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El atraso en contraposición al progreso
ОглавлениеDesde el periódico El Atratense —publicado en Quibdó en 1880— se llama la atención en uno de sus artículos que para lograr “la prosperidad de la antigua provincia del Chocó en vano se han derogado unas constituciones y se han reformado otras, en vano se ha practicado la alternabilidad no solo en las personas sino también en las ideas y en los partidos”; unos y otros como intentos fallidos en la medida en que el “Municipio del Atrato permanece siempre atrasado a pesar de los variados pero débiles esfuerzos que se han hecho para sacarlo del letargo industrial en que ha caído” (1880 n.° 2, 3. Las cursivas no pertenecen al original). Así, se alude al atraso bajo un discurso de la desesperanza y la frustración: se afirma que este es una de las principales causas que no permite alcanzar o representarse como parte —o por lo menos cercanos— de un proyecto nacional moderno; erigir lo que representa el atraso hace más deseable el progreso, y en esta medida se encuentra sustento a sus acciones. En el caso del Chocó, este atraso se relaciona con las condiciones geográficas y ambientales, así como con las circunstancias de tipo político, administrativo e institucional, que son tomadas en parte o como origen de este y, a su vez, como causas de un territorio que se tilda como rezagado, olvidado y abandonado, y en el cual los grupos humanos que en él habitan, sus prácticas culturales y, en suma, los aspectos de índole moral, intelectual, espiritual y material se asumen como cargados de connotaciones contrarias del ideal progresista. En síntesis, representaciones del territorio chocoano en tono de atraso, implícitas en los discursos, que se construyen e imponen desde finales del siglo XIX, provenientes de ópticas externas.
Las relaciones de poder constituidas, asumidas o encarnadas por parte de los grupos o representantes de instituciones como el Estado y la Iglesia, las cuales entran en ejercicio tanto con el espacio físico como con las dinámicas humanas, derivan en escenificaciones y construcciones particulares acerca del territorio, en este caso específico, del territorio chocoano. En este orden de ideas, de acuerdo con Sosa (2012), las representaciones que se fabrican del territorio “pueden provenir desde matrices religiosas, cosmogónicas, políticas o económicas”, las cuales “son mapas mentales que lo definen, ordenan, sacralizan, historizan, proyectan y controlan” (20-21). Así mismo, los sujetos son también “—propios o ajenos a un territorio— quienes, desde sus representaciones del territorio, están en constante búsqueda por proyectarlo, por hacerlo parte de su cohesión, o entran en constante confrontación y disputa por construirlo, apropiárselo y controlarlo” (22). Construcción y exposición de retratos que, siguiendo a Restrepo (2013) para el caso de la región del Pacífico colombiano, se evidencian en la continuidad de “imágenes que desde el periodo colonial habían circulado profusamente sobre estos lugares y sus gentes” (173); como por ejemplo la construcción de “imágenes de un abierto pesimismo con respecto al clima y las agrestes selvas”, que “no desaparecen con el cambio de siglo” (175).
En este contexto, se trata de evidenciar que las representaciones del atraso operaron para construir unas imágenes del territorio del Chocó y sus habitantes en términos de rezago, olvido y abandono, con las cuales se argumenta la apuesta por el progreso, y con este, a su vez, hacer plausible los imaginarios de la modernidad;10 imaginarios capitalistas que, para Castro-Gómez y Restrepo (2008):
Coadyuvan a producir la subjetividad moderna en Colombia durante las primeras décadas del siglo XX, en el sentido de que crean un mundo ideal, una mitología en la que determinados grupos sociales (sectores de las élites intelectuales y económicas, así como algunos sectores del pueblo llano) empiezan a reconocerse como “sujetos modernos”. (19)
Del mismo modo, se trata de exponer las diversas condiciones, contextos y espacios donde acontecen las prácticas culturales, así como las distintas relaciones desde las cuales se conforma territorio por parte de los grupos locales, apropiaciones e identificaciones en tono de territorialidades.
REPRESENTACIONES E IMAGINARIOS CONSTRUIDOS EN TORNO A UN TERRITORIO
Entre montes, ríos y selvas: vislumbrando territorios
El Chocó se describe para comienzos del siglo XX, desde los informes misionales, como una región ubicada al noreste de Colombia, la cual abarca una considerable superficie, con una posición geográfica por la que puede considerarse “una de las regiones del globo más privilegiadas y que ha sido siempre de las más codiciadas, por la facilidad con que por su territorio podrían comunicarse con un canal más ventajoso que el de Panamá” (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 20-22), así como por su situación estratégica entre dos mares. Una zona de clima vehemente y considerablemente húmeda, con constantes lluvias, tempestades y aguaceros, todo enmarcado en un entorno de selva virgen, bañado por múltiples ríos, entre los que se destacan el Atrato, el San Juan y el Baudó. Selva, lluvia, ríos, calor, presencia de animales y exuberante vegetación,11 entre otros, se describen y presentan en informes, narraciones y relatos, por medio de representaciones de condiciones agrestes que recrean el imaginario de un territorio. Se dice también que el clima es el de la zona tórrida, “muy insano y propicio a toda clase de fiebres, sobre todo palúdicas y biliosas junto con los catarros y pulmonías”, que son las “enfermedades predominantes en el territorio” (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 22), dados los fuertes cambios climáticos de los que se afirma propician su fecundación. Complementa la idea expuesta la nota del Boletín de Obras Públicas publicada en 1908 (artículo 7, que trata de la construcción de la vía entre Quibdó y la Esperanza), donde, además de la dureza de las condiciones ambientales referenciadas, el contexto agreste se relaciona con estar esta “región plagada de reptiles venenosos y presentarse dificultades para la consecución y transporte de víveres” (1908 n.° 4, 1); todos estos aspectos agudizan las dificultades para llevar acabo cualquier tipo de obra.
En este sentido, se asegura que los viajeros y los misioneros que han osado entrar en este territorio han tenido que permanecer en los ríos días, semanas y meses, carentes de todo y expuestos a las inclemencias del sol y las lluvias, soportando fiebres y molestias, además de enfermedades. Se anota también que navegar por los ríos en “diminutos cayocos entre las olas, no siempre mansas de ambos océanos, Atlántico y Pacífico”, al igual que las travesías y “correrías incesantes” en tan duras condiciones y contando solo con lo que los campesinos les pueden aportar, representa para estos visitantes innumerables sacrificios, dificultades y padecimientos, así como experimentar algo memorable, similar al suplicio (Prefecto Apostólico del Chocó 1929). Descripciones cargadas de desesperanza y desaliento se entretejen en las travesías narradas por viajeros y misioneros, entre otros; discursos en tono desolador que recrean la idea de un territorio a partir del que llega, del externo, del trasegar de los forasteros. Representaciones y valoraciones del territorio construidas bajo ópticas externas, en las que las interacciones con las condiciones naturales, geográficas, sociales y culturales son variables, es decir, se solventan en las diferentes experiencias e intercambios —mediados por intereses—, los cuales se entablan entre los individuos y lo que los rodea, así como con los elementos dispuestos y que disponen tanto el espacio físico como social.
Ríos que hacen las veces de caminos, corrientes navegables que cruzan y disponen territorio se convierten en el principal medio de comunicación, dada la escasez y la situación de los caminos terrestres, elementos y factores que se suman al discurso de condiciones adversas. En este escenario, los viajes y trayectos por los ríos y trochas se convierten en protagonistas de muchas de las descripciones de los padres misioneros, quienes en algunos de sus informes manifiestan —haciendo referencia a los caminos terrestres existentes— que, más que caminos de hombres, estos son “caminos o trocha de fieras” que sirven más para animales de carga.12
Travesías y viajes por los ríos del Chocó en canoas, potros, champas, chingos, pangas, cayucos, piraguas, principales denominaciones que describen distintas embarcaciones conformadas por troncos de árboles, que oscilan entre un ancho de 60 cm por 50 cm de profundidad (Los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María 1953, 97; La Misión Claretiana del Chocó 1960, 45) y un largo que depende del tronco empleado. Se completan estas descripciones a partir del relato de un misionero, quien cuenta que en el medio de la embarcación hay un “rancho” que viene a ser “un cobertizo de paja, que sirve para librarse del sol y de las continuas lluvias, y que tiene la forma de una vaina de cañón”; además, anota que “allí es donde se mete uno a rastras, pues otra cosa no permite la estrechez del cobertizo” (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 45). En este contexto, las condiciones de los traslados son referidas como viajes molestos en incómodas embarcaciones, en las cuales los viajeros se encuentran sometidos a
incesantes chubascos o aplastantes calores, sólo aminorados si el misionero se acurrucaba o se tendía bajo el rancho de la mísera embarcación; las subsiguientes privaciones en comidas y alojamientos, en los cambios de los negros o en rudimentarias o destartaladas casas rurales, desprovistas de todo, quebrantaban las fuerzas y la resistencia de los más valientes y mejor dotados. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 69)
Otros relatos recrean lo acontecido en la cotidianidad de los viajes, de los momentos de interacción entre los bogas, los misioneros, los campesinos y todo aquel que requería transportarse y comunicarse de un lugar a otro. Así, se narra:
Y los negros que guiaban la canoa en nuestros viajes, me mal recitaban multitud de romances que aprendieron de sus antepasados, y que resumían tradiciones de antiguos misioneros, de fiestas, de gestas de una desconocida epopeya; romances que pasaron de boca a boca, de pueblo a pueblo y de generación a generación, a veces mutilados y sin sentido, pero conteniendo un gran fondo de verdad histórica y de dogma religioso, tal cual se lo enseñaron sus primeros misioneros. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 244)
Navegar por los ríos en estos medios de transporte fluvial representa, entre otros, una respuesta a las necesidades existentes y una solución para la movilidad y circulación en los ríos, interpretada y apropiada por los habitantes de este territorio, quienes evidencian conocimiento, conexión y adaptación a las condiciones del medio. Así, más allá de las adversidades y molestias, esta técnica local trasciende a la acción de comunicar y conectar y fue considerada en uno de los informes realizados por los misioneros como el “arte de bogar”, un sistema para viajar calificado como sencillo y del que se dice no ofrece peligro, a no ser en ríos de corriente precipitada, una práctica ejecutada por parte de hombres, mujeres y niños, a la cual tiene acceso todo aquel que la requiera. Por ello, a pesar de las refutaciones y designaciones de “incómodas canoas”, estos medios de transporte se constituyen en espacios de intercambio y de comunicación, así como en espacios de saberes locales; en síntesis, espacialidades en tono de apropiación de un territorio por medio del posibilitar los medios e instrumentos para recorrer y surcar caminos.
Como lo afirma Santos (2000), “la principal forma de relación entre el hombre y la naturaleza, o mejor, entre el hombre y el medio, viene dada por la técnica”, entendiendo por esta la constitución de “un conjunto de medios instrumentales y sociales, con los cuales el hombre realiza su vida, produce y, al mismo tiempo, crea espacio” (27). Saberes locales sobre un medio físico que permiten interpretarlo adaptándose a lo que este ofrece, apropiaciones e identificaciones que se traducen en la creación de instrumentos (como las canoas) y construcciones (como la vivienda) en tono de espacio. Creación y formación de territorio, en tanto la técnica agencia un territorio en el espacio.
Ríos como caminos, pero también como lugares elegidos para albergar caseríos, poblados o casas esparcidas a sus orillas. Viviendas dispersas en los ríos, o aquellas ubicadas en los poblados existentes, son detalladas como sencillas y con formas similares entre unas y otras. En estas predominan el uso de palma, paja y madera, su implantación respecto al terreno sobre el que se asientan distingue su separación o elevación por medio de horcones de madera, por lo que se accede por un palo a manera de escalera, con muescas13 dispuestas para esto, por mencionar algunas de las principales características que comparten con las viviendas indígenas o tambos de la zona. Respecto a la vivienda indígena, los relatos de las misiones nos dicen:
A sus viviendas, llamadas tambos, sólo se llega trepando por las peñas y malezas de los ríos en ligeras embarcaciones, que no permiten equipaje ni acompañamiento. Las casas son como todas las de los ríos, pajizas, de construcción sencilla, distinguiéndose de las demás por su forma semicircular, unas veces cercadas, otras abiertas; pero siempre el tejado de forma cónica, llega casi hasta tocar el piso, que está circundando por una barandilla; éste suele ser muy elevado; se sube a él por un palo inclinado, apoyando los pies en unas muescas abiertas en él, manteniendo el equilibrio con las manos, en actitud de escalar un árbol; como este palo o escalera es movible, lo retiran cuando les parece, con lo que evitan se introduzcan en sus casas los animales y las fieras. Viven por familias; amparando un solo techo a todos los ascendientes y descendientes. No conocen habitaciones ni compartimentos; el salón, que suele ser espacioso, sirve de cocina, dormitorio, y todo está a la vista; duermen sobre el duro suelo, o sobre jamaguas, cierta especie de tela sacada de la corteza de un árbol. (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 10-11)
Por su parte, las descripciones encontradas acerca de las viviendas de aquellos que los misioneros denominan de “raza de color” se pueden recrear a partir de las experiencias derivadas de su permanencia en estas durante los viajes misionales. Representaciones que, más allá del tono del relator —algunas con la acostumbrada desesperanza que acompañan ciertos de los apartes de las travesías misionales, los cuales resaltan los olores, el aspecto y el contexto de las viviendas con acentos negativos que las describen como pestilentes, sucias y desordenadas—, se constituyen en escenificaciones que permiten vislumbrar espacios, así como prácticas culturales, cargados de significados y valoraciones locales.
En este sentido, a partir de la experiencia de uno de los padres misioneros, quien, al acudir a impartir los sacramentos a un “enfermo grave”, afirma que, tras la muerte de este, los pobladores cercanos al difunto tienen la costumbre de congregarse en su casa o posada, lugar donde acontecen una serie de prácticas en directa correspondencia con los espacios que conforman la vivienda. Así, se describen las casas o posadas como sencillas, conformadas por algunos cuartos, de los que distinguen el portalón, espacio amplio donde se reúnen los visitantes, además de la cocina, particularmente ubicada hacia la parte posterior del inmueble; esta se detalla como un espacio en el que suelen reunirse las mujeres, en este caso específico, durante la velación del muerto, para preparar los alimentos y bebidas —entre estas últimas se destaca el paimadó, referenciado por los misioneros como una “especie de aguardiente fuerte y malísimo con que se emborrachan con frecuencia los chocoanos” (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 51)—. Así mismo, se relatan las condiciones14 de permanencia en las viviendas como hostiles, atribuidas a la falta de enseres como camas —que suelen ser reemplazadas por hamacas (1960, 46)—, por encontrarse en tierra sus pisos, carecer de iluminación interna y externa, además de las condiciones de aseo y la estancia de diversos animales, como insectos, roedores, entre otros:
Frente a aquel jolgorio y en el portalón (que así se llama la única pieza libre que allí se encuentra), donde todos los forasteros se recogen para dormir, tuvimos que preparar nosotros los timbales para cenar y descansar después, si podíamos. Tres hamacas y una cama portátil constituían nuestros lechos, y allá, hacia la una o dos de la madrugada, debajo de cada uno se agazapaban como podían los demás huéspedes; la casa, como todas, estaba plagada de chinches, ciempiés, cucarachas, hormigas, cínifes y otras alimañas, y con multitud de animalitos gruñidores debajo, las gallinas y los ratones en lo alto, formaban un concierto bastante desapacible, como se comprende; a la calle no se podía salir, ya porque llovía, ya porque es un completo lodazal todo; dormir era imposible, pues lo impedían calor, olor, ruido, entre otras cosas; por lo que, no pudiendo sufrir aquella atmósfera y viendo, además, aquel movimiento de entrada a bandadas de gente moza y aquel jolgorio (pues no se convierte en otra cosa semejante acto de caridad), me incorporé en medio de la hamaca como pude y empecé a increpar a las gentes de tal modo que quedaron casi todos asustaditos con atreverse a chistar más, aunque los compañeros riéndose a mandíbula batiente por lo bajo, y bien que celebraron después mi catalinaria. (50-51)
Complementado lo expuesto, se afirma que bien entrada la noche, y por un periodo prolongado hasta que amanece —se puede repetir por varios días—, se reúnen “más de cien personas”, todas ellas dispuestas en el portalón, para hacerle compañía al muerto (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 50). Así, se recrean apartes de las novenas y los alabaos que forman parte de la velación de los muertos, relatos que destacan la ornamentación del espacio físico-arquitectónico y señalan la disposición de santos, luces, imágenes, entre otros elementos, así como la práctica de cantos, rezos y otras dinámicas que acontecen en estos. En este sentido, se afirma que dicha costumbre de “ir y hacer velorios” o veladas, ya sea cuando muere un individuo, con el fin de acompañar a la familia, o cuando dicho enfermo está por morir o lleva tiempo de enfermedad, se caracteriza porque “van todos los del contorno, chicos y grandes, todas las noches, como si fuesen a una romería, y allí están de parranda hasta que es de día, en que se vuelven a sus chozas”; complementando esta descripción, se anota que:
Cuando muere uno en los ríos, los parientes y vecinos le hacen las novenas, que llaman ellos. Consisten éstas en pasar toda la noche en una habitación, en donde tienen un Santo Cristo, un San Antonio y todos los santos que poseen con muchas luces. Si es la primera noche y el muerto está en casa, la pasan cantando no sé qué coplas; y si es después, rezan en rosario. Al amanecer cantan todos el Alabao sea; pero tanto este cántico como los demás son muy melancólicos; cada uno se va por el tono que le da la garganta, parece una olla de grillos. Gastan mucho en tales actos, pues se bebe mucho café y se fuma más, todo por cuenta de la familia del finado. (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 51)
Retomando lo esbozado anteriormente, desde los relatos misionales también se atestigua que “cada río venía a ser un pueblo con casas distanciadas unas de otras o los había muy extensos y poblados” (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 255), poblaciones de “chozas separadas unas de las otras por largas distancias y diseminadas a una y otra parte de los ríos” (46), de las cuales ciertas poseían “iglesia, donde se reunían todos los vecinos del mismo río para celebrar anualmente sus fiestas” (255). Cabe señalar que dicha práctica ha sido denominada y explicada como una forma de poblamiento disperso, la cual, de acuerdo con Restrepo (2002), “A medida que se fue consolidando el número de la población libre, la forma de poblamiento fue cambiando”,15 proceso en el que “hubo una dispersión de los libres por toda la región. Casas aisladas o pequeños conglomerados se construyeron cerca de las orillas sobre los diques aluviales a lo largo de los ríos o sobre las líneas costeras” (3). Así mismo, y en correspondencia con la ocupación del territorio, Martínez (2010), siguiendo a Robert West, se refiere a este
como un proceso de apropiación que se ejerce desde el río hacia el fondo o respaldo, a partir de la instalación de los pobladores en el dique aluvial. Este patrón de distribución espacial determina un poblamiento longitudinal y discontinuo a lo largo del río, según el cual las diferentes actividades económicas se encuentran intercaladas con los asentamientos ribereños. A este patrón ocupacional, se superpone otro en sentido transversal desde el río hacia el fondo boscoso, donde el río es representado localmente como el afuera, desde el cual se penetra gradualmente hacia el bosque, caracterizado como el adentro. (18)
Es importante destacar respecto a lo anotado que dicha forma de poblamiento disperso trasciende a la relación físico-espacial y deriva en una práctica de implantación también dispersa. Así, se configuran formas de ubicar e implantar las viviendas producto del entendimiento del entorno (respecto a los ríos, los montes y la selva), así como de las maneras de organización que se establecen al interior de los grupos humanos16 que intervienen en su disposición (poblados, centros, asentamientos). Construcción de territorio que evidencia la dinámica social en y desde este, en la que los sujetos, a partir de las relaciones y el entendimiento de los contextos, generan conocimientos y saberes locales que les permiten intervenirlo, más allá de emprenderse ubicaciones aleatorias. Cabe agregar lo expuesto por Sosa (2012), quien afirma que en los territorios la “organización y límites se negocian al fragor de las relaciones sociales”, donde los “sujetos lo construyen combinando lo concreto pensado (la representación que se tenga sobre el territorio) con lo concreto real (la relación que se desarrolla con este)” (26); en síntesis, relaciones sociales que construyen identificaciones y apropiaciones en y con el territorio.
Estas prácticas de implantación dispersa fueron consideradas por los misioneros como un obstáculo para llevar a cabo lo relacionado con la evangelización, dadas las dificultades asociadas a los traslados generados por la dispersión tanto de las viviendas como de las personas. Estas son dinámicas locales de organización de las espacialidades que buscan ser contrarrestadas desde las ópticas externas, a partir de las tensiones generadas por las formas de intervenir y crear territorio desde lo local. Allí se entremezclan e interponen distintas representaciones del territorio, donde, de acuerdo con Fernandes (2010 citado en Sosa 2012), cada “institución, organización, sujeto, construye su propio territorio y el contenido de su concepto y poder político para mantenerlo” (21). Así, confluyen disputas entre los distintos grupos por el control del territorio, lo que para Rodríguez (2010 citado en Sosa 2012) representan las luchas por este, por “la hegemonía de una forma particular de ejercer legítimamente la soberanía sobre el territorio, es decir, de ejercer una acción de dominio sobre el espacio de pertenencia” (26). Soberanía y pertenencia provenientes de lógicas externas que, en el caso del Chocó, buscan imponerse mediante relaciones de poder sobre los grupos locales.
En este contexto, las prácticas que se consideran un obstáculo para llevar a cabo la empresa espiritual17 buscan ser contrarrestadas aprovechando las dinámicas de los grupos locales. De esta manera, la reunión de los habitantes durante las fiestas —principalmente las patronales—, dada la capacidad de estos eventos para la convocatoria, la congregación y la participación, se constituyen en momentos propicios para facilitar el acercamiento tendiente a la catequización de las almas. De esta forma, se afirma que
Eran las fiestas patronales de esos centros y ríos, en las que se reunían grandes concursos de gentes, casi la única ocasión en que el Misionero podía ponerse en contacto con ellas y aprovechaba dichas fiestas para hacer los bautismos, los matrimonios y enseñar el catecismo a los niños [entre otras actividades de índole religioso]. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 255)
De las fiestas patronales en el Chocó se destacan aquellos eventos relacionados con las vísperas, las solemnidades litúrgicas, las procesiones, las actividades que se derivan de las fiestas y las que suceden en los ámbitos físicos. Se afirma que los actos religiosos acontecen de la forma y en los tiempos establecidos para estos, pero se acentúa la particularidad de prolongarse a espacios externos —en las poblaciones—, como las calles y ámbitos de reunión, así como por suceder en medio de música y, por ende, de expresiones de las que se dice suscitan la diversión. En este sentido, se anota que los días y noches en que ocurren estas celebraciones se caracterizan por la presencia de música resonante y bulliciosa, la cual tildan de “bullanguera”, y por estar enmarcados en desórdenes descritos como “juergas” (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 255), en los que suele haber “tiros y cañonazos” (52-53). Adicionalmente, se alega que, pese al aparente entusiasmo por las celebraciones religiosas, así como a la colaboración para el sustento de estas, los habitantes se abstienen de asistir a los actos litúrgicos y se conforman con apreciar las procesiones desde las viviendas, relegándose o haciéndose partícipes parciales de tales actos religiosos, pero activos en otras actividades realizadas de manera simultánea por los locales,18 como bailes, retretas, entre otros.
Estas prácticas se denuncian como un obstáculo de los misioneros para adelantar la labor religiosa, dada la actitud y el proceder de los habitantes; por lo tanto, dicho accionar es tildado como respuesta negativa y como falta de receptividad frente a los esfuerzos de los religiosos. Así, se afirma que
el pueblo no corresponde a los esfuerzos de los misioneros y no pueden conseguir que vayan a la iglesia. Todos echan la culpa a la loma, y por eso pretenden que los PP. bajen al pueblo y allí habiliten una capilla donde puedan decir misa y ejercer el ministerio los días ordinarios, dejando la parroquia sólo para las funciones de los domingos y días festivos. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 57)
Sin embargo, se testifica que, en las ocasiones eventuales en las cuales se logra que asistan a los actos religiosos, la mayoría de las veces su actitud es de ausencia, desconocimiento19 y desinterés, situaciones que buscan mitigarse mediante estrategias de contrarrestación de prácticas locales, esto es, a través de mecanismos de atracción como la música y la repartición de dinero, entre otros. Al respecto se narra que
sobre la fiesta con que hemos honrado en este año a nuestra Madre la Virgen María. Desafiando a los aguaceros que tan impetuosos suelen venir casi todas las tardes, comenzamos nuestra novena, precediendo a este acto el Smo. Rosario —las Letanías cantadas—; los primeros días no se veían en la capilla más que cuatro o cinco devotas; poco a poco fue aumentando el número, y la gente, atraída en parte por la música y en parte por la plática que diariamente se les hacía, fue llenando los vacíos de la reducida capilla. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 58)
Si bien se llama la atención acerca de la poca afluencia a los actos litúrgicos, las procesiones se distinguen por ser actos con la capacidad de congregar y, por tanto, contar con mayor presencia en las poblaciones. Los contextos en los que acontecen y se enmarcan los eventos procesionales facilitan este contacto: espacios abiertos a manera de plazas y vías interiores que recrean calles, de las cuales forman parte los inmuebles que conforman el perfil, acentuando componentes como balcones, puertas y ventanas, unos y otros escenarios que se constituyen como elementos de relación con el exterior y desde los que se pueden apreciar y hacerse partícipes los habitantes en las festividades. Se distingue entonces la importancia del espacio donde acontecen las procesiones, las manifestaciones, los eventos y las conglomeraciones, como escenarios de relación, algunos de estos dispuestos y engalanados para albergar dichas funciones, y en donde se elaboran preparativos enmarcados en la limpieza general de los espacios exteriores, así como la ornamentación de las calles y las fachadas; disposiciones en directa relación con las espacialidades, como las fiestas de los Santos Patronos, de las cuales se afirma que se preparan con antelación y cuentan con el apoyo de los “Síndicos y Mayordomos de fábrica”, inspectores de policía y sacristanes, quienes apoyan —respectivamente— con la recolección de limosnas, el arreglo y la decoración de calles, y en menesteres al interior de la iglesia (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 47-48).
Como parte de los preparativos para las celebraciones patronales, al igual que de la dinámica acontecida en dichas solemnidades, los relatos del arribo y permanencia del padre misionero para acompañar algunos de estos actos destacan la afluencia de personas, la música de tambores y clarinetes, los bailes y sonidos de cañones y la presencia de bebidas y licores, entre algunas acciones de las fiestas. Respecto al consumo de licores —se anota desde estos informes misionales— acrecentarse la actividad económica relacionada con su venta, afirmándose que estos eran
días de cita para los comerciantes de los centros para acudir a sus negocios y, sobre todo, para el expendio de licores, con la circunstancia de que dicho expendio constituía una renta intendencial y el fisco tenía mucho interés en explotarla en esos días, con el consiguiente desorden de borracheras, riñas y, a veces, heridos y muertos efecto todo del abuso del licor a que es muy dado el chocoano. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 255)
Todos estos actos son tildados como conductas que suscitan desórdenes y peleas, frente a las cuales el misionero atestigua no contar con mando para evitarlo (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 255).
Estas son representaciones de un territorio, de sus gentes y sus dinámicas sociales que descalifican lo encontrado y observado. Imágenes negativas tanto de las condiciones geográficas y ambientales como de los espacios físicos en los cuales se desarrollan las prácticas culturales y sociales, ya sean en relación con el río o las viviendas. Territorio que se vislumbra a partir de la narrativa proveniente desde la óptica de la experticia y que, por lo tanto, no es o no se corresponde con el territorio que se genera de las relaciones entre el espacio y sus pobladores locales. Escenificaciones territoriales que deben ser reflexionadas en el contexto de las relaciones de fuerza en las que se producen y ordenan, así como entendidas en el marco que le da sustento y del cual se derivan dichas relaciones de poder, es decir, el de las instituciones que las ejercen. Relaciones, por ende, tendientes a la construcción de territorio por parte de la óptica experta y externa, pero que también son dirigidas a la población que habita en este, al igual que a producir y establecer su conocimiento, entendimiento y aproximación.
ESCENARIOS Y RETRATOS EN TONO DE ATRASO MATERIAL, MORAL Y ESPIRITUAL
El informe misional que rinde el Prefecto Apostólico del Chocó (1928) a la delegación Apostólica, en la primera década del siglo XX, consigna que, aunque sea el Chocó “un territorio” de “inmensas riquezas”, se encuentra “en la triste y vergonzosa noche que envuelve a los países salvajes” (6), además de hallarse en un estado de “atraso lamentable”. Si bien las condiciones naturales, geográficas y ambientales, como el clima, la lluvia, la topografía, la selva, entre otras, se consideran características que endurecen la estancia y permanencia en la zona chocoana; así mismo, se estiman como unas de sus principales barreras, de las cuales se afirman que “se opondrán al progreso rápido de esta región” (6). En efecto, representaciones del Chocó que corresponden a imágenes de zonas aisladas y lejanas del resto del país y habitadas por “seres” considerados “semisalvajes” (Prefecto Apostólico del Chocó 1924, 167-168), grupos poblacionales en condiciones inferiores.
En este sentido, para comienzos de dicho siglo XX, se hace referencia a la existencia en la región chocoana de entre ochenta mil y cien mil habitantes entre negros, indios, blancos y mulatos, cifras que variaban entre las diferentes aproximaciones, pero que otorgaban el mayor número y porcentaje a los de “raza de color”; así, se apunta que había aproximadamente “cincuenta mil” almas o fieles sometidos. De los habitantes blancos se afirma que “hay bastantes” en Quibdó, Istmina y Tadó, que estos han estado abandonados y que, si no fuera porque algunos no viven casados, estos serían modelos cristianos (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 46). Del indígena se dice que en épocas de la conquista habitaban los “indios caribes en sus tres ramas de citaraes en el alto Atrato, nonamaes en la hoya del San Juan y los chocoes en el medio y bajo Atrato y hoya del Baudó” y que estos “han disminuido espantosamente y tienden a desaparecer” (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 10; Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 24). Por su parte, de los también llamados negros se dice que “el sesenta o setenta por ciento de los habitantes chocoanos, descienden de los que fueron importados por los colonizadores para el laboreo de las minas” (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 10). De las relaciones que se establecen entre los indígenas y los negros, se afirma que se soportan en luchas y tensiones que derivan en distanciamientos; así, el indígena “vive en las cabeceras de los ríos, retirado del trato de los que él llama racionales, que son los negros y los blancos” (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 10); en efecto, el Chocó se configura como una región con diversos habitantes, donde las tensiones entre estos, así como la permanencia y la disputa de sus territorios, se constituye en una constante (tabla 1). En este orden de ideas, se anota:
La raza india fue abocada en su día a una lucha a muerte, por su existencia con la raza negra; ésta, por la fuerza era importada al Chocó para la exploración de su riqueza minera de oro y platino y para cuya explotación el indio era inepto o inútil a los dueños de las minas; y la raza negra tenía más resistencia, por haber sido traída de los climas tropicales del África, y un espíritu de sujeción a su voluntad, por su condición de esclavos. Ambas razas debían convivir en el suelo chocoano. Por distintas causas, la raza india, en lucha con la raza negra, fue decreciendo en número y se retiró, con un odio instintivo a la raza negra, a ciertos centros de las selvas y a las cabeceras o nacimientos de distintos ríos, quedando la raza negra casi dueña del solar chocoano, patrimonio de los indios durante muchos siglos. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 10)
Tabla 1. Número de habitantes en la región del Chocó, al inicio de la Prefectura Apostólica del Chocó
Informe/habitantes | Blancos | Mulatos | Negros | Indios | Total |
Informe Oficial del erudito D. Guillermo Hurtado, primero gobernador del departamento del Chocó y después intendente o gobernador de la Intendencia (1909) | 5000 | 15 000 | 50 000 | 10 000 | 80 000 |
Informe del Rmo. P. Juan Gil y García (1910) | 10 000 | 20 000 | 50 000 | 20 000 | 100 000 |
Fuente: Prefecto Apostólico del Chocó (1929, 26; 1924, 9).
Narraciones referentes a los de la “raza de color” se construyen haciendo directa correspondencia a la descendencia;20 así, se afirma que estos “conservan las mismas tendencias e inclinaciones de sus antepasados”, pese a los “cambios conaturales a las vicisitudes del progreso, las costumbres y de los tiempos”, y se sostiene que este “es apático por naturaleza, aunque violento en las disputas y rencillas, sobre todo al sentirse herido en su amor propio” (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 10). El campesino negro chocoano es tildado como “perezoso”, una característica, de acuerdo con los informes misionales, atribuible principalmente a la vida pausada y relajada que se lleva en esta región, en correspondencia con las condiciones climáticas que logran vencer y reducir los esfuerzos.
En este sentido, se llega a aseverar que, dada la abundancia de alimentos que posee la región, dichos campesinos asumen que esta necesidad se encuentra resuelta. Así, se asegura que actividades como la pesca del bocachico —por citar alguna— representa un “perjuicio incalculable para todo el Chocó”, dada la concentración de esfuerzos por periodos de tiempo, trabajos que le permiten adquirir el dinero suficiente para abastecerse durante “todo un año de vida”. Un misionero afirma que:
Los he visto trabajar una semana en sus escasas siembras, alimentándose con plátanos cocidos, un trozo de panela y el tabaco masticado o en la pipa; cuando más, le revuelven chontaduros y un caldo de pescado, como para que conste la necesidad cumplida de comer. (ABC 1943, n.° 3876, 3-4)
De este modo, se dice que son individuos conformistas que no persiguen más que aquello que les ofrece y brinda el medio natural donde habitan, sustento que les alcanza y les es suficiente para satisfacer sus necesidades alimenticias; en efecto, se argumenta que esto se corresponde con
su ociosidad e inacción, y que la escasez y la miseria sean su patrimonio. Y si acontece que obtenga con su esfuerzo personal algunos intereses, el lujo y vana ostentación algunas veces, las diversiones y abuso en las bebidas, otras, y siempre el desconocimiento de toda ley de economía, son causa de que los disipen y malbaraten miserablemente. (ABC 1943, n.° 3876, 6)
De igual manera, se asegura que en esta parte del país es donde se registra un modo de vida más acompasada, un ritmo también atribuible a las condiciones ambientales y geográficas que, sumadas “al modo de ser” de las gentes, hacen que se afirme que se lleve una vida “tan amodorrada como en estas orilla del Atrato y de sus afluentes”; se señala entonces que por
un determinismo geográfico es así nuestro campesino: quizás el río “tranquilo y suave y apacible y lento” imprime al habitante de esas orillas una característica inconfundible de pereza y cuando empuña el hacha para convertir en campos de cultivo la selva milenaria, debe al fin resignarse a vivir así, al acaso, porque el trópico con toda su exhuberancia le vence, reduciéndolo a una impotencia de que no puede librarse porque carece de medios para combatirla. (ABC 1943, n.° 3876, 3-4)
Además de las afirmaciones relacionadas con la vida pausada de los pobladores, se dice que estos son supersticiosos e incrédulos; aseveraciones de la existencia y permanencia de otras creencias y tendencias religiosas, a partir de las cuales se tilda este como un pueblo que “quiere una religión acomodada a sus caprichos; una religión que no le exija ningún sacrificio”, así como retraídos y temerosos y, por tanto, manejables. De este modo, se manifiesta que
la raza de color por naturaleza es tímida; y esta timidez la predispone a toda suerte de creencias y temores estúpidos en la intervención de agentes, ora naturales, ora ultraterrenos en la vida de los pobres vivientes que fatalmente tienen que sufrir sus imposiciones. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 11)
Campesinos, al mismo tiempo, considerados como crédulos, supersticiosos y, por ende, manipulables, discursos desde los cuales se afirma:
La raza de color por naturaleza es crédula; y esa credulidad produce como consecuencia el fondo religioso tan marcado que se nota entre nuestros campesinos; El campesino no discurre; cree a pie juntillas lo que se le cuenta. Falto de ideas para aquilatar lo que haya de verdadero o de falso en los hechos que se le proponen, deja para otro el cuidado de discurrir y de juzgar y asiente sin discusión a las narraciones de los agogueros y adivinos. Por eso es tan propenso a relatar fábulas, historietas fingidas, apólogos y casos de intervención de espíritus en los sucesos humanos. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934,11)
Así mismo, se considera desde estos relatos que los negros son temerosos, que, como individuos tachados de inferiores, su religión y creencias están cargadas de supersticiones y sus comportamientos y hábitos son rezagados, desordenados, entre otros imperativos tildados como negativos. De esta situación de atraso moral un padre misionero apunta que: “respecto al modo de ser de estas gentes, puedo decir que aquí en Quibdó es muy corto el número de buenos cristianos; la mayor parte no se cuidan de la religión, ni van a misa, no confiesan” (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 49). Del mismo modo, para los misioneros el accionar de los habitantes de la zona se realiza bajo un amor considerado como “libre”, del cual se dice que está en contraposición al “verdadero amor cristiano”, y en el cual predomina el abandono, el descuido, la falta de educación, las “uniones ilícitas”, los rompimientos de los “lazos sagrados del amor paternal”, entre otros; en parte, estos se consideran como causantes de la “extrema miseria” (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 8), así como de la pobreza tanto de la región como de sus gentes. Prevención, desconfianza y libertinaje de un pueblo, del que se afirma:
Es grande el temor reverencial de nuestros campesinos hacia todo lo relacionado con seres de quienes está convencido que le son superiores. Dios, los espíritus, las almas de los antepasados, son el objeto de sus temores, de su veneración, de su culto. Y en esto hace consistir su Religión. Pero cuando esta Religión les demanda sacrificio; si para cumplir los imperativos de la Ley Santa han de contradecir sus pasiones, poner a raya sus desordenados apetitos, entonces, sin renunciar a sus ideales religiosos, y tal vez invocando a la Virgen del Carmen, ceden a los atractivos del apetito inferior, adormecen los reclamos de la conciencia y se entregan a los brazos de la molicie esperando que a la hora de la muerte tendrán tiempo de arreglar la vida y exhalarán el último suspiro en manos del Dios Bueno y Misericordioso. (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 11-12)
Afirmaciones y representaciones en tono de atraso, generadas a partir del discurso de la óptica de la experticia, siendo esta la externalidad desde la cual se constituye la construcción de la noción de atraso, esto es, de seres inferiores considerados semisalvajes, quienes establecen relaciones de atraso con el espacio, el cual, a su vez, se tilda como un escenario de rezago. Desde estas narraciones se evidencian permanencias de opresión, emergencias de otras formas y relaciones de rechazo hacia los pobladores locales, a sus prácticas y sus espacialidades. En este orden de ideas, se afirma que “en el Chocó se ha arraigado la indolencia que crea la escasez de libertad, y el atraso de los tiempos coloniales” (La Antorcha 1890, n.° 2, 5-6. Las cursivas no pertenecen al original), con el argumento de que “los de raza negra, por la misma exuberancia de riqueza natural en el país, están sumidos en una inacción que provoca lástima” y que, pese a poseer “brazos fuertes que pudieran socavar montañas y elevar ciudades, están atados al yugo de la inercia”, y “voces que debieran estar cantando la libertad con el espíritu del arte, están todavía repitiendo al son de la gaita salvaje los tristísimos lamentos que les arrancaran sus años de esclavitud” (5-6). Formas de dominación y relaciones de sometimiento que persisten, perpetúan y se imponen sobre un territorio y sus pobladores bajo los enunciados y so pretexto de una “nueva era”, establecimiento de otras relaciones de poder de las cuales se dice:
Verdad amarga, y que acaso más de uno haga salir al rostro el carmín de la vergüenza: la raza negra, que compone la máxima parte de los habitantes del Chocó, a despecho de los legisladores que rasgaron la carta de su inhumana esclavitud, continúa sin recobrar enteramente sus derechos civiles. Para no pocos, faltos de fe y desconocedores del espíritu de cristiana fraternidad, infiltrando en todos los códigos de las sociedades modernas, el negro es un ser despreciable y del que puede abusarse hasta para saciar los instintos brutales de la venganza y de la voluptuosidad. ¡Como si el negro tuviera por fatal destino la esclavitud, sólo porque la naturaleza lo distinguió por el color, de sus opresores! La autoridad llamada a ser vínculo de unión de las voluntades regidas por unas mismas leyes, y garantía segura de los derechos de todos los ciudadanos, no siempre ha cumplido su misión tutelar y pacificadora. Las leyes y ordenanzas represivas parecen haberse hecho sólo para los de color; los lugares de reclusión forzosa, se ha dicho en alta voz, no se han edificado para los blancos. El derecho de propiedad unas veces se falsea y otras se conculca con descaro; y lo más lamentable e inicuo es que haya quienes se prevalgan de su autoridad para cometer tales desafueros; trafican con su ignorancia y desamparo, como trafican con su pudor. (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 251. Las cursivas no pertenecen al original)
De igual manera, se registran otras apreciaciones por parte de algunos misioneros, contrarias a las comúnmente construidas, lecturas derivadas de la experiencia y vivencia con los de “raza de color”, en las que se afirman que estos poseen un alma hermosa (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 251), que por medio de sus actos resaltan su sencillez e inocencia, y desde las cuales se destaca la forma en que viven en familia. Lazos familiares que, como explica Martínez (2010), “se rigen tanto por principios biológicos como por lazos afectivos” (18). Así mismo, se distingue su alegría y la actitud de arrojo ante los riesgos a los que se exponen en los ríos, bosques y selvas, sucesos de los que se dice que resisten con “intrepidez”; en efecto, se relata como
otras veces sumergido en el agua durante varias horas y armado de robusta barra, agota sus fuerzas para arrancar de las entrañas de la tierra el oro y el platino. Confinado de estos bosques inmensos, separado del resto de los hombres, el chocoano prescinde del ajetreo complicado de la vida moderna. Pero cuando llega a sentir el aguijón de las ideas de la época, es arrebatado e impetuoso, aunque sin comprender en el fondo la verdad del sentimiento político. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 10. Las cursivas no pertenecen al original)
Pese a lo anotado, persisten y son mayoritarias las catalogaciones que los minimizan; pereza, superstición, temor, seres inocentes, fácilmente dominables, carentes de razón y, por ende, incompatibles con el proyecto progresista, aseveraciones que se construyen por parte de los voceros de las instituciones externas hacia los grupos humanos locales que habitan el territorio chocoano. Escenificaciones en contravía del discurso del ansiado progreso, del que se infiere que, para hacerse plausible, requiere de grupos que lo estimulen, inspiren y lo hagan posible, situación contraria a la que se refleja en lo consignado en los informes y artículos referidos al tema, desde los cuales, como se ha mostrado, los habitantes de la región son tildados, además de seres inferiores, como individuos ociosos, libertinos, intolerantes, entre otros apelativos que reflejan el menosprecio y desestima de sus hábitos, prácticas y costumbres, por lo que son censurados como incapaces para emprender dicha empresa progresista. Se expone entonces desde estos enunciados que el poblador local de este territorio es “insensible al bienestar y a las honestas satisfacciones de que está rodeada la vida social moderna; de ahí que sus aspiraciones sean muy limitadas, y su actividad se encierre en el estrecho círculo de las necesidades más apremiantes de la vida” (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 6. Las cursivas no pertenecen al original). En este sentido, se construye un perfil de los pobladores locales en términos de atraso moral, espiritual e intelectual, que los muestra desde un escenario de rezago, entendido como una barrera21 que se opone al adelanto de la región, esto es, como sujetos no modernos.
Así, más allá de las cifras que aluden a la cantidad o al número de población, las representaciones que se construyen de los grupos humanos locales por parte de dichos representantes institucionales se realizan bajo imaginarios en tono de atraso y, por tanto, en contravía de los ideales del proyecto progresista para la región. Representaciones desde ópticas externas que relegan, desconocen, minimizan y descalifican prácticas culturales y sociales, las cuales se consideran contrarias a lo que se espera de los individuos cristianos formados bajo preceptos y prácticas de una educación en sintonía con el progreso moral, espiritual e intelectual. Grupos humanos leídos e interpretados a partir de discursos que niegan, anulan y desconocen otras posibles formas de existencia, al igual que creencias y saberes desde lo local. Enunciados construidos, por lo tanto, desde organismos que institucionalizan las relaciones de poder, desde las que se determinan diferenciaciones entre aquellos grupos que se autorreconocen y definen como aptos y aquellos considerados como no acordes para participar en el proyecto del progreso. En este sentido, según lo explica Castro-Gómez (2010), se declaran “como enemigos de la sociedad a todas aquellas razas que no se ajustan a la norma poblacional deseada” y, en este caso, particular requerida.
En este contexto, cabe recordar que para comienzos del siglo XX, en el discurso de posesión del general Reyes, este pregona: “dejemos a un lado y para siempre las armas destructoras, olvidemos los grados militares alcanzados en aquellas luchas y empuñemos los instrumentos del trabajo” (Niño 1991, 37. Las cursivas no pertenecen al original). Así, se hace referencia al trabajo como una herramienta fundamental en la puesta en marcha del proyecto hacia el progreso, instrumento a través del cual se podrá avanzar; en este orden de ideas, y retomando lo expuesto por Castro-Gómez, “tecnologías de gobierno”22 que promueven la emergencia de grupos poblacionales que se adapten al perfil de producción necesitado y “dejen morir” a los que no sirven, con el propósito de fomentar el trabajo productivo, el desarrollo económico y la modernización, pero también enfocadas a convertir a la población en un agente productivo, transformar sus prácticas laborales (Relatoría Seminario Eje 4 - 2010. Esta relatoría fue realizada por Claudia Tovar y Natalie Rodríguez en este seminario que fue dictado por Castro-Gómez y Saldarriaga en 2010), “‘hacer vivir’ a esas poblaciones mediante su incorporación a la sociedad del trabajo” (Castro-Gómez 2009, 153). De este modo, se trata de inscribirlos en dicho proyecto de progreso mediante la puesta en marcha de una serie de estrategias23 de índole moral y educativa, pero también de orden material.
Al atraso moral, espiritual e intelectual se suma además lo consignado en ciertos artículos de la prensa local, que presentan a este territorio como un escenario de privaciones y desesperanza, esta vez en directa relación con la carencia de infraestructuras, comercios, entre otros, situación de la que se afirma que se refleja e influye también en la pobreza tanto de la región como de sus habitantes. Así, se denuncia un rezago asociado a lo que se estima como inexistencia o carencia de infraestructuras y medios de comunicación, que repercute en el estado de aislamiento con respecto a otros centros y zonas del país; a esto se agrega la falta de industrias, así como las dificultades asociadas a la actividad comercial, enunciados que se encuentran en directa correspondencia con la búsqueda de la integración regional y la tecnificación de los territorios anteriormente referenciadas.
Cabe añadir que la comunicación se entiende también en términos de existencia y prestación de los servicios postales y de correo, asistencias de las cuales se dice que se suministran con dificultades y carencias de Cartagena a Quibdó, por medio de barcos de vapor que navegan a través de los ríos, así como por caminos de trocha hacia el interior del país y por la vía de Buenaventura y Nóvita-Cartago. Además, se denuncia la escasez y el “deplorable estado” de las líneas telegráficas, servicio que permanece averiado, dados los constantes daños que sufren los hilos transmisores por las lluvias y aguaceros que tumban los postes localizados en las zonas de bosques (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 65). Incomunicación de la región y, por ende, de sus gentes, asociada también con la situación de rezago. Ante lo anotado, los padres misioneros exponen respecto a tales dificultades:
Muy escaso es el servicio postal en la Prefectura, pues apenas si llegan a media docena las estafetas. El servicio postal de Cartagena a Quibdó lo prestan varios vapores que viajan sin fecha fija; que habiendo de atravesar el golfo de Urabá, casi siempre muy alborotado, véanse sometidos a forzosas demoras unas veces, otras a arrojar al mar parte del cargamento, si ya no parecen bajo el furor de las ondas que, haciendo astillas la embarcación, deja a los viajeros a merced de la voracidad de los muchos tiburones que viven en aquellas aguas. (64)
Según lo anota un artículo del periódico El Atratense, publicado en 1880, se asumen como requisitos para estrechar las relaciones políticas y comerciales de la región, construir vías de comunicación y fortalecer la presencia de “industrias y capitales”, mecanismos considerados primordiales para “explotar sus riquezas”; apuestas provenientes de “hombres públicos interesados en la felicidad de este pueblo”, quienes han propuesto los “medios que han creído adecuados para remover los inconvenientes que entorpecen el desarrollo de la industria y el comercio” (1880 n.° 2, 3). En este orden de ideas, pese a que ciertos sectores reconocían las riquezas naturales existentes en el Chocó y aseveraban tener “resueltas” las necesidades alimenticias, se consideraba ser “esencialmente pobre como pueblo”, afirmación hecha desde el periódico El Chocó, publicado en 1908, donde además se consigna que
no hay en él capitales de importancia y las comodidades medias son escasas. Ha querido confundirse, por un error de apreciación, la riqueza del suelo con la riqueza individual, y de allí que vistas las cosas de lejos parece que acá vivimos en campos de leche y de miel y que haya una corriente aluviónica de pobladores de ciudad que llegan y á quienes no queda más recurso que solicitar un puesto público para permanecer aquí, si lo consiguen, ó regresar; debido esto á que aquí no hay industrias urbanas que puedan dar ocupación á la gente que llega, y de que la minería y la agricultura son rudimentarias. (1908 n.° 22, 1-2)
Las circunstancias de escasez de capitales y la falta de lo que se consideran condiciones que brindan bienestar se relacionan con la inexistencia de obras materiales como la infraestructura de comunicación. Insuficiencia en términos materiales de la que se afirma que deriva en una región aislada, apartada y excluida, que dificulta a su vez la implementación del comercio y, sin este, el acceso a productos que se consideran fundamentales; de igual manera, estas carencias se corresponden con la “pobreza” de la región y sus habitantes. Así, desde el periódico El Atratense se asegura:
Lo que afirmamos nosotros es que el Chocó está pobre y si alguien duda de esta verdad, que dirija una mirada á sus poblaciones, á sus habitantes, á la industria y á su comercio, y solo verá ruina en todas ellas, campesinos miserables vestidos, una industria tan atrasada como la de los salvajes de África y un comercio tan abatido que varios vapores que han querido hacer el comercio de transporte de Cartagena á Quibdó y viceversa, han tenido que desistir de la empresa porque no hay ni pasajeros ni carga para exportar ni para importar. (1880 n.° 1, 3)
En este sentido, y retomando lo expuesto en los artículos de los periódicos El Atratense y El Chocó referente a la situación de pobreza del campesino chocoano, se suma lo expresado desde el periódico ABC, desde el cual se asevera que el campesino no tiene acceso alguno a productos como la leche:
No come carne, ignora la mantequilla, vende los huevos para comprarse un tarro de sapolín, el pan es un lujo para “novenas”, bautizos y “alumbraos”, las papas, los frisoles, la cebolla, le resultan muy costosos; hortalizas “son cosas pa’ los blancos” y… qué seguir si bien sabemos que sólo plátanos y pescado y en veces chontaduros constituye el alimento [sic] en nuestro ribereño? (1943 n.° 3876, 3-4)
Así, se concluye que el chocoano
no come siquiera suficientemente, ni aún hace tres comidas diarias y a horas; ni siquiera sabe que necesita comer con regularidad; su alimentación es al acaso, por si pesca alguna cosa y como si hay manera de conseguir el alimento sin mucho esfuerzo. De lo contrario se chupa una caña y sigue tan tranquilo. (1943 n.° 3876, 3-4. Las cursivas no pertenecen al original)
Y, además, se añade que:
Si nuestro campesino lograra alimentarse hallaríamos la solución a tanto problema de trabajo, de higiene, de población, de riqueza, que en vano pretendemos solucionar con buenas intenciones. Abaratar los víveres el primer paso; pero debamos también emprender una campaña enérgica y constante tendiente a difundir en el campesino su necesidad de alimentarse y transformar en él esa propensión a lo fatuo de las necesidades, obsesionado por un aparente beneficio de civilización que lo hace trajearse con vistosidad, mientras que su alimento no tiene otro objeto que el de calmar el “hambre del estómago” contra la cual no necesitamos luchar tanto, ya que siempre hay con qué entretenerla. Necesitamos luchar sí, y con mucho empeño, contra la DESNUTRICIÓN de nuestro campesino, porque mientras se continúa así con este pueblo desnutrido, el Chocó tendrá que permanecer al margen del progreso colombiano o el nativo ceder el campo a los hermanos de las regiones vecinas, mas vigorosos y fuertes por mejor alimentados. (1943 n.° 3876, 3-4. Las cursivas no pertenecen al original)
Ante lo expuesto, un pueblo que es escenificado bajo representaciones de pobreza, entendida como otra característica que se opone al progreso de la región. Un pueblo también considerado “desnutrido”, el cual, bajo esta condición, debe permanecer “al margen del progreso”, catalogaciones de sus pobladores que se suman a las consideraciones de no aptos para formar parte y llevar a cabo el proyecto progresista. De esta forma, se asiste a la construcción del atraso, ya no solo en términos morales, espirituales e intelectuales, sino también asociado al atraso material, representaciones del atraso que se entrecruzan y relacionan interactuando en red, esto es, operando desde diversas esferas.
Además de las condiciones señaladas en términos de atraso, se referencian otras causas a las que se atribuye la decadencia de la región; una de estas se refiere a la “deficiente” y casi inexistente “organización política” bajo la cual se manejan sus destinos, organización política en sintonía con los ideales modernos imperantes en el país. En uno de los artículos del periódico La Antorcha, publicado hacia finales del siglo XIX, se atestigua que “desde sus tiempos primitivos el Chocó ha venido decayendo con motivo de su misma organización política” y se afirma que “en él se arraigó el atraso y la debilidad consiguientes á una esclavitud prolongada”; en efecto, se argumenta que, para el avance en materia de progreso, otras zonas y regiones han “formado un peldaño para la infinita escala del ascenso universal. Pero el Chocó no ha colocado aún su óbolo en aquella formación monstruosa” (1890 n.° 2, 5-6. Las cursivas no pertenecen al original). Un rezago en el que la indiferencia de un Gobierno nacional y local se refleja en una administración que
no ha hecho otra cosa jamás que gozar de sus rentas, sin dedicarle en cambio ningún beneficio. Cuando este gobierno ha abogado por la instrucción en los pueblos del Chocó, se ha contentado con establecer simulacros de escuelas; cuando ha impulsado los trabajos en sus vías de comunicación, ha sido únicamente por proteger sus personalidades. (La Antorcha 1890 n.° 2, 5-6)
Insuficiente organización política, de la cual se afirma que refleja el rechazo hacia esta zona, indiferencia referida desde el periódico Ecos del Chocó, en términos de un “inexplicable olvido” que tanto los Gobiernos nacionales como los ciudadanos en general han tenido frente a “esta prometedora porción del territorio patrio”, actitud que “hasta sugiere ideas un poco desfavorables respecto á algo vitalmente trascendental hoy: respecto á la unidad colombiana” (1907 n.° 1, 2. Las cursivas no pertenecen al original); así, se afirma en estas líneas
ser entre los individuos de una familia uno de los que aran, uno de los que sudan, uno de los obligados al óbolo, y al mismo tiempo no tener en las fiestas de esa familia un sitio, ni el día en que la madre da besos recibir uno, no es ni puede ser agradable. Ni más ni menos, esa era la situación del Chocó. (2)
Estas reflexiones llaman la atención acerca de la omisión de esta porción del país, los acercamientos interesados, los olvidos selectivos y el desconocimiento de los valores de una tierra, lo que se asocia con la idea de un “progreso nulo e inútil” (ABC 1943 n.° 3876, 3-4). En este orden de ideas, el periódico El Chocoano, en 1899, informa que:
Surge en esta localidad la nueva de que el Gobierno ha dispuesto, y ordenado á las autoridades de aquí, el reclutamiento de 10 á 15 hombres por cada uno de los Distritos que componen las Provincias del Chocó. Tan extraña nos ha parecido esta orden, que no podemos menos que calificarla de odiosa. (1899 n.° 17)
Así mismo, en este se cuestiona “¿Por qué se acuerdan del Chocó solo para turbar su reposo y tranquilidad con exacciones de guerra y reclutamiento, y lo hunden en sepulcral olvido cuando de progreso se trata?” (18). En relación con este y otros escenarios similares, en el periódico Ecos Republicanos, en una de sus publicaciones de 1911 se consigna el rechazo ante dichas situaciones: “hemos resuelto publicar permanentemente estos renglones, como una prueba de nuestro amor al solar en que nacimos, como una ardiente protesta contra los Gobiernos que miran con desprecio la comarca más importante de la Nación” (1911 n.° 36, 1). Formas de resistencia ante el abandono, el olvido y la indiferencia del Estado y ante las acciones que relegan a sus habitantes; además, relaciones de poder que se revelan en el “dejar morir” que desecha y marginaliza como táctica de evasión de doble vía, una exclusión que en el Chocó se ejecuta por los también responsables del gravamen del rezago (los que lo ocasionan) y por aquellos quienes lo dictaminan o detectan (los que lo condenan).
Frente a lo expuesto, la construcción del escenario del atraso confluye en la emergencia de sentimientos de desasosiego por parte de algunos habitantes de la región, donde prima el desaliento y la incredulidad, lo que produce el surgimiento de ciertas perspectivas que minimizan las riquezas existentes, así como las prácticas culturales de los habitantes, lo que hace deseable el progreso que trae el cambio. Algunas de estas prevenciones se manifiestan en el periódico El Atratense, en el que se expone que esta zona no es tan rica como se afirma, “porque si tuviera todas las riquezas que se le atribuyen, estas habrían traído una numerosa inmigración, que habría desarrollado la industria y fundado alguna ciudad en alguno de sus puertos, digna de Colombia y de su comercio”, ni es tan feliz “como suponen los que con tanto ahínco exageran sus riquezas naturales; pues sus poblaciones situadas en las regiones auríferas se arruinan” (1880 n.° 1, 3. Las cursivas no pertenecen al original), lo que ocasiona, como se asevera, la disminución de las poblaciones en Quibdó.
Instauraciones discursivas del atraso que actúan sobre la vida y las formas de asumirse de los habitantes de la región; enunciados y prácticas que operan haciendo que los mismos individuos se asuman como no aptos y se sientan carentes de todo aquello que se requiere para ser parte del progreso. Por lo tanto, relaciones de poder que se ejercen por medio de las representaciones del rezago, las cuales crean escenarios en los que los habitantes se reflejan como parte de este y deseen el cambio que trae el progreso, porque en este radica la solución, y para lo cual se requiere necesariamente de la ayuda proveniente de las instituciones externas. De esta forma, se expone desde el informe del Prefecto Apostólico del Chocó (1924):
Colombianos: allá en un extremo de la República yace en un estado atrasadísimo, una pequeña parte de vuestros hermanos, a los que vosotros llamáis negros o semisalvajes. Ellos reconocen con humildad su atraso y hasta se avergüenzan de no seguir el paso triunfal de otros departamentos. Mas ellos no tienen la culpa; no os fijéis en sus apariencias exteriores, pues sus quemadas frentes ocultan un cerebro tan inteligente como el de el [sic] blanco, sus negros cuerpos son relicarios de almas nobles y generosas, sus atezados pechos guardan un corazón pronto a regalar su sangre por su patria y sus robustos brazos han demostrado mil veces que no son indignos de mover la rueda de la carroza del progreso. Sólo piden ayuda: ayudadlos, ayudadlos; romped esa cadena de hierro que los aísla, que los incomunica; anime sus frondosos bosques el silbo de la locomotora, y la hoy tosca concha abrirá sus valvas, ofreciendo al sol de la civilización y a Colombia una hermosa y brillante perla. (167-68. Las cursivas no pertenecen al original)
En efecto, se pregona la necesidad de intervención y de ayuda foránea. En un artículo del periódico El Chocó, publicado en las primeras décadas del siglo XX, una de las acciones a través de las cuales se considera que se puede avanzar en la ruta anhelada hacia el progreso es la llegada de capital externo. Así, se afirma que “el desenvolvimiento de nuestras riquezas naturales necesita que venga capital extraño al Chocó, nacional ó extranjero, comenzando por ocupar los brazos naturales que se consigan y en seguida apelar al elemento colonizador” y que “no obstante la riqueza del Chocó, hay pobreza general, por falta de capitales que se consagren á empresas permanentes de aliento y de provecho, siquiera sea remoto, así como también por falta de brazos” (El Chocó 1908 n.° 22, 1-2. Las cursivas no pertenecen al original). Con la instalación de dichas empresas extranjeras —algunas anteriormente citadas—, ciertos habitantes vislumbran estar progresando y dejando atrás escenarios que encarnan tiempos pasados. En este sentido, la materialización, disposición e implementación de elementos físicos sobre el espacio, como industrias, fábricas, dragas, entre otros, interpelan a los pobladores al representar el cambio, simbolizando mediante la materialidad el arribo de nuevos tiempos y constituyéndose como espacios del mundo moderno, esto es, como un territorio deseable donde priman las espacialidades del progreso. Apelación “al elemento colonizador” como formas de colonialismo que se imponen y legitiman en el territorio local, continuaciones y mutaciones del sometimiento externo en los ámbitos espaciales, so pretexto de superar el atraso y arribar a otros tiempos.
Sin embargo, cabe señalar que frente al panorama expuesto se sucitan ciertas reflexiones de incredulidad hacia el anhelado progreso. Para algunos sectores o medios de expresión, se configuran representaciones de esfuerzos infructuosos que, más que beneficios, agudizan las diferencias y la pobreza de la zona y particularmente del campesino chocoano. Según una nota del periódico ABC, publicado en la década de los cuarenta, se vislumbra lo anteriormente expuesto en líneas tituladas como “Hambre Chocoana” o “Progreso Nulo e Inútil”, desde las cuales se cita como
doloroso y lacerante con peso brumador de tragedia este problema de hambre chocoana, causa de un progreso nulo e inútil; consecuencia de circunstancias y de modalidades que precisan cambio inmediato, si no queremos encontrarnos a la vuelta de una generación, con un conglomerado totalmente en ruinas. (1943 n.° 3876, 3-4)
De igual manera, el autor de estas líneas expone que el lamentable estado de pobreza de algunas de las gentes chocoanas, así como la persistencia de dificultades asociadas a la falta de comunicación de la región, se mantiene pese a la presencia extrajera y externa, con la cual no han podido evitar la carencia y los elevados costos de ciertos artículos considerados necesarios —algunos anteriormente mencionados—, imposibles de adquirir para la mayoría de los campesinos chocoanos, a diferencia de los de otras zonas aledañas como la costa Atlántica y la región de Antioquia. Una de estas paradojas se denuncia en la situación que vive el Chocó para entonces: una zona considerada como “despensa arrocera del país” y en la cual se debe pagar elevados precios por este producto. Así, se manifiesta:
Muchas veces, todos los días, he sentido verdadera lástima por estas gentes de mi región choconana al convencerme, por mis observaciones de su alimentación escasa, irregular, equivocada y sucia. No he logrado la manera de explicarme cómo transformar una modalidad inherente de nuestro campesino: la propensión a comprarse telas y artículos de lujo y fantasía, en vez de artículos alimenticios. (ABC 1943 n.° 3876, 3-4)
En correspondencia con lo expuesto, emergen inconformismos hacia ciertas interpretaciones que se realizan del Chocó, los cuales plantean y exponen otros posibles acercamientos y explicaciones de lo que acontece; en efecto, algunos de estos retoman ciertos enunciados anteriormente descritos que enaltecen la región. Desde estas aproximaciones, se exalta la idea de que “el Chocó es inmensamente rico” (El Chocó 1908 n.° 22, 1-2), una riqueza que se evidencia en la magnificencia de su entorno, los productos de su tierra, los minerales, los bosques, la naturaleza, los conocimientos y las prácticas de sus pobladores, entre otras condiciones que hacen a este territorio único. Se anota entonces que estas “regiones están preñadas de muchos productos desconocidos aún por el mundo científico”; además, se afirma que “un naturalista encontraría en ellas lo que no habrán preparado en muchos siglos de trabajo los mejores químicos en sus laboratorios”, pero sobre todo se resalta que “Sus tradiciones indígenas son ricas en secretos, secretos que aunque parecen inverosímiles, nada extraño sería tuvieran notable aplicación en las ciencias definidas” (La Antorcha 1890 n.° 2, 5-6. Las cursivas no pertenecen al original). Así mismo, se argumenta:
La botánica, la zoología y la mineralogía se complementaría, haciendo uso de ellos, con un apéndice de variedades útiles sobremanera. En la sombría naturaleza del Chocó habla la ciencia en su embrión de misterios. En sus vírgenes bosques crece el veneno y cabe el veneno del antídoto, se tuesta la diminuta rama para transformarse en insecto; de sus terrenos se desploma el aluvión, y entre el aluvión aparecen las vetas y ruedan los granos de oro, de sus montes se descuelgan en borlas de plata las cascadas nacidas entre férricas peñas; y sus ríos echan un cristalino caudal sobre pedregones de sustancias metálicas combinadas, y arenas de inconcebible riqueza. (5-6)
Desde estas disertaciones se exaltan las riquezas del Chocó y se reflexiona este territorio como una “verdadera tierra de promisión” (El Chocoano 1899 n.° 4, 13-14) que, aunque para algunos no alcance los niveles de progreso de otras zonas del país, no debe ser menospreciado y rebajado; una posición que se comparte en algunos de los informes misionales, en los que se expone que “desde ese grado de progreso hasta la barbarie y salvajismo, hay mucho que andar” (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 6). Del mismo modo, se manifiestan molestias hacia la negación y el sometimiento del que es parte este territorio, así como hacia el desconocimiento de sus potencialidades, que para algunos se encuentra solo representada en tanto recursos y mano de obra explotables. En este sentido, hacia 1880, el periódico El Atratense publica un artículo que expone la molestia asociada a lo referenciado; así, consigna en un tono vehemente:
¡Que cinismo! Dirían unos, atreverse a negar que el Chocó tiene minas de oro y platino tan ricas como las California y Australia, bosques inmensos de donde se pueden extraer en abundancia todos los frutos que necesita la industria y solicita el comercio, terrenos fértiles y con variadas temperaturas que pueden producir lo suficiente para alimentar una población tan numerosa como la de Chile, ríos que brindan sus abundantes y tranquilas aguas al comercio del mundo ¡Que ignorancia! dirán otros; desconocer que en esta privilegiada región se han formado los mejores capitales que habían en el Estado, que el oro se almacenaba como el maíz, que en tiempos posteriores un solo extranjero guardó en sus arcas más de 4000 libras, que un inglés aunque enfermo extrajo tres quintales de una mina, que los negros bañaban los santos con miel para luego cubrirlos con polvos de este precioso metal. (1880 n.° 1, 3)
Complementando lo anteriormente expuesto, el periódico ABC expone que “No es verdad que el solar patrio sea agrupación de salvajes; no es verdad que se mantengan en perpetua riña, los hermanos que moran en las riberas del San Juan, y los que viven en las orillas del Atrato”, aseveraciones que resisten las representaciones que descalifican sus grupos humanos; del mismo modo, se anota que
no es verdad que aquí necesitamos que vengan a gobernarnos, porque el Chocó —sépase una vez por todas— tiene hijos cuyas capacidades, buenas intenciones, espíritu progresista, amor a la tierra, darían para hacer administraciones, desde todo punto de vista superiores hasta las que ahora hemos soportado; no es verdad que seamos ingobernables. (1918 n.° 9, 1 . Las cursivas no pertenecen al original)
De esta manera, se registran resistencias ante las formas de gobierno externas, así como ante los colonialismos que se pregonan deben imponerse y desde los cuales se descalifica lo local.
Lo anteriormente expuesto pone en evidencia que el discurso del progreso en la región chocoana y, específicamente, en Quibdó opera en contraposición al atraso, pero valiéndose de sus representaciones para descalificar a la región, sus pobladores, sus prácticas y sus espacialidades; en síntesis, para menoscabar un territorio. Frente a este panorama, se construye y conforma un espacio bajo connotaciones de carencia, insuficiencia y escasez, lo que deriva en la construcción y recreación de un territorio en tanto “pueblo pobre”. Estos enunciados, a pesar de construirse bajo la observación a un mismo espacio físico, toman diversos tintes en la medida de los intereses que los mueven, aun prevaleciendo e imperando la representación externa, frente a la que emerge la resistencia ante lo menospreciado desde la óptica de la experticia, la cual impone, delega y produce deseo de cambio.
Este escenario de penuria se contrapone a otras construcciones generadas por los mismos pobladores, en donde las representaciones son contrarias y se escenifican desde la majestuosidad, la riqueza y la estratégica ubicación, así como desde la relevancia de sus costumbres y prácticas, que confluyen y producen territorio. Firmezas, permanencias y persistencias como parte de la lucha local por la pertenencia y significación de su territorio, disputas que en el caso particular del territorio de Quibdó se tensionan, como parte del proceso de construcción de la ciudad que se produce, e imponen bajo formas de organización provenientes de la óptica de la experticia, en simultaneidad con las prácticas y los valores provenientes de los grupos locales, los cuales prevalecen y se mantienen. En síntesis, discursos del progreso que, pese a valerse de mecanismos de minimización, así como de formas, estrategias y acciones que validan la construcción, la organización y la producción de territorio bajo lógicas externas, no alcanzan a impregnar de valores reales al territorio local y, por ende, tampoco a anular sus prácticas