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CAPÍTULO OCHO

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Thorgrin sentía cómo se precipitaba al fondo del mar, la presión crecía en sus oídos mientras se hundía en el agua helada, sintiendo como si le clavaran un millón de puñales. Pero mientras se hundía más, sucedió la cosa más extraña: la luz no se volvía más oscura, sino más brillante. Mientras se sacudía, hundiéndose, arrastrado hacia abajo por el peso del mar, miró hacia abajo y se sorprendió al ver, en una nube de luz, a la última persona que esperaba ver aquí: su madre. Ella le sonrió, la luz era tan intensa que apenas podía ver su cara y ella extendió sus amorosos brazos hacia él mientras se hundía, dirigiéndose directamente a ella.

“Hijo mío”, dijo, su voz era totalmente clara a pesar del agua. “Estoy aquí contigo. Te quiero. Todavía no ha llegado tu hora. Sé fuerte. Has pasado una prueba, sin embargo van a venir muchas más. Enfréntate al mundo y no olvides nunca quién eres. Nunca lo olvides: tu poder no proviene de tus arma, sino de tu interior”.

Thorgrin abrió la boca para responder pero, al hacerlo, sintió cómo el agua lo envolvía, lo tragaba, lo ahogaba.

Thor despertó de golpe, miró a su alrededor, preguntándose dónde estaba. Sintió un áspero material en sus muñecas y se dio cuenta de que estaba atado, con las manos detrás de su espalda, a un palo de madera. Echó un vistazo a la lúgubre bodega, sintió el balanceo y enseguida supo que estaba en un barco. Lo sabía por la manera en que se movía su cuerpo, por las brechas de luz que entraban, por el olor decrépito de hombres atrapados bajo cubierta.

Thorgrin miró alrededor, poniéndose alerta de inmediato, sintiéndose débil e intentando recordar. Lo último que recordaba era aquella horrible tormenta, el naufragio, él y sus hombres cayendo del barco. Recordaba a Angel, recordaba agarrarse a ella con todas sus fuerzas y recordaba la espada en su cinturón, la Espada de los Muertos. ¿Cómo había sobrevivido?

Thor miraba a su alrededor, preguntaba cómo podía estar navegando en el mar, confundido, buscando desesperadamente a sus hermanos y a Angel. Se sintió aliviado al distinguir unas formas en la oscuridad y verlos a todos por allí cerca, atados con cuerdas a postes: Reece y Selese, Elden e Indra, Matus, O’Connor y, a pocos metros de ellos, Angel. Thor se sentía feliz al ver que todos ellos estaban vivos, aunque todos parecían estar agotados, machacados por la tormenta y por los piratas.

Thor oyó una risa escandalosa, discusiones, griterío proveniente de algún lugar por allá arriba y después lo que sonó como explosiones en sus oídos mientras los hombres se tiraban unos sobre otros en la hueca cubierta y recordó: los piratas. Aquellos mercenarios que intentaron hundirlo en el mar.

Reconocería aquel sonido en cualquier lugar, el sonido de individuos vulgares, aburridos en el mar, en busca de crueldad -se los había encontrado muchas veces antes. Se dio cuenta, al sacudirse su sueño, que ahora era su prisionero y luchó con las cuerdas, intentando liberarse.

Pero no pudo. Habían atado bien sus brazos, igual que sus tobillos. No iba a ir a ninguna parte.

Thorgrin cerró los ojos, intentando reunir el poder que llevaba dentro, el poder que él sabía que podía mover montañas si él lo elegía.

Pero no vino nada. Estaba demasiado agotado por la dura experiencia del naufragio, sus fuerzas todavía estaban demasiado bajas. Sabía por experiencia en el pasado que necesitaba tiempo para recuperarse. Tiempo que sabía que no tenía.

“¡Thorgrin!” dijo una voz aliviada, a través de la oscuridad. Era una voz que reconocía bien y, al echar un vistazo, vio a Reece, atado a pocos metros, mirándolo con alegría. “¡Vives!” añadió Reece.

“¡No sabíamos si lo lograrías!”

Thor se dio la vuelta y vio a O’Connor atado a su otro lado, igualmente contento.

“Rezaba por ti a cada minuto”, dijo una dulce y suave voz en la oscuridad.

Thor echó una ojeada y vio a Angel, con lágrimas de alegría en los ojos, y sintió lo mucho que se preocupaba por él.

“Le debes la vida, ¿sabes?” dijo Indra. “Cuando te lanzaron al agua, fue ella la que se tiró al agua y te trajo de vuelta. Si no hubiera sido por su valentía, ahora mismo no estarías aquí”.

Thor miró a Angel con un nuevo respeto y un nuevo sentimiento de gratitud y devoción.

“Pequeña, encontraré el modo de recompensarte”, le dijo.

“Ya lo has hecho”, dijo, y él pudo ver que realmente así lo creía.

“Recompénsala sacándonos a todos de aquí”, dijo Indra, luchando contra sus cuerdas, enojada.

“Aquellos piratas parásitos son lo más bajo que hay. Nos encontraron flotando en el mar y nos ataron mientras todavía estábamos inconscientes por la tormenta. Si se hubieran enfrentado a nosotros hombre a hombre, hubiera sido otra historia”.

“Son unos cobardes”, dijo Matus. “Como todos los piratas”.

“También nos quitaron nuestras armas”, añadió O’Connor.

El corazón de Thor dio un vuelco cuando, de repente, recordó sus armas, su armadura, la Espada de los Muertos.

“No te preocupes”, dijo Reece, al ver su cara. “Nuestras armas superaron la tormenta –la tuya incluida. Por lo menos, no está en el fondo del mar. Pero la tienen los piratas. ¿Ves allí, a través de los listones?”

Thor miró a través de los listones y vio, en la cubierta, todas sus armas, tendidas bajo el sol, los piratas reunidos a su alrededor. Vio el hacha de batalla de Elden y el arco dorado de O’Connor y la alabarda de Reece y el mayal de Matus y la lanza de Indra y el saco de arena de Selese – y su propia Espada de los Muertos. Vio a los piratas, con las manos en las caderas, mirando hacia abajo y examinándolas con regocijo.

“Nunca había visto una espada así”, dijo uno de ellos a otro.

Thor enrojeció de ira al ver cómo un pirata daba un golpe con el pie a la espada.

“Parece que fuera de un Rey”, dijo otro, dando un paso adelante.

“La encontré yo primero, es mía”, dijo el primero.

“Eso será por encima de mi cadáver”, dijo el otro.

Thor observaba cómo los hombres se abalanzaban el uno sobre el otro y después oyó un fuerte porrazo cuando ambos se desplomaron sobre cubierta, luchando, mientras los otros piratas formaban un círculo a su alrededor y los abucheaban. Iban rodando sobre el suelo de aquí para allá, dándose puñetazos y codazos, mientras los demás les animaban a hacerlo, entonces finalmente Thor vio que la sangre le salpicaba a través de los listones, vio cómo un pirata pisoteaba la cabeza del otro varias veces.

Los demás gritaban, deleitados con ello.

El pirata que ganó, un hombre sin camisa, con un torso nervudo y una larga cicatriz en el pecho, se levantó y, respirando profundamente, se dirigió hacia la Espada de los Muertos. Mientras Thor observaba, este alargó el brazo, la agarró y la levantó victorioso. Los demás gritaron.

Thor hervía la verlo. Esta escoria sujetando su espada, una espada digna de un Rey. Una espada por la que él había arriesgado su vida. Una espada que le habían dado a él, y a nadie más.

Entonces se oyó un grito repentino y Thor vio cómo la cara del pirata, de golpe, hacía un gesto de agonía. Gritó y lanzó la espada, parecía que estaba sujetando una serpiente y Thor vio cómo volaba por los aires e iba a parar a cubierta con un sonido metálico y un golpe seco.

“¡Me ha mordido!” exclamó el pirata a los demás. “¡Este bicho raro me ha mordido la mano! ¡Mirad!”

Extendió la mano para mostrar que le faltaba un dedo. Thor echó un vistazo a la espada, a través de los listones se veía la empuñadura y vio unos pequeños dientes afilados sobresaliendo de una de las caras que estaban allí grabadas y la sangre corriendo por ella.

Los otros piratas se giraron a mirarla.

“¡Es del demonio!” exclamó uno.

“¡Yo no la tocaré!” exclamó otro.

“Olvidaos de ella”, dijo uno, dándole la espalda. “Hay muchas más armas para escoger”.

“¿Y qué pasa con mi dedo?” grito el pirata con agonía.

Los otros piratas rieron, lo ignoraron y, a cambio, se concentraron en las otras armas, luchando todos ellos por el alijo.

Thor volvió a fijarse en su espada, ahora la veía allí, tan cerca de él, casi al alcance de la mano al otro lado de los listones. Una vez más intentó con todas sus fuerzas liberarse, pero la cuerda no cedía. Estaba bien atado.

“Si pudiéramos conseguir nuestras armas”, dijo Indra furiosa. “No puedo soportar ver sus grasientas manos encima de mi lanza”.

“Quizás yo pueda ayudar”, dijo Angel.

Thor y los demás la miraron incrédulos.

“A mí no me ataron como a vosotros”, explicó. “Mi lepra les asustó. Ataron mis manos, pero después lo dejaron. ¿Veis?”

Angel se puso de pie, mostrando que sus muñecas estaban atadas detrás de su espalda, pero sus pies estaban libres para caminar.

“De poco nos servirá”, dijo Indra. “Incluso así estás encerrada aquí abajo con todos nosotros”.

Angel negó con la cabeza.

“No lo entendéis”, dijo. “Soy más pequeña que todos vosotros. Mi cuerpo puede colarse entre estos listones”. Se dirigió a Thor. “Puedo llegar hasta tu espada”.

Él la miró, impresionado por su valor.

“Eres muy valiente”, dijo. “Te admiro por ello. Aún así, te pones en peligro. Si te cogen allá fuera, podrían matarte”.

“O peor”, añadió Selese.

Angel los miró de nuevo, orgullosa, insistente.

“Moriré de todas formas, Thorgrin”, respondió Angel. “Esto lo aprendí hace tiempo. Mi vida me lo enseñó. Mi enfermedad me lo enseñó. Morir no me importa; solo vivir es lo que importa. Y vivir libre, libre de las ataduras de los hombres”.

Thor la miró, inspirado, sorprendido de su sabiduría a una edad tan temprana. Ella ya sabía más sobre la vida que la mayoría de los grandes maestros que él había conocido.

Thor asintió con la cabeza solemnenmente. Podía ver el espíritu guerrero dentro de ella y no lo iba a refrenar.

“Ve entonces”, dijo. “Sé rápida y silenciosa. Si ves alguna señal de peligro, vuelve a nosotros. Tú eres más importante que aquella espada”.

Angel se alegró, estaba animada. Se dio la vuelta rápidamente y corrió a través de la bodega, andando torpemente con las manos detrás de su espalda, hasta llegar a los listones. Allí se arrodilló y miró hacia fuera, sudando, con los ojos abiertos como platos por el miedo.

Finalmente, viendo su oportunidad, Angel pasó la cabeza a través de un agujero que había en los listones, lo suficientemente ancho para que ella pasara. Se contoneó para poder pasar por él y se dio impulso hacia fuera con los pies.

Un instante después, desapareció de la celda y Thor vio que estaba de pie en cubierta.

Su corazón latía fuerte mientras rezaba por su seguridad, rezaba para que pudiera coger su espada y volver antes de que fuera demasiado tarde.

Angel, que estaba de pie, se puso de cuclillas y fue corriendo hacia la espada; la alcanzó con su pie descalzo, lo colocó en la empuñadura y lo deslizó.

La espada hizo un ruido fuerte al deslizarse por cubierta, hacia la bodega. Cuando estaba a tan solo unos centímetros de los listones, de repente, una voz cortó el aire.

“¡Pequeña asquerosa!” exclamó un pirata.

Thor vio que todos los piratas se giraban hacia ella y después echaban a correr tras ella.

Angel corrió, intentando volver, pero la cogieron antes de que pudiera conseguirlo. La agarraron y la alzaron en brazos y Thor vio cómo se dirigían hacia la barandilla, como si se prepararan para arrojarla al mar.

Angel consiguió levantar el talón con fuerza y, al impactar con él directo en medio de las piernas del pirata, se oyó un quejido. El pirata que la sujetaba gimió y la soltó y, sin dudarlo, Angel fue corriendo por la cubierta, llegó a la espada y le dio un puntapié.

Thor observó, emocionado, cómo la espada se colaba entre las grietas e iba a parar a la bodega, justo a sus pies, con un fuerte golpe.

Entonces se oyó un grito cuando uno de los piratas dio una bofetada a Angel. Los otros la alzaron y la llevaron de vuelta a la barandilla, preparados para tirarla al mar.

Thor, sudoroso, tenía más miedo por Angel que por él mismo, miró hacia su espada y sintió una intensa conexión con ella. Su conexión era muy fuerte. A Thor no le hacía falta usar sus poderes mágicos. Le hablaba, como si lo hiciera con un amigo, y sentía que le escuchaba.

“Ven a mí, amiga mía. Líberame de mis ataduras. Vamos a estar juntos de nuevo”.

La espada atendió su llamada. De repente, se levantó en el aire, flotando tras su espalda y cortó sus cuerdas.

Thor inmediatamente se dio la vuelta, agarró la empuñadura en el aire y bajó la espada, cortando las cuerdas de sus tobillos.

Entonces se puso de pie de un salto y cortó las cuerdas de todos los demás.

Thor se giró y se dirigió a los listones, levantó su bota y dio una patada a la puerta de madera. Hecha añicos, salió volando en pedazos mientras él salía disparado a la luz, libre, espada en mano y decidido a rescatar a Angel.

Thor corrió a toda velocidad por cubierta y fue directamente a los hombres que sostenían a Angel, que se retorcía en sus brazos, con miedo en los ojos mientras se acercaban a la barandilla.

“¡Soltadla”, exclamó Thor.

Thor corría hacia ella, derribando a los piratas que se acercaban a él por todos lados, rajándoles el pecho antes de que pudieran atacar – ninguno de ellos podía igualarse a él y a la Espada de los Muertos.

Se abrió camino en el grupo, de un golpe se sacó a los dos últimos del camino, después estiró el brazo y agarró por atrás la camisa del último pirata justo antes de que la tirara abajo. De un tirón lo trajo hacia él, tirando a Angel de vuelta por encima de la barandilla, le torció el brazo al pirata para que la soltara. Ella fue a parar segura a cubierta.

Entonces Thor agarró al hombre y lo lanzó por la borda. Cayó en picado en el mar helado, gritando.

Thor oyó pasos y, al darse la vuelta, vio docenas de piratas que se le echaban encima. Esta no era una barca pequeña sino un enorme barco profesional, tan grande como cualquier barco de guerra y albergaba, por lo menos, a cien piratas, todos ellos curtidos, acostumbrados a una vida de matar en el mar. Todos ellos atacaban, dando claramente la bienvenida a la lucha.

Los hermanos de la Legión de Thor empezaron a salir de la bodega, cada uno de ellos corriendo hacia delante para recuperar sus armas antes de que los piratas las pudieran alcanzar. Elden, de un saltó, evitó a un pirata que quería cortarle el cuello con un machete, entonces lo agarró y, de un cabezazo, le rompió la nariz al pirata. Le arrebató el machete de la mano y lo cortó por la mitad. A continuación, de un salto, fue a por su hacha de batalla.

Reese tomó su alabarda, O’Connor su arco, Indra su lanza, Matus su mayal y Selese su saco de arena, mientras Angel pasó rápidamente por delante de ellos y dio una patada en la espinilla a un pirata antes de que este lanzara un puñal a Thor. El pirata gritó y se agarró la pierna y el puñal salió volando por la borda.

Thor fue al ataque hacia delante y saltó hacia el grupo, dando una patada a un pirata en el pecho y rajando a otro, después dio la vuelta y rajó a otro en el brazo antes de que pudiera alcanzar a Reece con su machete. Otro atacó e hizo oscilar un garrote dirigido a su cabeza y Thor se agachó, mientras el garrote pasaba de largo zumbando. Se disponía a apuñalarlo, pero Reece dio un paso adelante y usó su alabarda para matarlo.

O’Connor soltó dos flechas que pasaron, como un zumbido, por delante de Thor y Thor se dio la vuelta y vio cómo dos piratas, que le atacaban por la espalda, caían muertos. Divisó un pirata que iba directo a Angel y Thor estaba a punto de alcanzarlo cuando O’Connor se adelantó y le clavó una flecha en la espalda.

Thor oyó pasos y, al girarse, vio a un pirata atacando a O’Connor por la espalda con un garrote. Thor embistió y, sintiendo cómo la Espada de los Muertos vibraba, partió el grueso garrote en dos y después apuñaló al pirata en el corazón antes de que pudiera alcanzarlo. Thor entonces dio la vuelta, pegó una patada a otro hombre en las costillas y, dirigido por la Espada de los Muertos, cortó la cabeza del hombre. Thor estaba maravillado. Era como si la espada tuviera un corazón latiente propio y deseara que Thor hiciera lo que ella quería que hiciera.

Mientras Thor daba cuchilladas con furia en todas direcciones, una docena de hombres se amontonó delante de él, que estaba cubierto de sangre hasta los codos cuando, de repente, un pirata saltó por detrás sobre su espalda. El mercenario alzó un puñal y lo dirigió hasta la parte de atrás del hombro de Thor y estaba demasiado cerca, y era demasiado tarde, para que Thor pudiera reaccionar.

Thor divisó, por el rabillo del ojo, un objeto que era lanzado en el aire hacia él y, de repente, notó que el hombre lo soltaba y caía sobre cubierta. Al darse la vuelta vio que Angel estaba allí y que acababa de tirar una piedra y entendió que había impactado a la perfección con la sien del hombre. El hombre se retorcía a los pies de Thor y Thor observó, sorprendido, cómo Angel daba un paso adelante, agarraba un anzuelo de cubierta y, levantándolo en alto, le atravesó el pecho al hombre. Era el mismo anzuelo que los piratas habían usado para atraparlos en su red en el mar. Thor se dio cuenta de que la justicia había cerrado el círculo.

Thor no tenía ni idea de que Angel tuviera aquello dentro de ella; vio la furia en sus ojos mientras estaba delante de él y se dio cuenta de que tenía el espíritu de un verdadero guerrero y era mucho más compleja de lo que él sabía.

Thor se giró y se lanzó a la lucha y él y sus hombres atacaron despiadadamente, todos ellos en bandada, como habían hecho en tantos lugares, eran una máquina de matar bien ajustada, vigilándose las espaldas los unos a los otros. Su lucha conjunta era perfecta, pues se conocían los ritmos los unos a los otros. Cuando Elden blandió su hacha de batalla, Indra arrojó su lanza, matando a todos aquellos que él no pudo alcanzar. Matus blandió su mayal, matando a dos piratas a la vez, mientras Reece usaba su larga alabarda para matar a tres piratas antes de que pudieran alcanzar a Selese. Y Selese, a su vez, esparció el polvo de su saco sobre sus heridas, sanando todas sus heridas sobre la marcha y manteniéndolos fuertes.

Lentamente, la corriente cambió, mientras iban derribando a un hombre tras otro. El montón de hombres era alto y pronto solo quedaron una docena de ellos.

Con los ojos abiertos como platos, los doce piratas que quedaban, viendo que no podían ganar, dejaron caer sus puñales, machetes y hachas y levantaron las manos, aterrados.

“¡No nos matéis!”exclamó uno, temblando. “¡No era nuestra intención! ¡Solo seguíamos la corriente a los demás!”

“Estoy seguro de que no era así”, dijo Elden.

“No os preocupéis”, dijo Thor, “no os vamos a matar”.

Thor enfundó su espada, dio un paso adelante, agarró al pirata, lo levantó por encima de su cabeza y arrojó por la borda hacia el mar.

“Los peces lo harán por nosotros”.

Los otros se le unieron, llevando a los pocos que quedaban por la borda con sus armas, hacia el mar, y Thor observó cómo el mar pronto se volvía rojo, los tiburones formaron un círculo y ahogaron los gritos de los piratas.

Thor se giró hacia los demás, que lo estaban mirando. En sus ojos podía ver que estaban pensando lo mismo que él: la victoria, la dulce victoria, era suya.

Un Sueño de Mortales

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