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Introducción

José Pacífico Solón Wilches Calderón (1835-1893) fue el caudillo militar más connotado de Santander durante el federalismo colombiano de la segunda parte del siglo XIX. Su andadura política comenzó cuando los radicales organizaron el Estado federal en 1857 y pusieron en marcha un improvisado gobierno, cuyo lema, «la libertad absoluta», supuestamente los llevaría a conseguir el progreso y la civilización para los santandereanos. Después de cinco años de una inestabilidad política sin par (que vio desfilar una docena de presidentes y la proclamación de cuatro constituciones, y en los que se vivió en guerra), los radicales perfilaron un nuevo régimen que logró mantenerse hasta 1886. Durante ese tiempo Solón Wilches, como es comúnmente conocido, fue un actor político de primera línea, puesto que fue presidente del Estado por cerca de nueve años, los últimos seis de estos (1878-1884), de modo consecutivo. Además, compitió por la silla de la Unión en dos oportunidades, fue diputado y congresista, y participó en todas las guerras acaecidas en ese tiempo.

La narración expuesta a continuación acerca de Solón Wilches y sus clientelas tuvo su origen en preguntas generales acerca del poder político establecido durante el federalismo colombiano. Se buscaba conocer acerca de las prácticas políticas y las razones del fracaso del proyecto federal en Santander, toda vez que comprendió un periodo de veintinueve años (1857-1886) y precedió a una forma centralizada de gobierno, que en sus líneas generales se ha mantenido hasta nuestros días. Desde luego, la historiografía colombiana ha planteado este tipo de preguntas generales, y hay numerosas investigaciones que proponen diversas explicaciones. En este caso, se buscaron respuestas a partir de las relaciones de poder en las que estuvo inmerso el caudillo santandereano, que le permitieron permanecer en primera línea del poder político estatal1. Concretamente se indagó por las relaciones clientelares que Solón Wilches mantuvo a lo largo de su vida política.

Santander, escenario de este relato, fue uno de los nueve estados confederados (Antioquia, Magdalena, Tolima, Cundinamarca, Boyacá, Cauca, Bolívar, Panamá, Santander), y como tal es una ventana de observación tanto al conjunto del país, aludido en estas páginas, siguiendo la costumbre de la época, como a la Unión. Valga recordar que la etapa federal ha resultado atractiva para algunos historiadores colombianos y de otras latitudes, quizá por la “soberanía” y “autogobierno” que quisieron establecer los radicales; también por la evidente utopía de su discurso, o quizá porque entre sus promotores había hombres con ideales políticos trascendentes, como fueron los casos, por ejemplo, de Vicente Herrera y Manuel Murillo Toro. El primero había impulsado el voto de la mujer, que se aprobó en la Constitución de la Provincia de Vélez en 1853; y el segundo elaboró el proyecto que dio la libertad a los esclavos en 1851. Estos y otros liberales radicales de entonces se basaban en la República francesa; además, algunos de ellos hicieron eco del socialismo utópico, de modo que sus planteamientos expresaban cierto ideal de justicia social.

Para caracterizar las relaciones clientelares en las que estuvo inmerso Wilches, se investigó su tipología como caudillo militar, como político y como empresario. Así mismo, se identificó su contexto familiar y el tejido de relaciones mediante los cuales él y un bloque de familias de la Provincia de García Rovira controlaron buena parte de la administración pública durante el periodo federal. Para entender mejor el papel de Wilches, se identificaron los intereses de otros políticos que, como él, actuaban en el escenario más encumbrado del poder del Estado.

El presente trabajo es, en cierta medida, una aproximación a la biografía de Wilches, pues es el “lazarillo” de la narración, una cuestión inevitable, al ser uno de los polos de las relaciones clientelares analizadas, y porque su archivo personal fue una de las fuentes fundamentales de esta investigación. De las diferentes facetas del santandereano destaca su desempeño como militar, ya que fue una suerte de caudillo pretoriano2. Por tal razón, sus rangos y el sui géneris ejército confederal del que hizo parte fueron objeto de atención. Se trataba de una fuerza integrada por milicias, convocadas en caso de guerra, denominado Ejército de Reserva; además había una fuerza permanente en la Unión, bajo control directo del Gobierno central, la denominada Guardia Colombiana, más pequeños cuerpos de fuerza, establecidos en tiempos de paz en cada uno de los estados, que se incrementaban ostensiblemente cuando sobrevenía la guerra.

En cuanto al fenómeno aquí analizado, este trabajo muestra el quehacer de la política en su nivel más íntimo, el de las negociaciones en pro del poder entre Wilches y sus clientes, entre ellos, sus parientes, algunos de los cuales lideraban los círculos de poder locales. En las relaciones de intercambio se observará que entre algunos actores no existía una asimetría significativa de poder, pues la diferencia de disponibilidad de recursos tendía a cero, lo que generaba una confluencia de intereses entre pares, un prototipo de alianzas entre notables, en las que varios de ellos fueron reconocidos caudillos militares en el país. También se procuró profundizar en el conocimiento de la confrontación política nacional entre las diferentes facciones partidistas. Al respecto, en la narración aquí presentada se recrearon las formas de participación política más constantes: las elecciones y la guerra, formas estas que mantuvieron durante ese tiempo una relación mutua y directa3.

Durante el federalismo colombiano el clientelismo político se incrementó por varias razones. En primer lugar, el surgimiento de los estados generó una mayor burocracia administrativa, que los notables locales intentaron controlar. En segundo lugar, y coincidiendo con el surgimiento de las tendencias partidistas, en ese periodo se universalizó el voto masculino que, no obstante sus restricciones por edad, alfabetismo y estado civil, significó una mayor competencia electoral. En tercer lugar, porque quienes participaban voluntariamente en las guerras, además de procurarse seguridad frente a la violencia y las expropiaciones, esperaban compensación con cargos, contratos, servicios, etc. Los cargos públicos o “los destinos” resultaban ser el fin principal de la mayoría de los clientes, al parecer, una constante de la política en las sociedades modernas y contemporáneas4.

Desde la teoría política se plantea que las relaciones clientelares son una expresión de las relaciones de poder presentes en la esfera del Estado. Por esto, para una mejor comprensión en el sentido señalado, el Estado de Santander fue objeto de atención en el capítulo tres. Al respecto puede decirse que Santander, al igual que los restantes estados federales, pese a proclamarse como soberano, pervivió con una limitada institucionalidad, toda vez que su soberanía fue limitada y sus fronteras indefinidas. De hecho, ninguno de los nueve estados logró consolidar un poder central territorializado en el que se cumpliesen sus leyes. Tal fue la pretensión de los radicales en Santander a finales de 1857, cuando aprobaron la constitución que regiría en el Estado, pero se vieron inmersos en una guerra que se prolongó durante cuatro años contra el Gobierno central. Además, debieron enfrentar las rebeliones auspiciadas por los conservadores que hicieron alianza con la Iglesia católica para mantener sus poderes local y regional, amenazados por las políticas liberales.

En la Unión (los Estados Unidos de Colombia) la situación fue similar a la de los estados particulares, pues sus competencias, además de escasas, se hicieron inviables por la soberanía reclamada en las regiones. Cada uno de los estados se condujo con cierta autonomía; cuando no, sus representantes organizaban especies de ligas para imponerse unos a otros, en un juego de fuerzas donde primaban los intereses de los caudillos y de sus facciones. El poder político estuvo distribuido entre los patrones regionales de cada uno de los distritos, las provincias y los estados. Los caudillos con su actuación contribuían a la inestabilidad administrativa y limitaban la gobernabilidad, o bien, si se mira en un sentido positivo, favorecían la estabilidad y la gobernabilidad. Lo cierto es que la toma de decisiones en los nueve centros de poder implicaba una incesante negociación. Quizá por esto, la política colombiana en esta etapa pueda comprenderse mejor si se develan las redes de relaciones que configuraron el poder social5 en las regiones.

La escasa institucionalidad, las múltiples tensiones y las rupturas entre los líderes de las facciones definieron la política e incidieron en el tipo de clientelismo dado entonces. Este ha sido definido como una relación de poder entre dos o más actores que intercambian recursos de diferente orden, alguno de los cuales debe ser de tipo político. Si se acepta este concepto, resulta obvio que el clientelismo está, en parte, determinado por los niveles de institucionalidad existentes. También se afirma del fenómeno que este se reproduce más fácilmente en contextos donde los grupos sociales subalternos se ven compelidos −coerción estructural− a actuar como clientes frente a la escasa institucionalidad. Por las razones expuestas, el intercambio clientelar ha operado en casi todas las sociedades políticas; en Colombia se presentó durante la etapa republicana y también en la etapa colonial, cuando el fenómeno estaba completamente institucionalizado en el aparato administrativo de la Corona. Igualmente suele subrayarse que, pese a su sentido negativo, el clientelismo tiene un lado bondadoso, pues forma parte de la política y articula las relaciones sociales en torno al poder político; además facilita soluciones a las necesidades de la población que las instituciones no logran suplir ordinariamente6.

Los autores que coinciden en que la escasa institucionalidad alimenta el clientelismo parten de una pauta obvia: a menor institucionalidad, menos mecanismos de control, y, por tanto, mayor discrecionalidad por parte de los políticos. También se ha propuesto que la pobreza generalizada lo nutre, y esta suele estar presente en contextos con instituciones débiles. No obstante, es innegable la presencia de relaciones clientelares en sociedades ricas con democracias consolidadas, donde quizá los recursos intercambiados varíen, sin que los vínculos y las relaciones de poder dejen de ser de tipo clientelista.

El clientelismo en su sentido más general parece ser tan antiguo como la democracia misma, tal como lo expone Moses Finley en el Nacimiento de la política, cuando señala que hay evidencias de su presencia en la Grecia de Solón –el célebre tocayo del aquí analizado– en relación con las dádivas de los gobernantes7. Se trataría de un clientelismo donde el gasto destinado al público era de origen privado, pero la finalidad de los patrones era la de alcanzar y mantener el poder político. Como se sabe, en las sociedades modernas los bienes y los servicios, así como los recursos dispuestos por los patrones, suelen provenir del tesoro público.

De las diferentes definiciones conocidas de clientelismo, la más evocada resulta ser una de las más breves: se trata de un sistema de contraprestaciones en el que se intercambian bienes públicos por lealtades políticas. No obstante, debe advertirse que el tipo de bien entregado por el patrón a los clientes puede variar de acuerdo con los contextos, como al parecer ocurría en el siglo XIX. Al respecto, Leal Buitrago recuerda que en sociedades pre capitalistas, con escaso urbanismo y con una limitada disposición de bienes públicos, el fenómeno clientelista se identifica más con el caciquismo; además, en tales realidades, los bienes entregados suelen provenir de la propiedad privada de los patrones8, al estilo griego, antes comentado.

En la narración aquí expuesta acerca de Wilches, sus vínculos y sus relaciones políticas, hay evidencias sólidas del fenómeno, pues en ello, en parte, basaban él y los políticos de entonces su poder, a tal punto que las facciones y los partidos que conformaron pueden caracterizarse como esencialmente clientelistas. Las negociaciones de intercambio se facilitaban desde los vínculos existentes, y desde alianzas de diferente orden, entre individuos con estatus diferentes, pero también similares, como parientes, amigos, socios de negocios, subalternos, etc. De otra parte, y en un sentido formal, se observa que el intercambio clientelista se expresaba en sus formas típicas: diádicas y piramidales. Pues el intercambio podía efectuarse entre el caudillo y un actor de la base política, u otro caudillo menor. El esquema piramidal tiene explicación en la verticalidad de la administración pública, en cuyo seno tradicionalmente se reproduce el clientelismo mediante nombramientos.

Sobre el clientelismo advierten los estudiosos que se trata de un fenómeno general de las relaciones sociales, sin estatus de teoría. Como concepto básico del análisis social, político e histórico, no parece pertinente acoger las definiciones complejas, pues el intercambio en torno al poder tiene su sentido y explicación en realidades históricas concretas. Sus aristas son propias de tiempos y espacios definidos, que nocoinciden del todo con los modelos “de la caja de herramientas”. En este trabajo se escogieron algunos elementos generales identificables en la mayoría de casos, y comunes en las diversas acepciones que caracterizan el fenómeno9, pues a este concepto le ocurre lo que a otros usuales de la teoría política, v. gr., el Estado, la política misma, el poder, la democracia, etc., sobre los que se ofrecen decenas de significados.

Así mismo, casi todas las definiciones ubican el fenómeno en el ámbito de la legitimidad, pues el intercambio clientelista lleva explícita o implícita la existencia de una negociación voluntaria o coercitiva, que implica la cesión de cuotas de poder político por parte de los clientes al patrón, mediante el voto u otros recursos; a la vez, los patrones hacen uso del poder cedido, y a cambio entregan algún bien, generalmente público, si bien no necesariamente. Lo evidente es que todas las definiciones incluyen el intercambio como un elemento infaltable del clientelismo. De este también se afirma que es propio de la vida política y que se desarrolla legalmente, si bien suele enfatizarse su vecindad y fragilidad para convertirse en corrupción. En la mayoría de acepciones citadas se evidencia una perspectiva comprensiva moderna, pues se evoca un contexto democrático ideal, pero está claro que hubo clientelismo antes de las democracias modernas y en diferentes estadios sociales: en la época griega y en el Antiguo Régimen.

La historiografía colombiana sobre el intercambio clientelar, al igual que la de la región santandereana, es escasa. Las investigaciones conocidas han sido abordadas principalmente desde la ciencia política. Al respecto destaca el trabajo antes citado de Leal Buitrago y Dávila, en el que centraron la atención en el fenómeno clientelista como mecanismo para la reproducción del poder por parte de los partidos tradicionales, liberal y conservador. En el balance bibliográfico que hicieron en la primera edición de 1990, destacan la tesis doctoral de James C. Scott, Patron client politicsand change. De esta debe rescatarse su caracterización del fenómeno en tres niveles, a partir de los agentes que intervienen en el intercambio y de su amplitud: el primero es el de las relaciones establecidas entre dos personas, comúnmente referenciadas como relaciones diádicas; segundo, el que resulta de conexiones entre agregados de personas y patrones, y el tercero, el que se expresa como una interfaz que vincula comunidades enteras10.

De las investigaciones posteriores debe mencionarse la de Francisco Gutiérrez Sanín, La ciudad representada, en la que abordó dos casos concretos: uno que corresponde al clientelismo desplegado por un concejal de Bogotá, y otro, a las prácticas clientelistas en el barrio Henares de la misma ciudad. Gutiérrez rescata de la relación clientelar varios aspectos: el carácter recíproco y asimétrico de las relaciones; las lealtades establecidas, por cuanto son transacciones racionales que contienen un cálculo de costos y beneficios y que, por tanto, implican compromisos para los agentes del intercambio; la importancia de la esfera pública como el ámbito propio de la relación clientelar; el uso de bienes públicos; su vecindad y su relación con la corrupción política y los problemas de mantenimiento, rotación y distribución de posiciones en torno al poder en las redes clientelares11.

Un balance más reciente acerca del clientelismo en Colombia puede leerse en Laura Guerrero, “Clientelismo político. ¿Desviación de la política o forma de representación? Estado del arte sobre las aproximaciones al clientelismo en Colombia, 1972-2002”. Este trabajo sintetiza las diversas aproximaciones analíticas de los estudiosos del fenómeno clientelista en Colombia y reseña sus fuentes teóricas: los funcionalistas lo explican como una contraprestación recíproca inherente a la existencia política de las sociedades (Fernando Tonnies, Max Weber, Talcott Parsons, Mauss, Malinovski, Richard Thurwald, Redfild y Boscof); los marxistas lo analizan desde la dominación de clase (en el caso colombiano, principalmente Miranda Ontaneda); desde el estructural funcionalismo (en Colombia, los ya citados, Leal Buitrago y Dávila Ladrón de Guevara) se enfatiza la existencia de la sociedad mediante sistemas y subsistemas interrelacionados; la autora también evoca los enfoques institucionalistas, neoinstitucionalistas y socioantropológicos. No obstante, toda vez que la realidad es esquiva a los modelos, suele recordarse que entre los estudiosos impera cierto eclecticismo interpretativo12.

El clientelismo dado en el siglo XIX colombiano tuvo sus particularidades, pues se trataba de una sociedad tradicional en la que sobrevivían valores propios de la vida colonial, pero en la que se procuraba establecer una sociedad política democrática; por esto la política, al menos discursivamente, tenía un horizonte legal moderno, una contradicción que suele caracterizarse como “ficción democrática”. En ese entonces muchas de las prácticas políticas llevadas a cabo por Wilches y los políticos de su tiempo, que hoy escandalizan, eran moneda corriente. El intercambio clientelista, crudo y manifiesto, era incluso, políticamente, lo más moderno que ellos podían imaginar

En el Santander que vivió Wilches cabe la explicación del fenómeno clientelista expuesta por Gunner Lind, quien lo analiza en la Europa moderna, y ubica a las familias como actores sociales fundamentales. Lind encuentra que el comportamiento clientelista puede expresarse entre parientes, en el seno de la comunidad, que puede darse de manera accidental, pero igualmente adrede, y que implica una conversión de recursos: «La forma más amplia de clientelismo es la red de gran escala que conecta a los grandes señores y sus familias con muchos clientes, con sus familias y con sus clientes […]. En el otro extremo, el más estrecho, se encuentra el contacto verdaderamente dual entre un padrino y un cliente aislado » 13.

Lo expuesto por Lind sobre este fenómeno, encaminado a favorecer o a controlar la administración pública por parte de una o varias familias, resulta aproximado al clientelismo en el que participó Wilches. Esto sin olvidar que en el contexto lo público y lo privado presentaban fronteras endebles, y que muchas veces los caudillos decidían en lo público como lo hacían con su vida y su hacienda. No obstante, debían vivir con la tensión permanente del deber ser, de la institucionalidad por ellos proclamada y escrita en las constituciones. De tal suerte, los políticos del siglo XIX colombiano se vieron atrapados en una dinámica contradictoria, con dos factores en dirección opuesta: el del discurso y el de las prácticas políticas.

La relación patrón-clientelas parece ser directamente proporcional al caudillismo típico de la política colombiana y latinoamericana en general, e inherente, en parte, a las prácticas de los partidos en todo el mundo. Del fenómeno caudillista, Deas recuerda que en Colombia durante la primera parte del siglo XIX, hombres como el general Mosquera tuvieron que buscar los votos con cerveza, música, cohetes, chicha, asados, peleas de gallos y periódicos14.

Entre las investigaciones dedicadas al caudillismo fue pionera la de Lynch, Caudillos en Hispanoamérica 1800-185015, en la que hizo un seguimiento a las carreras vitales de varios caudillos emblemáticos. También deben citarse algunos artículos de François-Xavier Guerra, como “De la política antigua a la política moderna: algunas proposiciones”16, donde llamó la atención acerca de lo valioso que puede resultar el análisis de los actores políticos y sociales en la comprensión de la política latinoamericana. Entre los autores colombianos merece mención el trabajo de Fernán González, “Caudillismo y regionalismo en el siglo XIX latinoamericano”, que enfatiza un hecho generalizado en los países surgidos después de las independencias: la confrontación entre jefes regionales que buscaban un nuevo equilibrio del poder del Estado. El hecho habría coadyuvado a que la sociedad política colombiana alcanzase nuevos estadios en el proceso de construcción del Estado colombiano17. En tal sentido, el trabajo de González da una explicación del caudillismo, sin caer en calificaciones positivas ni negativas, sencillamente muestra el fenómeno en relación con la dispersión del poder desencadenada después del hundimiento del Estado español a comienzos del siglo XIX.

Entre los estudios más recientes puede citarse el de Cardozo Sáenz, “El caudillismo y militarismo en Venezuela. Orígenes, conceptualización y consecuencias”18, que procura establecer, desde la esfera conceptual, la relación existente entre el militarismo y el caudillismo en el caso venezolano, donde destaca una práctica común de los caudillos: el uso de la fuerza y del aparato militar que, dicho sea, no es una cuestión exclusiva del caso latinoamericano, sino una tendencia universal, evidente en los procesos políticos tanto de orden estatal como regional. Como se quiera, la lista de trabajos sobre el caudillismo es amplia. Ahora bien, este trabajo centra la atención en el clientelismo, uno de los mecanismos políticos implementados por los caudillos y por políticos de toda suerte. Una relación no necesariamente instrumentalizada por los patrones, puesto que los clientes también pueden inclinar la balanza del poder político.

Para analizar el clientelismo del caudillo santandereano se estudió la forma como este dispuso de los bienes del Estado. Además, se procuró una lectura detallada del contexto de la época, mediante el seguimiento a diversos procesos políticos, para lo cual, se elaboraron cuatro bases de datos: nombramientos, elecciones, correspondencia, conflictos. Con las dos primeras se identificó la disposición de cargos tanto por parte de Wilches como por otros patrones que dominaron el aparato del Estado, así como la actuación en el juego electoral; la base de correspondencia permitió conocer las negociaciones directas entre el patrón y sus clientes; y la base de conflictos, principalmente las guerras, permitió observar el rol de los políticos en diferentes esferas de actuación en pro del aparato político. En conjunto, las bases permitieron una aproximación desde el análisis de redes y la elaboración de gráficos que representan el universo relacional y clientelista de Wilches. En tal sentido, cabe señalar que este trabajo, si bien resalta la actuación de un caudillo, no se limita a ello, sino que involucra a cerca de mil actores, que aparecen en diferentes momentos a lo largo de la narración (véase anexo pág. 359).

Acerca de Wilches se han escrito otros trabajos basados en el archivo de la familia, compuesto de unas dos mil cartas y diversos documentos que suman unos doce expedientes, custodiados por el Archivo Histórico de la Escuela de Historia de la UIS. Tal correspondencia fue una fuente excepcional para observar el problema aquí abordado: el clientelismo. Además, se consultaron fuentes oficiales, memorias de presidentes, de los actores involucrados y prensa, entre otras. Respecto a los trabajos basados en el archivo familiar, quizás el más antiguo sea el escrito por Gustavo Otero Muñoz y publicado en 1936, obra que pese a su perfil apologético resulta de interés, pues contiene cartas y datos que desaparecieron del archivo citado, o que nunca llegaron a él. Posteriormente se escribieron algunas tesis de grado y de maestría, también artículos, acerca de Solón Wilches o de temas que hacen parte del contexto en el que actuó19. También se deben agregar a las publicaciones mencionadas algunos resultados parciales de esta investigación, publicados en artículos de las revistas Estudios Sociales de la Universidad del Litoral, Argentina; en el Anuario de Historia Regional y de las Fronteras de la UIS; en la revista Historia y Espacio de la Universidad del Valle y en el Anuario de Historia Social y de la Cultura de la Universidad Nacional de Colombia.20.

Los capítulos expuestos contienen el siguiente orden. El primero, «El tiempo y el espacio de Solón Wilches», comprende un resumen global de la andadura política del caudillo, algunos datos biográficos, el contexto en el que vivió, su sociabilidad política e información acerca de la red clientelar de la familia. En el segundo capítulo, «Solón Wilches en la cúspide del poder político», se narran las circunstancias sociopolíticas dadas entre 1878 y 1883, correspondientes al mejor tiempo del general, cuando las quinas se convirtieron en el primer producto de exportación e ingresos del país y Santander era el mayor productor de esta corteza. En el tercer capítulo, «La invención del Estado», se presentan aspectos del proyecto político de los radicales y detalles de la primera guerra que los enfrentó a los conservadores (1859-1862), y en la que Wilches fue investido como general; igualmente se muestra el orden institucional que procuraron fundar: el aparato fiscal, la fuerza militar, el poder judicial, etc. En el cuarto capítulo, «Los intereses en juego: políticos empresarios en el origen del faccionalismo liberal en Santander», se presenta a los políticos en competencia por los recursos del Estado, principalmente las tierras baldías y los contratos de los ferrocarriles; se hace énfasis en las motivaciones e intereses que llevaron a la ruptura del liberalismo santandereano y al faccionalismo. En el último capítulo, «Wilches y el ocaso del federalismo», se relatan aspectos de su lucha por alcanzar la presidencia de la Unión y la crisis definitiva de su gobierno en 1884, antecedente inmediato de la guerra de 1885. El texto cierra con la muerte política y física del caudillo. Los cinco capítulos, como se ha dicho, tienen en su trasfondo las relaciones clientelares.

1 Las provincias que conformaron el Estado Soberano de Santander en 1857 fueron García Rovira, Cúcuta, Pamplona, Ocaña, Vélez, Socorro, Soto y Guanentá; en 1878 se creó la Provincia de Charalá. Durante el periodo federal se reconocieron como “departamentos”.

2 GUERRA François-Xavier. “Los orígenes socioculturales del caciquismo”. Anuario del IEHS (Instituto de Estudios Histórico-Sociales, Universidad Nacional del Centro, Argentina), 1992, n.° 7, pp. 181-209. El concepto de Guerra evoca a los pretores romanos para referirse a los caudillos militares que instrumentalizan las fuerzas armadas del Estado, de modo que estas resultan influenciadas por las fidelidades personales. Ya en la época federal se denominaba grupo pretoriano a la tendencia más militarista de los liberales. Véase DELPAR Helen. Rojos contra azules. El partido liberal en la política colombiana 1863-1899. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1994, p. 202.

3 PALACIOS Marco. “La fragmentación regional de las clases dominantes en Colombia: una perspectiva histórica”. Revista Mexicana de Sociología, octubre-diciembre de 1980, vol. 42, n.˚ 4, pp. 1663-1689. Palacios precisa que, desde la Independencia, los notables provinciales que lideraron la guerra comprendieron la necesidad de justificar las fuentes del poder político detentado, e hicieron de las elecciones una manera de hacerlo. Así, el sufragio fue utilizado muchas veces para legitimar triunfos militares de una u otra facción. De tal modo se seguía cierto ritual: si había elecciones, había preparativos para la guerra, pues el conflicto podría sobrevenir en cualquier momento, en la campaña, en las elecciones o después. En Santander hubo guerra de 1859 a 1862, de 1876 a 1877 y de 1884 a 1885; además hubo numerosos conatos locales de guerra, y la actuación permanente de guerrillas conservadoras.

4 LIND Gunner. “Grandes y pequeños amigos: el clientelismo y la élite del poder”. En: REINHARD Wolfgang y otros. Las élites del poder y la construcción del Estado. Madrid: FCE, 1996, pp. 159-189. En una caracterización general del fenómeno clientelista durante la configuración del Estado moderno en Europa, Lind encontró que los cargos públicos eran la meta principal de los clientes de las élites del poder.

5 MANN Michel. Las fuentes del poder social. Madrid: Alianza Editorial, 1991, p. 49. El poder político es, según Mann, parte del poder social, expresado en las relaciones sociales. Este, en su perspectiva, incluye también los poderes ideológico, militar y económico.

6 THYPIN Richard. “Rethinking clientelism in peasant society”, Meeting of the International Political Science Association, Río de Janeiro, 1982. Citado por LEAL BUITRAGO Francisco y DÁVILA Andrés. Clientelismo: el sistema político y su expresión regional. Bogotá: Tercer Mundo Editores, UN-Iepri, 1990, p. 42.

7 FINLEY Moses, El nacimiento de la política. México: Grijalbo, 1990, pp. 12, 51-54. «Un objetivo era el establecimiento de una relación patrono-cliente y un nexo de parentesco y, como consecuencia de ello, la posterior sanción de una estructura de poder y autoridad imperante en la sociedad concreta […] Aristóteles, como en general los autores antiguos, ponía el acento en lo que se puede llamar patronazgo comunitario, esto es, gasto privado a gran escala, obligatorio o voluntario, para objetivos comunes −templos, espectáculos teatrales, fiestas–, a cambio de la aprobación popular […] de la ayuda popular en el ascenso de la carrera política».

8 LEAL. Op. cit., p. 43.

9 CORZO Susana. El clientelismo político. El plan de empleo rural en Andalucía: un estudio de caso. Granada: Editorial Universidad de Granada, 2002, pp. 37-56. Corzo realizó una pesquisa de definiciones del clientelismo, en la que comenzó por la etimología misma, y pasó por las acepciones básicas, hasta las más elaboradas, por ejemplo: a) las relaciones de clientela manifiestan el lazo que une grupos diferentes y desiguales, no dependientes unos de otros, directamente; b) una relación entre actores desiguales, situados de forma jerárquica, recíproca y beneficiosa para ambos; c) relaciones igualitarias, en la que los dos actores obtienen beneficios: los dos eligen opciones en un marco de libertad real y formal, pero sin descartar la incidencia de las presiones sociales, culturales o económicas; d) una relación asimétrica en función de la redistribución que tiene el poder político ante la desigualdad social; e) el clientelismo político supone una ruptura de la relación de explotación, aunque implica cierto tipo de dominación política; f) una relación diádica, jerarquizada, de naturaleza personalista, relacionada con el parentesco, con raíces premodernas, y dada en sociedades tradicionales; g) un complemento de las deficiencias de las instituciones modernas; h) un obstáculo de la modernización o democratización, y causa de desaliento en la participación política; i) relación particularista entre posiciones funcionalmente diferenciadas; implica confianza y compromiso en pro de favorecimiento mutuo, por lo general en perjuicio de terceros que tendrían mejor derecho, pero sin aportación económica –al menos en un primer momento–, y que es habitualmente duradera. La dependencia que se suele establecer en este tipo de relación no necesariamente presupone inferioridad o superioridad social; j) la relación clientelar se localiza en la penumbra de la política y bordea los límites morales y legales permitidos, cae alguna vez en la corrupción; k) una relación personal en el ámbito de la política, establecida de forma voluntaria y legítima, en un marco de legalidad, entre los que pueden ocupar u ocupan cualquier cargo público y los que desean acceder a unos servicios o recursos públicos a los que es más difícil llegar, cuando no imposible, de no ser por este vínculo o relación, etc.

10 SCOTT C. James. Patron client politics and change. En: 66th Annual Meeting of the American Political Science Association. Los Ángeles, 1970, p. 10. Citado por LEAL, op. cit., p. 39.

11 GUTIÉRREZ Francisco. La ciudad representada. Política y conflicto en Bogotá. Bogotá: TM Editores-Iepri, 1998, pp. 55-120.

12 GUERRERO Laura Daniela. “Clientelismo político. ¿Desviación de la política o forma de representación? Estado del arte sobre las aproximaciones al clientelismo en Colombia, 1972-2012”. Tesis de grado como politóloga. Bogotá: Universidad del Rosario, 2013, pp. 9-19.

13 LIND Gunner. Op. cit., pp. 159-161.

14 DEAS Malcolm. “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”. En: Del poder y la gramática. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1993, pp. 209-233.

15 LYNCH John. Caudillos en Hispanoamérica 1800-1850. Madrid: Editorial Mapfre, 1989, 569 p.

16 GUERRA François-Xavier. “Hacia una nueva historia política, actores sociales y actores políticos”. Anuario del IEHS, 1989, n.° 4 (traducido por Juan Carlos Garavaglia); GUERRA François-Xavier. “Los orígenes socioculturales del caciquismo”. Anuario del IEHS, 1992, n.° 7, pp. 181-195. GUERRA François-Xavier. “De la política antigua a la política moderna: algunas proposiciones”. Anuario del IEHS, 2003, n.˚ 18, pp. 201-212.

17 GONZÁLEZ Fernán. “Caudillismo y regionalismo en el siglo XIX latinoamericano”. Serie Documentos Ocasionales, Cinep, 1982, 36 p.

18 CARDOSO SÁENZ Évert. “El caudillismo y militarismo en Venezuela. Orígenes, conceptualización y consecuencias. Procesos históricos”. Mérida: Universidad de los Andes, Revista de Historia y Ciencias Sociales, julio-diciembre, 2015, n.° 28, pp. 143-153.

19 GUERRA Adriano. “A los tuyos con razón o sin ella. Redes de poder, candidaturas y recomendaciones en el Estado Soberano de Santander (1858-1886): el caso de la red del general Solón Wilches Calderón”. Tesis de Maestría en Historia. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Ciencias Sociales, 2015, 123 p.; DUARTE BORRERO Juan Fernando. “Los círculos de notables en la política santandereana del siglo XIX: Solón Wilches y el círculo de La Concepción, García Rovira”. Tesis de Maestría en Historia. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2001, 179 p.; CARREÑO TARAZONA Clara Inés. “Búsqueda de nuevas rutas comerciales. Solón Wilches y las redes de poder en García Rovira en la segunda mitad del siglo XIX”. En: Historia Crítica, enero-abril 2012, vol. 260, n.° 46, pp. 180-201.

20 Véanse los siguientes artículos de ARIZA Nectalí: “Oligarquías ascendentes en el Estado Soberano de Santander en la segunda mitad del Siglo XIX: las redes de Aquileo Parra y Solón Wilches”. En: Estudios Sociales, enero-junio 2007, vol. 32, n. 1, pp. 143 - 165; “Apuntes acerca del aparato fiscal en el Estado de Santander: aguardientes y clientelas”. En: Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, julio-diciembre 2012, vol. 17, n. 2, pp. 229-253; “Actores políticos e intereses en juego durante las guerras civiles del periodo federal colombiano (Santander, 1860 - 1890)”. En: Historia y Espacio, julio-diciembre 2016, vol. 12, n. 47, pp. 15-40; “Los Wilches Calderón: red familiar y poder político en el Estado de Santander 1857-1886”. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, julio-diciembre 2014, vol. 41, n. 2, pp. 23-64; “Prácticas clientelistas en la política del estado de Santander durante la etapa federal colombiana, 1857-1886”. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, enero-junio 2019, vol. 46, n. 1, pp. 175-206.

Las clientelas del general Wilches

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