Читать книгу En la sangre lo llevas - Natalia V. Blanco - Страница 5
Capítulo I
Nuevo desafío
ОглавлениеBuenos Aires, jueves 15 de marzo de 2012. Suena el celular.
—Fer —ella sonrió.
—Hola, Mica. ¿Por dónde estás?
—Llegando a Piedra del Águila. Todavía me faltan 206 km, según mi GPS. ¿Vos?
—A punto de abordar el Buquebus. Tengo tres horas por delante hasta Montevideo —estaba muy entusiasmado con este viaje—. ¿Cómo anda la máquina?
—¡Genial! —no pudo ocultar su enorme alegría— Te escucho por cada parlante, sin dejar de escuchar mi música. Es… increíble amigo. Mi Peugeot RCZ vale cada peso que pagué. Deberías tener uno.
—Ya veo, escuchando a Bon Jovi —se ríe—, “Itˈs my life”.
—Veo que al final te aprendiste algunas de mis canciones favoritas —comentó sorprendida, ya que no es el tipo de música que escuchaba Fernando—. ¿Cómo estás?
“Ahí vamos de nuevo con las preguntas, pensó”.
—¡Bien!
—¿Bien? ¿Estás segura? —siempre tan protector.
—Sí, plomo, no te preocupes. Tarde o temprano se hubiera terminado, Fer. Vos sabés que odio Londres. No podía pedirle a Ramiro que se quede —suspiró—. Luchó con creces por ese traslado y yo no iba a ser su obstáculo. A esta altura me alegro de que esté a 11.200 km de distancia.
—Sí, sí, ya sé la historia pobre que le dijiste —hace una pausa—. Solo que a mí me gustaría saber la verdad.
“Algún día… Cómo explicarte algo que ni siquiera yo tengo la respuesta”, suspiró.
—Basta de dramatismo —cambió bruscamente de tema—. ¿Cómo estás para la entrevista de mañana?
—Tengo todas tus instrucciones bien escritas, señorita.
—No sé por qué tengo la sensación que estamos en los lugares equivocados.
—¿De qué hablás? —se puso serio otra vez.
—Fer, yo sé más de cómo operan los laboratorios que vos, y vos sabés más de tecnología que yo.
—Eso es algo que establecimos desde un principio, si era “el gerente” vas vos y si era “la gerente” iba yo. Por alguna razón se dio así —aunque sabía que lo decía en chiste, era verdad.
—Sí, pero a mí me tocó un lugar altamente tecnológico. Ellos venden tecnología, no son quienes la compran —se quejó como los chicos, mientras conducía el último tramo de la ruta, las montañas se asomaban tímidas a lo lejos.
—Te aseguro que esta tecnología no la tienen. La patenté sin ningún problema. Además, te dejé todo escrito.
—Es por eso que siento esto, porque ambos nos dejamos instrucciones.
—Fuiste vos la que decidió irse a vivir a Bariloche, te queda de paso —se ríe, aunque hay algo de reproche en su voz.
—Ok. Tenés razón —Mica revoleó los ojos. Sabía que su amigo no estaba muy entusiasmado con su partida. Aunque no trató de convencerla de desistir de su viaje, le dio su opinión sobre su postura.
—Va a salir todo bien, y como yo no tengo todo el fin de semana para prepararme, ya que mi entrevista es mañana, me voy a repasar todos los detalles.
—Buena suerte. Te llamo cuando llegue.
—Dale. Cuidate.
—Siempre —se despidió y cortó la comunicación.
Seguía sonando la música mientras pensaba si había llegado el momento indicado de contarle a Fer el más oscuro de sus secretos. Hacía rato que necesitaba desesperadamente hablar de lo que le pasaba. Mientras manejaba pensó: “¿Qué diría Fer si se enterara que el 23 de octubre no cumplo 26 años como él piensa? Realmente amigo no me lo creerías, creo que hasta me tratarías de loca”, se sonrió. “¿Cómo explicarte lo que me pasa, cuando ni yo cuento con la información necesaria para saber lo que realmente soy? Solo sé que la respuesta está en el ADN de mi padre al que nunca conocí, el único dato del que dispongo es que se llama o se llamaba Marco, que llegó a Buenos Aires a dar lo que hoy sería algo así como un congreso de medicina, al cual mi mamá asistió y enseguida se enamoraron perdidamente, a tal punto que él se quedó en el país durante seis meses. Pero de un día para el otro, la relación se acabó sin ninguna explicación”.
“Ay amigo, cómo me gustaría poder decirte que sé más de laboratorios porque soy médica, bióloga y bioquímica especializada en genética. Es lo que hice todos estos largos años, estudiar para saber si podía obtener alguna respuesta lógica a lo que soy. En algún momento tendría que buscar la punta del ovillo, pero ¿dónde? ¿Cómo? Sé que todavía no es el momento adecuado. Ahora estamos en pleno desafío y, sobre todo, a punto de cumplir tu sueño con este proyecto. Así que, sin duda, no es el momento más oportuno”.
Por fin llegó a San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro. Fue a la inmobiliaria a buscar la llave de su casa que había alquilado y se dirigió a la Av. Bustillo en el km 15.500. Estacionó el auto en la entrada y comenzó a bajar todas las valijas y bolsos. “¿De dónde salió tanta ropa?”, riendo se acordó que Fer había cargado todas sus cosas.
El frente tenía un jardín lleno de flores de colores bien distribuidos que formaban pequeños círculos. Se dirigió a la puerta de entrada, que tenía un pequeño hall con un techo a dos aguas. Cuando abrió la puerta vio que los pisos eran de madera flotante, al igual que el living. La parte de la entrada era de aproximadamente un metro y medio de ancho. A la derecha se encontraba la cocina, que estaba divida por los pisos de cerámica marrón claro. No había pared, los muebles eran todos de madera color cedro, tenía alacenas del mismo color, mesada en “L” de mármol negro. Había una isla que dividía al living rodeada de unos taburetes. A la izquierda estaba el baño, revestido con cerámicas rústicas de color marrón hasta la mitad de pared, seguida de venecitas blancas y marrones. Parecía bastante nuevo y moderno, los accesorios eran todos blancos. Pegada al final de la pared del baño, había una escalera con escalones de madera lustrada que conducía a la habitación principal, que estaba en el piso de arriba. Pero uno de los lugares más lindos de la casa era el ventanal corredizo por donde salía al jardín de atrás. No se podía creer la belleza del lugar. Se veían las montañas reflejadas en el lago Nahuel Huapi. La casa contaba con un pequeño muelle, rodeada por dos hectáreas de bosques nativos.
Cuando terminó de entrar todas las cosas, le mandó un WhatsApp a Fernando para avisarle que había llegado bien y que iría al centro a recorrer el lugar en busca de una agencia de turismo para anotarse en alguna excursión. Se había propuesto ser guía de altas cumbres y tenía que empezar a ganar metros de altura para cuando empezara el curso.
Entró en una agencia y le recomendaron comenzar con el Cerro Challhuaco, que tenía dificultad baja y no requería de mucho esfuerzo. Mientras completaba el formulario de escalada se acercó una chica de pelo largo ondeado, de ojos grandes bien negros, bronceada, realmente muy atractiva y simpática, y le dijo:
—Hola, ¿me prestás la birome cuando termines?
—Sí —respondió.
—Gracias —se rio, le extendió la mano y se presentó—. Fiorella.
—Micaela —le estrechó la de ella.
—Veo que vamos a la misma excursión. Qué bueno. La mayoría de las veces, el grupo es de hombres y no sabés qué pesados que son con los chistes machistas.
Una vez que pagaron la excursión y entregaron los papeles, se despidieron hasta el sábado.
El viernes fue realmente muy agotador. Llegó el flete con todo lo que había comprado el día anterior: la heladera, los LCD de 32 y 42 pulgadas, el home theater, el DVD, el lavarropas, no faltó nada. El día se pasó bastante rápido. Mientras estaba terminando de acomodar la ropa, miró el reloj y pensó: “¡Nooo! ¡Me olvidé de llamar a Fer!”. Corrió hasta un estante donde había dejado el celular, marcó el número a toda velocidad y se escuchó:
—Mica.
—Hola, Fer. ¿Cómo te fue? —sin dejarlo contestar siguió hablando— Perdón que no te llamé antes, es que con la mudanza se me pasó. No te enojes —habló con voz afligida.
—Mmm… no sé si te perdono.
—¿Y si cuando vengas te hago los canelones de ricota que tanto te gustan? —se rio.
—Ya te perdoné —siempre encontraba algo para persuadirlo.
—Entonces, ¿cómo te fue?
—Me fue... —hizo una pausa y de repente aseveró— ¡Genial! La semana que viene tengo que instalar todo. Así que me voy a quedar unos días en la casa de mis viejos, que desde Navidad no los veo.
—Me imagino que tu mamá no va a querer que te vayas por nada del mundo. Te va a malcriar mucho.
—Seguro —escuchó su risa—. ¿Te anotaste en alguna excursión? —él la conocía como pocos.
—Sí, esta mañana. También conocí a una chica muy simpática que se llama Fiorella. Cuando vengas te la presento. Es muy divertida. Te va a caer bien.
—Me alegro de que empieces a hacer amistades y no estés tan sola. Cambiando de tema, el lunes, ¿a qué hora tenés la reunión?
—A las dos de la tarde.
—Te llamo, o mejor mandame un mensaje cuando salgas.
—Bueno, nos estamos hablando. Espero tener la misma suerte que vos.
—No tengas ninguna duda de eso. Sos capaz de convencer hasta las piedras cuando te lo proponés —se rio—. Bueno, suerte para el lunes —siempre le daba la confianza que necesitaba.
—Gracias —y cortó la llamada.
A la mañana siguiente se despertó temprano. El día estaba despejado, no había una sola nube en el cielo y el sol brillaba resplandeciente. Se subió al auto y se dirigió al refugio Neumeyer, donde había decidido esperarlos. Estaba mirando el lugar cuando escuchó que alguien le hablaba. Se dio vuelta y ahí estaba Fiore. Se saludaron afectuosamente.
Cuando llegó todo el grupo, Mica se dio cuenta de que Fiore tenía razón, eran todos hombres menos ellas dos. Caminaron todos juntos, ellas iban en el medio, mientras ellos contaban chistes machistas eran retrucados con feministas. Fiore sí que estaba preparada para este tipo de situaciones.
Atravesaron un bosque de lengas, que era bien verde y contrastaba con las hermosas montañas desnudas, todavía con muy poca nieve. Mientras ascendían, los flashes de las cámaras de fotos salían de todos lados. El lugar era increíble, parecía una postal. Abajo, el lago Nahuel Huapi, que reflejaba las montañas, todo encerrado en la bóveda infinita que se perdía en el horizonte. El sol ya se encontraba en lo alto, lo que significaba que estaban cerca de la cumbre. Habían pasado los 1600 metros de altura y el ambiente había cambiado, las plantas eran de tamaño reducido adaptadas a lo agreste del lugar, la estepa andinista se hacía presente y el camino era un poco escurridizo. Por fin llegaron, estaban tan emocionadas, era difícil describir la sensación que sentían con palabras. Al mirar hacia abajo se veía todo tan chiquito y lejano, y aunque todos estaban bastante cansados, Mica estaba con la misma energía que cuando salieron. Se dispusieron a almorzar todos juntos, cuando hizo esta observación:
—Qué flojitos que son. Después hablan de las mujeres —todos la miraron.
—Bueno, ésta la ganaste —admitió resignado uno de los chicos.
Fiore, que estaba sentada en el piso con la espalda apoyada en una roca que sobresalía, le hizo seña con la mano para que se sentara a su lado.
—En serio, estás fresca como una lechuga —le susurró—. Yo estoy bastante cansada y todavía queda el descenso.
Después de contar experiencias y anécdotas mientras terminaban de almorzar, comenzaron a bajar. El descenso fue mucho más rápido que la subida, ya que nadie se paraba a sacar fotos. Cuando llegaron al refugio se despidieron de los chicos.
—¿Te alcanzo, Fiore, a algún lado?
—Voy a casa, gracias —la acompañó hasta el auto—. ¡Guau! ¿Este es tu auto? —abrió grande los ojos.
—Sí, es precioso, ¿no?
—Es increíblemente hermoso —comentó sorprendida. Fiore miraba todo el interior. Estaba fascinada con él, y conversaban de todo un poco. Le contó que era enfermera, que trabajaba en el Hospital Zonal Ramón Carrillo, pero quería ser rescatista. Por eso cada vez que podía, incursionaba a las distintas montañas y aunque les faltaba mucho que aprender, las dos estaban muy entusiasmadas en cumplir sus sueños. Antes de bajarse, Fiore la miró y le dijo:
—¿Qué tenés que hacer a la noche?
—Nada —se quedó sorprendida mientras pensaba a qué venía esa pregunta.
—Buenísimo, pasame a buscar a las ocho y media. Vamos a festejar —no le dio ninguna pista. Solo le guiñó un ojo y salió a toda prisa.
Después de probarse un montón de ropa, se puso unos jeans azul celeste de Ossira, con una camisa negra de lycra ajustada al cuerpo y unas botas de gamuza negra con tres hebillas altas de Ricky Sarkany, que se compró en Buenos Aires antes de venir. Tomó el abrigo, una campera también de gamuza negra con corderito blanco adentro y salió a buscar a su compañera de aventura. Apenas llegó, la vio que estaba esperándola en la puerta. Tenía unas calzas negras, una remera animal print ajustada al cuerpo, con botas largas. Fiore era la típica morocha argentina, de ojos negros, pelo ondeado y con un cuerpo impresionante. Al entrar en el auto le preguntó:
—¿A dónde vamos?
—Al Cerro Catedral. Ahí hay un pub que se pone de lujo, van todos los chicos lindos de la ciudad. En una de esas salimos acompañadas.
El Cerro Catedral está a 19 km de la ciudad, se encuentra dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi. De día está abarrotado de gente, debido a que se encuentra uno de los centros de esquí más importante de la Argentina, llamado Antonio Lynch. De noche, todo cambia. Es mucho más tranquilo, sobre todo en esta época del año.
Apenas llegaron, buscó un lugar para estacionar. Encontró uno cerca de la entrada. No había muchos coches. Fiore estaba muy entusiasmada. Al entrar, enseguida se fue a sentar con unos compañeros de trabajo que habían llegado hacía un rato.
—Hola, chicos. Ella es Mica —la presentó—. Mica, ellos son Leo, Nico, Lore, Naty, Ariel y Gladys.
—Hola —les dijo y fue saludando a cada uno. “La verdad el lugar era muy acogedor”, pensó Mica. Y estaba muy bien ambientado, había unos livings de cuero blanco con una mesa ratona de madera oscura y puf del mismo color. En el fondo estaba la barra, que era larga con luces de neón, tenía unas sillas altas del mismo tapizado que los livings. En la pared había unos estantes de vidrio negro que parecían polarizados llenos de distintos licores, vinos y aperitivos. A la izquierda había una licuadora muy moderna, era todo un espectáculo ver preparar cada trago y a la derecha, un pequeño escenario donde la gente puede subir a cantar o a veces suelen tocar bandas locales. Estaba realmente fascinada con el lugar. De repente, Fiore le propuso:
—Vamos a la barra a pedir algo —más que una pregunta pareció una orden.
Aunque Mica no tenía bien en claro qué iba a tomar, accedió a ir. Fiore pedía unos tragos. En ese instante Mica se dio cuenta de que no tenía la billetera encima, se acercó al oído y le susurró:
—Ahora vengo, voy hasta el auto a buscar algo.
Al salir, vio un pequeño grupo de chicos observando su auto. Tocó el botón para sacar la alarma, que también abría la puerta e inmediatamente las luces parpadearon. Todos se dieron vuelta para ver quién era el dueño de semejante coche.
Se quedaron sorprendidos al ver que era una mujer.
—¡Qué linda nave! —exclamó uno de los chicos.
Mica sonrió.
—Gracias. Permiso —dijo a otro chico que estaba parado delante de la puerta.
Abrió la puerta y tomó la billetera.
—No había visto nunca un Peugeot deportivo.
—¿A cuántos km corre esta preciosura?
—A 220 km/h, aunque está preparado para correr un poco más. Lo máximo que lo puse fue 200 km/h —enseguida contestó.
Nadie prestó atención a la camioneta Toyota Hillux blanca que acababa de estacionar a tres autos de donde se encontraban. De repente, una voz sonó atrás de Mica.
—¿Una mujer manejando a 200 km/h? Oh, vamos chicos, no le van a creer.
—¡Hey! Thiago, amigo, recién llegamos y nos quedamos viendo este impresionante auto. Te estábamos esperando.
—Yo no miento —se dio vuelta para ver quién era el tipo que había hablado. Cuando cruzó la vista con él pensó “Qué hermoso que es”. Quedó petrificada ante esos ojos celestes claros, muy claros.
Comenzó a sentir un tremendo escalofrío en todo el cuerpo, como si una corriente eléctrica le subiera de abajo hacia arriba. Las pulsaciones le habían aumentado considerablemente, pero no sabía exactamente a qué se debía. A pesar del frío la sangre le hervía por dentro.
Él la miró y encogiéndose de hombros le contestó: —Como digas —pasó por al lado como si no existiera.
“¿Quién se cree que es este idiota? Desubicado como payaso en un velorio, pero esto no se va a quedar así”.
Mientras veía cómo se alejaban despacio, se habló a sí misma: “Dale, pensá rápido. Listo”. Y sonrió.
—¡Hey! —gritó Mica, con la mano en alto haciendo balancear las llaves de su auto de un lado a otro— ¿Querés apostar algo? —lo vio en su mirada, sabía que había picado.
Todos se dieron vuelta. No daban crédito a lo que sus oídos habían escuchado. Los pares de ojos iban y venían de Mica a Thiago.
—Te está desafiando, ¿qué vas a hacer? —inquirió uno de los amigos.
Él la miró de arriba abajo. Una media sonrisa cubrió su rostro. Todo cambió completamente en un segundo. El grupo entero lo empezó a animar y volvían para su auto. En ese instante Fiore, que había salido a ver por qué su invitada tardaba tanto, se encontró con todo ese espectáculo justo a tiempo para escuchar:
—Decime, ¿qué querés apostar? —sonreía con aires de autosuficiencia, mientras cruzaba los brazos a la altura de su pecho.
—Si yo gano—puso sus brazos en jarra— pagás los tragos de todos mis amigos y mío durante toda la noche —le dijo sin achicarse.
—Está bien, pero si yo gano, pagás el hotel con todo incluido —levantó una ceja.
—¿Qué? —le dijo Mica.
—¿Qué? —repitió Fiore al mismo tiempo, que la miró sin poder creer en el lío que se estaba metiendo.
—Sí —afirmó Thiago con total tranquilidad—, lo que escuchaste. Cuando hayas perdido vas a pagar el hotel donde vos y yo vamos a pasar la noche juntos —levantó un hombro, sin darle importancia a lo que acababa de decir.
Los amigos le palmeaban los hombros. Todos lo felicitaban como si ya hubiera ganado. El cuadro que se veía entre ellos era patético.
—Así se hace, amigo —expresó uno de ellos descaradamente.
Mientras se fulminaban con la mirada desafiante, él esperaba su respuesta. Mica se había quedado prendada en sus ojos.
—Hecho —y extendió su mano para cerrar la apuesta.
Cuando estrecharon las manos, un frío palpitante recorrió todo el cuerpo de Mica. Ese pequeño contacto con Thiago hizo que todos sus nervios cobraran vida. La apuesta acababa de ser sellada, no había vuelta atrás.
—Subí y ajustate el cinturón —sonriente le indicó.
Fiore se acercó y le preguntó: —¿Estás segura? Si perdés… Estás más que complicada.
—¡Vamos! —gritó Thiago desde adentro.
—Esperá un segundo —se acordó de que había puesto las zapatillas en el baúl del auto, por las dudas que no pudiera manejar con las botas. Mientras se ajustaba los cordones, Fiore se arrodilló junto a ella y sonriendo le aconsejó:
—Salí a la ruta. Esta zona es montañosa, hay muchas curvas y contra curvas, no vas a lograr nunca llegar a esa velocidad.
—Entendido, enseguida vuelvo —mientras cerraba la puerta le guiñó un ojo, encendió el auto y giró la cabeza en dirección a Thiago.
—¿Estás listo? —no podía dejar de sonreír.
—Por supuesto, Muñeca.
Ni bien arrancaron, le preguntó:
—¿Dónde pensás ponerlo a 200 km/h?
—En cuanto encuentre una recta, supongo que en la ruta 237 saliendo de Bariloche.
—¿Me vas a secuestrar?
Giró la cabeza muy lentamente hacia él. Era lo único que le faltaba escuchar. Se rio.
—Te aseguro que es lo último que haría —“No puede ser tan creído. ¿Qué? ¿No tiene abuela para que lo alabe, que se alaba solo? Fanfarrón, vamos a ver si vas a tener esa sonrisita cuando te haya ganado”.
—Muchas opinarían lo contrario. Al 99.9 % de las mujeres les encantaría secuestrarme.
—Me alegro de pertenecer al 0.01 % —“No puede ser tan presumido”, pensó.
En el auto no se escuchaba ni el zumbido de una mosca, dado que no había puesto música. Pronto salieron a la ruta, que se encontraba desierta. No había tráfico, pero estaba muy oscura. La aguja del velocímetro del auto comenzó a subir de 120 a 150, pero volvía a bajar. Fiore tenía razón, había muchas curvas, debía encontrar una recta, de lo contrario… no quería ni pensarlo. Se acercó a una curva que apareció de la nada, en la negrura del paisaje. Tuvo que usar el freno de mano para poder tomarla sin ponerse en peligro. El auto coleó, se puso de costado, los neumáticos chirriaron, pero pronto tomó el control. Ya había pasado más de una hora.
—Tenés... —miró su reloj plateado que llevaba en la muñeca izquierda— treinta minutos a partir de ahora. No voy a perder toda la noche esperando a que intentes ponerlo a esa velocidad, ya esperé demasiado —eran las once menos cuarto.
Ya estaba dudando de poder ponerlo a esa velocidad. Estaban llegando a Neuquén, cuando por fin encontró la recta que estaba buscando, la aguja volvió a subir de nuevo 170, 190, ya estaba en 200. Lo llevó, finalmente, a 205 km/h.
—Te gané —sonrió triunfante, no podía ocultar la gran emoción que sintió— ¿Está bien ahí? ¿Ves la aguja?
Comenzó a bajar la velocidad hasta detener el auto. Estaban en el medio de la nada, bajo una cúpula de estrellas. Giró en U en la ruta y tomaron el camino contrario al que venían. Empezaron el retorno al pub de Bariloche.
—Por un momento pensé que no lo lograrías. Estaba seguro de que pasaríamos la noche juntos. Es más, incluso creía que ibas a perder a propósito.
“Hasta la parte que pasaríamos la noche juntos, me resultó tierno, pero con lo último que dijo realmente la cagó”.
—No sé qué te hizo pensar eso. Ni siquiera me conocés. A mí no me gusta perder ni a las bolitas —seguía con la sonrisa de oreja a oreja—. Qué rara manera que tenés de llevarte a las chicas a la cama.
—Te aseguro que no necesito de una apuesta para tener sexo con alguna chica —la miraba sorprendido por la deducción a la que había llegado Mica—. ¿No miraste bien?
—Como digas —usó la misma frase que él había usado en el estacionamiento—. De todas maneras, es algo que a mí no me interesa —no era verdad, pero ni loca se lo iba a demostrar. Le intrigaba la manera que tenía su cuerpo de responder ante un tipo que nunca había visto en su vida. Si bien era muy lindo, no era propio tener esa reacción. En cuanto a eso de tener sexo, era verdad. Podía tener a la que quisiera. Era tan hermoso que se le cortaba la respiración por momentos, pero ni muerta lo iba a admitir.
—Te recuerdo que fuiste vos quien propuso la apuesta.
—Sí, pero jamás se me hubiera pasado por la cabeza proponerte una canallada como esa —otra vez la estaba sacando de las casillas—. Además, no me dejaste opción, me estabas tratando de mentirosa —puso la voz gruesa e imitándolo dijo:— “No le crean. Una mujer no puede manejar a 200 km/h”.
—Veo que me equivoqué. Hay excepciones —una sonrisa apareció de repente.
—Claro que te equivocaste. Conmigo te equivocaste de acá a la China.
Hubo un silencio que no duró mucho.
—¿Te puedo preguntar algo sin que te ofendas, Muñeca?
“¿Con qué va a salir ahora este pibe?”.
—Sí —revoleó los ojos.
—Si hubieras perdido, ¿habrías pagado la apuesta?
—Nunca hubiera perdido, desde el preciso momento que te propuse jugar a la apuesta, ya sabía de antemano que estaba ganada, incluso antes de salir del estacionamiento —“Ahora vas a tomar de tu propia medicina, a agrandado, agrandada y media”—. Y en el hipotético caso de que hubiera perdido, sí, claro que la habría pagado. Una apuesta es una apuesta.
—Entonces, ¿por qué dudaste en contestar?
—No estaba dudando, simplemente estaba procesando tu propuesta y con qué naturalidad lo habías dicho —no estaba segura de decirle lo que estaba pensando, pero se lo merecía—. Si querías acostarte conmigo podrías haber implementado algo más de seducción y romanticismo, quizá te hubiera funcionado —hizo una pausa corta—. No, ni siquiera lo hubieras conseguido.
—¿Estás segura? —Thiago estaba tratando de seducirla.
—Totalmente. No sos mi tipo —con esa actitud no iba a ceder.
— ¿Y cuál es tu tipo, Muñeca?
—Para empezar no me gustan los tipos engreídos, fanfarrones, agrandados, que prejuzgan a las chicas sin conocerlas, y no tolero a los hombres poco caballeros —Thiago soltó un largo silbido.
—Esa es una larga lista. ¿No te dijeron que el príncipe azul no existe? Con tantas exigencias no me extrañaría que estés sola.
—¿Cómo sabés que estoy sola? ¿Estás tratando de averiguar algo? —lo provocó.
—No, para nada. Sinceramente no me interesa —esa afirmación le molestó un poco a Micaela.
—¿Estás seguro? —largó una carcajada.
—Absolutamente. Tampoco sos mi tipo. Las santurronas no me van.
—¿Santurrona? —arqueó las cejas, una sonrisa pícara apareció en su rostro—. No me conocés, guapo —el sarcasmo no tardó en aparecer—. Sabés, no voy a poder dormir esta noche por no ser tu tipo. Solo espero que pagues la apuesta.
—No te preocupes. Yo siempre cumplo.
Thiago se rio, pero no dijo nada. Eso fue lo último que hablaron. Él tenía muchas cosas más que agregar, pero decidió no tirar más de la cuerda. Los ánimos estaban caldeados y sabía que Mica no lo habría dejado avanzar. Claro que, si se lo proponía, la habría tenido rendida toda para él, pero se dio cuenta de que habían empezado con el pie izquierdo y esa situación habría que revertirla quizás más adelante. Estaba muy consciente de la belleza de Mica, había algo en ella que lo atraía, como a un chico el dulce. Una de las cosas que más le gustaba era el carácter desafiante que tenía. Estaba acostumbrado a que las mujeres con las que había estado hicieran lo que él quisiera, pero con ella no lo había conseguido. Él había sentido un cosquilleo apenas la miró a los ojos, esos ojos turquesa lo habían cautivado, lo habían provocado de tal manera que hizo que se comporte como todo un idiota. Pero le gustaban los desafíos, ella podría ser la próxima conquista. Aunque no podía explicar con palabras qué era lo que tanto le atraía.
Una hora y media más tarde llegaron al estacionamiento donde había comenzado todo. La adrenalina seguía corriéndole por las venas. Thiago se bajó del auto sin decir nada y sin esperarla. Mica sin apuro se sacó las zapatillas para ponerse sus botas y lo vio alejarse en silencio. “Por Dios… ¿Qué me pasa con este pibe? ¿Por qué me afecta tanto todo lo que dice? ¿Por qué no puedo manejar el impulso que tengo de matarlo y a la vez quiero estar con él? Es ilógico que hubiera pensado en perder por un momento, yo no soy así”.
Él fue el primero en entrar en el bar. Todos se dieron vuelta. Uno de los amigos se le acercó a Thiago, pero él no se detuvo. Los otros tuvieron más precaución, sabían que había perdido, era muy evidente, la cara lo delataba.
—Nacho —le dijo al barman—, anotame todo a mi cuenta lo que tomen en ese living —miró hacia donde estaba Fiorella— y servime algo fuerte… un tequila.
Se fue al living donde estaban sus amigos y uno de ellos le preguntó:
—¿Te ganó? —Erick, uno de sus amigos, estaba sorprendido.
—No, soy un holograma —contestó Thiago sin una pizca de humor. Si estaba ahí, entonces estaba demás la pregunta.
—¿Qué se siente ir a 200 km/h?
Se encogió de hombros y le contestó:
—Estaba muy oscuro y el auto ni se movió. Era como andar a 100 km. Si no fuera porque el velocímetro llegó a los 205 km, no lo habrías notado.
Se hizo un silencio.
—Vamos a divertirnos —sugirió otro de los chicos.
Diez minutos más tarde, ingresó Mica. Fiore fue la primera que se le acercó y la abrazó. Ya todos sabían lo que había pasado porque Fiore les había contado con lujo de detalles a sus compañeros lo ocurrido en el estacionamiento.
—Chicos, pidan lo que quieran. Está todo pago.
Los amigos de Fiore la felicitaban. Lore era la que más aplaudía y festejaba.
—¿Hasta dónde fueron?
—Casi llegamos a Neuquén.
—Como tardabas tanto pensé que estabas en el hotel.
Le puso mala cara, pero no la culpaba. Recién acababan de conocerse, aunque parecía que llevaban años juntas.
—Bueno, no me mires así. No sabía que podías conducir a 200 km. La verdad es que no conozco a nadie que haya alcanzado esa velocidad.
—No lo miraste bien, yo hubiera perdido —todos miraron a Lore—. ¿Qué? Está más bueno que comer pollo con la mano.
—Las apariencias engañan, es el tipo más pedante que conocí en toda mi vida. Lo que tiene de lindo, lo tiene de creído.
—Vení, Mica, vamos a tomar un trago —dijo Fiore sonriendo—. Esto lo tenemos que festejar.
Fiore se pidió un Sex on the Beach y Mica lo mismo. No estaba muy segura de si le iba a gustar, pero estaba de moda. Él seguía sentado con sus amigos, ni siquiera se miraban. Parecía que ya el enojo de haber perdido se le había pasado y volvían a ser dos personas completamente desconocidas. Mientras estaba tomando el trago, Mica giró la cabeza para mirarlo, pero Thiago estaba de espalda. Mientras Fiore siguió con la mirada a su compañera de aventuras, le preguntó:
—¿Te pasa algo?
—No, nada —trató de hacer una sonrisa—. Debe de ser el trago. Es que tomé un sorbito y estaba demasiado frío —le mintió, aunque no sonó muy convincente, no volvió a insistir. Todavía sentía la adrenalina que le había provocado todo lo sucedido hacía unas horas, pero no podía evitar estos sentimientos nuevos, que no pasaban desapercibidos. Dentro de ella algo había cambiado. “Ay, Fer, cómo te necesito amigo, estos son los momentos en que más te extraño, me hace mucha falta poder hablar con vos sin rodeos”, pensó. Se tenía que calmar, si Fiore se daba cuenta no iba a parar hasta conseguir el celular, dónde vivía y hasta el número del documento. Volvieron a sentarse con los chicos, pero apenas prestaba atención a lo que hablaban, estaba como ausente. Lo único que quería era volver a cruzarse con Thiago, deseaba tenerlo cerca, volver a mirar esos ojos claros que la habían hechizado. Sin llamar la atención se acercó a Fiore y le avisó:
—Ahora vengo. Voy al baño.
—Te acompaño.
Pasó justo por al lado de él. Por un instante le volvió a correr el mismo hormigueo por todo el cuerpo. El baño estaba lleno de gente. Tuvieron que esperar unos minutos para poder pasar. En las mesas cercanas, se escuchaba a algunos chicos que hablaban de exámenes.
Mientras subían la escalera hacia el baño, por un momento sintió que la estaban mirando. Ya no se sentía tan cómoda como al principio. Al contrario, se sentía demasiado vulnerable. Tenía que salir de ahí con una buena excusa. Cuando bajaban fingió un malestar. Como Fiore había tomado bastante no fue tan difícil convencerla de irse. Se despidieron de los chicos y le dijo a Fiore:
—Esperame en la puerta que voy a buscar el auto.
—Bueno, mejor, porque estoy un poco mareada.
Mientras se dirigía al aparcamiento, escuchó unas voces muy cerca de su auto.
—Thiago, ¿lo llevás vos a Claudio? —preguntó un chico morocho.
—Sí, ayudame a ponerlo atrás. Primero voy a pasar por casa, así le doy un café bien cargado.
Al parecer su amiga no era la única que estaba pasada de copas.
Se asomó por encima de algunos autos y ahí estaba él parado al lado de una camioneta Hilux blanca. Suspiró, era tan lindo, la remera ajustada le marcaba los pectorales y todos los músculos abdominales. En ese momento se le cayeron las llaves al piso. Las levantó lentamente, temiendo haber sido descubierta. Por suerte ni se dieron cuenta. Cuando él salió del estacionamiento, Mica estaba subiendo a Fiore, que también la llevaba a su casa para darle un café, ya que le daba cosa dejarla en la casa en ese estado de ebriedad.
El domingo no se pasaba más, encima no había nada para ver en la tele. Terminó de cambiarse y fue a la tienda de Don Ko-Ko, un lugar recomendado por los amigos de Fiore el día anterior. Coco era un hombre de unos sesenta y tantos años, muy amable. Allí encontraría todo lo que iba a necesitar para subir a las montañas, desde una linterna chiquita hasta las sogas más gruesas, incluyendo también los ganchos y las botas para poder escalar. Tenía una pared llena de recortes de diarios de sus experiencias. Había uno en particular que le llamó la atención, un título de portada de una tapa que decía: “Heroico guía salva a todo su grupo de una terrible avalancha”. Leyó todo el artículo. También había diplomas que estaban todos muy bien enmarcados. En su juventud había sido guía de altas cumbres, solía pasar gran parte de su tiempo subiendo los picos más altos de la Cordillera de los Andes. Todavía quedaba más de un mes para que terminara la temporada de escalar, pero no le importaba. La próxima excursión sería al Cerro Bella Vista. Ese sería su próximo desafío y después iría por alguno con mayor dificultad. Compró todo lo necesario y más, para una excursión de dificultad media, cargó todo en el auto y se dirigió a su nueva casa. Tenía que repasar toda la información que le había dejado Fer para la entrevista del día siguiente.