Читать книгу En la sangre lo llevas - Natalia V. Blanco - Страница 7
Capítulo III
Cómplices
ОглавлениеCuando llegaron a la casa de Mica, ésta se había quedado dormida. Fernando la cargó hasta el dormitorio, depositándola muy suavemente en la cama y la dejó dormir. Él se acostó en el futón del living, aunque tenía muchas cosas de que hablar con su amiga, decidió esperar a que se despertara.
Horas más tarde, Mica abrió los ojos y vio por la ventana que el sol resplandecía en lo más alto. No podía creer que había dormido tanto. Ella no es de quedarse mucho tiempo en la cama. Bajó y vio a Fer mirando la televisión.
—Hola —murmuró mientras se estiraba.
—Hola, bella durmiente. ¿Descansaste bien? —sonrió.
—Creo que sí. ¿Cómo llegué al dormitorio?
—Te tuve que cargar como a los chicos.
—Gracias —y abrazó a su amigo.
—¿Querés un sándwich?
—Por favor, me muero de hambre —Fer le entregó el que hizo para él.
Después de que terminaron de almorzar, nació la charla.
—Mica, ahora quiero que me cuentes toda la historia.
Ella asintió. Se sentaron los dos en el futón y comenzó a relatarle todo lo sucedido desde el estacionamiento. Fer más o menos conocía esa parte de la historia, pero no el encuentro que tuvo en el Centro de Investigaciones.
—Te dejo sola una semana y no hacés más que meterte en un lío tras otro.
—Él empezó, yo no tengo la culpa —su voz era la de una nena caprichosa.
La miró y frunció el ceño —Mica, ¿no te das cuenta de lo que te pasa con ese tipo? —se paró y comenzó a caminar de un lado a otro.
—Sinceramente, no sé lo que me querés decir —lo miraba tratando de adivinar qué era lo que estaba pensando. No estaba dispuesta a admitir nada, cuando ni siquiera ella misma sabía qué era lo que le pasaba con Thiago.
—¿Pusiste en riesgo la vida de los dos solo porque te trató de mentirosa?
—Nunca estuvimos en riesgo. Sabés mejor que nadie cómo conduzco.
—Solo porque no les sucedió nada no quiere decir que no estuvieron en riesgo. Manejaste a más de doscientos kilómetros por hora en una ruta que apenas conocías.
—Estaba molesta.
—¿Solo por eso? ¿O querías impresionarlo mostrándole tus habilidades? —él estaba dando justo en el clavo. Mica sabía que no le podía seguir mintiendo a su amigo.
—Me trató de mentirosa, se hizo el canchero delante de todos sus amigos. Vos porque no lo viste. Se merecía perder.
—Vos no sos así. Actuaste de manera irracional.
—Cuando me provocan, de la forma que él lo hizo, pierdo la capacidad de lo racional —ella levantó la voz.
—Te estás enamorando de ese tipo —tamaña afirmación hecha de manera tan rotunda descolocó totalmente a Mica, aunque su mirada seguía siendo suave.
—¿Me estás jodiendo? —se cruzó de brazos.
—El comportamiento que tuviste ayer me lo confirma. Te pusiste celosa por la rubia que estaba con él, y yo caí muy bien en tu situación. Te vine como anillo al dedo —ahora fue Fer quien se cruzó de brazos.
—Te estás equivocando muy feo. Es un fanfarrón, un agrandado y un terrible machista. ¿Me creés tan estúpida para enamorarme de alguien así?
—¿Querés que te sea sincero? —sin dejar que responda continuó— Estás en peligro de enamorarte perdidamente de ese tipo.
Se levantó de golpe, lo fulminó con la mirada y casi gritando le dijo: —Antes, muerta.
—Ojo con lo que decís —la vio alejarse—. Tampoco seas melodramática —se sonreía porque sabía que estaba en lo cierto.
Salió al jardín de atrás bastante enojada, dejando a su amigo parado y solo en la casa. Se dirigió al muelle y se sentó en el borde. No lo quería escuchar más. Sabía que Fer tenía razón, pero no estaba preparada para admitirlo tan abiertamente todavía. Necesitaba tiempo para procesar lo que sentía. Algo fuerte le pasaba con Thiago, eso era evidente, algo que no podía explicar con palabras. Lo que sentía era algo visceral, que venía desde lo más profundo de su ser. Él la atraía y la deslumbraba, a pesar de todas las pestes que hablaba de él.
¿Enamorándose de Thiago? ¿Cómo podía suceder algo así? Amar a alguien que ni siquiera conocía. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. No solo lo amaba, sino que también lo deseaba, como no había deseado a nadie en toda su vida, y bien larga que era. Se tenía que alejar lo más posible de él. No volvería a ir más al pub. “Se terminó. ¿Se terminó algo que nunca empezó?”. Se rio de sí misma, ya ni siquiera estaba pensando coherentemente. Tenía que hacer de cuenta que nunca se le había cruzado. ¡Estaba tan furiosa! ¿En qué momento permitió que ese hombre, que llegó a su vida de la nada, se apoderara en un segundo de todos sus sentimientos? Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas casi sin darse cuenta. Por más que hiciera mucha fuerza para contenerse, fue inevitable que comenzara a llorar a mares. Tenía un intenso nudo en la garganta y sentía una opresión muy fuerte en el pecho. Todo lo sucedido la hizo dudar en si estaba bien el cambio que había hecho. Nunca pensó cuando se mudó a Bariloche con tanta ilusión que llegaría a dudar de esa decisión. Y ahora estaba pensando que quizás hubiera sido mejor no haberse mudado. Micaela era una persona fuerte, pero por sobre todas las cosas orgullosa. Ese iba a ser su mejor aliado, el que nunca la dejaría caer.
Fer la observaba a través del ventanal. Sabía que estaba llorando. A pesar de que sintió unas inmensas ganas de ir a abrazar a su amiga y darle un poco de consuelo, aun así la dejó desahogarse sola. Cuando comenzó a bajar la temperatura, entró en su casa.
—¿Mejor? —le preguntó.
—Sí, creo.
Fer abrió los brazos y Mica corrió a refugiarse en ellos. Se quedaron así un largo rato sin decir nada. Hay veces en que las palabras están de más.
—Andá a cambiarte. Te invito a cenar —sonrió.
Y corrió a su cuarto.
El lunes 26 de marzo, mientras estaban desayunando, Mica le hablaba a su amigo de Fiore.
—¿Qué te pareció mi compañera de aventura?
—Es muy simpática y divertida. Además baila muy bien.
Mica arrugó la frente —No la viste bien.
—Sí. ¿Qué me querés preguntar en concreto?
—¿Te gusta? —fue directo al grano.
—Bueno —sacó el aire—. Es muy linda.
—¿Solo eso? —en ese momento sonó el celular, que lo salvó de contestar.
Mica atendió y le hizo una seña a Fer con la mano para que la esperara. Esta no se la iba a dejar pasar.
—Buen día, señorita Echeverría. Habla el ingeniero Ocampos. Quería comunicarle personalmente que aprobaron el presupuesto. Nos gustaría contar con la instalación lo más rápido posible.
—Buen día, ingeniero Ocampos. ¿Cuándo quisiera que mi socio vaya a colocarlos? Ya está en la ciudad —le guiñó un ojo a Fer.
—¿Está su socio en Bariloche?
—Sí, llegó el sábado.
—De acuerdo. A la una de la tarde de hoy. ¿Está bien?
—No hay ningún problema. Ahí estaremos.
—Hasta luego, entonces.
—Hasta luego —cortó.
Dio varias vueltas saltando y riendo.
—Me voy a duchar. Tenemos que estar a la una de la tarde en el Centro.
Fer, que pensó que se había olvidado de la pregunta que le había hecho, mientras subía le gritó:
—Me debés una respuesta. Lo dejamos para después.
Mica se duchó. Al salir, se puso un traje de vestir negro con rayitas finitas blancas y una camisa blanca entallada. Fer se puso un pantalón gris topo, una camisa crema y un pulóver escote en “V” de Bremer.
Juntos partieron hacia el Centro. Faltaban diez minutos para la una de la tarde cuando llegaron al lugar. Después de pasar todos los controles se dirigieron al despacho del ingeniero, quien los estaba esperando. Mica estaba más relajada que la última vez. Se acercaron al escritorio.
—Buenas tardes —le dijo extendiéndole la mano—. Le presento a mi socio y amigo Fernando Ducrey, el genio de los microchips —lo miraba orgullosa.
—Mucho gusto —dijeron al mismo tiempo estrechando sus manos.
—Síganme, por favor.
Caminaron hasta la puerta y al abrirla la sostuvo para que Mica pase primera. “Todo un caballero el ingeniero, igualito al hijo”, pensó en forma irónica.
Los condujo al ascensor. Subieron un piso más. El trayecto fue corto. Llegaron a una puerta blindada. Pasó una tarjeta magnética por la ranura y marcó un código. De pronto se escuchó un clic. La puerta se abrió y pasaron. Era el Departamento de sistemas.
La habitación estaba llena de computadoras, LCD, pantallas táctiles, todo de última generación tecnológica. Cada empleado llevaba su identificación con foto abrochada en la parte izquierda de la camisa. El ingeniero se acercó hasta un hombre de unos cuarenta y tantos años.
—Les presento a Gustavo White, encargado y jefe del personal de esta área —luego agregó—. Él es Fernando Ducrey y su socia, la señorita Micaela Echeverría Ayala —se estrecharon las manos.
Mientras Fernando hablaba con Gustavo, Mica se quedó conversando con el ingeniero Ocampos, que le explicaba lo importante de esta zona y todo lo que ahí se manejaba, también estaban las cámaras de seguridad. Después de un rato, Mica sentía que había llegado la hora de dejar a su amigo trabajar.
—Bueno, señor Ocampos, yo los voy a dejar trabajar tranquilos —caminó unos pasos dirigiéndose hacia donde estaba su amigo—. Llamame cuando termines que te paso a buscar.
—No tengo batería en el celular.
—No te preocupes. Tomá las llaves del auto. Me voy en un taxi.
—Gracias —sonrió.
Volvió unos pasos hasta donde se encontraba el Ingeniero.
—Disculpe, Sr. Ocampos, ¿sería tan amable de facilitarme el teléfono de alguna agencia de remís o taxi?
En ese momento se escuchó el clic de la puerta. Thiago había entrado con unos papeles.
—Buenas tardes —dijo casi sin mirarla.
—Buenas tardes —contestó cortante.
—Papá, me estoy yendo al banco. Falta que me firmes acá —y le señaló unas líneas punteadas impresas en un papel.
Estaba terminando de firmar y sin levantar la vista preguntó:
—Thiago, ¿me hacés un favor? —y sin dejarlo contestar continuó— ¿Podés alcanzar a la señorita Echeverría dondequiera que vaya?
—El banco cierra a las tres —respondió sin ocultar la sorpresa ante el inesperado pedido de su padre.
—No hace falta, muchas gracias —en ese momento Mica solo quería alejarse lo más rápido posible de ese lugar. No aguantaba más la presencia de Thiago. Se le había erizado la piel en el momento que entró en la habitación.
—Señorita, ¿tiene alguna otra reunión?
—No —se apresuró a decir Fernando que se acercaba a Mica. Además de haber estado escuchando todo, Mica lo traspasaba con la mirada.
—Bien —siguió el ingeniero—, ¿podría esperar unos minutos afuera del banco, mientras Thiago lleva estos papeles? Así cuando salga la puede alcanzar hasta su domicilio.
Mica asintió. Ya no le salían las palabras. Las pulsaciones habían subido inevitablemente. Cada vez que estaba cerca de Thiago, su cuerpo respondía de manera imprevisible. El ingeniero fue persuasivo, y ante ese gesto de amabilidad que había tenido, no le quedaba otra que aceptar.
Salieron del edificio en absoluto silencio. Caminaron paso a paso. Cuando llegaron a su camioneta, Mica dijo:
—Puedo pedir un taxi. No te preocupes. Nadie se va a enterar —Thiago desactivó la alarma del vehículo.
—No, le dije a mi papá que te llevaría y es eso lo que voy a hacer. Además, sí se enteraría. Creeme, sé por qué te lo digo —le abrió la puerta del acompañante, dándole la mano para ayudarla a subir. “De repente hizo un curso acelerado de buenos modales”, pensó ella y apenas sonrió. Él rodeó la camioneta y arrancó. Empezó a sonar Arjona. Mica no pudo evitar largar una carcajada al escuchar el tema.
—¿Qué es lo que te parece gracioso? —la miró irritado.
—Nada —se seguía riendo sin poder contenerse—. No quiero pelear.
—Decime, no pasa nada.
—“Si tú no existieras”, parece a propósito. Cómo no te iba a gustar Arjona si casi todas sus letras son machistas.
—Convengamos que el pendrive estaba puesto antes de que te subas —movió la cabeza riendo—. No me la vas a dejar pasar, ¿no? Ok, disculpame, me equivoqué, lo admito. Sí hay mujeres que pueden conducir a doscientos kilómetros por hora.
—Disculpas aceptadas —“No puedo creer que estemos hablando civilizadamente”, se decía a sí misma.
No es que hablaban fluidamente. Mica iba admirando el paisaje por la ventanilla de la camioneta. No quería voltear la cabeza. Todavía podía sentir los sapitos en la panza.
—Qué bueno que tu novio no sea celoso —giró la cabeza en dirección a ella.
—Yo no tengo novio —ahora fue Thiago quien largó una carcajada sin dejar de mirarla.
—¿Qué te parece tan gracioso? —ella sabía que se estaba refiriendo a su amigo, pero si quería saber, que pregunte.
—Tu socio, Fernando, ¿no es tu novio? —tenía la mirada hacia delante.
—No, es mi mejor amigo —no sabía por qué le estaba dando explicaciones. Era como que sentía que debía dejar las cosas claras.
—No lo tomes a mal, pero de la manera que bailaron el sábado… —levantó una ceja— no parecían amigos. Será que con ninguna de mis amigas bailo de esa forma.
Sin previo aviso sintió cómo las mejillas se ruborizaban. Ella no había sido consciente del baile, pero sí del efecto que había provocado y al parecer no solo a Fernando.
—Había tomado bastante —en tono avergonzado—. Por lo visto algunos lo disfrutaron. Tu novia tampoco debe de ser celosa. Si sabés cómo bailé es porque debiste de haberme mirado.
—Cristina… es mi prima —se sonrió.
—No parecía. Yo a mis primos no los agarro de la mano y los acaricio —mintió, no tenía primos, pero él no lo sabía.
—Ella llegó el sábado de San Rafael, Mendoza. Como no conocía a nadie, mi tía me pidió personalmente que saliera con ella.
—Está bien, no necesito explicaciones —mintió, por alguna razón desconocida la felicidad le invadió todo el cuerpo al enterarse de que esa rubia era su prima y no su novia.
—Lo sé, pero como fuiste vos la primera que las dio… —dejó la frase sin terminar.
—No, fuiste vos el primero en querer saber si Fernando era mi novio —Thiago sonrió, moviendo la cabeza a ambos lados y no dijo nada más. No quería que todo terminara en alguna pelea sin sentido, ahora que ya tenía la información que quería.
Siguieron en silencio hasta que llegaron al banco.
—Ahora vuelvo —bajó de la camioneta con la carpeta que contenía un montón de hojas.
Mica lo siguió con la mirada hasta que entró. “Qué hermoso que está, ese perfume tan de hombre quedó impregnado en toda la cabina de la camioneta, el pantalón de vestir… ¡Por Dios! Le hace una cola que dan ganas de pellizcarlo todo. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en este tipo? Mejor que deje de imaginármelo porque me estoy yendo al carajo. Decisión tomada”.
Habían pasado varios minutos. Mica se estaba impacientando. No paraba de pensar en Thiago. Su mente le estaba jugando una mala pasada.
—Tengo que salir de acá —se dijo en voz alta. Luego de bajarse de la camioneta, trabó todas las puertas. Necesitaba tomar aire fresco. Su perfume dentro de ella la estaba asfixiando. Hizo una última mirada al banco mientras se alejaba del lugar. Estaba llegando a la esquina cuando una voz la sorprendió.
—Mica —ella giró la cabeza—, ¿te estás escapando o me parece? —la provocó.
—Te parece —apenas sonrió—. Tardabas mucho y me dieron ganas de caminar.
—A esta hora y en esta época del año la mayoría de los negocios están cerrados.
—¿Y? —levantó los hombros— Quiero caminar, ¿no me escuchaste?
—¿Me tenés miedo? —levantó las cejas— Mirá que no muerdo, eh.
—No te tengo miedo, ni a vos, ni a nadie. Me puedo cuidar bien yo solita.
—Por favor, ¿me harías el honor de poder llevarte a tu casa? —ironizó.
—¿Querés averiguar dónde vivo?
—Quedate tranquila, que si me interesara ya lo habría sabido —al verla dudar, continuó—. Acá los taxis no son como en Buenos Aires que pasan uno tras otro —ella lo pensó unos minutos, mientras se perdía en sus ojos celestes muy claros. Luego subió a la camioneta en silencio—. Al fin podemos irnos —suspiró.
—Si estabas tan apurado me hubieras dejado ir.
—¿Todo lo tenés que hacer tan difícil?
—Si te lo hiciera fácil sería muy aburrido —Thiago giró la cabeza y la miró sonriendo. Se dio cuenta de que ella tenía razón, ya que esa era una de las características que más le atraía. Ella no era igual a las otras chicas con las que había salido. Mica le despertaba emociones que jamás había sentido con nadie, sentimientos que parecían haber estado dormidos hasta que apareció.
—¿A dónde te llevo, muñeca?
—A la Av. Bustillo km 15.526. Gracias.
La observó con una amplia sonrisa en sus labios. Thiago la miraba embobado. Era hermosa en todo momento, pero cuando sonreía era sublime.
Mica seguía contemplando el paisaje, no podía creer la paz que transmitía el lugar. Ella estaba acostumbrada al ir y venir del centro de la Capital porteña, que en horas pico es un hormiguero de gente, te pasan, te pisan, te empujan… Thiago, al verla tan callada, decidió decir algo para romper el silencio.
—Es precioso este lugar y eso que todavía no empezó a nevar.
—Sí, estaba pensando eso… miraba las cumbres —pero no se volvió para mirarlo a él. Temía que se diera cuenta de lo que estaba sintiendo.
El recorrido llegaba a su fin.
—Acá —le señaló la casa.
Paró la camioneta y se bajó para abrirle la puerta. La ayudó a bajar y le extendió la mano. Mica la aceptó sin poner ninguna resistencia. Estaba a punto de invitarlo a tomar algo, pero desistió de esa idea de inmediato. No confiaba en ella.
—Bueno, gracias por traerme.
—De nada.
Por primera vez se despidieron con un beso. Thiago la besó en la comisura derecha del labio. Ella se dio vuelta rápido y encaró para la casa sin detenerse. Tenía las mejillas al rojo vivo. Él rodeó la camioneta riéndose por su osadía, se subió y se marchó.
Se escucharon las llaves de la puerta. Mica estaba cocinando pechugas de pollo con crema de verdeo.
—Hola, mmm… qué olorcito —se sonreía—. Me muero de hambre.
—Me imaginé. ¿Cómo te fue?
—Bien. Tengo que volver mañana. El ingeniero quiere un juego de microchips para su computadora. Después de que termine, tengo que ir a su casa.
—Buenísimo. Te vas a quedar unos días más, entonces.
—Sí, toda esta semana. Y a vos, ¿cómo te fue? —la miró fijo. Quería ver su reacción.
—No me hagas acordar. ¿Qué fue eso de entregarme? ¿Se pusieron de acuerdo el ingeniero y vos? —le frunció el ceño.
—Muy mal no te fue, pensé que tenía que lidiar con una fiera —se rieron.
—Estuvo bastante bien. Por lo menos no peleamos, pero decidí no volverlo a ver.
—¿Por?
—Es obvio —levantó la ceja.
—¿Lo está admitiendo, señorita Echeverría?
—Admitir ¿qué?
—Lo obvio, que te pasan cosas con Thiago, cosas que nunca te pasaron con otros chicos. Mica, ya te dije, jamás te vi así.
Suspiró y caminó hasta donde estaba Fer —Sí, es verdad, a vos no te puedo mentir. Cuando estuve con él, tuve que hacer esfuerzos sobrenaturales para no tocarlo. Tenía unas ganas enormes de besarlo, hasta me lo imaginé… —comenzó a sonrojarse.
—Decilo, así te escuchás —la presionó.
—Lo deseo, lo deseo de una manera especial, en todo sentido —dejó salir el aire.
—Opa, esto sí que no me lo esperaba —Fer estaba algo sorprendido.
—Es cuestión de tiempo, ni siquiera lo conozco. Se me va a pasar.
—¿Estás segura? Creo que no estás tan a tiempo —estaba estudiando los gestos de su amiga, que hablaban por sí solos. Mica ya estaba completamente enamorada de Thiago.
—No, no lo estoy, pero lo voy a intentar —cambió de tema, no quería hablar más de él— ¿Y vos? No me contestaste la pregunta que te había hecho antes de que sonara el celular.
—Mica —la miró serio—, casi no la conozco a Fiore. Es muy pronto para que pase algo con ella. Además, quiere ser rescatistas de montaña. Dudo mucho de que en Buenos Aires tenga futuro.
—Sí, tenés razón, pero vas a estar yendo y viniendo.
—Sí, señorita, sobre todo cuando te escuche mal, pero no quiero compromisos, no por ahora, al menos. ¿Te hizo algún comentario que estás tan interesada en saber?
—No hizo falta. No te sacaba los ojos de encima —su amiga le confirmó sus sospechas.
—Suelo tener ese efecto en las mujeres.
Mica lo miró algo indignada y dijo: —¿Qué? Ese comentario es típico de fanfarrón.
—Fue un chiste.
—No me gustó tu chiste.
—¿Te hice acordar a alguien especial? —sonrió.
—Tarado —se levantó y comenzó a recoger los platos.
—Disculpame, no quiero que te enojes —él sabía que se había pasado de la raya.
—No podría enojarme nunca con vos, pero no hagas más ese comentario. Vos no sos así.
—OK —levantó las manos. Ambos sonrieron.
Mica acompañó a Fer al aeropuerto Teniente Candelaria de Bariloche después de desayunar. No habían vuelto a hablar ni de Thiago ni de Fiore. La semana había pasado rapidísimo.
—¿Cuándo volvés? —hizo trompita.
—¿Todavía no me fui y ya querés que vuelva? —se sonrió— Prometeme que no te vas a meter más en líos —la miró serio.
—Mmm… te lo prometo.
—¿Así de convencida me lo decís? —la miró levantando la ceja.
—Es que ni yo estoy segura de lo que pasará. Lo que sí te puedo prometer es que lo voy a intentar —se rieron—. Por ahí tome en cuenta la propuesta de Fiore de llevar un currículum al hospital donde trabaja ella. Así estaría más ocupada.
Se escuchaban por los parlantes el llamado de los vuelos.
—Ese es el mío.
Mica lo abrazó fuerte.
—No te pierdas —le murmuró cerca del oído, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—No, cuidate.
Fer comenzó a caminar hasta la puerta de embarque, pero antes de entrar se dio vuelta y saludó a su amiga con la mano en alto. Mica, entre lágrimas, le dedicó una gran sonrisa que lo dejó un poco más tranquilo.