Читать книгу En la sangre lo llevas - Natalia V. Blanco - Страница 6
Capítulo II
La entrevista
ОглавлениеMica había estado dando vueltas en la cama durante casi toda la noche. Estaba tan nerviosa como una colegiala a punto de rendir su examen final. Tuvo tiempo suficiente para repasar cada detalle y a medida que pasaba la hora se ponía cada vez más ansiosa. Se probó infinidad de ropa. Al final se quedó con un traje de pollera que le llegaba hasta arriba de la rodilla, bien ajustada, y una chaqueta de color manteca, una camisa blanca entallada al cuerpo y unos zapatos de gamuza color marfil. Se hizo unas torzaditas en el pelo y se maquilló con tonos suaves, pero se delineó bien los ojos de negro haciendo que el color turquesa le resaltara sobremanera. Tomó su maletín y partió hacia la Av. Ezequiel Bustillo km 8500. Cuando llegó al lugar había una casilla de madera barnizada con una inscripción que decía: “Centro de Investigación Privada de Radares”, en tonos plateados. A la derecha había un mástil con la bandera argentina y un cartel verde con algunas indicaciones. Un guardia muy cortés se acercó y preguntó:
—Buenas tardes, señorita. ¿Me podría informar hacia dónde se dirige?
—Buenas tardes. Tengo una reunión con el ingeniero Lorenzo Ocampos.
—¿Sería tan amble de darme su nombre y apellido?
—Claro. Micaela Echeverría Ayala.
Luego de tomarle los datos de rigor, volvió a la casilla. Mica mientras tanto miraba su reloj pulsera Cartier que le había regalado Fernando para el cumpleaños del año pasado. “Todavía tengo bastante tiempo. Espero que no haya ningún problema”, pensó.
El guardia regresó y después de hacerle firmar una planilla, le señaló:
—Tiene que ir a la administración. Tome el camino de la derecha. Una vez que haya pasado todo el complejo tecnológico, siga derecho unos metros. Se va a encontrar con una plaza llamada Libertad. Es el edificio que está enfrente.
—Muchas gracias.
No tuvo inconveniente para encontrar el lugar en cuestión. Estacionó el auto y se dirigió a la entrada. El edificio era muy bonito, las paredes estaban revestidas de laja gris, con puertas automáticas que se abrían por medio de un censor de movimiento cuando alguien se acercaba. Se encaminó hasta el mostrador de madera oscura que contrastaba con las paredes blancas y la recepcionista la atendió muy atentamente.
—Buenas tardes —mirando el monitor de la computadora—. Usted es…
Micaela Echeverría Ayala.
—Sí —el guardia ya le había comunicado su presencia.
—Firme aquí —le indicó. “Tantos papeles tengo que firmar”, pensó—. Siga por este pasillo —le señaló por dónde—. A la izquierda llegando a la mitad del corredor están los ascensores. Tiene que ir hasta el 2º piso.
—Gracias —le sonrió.
Al salir del ascensor, ya en el 2º piso se acercó a un escritorio, en donde había una mujer muy linda de unos 40 años aproximadamente.
—Disculpe, ¿el ingeniero Ocampos?
—Sígame, señorita Echeverría. La está esperando.
“Todos saben quién soy”, pensó. Golpeó la puerta que estaba enfrente, y se escuchó:
—Adelante.
Abrió la puerta.
—Llegó la señorita Echeverría.
—Gracias, Aldana.
Luego de pasar, ella cerró la puerta. El ingeniero Ocampos era el presidente del Centro, CINPRA, una empresa que opera al lado del Centro Atómico de Bariloche, que se especializa en radares de todo tipo.
La oficina era bastante amplia, con un gran ventanal que daba a la plaza, por donde se podía ver el imponente paisaje. Caminó hasta el escritorio y le tendió la mano.
—Buenas tardes, señorita Echeverría —le sonrió y le estrechó la mano. Estaba impecable, con un traje gris topo y una camisa blanca con rayitas grises.
—Buenas tardes, Ingeniero —estrechándole también la suya.
—Tome asiento, por favor —le hizo un gesto con la mano para que se sentara en la silla de enfrente a él.
—Gracias.
—¿Desea tomar algo? —le ofreció muy amablemente.
—Un café, gracias.
Levantó el teléfono y apretando un botón solicitó:
—Aldana, ¿me podría traer dos cafés, por favor? —luego de cortar, le expresó a Mica— Bueno, quiero que me cuente el funcionamiento de estos microchips. La verdad es que quedamos bastante interesados.
Sacó del maletín una cajita de acrílico transparente que tenía una base de goma espuma finita negra, donde se observaban los microchips. Lo dejó arriba del escritorio y comenzó a explicarle:
—Como es sabido entre el noventa y el tres y el noventa y cinco por ciento, ya sea de las empresas multinacionales, entidades financieras e incluso las principales agencias de investigación como el FBI y la CIA han sido hackeados alguna vez en su historia. Los programas que utilizan para la seguridad informática, a pesar de que son muy eficientes, dependen también del conocimiento de la persona que esté manipulando el sistema para entrar, porque ninguno de los que existen en el mercado son infalibles. Estas personas son capaces de encontrar los exploits, que son sucesiones de comandos y acciones que utilizan para encontrar la vulnerabilidad en el sistema y así permitirles el acceso a aquellos datos que estén interesados en hackear.
Estos microchips, únicos en el mundo, son colocados, uno en el mother y el otro en el microprocesador, específicamente en la unidad aritmetológica. Al identificar un ataque, actúan en simultáneo, uno manda una serie de virus compuestos por gusanos y troyanos camuflados al IP invasor, mientras que el otro cuenta con un programa que, al descubrir al intruso, bloquea y encripta todos los datos que contenga hasta ese momento. Descifrar un programa encriptado puede llevar muchísimos años, ya que existen treinta y siete trillones de posibilidades.
Teniendo las herramientas correctas, cualquier programador podría desencriptar los datos.
—Es verdaderamente asombroso.
—Sí, mi socio es una persona muy inteligente —comentó con orgullo—. Él es quien instala los microchips.
Abrió su maletín y sacó una carpeta.
—Acá figura todo más detallado. Yo solo le hice un corto resumen. Pero se va a encontrar con la parte más técnica —lo miró—, por si quiere consultarlo con sus programadores. Además, incluimos el presupuesto.
—¿Se puede instalar en una computadora portátil?
—Sí, por supuesto. No habría problema.
Se abrió la puerta. Era Aldana con los cafés. Ambos agradecieron. Después de que se retiró, reanudaron el tema.
—Señorita Micaela, como sabrá no puedo tomar una decisión así. Tengo que consultarlo con el directorio.
—Perfecto. En la carpeta está mi tarjeta. En cuanto tenga una respuesta, ya sea favorable o no, me llama.
—Su socio, ¿vive en Bariloche?
—No. Él en estos momentos se encuentra en Montevideo, terminando de instalar los microchips en uno de los laboratorios más importantes de ese lugar.
Ya habían terminado de beber cada uno su café, se aproximaba la despedida y cierre de reunión, cuando alguien golpeó la puerta y sin esperar a que le contestaran, asomó la cabeza y entró.
—Perdón, papá. No sabía que estabas en una reunión.
—Pasá, ya terminamos —y la miró a Micaela—. Vení, que quiero presentarte a alguien.
Micaela estaba cerrando su maletín y guardando unos papeles, cuando sintió el mismo cosquilleo del estacionamiento. No necesitó darse vuelta para saber quién se encontraba en la habitación. Thiago estaba parado al lado del ingeniero. Al darse vuelta, volvió a encontrarse con el calor de su mirada.
—¿Qué hacés acá? —la miró sorprendido.
“Qué te importa, tarado”, pensó en decirle, pero se contuvo. Tenía que ser más inteligente. —Buenas tardes, Thiago. A mí también me da gusto verte —le contestó de manera irónica mientras se fulminaban con la mirada—. Acabo de terminar una reunión con… tu papá —los ojos de Mica iban de Thiago al ingeniero Ocampos. Ella todavía estaba estupefacta por la coincidencia.
—¿De dónde se conocen ustedes dos? —frunció el ceño, mirando a cada uno, tratando de hallar la respuesta.
—Es una larga historia. Después te cuento —respondió él.
Mica se paró, tomó sus cosas y exclamó:
—Espero que le cuentes la verdad —levantó las cejas.
—¿Averiguaste dónde trabajo? ¿Me estás siguiendo? —soltó, sin importarle la presencia de su padre.
—No. Antes de seguirte me hago monja de claustro —el ingeniero Ocampos no pudo aguantar la risa—. Esta reunión la teníamos pactada hace más de quince días. Todavía no tenía el agrado de conocerte, señor vanidad —seguía hablándole en forma irónica. Miró al Ingeniero.
—Disculpe por esta escena. Que tenga un buen día —le tendió la mano, pero a Thiago lo liquidó con la mirada y salió del despacho sin hacer ningún comentario más. “Thiago es el hijo del Ingeniero. Yo sí que tengo una suerte”. Se dirigió hacia la puerta de salida, caminando como si estuviera desfilando en una pasarela.
Pasó por delante de Aldana. Apenas se escuchó su saludo:
—Buenas tardes.
Sin esperar a que le respondiera se dirigió a los ascensores como una tromba. Quería salir de ahí a como diera lugar. Sacó el celular y le envió un mensaje a Fernando que decía: “Salí. Llamame”. Dos minutos después, sonó el celular. Ya estaba afuera dirigiéndose al auto.
—Mica, ¿abriste el correo? —la descolocó un poco, ya que no contaba con esa pregunta.
—No, para nada. Estuve concentrada en la reunión —se puso seria—. ¿Pasó algo?
—Te reenvié el mail que me llegó de España. Están interesados en los microchips.
—¡Guau! ¡España! Nos vamos para arriba, amigo.
—Sí—suspiró—. Todavía no arreglamos la fecha. Me van a llamar.
Mica sentía por la voz que algo no le estaba diciendo. —¿Qué es lo que te preocupa?
—Me llamó Rubén, el mecánico, para decirme que el auto va a estar listo en quince días, justo para la carrera.
—Si te llega a coincidir con la fecha de la entrevista, viajo y corro yo por vos. Total es una simple carrera de aficionados, es pan comido para mí. Sabés que de los dos soy mejor piloto que vos —se agrandó.
—Sí, pero el premio no está nada mal —se rieron.
—Hiciste trampa —escuchó Mica desde atrás. Giró sobre sus talones y ahí estaba Thiago otra vez.
—¿Qué? —lo miró enojada— Fer, te llamo en un rato —y cortó la llamada sin dar mayor explicación.
—Hiciste trampa —volvió a repetir a modo de reproche—. No me aclaraste que eras una corredora profesional.
—Será tal vez porque nunca me lo preguntaste. Solo dijiste: “Mentira, chicos. Una mujer no puede conducir a 200 km/h” —imitó una vez más en tono de burla, las palabras que le había dicho Thiago—. Te quisiste hacer el canchero delante de todos tus amigos. Te merecías perder
—moviendo la cabeza a ambos lados continuó—. No puedo creerlo. Primero me tratás de mentirosa, luego de que te estoy siguiendo, y ahora de tramposa. ¿Me vas a acusar de algo más? —se enfureció— Además, nunca te mentí cuando me preguntaste si hubiera cumplido la apuesta en el caso de perderla. Te dije bien claro que la apuesta estaba ganada desde el vamos. Y para que sepas, corrí a más de 200 km/h, guapo, pero siempre en lugares preparados donde no pongo en riesgo la vida de nadie, como en un autódromo, no en una ruta. Es la primera vez que hago una cosa tan estúpida como esa.
—¿Qué viniste a hacer acá?
—¿Por qué no se lo preguntás a tu papito? —ella lo fulminaba con la mirada. Estaba muy molesta.
—Porque te lo estoy preguntando a vos.
—A ver si nos entendemos, guapo —se acercó hasta ponerse cara a cara—. Yo a vos no te tengo que dar explicaciones de nada. No te confundas —estaban a pocos centímetros de distancia, ambos podían respirar el aire que largaba el otro. Se quedaron unos segundos así, sin hablar, observándose el uno con el otro. Las miradas hablaban por sí mismas—. ¿Quién te creés que sos?
Mica se dio vuelta. No soportaba perderse en esos ojos celestes tan claros. Pero antes de dar un paso, Thiago la agarró del codo. Ella volvió a girar y miró a Thiago.
—¿Qué hacés? ¡Soltame! —de un sacudón se soltó— Nene, si tenés algún problema, andá a un psicólogo. En una de esas tiene suerte y encuentra algo en esa cabecita. Es la última vez que me ponés una mano encima. Te aseguro que no me vas a querer ver enojada.
—Disculpame —realmente se arrepentía de haberla tomado del brazo. En el fondo no quería que se marchara. Algo lo impulsó a no dejarla ir. Fue un acto espontáneo. Thiago sabía que se estaba comportando de una manera que no era propia de él, pero no lo podía evitar y no sabía por qué.
Mica se alejó lo más rápido que pudo hacia el auto, dejándolo ahí parado a él. Ella pensaba suspirando: “¿Por qué me afecta tanto lo que me dice este tarado? Uf, más hermoso no podía estar. Ese traje negro le quedaba espectacular. ¿Qué te está pasando, Mica? ¡Vos no sos así!”. Mientras las lágrimas amenazaban con salir de la bronca, pensó: “Qué día de mierda”. Arrancó el auto y se dirigió a su casa. Necesitaba cambiarse y calmarse un poco. Sabía que la reunión había estado bien… hasta que entró Thiago. Ahora todo pendía de un hilo. Sonó el celular.
—Fer —tratando de disimular la angustia. Se olvidó de volver a llamarlo.
—¿Qué pasó que me cortaste así?
—Una larga historia. Cuando vengas te cuento.
—¿Estás bien? —su amigo no la notaba bien. Al principio pensó que era por la reunión, pero sabía que algo le estaba pasando.
—Sí…, no…, más o menos.
—Ahora sí que me quedo más tranquilo.
—Fer, entendeme. Estaba nerviosa por la reunión —le estaba ocultando a su amigo la verdad.
—¿Me vas a contar cómo te fue?
—Creo que bien —le mintió—. Me van a llamar cuando tengan una respuesta. Lo tienen que evaluar con el directorio —cambió de tema—. ¿Para cuándo arreglaste la instalación?
—Empiezo mañana y va a llevarme unos días, además de la instalación, explicarle todo el funcionamiento. ¿Me vas a decir qué te pasa? Te escucho algo cabreada.
“Qué pesado”, pensó Mica.
—No me hagas caso —tragó saliva—. Solo sentí que no estaba a la altura.
—Tampoco era para tanto. Lo peor que puede pasar es que no lo quieran. ¿Cuál es el problema?
—Ninguno —un silencio estremecedor corrió entre ellos—. ¿Cuándo venís?
—La semana que viene; lunes o martes.
—Te extraño —le soltó.
—Yo también te extraño. Falta poco, nena —riendo—. Nos hablamos. Quedate tranquila. Ya pasó. Todo saldrá bien.
Y colgó.
Thiago volvió a la oficina de su padre, quien lo estaba esperando. Aunque sabía que no era el lugar más adecuado para tocar este tipo de temas, sentía que le debía una explicación. La charla tenía que ser ahora.
—¿Qué fue toda esa escena, Thiago? ¿Por qué saliste desesperado detrás de esa chica? —lo miraba fijo con las manos en la cintura.
—Te voy a contestar todo. Dejame que ponga en orden mi cabeza. Necesito acomodar mis ideas.
—¿En serio creés que averiguó dónde trabajabas? Esa fue una acusación fuerte.
—No, no tenía idea que trabajo acá, mucho menos que era tu hijo. ¿No le viste la cara? Ella dijo que tenía pautada esta reunión hace quince días —lo miró serio a su padre.
—Es verdad.
—Yo la conocí recién este sábado —se animó a confesarle.
—¿Estás seguro? No sé qué pensar. Podría ser otra cosa.
—Estoy muy seguro. No seas paranoico. Esta chica no tiene nada que ver con el Centro.
—¿Dónde la conociste? —quiso saber Mariano, dado que intuía que algo le pasaba a su hijo con Micaela. Era tan evidente que lo hizo sonreír.
—En el Pub del Cerro Catedral. Ella estaba con un grupo de chicos y yo con mis amigos —se pasó la mano por la nuca—. Es solo que… me porté como todo un idiota con ella. La seguí para tratar de arreglar la situación, pero la empeoré más. Fue peor el remedio que la enfermedad.
El Ingeniero abrió grande los ojos. No esperaba una confesión de ese tipo, pero debía formular la pregunta obligada: —¿Qué fue lo que le hiciste a esa chica? —lo veía caminar de un lado a otro, como un animal enjaulado— Thiago —estaba esperando una respuesta que tardaba mucho en llegar, levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.
—Me hice el canchero y me bajó de un hondazo.
Su padre abrió grande los ojos, luego se sonrió —A esta altura de tu vida deberías saber distinguir las chicas que son para una noche, de las que no lo son —se dio vuelta y caminó hasta su escritorio—. Si el sábado fuiste tan grosero como recién, puedo entender por qué salió tan enojada. Creo que, si no hubiera estado yo, te habría dicho un montón de cosas más.
—Yo creo lo mismo. Te juro que me saca de las casillas. No sé qué me pasa específicamente con ella.
—Es que estás acostumbrado a que las chicas te acosen, y con ella se nota que no lo lograste. Es como la figurita difícil del álbum.
—No te voy a negar que es linda, pero tampoco tanto.
—Repetítelo varias veces, a ver si conseguís creértelo. Esa chica no solo es muy linda, además es inteligente y decidida, y por lo visto tiene mucho carácter. Alguien capaz de ponerte en tu lugar sin caer rendida a tus encantos —se sonrió—. Andá con cuidado.
Él asintió. No quería hablar más de ella. Tenía clavado en su mente esos ojos turquesa que lo perseguían a donde iba. Su cuerpo clamaba por ella como nunca lo hizo por nadie. Con esa última advertencia, Thiago salió del despacho de su padre.
La semana pasó rápido. Fiorella había ido a cenar el miércoles y el viernes a la casa de Micaela. Aunque se sentía muy bien y se divertía mucho con ella, todavía no le había contado nada de sus sentimientos con Thiago. Las pocas veces que hablaron de él, Micaela le decía lo fanfarrón, agrandado y sobre todo lo vanidoso que era. Pero Fiorella no tenía ni un pelo de tonta y sospechaba que detrás de todas esas rudas palabras había sentimientos románticos ocultos. Sin embargo, respetó su silencio y no la presionó para que los confesara. Fiore sabía muy bien que solo era cuestión de tiempo para que Mica reconozca lo que realmente sentía por Thiago. Solo había que tener paciencia y esperar. Cuando se despidieron, arreglaron para que Mica la pasara a buscar el sábado a las nueve de la noche.
El día amaneció gris y toda la tarde las nubes negras amenazaban con un aguacero en cualquier momento, pero los planes de la noche no se suspenderían.
Mica se puso un short de raso negro y una remera de lycra blanca con un dibujo en plateado y unas botitas cortas negras de cuero dejando al descubierto sus piernas esbeltas. Se planchó el pelo, aunque era bien lacio, se delineó los ojos, tomó la campera negra de gamuza y corderito por dentro y salió en busca de su compañera de aventura, como le decía a Fiore.
Llegaron temprano al lugar, que estaba casi vacío. Se dirigieron a donde se sentaban siempre. La lluvia seguía cayendo, aunque no con tanta intensidad.
—¿Vendrá alguien hoy con este día?
—Se va a llenar. De eso no tengas dudas. Hoy hacen la fiesta de los noventa, pero eso no quiere decir que vamos a estar todo el tiempo escuchando música viejarda.
—Me encanta la música viejarda. Es mi preferida —acotó Mica.
—Ahí entran los chicos —levantó la mano agitándola en el aire.
“Como si hubiera tanta gente y no nos pudieran ver”, se sonreía Mica. Se sentaron con ellas mientras se quejaban del mal clima. Lorena se dirigió a la barra a pedir unos tragos y volvió con ellos. Mica esta vez pidió un Daiquiri de frutilla. Estaban riéndose a carcajadas cuando vieron entrar a Thiago de la mano de una rubia despampanante, junto al resto de sus amigos. En ese instante la cara de Mica cambió rotundamente. Es como si le hubieran arrojado un balde de agua helada. No podía ocultar su enorme malestar. En un segundo se le borró la sonrisa del rostro, sintió que se le cerraba el pecho, y los ojos que se le humedecían estaban a punto de delatarla: “No me vas a arruinar la noche. ¿Por qué no me puedo controlar?“, pensó. Le agarró el brazo a Fiore.
—¿Vamos a la barra por otros tragos?
—Dale. ¿Alguien quiere algo? —preguntó a los demás chicos.
—No, gracias —contestaron.
—Dentro un rato —dijo Lore.
Fueron hacia la barra, mientras pasaban por adelante del grupo de chicos donde estaba Thiago. Mica ni se inmutó, y ni siquiera les dirigió la mirada. Fiore le sonrió e hizo un gesto con la cabeza. Después de servirle los Sex on the beach, Mica tomó unos buenos sorbos, y terminó el vaso demasiado rápido, por lo que pidió un segundo trago en menos de diez minutos. Fiore la miraba sorprendida, pero al voltear la mirada comprendió perfectamente lo que le estaba sucediendo. Su amiga estaba comportándose así por Thiago. Ella no soportaba la compañía con la que él había entrado y se iba a ¿emborrachar para ahogar las penas?
—Mica, ¿estás bien?
—Sí, ¿por? —contestó rápidamente.
—Nada. Es el tercer vaso que te tomás y convengamos que no es un jugo exprimido.
No le respondió porque en ese momento le sonó el celular.
—¡Fer! —alzó la voz. Él siempre parecía tener un sexto sentido.
—Mica, ¿dónde estás?
—En el bar que te conté la última vez que hablamos.
—¿Sí?… ¡Qué bien que te queda el short! —soltó.
—¿Viste? —levantó la cabeza— ¿Cómo sabés lo que llevo puesto?
No tardó en divisarlo en la puerta de entrada. Saltó del taburete de tal manera que hizo chirriar en el piso. Salió disparada a su encuentro, cruzando casi todo el salón, haciéndose paso con la poca gente que estaba en la pista. Todos siguieron la secuencia al verla correr tan desaforadamente. Cuando llegó se arrojó a los brazos de Fer. Este la levantó en el aire y le dio una vuelta.
—Hey, ¡qué buen recibimiento! —le exclamó al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Es que no te esperaba. Estoy sorprendida. Me alegra mucho que estés acá. Vení —dijo rápidamente—, te voy a presentar a Fiore y a los chicos.
Lo agarró de la mano y lo condujo al living, donde les fue presentando a los chicos uno por uno, pero no se sentaron allí. Se dirigieron a la barra donde todavía estaba Fiorella, que no solo siguió con la mirada a su amiga, sino que también lo observó a Thiago, que no pudo evidenciar su cara de disgusto al ver a Mica en los brazos de otro hombre.
—Fer, ella es Fiore —se saludaron con un beso en la mejilla.
—Al fin conozco al famoso Fer. Ella no para de hablar de vos, pero ¡no me habías dicho lo guapo que es! —los ojos verdosos de él la miraban sonriente. Fer era realmente un chico muy atractivo—. Además de simpático —continuó.
—Gracias —le sonrió Fer—. En cuanto a lo que habla de mí, no le hagas caso. Siempre exagera.
—¿Qué hacés acá? Dijiste que llegabas el lunes o martes —irrumpió Mica.
—Sí, pero no te escuché bien en toda la semana y como ayer terminé, decidí venir antes y darte una sorpresa.
La miró a Fiore mientras le rodeaba el cuello con sus brazos:
—Ya ves por qué lo quiero tanto.
—No sabés cómo le cambiaste la cara y el humor —se rieron—. Fiore quedó deslumbrada por Fer. Le parecía demasiado hermoso y sexy.
En ese momento comenzó a sonar “Losing my religión”, de REM. Era una de las canciones preferidas de ambos. Lo agarró a Fer de la mano y lo condujo a la pequeña pista de baile, donde comenzaron a moverse al compás de la música. Mica podía sentir los ojos de Thiago en la nuca, pero decidió ignorarlo. No valía la pena prestarle atención. Al terminar después de una vuelta lo abrazó a Fer, pero ninguno podía creer que la siguiente canción fuera “The time of my life”, famosa por el último baile de la película Dirty dancing. Los dos se miraron, ya que ese tema lo habían bailado juntos en la fiesta de egresados. Aunque le habían cambiado algunas partes era bastante parecida al original. Siguieron bailando como si no hubiera nadie alrededor. Mica, que ya el alcohol la había desinhibido, comenzó a hacer movimientos mucho más sexys y atrevidos. Se meneaba como si estuviera haciendo un show erótico. Sin que nadie se diera cuenta y con una sonrisa forzada, Fer la agarró de la cintura ya casi terminando la melodía y le dijo enojado:
—¿Me podés explicar qué carajo estás haciendo? —chilló en voz baja, entre dientes, mientras sonreía para que nadie excepto ellos dos pudieran escuchar.
—¿Qué? Estamos bailando.
—¡No! Soy tu amigo, pero antes soy un hombre —estaba realmente molesto—. Me parece que el alcohol te hizo efecto o la larga historia está presente —la música había terminado, pero ellos seguían en el centro.
—¿Qué larga historia, Fer?
—La que no me contaste por teléfono, la que hizo que adelantase el viaje porque te escuché mal en casi todas las conversaciones que tuvimos, la que está haciendo que te comportes de esa manera ahora. Micaela, te conozco… a mí no me engañás. La podés caretear con Fiorella que recién te conoce, pero conmigo ni lo intentes. Tenés dos minutos para empezar a hablar y decirme la verdad. ¿Está acá?
Estaba realmente avergonzada. Había coqueteado con su amigo, que no advirtió lo que estaba pasando hasta que comenzó a bailar de una manera que a cualquiera hubiera excitado, incluso a él.
—¡Contestame!
—Sí —apenas le susurró.
La tomó de la mano y la condujo a la barra, donde recién había llegado Thiago. Mica se sentó de espaldas a él y Fer al otro lado de Mica.
—Un agua bien fría sin gas para ella —aunque le puso mala cara no le hizo caso—. Y un vino espumante con Speed —necesitaba un trago después de semejante actuación de su amiga.
—¿Un agua? —por más que hizo puchero, no convenció a su amigo.
—Sí, estás demasiado tomada.
Al ver a la rubia que se iba al tocador, Mica se dio media vuelta, apoyando ambos codos en la barra, mirando al centro de la pista, y en voz alta dijo:
—¿Le jugaste una apuesta a ella también?
Thiago, que sabía muy bien a lo que se refería, giró la cabeza en dirección a Mica. Por primera vez sus ojos se encontraban. Él estaba bastante molesto porque no pasó desapercibida la manera en que había bailado con su amigo. Lo había excitado y mucho la forma de moverse, la había imaginado bailando así con él. Los celos ahora no lo dejaban ver. Algo le estaba pasando con ella y no sabía bien qué era.
Sonrió. —Te dije que no necesitaba ninguna apuesta.
—Cierto, solo conmigo —se rio—. Y ni siquiera.
—De todas maneras, yo a vos no te tengo que dar ninguna explicación. No te confundas.
Mica, al escuchar que había usado sus mismas palabras, largó una fuerte carcajada.
“Ahí está la larga historia”, pensó Fer.
—Fer, él es Thiago.
Fer le tendió la mano. Thiago no tuvo más remedio que devolverle el saludo por una cuestión de cortesía.
—Vos sos el que no creía que una mujer pudiera correr a tanta velocidad —lo miró desconcertado, pero no contestó—. Te sorprendería saber las cosas que puede hacer. Parece una persona inofensiva, pero no lo es. La verdad es que las apariencias engañan. Creeme —la miró a Mica—. Es tarde, vamos.
—Pero recién acabás de llegar —dijo Fiore desilusionada. Fer le sonrió y ella se desarmó por completo.
—Un rato más y nada más —él miró a su amiga, pero no dijo nada.
—Escuchá este tema —comenzó a sonar “Ai se eu te pego” de Michel Teló—. Vamos a bailar —Fiore se dirigió a los dos.
—Yo mejor me quedo —Mica no se quería mover de al lado de Thiago.
Fiore tomó de la mano a Fer, le guiñó un ojo a Mica y juntos fueron hacia la pista, que estaba llena de gente. Mirándolos bailar, Mica sonrió. Ellos se movían alegremente al compás de la música. Intuía que su compañera de aventura había sido cautivada por su amigo, lo cual no le sorprendía, ya que Fer era todo un caramelo cuando quería y las chicas solían caer en sus redes. Aunque debía admitir que Fiore estaba bastante dispuesta, hacía tiempo que no lo veía tan relajado con una chica. Esa pareja le gustaba, pensó ella. Después iba a indagar a su amigo al respecto. Luego de bailar unos temas más volvieron junto a Mica.
—Ahora nos vamos. Manejo yo —ella le pasó las llaves del auto sin discutir.
Se despidieron de Fiore. Todavía estaba Thiago sentado, salvo que en ese momento llegaba la rubia.
—Un gusto —saludó Fernando en voz alta. No quería interrumpirlo, pero tampoco ser grosero.
—Igualmente —respondió Thiago, alzando la cabeza. Mientras se alejaban tomados de la mano, él los seguía atentamente con la mirada.
Antes de ir hacia la barra, Thiago y sus amigos los miraban desde su living, bailar a Mica y a su amigo. Uno de ellos comentó:
—¡Qué linda que es! ¡Cómo se mueve!
—¿Quién será el suertudo que está bailando con ella? —acotó otro.
—¿Suertudo? Pobre pibe, lo compadezco, tener que lidiar con esa histérica —Thiago no podía ocultar su malestar.
—A mí no me importaría lidiar con ella —se rieron—. Y pensar que hace exactamente una semana hubiera sido tuya, amigo —le dio una palmada en la espalda.
Hablaban como si estuvieran solos. Nadie se percató de la compañera de Thiago, ni siquiera él.
—Ya les dije, hizo trampa.
—No, no hizo trampa. Te ganó en buena ley, reconocelo.
—Además de correr como los dioses, experta en seguridad informática. Me pregunto: ¿habrá algo que no sepa hacer?
Thiago se levantó bastante irritado por los comentarios de sus amigos y se dirigió a la barra con la rubia, dado que no quería escuchar más hablar de ella.