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Cuando la identidad es ley. Ecos de Michel Foucault y Judith Butler

Paula Lucía Aguilar

Laura Fernández Cordero

La sanción de la Ley de Identidad de Género Nº 26.743 tiene antecedentes sociales, culturales, políticos y jurídicos diversos y dinámicos. Tiene, además, antecedentes teóricos. O, mejor, múltiples lecturas de autores y autoras que al exceder la academia pasaron a formar parte del abecé militante de los movimientos socio-sexuales, como Michel Foucault y Judith Butler. A pesar de que ni sus nombres ni sus obras se mencionan explícitamente en los fundamentos del proyecto de ley presentado, son interlocutores innegables de las autoras y autores citados. Y lo que es más importante, sus textos tienen una presencia central en los debates de las últimas décadas en torno al género y la sexualidad. Es por eso que en estas breves páginas nos proponemos repasar algunos tramos de sus obras en relación con el género, la identidad y las leyes. (1)

Michel Foucault: Identidad, cuerpo, verdad

“Poco importa si se trata o no de utopía; tenemos ahí un proceso de lucha muy real; la vida como objeto político fue tomada al pie de la letra y vuelta contra el sistema que pretendía controlarla”. (2)

Michel Foucault

Desde sus primeros trabajos, Michel Foucault puso en cuestión la evidencia de la unidad identitaria del sujeto moderno, iluminando las intrincadas tramas de saberes y prácticas técnicas que lo convierten en objeto de conocimiento al tiempo que fabrican su individualidad. Su minucioso estudio arqueológico acerca de la locura, le permitió reflexionar sobre las formas de la distinción entre lo mismo y lo otro, los procesos de constitución histórica de la delgada línea entre lo normal y lo anormal. En el centro los cuerpos, puntos axiales de relaciones de poder, donde a partir del siglo XVIII, la vida misma aparece como blanco del poder. (3) Múltiples discursos con pretensión de verdad orientan las prácticas de y sobre los cuerpos: prescripciones, instrucciones, reglamentos, ejercicios cotidianos sedimentan en normas e inscriben ellos, microfísicamente, unas formas del ser y del hacer, históricas, cambiantes, azarosas, plausibles de ser estudiadas genealógicamente.

La historia se inscribe en los cuerpos, planteará en su texto sobre Nietzsche, la genealogía y la historia, (4) al rechazar toda posibilidad de un origen a ser recuperado en su pureza, en pos del rastreo de los enfrentamientos y el azar, de las imposiciones pero también de las resistencias que explican los comienzos. (5) O dicho de otro modo, cómo llegamos a ser esto que somos. Foucault plantea el desafío de una práctica teórica que busca dar cuenta de una ontología de nosotros mismos. Una reflexión sobre los cuerpos, los modos del devenir sujetos y las normas en sus modulaciones históricas. Una pregunta desde y por el presente. La apuesta teórica de Foucault sostiene su potencia disruptiva allí donde advierte la imposibilidad de la respuesta unívoca a la complejidad de los procesos de subjetivación.

En sus textos fundamentales y de mayor circulación, Foucault propone una conceptualización del poder en términos relacionales. El poder es constitutivo y atraviesa todas las relaciones sociales, aunque de modo desigual y jerárquico. El ejercicio del poder, o mejor dicho de los poderes, lleva en sí por definición la posibilidad de la resistencia. Desde esta perspectiva, no es posible pensar las relaciones de poder sin considerar como premisa la existencia de sujetos con cierta libertad de actuar, o cuanto menos, de oponerse, contestar, rellenar estratégicamente las prácticas y discursos que los atraviesan. Foucault pone el acento en la positividad del poder, su cualidad productiva: cuerpos, relaciones, verdades. En sus últimas formulaciones, el poder es planteado como la posibilidad de delimitar el campo de acción posible de los otros, de conducir sus conductas, aspiraciones y deseos. Esto implica una reflexión sobre el gobierno de los otros, pero también del sí mismo, a través de las tecnologías del yo. (6)

El ejercicio de poder es inescindible de su relación con el saber y, por ende, con la configuración de lo que en cada momento se constituye como lo verdadero o lo falso. La circulación de discursos con pretensión de verdad va trazando líneas de separación, de exclusión de agrupamiento, en los que también se pone en juego la noción misma de normalidad, criterio en el que confluyen tanto las ciencias como el discurso jurídico que dan cuenta de esta y de sus desvíos. Se configuran entonces ciertas formas de objetivación de los sujetos, en tanto objetos de conocimiento: objeto de un saber, presa de un poder. (7)

Ahora bien, esta complementación entre objetivación y subjetivación revela su complejidad al considerar la microfísica del poder, disciplinaria, que actúa en y a través de los cuerpos distribuyéndolos en el espacio, estableciendo ritmos, articulando sus gestos mínimos. Toda una anatomía política del detalle que tiene su correlato en la regulación del cuerpo en tanto especie, una biopolítica reguladora de las pobla-ciones que estos cuerpos componen. Es en este punto en

el que surge un concepto fundamental para pensar los aportes de la “caja de herramientas” foucaultiana al análisis

que nos convoca. Porque, para Foucault, entre la anatomopolítica de los cuerpos y la biopolítica de las poblaciones, media y se instaura políticamente el sexo: “acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie” (8) y con ello el dispositivo de sexualidad.

Es justamente en su Historia de la sexualidad que Foucault desarrolla su tesis principal acerca de las formas históricas de construcción de una verdad sobre sí mismo que radicaría en el sexo, mostrando cómo el cuerpo se conforma en blanco de un poder y la vida misma objeto de regulación. Provocativamente, plantea un interrogante: ¿cómo entender esta incitación a los discursos sobre aquello que a la vez es lo más íntimo y lo que permitiría regular la población?, ¿qué procesos históricos fueron necesarios para llegar a considerar que es justamente en el sexo donde se encuentra la autenticidad de los sujetos, y en la confesión, de sus múltiples formas, su verdad última? Foucault propone entender que la subjetivación es un proceso y la verdad, una construcción, y por tanto ambas están en permanente disputa. Pero además, la idea de un dispositivo de sexualidad, en el que el sexo, aquello que constituiría el punto nodal de nuestra condición, no es más que un efecto de su compleja articulación de elementos que median entre la anatomopolítica de los cuerpos y la biopolítica de la población. Desde posiciones feministas, sin embargo, señalan a Foucault algunas limitaciones en su argumentación acerca de los procesos de subjetivación, ya que estos no dan cuenta de la diferencia sexual como parte constitutiva de la subjetividad. (9)

Ahora, si la subjetividad es el resultado de un proceso complejo que constituye también la propia materialidad corporal, queda descartada la idea de una “liberación”, si por eso se entiende la existencia de algo que se supone salvaje o puro. No habría entonces sujeto que liberar, puesto que este no precede a su propia construcción. (10) Sin embargo, la vida escapa permanentemente a los embates de la norma, escurridiza, nunca es captada del todo por los mecanismos del poder. Foucault plantea entonces la búsqueda de los placeres como una posible vía de interrogación. (11) Si no es posible no ser gobernado, al menos, desde lo que llama una “actitud crítica” en tanto resistencia es posible plantearse no ser gobernado de “ese modo” (12) e incluso buscar otros posibles.

Si bien Foucault descarta la identidad (y su estabilidad) en términos de su propuesta teórica, ante la pregunta realizada en un reportaje en sus últimos años sobre su utilidad como herramienta política, le concede una cierta potencia estratégica. Sin embargo, advierte sobre los riesgos inevitables de su cristalización, de los limitados alcances de esta noción: “No debemos descartar la identidad si a través de ella las personas encuentran su placer, pero ojo con considerar esa identidad como una regla ética universal erigiéndola en norma para todos”. (13)

Judith Butler. Identidad, género y performatividad

“Afrontémoslo. Nos deshacemos unos a otros y si no, nos estamos perdiendo algo”. (14)

Judith Butler

Desde que publicó Gender Trouble en 1990, la voz de Judith Butler comenzó a despertar ecos cada vez más lejanos. Algunas traducciones parciales circularon entre nosotros hasta que se publicó al fin El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, (15) un cóctel potente de filosofía post estructuralista y reflexiones políticas sobre el género y la identidad. Un texto que, por momentos, resulta muy arduo pero, como ella misma dice, ¿qué ilusión sostienen la transparencia y la claridad del lenguaje? (16) Al contrario, Butler despliega conceptualizaciones complejas para poder explicar lo que parece más evidente: la identidad de género no es un punto de partida, sino el producto de un proceso de construcción social y de naturalización. Desde esta perspectiva, el sexo se produce en una matriz de inteligibilidad generizada. Para decirlo sencillamente: se construyen modos de ser mujer y varón, y al mismo tiempo, se instala la ilusión tranquilizadora de que esas identidades están garantizadas por la biología, por la naturaleza, por los genitales.

Y algo más, no solo esa estructura dispone solamente de dos casilleros a los que sumarse (femenino o masculino), sino que produce un efecto de coherencia necesaria entre un sexo (genital y natural), un género (femenino o masculino) y un deseo (heterosexual). Esa tríada sexo/género/deseo estalla en las primeras líneas del texto. Y con ellas, las cabezas que se asoman a Butler por primera vez o desde otros territorios del pensamiento.

La propuesta butleriana provocó lecturas apasionadas, algunas demasiado entusiastas. Con la misma intensidad se criticó un dejo de voluntarismo según el cual bastaría con armar géneros a gusto o deshacernos del género impuesto como quien se quita (o se pone) un vestido. Es probable que esa lectura, combatida por la misma Butler en textos posteriores, tenga entre una de sus causas el hecho de que para comprender la dimensión coercitiva, deseante e intersubjetiva de la expresión individual de los géneros se exige conocer una parte sustancial del pensamiento del siglo xx. Entre otras estaciones, las modulaciones del deseo y el reconocimiento en Hegel, el psicoanálisis lacaniano pero también el de Freud, el Althusser de la interpelación, autoras de diferentes corrientes del feminismo y, por supuesto, Foucault. Todos tamizados por la máquina de pensar que es Butler y puestos a trabajar para explicarnos en Mecanismos psíquicos del poder (17) que la vida psíquica, lejos de ser un interior puro e intocado, es la instancia misma de producción –a través de la explotación de la necesidad humana de reconocimiento– de una identidad que nos convierte en un mismo paso en sujetos sujetados. Es decir, devenimos sujetos de la identidad, de la libertad, de la sexualidad en tanto asumimos la sujeción a un orden social y sexual, en fin, a la sociedad, a los otros.

Dicho todo eso sin pasar por otro libro tan fundamental como exigente: Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. (18) Allí Butler se enfrenta a otro conjunto de críticas (y autocríticas) que la orientan a teorizar sobre la materialidad del cuerpo y del discurso o, mejor, sobre cómo el lenguaje produce la materialidad de los cuerpos. Antes de abandonar la lectura en la segunda nota al pie en la que Butler explica su singular lectura de Lacan, hay que retener un aporte sustancial del libro, esto es, que no tenemos otro modo de concebir nuestros cuerpos sino es en este entramado de palabras en el que nacemos y vivimos. Palabras que compartimos con otros y que están, afortunadamente, en uso y disputa permanente. Es por eso que el lenguaje no se convierte en una cárcel equivalente a la naturaleza, sino el espacio de la promesa política: la posibilidad de hacer vivibles otros géneros, otros cuerpos, otros deseos.

Como se sabe, la piedra angular de su armado teórico es la noción de performatividad. Esta noción guarda relación, aunque equívoca, con la idea de performance teatral, pero encuentra su mayor justeza analítica en la filosofía del lenguaje. Butler hace una lectura de parte de John Austin desde Michel Foucault y Jacques Derrida, y genera un enfoque singular que le permite pensar la significación y las normatividad.

El “giro performativo” (19) ha sido retrabajado por Butler en textos sucesivos y constituye una seria discusión a la concepción del sujeto como un agente racional, soberano, incorpóreo y autónomo. Desde su perspectiva, las prácticas del género se dan en un marco regulado por normas que, dada su propia inestabilidad, exigen una constante repetición. Precisamente, esa necesidad ineludible posibilita el desplazamiento, la falla, el intersticio en el que se da lo nuevo. Así la identidad de género es, por tanto, el proceso mismo; una instancia que nunca se resuelve de una manera completa o definitiva. Constituye una instancia clave porque, como otras autoras, Butler postula la imposibilidad de seguir pensando a la subjetividad por fuera de la matriz de generización. Somos todos sujetos sexuados, interpelados y producidos en una matriz de género.

Habría que recordar que Gender Trouble no es un compendio de herramientas sofisticadas, sino la articulación de un andamiaje teórico novedoso para responder algunas cuestiones claves del feminismo de fin del siglo XX. Su intervención es radicalmente desencializadora (del sujeto, de la mujer, de la naturaleza, de la biología, etc.) y apunta a discutir el mandato heterosexual imperante incluso en el movimiento feminista.

Por esto y por mucho más, Butler es una de las teóricas más lúcidas del feminismo y de ese conjunto heterogéneo de teorías, performances y militancias que delinean lo queer. Sus libros desestabilizan los cimientos sobre los que se apoyan la heterosexualidad y el binarismo en un gesto de profunda politización: allí donde había dictados inapelables de la naturaleza (con sus sacerdotes y médicos traductores), Butler señala la lucha para habilitar la posibilidad de otras vidas, de que las vidas que no responden puntillosamente al mandato binario y heterosexual puedan ser vividas.

El atentado contra las Torres Gemelas, en 2001, provocó un viraje en la producción de Butler que la llevó a concentrarse en otras reflexiones que incluyen la política en términos globales y la guerra. Sin embargo, las preguntas que recorren su obra (y que tan bien sabe formular en cada texto) mantienen una fuerte línea de continuidad en la inquietud por la definición de la vida humana posible de ser vivida, es decir, respetada, protegida en su precariedad y su vulnerabilidad.

Foucault y Butler, una invitación a profundizar el debate

Foucault y Butler se cuentan entre los autores que formaron parte del intenso proceso de revisión, crítica y reformulación de la noción de identidad en las últimas décadas del siglo xx. Eso no impide que sean de inspiración innegable para sostener reclamos basados en la idea de que la identidad (de género) es un derecho y, por tanto, debe ser legislado a fin de garantizar su consecución. De hecho, en Argentina la elección de la identidad como vector de la disputa jurídica fue tan acertada como estratégica. (20)

Tal como algunos activistas admiten, la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género eran impensadas hace apenas unos años; su impulso se vio favorecido por la articulación de amplias coaliciones activistas y encontraron, además, un consenso muy extendido en la opinión pública y en los partidos políticos, pese a algunos debates puntuales. Aunque gran parte de la sociedad pareció percibirlas como leyes específicas para una población particular (gays, lesbianas, personas trans), la sanción de ambas leyes y, especialmente, la de Identidad de Género tiene, sin embargo, consecuencias sobre la ciudadanía en su conjunto. Logran, ni más ni menos, acentuar la dimensión de género y la diversidad en el corazón de la Ley y en la definición de la ciudadanía misma.

Al mismo tiempo, varios y novedosos aspectos como la importancia de la autopercepción, la despatologización, el peso de la decisión personal, el valor de la palabra propia sobre el propio cuerpo, el reconocimiento de la dimensión simbólica de la vida del género, la responsabilidad del Estado de garantizar el derecho, la ligazón con el sistema de salud que debe prestar atención en los casos que se requiera, el respeto por la voz del niño y la niña, etc. tienen efectos fuertemente disruptivos sobre la definición de la ciudadanía y de la democracia. O, al menos, abren fisuras y oportunidades para continuar en el camino del reconocimiento y la inclusión.

Volver a Foucault y a Butler luego de la sanción de la Ley puede ser un ejercicio con sabor agridulce. Ambos nos recordarán los límites, la inestabilidad, las aporías, la no sutura, de los elementos consensuados en un debate y sancionados en una ley. Si celebramos con razón la idea de la autopercepción y el reconocimiento de la vivencia personal es necesario recordar los tramos en los que ambos autores insisten en destacar la dificultad de aislar un espacio de la individualidad exclusivo. En este sentido, no son los únicos que destacan la condición intersubjetiva de lo que somos, aun de lo que consideramos más interior, más íntimo, más privado. En la misma dirección, la noción de autonomía exige una mirada más atenta, que mantenga la sensibilidad hacia la paradoja que conllevan tanto los momentos de su afirmación como aquellos en los que esa autonomía se ve discutida. Momentos de la sujeción pero también de los placeres. Ambas experiencias nos exponen a los otros y evidencian la condición social, compartida de nuestros cuerpos.

Otro punto destacable y vanguardista de esta legislación es la erradicación de la patología como modo de definir la identidad de género y como clave para su inteligibilidad por parte del Estado. Sin embargo, este pedido de reconocimiento al Estado no deja de ser, a la vez, una conquista y un nuevo estado de alerta o de resistencia, ya que funda nuevos procesos de objetivación y gobierno. Obtener un derecho o acceder a un lugar de legitimidad conlleva no solo una ampliación de las protecciones y las oportunidades para poblaciones históricamente violentadas, sino que también habilita su registro, su objetivación, en fin, la ineludible captación por la norma. De manera inevitable el Estado incorpora a sus atribuciones la disposición de estos cuerpos, en las categorías que ofrece. En este caso, el ejemplo más claro es que esta legislación, al menos por el momento, obliga a decidir entre los clásicos casilleros varón y mujer.

En suma, esta Ley se incluye entre las transformaciones que en las últimas décadas han ampliado el reconocimiento de los derechos al tiempo que el Estado recuperaba un lugar central en la vida social y política. Sin embargo, las lecturas políticas que pueden derivar de las obras de los autores aquí tratados apuntan a no pensar la ampliación de derechos como un punto de llegada, a la manera de una democracia formal de corte liberal. Al contrario, nos invitan a pensar órdenes a partir no solo de la suma y la asimilación, sino nuevos órdenes que contengan en sí mismos la posibilidad de discutir sus modos de legitimación y de inteligibilidad. Mientras nos damos a esa tarea de reinvención, los efectos que produzca la implementación de la Ley encontrarán nuevas inflexiones en las voces diversas que se atrevan a radicalizarlos.

1- Agradecemos la lectura atenta y los comentarios precisos de Nayla Vacarezza.

2- Foucault, M., Historia de la sexualidad, t. 1, FCE, México, 1987, p. 137.

3- Foucault, M., Historia de la sexualidad, op. cit.

4- Foucault, M., Nietzsche, la genealogía y la historia, Pre-textos, Valencia, 1988.

5- Foucault, M., Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1992.

6- Foucault, M., Tecnologías del yo y otros textos afines, Paidós, Barcelona, 1990.

7- Foucault, M., Vigilar y castigar, Siglo XXI, México, 1985.

8- Foucault, M., Historia de la sexualidad, op. cit., p. 138.

9- De Lauretis, T., “La tecnología del género”, Mora. Revista del Área Interdisciplinar de Estudios de la Mujer, Nº 2, Bs. As., 1996, p. 8.

10- Foucault, M., Historia de la sexualidad, op. cit.

11- Ibíd.

12- Foucault, M., “¿Qué es la crítica?”, Revista de Filosofía, N° 11, Madrid, 1995.

13- Foucault, M., “Sexo, poder y la política de la identidad”, Dits et Ecrits, II, 1976-1988, Quarto, Gallimard, 2001, pp. 1554-1565.

14- Butler, J., Deshacer el género, Paidós, Bs. As., 2006, p. 38.

15- Butler, J., El Género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Bs. As., 2001.

16- Una excelente ayuda para orientar una primera lectura: Leticia Sabsay http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-742-2009-05-09.html

17- Butler, J., Mecanismos psíquicos del poder, Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid, 1997-2001.

18- Butler, J., Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Bs. As., 2002.

19- Sabsay, L., Fronteras Sexuales. Espacio urbano, cuerpos y ciudadanía, Paidós, Bs. As., 2011.

20- Cabral, M., “La identidad es una metáfora”, 18/12/2012. Recuperado de https://www.diagonalperiodico.net/cuerpo/ la-identidad-es-metafora.html.

Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación

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