Читать книгу Del shtétl a la ciudad de los palacios - Natalia Gurvich Okón - Страница 10

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CUENTOS, NARRACIONES Y PARÁBOLAS DE NUESTRA TRADICIÓN ORAL Y ESCRITA

El hombre sabio oye una palabra y entiende dos.

Proverbio judío

La tradición oral, como todas aquellas expresiones culturales que se transmiten de generación en generación, tiene el propósito de difundir conocimientos y experiencias a las nuevas generaciones. Forma parte del patrimonio inmaterial de una comunidad y se manifiesta a través de diferentes expresiones habladas y escritas, como pueden ser los cantos populares, los cuentos, los mitos, las leyendas, la poesía o el lenguaje corporal.

La tradición oral tiene dos fundamentos principales: la identidad cultural, que es la manera en que se concibe una comunidad con respecto a otras, y la memoria colectiva, es decir, los acontecimientos que son parte de su historia, lo que la define ante otras comunidades. La memoria colectiva reafirma la identidad comunitaria, y es frecuente que las narraciones o expresiones orales se vayan modificando o deformando con el paso del tiempo.

Este primer capítulo se nutrió de la investigación de diversas fuentes escritas, de pláticas con miembros de la comunidad ashkenazi, inmigrantes o nacidos en México y que conocían en menor o mayor grado la lengua y el folklor; además, enteradas de este proyecto, otras personas aportaron diversos materiales, lo cual agradecemos infinitamente.

Entre los judíos de origen ashkenazi que inmigraron a México, se siguen contando anécdotas y cuentos transmitidos en forma oral y aún se usan expresiones o refranes en ídish. Sin embargo, esta particular riqueza del folklor judío está en riesgo de perderse. Las generaciones más jóvenes, formadas por los hijos o nietos de los migrantes, desconocen el ídish, sus relatos, su fuerza literaria.

Esperamos que esta pequeña recopilación sirva de motivación para profundizar en este fascinante universo de cultura y despierte curiosidad, reflexiones, interés, evoque recuerdos, permita una mayor comprensión y acercamiento a la cultura ashkenazi; o al menos nos conformamos con que lo disfruten.

Rabinos

Érase un artesano muy pobre que tenía mujer, 10 hijos y una suegra, todos viviendo bajo el mismo techo. Harto del ruido, el desorden y el hacinamiento, fue con el rabino y le pidió ayuda para resolver su problema.

Después de escuchar atentamente al artesano, el rabino le dijo:

−¿Tienes un chivo?

− ¡Claro que tengo un chivo!

−Pues mete el chivo a tu casa.

El hombre se quedó muy intrigado, pero volvió a su hogar y siguió el consejo del rabino. Una semana más tarde, el artesano volvió con el rabino. Se veía exhausto y desesperado.

−¡Ya no puedo más! −exclamó−. Además de que los niños hacen ruido, lloran y tiran cosas, el chivo se come todo y destruye cuanto encuentra a su paso.

−Entonces vete a tu casa y saca al chivo −le dijo el rabino.

Al día siguiente, el artesano fue a darle las gracias al rabino, y le dijo:

−Ahora sí, sin el chivo, mi casa se siente ordenada y tranquila.

§

Un día le avisaron al rabino de un shtétl que había muerto prematuramente Bóruj, un yeshive bójer (estudiante de la escuela rabínica).

−¿De qué murió? −preguntó el rabino.

−De hambre.

−No puede ser. Ningún judío puede morirse de hambre −repuso el rabino−. Si hubiera venido a verme, yo lo habría ayudado.

−Es que Bóruj se avergonzaba de su lamentable situación.

−En ese caso, Bóruj no murió de hambre, murió de orgullo.

§

Un día se presentó ante el rabino un matrimonio para tratar de dirimir sus problemas. El rabino habló primero con el marido y al escuchar sus quejas, le dijo:

−¡Tiene razón!

Después habló con la esposa, quien contó su versión. Tras escucharla cuidadosamente, el rabino le dijo:

−¡Tiene razón!

Mientras tanto, la esposa del rabino había estado escuchando todo detrás de la puerta. En cuanto se fue la pareja, ella le comentó a su marido:

−No te entiendo. Viene el esposo y le das la razón; viene la mujer y le das la razón. No se puede dar la razón a los dos.

El rabino la miró fijamente unos momentos y luego le dijo:

−¿Sabes qué? ¡Tú también tienes razón!

§

El rabino de una pequeña ciudad polaca envió a su hijo de incógnito para que averiguara la opinión que de él tenían los feligreses. El joven deambuló por calles, tiendas y mercados, en donde escuchó algunos comentarios muy favorables y otros muy negativos sobre la labor de su padre. De regreso a casa, preocupado, relató al rabino los comentarios negativos. El religioso lo tranquilizó diciéndole:

−No te aflijas, hijo, no es relevante si hablan bien o mal, lo verdaderamente importante es que lo hagan; me preocuparía si no opinaran, pues querría decir que no estoy haciendo bien mi trabajo.

§

Un fabricante de jabones fue a la casa del rabino para informarle:

−He pensado en dejar la religión.

−¿Por qué? −preguntó el rabino.

−Se supone que la religión predica la paz, la justicia, la caridad, la humildad y el amor al prójimo, pero yo no veo que nada de esto se lleve a la práctica.

El rabino le propuso al fabricante salir a dar una vuelta para discutirlo.

Mientras paseaban, se encontraron con un grupo de niños sucios y andrajosos. Entonces el rabino comentó:

−Cuando vemos a estos muchachos tan sucios, ¿podríamos concluir que el jabón no es eficaz?

−¿Cómo quiere que estén limpios si no usan jabón? −dijo el fabricante.

Y el rabino repuso:

−Lo mismo sucede con la religión. ¿Cómo pueden obtener buenos resultados si no practican los preceptos?

§

Un rabino joven se percató de que uno de los feligreses que solía ir al templo con regularidad había dejado de asistir. Preguntando entre sus conocidos, se enteró de que recientemente se había alejado también de ellos. El rabino decidió ir a visitar a aquel hombre para preguntarle la razón de su distanciamiento. Cuando llegó a su casa, lo encontró frente a la chimenea, mirando el fuego. El hombre saludó y le trajo una silla al rabino, quien se sentó a contemplar el fuego sin decir nada. Después de un rato tomó la tenaza y separó un leño que ardía. Poco a poco el leño separado empezó a apagarse. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Al cabo de unas horas, el rabino se levantó para irse. El anfitrión extendió la mano amistosamente y le dijo:

−Gracias, rabino, por su mensaje. Lo comprendí bien, nos vemos en el shul (sinagoga, templo) el próximo Shabes.

§

Una viuda pobre fue a casa del rabino muy preocupada a pedirle consejo. Resulta que ese día iba a casar a su hija, pero no tenía candelabros para poner en la mesa de la boda, como era la costumbre.

−No te preocupes −contestó el rabino−, toma mis candelabros prestados para la ocasión.

Aquella noche, la rébetzn (esposa del rabino) llegó a casa, y al ver que faltaban sus candelabros, hizo un escándalo porque creyó que se los habían robado.

−Calma, mujer −le dijo el rabino−. Nadie te robó nada. Los candelabros sólo fueron a iluminar un poco nuestro camino al Óilom Haboh (mundo venidero).

§

El rebe jasídico Zusha, de Hanipol, solía visitar la ciudad de Berdichev y siempre se hospedaba en casa del melámed (maestro de la escuela), sin que los dignatarios de la comunidad le hicieran mucho caso. En una ocasión se sintió cansado de caminar y uno de sus discípulos le prestó un magnífico carruaje tirado por hermosos caballos. En cuanto llegó a la sinagoga, los jefes de la comunidad corrieron para invitarlo a que se hospedara con ellos. El rebe se negó:

−He venido muchas veces a Berdichev, pero ésta es la primera invitación con la que se me honra. Supongo que se debe a que siempre llegaba a pie y, ahora, a que llego en un elegante carruaje. Como de costumbre, me quedaré en casa del melámed, pero les agradeceré que den hospedaje a los caballos, pues es a ellos a quienes ustedes otorgan el honor.

§

Un alumno le preguntó al rebe:

−¿Qué es eso de la teoría de la relatividad? ¿Es tan difícil de estudiar como la Toire?

−No, hijito −le contestó el profesor−. Es muy sencillo de entender: si yo pongo mi dedo en tu boca, ambos tenemos un dedo en la boca: tú tienes un dedo en la boca y yo tengo un dedo en la boca. Eso es la relatividad.

§

Se acercaba Péisaj y un ama de casa se sentía agobiada por todo el trabajo que tenía que hacer previo a la celebración. Simplemente no sabía por dónde empezar: si limpiar la casa, sacar el jómetz, cocinar, preparar la ropa del marido y los hijos... Desesperada, fue a buscar al rabino para que la ayudara a decidir con qué labor iniciar sus preparativos. El religioso tranquilizó a la mujer diciéndole:

−No te angusties, habrá tiempo para todo. Vuelve a casa y cuando llegues comienza por lo primero que veas y se te ocurra.

Más calmada, regresó la señora y al abrir la puerta de su pequeño patio vio al ganso. Acto seguido lo atrapó y se sentó a desplumarlo para rellenar cojines.

§

En cierta ocasión, un comerciante resentido y envidioso propagó un chisme sobre otro mercader. Al darse cuenta de la magnitud del daño que había causado, se arrepintió y pidió consejo al rabino sobre cómo poner fin a la malintencionada habladuría. El estudioso le preguntó:

−¿Tienes un cojín de plumas?

−Sí.

−Pues vete a tu casa, saca el cojín a la calle, ábrelo y esparce las plumas al viento.

Una vez hecho lo anterior, el hombre regresó con el rabino:

−Ya seguí su consejo. ¿Ahora qué hago?

−Ve, recoge las plumas y vuelve a llenar el cojín −le recomendó el religioso.

−¡Pero eso es imposible! −replicó el negociante.

−Lo mismo sucede con los chismes que diseminaste −concluyó el rabino.

§

El rebe Zusha de Hanipol solía decir:

−Cuando tenga que despedirme de este mundo y llegue a la Corte Celestial, no me preocupa que me pregunten por qué no fui justo como Abraham Avinu o Moshé, ya que yo no soy Abraham ni Moshé y Dios no espera que sea como ellos. Pero me preocupa que me pregunten:

−Zusha, ¿por qué no fuiste como Zusha? ¿Por qué no alcanzaste tu máximo potencial?

§

El rabino de una pequeña ciudad envió a sus dos hijos, cada uno por separado, a ver la metrópoli para saber su opinión. Uno de ellos regresó y comentó:

−No entendí por qué me mandaste a un lugar lleno de malvivientes, gente mala, con calles peligrosas y sucias.

En cambio, el otro muchacho regresó feliz.

−Gracias, padre −dijo−, por darme la oportunidad de visitar esa gran urbe llena de cultura, yeshives (centro de estudios de la Toire y del Talmud), parques y cosas hermosas.

§

El rabino Bunam solía contar la historia del rabino Eisik, hijo del rabino Yekel, en Cracovia, a los jóvenes que acudían por primera vez a él. La historia es la siguiente:

Después de muchos años de una gran pobreza, que nunca socavaron su fe en Dios, el rabino Eisik soñó que alguien le ordenaba buscar un tesoro oculto bajo el puente que conduce al Palacio Real de Praga. Cuando el sueño se repitió por tercera vez, viajó hacia esa ciudad, pero el puente estaba custodiado día y noche y no se atrevió a empezar a cavar. No obstante, siguió yendo al puente cada mañana y allí se quedaba merodeando hasta el anochecer. Finalmente, el capitán de la guardia, que lo había estado observando, le preguntó cortésmente si estaba buscando algo o esperaba a alguien. El rabino Eisik le contó el sueño que lo había hecho venir desde un país tan lejano. El capitán sonrió.

−¡Y para satisfacer el sueño gastaste tus zapatos viniendo aquí! −dijo−. Te compadezco. Por lo que respecta a creer en los sueños, si yo creyera en ellos ¡habría tenido que ir a Cracovia y buscar un tesoro oculto bajo un hornillo en la habitación de un judío, Eisik, hijo de Yekel! Eso fue lo que me reveló el sueño. ¡Imagínate lo que hubiera sido: allí la mitad de los judíos se llaman Eisik y la otra mitad Yekel!

Y se rio de nuevo.

El rabino Eisik se despidió, volvió a casa, y efectivamente encontró el tesoro debajo de su hornillo y construyó la casa de oración conocida como la sinagoga del rabino Eisik. El rabino Bunam solía añadir: “Guarda esta historia en tu corazón y haz tuyo lo que dice. Hay algo que no podrás encontrar en ninguna parte del mundo, tendrás que buscarlo y encontrarlo dentro de ti mismo”.

§

En una ocasión falleció un judío que era violento, usurero y soplón. El día del entierro, el rabino no tenía nada bueno que decir acerca de este hombre vil, pero tres hijos del difunto lo amenazaron:

−Si no habla bien de nuestro padre, le daremos una paliza.

Al momento del discurso, el rabino lanzó un suspiro y empezó:

−Aquí yace un hombre que era un tzádik (justo, sabio)… en comparación con sus tres hijos.

§

Un jósid (seguidor del jasidismo) fue a ver a su rebe para decirle:

−¡Rebe, tuve un sueño en el que yo era el líder de trescientos jasidim!

−Bien −contestó el rebe−, vuelve cuando trescientos jasidim sueñen que tú eres su líder.

§

Un estudiante de yeshive se acercó a un eminente talmudista y comenzó a llenarle los oídos con sus propias –y poco originales– interpretaciones de los profetas. Al fin agotó la paciencia del sabio, quien le dijo:

−¡Es una lástima que no hayas vivido en los días de Rámbam!

−Muchas gracias, rabino, muchas gracias −repuso el estudiante, feliz con el halago−. Pero dígame, por favor, ¿qué habría sucedido si me hubiera conocido el Rámbam?

−Pues que lo habrías fastidiado a él y no a mí.

§

Dos amigos de distintos pueblos hablaban de sus respectivos rabinos.

−El mío es tan inteligente −dijo uno de ellos− que puede hablar durante una hora de cualquier tema.

−Eso no es nada −dijo el otro−. El mío puede hablar durante dos horas de absolutamente nada.

Sabios

Hílel es uno de los personajes más destacados de la historia judía. Vivió en Éretz Isróel en el siglo i antes de nuestra era. Fue presidente del sanhedrin (asamblea de ancianos) y director de la yeshive también llamada la Casa de Hílel. Sus enseñanzas son la base de la Mishne y la Guemore (el código legal y el comentario que constituyen el Talmud), y su doctrina moral, el fundamento de la ética religiosa judía. Es recordado por su modestia y paciencia.

§

En el siglo i antes de nuestra era, además de la Casa de Hílel, estaba en Jerusalem* la Casa de Shamai, conocida por su rigidez en el estudio de la Toire.

En una ocasión se presentó ante el rabino Shamai un gentil (persona no judía) y le dijo:

−Quiero convertirme al judaísmo, pero con una condición: me tiene que enseñar toda la ley judía mientras yo me sostengo en un solo pie.

Furioso, el sabio se negó ante tal pretensión. Entonces el gentil acudió a la Casa de Hílel, quien le contestó sencillamente:

−No hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti. Ésa es la ley, el resto son comentarios. Ahora ve y estudia.

§

Cuenta la Guemore que Hílel era muy pobre y trabajaba como leñador para ganarse el pan. Una parte de lo que obtenía lo empleaba para alimentar a su familia y, con la otra, pagaba al shámesh (ayudante en la sinagoga) de la casa de estudios para que lo dejara entrar y estudiar la Toire de boca de los grandes maestros Shemayá y Abtalión. Una mañana salió Hílel a vender su leña. Iba de casa en casa, pero no logró vender nada, ya que todos se habían preparado con suficiente leña para el invierno. Tenía frío, estaba hambriento y preocupado. ¿Qué podría hacer para alimentar a su familia? Y lo más importante de todo: ¿dónde conseguiría dinero para pagar al shámesh?

Al caer la tarde, Hílel se fue a casa y comió el poco alimento que pudo encontrar. Después, según su costumbre, se dirigió a la escuela. Al llegar a la puerta, el shámesh le hizo la misma pregunta de siempre:

−¿Dónde está tu pago?

−No pude conseguir ningún trabajo hoy −murmuró Hílel−. Te pagaré mañana.

−Si no tienes dinero, entonces no puedes entrar −le contestó severamente el shámesh.

Hílel echó una mirada a su alrededor para buscar alguna solución. Y la encontró. No dejaría de asistir a la escuela, ni siquiera una tarde. Se dio cuenta de que sobre el techo había un tragaluz, y en el tragaluz, un pequeño agujero. Entonces subió sin hacer ruido y se tendió, poniendo su oído en el pequeño hueco.

Mientras tanto, la nieve empezó a caer. Iba cayendo cada vez más y más espesa, pero Hílel estaba tan concentrado en lo que decían los sabios maestros que no se percató de que la nieve lo estaba cubriendo poco a poco hasta casi congelarlo. Algunos discípulos notaron que el salón se oscurecía y descubrieron que una sombra cubría la ventana. Cuando subieron a ver de qué se trataba, encontraron a Hílel entumecido y desmayado, lo bajaron y rápidamente le dieron calor. Hílel les contó cómo y por qué había llegado al techo. Conmovidos por tal avidez de conocimiento, los sabios profesores le rogaron que en lo sucesivo aceptara tomar las clases sin pagar.

Años más tarde, Hílel llegó a ser director de esa misma yeshive.

§

En Pirquei Avot (libro que recaba la sabiduría de los padres o ancianos) está escrito:

Cierta vez vio Hílel un cráneo flotar en el agua y le dijo:

−Porque ahogaste a tu prójimo, alguien te ahogó a ti, y los que te ahogaron también serán ahogados.

§

En una ocasión el Góen de Vilna le preguntó al predicador de Dubno cómo lograba encontrar la parábola indicada para cada asunto, a lo que éste contestó:

−Te voy a contar mi método con una parábola: había una vez un noble que decidió meter a su hijo a una academia militar para que aprendiera el arte de la mosquetería. Tras cinco años de arduo estudio, el muchacho aprendió todo lo que se requería. De regreso a su casa después de su graduación, pasó por una villa y notó que había una pared con círculos de gis y, justo en el centro de cada uno, un agujero de bala. Muy admirado, el joven se preguntó quién tendría tal destreza para atinar a cada blanco, y al indagar por tan hábil tirador lo dirigieron a la casa de un pobre niño judío. “¿Quién te enseñó a tirar con tanta precisión?”, lo interrogó el noble. “Es muy sencillo”, contestó el niño, “primero tiro y luego marco el círculo alrededor de los agujeros”.

Después de contar esta historia, el predicador de Dubno concluyó:

−Yo hago lo mismo: no busco una parábola especial para cada caso; por el contrario, cuando oigo una buena parábola o una historia sabia, la guardo porque sé que tarde o temprano encontraré una ocasión adecuada para utilizarla.

§

Rabi Akiva fue uno de los más grandes rabinos y maestros de la antigüedad, pero llegó a la madurez como un hombre ignorante que trabajaba como pastor para un hombre acaudalado llamado Kalba Shavua. Mientras andaba por los campos, reflexionaba y comprendía que había muchas cosas que no podía entender por falta de estudios y maestros. Sufría por no alabar propiamente a Dios y además le dolía no poder aspirar a casarse con Rójl, la hija de su patrón, de quien estaba profundamente enamorado. Pensaba que quizá si fuera erudito, el padre de Rójl podría aceptarlo como esposo de su hija.

Rójl, bella y gentil muchacha, también lo amaba y, adivinando la sensibilidad e inteligencia del pastor, accedió a casarse con él en contra de la voluntad de su padre. Siempre lo animó a estudiar, y cuando rabi Akiva cumplió 40 años, ingresó a una academia talmúdica. Su mujer se quedó sola y tuvo que trabajar arduamente para subsistir y ayudar a mantener los estudios de su marido; en una ocasión, incluso se vio en la necesidad de vender sus hermosas y largas trenzas para sufragar los gastos.

Gracias al empeño con que estudiaba, rabi Akiva se convirtió en un gran maestro y su fama se extendió por todo Éretz Isróel. Sus profesores estaban sorprendidos de la inteligencia de su discípulo; cada día tenía más alumnos. Por fin concluyó su preparación y pudo volver a Jerusalem al lado de su esposa. Una gran muchedumbre salió a recibirlo, y ahí estaba ella, pobremente vestida y con la cara y las manos maltratadas de tanto trabajo. Los discípulos, ignorantes de quién era, le impidieron acercarse, pero cuando rabi Akiva la vio, la abrazó emocionado y llorando dijo:

−Todo lo que soy se lo debo a ella y hasta lo que son ustedes se lo debemos a ella.

El Midrash (interpretación explicativa de las escrituras sagradas con el objeto de extraer alusiones legales) nos cuenta el suceso que cambió su vida, aquel que impulsó a Akiva a convertirse en el sabio más grande de su generación: en una ocasión, mientras caminaba, se encontró un agujero en una roca. Se preguntaba quién había hecho ese agujero cuando vio una gota de agua que caía, apenas rozando la piedra, y luego otra y otra. En ese momento encontró la respuesta, que era también la respuesta a su ambición de convertirse en un sabio. Y dijo:

−Si el constante y suave golpeteo de la gota pudo horadar la dura piedra, con más razón la fuerza de las palabras de la Toire podrá penetrar mi suave corazón si estudio con constancia.

§

Había una vez dos condenados a muerte. Ambos eran amigos del rey. Puesto que el rey los amaba, quiso buscar la manera de ayudarlos sin romper la ley. Se le ocurrió la siguiente idea: se tendería una cuerda sobre un abismo y se les daría la oportunidad a los condenados de intentar cruzar al lado opuesto. Aquel que lograra cruzar sin caer, sería perdonado y dejado en libertad.

Se procedió a permitir cruzar al primero, quien ante el asombro de los que observaban, logró atravesar exitosamente. Al ver esto, el otro condenado le gritó que por favor le dijera el secreto para poder cruzar sin caer. El que había logrado cruzar le contestó: no sabría cómo explicarte. Sólo te puedo decir que cuando veía que me inclinaba hacia un lado, me enderezaba y seguía caminando concentrado; es imposible decirte cómo hacerlo, tendrás que experimentarlo tú mismo.

Con esta parábola, algunos rabinos solían explicar a sus discípulos que el camino para llegar a Dios y la espiritualidad era una experiencia única y personal.

§

Un jósid pidió una vez a su maestro, el rebe de Lublin:

−Enséñeme el camino para servir a Dios.

El tzádik repuso:

−Es imposible decirle a los hombres qué camino deben seguir, pues se sirve a Dios enseñando, pero también orando; ayunando, pero también comiendo. Cada uno debe observar cuidadosamente hacia qué camino lo lleva su corazón y, cuando lo ha elegido, seguirlo con todas sus fuerzas.

§

El Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, contaba que un rey escuchó que la humildad otorgaba larga vida, por lo que decidió vestirse con ropa vieja, se mudó del palacio a una cabaña y prohibió que le hicieran reverencia. Sin embargo, cuando se examinó a sí mismo honestamente, se dio cuenta de que se sentía más orgulloso que nunca. Entonces un filósofo le dijo:

−Vístete como rey, vive como rey y permite que la gente te muestre su respeto, pero sé humilde en el fondo de tu corazón.

§

El rabi Yehoshúa Ben Janania, uno de los sabios más eminentes de su tiempo, una vez soñó que una voz celestial le decía:

−Yehoshúa, alégrate, pues en el paraíso estarás sentado en una mesa de honor al lado de Nemes, el carnicero.

El rabi se quedó muy intrigado de que estar sentado al lado de un carnicero fuera un honor, así que se puso a investigar cuál era el domicilio de ese hombre para ir a conocerlo. La gente le decía: “Es un ignorante, no merece que lo visite”. Sin embargo, movido por la curiosidad, el rabi llegó hasta la casa del carnicero y le preguntó:

−¿Qué actos meritorios has realizado?

−Ninguno, porque mis padres están enfermos y ancianos. Por cuidarlos y atenderlos he renunciado a todo −contestó Nemes.

Entonces el rabi le besó la frente y le dijo:

−Mereces el privilegio de Dios. ¡Será un honor sentarme a tu lado en el “mundo venidero”!

§

El gran talmudista Isróel Meyer Kahan, mejor conocido como Jéfetz Jaim, viajaba en una ocasión de incógnito. Como el cochero no dejaba de lamentarse de su suerte, el rabino le sugirió que orara para que Dios lo ayudara, a lo que el cochero le contestó:

−He orado toda mi vida y no me ha servido de nada. Mejor le voy a pedir a Jéfetz Jaim que ore por mí, ya que es un góen (erudito) y un tzádik.

−No es tan góen ni tan tzádik −contestó el rabino.

Entonces el cochero, furioso, bajó al pasajero y le propinó una tunda por hablar mal de su adorado rabino.

Al día siguiente, el cochero acudió a ver a su rabino y al reconocer al Jéfetz Jaim, le pidió perdón con lágrimas en los ojos.

−No apruebo tu acción porque te dejaste llevar por la pasión y la violencia, pero me diste una gran lección −le contestó el Jéfetz Jaim−. Toda mi vida he predicado en contra de devaluar al prójimo o hablar mal de él, y tú, cochero, me hiciste ver que también está mal devaluarse a uno mismo.

§

Un doctor en filosofía le pide a un rabino que le explique el razonamiento talmúdico. Para saber si tiene la capacidad de comprenderlo, el rabino le plantea la siguiente pregunta de lógica:

−Dos hombres bajan por la chimenea. Uno de ellos sale limpio, el otro sale sucio. ¿Cuál de los dos se lava la cara?

Con mucha seguridad el doctor responde que por supuesto se lava la cara el que sale sucio.

−¡Falso! −afirma el rabino−. Piensa bien y regresa en una semana.

A la semana regresa el filósofo y dice:

−Ya lo pensé bien. El que está limpio, al ver al otro sucio, cree que él también está sucio y va a lavarse la cara.

−¡Falso! −dice el rabino−. Piénsalo y regresa en una semana.

A la semana regresa el filósofo y dice:

−Los dos se lavan la cara, pues uno ve que el otro se lava la cara.

−¡Falso! Piensa y regresa.

−Ya lo pensé. Ninguno de los dos se lava la cara. El que está sucio ve que el otro está limpio y piensa que él también está limpio, y el que está limpio piensa que si el otro no se lava la cara es porque lo ve a él limpio.

−Falso. ¿Cómo podrían dos hombres bajar por la misma chimenea y uno de ellos salir sucio y otro limpio? Quien no comprende esto, no es capaz de entender la lógica talmúdica −dijo el rabino al filósofo.

Sabiduría e ingenio popular

El señor feudal lanzó un reto a los judíos de su feudo:

−Uno de ustedes tendrá que enfrentarse a un duelo de inteligencia conmigo −proclamó−, pero en caso de no superar el reto, echaré a todos los judíos del feudo.

Los judíos se preocuparon mucho, pues nadie se atrevía a pasar por tan difícil prueba, ni siquiera el rabino. Finalmente, un individuo con la ropa desgastada y apariencia miserable se ofreció como voluntario. A falta de otro candidato, los demás aceptaron que fuera él quien los representara. El día de la prueba, se presentó el voluntario ante el señor feudal. El señor empezó levantando la mano, y luego la bajó. La respuesta del judío, que con trabajos hablaba ídish, fue señalar el piso con su dedo. A continuación el señor feudal tomó un recipiente con alubias y las desparramó en el suelo, a lo que el judío respondió juntándolas y poniéndolas de nuevo en el recipiente. Finalmente, el señor tomó un queso cuadrado y lo puso sobre la mesa. Acto seguido, el judío tomó un huevo y lo colocó encima.

−¡Felicidades! −exclamó el señor feudal−. Los judíos se pueden quedar, pues superaron la prueba. Cuando yo dije que Dios está en el cielo, su paisano mostró que también está en la tierra. Cuando yo dije que voy a dispersar a los judíos, él dijo que los reuniría, y al fin, cuando dije que la Tierra es cuadrada, él dijo que es redonda.

Más tarde, los sabios preguntaron al judío cómo entendió algo tan profundo. A lo que él contestó:

−El señor feudal señaló hacia arriba y como no sabía qué contestar, le mostré que para mí él está enterrado. Cuando me dijo que va a tirar las alubias para que no podamos hacer cholnt (comida tradicional de Shabes), yo le dije: “Pues yo las recojo y hago cholnt ”. Y cuando me dijo que las blintzes se hacen con queso, yo le contesté que también hacen falta huevos.

§

El sabio Yejezkel viajó en su burro desde su natal Galilea hasta Jerusalem y de vuelta. La excursión fue de gran provecho para él, pues aprendió de la vida y de la gente durante el recorrido. Cuando regresó, contó sus experiencias y puso en práctica los nuevos conocimientos que había adquirido en el pueblo, causando la admiración de los habitantes de su pequeña villa. Un comerciante envidioso decidió emprender el mismo viaje, así que participó a su esposa de sus intenciones. La mujer le dijo:

−Como tú dispongas, pero no te afanes tanto, pues el viaje no tiene el mismo efecto en todos. Ya ves, también el burro del erudito Yejezkel recorrió el mismo camino que su dueño… y regresó siendo el mismo burro de siempre.

§

Un señor feudal le dijo a un judío:

−Te ordeno que le enseñes a hablar a mi perro. De lo contrario, te mataré.

El judío volvió a casa acongojado y se lo contó a su mujer. Sin inmutarse en lo más mínimo, ella le aconsejó:

−Dile que sí, pero que tardarás cinco años.

−¿Y de qué sirve esperar tanto tiempo?

−Porque mientras tanto es probable que mueran el señor feudal, el perro o tú.

§

Cuando falleció un niño de un año de edad, llegaron los vecinos a consolar a la familia. Lo lloraron y le pidieron que fuera un gúter béter (un buen emisario para ellos). Llegó una vecina y al escuchar las peticiones, dijo:

−¿Por qué le piden al pobre que interceda por ustedes? Es chiquito y ni siquiera sabe hablar. ¿Quieren pedirle cosas a Dios? Pues vayan ustedes mismos.

§

Un comerciante se vio en la necesidad de vender un valioso diamante para salir de un compromiso. Al saber de su apuro, los posibles clientes le ofrecían un precio por debajo de su valor real.

Un viajero que pasó casualmente por su tienda le ofreció una suma justa y prometió regresar más tarde con el dinero para recogerlo a su salida de la ciudad.

El mercader guardó la valiosa piedra en el lugar acostumbrado, a saber, en una caja debajo de la cama de su padre.

Más tarde, el anciano, fatigado por el trajín, se recostó y se quedó dormido, así que cuando el caminante llegó a pagar la joya y pidió al mercader que se apurara porque tenía prisa, éste se percató de que su padre reposaba. Entonces le explicó a su cliente lo que sucedía: su padre estaba descansando y de ninguna manera alteraría su sueño, aun a riesgo de perder tan afortunada oportunidad de negocios.

§

En una pequeña ciudad de Polonia decidieron festejar los 80 años del rabino de una manera peculiar.

Cada uno de los miembros de la comunidad lo obsequiaría con vino, para lo cual se había instalado discretamente un barril vacío en el desván de su casa y cada persona debía verter en el recipiente dos copas de vino.

¡Cuál fue su decepción cuando llegó a probarlo! Era sólo agua.

Todos habían tenido la misma idea: entre tanto vino, ¿quién iba a darse cuenta de que habían vertido dos vasos de agua?

§

La bobe (abuela) no creía en Dios y contaba que dos amigos muy estudiosos habían hecho un pacto: el primero que se fuera le iba a avisar al otro si existía el más allá, pero si no regresaba, significaba que no había nada. El amigo que murió antes no regresó, de modo que la bobe solía repetir que a qué iban al shul, sis dortn gornisht do (ahí no hay nada).

§

Un padre solía pasear a su hijo por un parque que tenía una hermosa fuente. Cada vez que pasaban enfrente, el hombre le daba una moneda al pequeño para que la arrojara y disfrutara el sonido y el movimiento que producía en el agua.

Pasaron los años y el muchacho creció y empezó a trabajar. Un día volvieron a aquel lugar y, al ver la fuente, el padre le preguntó:

−¿Por qué no echas una moneda como cuando eras niño?

A lo cual el joven respondió:

−Antes la arrojaba porque era tuya, pero ahora que trabajo y sé lo que cuesta ganar dinero, sería muy tonto si lo tirara.

§

Un hombre fue a la sinagoga a solicitar el puesto de shámesh, pero no lo obtuvo porque no sabía leer ni escribir. Sin trabajo, el pobre se dedicó a ropavejero. Pronto su negocio prosperó y se convirtió en un rico comerciante.

Tiempo después, volvió para dar un donativo, y los dirigentes del templo le preguntaron:

−¿Cómo es posible que después de haberlo rechazado nos quiera usted ayudar?

El magnate contestó:

−Precisamente por eso, pues si ustedes me hubieran dado el puesto, seguiría siendo un pobre shámesh.

Mística

Los viernes, en la sinagoga, una congregación jasídica solía cantar alabanzas para recibir el Shabes. En la comunidad había zapateros, carpinteros y en general gente muy sencilla. Una noche tuvieron el honor de recibir la visita de un jazn (cantor profesional). Su voz era tan hermosa que poco a poco los fieles dejaron de entonar sus cánticos y guardaron silencio para escuchar el recital. Esa misma noche el rabino tuvo un sueño. Los ángeles se le aparecieron lamentándose de que la noche del sábado no habían escuchado las bellas melodías de costumbre. El rabino respondió que no se había podido, ya que un jazn profesional había entonado los cantos con su potente voz.

−Es posible −respondieron los ángeles−, pero aquí en el cielo no se oyó nada.

§

Un joven hereje se acercó al rebe jasídico de Kotzk y le preguntó:

−¿Dónde vive Dios?

El rebe le contestó:

−En cualquier lugar donde lo quieran recibir.

§

Año con año, Móishele, el aguador, solía ir a Lublin a pasar Rosh Hashone. Sabía que el rebe lo recibía como a un príncipe y de esa manera recobraba fuerzas para resistir todo el año.

En una ocasión, llegó a Lublin la víspera de la fiesta y, a diferencia de otros años, el rebe lo recibió con frialdad.

−Móishele, no te puedo recibir −dijo−. Regresa a tu pueblo inmediatamente.

−Pero, rebe...

−No discutas, ¡es una orden! ¡Regresa a tu pueblo de inmediato!

Y entonces el rebe, que solía ser tan cariñoso, le cerró la puerta en las narices.

Ante tan inesperada e incomprensible actitud, Móishele sintió que el mundo se derrumbaba a sus pies y, con el corazón destrozado, emprendió el camino de regreso. Al anochecer se detuvo en una posada, donde se encontró con un grupo de jasidim. Estos hombres estaban relucientes de alegría ante la idea de reunirse con su amado rebe de Lublin. Móishele entró y se sentó en una mesa del rincón, triste y abatido. Al verlo, los jasidim lo invitaron a sentarse con ellos.

−¿Por qué estás tan triste? −le preguntaron.

−No entiendo qué pasó. Hoy mi benefactor, el rebe de Lublin, me prohibió el acceso a la sinagoga y me ordenó que regresara a mi pueblo justo en la víspera de la fiesta.

Los jasidim lo invitaron a bailar, cantar y brindar. Todos lo bendijeron y le desearon larga vida. Cantaron y bailaron con tal fervor, que contagiaron a Móishele, cuya tristeza se desvaneció milagrosamente.

Al amanecer, los jasidim invitaron a Móishele a regresar con ellos a Lublin. Lo rodearon entre todos y lo obligaron a subir a la carreta.

Al llegar a la sinagoga de Lublin, Móishele advirtió que el rebe estaba en la puerta. En cuanto vio al aguador, el rebe se precipitó sobre él, lo abrazó y le dijo:

−¡Me da tanto gusto que hayas regresado! Te esperaba, amigo mío.

Confundido, Móishele preguntó:

−Pero si ayer me echaste de la sinagoga, ¿por qué hoy sí me recibes?

El rebe le respondió:

−Ayer, cuando cruzaste el umbral de la sinagoga, vi al ángel de la muerte sobre tu cabeza. Pensé que era mejor que regresaras a tu pueblo a pasar tus últimos instantes al lado de tu mujer y de tus hijos. Pero cuando te encontraste a los jasidim, con la fuerza de sus cantos y el gozo de sus bendiciones hicieron que el ángel de la muerte se alejara. ¡Te espera una larga vida! ¡Lejáim y bienvenido!

§

Jaim, de siete años, subía una escalera eléctrica de la mano de su papá. De repente, al padre se le ocurrió subir por la escalera que descendía.

−Papá, no puedo, es muy difícil subir cuando la escalera baja.

Pensativo, le dijo a su hijo:

−Qué verdad tan grande has dicho. Así es la vida: es fácil subir si la escalera sube, pero es difícil si baja. Este mundo es como una escalerota que desciende. Nosotros tenemos que tratar de subirla. Si nos quedamos parados, ella sola nos llevará abajo.

§

Rójele le preguntó a su abuelo:

−¿Por qué algunas personas cuando enriquecen se vuelven egoístas?

El abuelo la condujo a la ventana y le preguntó:

−¿Qué ves a través del cristal?

−Gente −contestó Rójele.

Entonces el abuelo la llevó frente al espejo y le preguntó:

−¿Qué ves ahora?

−Me veo a mí misma.

−¿Ahora entiendes? −dijo el abuelo−. Cuando ves a través de un cristal, ves a otras personas, pero si el cristal está cubierto con un poco de plata, sólo te ves a ti misma.

§

Había una vez un judío polaco muy pobre que arrendaba tierras al señor feudal. Un día se vio en aprietos y no pudo pagar la renta, por lo que no le quedó más remedio que ir a pedir una prórroga. Apesadumbrado, se despidió de su esposa y se encaminó al castillo, pero apenas puso un pie en el patio, unos feroces perros se abalanzaron sobre él, lo mordieron y le desgarraron toda la ropa. Por azares del destino, el noble había presenciado el ataque desde una ventana, así que se compadeció de aquel pobre hombre y decidió perdonarle la deuda.

Maltrecho y adolorido, pero feliz, el judío regresó a casa y le contó a su mujer lo que había sucedido. Ella empezó rápidamente a maldecir al señor feudal y a los perros, hasta que el hombre la detuvo:

−Calla, mujer, no maldigas. ¿No te das cuenta de que no eran perros, sino tu papá y mi mamá −que en paz descansen−, que vinieron del otro mundo para ayudarnos?

De la bobe Jaye, Clara Peretzman de Gurvich

Mujer judía, madre, abuela, maestra y cuentacuentos de corazón, Jaye nació en Kruk, Lituania, una pequeña aldea con una sola calle habitada por judíos. En ese entorno rural se inspiró para dedicarse a lo que más le gustaba: aprender y compartir los conocimientos de nuestros sabios, úndzere jajómim, como ella solía decir.

A los 12 años dejó su casa, su familia y su calle judía para ir a estudiar al gimnázium (secundaria-preparatoria) en Teldz y más adelante se trasladó a la entonces capital lituana, Kovne, donde ingresó en el seminario hebreo para maestros. Mientras estudiaba en el seminario, recibió una carta-invitación para trabajar en el Colegio Israelita de México y así llegó al que sería su nuevo país en 1932. Fue maestra de ídish de las primeras generaciones de niños judíos en México e impartió clases de Historia Judía.

A continuación, algunas de las frases e ideas que nuestra madre nos repetía, y que con toda seguridad tienen su origen en la sabiduría popular o algún libro sagrado.

Máximas para tener a la mano

“Más vale un marido de plata que cinco hijas de oro”.

“Cinco dedos tengo en la mano,

todos son diferentes pero a todos los necesito

y quiero por igual”.

“La mejor mentira es la verdad”.

“El gusano que vive en una raíz amarga cree

que ésta es dulce”.

“¿Quién es feliz? Aquel que está contento con lo que tiene”.

“Tengo lo que necesito y necesito lo que tengo”.

“Tengo más carne, como menos pan, tengo menos carne como más pan”.

“¿Quién es inteligente? Aquel que aprende de los demás”.

“Únicamente aquello que te da placer estudiar,

es fácil de aprender”.

Al hombre se le conoce según:

Kaasó (su ira, su forma de enojarse)

Kisó (su bolsillo, su forma de gastar)

Kosó (su copa, su forma de beber)

§

“Si todos los niños son bonitos e inteligentes, ¿de dónde salen tantos adultos feos y tontos?”

“La diferencia entre un inteligente y un tonto estriba en que el primero contesta y se olvida del asunto, mientras el tonto después se lamenta por todo lo que pudo haber dicho”.

“Si Dios nos pidiera envolver nuestras penas en un paquetito, arrojarlo en un recipiente y después nos diera la oportunidad de escoger uno de esos envoltorios, cada quien escogería el propio”.

“Si tu marido dice que vio una vaca volar y poner un huevo sobre un tejado, dile que es cierto, que tú la viste volando y luego recogiste el huevo”.

De alturas y grandezas

Un día, el rabino de la yeshive de Kovne andaba paseando por el parque cuando, al ver a dos niños que jugaban, se detuvo a observarlos. Los pequeños trataban de convencer uno al otro de quién era el más alto. Uno de ellos buscó un hoyo donde paró a su amigo y desde la orilla le dijo: “¿Ves? Soy más alto que tú”. Enseguida, el otro se subió a un montículo de tierra y repitió: “¿Ves? Soy más alto que tú”.

Después de un momento de reflexión, el rabino decidió que el niño que metió a su amigo en el agujero jamás llegaría a ser alguien en la vida, ya que para demostrar su altura había preferido rebajar al otro; en cambio, el que subió al montículo sería una persona importante porque había optado por elevarse él sin humillar a su compañero.

De tal palo, tal astilla

Un día, un padre decidió llevar al abuelo al asilo, pues ya no había suficiente lugar en la casa. Empacó su ropa y una cobija en una pequeña maleta y se lo llevó. A su regreso, encontró a su hijo cortando una manta. Sorprendido, le preguntó:

−¿Qué haces, hijo, por qué estás cortando esa cobija?

−Es que como le diste una cobija al abuelo, ésta es la única que queda, así que la estoy cortando en dos: una mitad es para mí y la otra es para ti −le respondió tranquilamente el hijo−, para cuando me toque llevarte al asilo.

La mercancía más valiosa

Una vez se encontraron en un barco dos comerciantes y un estudioso de la Toire y comenzaron a discutir. Cada uno de los comerciantes mostraba orgullosamente sus mercancías, comentando lo valiosas que eran y todo el poder y las riquezas que les habían otorgado. Mientras tanto, el estudioso de la Toire afirmaba que en verdad él era quien poseía la mercancía más valiosa, lo cual lo convertía en motivo de burla de sus compañeros de viaje. A la mitad del trayecto los sorprendió una tormenta tan violenta que el barco se fue a pique y los pasajeros a duras penas lograron salvarse. En el puerto adonde llevaron a los náufragos, sanos pero empobrecidos, los comerciantes buscaron ganarse la vida, lo cual les resultaba difícil sin sus mercaderías. Por su parte, el estudioso de la Toire se dedicó a la cátedra: “Les dije”, afirmó con orgullo, “la Toire es la mejor mercancía que puede uno tener”.

El gallo y el cuervo

Un día, en una granja un gallo y un cuervo discutían sobre cuál de los dos era mejor cantante.

−Mi voz −decía el gallo− es más clara y alegre; es tan bella que al oírla, el sol aparece en el horizonte.

−La mía −argumentaba el cuervo− puede parecer áspera, pero mis graznidos se escuchan con claridad en todo el campo y animan a todos sus habitantes.

Como no lograban ponerse de acuerdo, decidieron preguntar su opinión al primer animal que pasara por ahí y acordaron que el triunfador le sacaría un ojo al perdedor. Después de seguir discutiendo, apareció un cerdo y de inmediato aceptó ser el juez y árbitro del concurso de canto. Primero cantó el gallo tan hermoso como pudo, y luego el cuervo se esmeró en su graznido. Tras cavilar un momento, el cerdo dictaminó que el canto del cuervo era más hermoso, y acto seguido se cumplió la sentencia. Pero el gallo empezó a llorar tan desconsoladamente que se acercaron otros animales a preguntarle lo que sucedía, y luego de enterarse de la historia le dijeron:

−No llores, acepta que perdiste, ésa fue la apuesta.

A lo que el gallo contestó:

−No lloro porque me sacaron el ojo ni porque perdí, ¡sino porque el que me juzgó es un cerdo!

Los clavos sabios

Rabi Moishe Leib Gordon, célebre talmudista, fue invitado a dar una conferencia en un seminario para maestros judíos de una pequeña ciudad lituana. Antes de llegar a ser un gran rabino, el estudioso tenía fama de haber cambiado repetidamente de ideología. Se rumoraba en el seminario que en su juventud había sido comunista, luego sionista, más tarde bundista e incluso anarquista.

Cuando terminó la disertación, un joven le preguntó:

−Rabino, ¿cómo es posible que usted haya cambiado tantas veces de ideología?

−¿Por qué te sorprendes, hijo mío? −contestó rabi Moishe con aplomo−. Si clavas un clavo sin cabeza, se queda en el mismo lugar para siempre, pero si el clavo tiene cabeza se puede cambiar de sitio las veces que sea necesario.

El bello y la bestia

Cuentan que el gran filósofo Moishe Mendelssohn, hombre de aguda inteligencia y singular fealdad, un día recibió una carta de una bella mujer en la que le decía: “Me gustaría tener un hijo con usted. ¡Imagínese cuán bello e inteligente sería nuestro hijo, con mi belleza y su inteligencia!”. Así pues, el filósofo le respondió que eso sería muy venturoso. “Pero −le preguntó− ¿qué pasaría si sucediera exactamente lo contrario, que el pobre niño naciera con mi belleza y su inteligencia?”.

El rabino enamorado

Cuentan que una vez, un rabino muy sabio y querido decidió que era tiempo de buscar esposa. La casamentera del pueblo le presentó a tres muchachas guapas e inteligentes para que las conociera e hiciera su elección. El rabino las puso a prueba dándoles una cantidad igual de dinero a las tres. Después de dos semanas, la primera volvió, y cuando el rabino le preguntó qué había hecho con el dinero, ésta le respondió: “Me lo gasté todo en ropa, porque la esposa de un rabino siempre debe lucir elegante y refinada”.

A la pregunta del rabino, la segunda joven contestó: “La esposa de un rabino debe cuidar la economía del hogar, aquí está de vuelta el dinero, lo guardé todo y no gasté nada”.

Finalmente llegó el turno de la tercera, quien le contó al rabino que invirtió todo el dinero y logró duplicarlo.

Así, después de las pruebas, la casamentera curiosa le preguntó, “Rabino, por cuál de las tres bellezas se decidió?”, a lo que el rabino contestó: “¡Por la de los senos más abundantes!”.


* Decidimos utilizar la “m” porque así se pronuncia en hebreo.

Del shtétl a la ciudad de los palacios

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