Читать книгу Encontrada - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 15
CAPÍTULO SIETE
ОглавлениеCaitlin y Caleb volaban por el cielo claro y azul del desierto hacia el norte de Israel, hacia el mar. Debajo, se extendía la tierra y Caitlin observaba los cambios en el paisaje. Había enormes extensiones de desierto, de tierra quemada por el sol, rocas, piedras, montañas y cuevas. Casi no había gente, excepto por algún pastor vestido de pies a cabeza de blanco con una capucha que le cubría la cabeza para protegerse del sol, su rebaño lo seguía de cerca.
Pero más al norte, el terreno empezó a cambiar. El desierto dio paso a colinas, y el color cambió también, pasando de un marrón seco y polvoriento a un verde vibrante. Los olivares y viñedos salpicaban el paisaje. Pero aún así, se veían pocas personas.
Caitlin pensó en lo que había descubierto en Nazaret. En el interior del aljibe, le había sorprendido encontrar un objeto que ahora aferraba en su mano: una estrella de David de oro del tamaño de la palma de su mano. A lo largo había grabada una pequeña inscripción antigua con una sola palabra: Capernaum.
Era claro que era un mensaje que les indicaba dónde ir. Pero, ¿por qué Cafarnaum? Caitlin se preguntó.
Caleb le había dicho que Jesús había pasado un tiempo allí. ¿Significaba que los estaba esperando? ¿Y su padre también estaría allí? ¿Y, posiblemente Scarlet?
Caitlin escudriñó el paisaje debajo. Le sorprendió lo poco poblado que Israel estaba en esa época. Volaba sobre una que otra casa ya que las viviendas eran muy pocos y estaban separadas entre si. Todavía era una tierra vacía con mucho campo. Las únicas ciudades se parecían a pueblos y se veían primitivas, con edificios de arquitectura sencilla de uno o dos pisos y construidos de piedra. Tampoco se veía ningún camino pavimentado.
Mientras volaban, Caleb se puso a su lado y estiró su mano. Era agradable sentirlo tan cerca. Caitlin se preguntaba por enésima vez, por qué habían aterrizado en esa época y en ese lugar. Tan atrás en el tiempo. Tan lejos. En un lugar tan diferente a Escocia y a todo lo que sabía.
Podía sentir que esta era la última parada en su viaje. Allí. Israel. Era un lugar y una época tan poderosos, que sentía la energía irradiar de todo. Todo parecía dirigirse espiritualmente hacia ella, como si estuviera caminando y viviendo y respirando dentro de un campo de energía gigante. Sabía que la estaba esperando algo trascendental. Pero no sabía qué. ¿Estaba su padre allí? ¿Podría encontrarlo alguna vez? Era muy descorazonador. Tenía las cuatro llaves. Él debería estar allí, Caitlin pensó, esperándola. ¿Por qué tenía que seguir buscando?
Lo que más le preocupaba era Scarlet. Miraba hacia abajo por todos los lugares que pasaban, buscando algún rastro de ella y de Ruth. Por un momento se preguntó si no había logrado regresar, pero rápidamente sacó esa idea de su mente, evitando tener esos malos pensamientos. No podía concebir su vida sin Scarlet. Si supiera que Scarlet ya no estaba con ella, sabía que no tendría la fuerza para seguir adelante.
Caitlin sentía la estrella de David arder en su mano, y volvió a pensar en el lugar a dónde se dirigían. Deseaba saber más sobre la vida de Jesús; deseaba haber leído la Biblia más cuidadosamente durante su niñez. Trató de recordar algo, pero solamente sabía lo básico: Jesús había vivido en cuatro lugares: Belén, Nazaret, Cafarnaún, y Jerusalén. Ellos acababan de abandonar Nazaret y ahora estaban en camino a Capernaum.
Ella no podía evitar preguntarse si al seguir sus huellas, iban tras el tesoro, si tal vez él tenía alguna pista, o si alguno de sus seguidores tenía alguna idea de dónde estaba su padre y también el escudo. De nuevo se preguntó cómo podrían estar conectados. Pensó en todas las iglesias y monasterios que había visitado a lo largo de los siglos, y sentía que todo se conectaba. Pero no sabía cómo.
Lo único que sabía de Capernaum era que se trataba de un pequeño pueblo de pescadores humildes en la Galilea sobre la costa noroeste de Israel. Pero no habían pasado ningún pueblo en horas -de hecho no había ni un alma a la vista, y no había ninguna señal de un mar- y mucho menos agua.
Entonces, justo cuando lo estaba pensando, volaron sobre la cima de una montaña, y ante ella se abrió el otro lado del valle. La vista le quitó el aliento. Allí, se extendía un mar brillante. Era del azul más profundo que jamás había visto en su vida, y brillaba bajo la luz del sol, parecía el cofre de un tesoro. Lo bordeaba una magnífica costa de arena blanca, y las olas se estrellaban contra la costa que parecía interminable.
Caitlin sintió un estremecimiento de emoción. Se dirigían en la dirección correcta; la costa debía llevarlos a Cafarnaúm.
"Allí," dijo la voz de Caleb.
Entrecerrando los ojos hacia el horizonte, ella miro hacia donde él señalaba, y apenas pudo distinguirlo: a lo lejos se veía un pequeño pueblo. No era una ciudad, casi ni un pueblo. Tal vez, había dos docenas de casas y una gran estructura junto a la costa. A medida que se acercaban, Caitlin entrecerró los ojos para observar con mayor precisión pero no vio a a nadie: sólo unos pocos aldeanos caminaban por las calles. Se preguntó si era por el sol del mediodía, o porque el pueblo estaba deshabitado.
Caitlin miró hacia abajo buscando alguna señal del mismísimo Jesús pero no vio nada. Más importante aún, no lo percibía. Si lo que le había dicho Caleb era cierto, ella podría sentir su energía desde lejos. Pero no percibía ninguna energía fuera de lo común. Una vez más, comenzó a preguntarse si estaban en la época y el lugar adecuados. Tal vez ese hombre había estado equivocado: tal vez Jesús había muerto muchos años antes. O tal vez ni siquiera había nacido.
De repente, Caleb se lanzó hacia abajo, hacia el pueblo y Caitlin lo siguió. Encontraron un lugar escondido fuera de la muralla, en un bosque de olivos. Luego, atravesaron la puerta de la ciudad
Caminaron por la pequeña aldea polvorienta, hacía mucho calor, el sol lo quemaba todo. Los pocos aldeanos que deambulaban apenas los notaban; sólo parecían interesados en encontrar una sombra o en abanicarse. Una anciana se acercó al aljibe, levantó una cuchara grande, bebió, y luego se limpió el sudor de la frente con la mano.
Por las callejuelas, el lugar parecía completamente desierto. Caitlin observaba con cuidado buscando alguna señal, cualquier cosa que pudiera conducirlos a alguna pista, una señal de Jesús, o su padre, o el escudo, o Scarlet, pero no veía nada.
Se volvió hacia Caleb.
"¿Y ahora qué?", le preguntó.
Caleb la miró sin responder. Estaba tan perdido como ella.
Caitlin se volvió para observar las paredes del pueblo, su arquitectura humilde y, cuando miró a través de la ciudad, notó un camino estrecho, muy transitado que descendía hacia el mar. Al seguir su rastro a través de una puerta de la ciudad, a lo lejos vio el brillo del mar.
Le dio un codazo a Caleb, y él también lo vio y la siguió mientras salían de la ciudad.
Al acercarse a la costa, Caitlin vio tres pequeños botes de pesca de colores brillantes, gastados medio varados en la arena, flotando en las olas. Había un un pescador sentado en uno, y junto a los otros dos había dos pescadores de pie con el agua hasta los tobillos. Eran hombres de edad avanzada con barba y cabello de color gris, sus rostros se veían tan gastados como sus barcos, estaban bronceados y llenos de arrugas. Vestían túnicas blancas y capuchas blancas para protegerse del sol.
Mientras Caitlin los observaba, dos elevaron una red de pesca y la arrastraron lentamente hacia las olas. La jalaban mientras luchaban con las olas, y un niño pequeño saltó de uno de los barcos y corrió hacia ellos para ayudarlos a jalar la red. Cuando regresaron a la orilla, Caitlin vio que habían capturado decenas de peces que se retorcían y tiraban contra el suelo. El niño gritaba de alegría mientras que los ancianos permanecían serios.
Caitlin y Caleb se habían acercado en silencio -sobre todo por el romper de las olas- y los pescadores no se habían dado cuenta de que estaban allí. Caitlin se aclaró la garganta para no asustarlos.
Todos se dieron vuelta y los miraron, se veían sorprendidos. Ella no los culpaba: debían dar un espectáculo impactante, los dos vestidos de negro de pies a cabeza, con cuero y equipo de batalla. Debían verse como si hubieran caído del cielo.
"Lamentamos molestarlos," comenzó Caitlin, “pero, ¿es aquí Cafarnaum?", le preguntó al hombre que tenía más cerca.
Él la miró y luego a Caleb, y nuevamente a ella. Él asintió lentamente con la cabeza.
"Estamos buscando a alguien", continuó Caitlin.
"¿Y a quién?", preguntó el otro pescador.
Caitlin estaba a punto de decir "mi padre", pero luego se detuvo, dándose cuenta de que no serviría. ¿Cómo iba a describirlo? Ni siquiera sabía quién era o qué aspecto tenía.
Así que, en su lugar, nombró a la única persona que se le vino a la mente, la única persona que ellos podrían reconocer: "Jesús."
Casi esperaba que se burlarían de ella, se reirían y la mirarían como si estuviera loca, como si no tuviera idea de quién era Jesús.
Pero, para su sorpresa, su pregunta no pareció sorprenderlos; la tomaron en serio.
"Se fue hace dos semanas", dijo uno de ellos.
El corazón de Caitlin dio un vuelco. Entonces. Era cierto. Él estaba realmente vivo. Estaban en su misma época. Y realmente él había estado allí, en ese pueblo.
"Y todos sus seguidores", dijo el otro. "Sólo los viejos como nosotros y los niños no lo seguimos."
“¿Así que él es real?", preguntó Caitlin, en estado de shock. Todavía podía creerlo; era demasiado para que pudiera comprenderlo.
El chico se levantó y se acercó a Caitlin.
“Él curó la mano de mi abuelo", dijo el muchacho. "Míralo. Él era un leproso. Ahora ha sanado. Muéstrale abuelo ", dijo el muchacho.
El anciano se volvió lentamente y echó la manga hacia atrás. Su mano se veía perfectamente normal. De hecho, cuando Caitlin miró de cerca, vio que la mano se veía mucho más joven que la otra. Era extraño. Tenía la mano de un muchacho de 18 años. Rosada, color de rosa y de aspecto saludable, era como si le hubieran dado una mano nueva.
Caitlin no lo podía creer. Jesús era real. Realmente sanaba a las personas.
Al ver la mano de ese hombre, ese hombre que había sido un leproso, perfectamente curado, sintió un escalofrío por la espalda. Todo se hizo uno. Por primera vez, tuvo la esperanza de que realmente lo podría encontrar, y también a su padre y el Escudo. Y que podrían conducirla con Scarlet.
"¿Sabe a dónde se fue?", preguntó Caleb.
“A Jerusalén, por lo que oímos," otro pescador gritó por sobre el sonido de las olas.
Jerusalén, pensó Caitlin. Sentía que estaba muy lejos. Habían volado hasta allí, a Cafarnaúm. Y ahora sentía que había sido una búsqueda inútil. Después de todo eso, tendrían que regresarse e irse con las manos vacías.
Pero ella sentía la estrella de David quemándole la mano, y estaba segura de que había una razón por la que los habían enviado a Cafarnaúm. Sentía que había algo más, algo que necesitaban encontrar.
"Uno de sus discípulos está todavía aquí", dijo un pescador. "Pablo. Puedes preguntarle. Puede ser que sepa exactamente a dónde fueron.”
"¿Dónde está?", preguntó Caitlin
"Donde todos pasan el tiempo. En la antigua sinagoga ", dijo el hombre. Se dio vuelta y señaló por encima del hombro con su pulgar.
Caitlin se volvió y miró por encima de su hombro, y allí, sobre una colina, mirando el mar, vio un hermoso templo pequeño de piedra caliza. Incluso en esa época, se veía antiguo. Adornado con columnas intrincados, miraba hacia el mar. Incluso desde esa distancia, Caitlin sintió de que se trataba de un lugar sagrado.
“Era la sinagoga de Jesús," uno de los hombres dijo. “Era donde pasaba todo el tiempo."
"Gracias", dijo Caitlin, comenzando a caminar hacia allí.
El hombre se acercó y la agarró del brazo con su nueva mano, la mano sana. Caitlin se detuvo y lo miró. Pudo sentir la energía pulsar a través de su mano, en el brazo. No se parecía a nada de lo que jamás había sentido. Era una energía que curaba, consolaba.
“No eres de aquí, ¿verdad?", preguntó el hombre.
Caitlin sintió cómo el la miraba a los ojos, y estaba segura que estaba sintiendo algo. Se dio cuenta de que no tenía sentido mentirle.
Lentamente, ella negó con la cabeza. "No, no lo soy."
Él la miró por un largo tiempo, y luego asintió lentamente con la cabeza, satisfecho.
"Vas a encontrarlo," él le dijo. "Puedo sentirlo."
*
Caitlin y Caleb caminaron hasta la orilla, las olas rompían junto a ellos, el olor pesado de la sal se sentía en el aire. Las brisas eran refrescantes, sobre todo después de haber estado tanto tiempo en el calor del desierto. Se volvieron y subieron una pequeña colina, en la cima estaba la antigua sinagoga.
Caitlin alzó la vista mientras se acercaban: estaba construida de una piedra caliza desgastada, parecía como si hubiera estado allí durante miles de años. Podía sentir la energía emerger del lugar; era un lugar sagrado, podía afirmarlo. Su gran puerta arqueada estaba entreabierta y crujió mientras se balanceaba con el viento, mecida por la brisa del mar.
A medida que caminaban por la colina, pasaron macizos de flores silvestres que crecían aparentemente de la roca, en la gama de colores brillantes propia del desierto. Eran las flores más hermosas que Caitlin jamás había visto en su vida, tan inesperadas, tan improbables en ese lugar desolado.
Llegaron a la cima de la colina y caminaron hasta la puerta. Caitlin sentía la estrella de David quemándole dentro su bolsillo y supo que era el lugar indicado.
Caitlin levantó la vista y sobre la puerta vio una gran estrella de David de oro incrustada en la piedra y rodeada de letras hebreas. Era increíble pensar que ella estaba a punto de entrar en un lugar donde Jesús había pasado tanto tiempo. De alguna manera, había esperado entrar a una iglesia pero, por supuesto, como lo había pensado, no tenía sentido porque las iglesias no se construyeron hasta después de su muerte. Parecía extraño pensar en Jesús en una sinagoga pero, después de todo, él había sido judío y un rabino, así que tenía todo el sentido.
Pero, ¿qué importancia tenía todo esto para la búsqueda de su padre? ¿Para encontrar el escudo? Cada vez más, sentía que todo estaba conectado, todos los siglos y las épocas y los lugares, toda la búsqueda por todos los monasterios e iglesias, todas las llaves, todos los cruces. Sintió que había un hilo conductor allí, justo delante de sus ojos. Sin embargo, aún no sabía qué era.
Era evidente que había algo sagrado, espiritual en lo que fuera que tenía que encontrar. Lo que también le pareció extraño porque, después de todo, éste era un mundo de vampiros. Pero, mientras lo pensaba, se dio cuenta de esta también era una guerra espiritual entre las fuerzas sobrenaturales del bien y el mal, los que querían proteger a la raza humana y los que querían perjudicarla. Y claramente, lo que fuera a encontrar tendría enormes consecuencias no sólo para la raza de los vampiros sino también para la raza humana.
La puerta estaba entreabierta y Caitlin se preguntó si sólo debían entrar.
"¿Hola?" Caitlin llamó.
Esperó unos segundos, su voz hizo eco. No hubo ninguna respuesta.
Ella miró a Caleb. Él asintió con la cabeza, también sentía que estaban en el lugar correcto. Ella levantó la mano, apoyó la palma de la mano sobre la antigua puerta de madera, y la empujó suavemente. La puerta crujió cuando se abrió, y los dos entraron al edificio que estaba a oscuras.
Hacía más frío en el interior protegido del sol, y le tomó a Caitlin un momento para que sus ojos se acostumbraran. Poco a poco, pudo ver con claridad y observar la habitación ante ella.
Era magnífica, muy diferente a todo lo que había visto antes. No era magnífica, como las demás iglesias en las que había estado; en realidad era un edificio humilde, construido de mármol y piedra caliza, adornado con columnas y tallas intrincadas en el techo. No había bancos, no había donde sentarse, era sólo un gran espacio abierto. En el otro extremo, había un altar sencillo pero en vez de una cruz encima, había una gran estrella de David. Detrás, había un pequeño armario de oro con imágenes de dos grandes volutas talladas en ella.
Sólo unas pocas pequeñas ventanas arqueadas se alineaban a lo largo de las paredes, y aunque la luz del sol entraba a raudales en algunos lugares, todavía estaba oscuro. Este lugar era muy silencioso, muy tranquilo. Caitlin oía sólo el estruendo lejano de las olas.
Caitlin y Caleb intercambiaron miradas y luego caminaron lentamente por el pasillo, hacia el altar. Mientras caminaban, sus pasos resonaban en el mármol, y Caitlin no pudo evitar tener la sensación de que los estaban observando.
Llegaron al final del pasillo y se pararon frente al gabinete de oro. Caitlin estudió los diagramas grabadas en el oro: eran tan detallados, tan intrincados, que le recordaba a la iglesia en Florencia, en el Duomo, sus puertas de oro. Parecía como si alguien hubiera pasado toda una vida tallándola. Además de las imágenes de las volutas, había letras hebreas a su alrededor. Caitlin se preguntó lo que había dentro.
"La Torá", dijo una voz.
Caitlin giró, sorprendida de escuchar otra voz. No entendía cómo alguien pudo haberse movido tan despacio arreglándoselas para que ella no pudiera detectarlo, y, sobre todo, leer su mente. Sólo una persona muy especial podría hacerlo. Ya sea un vampiro, o una persona santa, o ambos.
Un hombre que llevaba una túnica blanca, con la caperuza hacia atrás, con el pelo largo y castaño claro despeinado y barba caminaba hacia ellos. Tenía unos hermosos ojos azules y una cara compasiva iluminada con una sonrisa. Se veía atemporal, tal vez de unos 40 años, y se dirigía hacia ellos con una leve cojera, sostenía un bastón.
"Son los pergaminos del Antiguo Testamento. Los cinco libros de Moisés. Eso es lo que hay detrás de esas puertas de oro.”
Siguió acercándose hasta unos pocos metros de distancia, y se detuvo ante Caitlin y Caleb. Se quedó mirándola, y Caitlin pudo sentir la energía que salía de él. Era evidente de que no era una persona común y corriente.
"Yo soy Pablo", dijo, sin extender su mano, que descansaba sobre su bastón.
"Yo soy Caitlin, y él es mi marido, Caleb", respondió ella.
Él sonrió con gusto.
"Lo sé", respondió.
Caitlin se sintió como una tonta. Ese hombre, que era capaz de leer su mente tan fácilmente, sabía mucho más sobre ella que lo que sabía ella de él. Era una sensación extraña de que todas estas personas, en todos estos siglos y lugares, sabía acerca de ella y la habían estado esperando. La hacía sentir aun más que tenía un propósito, una misión. Pero también la frustraba porque no sabía lo que era, ni a dónde ir.
“Lo siento por haber entrado así", dijo Caleb. "Pero nos dijeron que Jesús oró en este lugar. Que estuvo aquí recientemente. ¿Es cierto?"
El hombre asintió lentamente con la cabeza, manteniendo los ojos fijos en Caitlin.
"Partieron a Jerusalén hace algún tiempo", dijo. "Si fueran de las personas que llegan para ser sanados, es demasiado tarde. Pero, de nuevo, sé que ustedes no han venido para eso. No. Tienen un propósito muy diferente, ¿no? ", les preguntó, sin dejar de mirar a Caitlin.
Caitlin asintió, sintiendo que ese hombre ya lo sabía todo. Y por primera vez en su vida, tuvo otro sentimiento: este hombre estaba cerca de su padre. Él sabía dónde estaba. La sensación le hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Nunca antes se había sentido tan cerca de él.