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PRÓLOGO

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Este libro es un tejido de lugares, no solo porque habla de maneras de hilar territorios, sino además porque concibe, de entrada, el espacio como una red en permanente estado de imbricación, de construcción y de nominación, eso sí, atizado por la pugna, por la contravención, en un juego de poderes y contrapoderes, que transitan desde “la ciudad blanca” hasta los rizomas de la territorialidad.

Para Natalie Rodríguez, lo que desde el comienzo hizo posible este texto tiene que ver con la sospecha y el recelo sobre cómo se lee el patrimonio en todos sus sentidos, así esta sospecha fue interiorizada desde su formación como arquitecta, pero particularmente sobre su experiencia en el trabajo, valoración y restauración del patrimonio. Acá se vio envuelta y enfrentada a los procedimientos mediante los cuales el poder o la hegemonía del discernimiento objetualiza y cosifica referentes patrimoniales y de memoria propias de una comunidad y, por extensión, de una nación. La lectura convencional del patrimonio implicaba la puesta en común de una serie de discusiones, que iban desde priorizar el patrimonio meramente como monumento, hasta el reclamo de visualizar el patrimonio como parte íntegra de un territorio, de un espacio, que finalmente le da sentido y significado. Estos desafíos se hicieron tangibles cuando Natalie participo en el proceso de manejo de la Arquitectura Republicana en Quibdó. Se puede decir que allí, en ese momento, y en este contexto, nació la confección de este libro.

Mas la urdimbre, además de la sospecha, se generó por un reclamo casi que vociferante. El discurso hegemónico del patrimonio, en el trasfondo de los procesos, no reflejaba por ningún lado a los hacedores y habitantes de los territorios circundantes y del contexto. Es más, amén de la ausencia de un espejo dónde reflejarse, los ocupantes sí interpelaban esas maneras oficiales de decretar el lugar-monumento, exigiendo, en consecuencia, que sus andares y miradas fueran tenidas en cuenta. Es así como la arquitecta e investigadora social emprendió la búsqueda y la exploración de otras lecturas, miradas y aproximaciones al complejo proceso de la praxis política, social y cultural que están en la base de la constitución de las territorialidades en Quibdó, desde las últimas dos décadas del siglo XIX, hasta la década de los años sesenta del siglo pasado. Ese período representa lo que puede ser catalogado como la época fundamental en la que Quibdó definió sus pilares centrales como ciudad no-ciudad, en el conjunto de las cartografías espaciales, comunitarias y de memoria.

En ese sentido, este libro es una historia biopolítica de Quibdó, capital del Departamento del Chocó. Esa ciudad, pasando del siglo XIX al XX, fue paulatinamente planeada desde una “semántica del poder”, exhibida y puesta en escena por la sucesión de “élites” blancas que encontraron en el progreso occidental y cristiano, como clases sociales iluminadas, el paradigma para desarrollar urbanísticamente la ciudad. De esta forma, se planeó y se materializó la erección de una arquitectura “pesada” y hegemónica, engranaje de una misión civilizadora que actuaría como una suerte de antídoto a la barbarie y al primitivismo imperante en la región, desde la otrora llegada de los primeros misioneros y colonos, artífices congénitos de los intentos por expurgar el mal del fanatismo, del paganismo y de la liviandad tan socorrida entre estas gentes, al decir, por ejemplo, de los discursos de muchos misioneros.

Por esta razón, tal proyecto urbanizador, civilizador y moderno, desde sus mismos orígenes, entró en disonancia distópica con el contexto territorial biogeográfico chocoano, ya que tal proyecto en nada se cimentaba o se fundamentaba en las epistemologías locales que venían, de tiempo atrás, construyendo territorio, simbolizando espacios. Por razones que tienen que ver con los procesos de manumisión, de colonización, de violencia y de minería Quibdó experimentó una migración paulatina, sostenida e incontenible, proveniente de las regiones circunvecinas, que terminó por configurar otra ciudad no ciudad, una tonalidad espacial y cultural muy distinta, disruptiva, al proyecto urbano hegemónico de la ciudad blanca.

Acá se halla uno de los aportes más significativos de la investigación que le da soporte a este libro. Las fuentes, las memorias y las imágenes, puestas en secuencias rizomáticas, terminan por evidenciar un socavamiento de la idea o teoría eurocentrada de ciudad, una ciudad no ciudad típica del proceso de rurbanización, que demanda una revisión crítica, como en el caso de Quibdó, de teorías urbanas hegemónicas y canónicas, para las cuales el desarrollo humano comienza y termina en la ciudad, subestimando las dinámicas propias de las comunidades rurales que, como se sabe, disponen de una cultura anfibia como su más importante factor de construcción de sentido en el territorio. De tal manera que el libro, con suficiencia, logra materializar la opción metodológica y teórica de que la formación y la genealogía del “patrimonio urbano” es posible y deseable entenderlas desde variadas lecturas o miradas, ampliando la noción y presencia del patrimonio y de la memoria a otros ámbitos —preferentemente comunitarios— o procesos sociales antes no considerados como válidos o legítimos. Así, el patrimonio deja de ser un monumento petrificado, para tornarse en un lugar visible de la memoria de las comunidades que forjaron el desarrollo de Quibdó en estas últimas décadas.

Encontramos, así, otro logro pertinente de este estudio. A partir del análisis de la constitución de un territorio urbano no urbano, la arquitecta Natalie Rodríguez consolida una noción crítica y problemática del concepto de patrimonio, que, a nuestro juicio, oscila entre la visión hegemónica del patrimonio monumento y la propia del patrimonio memoria, matriz decisiva en la conformación de la identidad social y colectiva. Por ello, al leer este libro y apreciar la deconstrucción crítica de la “realidad” patrimonial, nos vemos enfrentados a la necesidad imperiosa de relativizar o de ensanchar las lecturas dominantes sobre el proceso de la formación del Estado-nación en Colombia. Cuando la autora tensiona el monumento canónico contra esas otras formas de crear territorio y memoria, se pueden vislumbrar esas otras prácticas, maneras, disposiciones y costumbres que no han formado parte del llamado relato nacional dominante.

Las retóricas oficiales y convencionales propias en la constitución de las miradas hegemónicas del patrimonio, en realidad, han supuesto ocultar y minimizar la presencia vital de otros saberes ancestrales, de otras pautas construidas de conocimiento, en la configuración cultural de los territorios. En consecuencia, el análisis contenido en este libro apuesta por una nueva ética política al exponer cómo los saberes afrodescendientes e indígenas son parte esencial e insustituible en la producción de sentido de los ámbitos espaciales y comunitarios. Igualmente, de forma complementaria y alternativa, este estudio apuesta por una nueva estética social y cultural en cuanto a la forma de explorar las manifestaciones rizomáticas e intersticiales que evidenciaron los procesos de construcción, significación y configuración de las territorialidades. Es realmente impresionante, al observar las imágenes aéreas, el proceso que va perfilando un territorio que va siendo dispuesto en trenzas, como el que va tejiendo un cabello, lo que muestra, además, la tensión, la frontera porosa y el contraste entre la ciudad “blanca” reticular y las espacialidades sinuosas tejidas siguiendo los propios accidentes geográficos, laderas, bosques, los cauces de ríos y quebradas, aferrándose a la memoriosa ancestralidad chocoana de la “cultura anfibia”.

En este punto es preciso advertir, para colocar objetivamente el corpus de este libro, que la investigadora social no pretende en este estudio adelantar una especie de “historia negra”, o de poner en perspectiva una “historia afrocolombiana”. Le interesan sobre manera los tejidos y las texturas que construyen territorios. No obstante, y hecha la indicación preventiva, en la medida que el sujeto protagonista y hacedor de tales urdimbres es, en su gran mayoría, gente negra o, si se prefiere, gente afrodescendiente, pues en esa dimensión este libro es un aporte valioso para entender las diásporas afrocolombianas en esta región del Pacífico colombiano. Lo que se muestra con solvencia es la manera cómo identidades y prácticas itinerantes, al vaivén de las aguas y de los sitios, fluyen y confluyen en Quibdó para, a partir de tales capitales culturales, construir nuevas espacialidades. A sus portadores, la autora los llama “pobladores negros” y los sitúa en un lugar de primer nivel en cuanto a que ellos son, en buena medida, los agentes transformadores y responsables del desarrollo espacial, urbano y rural, de Quibdó desde finales del siglo XIX, hasta pasada la primera mitad del siglo XX.

Y si bien el estudio se focaliza en Quibdó, pues deja traslucir las conexiones internas, entre barrios, también rescata las que trascienden el ámbito quibdoseño. En esta medida, las gentes negras de Quibdó no solo llegan para establecerse allí, sino que son permanentes sus vinculaciones, sus rutas y sus conexiones. Así, se establecen especies de diásporas circulares que mueven a la familia extendida, las prácticas agrícolas, las técnicas de pesca, los saberes artesanales, las prácticas curativas, los festejos y los productos comerciales y de trueque. De esta manera, no es posible imaginar a los pobladores negros que tejen espacio en Quibdó, llegando allí y dándole la espalda a su entorno, cortando las conexiones; eso es imposible, eso no se puede dar dentro de las dinámicas que, de manera permanente, ligan sitios, poblados y centros urbanos.

Todo un andamiaje teórico, tejido de manera interdisciplinar, posibilita la rigurosidad crítica en el análisis de los procesos espaciales y de intervención social. El espectro de nociones y conceptos ejemplifican las distintas aristas problémicas en las que se desdoblan los fenómenos socio-espaciales. Algunos de ellos, posiblemente los más relevantes son poder y contrapoder, el espacio-territorio rizoma (espacios estriados y lisos), las relaciones espaciales de fuerza, territorio como lugar relacional, progreso y atraso, conocimientos expertos y saberes ancestrales, óptica de la experticia —la ciudad hegemónica— el tejido tradicional contrapuesto y, en fin, todas las retóricas que hablan de la existencia, supuestamente, de un atraso atávico que, en últimas, le da argumentos a la élite para proyectar la materialización de la ciudad blanca hegemónica.

Las vías metodológicas trazadas para este estudio llevaron a la arquitecta Natalie Rodríguez a operar una lejanía crítica respecto de los asuntos canónicos de la arquitectura frente a la concepción lineal y vertical del patrimonio. La investigación social interdisciplinaria y una nueva actitud ética y estética posibilitaron reunir varios materiales de información de archivo, exploraciones de terreno, cartografía, imágenes aéreas, imágenes y la realización de dinámicas de gestión de la memoria. Así se facilitó lo que, a nuestro juicio, puede significar el meollo central de la apuesta metodológica: operar el contraste arqueológico y genealógico de los rizomas espaciales mediante el análisis y la interpretación de contenido, la sistematización de datos de propiedad, compra y ventas de predios, las dislocaciones visuales presentes en las aerofotografías, imágenes fotográficas, cartas, discursos, artículos de prensa, sermones, informes misionales y la propia visión contenida en las narrativas de los “pobladores negros” recogidas en sendas sesiones colectivas, a manera de talleres, e individuales.

De tal suerte que el resultado analítico consistió en una deconstrucción de las visiones verticales y unilaterales sobre el espacio como patrimonio, concebido y normado más desde la rigidez propia del Estado, de sus instituciones, de los funcionarios e, incluso, de muchos académicos. Acá, en contravía, los hábitats quibdoseños y sus genealogías, en su proceso de constitución y simbolización, son estudiados, leídos y consignados desde varias ópticas o focos de lectura que concurren al mismo nivel de interpretación y de análisis. Se trató, en resumidas cuentas, de explorar y de enfrentar el espacio del poder contra el poder del espacio social alrededor de los trazos, marcas y rizomas que va dejando la estela de la presencia, ocupación, construcción y permanencia de las entidades sociales comunitarias que se van desplazando desde distintas áreas circundantes a Quibdó y se van asentando en la ciudad, pero en territorios que, por su naturaleza obtenida, desafían las nociones dominantes teóricas de lo urbano, concretando ese escenario que hemos dado en llamar la ciudad no ciudad.

La exploración de los tejidos territoriales de la ciudad no ciudad avanza, en términos generales, a lo largo de dos momentos muy bien acotados, y que constituyen las tres partes o secciones de este libro, que bien se pudieran sintetizar en la confrontación o tensión entre la “óptica de la experticia” de conocimiento experto hegemónico de las élites y el despliegue de los saberes locales como dispositivos fundamentales en la construcción de territorio, por lo general, circundante a la retícula establecida por el poder de la óptica de la experticia. De esta manera, entonces, en la primera parte, se analizan las retóricas del atraso que terminan por darle sustento a la necesidad del progreso y por ende a la erección de la ciudad dominante con sus íconos grandilocuentes. Luego, se interpretan aquellos dispositivos hegemónicos de las élites blancas para planificar un proyecto de ciudad “blanca”, erigiendo edificios y monumentos que a su vez son referentes del paradigma de la modernidad; es lo que la autora llama “modelo de disposición”, que se puede asociar al hecho de la construcción y referenciación del espacio urbano desde un discurso y una posición de privilegio y poder.

El segundo momento constituye esa otra mirada desde abajo, desde el mismo sabor de la tierra y de los conocimientos o prácticas locales de los pobladores. Acá Natalie habla de los “andamiajes locales constitutivos de territorio urbano”, esto es, las maneras como se teje y se da sentido a un territorio desde estructuras sociales como la familia extendida, el conocimiento ancestral, las creencias religiosas, las expresiones lúdicas, las técnicas agrícolas y de pesca, la experiencia adquirida en las alternancias itinerantes y, en fin, el despliegue de un universo de saber tradicional en aquellos espacios ocupados y que constituirán el nuevo anclaje de la familia y la comunidad.

Y es que construir territorio desde los saberes locales, desde las redes y prácticas significativas, tiene, ni más ni menos, el propósito vital de proporcionarle cabida, sustento y un armazón al hecho de crear o reforzar la comunidad, la familia y las redes de cohesión comunitaria que, por lo mismo y ya lo habíamos señalado, implica no solo expandir las articulaciones comunitarias de connotación regional o local que trascienden el escenario de Quibdó, sino que además, y esto es de la mayor importancia, refuerza la adscripción, la cohesión, vital con el territorio. Por eso se habla de territorios de vida, hilados desde lo más profundo del saber acumulado en esa relación orgánica con los espacios que proveen el sustento.

De tal manera que, visto en conjunto, este libro propone y materializa un modelo teórico y metodológico de análisis, diríamos un estudio de referencia, para comprender de una forma holística los procesos formativos y constitutivos de los espacios y de los territorios, poniendo en situación de interpelación, de tensión, los proyectos propios de la hegemonía del poder frente a las epistemologías locales, para usar el concepto del senegalés Yoro Fall, que producen, enuncian y materializan los saberes acumulados, en una dinámica continua de habitar y transmitir. En este escenario, se pudo vislumbrar un esfuerzo provechoso de interdisciplinariedad que, partiendo de la arquitectura, se articula con los estudios culturales, además de otros intersticios disciplinares que supuso entronques transdisciplinares. De esta forma, las nociones y la problemática del patrimonio, quizás el eje articulador de este trabajo, pudieron ser deshilvanadas críticamente, para arribar al puerto en el cual la constitución de territorio, matriz de memoria y de patrimonio, debe ser aprehendida poniendo en cuestión las distintas formas de leer y percibir el territorio en tanto contenedor de poderes, contrapoderes, conocimientos expertos y saberes vitales que son producidos, apropiados y transmitidos en el marco de la relación entre las comunidades y los hábitats.

RAFAEL ANTONIO DÍAZ DÍAZ

Departamento de Historia

Pontificia Universidad Javeriana

Patrimonios, espacios y territorios

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