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CAPÍTULO CINCO

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Scarlet estaba de espaldas contra la pared al final del callejón sin salida con Ruth a su lado, mientras observaba con temor al grupo de matones soltar su perro hacia ella. El enorme perro salvaje se lanzó gruñendo directamente a su garganta. Todo estaba ocurriendo tan rápidamente que Scarlet no sabía cómo reaccionar.

Antes de que pudiera hacer algo, de repente Ruth gruñó y se lanzó hacia el perro. Saltó en el aire y a mitad de camino lo encontró y hundió sus colmillos en la garganta del perro. Ruth aterrizó sobre el animal y lo inmovilizó contra el suelo. El perro debía ser dos veces el tamaño de Ruth, pero Ruth lo sujetaba sin hacer mayor esfuerzo y no lo dejaba levantarse. Apretó los colmillos con todas sus fuerzas hasta que el perro dejó de luchar, estaba muerto.

“¡Eres una pequeña perra!" gritó el muchacho que era líder, estaba furioso.

Él se dirigió directamente hacia Ruth. Levantó un palo afilado en un extremo como una punta de lanza, y lo bajó hacia la espalda de Ruth.

Scarlet respondió a sus instintos y se lanzó a la acción. Sin siquiera pensarlo, corrió hacia el chico, levantó la mano y cazó el palo en el aire, justo antes de que tocara a Ruth. Luego, lo jaló hacia ella, se inclinó hacia atrás y le dio una patada en las costillas.

Él se desplomó, y ella lo pateó de nuevo, dándole una patada giratoria, esta vez en la cara. Él se dio vuelta y cayó de bruces sobre la piedra.

Ruth se dio vuelta y se lanzó hacia el grupo de chicos. Saltó en el aire y hundió sus colmillos en el cuello de uno de ellos, aplastándolo contra el suelo. Eso dejaba a sólo tres.

Scarlet se quedó parada frente a ellos y, de repente, un nuevo sentimiento se apoderó de ella. Ya no sentía miedo; ya no quería huir de esos muchachos; ya no quería correr y esconderse; ya no quería que su mamá y papá estuvieran allí para protegerla.

Algo cambió en su interior mientras cruzaba una línea invisible, un punto de inflexión. Por primera vez en su vida, sintió que no necesitaba a nadie. Solo se necesitaba a sí misma. En lugar de tener miedo, estaba disfrutando el momento.

Scarlet sintió que la rabia la invadía y se elevaba desde los dedos de sus pies y le atravesaba el cuerpo, hasta su cuero cabelludo. Era una emoción eléctrica que no lograba entender y que nunca había experimentado antes. Ya no quería huir de esos chicos. Tampoco quería dejarlos ir.

Ahora, quería vengarse.

Mientras los tres chicos se quedaron parados mirándola en estado de shock, Scarlet se lanzó sobre ellos. Todo sucedió tan rápido, que apenas pudo pensar lo que estaba haciendo. Sus reflejos eran mucho más rápidos que los de ellos, parecía que los chicos se estaban moviendo en cámara lenta.

Scarlet saltó en el aire, más alto de lo que jamás lo había hecho, y le dio una patada al niño en el centro, poniendo los dos pies sobre su pecho. Lo mandó volando a través del callejón como si fuera una bala hasta que el chico se estrelló contra la pared y se desplomó.

Antes de que los otros dos pudieran reaccionar, ella giró y le dio un codazo a cada uno en la cara, luego se dio vuelta y le dio una patada al otro en el plexo solar. Ambos se derrumbaron, estaban inconscientes.

Scarlet se quedó junto a Ruth, respirando con dificultad. Miró a su alrededor a los cinco muchachos tirados alrededor de ellas, ninguno se movía. Y entonces, se dio cuenta: ella los había vencido.

Ya no era la Scarlet de antes.

*

Durante horas, Scarlet vagó por los callejones con Ruth a su lado, alejándose de los chicos lo más que pudo. Bajo el calor, dobló en callejón tras callejón hasta perderse en el laberinto de las estrechas callejuelas de la vieja ciudad de Jerusalén. El sol del mediodía caía a plomo sobre ella, y estaba empezando a sentirse exhausta; también por la falta de comida y agua. Mientras serpenteaban por entre la multitud, Ruth jadeaba a su lado y también estaba sufriendo.

Un niño pasó junto a Ruth y acarició su espalda, tirando de ella juguetonamente, pero con demasiada fuerza. Ruth se volvió y reaccionó, gruñendo y mostrándole los colmillos. El niño gritó, lloró, y se fue corriendo. No era propio de Ruth comportarse de esa manera; por lo general, era muy tolerante. Pero el calor y el hambre la estaban afectando. También estaba canalizando la rabia y la frustración de Scarlet.

Por mucho que lo intentara, Scarlet no sabía cómo calmar la rabia que aun sentía. Era como si algo en su interior se hubiera desatado, y no pudiera controlarlo. Sentía cómo sus venas palpitaban y su ira aumentaba y, al pasar junto a los vendedores que ofrecían todo tipo de comida que ella y Ruth no podían darse el lujo de comer, su ira crecía. También se daba cuenta de que lo que estaba experimentando, sus intensos dolores del hambre, no eran por el hambre típico. Era otra cosa. Era algo más profundo, más primario. No sólo quería comida. Quería sangre. Necesitaba alimentarse.

Scarlet no sabía lo que le estaba pasando y no sabía cómo manejarlo. Olía un pedazo de carne y se metía entre la gente solo para mirarlo. Ruth se apretaba a su lado.

Scarlet se estaba abriendo paso a codazos cuando un hombre en la multitud la empujó.

“¡Hey chica, mira por dónde caminas!", espetó.

Sin siquiera pensarlo, Scarlet se volvió y empujó al hombre. Él era más de dos veces su tamaño, pero salió volando derribando varios puestos de fruta cuando cayo al suelo.

Él se puso de pie, conmocionado, y observó a Scarlet, tratando de entender cómo una niña pequeña había podido golpearlo de esa manera. Luego, con una mirada de miedo, prudentemente se volvió y se alejó.

El vendedor frunció el ceño a Scarlet, intuía que provocaría problemas.

"¿Quieres carne?", espetó. “¿Tienes dinero para pagar?"

Pero Ruth no pudo contenerse. Se lanzó hacia adelante, hundió sus colmillos en el pedazo enorme de carne, arrancó un trozo, y se la tragó. Antes de que alguien pudiera reaccionar, se lanzó de nuevo hacia otro trozo.

Esta vez, el vendedor bajó su mano lo más fuerte que pudo para golpear a Ruth en la nariz.

Pero Scarlet lo vio venir. De hecho, algo le estaba sucediendo a su sentido de la velocidad, su sentido de la oportunidad. Mientras la mano del proveedor comenzaba a descender, Scarlet se vio levantando su propia mano y agarrando la muñeca del vendedor antes de que tocara a Ruth.

Con los ojos bien abiertos, el vendedor miró a Scarlet, sorprendido de que una niña tan pequeña pudiera agarrarlo con tanta fuerza. Scarlet apretó la muñeca del hombre hasta que todo su brazo empezó a temblar. Incapaz de controlar su rabia, Scarlet lo miraba con furia.

"No te atrevas a tocar mi lobo," Scarlet gruñó al hombre.

"Yo… lo siento," dijo el hombre, agitando el brazo del dolor, con los ojos abiertos de miedo.

Finalmente, Scarlet lo soltó y se alejó del puesto con Ruth a su lado. Mientras se alejaba, oyó un silbido detrás de ella, y luego los gritos de la gente llamando a los guardias.

“Vamos, Ruth!" Scarlet dijo, y las dos se fueron corriendo por el callejón, perdiéndose en la multitud. Al menos Ruth había comido.

Pero Scarlet tenía un hambre abrumadora, y no creía poder contenerla por más tiempo. No sabía lo que le estaba pasando, pero mientras caminaba por calle tras calle, se encontró observando la garganta de las personas. Se enfocaba en sus venas, veía el pulso de la sangre. Se lamía los labios, deseando -necesitando hundir sus dientes allí. La abrumaba la idea de beber su sangre e imaginaba lo que podría sentir cuando la sangre corriera por su garganta. No lograba entenderlo. ¿Ya no era para nada humana? ¿Se estaba convirtiendo en un animal salvaje?

Scarlet no quería hacerle daño a nadie. Racionalmente, trató de detenerse.

Pero físicamente, algo se estaba apoderando de ella. Estaba creciendo, desde los dedos de sus pies, las piernas, a través de su torso, hasta la coronilla de la cabeza y hasta la punta de sus dedos. Era un deseo. Un deseo insaciable e imparable. Estaba controlando sus pensamientos, diciéndole qué pensar, cómo actuar.

De repente, Scarlet detectó algo: a lo lejos, detrás de ella, un grupo de soldados romanos la estaba persiguiendo. Su oído, ahora hiper-sensible, la alertó con el sonido de sus sandalias golpeando la piedra. Lo sabía a pesar de que estaban a unas cuadras de distancia.

El sonido de sus sandalias golpeando contra la piedra la irritó aún más; el ruido se mezclaba en su cabeza con el sonido de los gritos de los vendedores, los niños riendo, los perros ladrando .... Era demasiado para ella. Su oído se estaba volviendo demasiado fuerte y le molestaba la cacofonía del ruido. El sol también se sentía más fuerte, como si estuviera brillado justo encima de su cabeza. Todo era demasiado. Sentía como si estuviera bajo el microscopio del mundo, y estaba a punto de explotar.

Rebosante de rabia, Scarlet se recostó y, de repente, sintió una nueva sensación en sus dientes. Sintió que su dos dientes incisivos crecían y le sobresalían unos colmillos afilados cada vez más grandes. No sabía lo que estaba experimentando, pero sabía que estaba cambiando a algo que no podía reconocer ni controlar. De repente, vio a un hombre gordo, grande, borracho, tambalearse por el callejón. Scarlet supo que tenía que alimentarse, o moriría. Y algo dentro de ella quería sobrevivir.

Cuando Scarlet se escuchó gruñir, se sorprendió. Por lo primigenio, el ruido la asombró con creces. Sentía que estaba fuera de su cuerpo mientras se abalanzaba y saltaba por el aire directamente hacia el hombre. Vio en cámara lenta como él se volvía hacia ella con los ojos muy abiertos por el miedo. Y sintió cuando sus dos dientes delanteros se hundieron en la carne, en las venas de su garganta. Y un instante después, sintió la sangre caliente del hombre vertirse en su garganta llenando sus venas.

Oyó el grito hombre, que duró sólo un momento. Un segundo más tarde, él cayó sobre el suelo, ella estaba encima de él, chupando toda su sangre. Poco a poco, empezó a sentir una nueva vida, una nueva energía fluir por su cuerpo.

Quería detenerse y soltar al hombre. Pero no podía. Lo necesitaba. Lo necesitaba para sobrevivir.

Necesitaba alimentarse.

Encontrada

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