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Simone de Beauvoir: el proceso de devenir mujer

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La obra de Simone de Beauvoir resulta imprescindible para la teoría feminista contemporánea. Esta filósofa francesa escribió en 1949 El segundo sexo. Dicho texto es una referencia indiscutible para la Segunda Ola feminista que comenzó alrededor de los años 1960-1970. Lo cierto es que Beauvoir comenzó a escribirlo siendo una filósofa existencialista que no tenía conciencia feminista, lo cual era normal en su época: la Primera Ola feminista sufragista había perdido su fuerza por aquel entonces, mientras que la Segunda estaba aún por llegar. De este modo, la autora completó las más de mil páginas de El segundo sexo entre estas dos olas, sin pertenecer a ninguna de ellas. Por entonces, ni siquiera había adquirido consciencia del sexismo y pensaba que no había sido discriminada por ser mujer. Esa realidad cambió cuando fue recopilando información para escribir su obra, en la que quería plasmar qué significaba ser mujer y en qué le había marcado o condicionado este hecho, pues comenzó a percibir la discriminación y la opresión que vivimos las mujeres. El segundo sexo fue traducido casi inmediatamente a decenas de idiomas. La lectura de este libro convirtió en feministas a miles de mujeres que adoptaron una actitud crítica sobre su experiencia vivida, y la primera de estas mujeres concienciadas fue la propia autora.

El segundo sexo es una obra fundamental para entender la opresión padecida por las mujeres, que Beauvoir considera provocada por el sistema patriarcal occidental. Todas las instituciones y la organización social forman modos de estar en la sociedad que son opresores para las mujeres. Es un problema muy complejo, ya que es todo el contexto social el que opera lenta pero contundentemente sobre ellas desde su nacimiento y, así, es muy difícil tomar conciencia de ello y luchar en contra de la opresión patriarcal.

Simone de Beauvoir se preguntó si la situación en la que vivían las mujeres les permitía desarrollarse humanamente, convertirse en sujetos. Al examinar esta cuestión, constató el falso universalismo del sujeto, ya que se ha constituido únicamente con el sujeto masculino como modelo, y es este el que se ha universalizado. Para la filósofa, la humanidad es masculina y la mujer no se ha definido por sí misma, sino en relación con el hombre: la mujer no tiene el estatus de sujeto autónomo, sino que es considerada un sujeto dependiente del universal masculino.

Beauvoir utilizó la metáfora de los polos eléctricos (positivo y negativo) para reflexionar sobre la relación entre hombres y mujeres. Al contemplar la historia de la filosofía (desde los pitagóricos a sus contemporáneos, pasando por Aristóteles y Santo Tomás de Aquino), se dio cuenta de cómo se había establecido un binarismo que alineaba lo masculino con lo positivo y lo femenino con lo negativo. No obstante, lo masculino no solo se asociaba a lo positivo, sino también a lo neutro: el sujeto universal se ha construido a partir de los rasgos que se han asociado a lo masculino. Esto es así hasta el punto de que se dice «el hombre» para designar a la humanidad en su conjunto, pues el singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general de la palabra homo.

Para Beauvoir la neutralidad no es neutra, sino masculina. El sujeto abstracto no ha sido nunca neutro, sino siempre generizado en masculino. Esta es una perspectiva crítica fundamental de la teoría feminista contemporánea que se aplica a múltiples disciplinas de pensamiento como la teoría legal, la filosofía de la ciencia, la ética, o la psicología y que se ve inaugurada en El segundo sexo. Si bien el sujeto universal adopta los rasgos que usualmente se alinean con lo masculino, ¿qué ocurre entonces con la feminidad? ¿Qué lugar ocupa? Beauvoir observa que lo femenino aparece como lo negativo, la falta, lo indeseable, lo débil, lo incompleto.

Siguiendo esta idea, para ella el problema de la filosofía occidental es que ha pensado a la mujer como lo Otro. Según explica Butler en El género en disputa, Beauvoir constata, al analizar los mecanismos de funcionamiento de la misoginia, cómo el sujeto universal siempre es masculino. Este sujeto se distingue de un Otro femenino que no participa del modelo universal de lo humano, sino que supone su reverso. El hombre es el representante del pensamiento, la razón, la verdad, la autonomía; todo aquello que ha sido considerado como bueno por la cultura occidental. Lo que es el reverso de toda esta perspectiva es lo Otro: lo intuitivo, lo pasional, lo engañoso, lo dependiente. El hombre ha rechazado esas características que no quería atribuirse a sí mismo, y las ha adjudicado a lo Otro, esto es, en el caso del análisis de Beauvoir, a la mujer.

Este es un proceso necesario para establecer identidades en un sistema de oposiciones binarias, sistema fundamental en la forma de pensamiento occidental. Beauvoir afirma que, en este sentido, ningún colectivo se define como lo Mismo sin enunciar inmediatamente al Otro frente a lo que se opone. Con respecto al binarismo sexual y de género, es la mujer la que se conceptualiza como lo Otro, siempre en relación de dependencia con la categoría masculina de lo universal.

Para Butler, Beauvoir afirmó algo muy interesante cuando escribió su famosa frase: «No se nace mujer, se llega a serlo». Esta frase inauguró la reflexión butleriana sobre el género y supuso en un principio el núcleo de su pensamiento feminista. Con esta frase, la autora de El segundo sexo sugiere que la experiencia vivida de las mujeres no está relacionada con lo biológico o con lo anatómico (con el sexo) sino con toda una serie de construcciones culturales e históricas (el género). Ser mujer no depende de la biología, pues no somos mujeres porque nazcamos mujeres. El ser mujer es fruto de un devenir, de un proceso que tiene que ver con el contexto cultural y no con la biología. A este respecto, Butler va más allá y afirma que en realidad nadie llega a ser de manera completamente definitiva un hombre o una mujer. Nadie puede llegar a decir en un momento de su vida: «¡Ya soy una mujer completa!». En opinión de nuestra autora, nos encontramos en un perpetuo proceso de devenir mujer o de devenir hombre, sin una meta final.

Además, Beauvoir realiza en su formulación una distinción que será crucial como herramienta feminista para afirmar que la anatomía no es el destino: la distinción entre sexo y género, según la cual el sexo es invariable y anatómicamente distinguible, mientras que el género es la forma y el significado cultural que adquiere el cuerpo. Como nos recuerda Butler en su texto «Sexo y género en El segundo sexo de Simone de Beauvoir» (1986, traducido al español en 1998), ningún género es natural.

Butler indaga sobre las consecuencias de esta desconexión conceptual en Beauvoir. Si se distinguen género y sexo, ¿hay conexión entre ellos? ¿Se tiene que ser un género determinado según el sexo? El género, pues, se construye, es un devenir cultural. ¿Se trata de una construcción voluntaria, fruto de la decisión de un sujeto libre? ¿Es el género elegido? ¿En qué sentido nos construimos a nosotras mismas y, en ese proceso, devenimos nuestros géneros?

En las palabras de Beauvoir encontró Butler la inspiración para su formulación de que el género es una acción repetitiva, pues el género ha de sostenerse continuamente mediante actos generizados repetitivos y miméticos. Ya en sus primeros trabajos sobre la pensadora francesa, Butler comenzó a perfilar lo que sería su teoría de la performatividad del género.

Judith Butler

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