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Capítulo IV
Encuentro inesperado
ОглавлениеHabía pasado más de un mes desde la última vez que vio a Thiago, y aunque se seguía viendo con Fiore, a él no se lo había vuelto a cruzar ni por casualidad. Estuvo escalando cerros como el Bella Vista, entre otros. La mañana del 28 de abril Mica había decidido subir al Cerro López, el cual tiene una dificultad media. Por eso el día anterior fue al negocio de Don Ko-Ko a reabastecerse de cuerdas, piolets y mosquetones de varios tamaños, sin tener la menor idea de cómo se usaban. Pero siempre estaba entusiasmada por probar experiencias nuevas, hacer algo distinto, salir de lo cotidiano. Para ella era todo un desafío escalar aquellas montañas. Y ella estaba dispuesta a intentarlo. Por más difícil que fuera.
Llegó alrededor de las diez de la mañana a la base del Cerro. El día estaba despejado, a pesar de que la noche anterior había llovido. Rodeó el Lago López y estacionó el auto en el km 22.500. Se dirigió a un kiosco, donde comenzó una senda muy transitada. Después de subir varias pendientes pronunciadas, entró en un bosque de coihues, cipreses, pinos y flores. La gama de colores avivaba el paisaje, la brisa era leve y la temperatura descendía a medida que Mica ascendía. Detrás de ella se podía observar la quietud del Lago Nahuel Huapi, se vislumbraba la Isla Victoria y el Hotel Llao Llao. El paisaje era realmente imponente y definitivamente bello en gran manera. Ella no paraba de sacar fotos o le pedía a alguna persona que le sacara a ella, para poder mandárselas luego a Fer. Después de unas horas, llegó al Refugio Roca Negra, ubicado a unos mil trescientos metros sobre el nivel del mar. La vista panorámica era tan maravillosa que se perdía en el horizonte. Siguió subiendo. Cada vez estaba más convencida de que amaba esas montañas. Llegó a una bifurcación. A la izquierda se veía un sendero seguro y bien señalizado. Sin embargo, contra todo sentido común, optó por el de la derecha, que tenía una señalización más precaria y casi no había gente. Ascendió unos doscientos metros; salió del camino principal creyendo haber oído algo, minutos más tarde se encontró con dos chicos. Uno de ellos estaba herido, tenía el tobillo totalmente hinchado, iba agarrándose del amigo y daba pequeños saltitos. Ella los reconoció apenas los vio, eran amigos de Thiago, aquellos que estaban esperándolo en el estacionamiento mientras admiraban su auto, pero se hizo la tonta.
—Hola, me llamo Micaela —se acercó hacia donde estaban.
—Hola, ¿vos sos la chica que le ganó la apuesta a Thiago? —la reconoció uno de ellos.
—Sí, la misma —era obvio que no logró su cometido—. ¿Los puedo ayudar en algo?
—Sí, por favor, soy Erick, él es Claudio, creo que se esguinzó el tobillo.
—¿No pasaron por el Refugio López?
—No, la verdad es que nos perdimos. Venimos de La Hoya. No seguimos el camino convencional, sino que rodeamos la montaña —en su voz había una nota de angustia, tal vez preocupación.
—Quédense acá. Yo voy hasta el Refugio y aviso —no se movían—. ¿Tienen radio o celular? —ante la respuesta negativa, les dejó el suyo.
Estaban cansados. Hacía más de una hora que se habían perdido. No se habían detenido ni un instante, pero sabía que algo los perturbaba.
En el mismo momento que iba a salir para el refugio, Claudio la agarró del brazo y le preguntó:
—¿Trajiste cuerdas, pitones y mosquetones suficientes para escalar?
—Sí, tengo un casco, arnés, dos piolets. ¿Por? —frunció el ceño.
—Bien. Si seguís caminando unos 50 metros por ahí —le señaló el sendero por donde habían venido— vas a encontrar un camino bastante empinado. Tenés que utilizar los mosquetones, dejamos nuestras cuerdas, así que no vas a tener problema. Luego vas a pasar por un pequeño bosque. Atravesalo hasta llegar a la pared de la montaña. Ahí la escalada es casi vertical, eso es rappel. Vas a tener que valerte de las piernas y las manos. Seguí hasta llegar a la cima, girá a la derecha y vas a ver a nuestros amigos.
—¿De qué me estás hablando?
La voz se le entrecortaba. Mica no entendía nada.
—Benjamín se patinó… cayó de unos tres metros… no sabemos cómo está. Encima yo por querer bajar rápido caí mal y me torcí el tobillo. Eso nos retrasó un montón… solo espero que esté bien.
—Ustedes van a tardar más en ese estado. Yo puedo ir al refugio y pedir que los rescaten.
—No, vos andá por donde te indiqué. Yo me quedo acá y vos Erick seguí solo ahora que encontramos el camino —Claudio los miraba a los dos—. Sos el único que los puede guiar, Mica. Gracias, pero vos no sabrías por dónde. ¿Podrás trepar?
—Tenés razón. Sí, sé hacerlo.
—De acuerdo. Ahora váyanse.
Sin decir nada más, Mica fue por el sendero como le había indicado Claudio. No estaba muy convencida de lo que estaba haciendo, pero igual le hizo caso. Había usado las cuerdas, pero los mosquetones, el arnés y lo demás nunca. Parecía que tenía un imán para los problemas. Le había prometido a Fer que no volvería a meterse en líos y ahí estaba a punto de subir una montaña sin tener la menor idea de cómo hacerlo.
Ya había atravesado el bosque. Solo le quedaba la parte más difícil. Rezó y comenzó a colocarse el arnés. Pasó las cuerdas que habían dejado los chicos por los mosquetones, tomó varios pitones y colocó los piolets en el bolsillo del pantalón, sobre la pierna derecha, ideal para poner accesorios, ya que era bastante profundo.
Escaló muy despacio. Había unos cincuenta metros hasta un descanso. Cualquier otra chica se hubiera acobardado y echado para atrás, pero Mica, con su admirable valentía, decidió seguir adelante sin importarle los riesgos. A ella nada la detenía.
—Un pie, ahora el otro, despacio, ya falta poco para este tramo, me queda el otro —se iba convenciendo a sí misma—. Mica, no pienses. Hay una persona herida por ahí. Tengo que llegar sea como sea.
No sabía qué hacer para calmar la adrenalina que esto le producía. Las pulsaciones iban incrementando a medida que iba llegando. “Al final, no fue tan difícil”, pensó una vez que llegó al descanso. Caminó hacia la derecha hasta encontrar las sogas que finalizaban el último tramo, miró hacia arriba y calculó unos cien metros. Este tramo era más largo, pero si había llegado hasta ahí, entonces podía soportar un poco más. No era cuestión de dar marcha atrás después de todo lo que había avanzado.
Estaba a mitad de camino y de repente se zafó un pitón y quedó suspendida, agarrándose con una sola mano. Se raspó un poco la pierna, pero pronto se recuperó. Cuando llegó a la cima, la herida era casi invisible, evidencia de que su sistema inmunológico actuaba con rapidez.
—Listo —corrió hacia la derecha—. Tengo que rodear la montaña.
En una parte la montaña se cortaba y no había otra opción que saltar. Si bien no era muy largo el estrecho, sí estaba a una considerable altura. Mica tomó carrera y saltó sin problema. Habían pasado casi diez minutos o más y no encontraba a nadie. Se paró en seco. Su mirada se perdía en el horizonte. De repente, el viento cambió y sintió un olor conocido: “Thiago”. En ese momento se lanzó a la carrera como un perro de caza. Sus sentidos se agudizaban con cada movimiento. Siguió corriendo unos metros más… Miró hacia abajo, ahí estaba al lado de su amigo que se encontraba recostado en la nieve. Llegó hasta él sin cuerdas, bajó usando solo sus manos. Thiago, al escuchar ruido, giró su cabeza y la vio parada.
El cuerpo de ella empezó a sentir las mismas sensaciones que sintió la primera vez que se cruzaron: un hormigueo en todas sus extremidades, los sapitos en la panza saltando de un lado a otro. A Thiago tampoco le resultaba indiferente Mica.
—Thiago, ¿cómo está Benjamín?
—Está inconsciente —la miraba con sorpresa, ya que no se esperaba la llegada de Mica—. Pero, ¿cómo llegaste hasta acá?
—Me encontré con tus amigos y me dijeron cómo llegar. Uno de ellos fue al refugio —se acercó y le tomó el pulso a Benjamín—. Es débil —le levantó un poco la remera y vio que tenía moretones—. Tiene un par de costillas y una pierna fracturada.
—Si algo le pasa… —la angustia se notaba en su voz— fue idea mía venir por este lado.
—No te tortures, fue un accidente —le puso la mano en el hombro tímidamente.
Al rato escucharon aproximarse un helicóptero, se levantaron e hicieron señas con las manos. Un médico bajó y lo primero que hizo fue ponerle un cuello ortopédico.
—Doctor, ¿cómo está?
—No le puedo dar un diagnóstico ya mismo. Lo tenemos que llevar al hospital lo más rápido posible. Necesita atención urgente.
Thiago lo ayudó a atarlo. Una vez que lo aseguraron bien, comenzó a subir lentamente. Arriba lo esperaba otro médico y Erick, quien los había guiado hasta el lugar. El médico les dijo que esperaran al otro helicóptero. Mientras veían cómo se alejaba, se sentaron contra la pared de la montaña a esperar. Todavía faltaban varias horas para el crepúsculo. El viento comenzó a soplar con intensidad. El encuentro inesperado la perturbaba. A pesar del largo tiempo que había pasado sin verlo, los sentimientos que tanto se había empeñado en enterrar permanecían intactos y resurgían como una flor en primavera. Esta vez no podía ni quería evitarlo, lo tenía a un paso, aunque las circunstancias eran desfavorables. Estaban solos en medio de la nada. La sangre le hervía. Mica sintió un temblor cuando Thiago al moverse le rozó el brazo.
—¿Tenés frío? —fue lo que interpretó Thiago.
—Sí, un poco —mintió—. Es que está bajando la temperatura.
—¿Te molesta si te abrazo?
Dudó. Sabía que si la abrazaba ya no lo podría dejar ir, pero no le importó. Movió la cabeza negando. Thiago le pasó el brazo por detrás de su cuello, trayéndola hacia su cuerpo. Mica apoyó la cabeza en su hombro, mientras esperaban que vinieran por ellos. Había pasado bastante tiempo desde que habían llevado a Benjamín y todavía no llegaba el segundo helicóptero.
—Me parece que deberíamos volver. Nos queda poca luz solar. Si nos agarra la noche no vamos a poder irnos.
—Estaba pensado lo mismo.
—¿No trajeron alguna mochila? —comentó mientras se ponían de pie.
—Sí, la tenía Benjamín. Creo que fue por eso que se cayó, se le resbaló de las manos al vacío, la quiso agarrar y perdió el equilibrio.
—¿Tenía algo importante?
—Los celulares de todos —la mochila se veía unos metros más abajo.
—Tengo cuerdas. ¿Querés bajar a buscarla?
—No, quiero ir al hospital. Necesito saber cómo está. Tal vez mañana venga por ella.
—¿Y si alguien la encuentra?
—No viene nadie a esta parte de la montaña. ¿O acaso te encontraste con alguna persona? —su mirada no era la misma. Esos ojos celestes claros no brillaban, estaban perdidos por la preocupación que sentía.
—No, pero más al suroeste sí pude ver gente subiendo paralelamente conmigo.
—Porque por ahí se encuentra el refugio —levantó los hombros—. Si la encontraran, mala suerte. Son solo cosas materiales.
Se pusieron en marcha, volviendo por el mismo camino que Mica había tomado para llegar a ellos. Él le extendió la mano cuando tuvieron que saltar la grieta. Mica tomó demasiada carrera y terminó atrapada en los brazos de Thiago. Ambos quedaron unos segundos así. Mica sabía que si levantaba la vista no se iba a poder contener y lo besaría sin dudarlo. Se deshizo de sus brazos con ternura. El roce con Thiago le quemaba por dentro, sensaciones inesperadas la embargaban. Él, sin embargo, no sacó la vista de la boca de ella, pero al ver que ella retrocedía decidió desistir de esa idea. No iba a cometer otro error con ella. Aunque tuvo que emplear todo su autocontrol para no besarla, era la primera vez que retrocedía. Ya casi no se reconocía a sí mismo. En otras circunstancias no hubiera dudado. Esos labios ya hubieran sido suyos. Tragó saliva y se apartó. Bajaron sin ningún problema hasta que llegaron al refugio López. Ya era casi de noche. El lugar estaba pintado de un color rosa fuerte, tenía buena iluminación, era muy fácil de reconocerlo. Es el más grande y confortable de todos los refugios. Posee dos amplios dormitorios, cocina y baños con agua caliente.
Ya más relajados y resguardados del frío, cenaron un suculento guiso de lentejas, ideal para recuperar calorías después de una jornada bastante intensa. No habían hablado mucho. Él estaba totalmente disperso, solo pensaba en su amigo y en su estado de salud. Al no tener noticias de él, la preocupación crecía con el paso de las horas. Mica tampoco le hablaba, respetaba su silencio, aunque se moría de ganas por darle ánimo. Cuando subieron a los dormitorios, se sentaron en camas contiguas. El lugar era cálido. No había mucha gente. Estaban uno en frente del otro. Thiago le tomó las manos, la miró a los ojos y le dijo:
—Gracias —a Mica se le hizo un nudo en la garganta, el simple contacto hacía que cada nervio de su cuerpo cobrara vida— por venir hasta donde estábamos, por ayudarnos y por acompañarme en silencio.
Tragó saliva. Sentía que le faltaba el aire.
—De nada —susurró apenas.
—¿Escalás con frecuencia?
—Hace solo unos meses. Quiero ser guía de altas cumbres y necesito algo de práctica —le sonreía—. ¿Ustedes suelen escalar todos juntos?
—Casi siempre. Nacimos rodeados de estas montañas. De chico mi papá nos traía a todos —había algo de nostalgia en su voz—. Solemos no ir por los caminos seguros, sino que vamos conociendo lugares nuevos e inhóspitos —se notaba su angustia y cansancio en los ojos y en su voz. No era un buen momento para ponerse a charlar. Un bostezo puso fin a la conversación.
—Estás cansado y yo también. Deberíamos dormir —sugirió ella, que ya estaba bastante alterada y no quería estropear nada.
—Sí, aunque no sé si pueda.
—Tenés que estar bien para mañana. Vas a necesitar de toda tu energía.
Thiago se metió en la cama, se tapó y se durmió apenas apoyó la cabeza en la almohada.
En cambio, Mica no podía conciliar el sueño. No quería dejar de mirarlo. Él no dejaba de dar vueltas en la cama. “Es hermoso hasta cuando duerme”, pensó, pero en algún momento de la madrugada el sueño la venció.
Cuando se despertó, notó que Thiago no estaba en la cama contigua. Sintió un vacío en el pecho indescriptible. Bajó rápido las escaleras para ver si lo encontraba en el comedor desayunando, pero fue en vano. Thiago ya se había ido. Sabía que lo único que él quería era ver a su amigo, así y todo se sintió abandonada.
Llegó a su casa con los ánimos por el piso. No podía dejar de pensar en Thiago. Por más esfuerzo que hiciera, no lograba sacárselo de la cabeza. Estuvo dando vueltas y decidió averiguar en qué hospital o clínica estaba internado Benjamín.
“Fiore es la única que me puede ayudar, aunque le tenga que contar toda la historia”. Con Fer lejos, necesitaba hablarlo con alguien. Al llegar a su casa tomó el teléfono, marcó el celular de Fiore y en el segundo llamado atendió.
—Hola, Mica. ¿Cómo andás? Desaparecida.
—Fiore, necesito que me ayudes —no estaba con ganas para una extensa conversación, así que fue directo al grano.
—¿Te pasó algo? —la escuchó preocupada.
—A mí no. ¿Dónde nos podemos ver, así te cuento personalmente?
—Estoy en casa.
—Voy para allá —colgó. Ni le dio tiempo a formular la siguiente pregunta.
Mica se bañó, se cambió, se puso un pantalón de jeans con una camisa blanca entallada y unas botitas, se maquilló apenas, tomó una campera blanca y salió.
Estacionó el auto en frente de la casa de Fiore, tocó timbre y esperó. Unos minutos después apareció Fiore.
—Mica, me tenés intrigada. ¿Me podés contar qué pasó? —al verle la cara a su amiga se preocupó más.
—Sí, en el auto —se apresuró a decir.
Subieron, y manejando sin rumbo, le contó todo, con lujo de detalle como nunca pensó que le iba a contar a alguien. Era la primera vez que hablaba de algo tan íntimo con una persona recién conocida. Solo con Fer tenía esa confianza ciega. Pero Fiore le inspiraba esa misma confianza. Lo sentía. Por eso le hablaba como si la conociera de toda la vida. No cabía duda de que había nacido una amistad entre ellas dos.
Cuando terminó con el relato, ella estaba anonadada con tanta información. Siempre supo de los sentimientos que tenía por Thiago, ya que eran muy evidentes, pero nunca se imaginó que fueran tan intensos.
—Dejame hacer unas llamadas. Tengo compañeras en el Hospital Carrillo, en el Sanatorio del Sol y en el San Carlos —le puso la mano en un hombro mientras conducía a ciegas—. No te preocupes, no hay muchos lugares donde pudieron haberlo trasladado, así que lo vamos a encontrar.
Después de hablar con algunas compañeras, contando con la poca información que tenían acerca de Benjamín, una de ellas le dijo lo que necesitaban. La miró sonriendo: —Está en el Sanatorio del Sol.
—¿Dónde queda?
—En la Avenida 20 de Febrero al 640.
—¿Cómo llegamos? —la ansiedad se apoderó de ella en dos segundos.
—Estamos en Mitre. No sé en qué momento pasamos el Centro Cívico, doblá a la derecha, esta es Villegas, seguí hasta la Avenida Ángel Gallardo —miraban los nombres de las calles.
—Y, ¿ahora?
—Doblá a la derecha, son unas dos o tres cuadras —Fiore estaba atenta al nombre de las calles—. Acá llegamos. Es esta. Fijate dónde podés estacionar.
—Vení conmigo, por favor —le pidió a Fiore mientras estacionaba.
—Bueno, pero si está en terapia, hasta el mediodía no lo vamos a poder ver. No nos van a dejar entrar —miró el reloj—. Falta una hora y media.
—Me conformo con saber el estado de salud.