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MÍ HISTORIA

La agonía eterna que provoca vivir usando caretas, el perecer siempre latente de una persona a quien la vacuidad la llenó de dolor y ese dolor la encegueció por años; porque su trabajo diario era agradarles a todos al punto de no saber ya quien era, y terminó no agradándose a ella misma. Voy a contarles lo que se siente en las entrañas el vivir una vida que sabes no es tú vida; el vacío de tiniebla en el que se transforma un ser que jamás se dio a conocer tal cual es.

Seguir porque sí, sentir día tras día que podrían haber muchas puertas a las cuales abriría; y es en el instante justo, en que la imagino en mi mente a cada puerta que podría presentarse, verlas y querer probar abrirlas a todas; no puedo hacerlo por temor, indecisión, ese es el error... y estar segura de querer dar ese paso, es la solución. Y en mí ese también es el gran océano de dudas que ocupa mi mente diariamente, para salir de aquí necesito un trabajo, el cual irónicamente, porfía en llegar; y no porque no tenga estudios, eso sería secundario, el tema es que mí mente es un conjunto de dolores, culpas innecesarias, y falta de confianza creo yo, en mi persona, miedos que van perturbando mi caminar.

Si hay una vida que evidentemente viví de manera superflua, a la que ignoré de sobremanera aunque fuesen ensordecedores sus gritos de pedido de auxilio, y de quien y a quien debo atender y entender, es mí historia de vida; es la única estrategia que debo estudiar y abordar para ser quien anhelo ser. Comenzar a hacer de la vida lo que debo ser y a cumplir la misión para la cual nos enviaron aquí a esta parte del universo, portando un cuerpo de humanos. Nos pasamos la vida fingiendo cariño, palabras, malgastando momentos de manera irreversible; esto es hábito entre los humanos desde que somos adolescentes, aunque mis recuerdos me lleven aún más atrás.

Llega un punto en el que los días, las horas, y cada tic tac del reloj, pesan, hacen de nuestro pecho un nudo al cual si no lo detenemos a tiempo, enredará por completo a nuestra mente, y es cuando la madeja se vuelve completamente inmanejable. Es lo que a mí me ocurrió por estar 40 años en estado de letargo.

El dolor en el alma causado por todo lo que callamos, lo que permitimos, por todo a lo que no le decimos NO, ese dolor, llegué a la conclusión, no nos abandona tan fácilmente, no se esfuma al dormir, ni mucho menos muere con una copa de un buen vino. Ese dolor estuvo dentro de mí desde que tengo uso de razón, desde que daba mis primeros pasos, desde que el mundo me empezó a mostrar otra cosa fuera del vientre de mamá.

Ha sido una larga lucha, una terrible agonía, un amargo camino del cual siempre me sentí ajena, y al cual siempre lo transité de manera absurda, sin valor, sin darle ni el más mínimo respeto o un poco de atención. Es que siempre esperé un milagro, algo que de la noche a la mañana cambiara todo; y hacer burbujas en el aire es más factible, a abandonarme en ello por no aceptar que quien debe hacerse cargo de mí, soy yo.

Hasta llegado el día en el que hice un silencio total, y sin embargo mi mente seguía aturdiéndome, y no era yo quien hablaba, no era el viento, no habían palabras, solo él, él estaba ahí, como siempre, él se burlaba de mí, aunque era la primera vez que lograba ver su patético rostro, supe que esta vez, debía invitarlo a salir de la mente de una vez y para siempre. El miedo. No se aun cuándo comencé a escapar de mí verdadero ser, de aquel que tuvo desde meses antes de la concepción en el vientre de mi madre, apuntado quién debía ser en esta vida, lo que sí entiendo ahora, es que no quiero escapar más de mi, de mis obligaciones.

La agonía eterna de la zona de confort

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