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Vomitada por la Ballena en el Superdome1
La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia». Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor.
– JONÁS 1:1-3
Cuando la denominación luterana de la que formamos parte me invitó a hablar frente a 30.000 adolescentes y adultos en su Encuentro Nacional de Jóvenes de 2012 en Nueva Orleans, dije que no, que gracias. Nunca he visto a los adolescentes como mi público, y estoy muy segura de que los adolescentes tampoco van a creer que yo sea genial. Las personas de mediana edad se imaginan que los adolescentes piensan que soy genial, pero eso es diferente. Sí, la verdad es que ni luzco ni me comporto como la mayoría de las mujeres respetables de cuarenta y cinco años, aunque es probable que parezca cool, pero solo a las personas mayores que yo. Lo sé, y por eso dije que no, que gracias. Dos veces.
Además, no tengo un “corazón para los jóvenes”. Algunas personas, como mi esposo y mi amiga Kristen, aman a los niños. Pero yo simplemente preferiría no pasar el tiempo con adolescentes (aparte de los míos, a quienes adoro y me hacen reír y que son increíbles), y preferiría no estar frente a decenas de miles de ellos. Si yo fuera Jonás, los eventos juveniles serían mi Nínive. Quiero ser conferencista sólo en Tarsis.
Los organizadores del congreso juvenil me respondieron por correo electrónico: “Oh, no, Nadia, nunca tenemos a personas del ministerio juvenil como oradores en el escenario principal de estos eventos. Hemos tenido a figuras del deporte, a héroes de CNN, a Desmond Tutu…” Lo que me hizo pensar, ¿Desmond Tutu? Oh, sí, siempre sigo líneas justo como las de ese tipo, pero en cambio respondí: “Me están convenciendo exactamente de que no soy la persona adecuada”.
Volvieron con un: “Bueno, en realidad lo que queremos es que la primera noche de la reunión comience con una buena dosis de vieja teología luterana. Rara vez tenemos luteranos reales en el escenario principal, y queremos que los chicos comiencen este evento viendo una imagen diferente de cómo luce un luterano, y con un fuerte mensaje de gracia”.
Lo inevitable. La Oficina de Turismo de Nínive estaba ganando. Dije que sí.
Unos meses después de aceptar la invitación, descubrí que no todos me querían allí. Tampoco estaban tan contentos que Andrena Ingram, una pastora luterana afroamericana que es portadora del VIH y una adicta en recuperación, hubiera sido invitada a hablar. Aparentemente, miles de padres habían sido advertidos de que sus hijos estarían expuestos a ideas peligrosas de mujeres escandalosas si los organizadores no retiraban las invitaciones que nos habían hecho. Por supuesto, si nadie se hubiera expuesto a las ideas peligrosas de mujeres escandalosas, el cristianismo en sí mismo no habría tenido su comienzo tan peculiar ni su gloriosa historia, pero… whatever (como sea), como suelen decir los adolescentes.
Aunque sentí que los jóvenes de la iglesia luterana estaban bastante protegidos al cuidado de las pastoras Ingram y Bolz-Weber, esta reacción no disipó propiamente mis dudas acerca de hablar en un evento juvenil nacional. Al principio me enojé. Mientras trataba de escribir mi charla, me distraje pensando en la forma en la que podría insertar algún tipo de comentario pasivo-agresivo sobre cuán ridículas son algunas personas por pensar que mi pasado y mi estilo personal son, de alguna manera, peligrosos para la juventud de hoy. Ya me habían pedido que no dijera malas palabras delante de los chicos, como si estos adolescentes nunca hubieran escuchado antes la palabra mierda y fueran a quedar marcados de manera irreparable si se enteraran de que una pastora, en un evento juvenil, las dice. Pero, ya saben cómo son esas cosas. Así que, relajémonos.
La noche antes de salir para Nueva Orleans me senté en la sala de mi casa con mi esposo, Matthew, un pastor que tiene mucha experiencia en el trabajo con jóvenes; mi joven hijo, Judah; y Harper, mi hija adolescente. Puesto que necesitaba ganar un poco más de confianza les pregunté si tenían algún comentario que hacerme sobre cómo planeaba introducir mi charla.
Recité las líneas iniciales: “Algunas personas no creen que yo parezca ser muy luterana por los tatuajes, pero luego les muestro que tengo todo el año litúrgico grabado en mi brazo izquierdo, desde Adviento hasta Pentecostés. Es como, hey. . . ¡qué más luterano que eso!”
Todos me miraron en silencio hasta que supe que solo el perro de la familia estaba de mi lado.
“Los adolescentes no creen que eso sea gracioso”, dijo Matthew, “y es posible que ni siquiera sepan de qué estás hablando”.
A lo que nuestra hija agregó: “Sí, eso es un poco tonto”. (De acuerdo, tal vez no adoro tanto a mis propios adolescentes).
Fruncí el ceño, agarré la correa del perro y me dirigí a la puerta para sacarlo a caminar, pero en realidad lo que buscaba principalmente era aclarar mi mente y llamar a amigos que sabían mucho más que mi esposo y que mis hijos y que podían decirme que mi discurso era asombroso. Mientras caminaba por mi vecindario en Denver y saludaba con la cabeza a los otros transeúntes, seguía pensando, apuesto a que la mujer que está allí saliendo de su bungalow de los años treinta con su schnauzer no está a punto de hacer el ridículo, mañana, delante de decenas de miles de adolescentes luteranos.
Tan pronto como pude domesticar mi autocompasión, llamé a mi amiga Kristen y le di un repaso de mi charla. Ella había estado en el ministerio juvenil por más de una década y fue lo suficientemente amable como para atender mi llamada de pánico. Seguramente ella podría reforzar mi confianza debilitada.
“Parece como si estuvieras hablándole a sus padres. Mira, esto es lo que más bien podrías tener en cuenta”, y puso ante mí todo un bosquejo de mensaje, todo lo cual era sólido, nada de lo cual era algo que yo diría. Casi que entré en pánico; prácticamente troté con el perro y llamé a mi amiga Shane, que ya había hablado antes en estas reuniones de jóvenes a gran escala y, como yo, no era una “persona del ministerio juvenil”.
“Ay, cariño, debes estar asustada. Los adolescentes son un auditorio áspero”.
Antes de acostarme esa noche, recuerdo haber pensado dos cosas: (1) Me va a tocar tragármelo con tenedor y todo delante de 35.000 mil personas. (2) Necesito mejores amigos. Me quedé despierta anticipando el sonido ensordecedor de la multitud que no se reía de mis ocurrencias de apertura. Pasé la mayor parte de esa noche imaginando maneras de perder mi vuelo, enfermarme o sufrir una crisis nerviosa.
Cuando me subí al avión temprano, la mañana siguiente, estaba soñolienta, me sentía aterrorizada y sentía como si estuviera a punto de dar una charla en un país extranjero sin la ayuda de un intérprete. Fue entonces cuando Chloe se sentó a mi lado. La delegada diplomática de Nínive.
Mi propia ansiedad por la conferencia para jóvenes me consumía demasiado y, además, estaba la molestia de tener que sentarme en el asiento del medio como para darme cuenta de la adolescente que venía por el pasillo, con un flequillo rosa teñido colgandole en la cara como visera protectora que invitaba, tanto como repelía, la atención. Disculpándose, se escurrió hasta acomodarse en el asiento de la ventana a mi lado y sacó una mochila negra desgastada de la que tomó un cómic de Anime y su cuaderno de dibujo. Sus hombros se encogieron hacia adentro y hacia abajo como si intentara ocultar lo que su flequillo rosa no pudo. Tímidamente, y sin hacer contacto visual, echó un vistazo a mis brazos desnudos y dijo: “Bonitos tatuajes”.
“¡Oh gracias! Me gustan. Menos mal porque, ya sabes, los tendré por un buen tiempo”.
Ella sonrió. Eso creo. Era difícil darme cuenta.
Ahí sentadas, regresamos cada cual a su silencio mientras el avión se llenaba de viajeros, muchos de los cuales también se dirigían a nuestra conferencia en Nueva Orleans. (Me podía dar cuenta porque llevaban camisetas de varias congregaciones luteranas, como si estuvieran uniformados, agrupados por colores cual pandillas que una ve en la región del medio oeste).
“Dime, ¿qué estás dibujando?” le pregunté. Ella dijo que era Manga (figuras animadas de estilo japonés) pero que también le gusta dibujar personajes de fantasía. Le dije que mi hija, Harper, hace lo mismo. “Cuéntele sobre este sitio web donde ella puede subir su arte”, me animó Chloe. Todo esto sucedió antes del despegue, así que le envié a Harper la URL que Chloe me dio y ella me respondió: “Sí, mamá, ya lo sé”. (¿Si ven? No acierto ni una).
Chloe siguió dibujando y echando vistazos con disimulo para mirar mis tatuajes de nuevo. “¿Le dolieron?” preguntó, justo cuando yo me daba cuenta de las líneas finas y brillantes en sus brazos. No tanto como eso, me dije a mí misma.
“No tanto” dije, “pero el que está en la parte superior de mi pie. . . ¡y uno grande en mi espalda, santísima mierda, eso sí hizo daño!” Ella sonrió.
“Quiero uno, pero no tengo el dinero” dijo, todavía sin mirarme.
“Algún día lo harás, y tal vez para entonces ya serás lo suficientemente mayor como para no hacerte algo tan estúpido como yo cuando tenía tu edad. ¿Qué te harías si tuvieras el dinero?”
Así se inició una larga conversación, y cuando estábamos a medio camino hacia Nueva Orleans ella ya me estaba contando de su vida sin saber quién era su padre, y la orden de restricción contra su hermana mayor que la había lastimado el año pasado. Chloe habló de lo estúpida que es su escuela y cómo la pusieron en clases de educación especial cuando en realidad es muy buena en matemáticas; ella solo piensa que los gráficos son bobos, por lo que se niega a trabajarlos en clase. Me di cuenta que ella era inteligente. Simplemente no encajaba en el sistema. Le dije que mi consejera en la secundaria era una perra completa que pensaba que yo debía ir a una escuela de comercio, y sin embargo, heme aquí, con título de posgrado y un par de libros publicados a mi nombre. ¡Ja! ¿Quién es el que ríe ahora, ah? ¡Ja! ¿Quién?
Una sonrisa se abrió camino en su rostro como una visitante no invitada, e inmediatamente Chloe empezó a lucir más ligera y más joven. Por un segundo, incluso, me miró a los ojos.
“Entonces,” pregunté finalmente, “¿vas camino al Encuentro Nacional de Jóvenes Luteranos?”
Ella me miró, aturdida. “Sí. . . un momento, ¿usted también va para allá?”
Sonreí y dije: “¡Ajá…! Resulta que soy pastora luterana y voy a hacer algo allá mañana en la noche”.
“¡No! ¿En serio?” se asombró ella, y me reí. Me dijo que solo hay un par de chicas en su grupo de jóvenes que incluso realmente le hablan y que no quería venir a este viaje. Ella no encaja en el grupo. Le dije que la entendía porque yo tampoco.
Nos quedamos en silencio, leí mi libro y ella trabajó en un dibujo, que me dio cuando aterrizamos. Era un dibujo Manga de mí.
Me abrazó en el pasillo del 737 y me agradeció por hablar con ella. Y le di las gracias por el dibujo.
A veces desarrollo una capa protectora tan gruesa que Dios no tiene más remedio que ser vergonzosamente impertinente. Así como ahora, enviarme a una chica herida, quebrantada, con cortes brillantes en su brazo, una chica con flequillo rosa protector, una chica que no encaja, una chica que a su manera me dijo: Hey, mira, Dios me dijo que te dijera algo: Supéralo; no eres tan central.
No hay manera de que ustedes pueden saber con quiénes están hablando si el lugar desde el que hablan es una plataforma en el Superdome. El público está tan lejos que realmente no se pueden ver las expresiones faciales ni escuchar su risa. Se siente como si estuvieras en la radio. Bueno, es como estar en la radio, pero bajo luces tan intensamente brillantes que empieza uno a preguntarse si en realidad no son luces para escena sino que son, de hecho, las de una nave extraterrestre a punto de raptarte. Uno simplemente empieza a hablar como un personaje de radio ciego que está a punto de ser secuestrado por extraterrestres, mientras finge estar hablando en una reunión de jóvenes y solo espera lo mejor.
Yo no podía hacerme ninguna idea de si lo que estaba diciendo (desde el escenario lejano, bajo, lo que yo sentía eran luces extraterrestres tamaño farolas de tractor) estaba llegando al auditorio, o si estaba “funcionando”. Pero sí sabía a quién le estaba hablando, porque justo antes de salir al escenario miré el pedazo de papel que estaba doblado en mi bolsillo trasero, el dibujo de Manga de mí misma. Cuando me paré frente a esas decenas de miles de adolescentes aterrorizantes, supe que solo le estaba hablando a la chica que no encajaba.
Así que conté mi historia: una niña que no encajaba, criada como cristiana fundamentalista, abandona la iglesia, entra en la adicción, se rehabilita, conoció a un buen chico luterano, se convirtió en luterana, se convirtió en pastora luterana, comenzó una iglesia.
“Algunos de sus padres y pastores estaban realmente molestos de que yo estuviera aquí esta noche, hablándoles” les dije. “Pensaron que a alguien con mi pasado no se le debería permitir hablar con miles de adolescentes. ¿Y sabes lo que tengo que decir al respecto?” Hice una pausa. “Ellos tienen toda la razón”.
Silencio. Respiré hondo y continué. “A alguien con mi pasado de alcoholismo y abuso de drogas y promiscuidad y mentira y robo, no se le debería permitir hablar con ustedes. ¿Pero saben qué? A alguien con mi presente, quien soy ahora, tampoco se le debería permitir. ¡Soy una persona sarcástica, con tatuajes por todos lados, una persona enojada con una lengua de camionero! Soy una persona con tantas fallas a quien no se le debería permitir hablar con ustedes. ¿Pero saben qué?” pregunté. “¡Ese es el Dios con el que estamos tratando!”
El público juvenil se enloqueció. Los chicos aplaudían, gritaban, zapateaban. Se chiflaron.
La verdad sea dicha. Yo estaba asombrada. Ni siquiera creía que estuvieran escuchando. Les tomó un buen tiempo detenerse, y luego continué. “Déjenme contarles algo acerca de este Dios”. Les dije que este es un Dios que siempre ha usado a personas imperfectas, que este es un Dios que caminó entre nosotros y que comió con todas las personas equivocadas y besó a los leprosos. Les dije que este es un Dios que se levantó de entre los muertos y armó un asado de pescado en la playa con sus amigos y luego ascendió al cielo y está especialmente presente en las cosas más ofensivas: el trigo, el vino, el agua, las palabras. Les dije que este Dios nunca ha tenido sentido.
“Y ustedes tampoco necesitan tenerlo, porque este Dios los usará, este Dios los usará a todos, y no solo a sus fortalezas, sino que se va a valer también de sus fracasos y fallas. Sus debilidades son un terreno fértil para que un Dios perdonador haga algo nuevo y haga algo hermoso, así que nunca piensen que todo lo que tienen para ofrecer son solamente sus dones. Es eso lo que significa ser un luterano”. Chloe, ¿sabes lo que eres? Eres una luterana. Como yo. Una vez más, regresó la locura.
Más tarde, cuando bajé de la plataforma y regresé al palco del Superdome para escuchar a la banda que tocaba la música de cierre, los muchachos se me abalanzaron. Una chica con una sudadera rosa dos tallas más grandes que la suya lloraba. “Tengo quince años, y tú y yo tenemos la misma historia, y creo que me salvaste la vida esta noche”. La abracé y le dije que era hermosa.
Después de abrazar a lo que sentí como si fuera aproximadamente la mitad de todos los muchachos que estaban allí esa noche, encontré a mi esposo, Matthew, y lo abracé. Él había viajado un par de horas antes para ofrecerle apoyo a su esposa loca que estaba preocupada por tener que hablarles a adolescentes. Condujimos bajo un aguacero torrencial de regreso a nuestro hotel y nos sentamos en la quietud de nuestra habitación, comiendo tranquilamente el bistec que pedí para calmar mi hambre rabiosa postadrenalina.
“¿Qué acaba de pasar?” Le pregunté a Matthew.
Sin siquiera levantar la vista de su plato, solo dijo: “Que puedes hablarles a los adolescentes”.
A pesar de mi deseo de disfrutar de las comodidades de Tarsis, una tierra de adultos que entienden mis bromas y (quizás, a lo mejor, tal vez) piensan que soy genial, fui escupida a las orillas de la Nínive adolescente, y limpiándome el vómito en el que la ballena me había arrojado, di el mensaje que Dios me había asignado y sobreviví. A veces, el hecho de que no haya nada en ustedes que los convierta en las personas adecuadas para hacer algo es exactamente lo que Dios está buscando.
Todavía recibo regularmente, de parte de esos chicos, correos electrónicos y tweets y mensajes y cartas escritas a mano. No soy yo quien determina que las matemáticas funcionen. Es que no hay manera de tomar alguna habilidad que yo pueda tener como oradora pública, adicionarle el trabajo que puse en esa charla (muy poco, en realidad) y hacer que la suma sea lo que sucedió. Sin embargo, poco a poco empiezo a comprender que cuando las matemáticas no funcionan, es porque estamos caminando en un lugar que está fuera de la lógica de la causa y del efecto. Algunas personas lo llaman Terreno Santo.
Nos acercamos peligrosamente a la vanidad espiritual egoísta cuando decimos: “Dios me usó para hacer algo”. Pero quizás lo contrario también es cierto. Nos halagamos de manera igualmente desmedida cuando afirmamos que no podemos hacer las cosas difíciles que Dios pone ante nosotros.
Sin material de alta calidad con el cual trabajar, Dios opta por hacerlo a través de nosotros para otros, y en nosotros a través de otros. Esas son algunas de las travesuras extrañamente reconfortantes y desconcertantes en las que quedamos atrapados: Dios obliga al pueblo de Dios a verse a sí mismo como Dios lo ve, a hacer cosas que sabe que es incapaz de hacer, para que Dios pueda usarlo y transformarlo en recipiente humilde y generoso dador de gracia, para que pueda ser parte del gran proyecto de Dios en la tierra, para que ese mismo pueblo pueda encontrar una alegría inesperada en situaciones sorprendentes.
Para que a pastores a bordo de aviones se les recuerde a través de chicas con flequillo rosa y cicatrices, que deben superarlo. No son tan centrales.
1. Coliseo cubierto con capacidad para 74.295 espectadores ubicado en Nueva Orleans, Louisiana. (Nota del traductor)