integra la naturaleza, el fin de esta debe ser buscado fuera de ella, es decir, en el mundo suprasensible; y el único capaz de realizar estos juicios es el ser humano, único con conciencia de su libertad y, por ende, con conciencia del deber.

En el mundo solo hay una especie única de seres capaces de representarse y de anhelar fines, apartándose de la naturaleza como instinto: esa es la especie humana, el hombre es el único que accede a lo suprasensible (libertad).

Del hombre, pues (e igualmente de todo ser racional en el mundo), considerado como ser moral, no se puede ya preguntar más por qué (quem in finem) existe. Su existencia tiene en sí el más alto fin; a este fin puede el hombre, hasta donde alcancen sus fuerzas, someter la naturaleza entera, o, al menos, puede mantenerse sin recibir de la naturaleza influjo alguno que vaya contra ese fin.3

Para hablar de ética, es preciso descubrir cuáles son las raíces antropológicas de la moralidad, porque es imposible dar razón del fenómeno moral sin preguntarse por el modo de estar del ser humano en el mundo.

Diremos que todo ser humano se ve obligado a conducirse moralmente, porque está dotado de una “estructura moral”.

Esto nos permite comportarnos de forma moralmente correcta en relación con determinados contenidos morales, o bien, de forma inmoral con respecto a ellos.

Mientras que los animales inferiores responden al medio, gracias a su dotación biológica, la cual se produce de forma automática, en el ser humano, la respuesta no se produce de esta forma; y en esta no determinación de la respuesta se origina el primer momento básico de la libertad. Y no solo porque la respuesta no viene ya biológicamente dada, sino también porque, precisamente por esta razón, se ve obligado a justificarla.

Para elegir una posibilidad, el ser humano ha de renunciar a las demás y, por eso, su elección debe ser justificada; es decir, no le viene dada naturalmente, por ello la justifica. Lo que en el animal era automático, en el ser humano es justificación activa, y esta necesidad de justificarse lo vuelve necesariamente moral.

2. Immanuel Kant, Crítica del juicio, Ciudad de México, Porrúa, 1997.

3. Immanuel Kant, Crítica del juicio, p. 365.

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