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CAPÍTULO CINCO

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Merk entró en la Torre de Ur, atravesando las grandes puertas doradas que nunca pensó llegaría a pasar, con una luz interior tan brillante que casi lo cegó. Levantó una mano para cubrirse los ojos y, al hacerlo, se sorprendió al ver lo que tenía enfrente.

Ahí, de pie frente a él, estaba un verdadero Observador, con penetrantes ojos amarillos que miraban directamente hacia Merk, los mismos ojos que lo habían perturbado por la rendija de la puerta. Llevaba una túnica holgada amarilla, escondiendo sus brazos y piernas y sólo mostrando un poco de piel pálida. Era sorprendentemente bajo, de mandíbula larga y mejillas hundidas y, mientras lo miraba, Merk se sintió incómodo. Salía luz del pequeño bastón dorado que sostenía frente a él.

El Observador lo estudió en silencio, y Merk sintió una brisa mientras las puertas se cerraban repentinamente atrapándolo en la torre. Hubo un sonido que hizo eco en las paredes y él involuntariamente se estremeció. Se dio cuenta de lo inquieto que estaba al no haber dormido todos estos días, de noches con sueños perturbadores, por su propia obsesión de entrar aquí. Ahora al estar adentro, sintió una extraña sensación de pertenencia, como si finalmente hubiera entrado a su nueva casa.

Merk esperaba que el Observador le diera la bienvenida y le explicara en dónde estaba. Pero en vez de eso, se volteó sin una palabra y se alejó caminando, dejando a Merk solo y confundido. No sabía si debería seguirlo.

El Observador llegó a una escalera de marfil en espiral del otro lado de la cámara y, para la sorpresa de Merk, fue no hacia arriba, sino hacia abajo. Bajó rápidamente y desapareció de la vista.

Merk se quedó de pie en silencio sin saber qué es lo que debería hacer.

“¿Debo seguirte?” gritó finalmente.

La voz de Merk retumbó e hizo eco en las paredes como si se burlara de él mismo.

Merk miró a su alrededor examinando el interior de la torre. Miró las brillantes paredes hechas de oro sólido; miró el suelo hecho de un antiguo mármol negro veteado de oro. El lugar era tenue, alumbrado sólo por el misterioso resplandor que salía de las paredes. Levantó la vista y vio la antigua escalera tallada en marfil; se acercó a ella y, examinando la cima, vio una cúpula dorada a unos cien pies de altura por la que se filtraba la luz solar. Vio los niveles arriba, todos los diferentes pisos, y se preguntó que había ahí arriba.

Miró hacia abajo con aún más curiosidad y vio que los escalones llevaban a pisos subterráneos hacia donde el Observador había ido y se quedó confundido. Las hermosas escaleras de marfil que parecían una obra de arte giraban misteriosamente en ambas direcciones, como si subieran hacia el cielo y descendieran hasta los niveles más profundos del infierno. Merk se preguntó, más que nada, si la legendaria Espada de Fuego, la espada que cuidaba de todo Escalon, estaba dentro de estas paredes. Se sintió emocionado al sólo pensarlo. ¿En dónde podría estar? ¿Hacia arriba o hacia abajo? ¿Qué otras reliquias y tesoros estaban guardados aquí?

De repente, una puerta oculta se abrió en una de las paredes laterales y Merk se dio la vuelta para ver salir a un guerrero de rostro severo, un hombre del tamaño de Merk portando una cota de malla, de piel pálida por muchos años de no ver la luz solar. Caminó hacia Merk, un humano con una espada en la cintura que tenía una prominente insignia, el mismo símbolo que Merk había visto tallado en los muros exteriores de la torre: una escalera de marfil elevándose al cielo.

“Sólo los Observadores pueden descender,” dijo el hombre con voz áspera y oscura. “Y tú, mi amigo, no eres un Observador. Por lo menos todavía no.”

El hombre se detuvo frente a él y lo miró de arriba a abajo mientras ponía sus manos en la cintura.

“Bien,” continuó, “supongo que si te dejaron entrar debe haber una razón.”

Suspiró.

“Sígueme.”

Con eso, el abrupto guerrero se dio la vuelta y subió por la escalera. El corazón de Merk se aceleraba mientras trataba de alcanzarlo, con su cabeza llena de preguntas y el misterio de este lugar creciendo con cada paso.

“Haz tu trabajo y hazlo bien,” dijo el hombre dándole la espalda a Merk, con una voz oscura que retumbaba en las paredes, “y se te permitirá servir aquí. El vigilar la torre es el puesto más alto que Escalon puede ofrecer. Debes ser más que un simple guerrero.”

Se detuvieron en el siguiente nivel y el hombre miró a Merk a los ojos como detectando una verdad profunda sobre él. Merk se sintió incómodo.

“Todos tenemos pasados oscuros,” dijo el hombre. “Eso es lo que nos trajo aquí. ¿Qué virtud se esconde en tu oscuridad? ¿Estás listo para nacer de nuevo?”

Pausó y Merk se quedó de pie tratando de comprender sus palabras, inseguro de cómo responder.

“Aquí es difícil ganarse el respeto,” continuó. “Cada uno de nosotros somos lo mejor que Escalon tiene para ofrecer. Gánatelo y puede que un día seas aceptado en nuestra hermandad. Si no, se te pedirá que te vayas. Recuerda: esas puertas que se abrieron para dejarte entrar pueden de igual manera hacerte salir.”

El corazón de Merk se desplomó al pensarlo.

“¿Cómo puedo servir?” Preguntó Merk sintiendo el sentido de propósito que siempre había deseado tener.

El guerrero se detuvo por un largo rato y finalmente se dio vuelta y continuó subiendo. Mientras Merk lo veía avanzar, empezó a darse cuenta de que había muchas cosas prohibidas en esta torre, muchos secretos que tal vez no llegaría a conocer.

Merk intentó seguirlo pero de repente una gruesa mano lo golpeó en el pecho deteniéndolo. Volteó y miró a otro guerrero que aparecía saliendo de otra puerta secreta mientras el primer guerrero continuaba y desaparecía en los niveles superiores. El nuevo guerrero era mucho más alto que Merk y portaba la misma cota de malla dorada.

“Servirás en este nivel,” dijo con voz ronca, “con el resto de ellos. Yo soy tu comandante: Vicor.”

Su nuevo comandante, un hombre delgado de rostro duro como la piedra, parecía alguien a quien no molestar. Vicor señaló a una puerta abierta en la pared y Merk entró cuidadosamente, preguntándose qué era este lugar mientras pasaba por pasillos de piedra. Caminaron en silencio pasando por arcos tallados en puertas de piedra y el salón se extendió en una amplia habitación con un alto techo cónico, pisos y paredes de piedra, e iluminado por luz solar que se filtraba por ventanas angostas cónicas. Merk se sorprendió al ver docenas de rostros que lo miraban, rostros de guerreros, algunos delgados y otros musculosos, todos con ojos duros y constantes, todos alerta con un sentido de propósito. Estaban esparcidos en todo el cuarto cada uno frente a una ventana, y todos, portando la cota de malla dorada, se voltearon y miraron al extraño que entraba en la habitación.

Merk se sintió cohibido y les devolvió la mirada en un silencio incómodo.

Junto a él, Vicor se aclaró la garganta.

“Los hermanos no confían en ti,” le dijo a Merk. “Puede que nunca lo hagan. Y tal vez tú nunca confíes en ellos. Aquí el respeto no se regala y no hay segundas oportunidades.”

“¿Qué es lo que debo hacer?” Preguntó Merk desconcertado.

“Lo mismo que estos hombres,” Vicor respondió ásperamente. “Observarás.”

Merk examinó la habitación y, del otro lado, quizá a unos cincuenta pies de distancia, vio una ventana abierta en la que no había ningún guerrero. Vicor caminó despacio hacia ella y Merk lo siguió, pasando por los guerreros que lo observaban antes de volverse a sus ventanas. Era un sentimiento extraño el estar entre estos hombres sin ser uno de ellos. Aún no. Merk siempre había peleado solo, y no sabía lo que era el pertenecer a un grupo.

Al pasar y examinarlos, sintió que todos eran, al igual que él, hombres rotos, hombres sin otro lugar al cuál ir y sin ningún otro propósito en la vida, hombres que había hecho de esta torre de piedra su hogar, hombres como él.

Al acercarse a su estación, Merk notó que el último hombre al que pasó era diferente a los demás. Parecía ser un muchacho de unos dieciocho, con la piel más suave y lisa que Merk jamás había visto, y con largo y fino cabello rubio que bajaba hasta su cintura. Era más delgado que los demás, con muy poco músculo, y parecía como que nunca había estado en batalla. Pero aun así aparentaba orgullo, y Merk se sorprendió al ver que le regresaba la mirada con los mismos ojos amarillos y feroces del Observador. El muchacho parecía muy frágil para estar aquí, muy sensible; pero al mismo tiempo algo en su mirada puso a Merk en guardia.

“No subestimes a Kyle,” dijo Vicor mientras Kyle volvía a voltear hacia su ventana. “Es el más fuerte de nosotros y el único verdadero Observador aquí. Lo enviaron aquí para protegernos.”

Merk apenas si podía creerlo.

Merk llegó hasta su puesto y se sentó junto a la alta ventana mirando hacia afuera. Había una orilla de piedra en la cual sentarse, y al acercarse a mirar por la ventana, se vio recompensado por una magnífica vista del paisaje. Vio la península estéril de Ur, la cima de los árboles del bosque distante y, más allá, el océano y el cielo. Sintió como si pudiera ver todo Escalon desde aquí.

“¿Eso es todo?” Preguntó Merk sorprendido. “¿Sólo me siento aquí a observar?”

Vicor sonrió.

“Tus deberes aún no han empezado.”

Merk frunció el ceño decepcionado.

“No he venido hasta aquí para sentarme en una torre,” dijo Merk mientras otros volteaban. “¿Cómo voy a defender desde aquí arriba? ¿No puedo patrullar en la planta baja?”

Vicor sonrió.

“Puedes ver más desde aquí arriba que desde abajo,” respondió.

“¿Y si veo algo?” preguntó Merk.

“Suena la campana,” dijo.

Señaló con la cabeza y Merk vio una ventana instalada junto a la ventana.

“Ha habido muchos ataques contra nuestra torre al paso de los siglos,” Vicor continuó. “Todos han fallado gracias a nosotros. Somos los Observadores, la última línea de defensa. Todo Escalon nos necesita y hay muchas maneras de defender una torre.”

Merk lo observó irse y, mientras se acomodaba en su estación en silencio, se preguntaba: ¿qué era en lo que se había metido?

El Peso del Honor

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