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El tiempo y el espacio de Solón Wilches

Joaquín: la situación es dificilísima […] se decía que el general Mosquera quería asumir el poder absoluto de la nación, y no se veía en ello sino una calumnia, hoy los ojos y los sentidos están presenciando la realización de aquellos vaticinios […] Será que esta tierra está cansada con una misma cosecha y quiere sembrar la semilla de los Borbones […].


Solón a su primo Joaquín Wilches, 21 de mayo de 1867


Fotograbado de Solón Wilches, hecho por José María Ramírez, 1894. Fue incluido en la Corona fúnebre, una especie de reseña biográfica que tradicionalmente hacían las familias principales para recordar los detalles de las honras fúnebres de sus parientes.

José Pacífico Solón Wilches Calderón

En horas de la tarde del 15 de octubre de 1893, por la calle que conduce al cementerio de La Concepción, desfiló el cortejo fúnebre con los restos del general José Pacífico Solón Wilches Calderón21. En el carruaje que transportó el féretro «engancharon las riendas de su viejo caballo Guerrero», del cual se dijo que había muerto unos días después22. La anécdota acerca del corcel, y otras que tintaban de heroísmo la vida del general, circularon durante décadas en el pueblo donde vivió su niñez y su juventud. Wilches había nacido el 7 de abril de 1835 en Cerrito, población santandereana cercana a La Concepción; en esta última habría de comenzar su trayectoria en la política, y desde allí llegaría a ser uno de los hombres que más poder representó en el Estado Soberano de Santander.

Los Wilches Calderón eran en esos años una de las familias más notables de la antigua Provincia de Pamplona. Eran originarios de la nueva Provincia de García Rovira, una fragmentación de la de Pamplona, cuya capital, La Concepción –hoy conocida simplemente como Concepción–, tenía, cuando murió Solón Wilches, algo más de 5.000 habitantes23. Tanto su padre, don Andrés Wilches Jaime, como su tío Ramón eran destacados líderes del liberalismo rovirense, aun antes de que se organizara el Estado federal de Santander en 185724. Su liderazgo los obligaba a realizar aportes en metálico, en peones y en armas cuando era necesario, como sucedió durante las guerras de 1840, 1854 y 1859. En compensación, recibían, tanto ellos como sus allegados y clientes, una considerable cuota de poder político y económico en la provincia; muchos de ellos se mantenían como funcionarios provinciales durante largos periodos de tiempo.

Cuando comenzó la guerra de 1859 Solón Wilches era un joven de 24 años, empleado del nuevo Gobierno de Santander, liderado por los liberales radicales. Siguiendo la costumbre, se sumó a las fuerzas alistadas para combatir a los revolucionarios. En las guerras civiles de Colombia fue tradicional que los empleados de las facciones gobernantes formaran filas en armas para enfrentar las revueltas. Ese año la facción conservadora fue derrotada, pero a comienzos de 1860 reinició los ataques con apoyo del Gobierno de la Confederación. Esa intervención hizo que la guerra se prolongara durante dos años más, tiempo en el que Wilches actuó como subalterno del coronel Santos Gutiérrez en el ejército del general Tomás Cipriano de Mosquera, en una larga campaña que, a juzgar por los relatos, tuvo pocas batallas. El santandereano habría participado en tres o cuatro de ellas, en una de las cuales vencieron a los conservadores en Corinto, Cauca, el 18 de septiembre de 1862. Tal batalla le representó el rango de general, otorgado por Mosquera, quien desde mediados de 1861 había tomado Bogotá y ejercía como nuevo presidente de la Confederación Granadina.

Wilches formó parte de la generación de criollos neogranadinos nacidos en los años inmediatos de la Independencia, que crecieron y tuvieron entre sus ideales premisas contradictorias: de una parte, el prestigio, el patriotismo, la grandeza, etc., que les suponía a sus parientes el haber participado en las guerras contra España; y, por otro lado, una presunción de “nobleza” basada en que eran descendientes de esos mismos españoles “sin mezcla” con población nativa, puesto que en su imaginario les restaba prestancia social25. En lo político Wilches bebió de la tradición liberal de su familia: su padre Andrés y su tío Ramón lideraban el liberalismo en La Concepción, y habían participado activamente en la guerra de los Supremos de 1840 y en la guerra contra el general José María Melo en 1854. Antes, en el decenio de 1820, su tío abuelo paterno, don Pacífico Jaime –quien se ocupó de la educación de don Andrés y de la futura madre de Solón, Martina Calderón Sánchez–, había sido representante al Congreso por la Provincia de Pamplona26.

El entorno familiar le facilitó a Solón una socialización política temprana, fortalecida cuando estudió en el Colegio de Guanentá de San Gil y en los colegios mayores del Rosario y San Bartolomé de Bogotá; en estos habría cursado estudios de derecho, entre 1852 y 1856. En los colegios mayores de la capital recibieron formación la mayoría de los actores políticos preponderantes del país durante la Colonia y a lo largo del siglo XIX, entre ellos los santandereanos. Por otra parte, encontramos que Wilches vivió el ambiente de “revolución social” capitalino en su etapa de estudiante en Bogotá, pues coincidió en la ciudad durante los años en que se implementaron las primeras reformas para liberalizar la economía y dar fin a las instituciones coloniales vigentes hasta entonces: la esclavitud, los bienes de manos muertas, los diezmos y todo el sistema de tributación con sus monopolios y prácticas, entre otras. Además, en Bogotá circulaba una copiosa prensa política, y los jóvenes de la élite se agrupaban en asociaciones que participaban en los debates del Congreso y en la política en general. Sin embargo, no tenemos noticias de que Wilches hubiese participado directamente en actividades políticas durante esos años.

Los primeros datos acerca de la participación política de Wilches corresponden a la etapa fundacional del Estado de Santander, cuando comenzó a actuar como empleado del aparato fiscal en La Concepción. Entonces habían transcurrido cerca de dos años desde sus estudios de derecho en Bogotá27. Su vinculación a la política estuvo signada por la posición preeminente de su familia entre los notables de la región, de los cuales se eligieron funcionarios para los cargos a la burocracia de la provincia desde los primeros años del Estado de Santander. Así, por ejemplo, don Andrés Wilches fue nombrado notario; Joaquín Calderón, agente fiscal; Ezequiel Uzcátegui, recaudador; Ramón Wilches, recaudador, y luego fiscal del circuito; Braulio E. Cáceres, juez, etc.28

Entre los políticos emparentados con la familia Wilches en la década de 1850 sobresalía Rafael Otero Navarro, abogado sangileño, representante a la Cámara por Pamplona y quien en 1853 se encontraba entre los representantes que promovieron la fundación de García Rovira, al separarla de la antigua Provincia de Pamplona. Fue en esa época cuando se instaló en La Concepción con el cargo de secretario de gobierno, nombrado por el gobernador provincial, Eustorgio Salgar. Otero estaba emparentado con la familia Wilches por dos vías, pues se había casado con Natalia Wilches, prima de Solón (hija de Ramón), mientras que más tarde el propio Solón se casó con su prima Rosalina Otero Wilches, hija de Rafael y Natalia29. El suegro de Wilches, Otero, sobresalió en la política, pues además de los cargos mencionados fue durante cerca de dos decenios miembro del Tribunal Supremo del Estado. Esto le garantizó a Wilches y a la red de García Rovira influencia y control en el poder judicial30, un papel que se intercambió más adelante, pues cuando Wilches ascendió al poder del Estado actuaba para asegurar la permanencia de su suegro mediante negociaciones, como lo muestra una carta de Federico Muñoz, jefe de clientelas en San Gil: «Varios amigos del que se suscribe desean que en la próxima asamblea del Estado el secretario sea Juan Nepomuceno Prada, sujeto digno […] como el año entrante se deben hacer las elecciones para miembros del Tribunal Supremo, deben trabajar [los amigos de Prada] por la reelección de Rafael»31.

En la década de 1850 Otero formaba parte de un grupo de liberales que destacaban en la política del conjunto de provincias granadinas, entre los que también contamos al mencionado Eustorgio Salgar, primer gobernador de García Rovira. Los vínculos tejidos entre estos dos hombres son evidentes, pues en el año de 1862 Salgar, desde la presidenciadel Estado, apalancó el nombramiento de Otero como procurador, un cargo decisorio para el gobierno, pues la Procuraduría era la última instancia, donde se aprobaban los presupuestos ejecutados. Luego, en junio de 1864, el mismo Salgar le cedió a Otero interinamente la presidencia del Estado32, cuando él pasó a ocupar el Ministerio de Hacienda de la Unión.

Otro rovirense emparentado con Wilches, que formó parte del círculo de notables de La Concepción, fue el abogado Braulio Evaristo Cáceres, representante de la provincia. Él estaba casado con Juana Antonia Wilches, tía de Solón Wilches por vía paterna. Entre los cargos que ocupó Cáceres contamos que fue juez de La Concepción, juez superior de García Rovira, jefe departamental, notario, juez superior en Pamplona y juez del Tribunal Supremo33. Tanto Cáceres como los hombres antes mencionados vinculados a la familia Wilches Calderón aparecen en el árbol genealógico, titulado «Familia Wilches Calderón», que se presenta más adelante. En él puede observarse que los hermanos Ramón y Andrés se casaron con las hermanas Calderón. Luego, las hijas de unos y otros se comprometieron con hombres dedicados a la política, quizá miembros de familias notables, entre los que figuran los generales Fortunato Bernal, Domnino Castro, y al médico José María Ruiz34.

Cuando se organizó el Estado de Santander el nuevo gobierno radical repartió los cargos disponibles entre los miembros de las familias principales de cada una de las provincias. Fue de tal modo que Solón Wilches se hizo empleado público, al ser nombrado recaudador de rentas en La Concepción, a comienzos de 185935. En los años posteriores ocupó todos los cargos posibles en el aparato del Estado, excepto el de juez del Tribunal Supremo y el de procurador del Estado. Veamos: en sus inicios, además de recaudador, fue juez parroquial y alcalde; a finales de 1859 participó en la redacción de la segunda Constitución de Santander36; en 1860 actuó como diputado de la Asamblea del Estado y ejerció como fiscal del circuito37; después de la guerra, cuando se retiró del ejército en 1863, regresó a La Concepción para ocuparse de la jefatura departamental por encargo del presidente Salgar38; en julio de 1864 fue elegido senador plenipotenciario, tal como se denominaron los congresistas, exaltando la autonomía de los Estados39.

La familia Wilches Calderón 40


Fuente: elaboración del autor.

En 1864 Wilches compitió en elecciones, por primera vez, por la presidencia del Estado, contra los radicales José M. Villamizar Gallardo y Victoriano de Diego Paredes41. Ganó Villamizar, para disgusto de Wilches y su padrino político, el entonces presidente Rafael Otero. Al año siguiente Wilches fue nuevamente elegido como representante por La Concepción42, y a la vez se ocupaba como Jefe departamental del Socorro43. En este último cargo se mantuvo hasta abril de 1867, cuando el presidente del Estado, Victoriano de Diego Paredes, lo nombró jefe de la división del Socorro, parte del denominado Ejército de Reserva, conformado por unos tres mil quinientos hombres. Una fuerza improvisada que los jefes departamentales alistaron en un par de meses44 y que disolvieron en el siguiente mes de octubre, pues finalmente la guerra no se desencadenó. Durante los dos años siguientes Wilches asistió al Congreso en representación de Santander como suplente de Manuel Murillo Toro45.

En marzo de 1870 Wilches asumió la presidencia del Estado en interinidad, y reemplazó durante seis meses al recientemente elegido presidente de la Unión, Eustorgio Salgar. Desde ese cargo temporal, y sin duda ventajoso a los efectos electorales, Wilches hizo su segunda campaña presidencial. En esa oportunidad ganó y asumió protocolariamente el 1 de octubre, y ejerció durante los dos años correspondientes. A partir de entonces el rovirense se ubicó en la primera línea del poder político estatal y comenzó a jugar un rol destacado en la Unión hasta el final de su carrera política.

A finales de 1872 Wilches dejó la presidencia del Estado y pasó a ocupar la jefatura de la Guardia Colombiana, cargo del que fue destituido en febrero de 1875 por el Presidente Santiago Pérez. La destitución se sumó a otras circunstancias y terminó como jefe de la facción Independiente, una de las dos en que se dividió el liberalismo, en Santander. Después participó en la guerra de 1876 como jefe del Ejército del Estado, y al término de esta se preparó, desde comienzos de 1878, para su tercera candidatura a la presidencia del Estado, en la que nuevamente tuvo éxito. A partir de entonces el general se atornilló al poder, para lo cual organizó una constituyente que lo reeligió en 1880, pero además amplió el periodo presidencial a cuatro años. Fue así como se mantuvo en la silla presidencial durante seis años consecutivos; en esta etapa estuvo obsesionado por alcanzar la presidencia de la Unión y compitió por ella en dos oportunidades consecutivas. En 1884 fue obligado a dimitir, pero mantuvo la jefatura del Ejército del Estado hasta que prácticamente cesó la guerra de 1885.

El perfil de Solón Wilches como funcionario, hombre de armas, político y empresario es típico de los hombres de la política en el siglo XIX. Los que al unísono desempeñaban cargos y viabilizaban sus negocios. Entre las apuestas empresariales de Wilches contamos la “Empresa del camino al Casanare”, la explotación de quinas que tuvo su ciclo productivo más alto desde 1870 hasta 1881; él las compraba a minoristas, también las extraía de las selvas para venderlas a las casas exportadoras, o bien las exportaba directamente hacia los mercados de Europa. Así mismo, arrendaba tierras que había conseguido como contratista del Estado. Tenía rebaños de cabras, ganado vacuno, estancos de licores y, por varias cartas de su archivo, sabemos que en sus mejores tiempos llegó a prestar dinero a interés. En todas sus actividades empresariales se apoyaba en una decena de primos, quienes se encargaban de gestionar el día a día mientras él estaba en actividades políticas. Entre las empresas a las que estuvo dedicado, lo obsesionó especialmente la del Ferrocarril de Soto, en la que centró sus esfuerzos desde que fue elegido presidente del Estado en 1878.

Como hombre de armas Wilches inició su carrera en una guerra civil. Fue uno de los capitanes de milicias que desde García Rovira participaron en la guerra de 1859-1862; obtuvo todos sus rangos en un tiempo récord, algo normal en la época, pues no faltaba quien fuese general desde el primer día en que se vinculaba a una guerra, ya fuese por prestancia política, económica o social. Varios de los rovirenses con mando de tropa, que participaron en las guerras de 1859-1862 y de 1876, se hicieron generales: entre ellos, además de Wilches, contamos a sus parientes Fortunato Bernal y Domnino Castro, y a su amigo Aníbal Carvajal. También hubo entre los rovirenses algunos que no alcanzaron el generalato, pero que estuvieron en segunda fila de graduación, con el rango de coroneles, como fueron los casos de Moisés Carreño, Antenor Montero y Milciades Wilches. Todos ellos lograron los galones después de cada refriega, y cuando la paz lo permitía la Asamblea o el Congreso aprobaban los grados alcanzados. En esto Wilches tuvo fortuna, pues le correspondió una batalla decisiva en la primera guerra en que participó, y el gran general –como gustaba llamarse Tomás Cipriano de Mosquera– lo ascendió. No puede pasar inadvertido que hombres como Solón Wilches y otros generales contemporáneos que mencionaremos adelante accedieron al poder desde su condición de militares, y como tales fueron promovidos por Mosquera, caudillo militar de la Independencia.

El ascenso de Wilches al poder político en el escenario del Estado de Santander tuvo diferentes puntos de partida: el primero de ellos, su pertenencia al círculo de familias que durante el federalismo controló el poder en su provincia; en segundo lugar, debemos sumar el apadrinamiento tanto por parte de su suegro, Rafael Otero, como del general Eustorgio Salgar, quienes destacaban en la política y lo promovieron en sus inicios; en tercer lugar, su éxito en la guerra de 1859-1862. Una vez que alcanzó cierta preeminencia en la política santandereana, afianzó una red de clientelas mediante la entrega de cargos y otras dádivas, a cambio de votos y apoyo en armas. Así reprodujo su poder e influencia.

La trayectoria del caudillo santandereano resulta interesante, pues representaba a García Rovira, una de las provincias más pobres de Santander en comparación con el resto, pero principalmente con las más ricas, como eran Soto, Cúcuta, Guanentá y Socorro. Además, debe señalarse que muchos de los notables de estas provincias lo apoyaron. En Soto, por ejemplo, su éxito puede explicarse por su perfil como empresario, concretamente por su empeño en construir el ferrocarril que conectaba la capital, Bucaramanga, con los puertos del río Magdalena; también por las alianzas y negocios que mantuvo con empresarios de la región. Con todo es probable que, como político, Wilches no hubiera llegado lejos sin el respaldo de las familias notables de García Rovira, y que tampoco hubiese tenido mayor trascendencia sin el prestigio como general del ejército y sin el apoyo de otros caudillos militares, como el general Julián Trujillo, quien desde la presidencia de la Unión garantizó su triunfo en la campaña de 1878.

En el manejo de sus empresas, en las campañas electorales y en la guerra, Wilches se apoyó en amigos, socios, familiares y copartidarios de García Rovira. Pero con el transcurrir de los años sus vínculos y clientelas se ampliaron a otras provincias y a los demás estados de la Confederación. Sus clientes pudieron acceder a los negocios y a cargos facilitados por Wilches desde el poder, y en tal sentido se perfiló lo que Weber denominó partido de patronazgo46, cuyo modelo podríamos observar en cualquier tiempo y lugar en el que diseccionemos las formas de los partidos tradicionales del país, pues tal es su soporte organizacional desde el siglo XIX. Wilches actuaba en una estructura de clientelas piramidal, pero igualmente mantuvo intercambios directos de tipo diádico con clientes a los que otorgaba desde un destino (puesto de trabajo) hasta la entrega de dinero en efectivo (un tipo de ayuda que solicitaban clientes muy pobres o en desgracia)47.

Acerca del espacio en el que Wilches escenificó su actuación política se tienen noticias de Manuel Ancízar, acompañante de la expedición que hizo el geógrafo Agustín Codazzi entre 1850 y 185148. Ancízar relata que había una pobreza generalizada por doquier, sumada a la inexistencia de lo público, y señalaba que el poco Estado estaba representado «en unas escuelas y algunos hospitales de caridad», ubicados en los poblados más grandes, donde la única autoridad reconocida era la de los curas y la ejercida por los hacendados y las familias principales. El cargo de alcalde en los pueblecillos más olvidados implicaba entonces una carga de trabajo sin remuneración y, en consecuencia, una responsabilidad que todos evadían y de la que pocos entendían su función. Por esos años la principal producción en la región era la caña de azúcar, seguida del tabaco, principal producto de exportación. En su detallada descripción, Ancízar hizo énfasis en que todos los vecinos estaban dedicados a la producción de artesanías, entre las que destacaban los lienzos y los sombreros de nacuma (especie de palma endémica), conocidos como jipijapa. También señaló los incipientes cultivos de café49, que en las siguientes décadas dominarían el paisaje de las provincias del Norte: Soto, Ocaña, Pamplona y Cúcuta.

En 1857 se creó el Estado de Santander, que para entonces tenía 392.840 habitantes en sus 92 distritos parroquiales50. Según el censo de 1870 había 425.427 habitantes, de los cuales un 6 % estaba asentado en las cabeceras urbanas y el resto era población rural. En el cuadro de población, que aparece debajo de estas líneas, se observan las tendencias dadas en la segunda parte del siglo; es evidente que hubo un crecimiento en las provincias del norte y un estancamiento relativo en las del sur. Cúcuta registró el mayor crecimiento, pues pasó de 18.519 habitantes en 1851 a tener 97.203 en 1912; en esta última fecha dentro del conjunto de provincias su población ocupaba el segundo lugar, después de Guanentá. En esos sesenta y dos años Ocaña y Soto también incrementaron su población, mientras que las restantes −entre ellas García Rovira− tuvieron un crecimiento mínimo. El profesor Johnson concluyó al respecto que la dinámica poblacional de las provincias del norte obedeció al auge comercial y cafetero, facilitado por la navegación en los ríos Magdalena y Zulia. Mientras tanto la población del Socorro decreció, pues gran parte de sus habitantes emigraron al norte tras los cultivos del café y el comercio51.

Población de Santander en la segunda parte del siglo XIX

Departamentos1851187018901912
Cúcuta18.51934.77651.88897.203
Ocaña17.20827.13637.58663.816
Pamplona21.51425.66330.03043.362
Soto51.22550.71150.16986.241
García Rovira39.96955.94772.76570.157
Guanentá67.48773.78179.985101.492
Socorro81.24387.58175.66165.741
Vélez62.74869.83277.28876.453
Totales359.908425.427493.963604.465

Fuente: censos de 1851, 1870 y 1912.

Si se compara la representatividad poblacional de Santander con el resto de Colombia durante el periodo federal, se observa una tendencia al estancamiento. Según el censo de 1851, la República de la Nueva Granada contaba con 2.243.730 habitantes, a los que las provincias de Santander aportaban cerca de una quinta parte; y en 1895, cuando el total de población colombiana era de 4.100.000 habitantes, Santander tenía cerca de 500.000, que representaban aproximadamente una octava parte del total52.

El arribo del capital financiero internacional y la esperanza en una economía agrícola de exportación

La vida política del caudillo santandereano coincidió con la expansión del capitalismo mundial de la segunda parte del siglo XIX. Quizá Wilches no tuvo conciencia de ello, pero al igual que sus contemporáneos percibió el impacto de la ola librecambista que se impuso por doquier y despertó en los políticos neogranadinos y latinoamericanos el entusiasmo por los ferrocarriles. Durante ese tiempo en Santander, como en el resto del país, hubo cambios socioeconómicos dinamizados por la penetración de capital extranjero. En el escenario socioeconómico de las apacibles provincias irrumpió un nutrido grupo de comerciantes y empresarios con nuevas iniciativas productivas, que a medida que aumentaban su poder social procuraban controlar el aparato del Estado, motivando diversos conflictos con otros sectores sociales, algunos de los cuales se empobrecieron hasta extremos nunca antes vistos, como fue el caso de los artesanos.

El arribo de capital internacional y el afán de los políticos por controlar tanto las exportaciones agrícolas como la apertura de vías incidieron en la lucha partidista facciosa. Durante este periodo se realizaron tres guerras civiles en el contexto de la unión y un sinnúmero de guerras regionales, en virtud de las cuales se abrió paso una prolífica generación de caudillos militares. En las ciudades se constituyeron grupos de poder socioeconómico con raíces en las haciendas, con vínculos empresariales tanto en otras ciudades del subcontinente como en Europa y en los Estados Unidos. Un entramado empresarial que se dedicaba a exportar productos de la tierra y a importar herramientas, maquinaria, armas, textiles, licores y un sinfín de bártulos de uso cotidiano.

Al comercio y a la apertura con los mercados internacionales contribuyó la inmigración europea asentada en Santander, principalmente desde los años cincuenta. Pues si bien estaban desde antes, a partir de ese momento su presencia fue más notoria, quizá porque se implementó la navegación a vapor por el río Magdalena. La inmigración fue promovida en la Nueva Granada desde el momento de la Independencia: entonces a los recién llegados se les entregaban tierras, se los protegía de la expropiación en las guerras civiles y se les daba la nacionalidad con dos años de residencia, y aun con menos tiempo. Desde luego que nadie venía buscando nacionalidad, sino fortuna. Los inmigrantes que arribaron a comienzos de siglo inicialmente se asentaron en las ciudades costeras y en los puertos53, pero desde mediados de siglo su presencia aumentó en las provincias del interior. Por los vapores que remontaban el Magdalena empezaron a llegar ingleses, franceses y alemanes, entre otros. Los recién llegados, una vez establecidos, tejieron vínculos con la élite criolla; además potenciaban sus negocios con sus nexos familiares allende el océano. En Santander dejó huella el alemán Geo von Lengerke, porque empedró un sinnúmero de caminos coloniales, algunos de impronta indígena, que todavía se usan, por los que movilizaba tabaco y quinas hacia los puertos de los ríos, desde donde exportaba hacia el Atlántico y Europa. El alemán llegó a ser uno de los hombres más ricos de la Provincia de Soto, según las declaraciones de impuesto a la riqueza correspondientes a los años 1870-1874.

En los últimos decenios del siglo se había consolidado un nuevo sector empresarial y comercial, tanto de criollos como de extranjeros, que superaba de lejos la riqueza de los hacendados tradicionales, gracias a que tenían acceso a los recursos del sector financiero internacional, recursos que fluían desde diversas ciudades: Bremen, Liverpool, Londres, Nueva York, entre otras. Ejemplo de esos nuevos empresarios fue Reyes González, un conservador que por el año 1890 era quizá el hombre más rico de Santander. Su compañía, Reyes González & Cía., operaba con capital internacional54. La prosperidad de unos cuantos comerciantes se hizo notoria en ciudades como Cúcuta y Bucaramanga, en las que un reducido grupo social disfrutaba la riqueza generada por las exportaciones de quinas en los años setenta y café en los ochenta. En estas dos capitales provinciales se asentaron nuevos ricos, algunos de los cuales asumieron formas de vida ostentosa, escenificada en la construcción de cómodas mansiones, mientras que la pobreza se extendía por sus alrededores entre labriegos y artesanos.

Entre las circunstancias que favorecieron a Santander están su centralidad respecto al conjunto geográfico neogranadino, así como su extenso límite con el gran río de la Magdalena, pues facilitaron desde la Colonia un activo comercio de manufacturas con las regiones del interior del país y de la Costa Atlántica. Desde la llegada de los españoles y hasta avanzado el siglo XX, el río fue la principal vía de comunicación y comercio con el mundo; por esto los caminos y vías férreas proyectadas confluían en él o en sus ríos subsidiarios (mapas 4, 5 y 6)55. Las circunstancias geográficas y la demanda internacional contribuyeron a que Santander fuese la región pionera del café en Colombia, la que más producción del grano registró hasta finales del siglo XIX. A la vez, y pensando en aumentar la capacidad de exportación tanto en Santander como en otros estados de la Confederación, los políticos y empresarios emprendieron la construcción de ferrocarriles, pues eran el símbolo del progreso. Emprendimientos que en la mayoría de casos solo dejaron frustración y arruinaron el tesoro público de los Estados.

Los cultivos de café se consolidaron en las provincias del norte, de modo que ya en los años setenta dominaban el paisaje de San José de Cúcuta, Ocaña y Soto. Los datos lo confirman: en 1873 Colombia registró una exportación de 10.000 toneladas de grano, a las que Santander aportaba el 90 %. Si consideramos que en 1834 solo se exportaron 150 toneladas, es notorio el incremento de su producción en la economía santandereana, un éxito explicado por los precios y la demanda internacional, aunque tal preponderancia cesó a finales del siglo cuando los cultivos se propagaron por la región antioqueña56.

En 1879, cuando los cultivos de café estaban en plena expansión en las provincias del norte, Wilches, que ocupaba por segunda vez la presidencia, señalaba en su informe a la Asamblea que en 11 distritos de Soto había 445 plantaciones que sumaban 80.079.028 árboles y producían 10.021 cargas que se vendían a una media de 20 pesos. Resulta excepcional la precisión de los datos sobre el número de plantas y producción. Con seguridad se trataba de una aproximación, o de una cifra completamente especulativa, pues las estadísticas nunca fueron buenas en el Gobierno de Santander; quizá por ello, a renglón seguido, Wilches acotaba que «no habiéndose expedido en años anteriores un decreto especial reglamentario de la formación estadística general […] me propongo expedirlo en el presente año»57. Además del café, entre 1878 y 1881 se incrementaron los precios de la quina, cuya extracción era igualmente dominante en Santander respecto al resto de estados; en ese lapso representó el mayor ingreso de divisas para el país.

La prosperidad del norte cafetero es evidente en los informes presentados por los presidentes a la Asamblea del Estado. Así, por ejemplo, en 1873 Narciso Cadena señalaba en el suyo que el estancamiento del sur y el progreso del norte tenían como causa «la significativa cantidad de capitales invertidos a la agricultura [gracias a la cual] […] había una tendencia al alza en los jornales y en el valor de la propiedad raíz»58. A esto agregaba que en el sur los comerciantes se limitaban a la compraventa para el consumo, mientras que en Cúcuta y Ocaña «se revelaba a primera vista la mejora de las poblaciones en el aspecto de los campos, en el movimiento de cargas y en el alza de las rentas públicas». Cadena pensaba de modo lógico que el progreso se debía al flujo de recursos del café, y también a la explotación de las quinas. La tendencia al alza en los precios de estos dos productos tuvo entre sus consecuencias una fuerte competencia entre los políticos empresarios por apropiarse de títulos de tierras baldías59.

Las ciudades de Bucaramanga y Cúcuta recibieron de manera acusada el impacto por el crecimiento económico generado por el café y las quinas, y se convirtieron en los polos del poder político y económico regional y en sedes de casas comerciales internacionales dedicadas a la exportación y la importación. En las dos capitales provinciales surgieron grupos empresariales que desarrollaban múltiples actividades económicas, pues además del comercio se dedicaban a la compraventa de tierras y a los préstamos hipotecarios. Fueron los comerciantes de estas ciudades quienes fundaron los primeros bancos de la región a partir de 1870. Los habitantes de las ciudades más tradicionales vieron cómo en sus principales plazas se levantaban molinos de trigo, herrerías, tiendas y una pequeña industria fabril para el consumo interno60, que daba soporte logístico a las exportaciones efectuadas por casas extranjeras, que mantenían representaciones en las prósperas ciudades santandereanas.

Las investigaciones acerca de la economía de Colombia en el siglo XIX respecto al librecambio plantean que el progreso de comerciantes y hacendados tuvo como contrapartida el empobrecimiento de los artesanos, sobre todo de los productores de lienzos y telas burdas con las que se vestía el común de la población. Tanto los ricos como la gente del común preferían los textiles que llegaban de Europa, sencillamente porque resultaban más baratos; tan solo perduró la producción de sombreros que surtía al mercado neogranadino y al de países vecinos. A juzgar por los datos conocidos, esa producción era significativa, pues entre 1857 y 1858 cerca del 95 % del total de los sombreros exportados y consumidos en la Nueva Granada provenían de Santander61. Sin embargo, Marco Palacios señala que tal impacto pudo ser menor en algunas regiones por factores de aislamiento y transporte. Argumenta que en el año 1870 poblaciones como Bucaramanga y Girón seguían siendo exportadores netos de textiles de algodón, y que el censo de ese mismo año mostraba que en el país había una alta ocupación en el oficio de los textiles y otras artesanías62. También es fácil inferir que un determinado descenso en la producción artesanal obedeció a una mayor oferta de trabajo por el incremento de los cultivos de café, si bien debe contemplarse el factor temporal, toda vez que el grano durante la cosecha reclama un mayor número de peones, los conocidos “temporeros”. Por otra parte, debemos aceptar que la supervivencia de la producción artesanal no dice nada del empobrecimiento de los artesanos ni de sus condiciones de vida. En los relatos de la época los artesanos son descritos como gente muy pobre, a tal punto que se hizo común catalogar a cualquier pobre como “artesano”. De manera que el común de la población estaba conformado por artesanos, pues en su mayoría eran pobres.

Si nos atenemos a los datos existentes acerca de los artesanos de oficio, encontramos que en Santander hubo una población estadísticamente representativa, pues el trabajo artesanal constituía una actividad familiar extendida por todas las provincias. En los censos se contaba como tales a fabricantes de sombreros y de lienzos, a talabarteros, hojalateros, ceramistas, fabricantes de velas, dulces, alpargatas, herramientas, etc. En Santander los artesanos se dedicaban principalmente a fabricar lienzos y sombreros. Estos últimos comenzaron a producirse por miles desde los años veinte63, mientras que los lienzos se remontan a la época precolombina, pues los guanes y otros pueblos de la región fueron, además de agricultores, habilidosos tejedores; de hecho, su tributación se realizaba con mantas, y, pese a su desaparición durante la Colonia, a mediados del siglo XIX su oficio subsistía64. La crisis de mercado fue más tardía para los sombreros, mientras que los textiles desaparecieron con el ingreso masivo de los tejidos ingleses. Los sombreros quizá hayan perdurado por tratarse de un producto singular de la palma nacuma, propia de los bosques tropicales. Todavía hoy, durante las ferias de Bucaramanga y de las poblaciones vecinas, se producen y venden estos sombreros, sin que sus volúmenes y precios sean representativos para la economía.

Como es obvio, independientemente de la crisis textil y de las consecuencias sociales que acarreó el librecambio, la producción agrícola tradicional, de consumo interno, que surtía el comercio entre las provincias, se mantuvo en todo Santander, e incluso en algunas provincias se incrementó. Tal fue el caso de la producción de alimentos básicos, como las hortalizas, la miel de caña y sus derivados. Esto puede observarse en la producción de 1870, expuesta en la siguiente tabla, en la que se muestra la producción en cargas (1 carga = 1.225 kilos) por productos y por departamentos. 65

Producción por departamentos en 187066

DepartamentosAlgodónAnísQuinaTabacoArrozAzúcarCacaoCaféPanelaTrigoHortalizas
Cúcuta--450125962-2.57526.921-1849-
G. Rovira1.500---100-5212-9.50017.700
Guanentá2.620664657.4001663368551280.00060319.300
Ocaña---555552.800777.92010.100435-
Pamplona--3.760----8203.00010.00012.150
Socorro2.3124395883177.68511.868522749.120--
Soto135151505.0002.000252.3004.00023.1005.000116.500
Vélez50013250-170-5020016.000--
Totales7.0675335.87312.89711.68314.7295.14540.612181.32027.387165.650

La producción de 1870 fue sin duda mayor, y lo era en general en cualquier informe oficial, pues la mayor parte de los productos comercializados entre las provincias eran a su vez de consumo interno. No obstante, tales volúmenes no aparecen registrados. Así, por ejemplo, con el algodón la gente del común fabricaba sus propias prendas; el arroz, las hortalizas, el azúcar, el cacao y el café eran vendidos en diferentes poblaciones e igualmente eran de consumo cotidiano. De otra parte, debemos recordar que los informes de producción y de comercio en general, incluidos los relativos a exportaciones e importaciones, ofrecen poca o ninguna certeza acerca de los volúmenes reales por varias razones: las aduanas eran un asunto del Gobierno de la Unión, pero en Santander se implantó el librecambio, de modo que los dos gobiernos no establecieron estadísticas y, por ende, tampoco el registro y el control de productos comercializados. Es común encontrar en los informes oficiales de los presidentes y los secretarios advertencias acerca de la imprecisión de los datos67. Ahora bien, no es difícil intuir que los volúmenes producidos siguieron la estela del siglo, antes de que el café se expandiera por la región antioqueña, pues algunos productos repuntaron durante cortas etapas, tal como sucedió con el añil y las quinas.

Las cifras de producción por departamento de la tabla antes anterior denotan cierta especialización por regiones. En primer lugar, aparecen 181.320 cargas de panela producidas en Guanentá, Socorro y Soto (la panela, derivado de la caña de azúcar, era –y es en la región– el alimento básico de caballos y mulas, bestias de carga que representaban el principal medio para transportar el café y los demás productos a los puertos del Magdalena); en segundo lugar, figuran las hortalizas, que sumaban 165.650 cargas, de las que 116.500 se producían en Soto y las restantes en Guanentá, Pamplona y García Rovira.

La panela también era utilizada para elaborar el guarapo o aguadulce, una bebida popular de arrieros y peones, consumida para renovar su energía en las arduas jornadas de trabajo. Pero lo más significativo de la producción de caña de azúcar estaba representado en la miel, la materia prima del aguardiente, licor que generaba el mayor ingreso fiscal para el Estado de Santander, por ser un producto fundamental para la economía. La caña y sus derivados se producían en todos los departamentos, pero las cifras muestran preponderancia en los del sur, Vélez, Guanentá y Socorro, donde hubo grandes haciendas de caña desde la etapa colonial. La producción para el consumo interno en conjunto nos ofrece una idea de complementariedad, si bien la riqueza tendió a acumularse en las zonas productoras de café, debido a su precio y a la facilidad de acceso a los puertos del Magdalena, como vemos en el ejemplo de la tabla. Valga la observación respecto a García Rovira, la patria chica de Solón Wilches, que tiene una geografía montañosa, de empinados riscos, cuya principal producción era la de hortalizas, algo de ganado, trigo y algodón, todo en cantidades poco significativas comparadas con las restantes provincias.

Por otra parte, en esa etapa el comercio de exportación e importación en el país se vio favorecido con la introducción de barcos de vapor desde 1849, pero más aún en la década de 1870, con la introducción del telégrafo, que entonces comenzaba a ser instalado en todo Santander68. Los vapores facilitaron el comercio allende el océano, pues sin ellos una operación de transporte de mercancía, por ejemplo, desde la ciudad de Vélez a Mompós y Magangué, consumía hasta dos meses de trabajo enfrentando las corrientes de los ríos, en los que cualquier tipo de transporte dependía del esfuerzo de los bogas69. Y como bien se ha señalado por la historiografía colombiana, los mercados de ultramar eran prácticamente inalcanzables para muchos productos antes de 1850, cuando el comercio se efectuaba principalmente entre las provincias neogranadinas.

Los vapores y el telégrafo fueron los dos artilugios técnicos que incidieron en la economía de Santander, pues el ferrocarril, lejos de impactar favorablemente la economía, significó lo contrario, a juzgar por los recursos invertidos y los pírricos resultados alcanzados. Una circunstancia que en líneas generales se repitió en otros estados de la Unión; tendencia contraria a otros países de América Latina, donde su implementación mostró resultados favorables, como bien lo analizó don Tulio Halpering70.

En Santander, como en otras regiones del país, la geografía de cordillera hizo inviable la integración geográfica mediante líneas ferroviarias. El despliegue de rieles tan solo era factible en algunos trayectos de acceso al valle del río Magdalena. Pese a tal dificultad, los políticos empresarios atrapados por el espejismo del progreso insistieron en proyectos destinados al fracaso. Comprensible si se quiere, pues los ferrocarriles se extendían por todo el mundo, se ampliaban los circuitos comerciales y el capital europeo –principalmente el inglés– penetraba en todas partes. Los políticos y empresarios buscaron ser partícipes de ese ideal de progreso, implementando reformas políticas que liberalizaban la economía. Al respecto, Hobsbawn señaló que nadie lo hizo de manera más «radical que la República de Nueva Granada entre 1848 y 1854» con la esperanza de una prosperidad «que aún no llega»71. Quienes dominaron el escenario del poder político en ese lapso recordado por el historiador inglés fueron los artífices del Estado Soberano de Santander, escenario político en el que actuó Solón Wilches.

Familia y sociabilidad política

La red familiar de los Wilches Calderón

En los años cincuenta los Wilches aparecen en el escenario de Santander como la familia que acaparaba los cargos de la administración en La Concepción. Su liderazgo en la región obedecía a su notabilidad; quizá poseían alguna riqueza mediana, pero no gran fortuna, pues no había tal en García Rovira72. El grupo familiar mantenía vínculos políticos, aspecto evidente en su correspondencia; en esto quizá haya influido el que varios de sus miembros tuvieron educación superior, que entonces era una exigencia tácita para escalar socialmente; tanto don Andrés Wilches como su hijo cursaron estudios de derecho en los colegios mayores de Bogotá. Otro aspecto socialmente significativo para las familias notables era la tradición militar: la participación en las guerras con sus adornos, medallas, batallas, mártires, hechos heroicos, heridas, rangos y patriotismo que se pudiesen mostrar. De todo ello había una estela en la familia que Solón pudo continuar cuando tomó las armas en 1859, en la primera oportunidad que tuvo. La familia Wilches estaba a su vez ligada por diferentes vínculos a otras familias de la región, una red que representó para Wilches un soporte fundamental en su ascenso al poder político, si bien a mediados de 1880 rompió vínculos de manera definitiva con la mayor parte de su parentela y se vio enfrentado a sus primos y a otros familiares que ocupaban curules en la diputación del Estado.

Los ancestros de Wilches parecen haber tenido cierta notabilidad desde finales de la Colonia. Al parecer eran parte de una de las familias criollas reconocidas como principales, que incrementaron su poder social a finales del siglo XVIII con el apoyo de las autoridades españolas, pues estas quisieron prolongar su menguado control cooptando a los criollos ricos en las localidades73. La mayoría de tales familias tomaron partido con los patriotas en las guerras de Independencia e incrementaron su poder en la primera parte del siglo XIX. En los comienzos del federalismo sus expectativas aumentaron por la descentralización de la administración; entonces los Wilches coparon los cargos creados. Una circunstancia similar se observa en las provincias vecinas, donde unas pocas familias lo controlaban todo: en Ocaña estaban los Quintero, los Jácome y los Lobo Guerrero; en San Gil, los Rueda, los Durán y los Martínez; en Vélez, los Olarte y los Vanegas, etc. Se trataba de familias insertadas de manera tradicional en el aparato del poder político, caracterizado en la etapa federal por la precariedad y la improvisación. Tal tendencia fue general, aunque encontramos matices en las ciudades más comerciales, donde hubo más inmigrantes extranjeros y que se vieron favorecidas en cuanto a importaciones y exportaciones, como sucedía en Cúcuta y Bucaramanga, donde nuevos sectores sociales se disputaron el poder. En general, las familias de notables que animaron las guerras civiles en Colombia a lo largo del siglo XIX defendían tanto sus privilegios como los cargos en las administraciones locales.

La participación política de los Wilches Calderón se escenificaba en las elecciones y en los conflictos armados. Así, en 1859, cuando Solón Wilches se vinculó a las fuerzas gobiernistas que combatían a los revolucionarios conservadores, lo hizo con una tropa compuesta por primos, vecinos y amigos de La Concepción, que a su vez dirigían a sus peones y a la gente del común que se sumó a la contienda. En esa etapa el liderazgo político de la localidad recaía en su padre y en su tío Ramón, entonces diputado por García Rovira y quien asistió a los debates de la Asamblea entre 1859 y 1863. Ramón resultaba ser el diputado con más parentela en la Asamblea y en la política del Estado. Una hermana suya, tía de Solón, estaba casada con Braulio Cáceres, un abogado que fue juez, diputado y varias veces congresista. Además, tres de sus hijas se casaron con hombres de la política: Virginia Wilches, con el general Domnino Castro; Natalia, con el ya mencionado Rafael Otero, y Emilia, con el general Fortunato Bernal. Por otra parte, también aparece el médico y diputado José María Ruiz, quien se casó con Andrea, hermana menor de Solón. Además de los mencionados, también estuvieron en política Marco Aurelio y Joaquín Wilches, hijos de Ramón, quienes fueron diputados en la segunda parte de la década de 1870 y en el primer lustro de los ochenta, al menos hasta la guerra de 1885.

En la política también estuvieron Milciades y Horacio Wilches. Sabemos que Horacio era hermano de Solón, al parecer un hijo natural de don Andrés, pues en varias de las herencias de las tías a favor de sus sobrinos nunca se lo menciona entre los legítimos, y tampoco lo hacía don Andrés. No obstante, sabemos que sí lo era, porque en enero de 1883 Horacio se presentó en la notaría de La Concepción y dijo que su padre Andrés Wilches había muerto74. Igual sucede con Milciades, al que nunca se lo menciona como hijo legítimo ni de Andrés ni de Ramón Wilches. Quizás estaba en la misma condición de Horacio, y sería hijo de alguno de los dos patriarcas de la familia. Los llamados hijos naturales, aun viviendo bajo el mismo techo, eran un asunto tabú de las familias, a tal punto que ni los propios hermanos llegaban a enterarse de su parentesco, una consecuencia del estigma y la condena social que acarreaba tal circunstancia.

Por la vía materna, la de los Calderón, Wilches también tuvo una pléyade de primos, varios de los cuales aparecen referenciados en las cartas relacionadas con la explotación de quinas y demás actividades empresariales en que se ocupó. En la política el que más destacó fue Joaquín Calderón, quien lo acompañó en la guerra de 1859; entonces lideraba parte de las fuerzas de García Rovira. Téngase en cuenta además que con los Wilches Calderón también se emparentaron los Rangel, Prada, Montero, Cáceres, Uzcátegui y los Otero75. Y más allá del parentesco directo, un grupo significativo de familias rovirenses mantenía vínculos tanto con los Wilches como con las otras familias mencionadas, todas con alguna prestancia social, según los cánones de la época. En tal grupo debemos incluir los apellidos Espinel, García, Barón, Meneses, Angarita, Paz, Castro, Bernal, Carvajal, Higuera, Carreño y Fonseca. Se trataba de un grupo de familias en el que destacaban los Wilches. Quizá como sucede hoy en las poblaciones pequeñas de cualquier parte, el conjunto social estaba conformado por diferentes cruces y ramificaciones de unos pocos linajes.

Los Wilches en la Asamblea del Estado

El listado de representantes por García Rovira a la Asamblea durante el periodo federal muestra la persistencia de los apellidos de la red familiar que lideraban los Wilches. Estos aparecen a continuación, con letras representativas del tipo de vínculo que mantuvieron con Wilches, así: P: pariente, M: militar, A: amigo, N: socio en negocios, S: subalterno, C: copartidario.

Braulio Cáceres (P)(C)General Fortunato Bernal (P)(M)(C)
Ramón Wilches (P)(C) GeneralDomnino Castro (P)(M)(C)
Milciades Wilches (P)(M)(C)Vicente Uzcátegui (A) (P) (C)
Solón Wilches (P)(M)(C)Antonio Suárez (C)
Timoteo Hurtado (A)(C)Antonio Clavijo (C)
Antenor Montero (P)(M)(C)José de la Paz Ortiz (S)(C)
Fructuoso Higuera (N)(M)(C)José María Ruiz (P)(M)(C)
Gabriel Silva (A)(C)Guillermo León (C)
Eladio Mantilla (A)(C)Cenón Fonseca (C)
Teófilo Forero (C)Manuel J. Valencia (C)
José María Ramírez (C)Horacio Wilches (P)(C)
José M. Fonseca (C)Moisés García (S)(C)
Crisanto Duarte (C)Fausto Reyes (C)
David Granados (A)(S)(M)(C)Moisés Barón(N)(M)(C)
Celso Serna (N)(C)Cenón Salas (C)
Ramón Afanador (C)Joaquín Wilches (P)(M)(C)
Francisco Peña (C)Juan de Dios Orduz (C)
Marco Aurelio Wilches (P)(M)(C)Aníbal Carvajal (M)(S)(C)

Si se analiza que fueron veintinueve años de federalismo santandereano (finales de 1857 hasta 1886), y que la provincia tenía derecho a 4 representantes en cada legislatura, que antes de 1880 se elegían anualmente y desde entonces hasta 1885 bienalmente, se obtendría cupo para 104 representantes, en caso de haber una rotación total. Ahora bien, si no hubiese existido alternancia de diputados, el resultado hubiese sido de 4 representantes durante todo el federalismo. Las dos situaciones resultan extremas y excepcionales, con pocas probabilidades de que ocurriesen. Realmente hubo 36 representantes, una cantidad mesurada, cercana a la media de una rotación total, 54, más aún si se considera la tendencia reeleccionista en las cámaras de cualquier organismo representativo. Quizá lo excepcional esté en los vínculos existentes entre ellos. Con respecto a la rotación, debe observarse que de los 36 representantes, solo 6 asistieron a una o dos legislaturas, tales fueron los casos de Gabriel Silva, Eladio Mantilla, Guillermo León, Antonio Suárez, Antonio Clavijo y Fausto Reyes.

Es claro que los cupos en la diputación fueron controlados por la familia Wilches y su parentela: de los 36 representantes, 12 eran parte de la familia de Wilches (P), 7 más sus socios de negocios (N), otros actuaron como subalternos (S) de sus gobiernos. De quienes aparecen como militares (M) destaca Aníbal Carvajal, un hombre incondicional a Wilches y que lo acompañó desde la primera hasta la última de las guerras en la que se vio involucrado, la de 1885; en este último año Carvajal era general del ejército del Estado. Los restantes diputados, que lo eran por García Rovira, fueron sus copartidarios (C) y aliados del clan, al menos durante la mayor parte del periodo federal. Este bloque de representación provincial y familiar no permaneció unido, pues la red se rompió en 1880, y algunos antiguos aliados −familiares o no− se enfrentaron con las armas al general Wilches.

Entre los diputados, y en la familia de Wilches, una decena ostentó rangos militares (M); hubo cuatro generales, varios tenientes-coroneles y capitanes. Grados de los que debe recordarse el contexto, pues en su mayor parte no formaban filas de ejército alguno. Entre los señalados, los únicos que mantuvieron una experiencia militar sostenida en el tiempo fueron Aníbal Carvajal, Fortunato Bernal y el mismo Wilches; este último estuvo tres años bajo órdenes del general Santos Gutiérrez y tres más en la jefatura de la Guardia Nacional. Fue en los primeros años de guerra cuando a Wilches le atribuyeron hazañas y le otorgaron laureles que lo catapultaron políticamente, además de crearle una imagen mítica entre la gente del común y entre sus clientelas.

También debe decirse que los arriba señalados como militares (M) obtuvieron grados y mantuvieron cierta permanencia como tales, pues la mayoría de los actores políticos de la época se vieron involucrados en las guerras civiles de diferentes maneras. Entre los oriundos de la provincia que ostentaron galones, Carvajal hizo lo más parecido a una carrera en la vida militar: estuvo en la milicia del Estado desde los años sesenta, y se mantuvo en la fuerza permanente de Santander hasta los ochenta. De Domnino Castro y su carrera militar poco se sabe. Desde que aparece en escena después de 1860, ya se lo calificaba como general, pero en la guerra de 1876, cuando se integró a la fuerza del Estado, figuraba como teniente-coronel; seguramente le otorgaron graduación por su participación en la guerra de 1859-1862. Al parecer tenía formación en leyes, pues fue el encargado de redactar el código de policía y el código militar del Estado en 1864. Además, sus pares en el gobierno lo trataban siempre de “doctor”, como se acostumbraba —y se acostumbra hoy en Colombia— llamar a los abogados.

La presencia en la diputación del Estado no fue lo único destacado en los Wilches. El oficio de la política puso a disposición de la familia un abanico de cargos. Hombres como Ramón, Andrés, Solón, Milciades, Horacio, Domnino, Fortunato y demás allegados fueron recaudadores de rentas, notarios, fiscales, jueces, alcaldes, jefes departamentales, congresistas y comandantes militares76. Ellos eran el Estado en todas sus facetas, y en La Concepción los Wilches resultaban ser una familia “soberana”. Llama la atención que el aparato de gobierno del Estado tenía su soporte en el discurso de la democracia, de la república, de la modernidad y del progreso; pues la legitimidad buscada estaba en la representación electoral, y el tiempo en el que vivieron los Wilches estaba signado por el pensamiento liberal y los paradigmas de la revoluciones norteamericana y francesa.

Sin lugar a dudas, otras familias hubiesen deseado ocupar tales espacios. ¿Por qué los Wilches, y no otros, retuvieron la mayor cuota de poder? Varias circunstancias se sumaron para ello; además de la ya señalada tradición de participación política, quizás incidió el que fuesen familias numerosas, pues, junto a los Calderón y a los matrimonios de unos y otros, alcanzaban un número significativo. Respecto a la notabilidad de los Wilches Calderón, esta derivaba en parte de la participación en las guerras de Independencia y en las posteriores. Quizá también tenga que ver con el hecho de que el orden político de la primera parte del siglo requirió expertos en leyes, pues la república se erigió sobre un profuso constitucionalismo; era el tiempo de los abogados. Los hacendados y las familias ricas en general se apresuraron a enviar a sus hijos a estudiar derecho a Bogotá. Andrés y su hijo Solón pueden contarse entre tales.

La guerra entre 1859 y 1862 fue otro factor que ubicó en el eje del poder a las familias que lideraban los Wilches, por dos circunstancias: la primera, casual, obedeció a la ubicación geográfica de la Provincia de García Rovira, colindante con Boyacá, un territorio que sirvió como corredor de acceso para las fuerzas del gobierno conservador de Mariano Ospina, y donde se libraron las batallas decisivas para mantener el control de Santander durante los dos primeros años del conflicto. No resulta gratuito que en ese conflicto el general Mosquera hubiese delegado al coronel Santos Gutiérrez a esa región, con el objetivo de detener el avance de las fuerzas del Gobierno central. Santos era boyacense y tenía vínculos y aspiraciones políticas en ese Estado. La segunda circunstancia fue el éxito militar de los rovirenses en la guerra “fundacional” del Estado, sumado a la puesta en escena de un vástago de la familia que alcanzó pronto el anhelado rango de general. Todo ello los potenció para acaparar el poder político.

La actuación militar como palanca política fue más evidente en la guerra de 1876, pues Wilches participó como general y jefe del ejército del Estado; además lideraba la facción independiente del liberalismo, con clientelas que sobrepasaban su provincia y el Estado. Así mismo, sus parientes estaban en posiciones claves de la administración, mientras que en 1859 todos ocupaban posiciones secundarias.

La familia en la logia Estrella del Saravita

Entre las diversas formas de sociabilidad política que surgieron y florecieron en la Colombia decimonónica, una de las más persistentes fue la masonería. Desde 1809, cuando se fundó en Cartagena la primera logia, Las Tres Virtudes Teologales77, se extendieron por otras ciudades de la Costa Atlántica y del resto del país. En las logias, como es conocido, fue tradicional que se agruparan las élites liberales de las localidades y de regiones enteras. A estas también se afiliaban comerciantes, militares, funcionarios y librepensadores, unos y otros animados por establecer vínculos sociales, influidos por las corrientes de la Ilustración y el liberalismo en boga. En Santander, en el tiempo aquí abordado, existieron las logias Estrella del Saravita, en la ciudad del Socorro, y Bella Esperanza, en la ciudad de San José de Cúcuta. La primera de estas fue la más conocida porque agrupó a los hombres del poder político en la etapa federal, entre ellos, a los de García Rovira.

La política y los negocios quizá sumaron para que los hombres de las élites sociales se animasen a conocer “los misterios masónicos”, aunque, también pudo incidir la tradición esotérica y el misticismo del escocismo dominante en la masonería de entonces. De hecho, las logias colombianas tuvieron sus máximas autoridades en dos supremos consejos, uno de los cuales sesionaba en Bogotá y el otro en Cartagena78. En la masonería colombiana, siguiendo la tradición europea, hubo, y hay hoy en día, diversas tendencias místicas: caballeros rosacruces, espiritistas, cabalistas, etc.79. Poco se sabe de este asunto en la etapa en que los Wilches asistían a la logia Estrella del Saravita pues los archivos desaparecieron. Este aspecto de las logias ha sido poco investigado en la historiografía colombiana; se trata de tendencias opuestas, pero en convivencia masónica con las tendencias racionalistas más inclinadas a la política, que igualmente resultan de origen europeo. También es conocido que espiritistas, protestantes y masones, entre otros, compartieron ideales liberales, como la libertad de pensamiento, de credo, etc., pues la iglesia condenó cualquier idea y grupo social que se alejase del dogma católico.

La presencia de la masonería en el Socorro no dependía tan solo de que se fundasen logias, pues en Santander, como en el resto del país, había masones desde mucho antes, entre ellos inmigrantes que apelaban a los lazos fraternales para establecerse en las nuevas localidades. La masonería fue en parte un vehículo de difusión de las ideas liberales, lo cual explica la fundación de la logia en la capital del Socorro en la etapa federal. Entonces, como hoy, dado que los políticos y militares estuvieron vinculados, como en Europa, se originó un mito acerca de un supuesto poder de la masonería, cuestión alimentada por el común de la gente. Pero ¿hasta dónde llegaba el poder de la masonería en el siglo XIX? ¿Qué poder social alcanzó la Estrella del Saravita? La respuesta es simple: su poder fue directamente proporcional a la influencia de los masones en la política, y nada más. Ahora bien, toda vez que las logias del siglo XIX agruparon a los hombres del poder político, militares, presidentes, ministros, etc., puede inferirse que, sin duda, la masonería tenía cierto poder político. Así, la logia del Socorro mantuvo influencia sociopolítica desde su fundación en el año 1865 hasta la guerra de 1876. Después, por la ruptura del liberalismo en dos facciones y por la inestabilidad política del decenio de los ochenta, evidentemente decayó; igual les ocurrió a las logias del centro del país, pues en su mayoría estaban ligadas a líderes del liberalismo radical.

La logia del Socorro fue instalada el 13 de diciembre de 1865 por el Supremo Consejo del grado 33 de Bogotá, liderado por Tomás Cipriano de Mosquera. Sus fundadores fueron Joaquín Vega Montero, Nepomuceno Juan Navarro, Crónidas A. Mujica, Lope García, Tomás Castilla y Guillermo León. En esta logia confluyeron los políticos radicales, y por ello cargaron con la fama de ateos y de enemigos de la Iglesia; pero muchos liberales y masones del país eran católicos, incluso las logias de Cartagena fueron aliadas de la jerarquía eclesiástica en la época de la Regeneración80. El sector enfrentado a la jerarquía católica lo fue por sus ideas liberales, pues los radicales quisieron establecer la educación laica y separar a la Iglesia del Estado. No obstante, también hay ejemplos de destacados liberales anticlericales que no fueron masones, como fueron los casos de Eustorgio Salgar y Victoriano de Diego Paredes. De otra parte, es conocida la lucha que desde el siglo XVIII y a lo largo del XIX mantuvo la Iglesia contra las ideas liberales.

La logia del Socorro agrupó a las cabezas principales de la red de aliados y parientes de los Wilches (W.) que se dedicaban a la política: Rafael Otero, Solón W., Milciades W., Horacio W, Joaquín W., Marco Aurelio W., Ramón W., Fortunato Bernal, José María Ruiz y Domnino Castro, además de varios de sus aliados como Próspero C. Azuero, Cupertino Rovira, Eliseo Ramírez, Crónidas Mujica, etc. Entre los miembros de la familia destacó Antenor Montero (primo), uno de los parientes más dedicados a la logia, tal como se refleja en su correspondencia con Solón: a finales de 1870 hacía evidente su entusiasmo por las iniciaciones de Fortunato y Milciades, realizadas ese diciembre, antes de la Navidad81. También debe señalarse que en esa logia no solo hicieron presencia los allegados de Wilches pues si se observa el listado de iniciados (abajo), figuran otros hombres de la política de entonces, algunos de los cuales, fueron contradictores de Solón.

A la logia asistían, además de los iniciados en la Saravita, masones de otras ciudades, principalmente de Bogotá. Era el espacio de encuentro y confraternidad de los líderes radicales que, en su mayoría, estaban afiliados a alguna de las logias del país. Entre ellos contamos a Salvador Camacho Roldán, Manuel Murillo Toro, Aquileo Parra, los hermanos Zapata y muchos otros. Algunos se hicieron masones a mediados de siglo, como lo rememora Camacho Roldán cuando relata que en Bogotá la masonería se fundó en 1846 o 1847, por unos ciudadanos españoles de la compañía dramática «con el concurso de algunos sujetos notables, venezolanos en su mayor parte». Luego «se afiliaron muchas personas distinguidas de Bogotá, José Caicedo Rojas, José María Samper, José María Plata, Manuel Ancízar, Manuel Murillo Toro […]»82, entre otros. El mismo Roldán se afilió en 1849, y encontró que había masonería desde antes, quizá –señala– desde la Independencia; además distinguió entre masones antiguos y nuevos83. Efectivamente, tal como puede corroborarse en la documentación compilada por Américo Carnicelli, a comienzos del siglo XIX había masones en la Nueva Granada, así las logias se hayan fundado luego. Entre los masones antiguos, Roldán encontró a los generales José Hilario López, Valerio Francisco Barriga y José María Melo, también a los coroneles Enrique Weir y Rafael Mendoza, entre otros. No menciona a los generales Ramón Espina y Tomás Cipriano de Mosquera, y no está claro en qué año fueron iniciados. Mosquera fue el más connotado entre los masones antiguos, y se tomaba en serio sus grados como símbolo de prestancia y poder. De hecho, fue el fundador del Supremo Consejo de Grado 33 en Bogotá, el 3 de junio de 1864. Su competencia con el Supremo Consejo de Cartagena lo puso en contra de la tradición internacional y creó un grado más en la masonería: el 34; de modo que él fue el primero en asumirlo, además de otorgárselo a Manuel Ancízar. También creó un singular Serenísimo Gran Senado Masónico, lo que generó un lío en los protocolos y demás entresijos cocidos en los supremos consejos por el control de las logias simbólicas84. Un estudio de la correspondencia de Mosquera muestra, entre sus abonados, a masones de diferentes partes del país85, muchos de los cuales fueron iniciados en logias de la jurisdicción del Supremo Consejo del Bogotá bajo su tutela.

En la Estrella del Saravita hubo altos grados, como lo prueban varias fotografías que sobrevivieron: abajo y en su orden, Crónidas Mujica, con collarín Caballero Kadosh (grado 30)86; Temístocles Paredes y Benigno Parra, con collarines Rosa Cruz (grado 18); Ricardo Aráuz y Guillermo León, con collarines del cuarto grado. Todos conocidos miembros del radicalismo, incluido el líder de la logia, Guillermo León y Temístocles, hijo de Victoriano de Diego, líder radical, reconocido protestante.



La lista presentada abajo corresponde a afiliados de la logia Estrella del Saravita en el tiempo de su existencia. En el listado encontramos a trece familiares cercanos (F) y a varios liberales radicales (R) que destacaron en la política; algunos fueron contradictores y otros estrechos colaboradores de Wilches. Entre los segundos, Cupertino Rovira, José de la Paz Ortiz, Crónidas Mujica, Juan N. Prada; estos fueron funcionarios de gobierno durante los años en que Wilches fue presidente del Estado87.

Tomás Castilla (R)Lope GarcíaCrónidas A. Mujica (R)
Alejandro G. Santos (R)Pedro A. Pradilla (R)Dídimo Parra (R)
Hugo BiesterMariano MujicaRosendo Pereira
Próspero A. Azuero (R)Guillermo LeónRicardo Obregón(R)
Nepomuceno G. SantosCrisóstomo VillarealEvaristo León
Eliseo Ramírez (R)Benigno Parra (R)Luis Mejía Niño (R)
Leoncio GarcésJosé M. Villamizar G. (R)José Gómez (R)
Cándido ParraGregorio Villafrade (R)Domnino Castro (F)
Ignacio Rivero (R)Rafael Otero (F)Felipe Zapata (R)
Solón Wilches (F)Ramón PereaErasmo M. del Valle
Pedro CorenaMarco A. Estrada (R)Antonio Ruiz (R)
Gustavo WallRicardo Vega M.Alejandro Nava M.
Nicolás Esguerra (R)Luis M. Lleras TrianaCiro A. Gómez S.
Antenor Montero (F)Milciades Wilches (F)Dámaso Zapata (R)
Guillermo Otero (F)José David GuarínLuis Fernando Otero (F)
Juan N. Prada (F)Miguel SebriánJosé M. Ruiz (F)
Manuel J. Valencia (R)Jesús Vega MonteroIgnacio Rivero (R)
José de la Paz Ortiz (R)Vicente Martínez (R)Joaquín García
José M. Lombana (R)Francisco Muñoz (R)Juan A. Hernández
Joaquín Wilches (F)Jacinto LeónFortunato Bernal (F)
Vicente Villamizar (R)Apolinar Buenahora (R)Antonio M. Vega
Tobías ValenzuelaMiguel Pradilla (R)Rafael Romero (R)
Pablo Martínez R.Agustín Yáñez (R)Jelacio Sánchez
José M. Gómez (R)Cupertino Rovira (R)Heraclio Alonso
Margario Quintero (R)Rodrigo ChacónRamón Wilches (F)
Ladislao Vargas (R)Aquileo Parra(R)Marco A. González
Froilán GómezTomás Vega MorenoFernando S. Nieto (R)
Horacio Wilches (F)Demetrio Zapata

En la lista figuran Marco Antonio Estrada, Miguel Pradilla, Aquileo Parra y José M. Villamizar Gallardo, quienes como Wilches ocuparon la presidencia de Santander, pero no formaban parte de su esfera de influencia directa, pues fueron hombres con notabilidad y poder político propio, quizá por lo mismo fueron invitados a ingresar. Igual sucede con los hermanos Dámaso y Felipe Zapata –líderes radicales y masones asiduos en los actos de las logias del país– o del ya mencionado Temístocles Paredes, quien no aparece en el listado de la Saravita, pero que mantuvo estrechos lazos con los gobiernos del Estado de Santander, pues fue contratista en el ferrocarril de Soto y representó al Estado en numerosos asuntos.

Durante el federalismo, los caudillos figuraron en las logias de sus regiones: en el Cauca, Mosquera, Julián Trujillo, Ezequiel Hurtado y Eliseo Payán; en Cundinamarca, Daniel Aldana; en el Magdalena, Campo Serrano, y así sucesivamente. En el decenio de los setenta hubo un ingreso generalizado de liberales a las logias, quizá por esto, muchos masones formaron filas en la guerra de 1876. Si bien en este conflicto también hubo un par de masones conservadores, José María Samper y el general Lázaro María Pérez, el primero de ellos fue derrotado por las fuerzas del general Sergio Camargo y de Solón Wilches en Mutiscua, Norte de Santander88.

La presencia de conservadores en las logias fue menor, pero los hubo. A los ya mencionados se suma Joaquín F. Vélez, miembro de la masonería de Cartagena. Tal filiación política permite recordar que para los masones siempre primó su pertenencia partidista o de facción, si de defender sus prerrogativas o espacios de poder se trataba; como ocurrió en 1867, cuando Mosquera fue derrocado por radicales también masones, sin que la hermandad les representara algún impedimento, y sin que surtiesen efecto los grados masónicos para detener la acción política89.

La logia del Socorro desapareció a finales del siglo XIX. En parte decayó por la persecución de la Iglesia durante los gobiernos de la Regeneración, pues en la ciudad se organizó una diócesis, y sus obispos y curas asumieron a la letra el pecado de masonería decretado por Pío IX en 1865, un pecado que se hizo extensivo a ser liberal90. A los masones y liberales no se les permitía el entierro en cementerios católicos y a sus hijos se los excluía de los colegios. La masonería del Socorro solo resurgió en 1932 cuando se refundó otra logia bajo el mismo nombre, Estrella del Saravita, justamente en los comienzos de la segunda República liberal, hecho indicador de la influencia política de los liberales en la masonería colombiana.

Con la Regeneración varios masones que habían lucido mandiles y altos grados volvieron al redil católico y manifestaron arrepentimiento. Fue el caso de Virgilio Barco de la Logia Bella Esperanza de Cúcuta, quien entregó su diploma y en una carta del 4 de octubre de 1890 manifestó al vicario de la ciudad su arrepentimiento por haberse iniciado en la masonería. Expresaba deseos de estar bien con la iglesia: «y pesando sobre mi conciencia el pecado de masonería, pido a Ud., humildemente, se sirva interceder con su señoría Ilustrísima para que levanteen mi espíritu la excomunión»91. Barco tenía negocios con el gobierno de Colombia y quizá le convenía establecer relaciones con la Iglesia. A comienzos del siglo XX, ya con rango de general, Barco recibió del gobierno conservador la llamada Concesión Barco, un negocio que lo hizo propietario de los primeros pozos de petróleo identificados en el norte del país, en la región del Catatumbo92. Para otros masones la condena de la Iglesia carecía de importancia, como fue el caso de uno de los fundadores de la Saravita, el médico Guillermo León93, un liberal radical que combatió en las guerras de 1876 y 1885, y en las dos oportunidades lo hizo en el bando radical. En su vejez fue continuamente conminado a arrepentirse por parte de la clerecía, «pero ni aún en el lecho de muerte accedió», se lamentaba el cura de Jordán, Diego Enrique Meléndez94.

La masonería fue en la época sinónimo de liberalismo; por esto, cuando la Iglesia recuperó el poder muchos liberales fueron conminados por los obispos y curas de la región a abandonar las logias y a declarar públicamente su rechazo a la masonería. Los que abdicaban presentaban cartas de protesta, algunas de las cuales fueron publicadas en la revista de la Diócesis de Pamplona. Igualmente, ciudadanos del común con alguna prestancia, que durante el federalismo se habían casado por lo civil, y que habían registrado a sus hijos sin acudir a la Iglesia, debieron regularizar su situación después de 1886, casándose y bautizando a sus descendientes95.

La familia Wilches, si bien estuvo en la masonería, también fue católica; y en el archivo de Solón quedaron cartas con referencias de apadrinamientos mediante bautizos. Lo que parece indicar que no pudieron escapar a la soberanía ideológica de la Iglesia. Así, por ejemplo, hay una carta de Joaquín Wilches que data de febrero de 1901, dirigida al obispo de Pamplona en la que expresa arrepentimiento por un hecho de 1881, cuando junto a otros jóvenes de La Concepción, sacaron una efigie de santo de la iglesia y la pusieron en el atrio, tocaron las campanas y destrozaron el órgano; según Joaquín, lo hicieron por su juventud. Decía estar arrepentido, pues: «fui criado y educado en la religión católica apostólica y romana»96. De tal modo, a los Wilches les tocó, como a muchos otros liberales y masones, confraternizar con los nuevos dueños del poder y buscar su “perdón”.

La confrontación entre los liberales y la Iglesia católica colombiana en el siglo XIX tuvo como colofón la firma del Concordato entre el Gobierno de Rafael Núñez y el Vaticano, en 1887. Aunque las relaciones con la Santa Sede estaban truncadas desde 1861, habían sido restablecidas el 21 de febrero de 1883, por el presidente Zaldúa. El pacto retrata la poca firmeza ideológica de la masonería en la etapa de la Regeneración, pues los ministros que firmaron por Colombia el acuerdo que devolvió los fueros a la Iglesia, eran reconocidos masones vinculados al Gobierno de Núñez; entre los cuales, su agente confidencial frente al Vaticano el masón grado 33 Eugenio Baena. Antes, el cargo había sido ocupado por el ya mencionado Joaquín F. Vélez, conservador y grado 33 del Supremo de Cartagena −nombrado por José Eusebio Otálora97, también masón–, en febrero de 1883; Vélez fue el encargado por Colombia de negociar el Concordato. En el desastroso acuerdo también intervino el masón Eustacio Santamaría, entonces Secretario de Relaciones Exteriores98. Los mencionados pertenecían al Supremo Consejo de Cartagena, calificado como anti radical y afín a la Iglesia católica durante la Regeneración.

Las clientelas de 1870

Solón Wilches ganó las elecciones a la presidencia de Santander en julio de 1870. Se trató de un endoso por parte de Salgar, el presidente saliente, hasta entonces el patrón político más destacado de Santander, cuyo liderazgo fue establecido desde la guerra del sesenta (1859-1862). Su relación con el clan Wilches resulta evidente en los nombramientos y la cesión a los rovirenses de dos presidencias, la de 1864, delegada en Rafael Otero, y la mencionada, pues Wilches ocupaba la silla presidencial desde el 30 de marzo de 1870 por encargo de la Asamblea y del presidente Salgar. Ahora bien, durante este primer gobierno, Wilches compartió el poder con Aquileo Parra, que presidía la Asamblea del Estado99.

Desde su primera presidencia Wilches se acercó a los conservadores. En un informe a la Asamblea señalaba que, correspondiendo a la creación en Antioquia de un cargo de representación ante otros estados –una especie de cancillería–, había aceptado que se nombrase al jefe conservador Rito Antonio Martínez100. Antioquia tradicionalmente mantuvo una mayoría conservadora, y Martínez había liderado en Santander la revolución conservadora de 1859; se trataba de un enemigo declarado de los radicales. Otro evento de este talante sucedió en 1871, cuando Wilches nombró como segundo designado a la presidencia al conservador Manuel María Mallarino, una designación simbólica, pues este era un hombre mayor, que murió a mediados del siguiente año; no obstante, fue un gesto con los conservadores de la región.

Al revisar los nombramientos durante el primer Gobierno de Wilches, aparecen su parentela, amigos y hermanos de logia en los cargos principales e intermedios, y en la base se encuentra la clientela restante. En la repartición de contratos de vías y obras resultaron favorecidos Temístocles Paredes y Roberto A. Joy101. Igualmente, durante sus dos primeros años de gobierno, Wilches estableció relaciones empresariales con el alemán Geo von Lengerke, el mayor contratista de caminos102. También figuró en los contratos su primo Joaquín Wilches, quien estudiaba ingeniería civil en Bogotá en la Escuela Nacional de Ingeniería, becado por el Estado de Santander103. Joaquín fue uno de los miembros de la familia que se mantuvo en la política y en la facción radical hasta el hundimiento del proyecto federal.

El estreno de Wilches en la presidencia bajo la égida radical le representó todo un aprendizaje. En su informe a la Asamblea denotaba cierto entusiasmo por los ideales del discurso democrático. Por ejemplo, hizo eco de un reclamo popular, pidió a la Asamblea la supresión del trabajo personal subsidiario, dada su inequidad; señaló que los ricos podían pagar los tres días correspondientes, mientras que los pobres no, pues, decía, se veían obligados a abandonar sus labores para pagar este singular impuesto. Así mismo, expuso que se debía mejorar el cobro del impuesto directo a la riqueza, el cual consideraba justo y moralizador, pero, como él mismo reconocía, se requería la organización de un catastro para cuantificar la riqueza predial del territorio del Estado. A su vez, llamaba a tomar medidas contra un inconveniente que había en las vías públicas: el de las puertas. Sucedía que los particulares, dueños de los predios por donde pasaban las carretas, o cualquier paso obligado, instalaban puertas y cobraban el derecho de paso. Por otra parte, presumía de la imparcialidad frente a la ley, pues ante una petición del clero, en un litigio por un cementerio, señalaba que «el poder civil es el único que establece los derechos individuales i sociales; el único que ejerce el derecho de dominio en el territorio que se gobierna». De esto informaba Wilches el 15 de septiembre de 1872 en el salón de la Asamblea dando la espalda a un enorme retrato del coronel Jacinto Hernández, caído en la guerra anterior, la acaecida entre 1859 y 1862. El mismo año de 1872 se aprobó la inscripción en el recinto, en caracteres de oro, del nombre del general José Hilario López, fallecido en noviembre de 1869104. Tales elementos simbólicos ofrecían cierto espíritu de consenso en torno al gobierno federal, y cierto apego a los ideales de los liberales radicales que gobernaban en solitario desde 1863. No obstante, en este escenario político comenzó a fraguarse la división de los liberales santandereanos en torno a Parra y a Wilches, ruptura que en la Unión igualmente enfrentó a Parra y a Núñez de manera definitiva desde 1875.

Wilches entregó la presidencia el 1 de octubre de 1872, y fue reemplazado por Narciso Cadena. Este formaba parte del círculo más afín a Aquileo Parra, quien desde entonces incrementó su poder en el Estado. Representativo de esto es que Felipe Zapata asumiera la presidencia de la Asamblea y Nicolás Esguerra la vicepresidencia. Los dos eran reconocidos liberales radicales con incidencia nacional105. También hubo cambios en la composición del Tribunal Supremo: salió Cupertino Rovira, cuota de Wilches, y entró Leonidas Olarte, un veleño de la línea de Parra.

El ascenso de los aliados de Parra no implicó que los Wilches perdieran todos sus cargos, pues mantuvieron los de su provincia y algunos del Estado, así como la representación provincial en la Asamblea: Otero siguió en el Tribunal Supremo; José María Ruiz, cuñado de Wilches, siguió en la jefatura departamental de García Rovira; Ramón Angarita siguió como jefe departamental en Guanentá, entre otros. Se trató de una redistribución de los cargos por parte de Murillo Toro, líder de los radicales, quien encumbró a los dos jefes santandereanos en cargos de la Unión: Wilches, nombrado jefe de la Guardia Colombiana, asumió el 12 de noviembre de 1872, mientras que Parra fue ubicado como secretario de Hacienda.

Las prácticas clientelistas

[…] el joven Julio Pompeyo, de García Rovira […] nuestro partidario y firme sostenedor de su candidatura, ha sido casi desterrado de Chinácota (como el que habla, por no haber sostenido la de Nuñez), ahora él se encuentra pobre y sin refugio […] solicita cualquier colocación […].

Domingo Ramírez a Solón, 2 de sep. de 1878, Pamplona a La Concepción

Las clientelas en el aparato político del Estado federal de Santander se explican por mutua necesidad e interés de los actores. Los patrones requerían votos y apoyo en la guerra, y los clientes necesitaban seguridad, empleo, dinero, etc. Lo más solicitado eran los puestos de trabajo, denominados como colocaciones o destinos; las peticiones solían evocar el apoyo electoral o la participación en alguna guerra, las dos contribuciones más valoradas por los jefes políticos. Ahora bien, había elecciones cada año, mientras que las guerras fueron menos frecuentes, pero en cada campaña aparecía el fantasma de una nueva confrontación, y mientras se realizaban las elecciones también se alistaban hombres en armas; la guerra o la amenaza definían amplios periodos de dominio o sumisión política.

Los clientes con mayor participación en las batallas tenían mayores posibilidades de destinos y prebendas, por esto sus solicitudes solían reforzarse con datos al respecto. En cada localidad y provincia, replicando la estructura de cargos, se pueden identificar entramados clientelistas ligados a las familias principales y los llamados “círculos de notables”, encargados de preparar las campañas electorales y, cuando era el caso, las guerras; ellos igualmente mantenían informados a sus jefes acerca de la opinión en sus espacios de poder, que no era otra cosa que lo expresado por los políticos dominantes. En García Rovira la familia Wilches y las aliadas conformaron un bloque que controlaba una amplia clientela y que mantenía frente al general cierto estatus, una actitud en el talante de las comunicaciones, de la que se puede inferir su influencia y autoridad, explicable toda vez que el general actuaba en la política en representación del “cacicazgo” de García Rovira106.

Las relaciones clientelares que mantuvo Wilches quedaron plasmadas en su correspondencia. Así, por ejemplo, un tal Francisco Mateus, que sostuvo con él una comunicación fluida y que lo trataba de «mi general», le decía en una misiva: «Ramírez consiguió el pago, igualmente Fonseca y Arsenio han logrado valores adeudados [y él esperaba que] se me tenga lástima, aunque sea cierto que el servicio de la Secretaría de Hacienda es más interesante»107. Después de las confrontaciones armadas, los clientes que prestaban servicio en las escalas medias “cobraban” su participación. Lo hacían directamente o con intermediarios. El mismo Mateus, en otra nota (s. m. d.), le decía que su paisano Gómez Tapias «entiende de construcción de caminos, […] fue auxiliar de César Gómez Plata en la ejecución del camino del Paturia, necesita ocuparse […] mire la posibilidad de ocuparlo en la Carretera del Norte. Como Ud. sabe quedó desguazado en la última guerra civil en servicio de la causa liberal y necesita algún apoyo para proporcionarse subsistencia». Ante una nota de estas, había una respuesta positiva de Wilches; también le era difícil negarse dada la intermediación de un patrón de escala media. Es claro que este tipo de solicitudes tenían más efectividad por tal vía que si se pedían directamente. En otra carta, Mateus como jefe de clientelas y en calidad de funcionario, recomendaba la distribución de cargos del conjunto de empleados de un juzgado, y con plena autoridad sugería los cambios que creía necesarios108.

El siguiente gráfico es una representación de los nombramientos en cargos del Estado durante el primer gobierno de Wilches. Los vínculos pueden inferirse de tipo bidireccional, pues se nombraba a quienes apoyaban las justas electorales, las acciones bélicas, o bien, a parientes y socios de negocios, que igualmente apoyaban a los candidatos. En su primer gobierno, Wilches actuaba como radical y formaba parte de la facción de Eustorgio Salgar, que ejercía entonces la presidencia de la Unión. En el Estado la segunda facción era liderada por Aquileo Parra. Obsérvese que los parientes de Wilches ocuparon cargos importantes; así, por ejemplo, Otero fue el presidente del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), Fortunato Bernal y Juan N. Prada fueron jefes departamentales (los números referencian actores que pueden ser consultados en el anexo de la página 359).

Clientelas y nombramientos (1870-1872)109



Fuente: elaboración del autor.

Las cartas de agradecimiento por los “destinos” son menos numerosas; quizá resultaban un exceso, pues el cliente pagaba con votos u otros servicios. Una carta de este tipo fue escrita por Zoilo Pérez: «Muy estimado Sr. Gral., su afectísimo amigo […] Es un hecho indudable que la continuación en mi empleo es debido a Ud. mi general, que con un corazón noble y generoso sabe disimular los defectos de sus subordinados, y procurándoles el bienestar de sus familias, añadir esta página más». La nota ratifica la condición de cliente de quien la remite y el acuerdo tácito existente. También quedaron en el archivo epistolar de Wilches cartas con respuesta a sus solicitudes y de afirmación de alguna relación clientelar. Por ejemplo, Alfonso Rueda le decía: «En atención a Ud. apoyaré la solicitud de su recomendado Rangel, aun cuando se desea privar a la Asamblea de su facultad de expedir indultos y hacer condonaciones»110. En otra misiva, Telésforo Nieto decía: «Muy estimado general […] sigo enfermo […] y con demasiada pobreza, pero siempre confío en los amigos que me han socorrido […] me manifestó la chiquita que le había preguntado por mí […] no deje mi distinguido y respetado general de recomendarme para obtener un buen panecito con que alimentarme por medio de un destinito, que ofrezco cumplir en todo lo más dable; ojalá sea el que tengo al lado de mi buen amigo don Ricardo Torres»111. El texto trasluce que el remitente ya tenía un cargo, y que deseaba seguir en él, reforzando tal solicitud con su condición de pobreza.

La correspondencia de los miembros de familias de García Rovira estaba discursivamente en un nivel diferente al del resto de clientela. Por ejemplo, una carta de Jacinto Rangel permite observar varios aspectos: primero, un trato de amistad, pues el saludo empezaba con «amigo fiel»; y luego decía que los de San Miguel y de Málaga no se merecían lo que pedían (el traslado a su pueblo del colegio de San Andrés y la capitalidad de la provincia –detentada por La Concepción– a Málaga). Al respecto, Rangel argumentaba: «¿qué méritos tendrían para ello? […] ¿será por las promesas de don Salustiano Ortiz, Tomás Castillo, Bernabé Blanco de 1859, 1860, 1861?». Rangel aludía a los años de guerra y al círculo conservador de Málaga, enemigo acérrimo de los liberales de La Concepción. Rangel remataba el texto de su carta irónicamente: «¿Será por las guerrillas de Málaga que limpiaron y dejaron en la miseria a estos pobres pueblos? [...] expreso que se desengañen, que no es el reinado de los godos lo que hay en la cuna de la libertad». Luego se despedía de Wilches pidiendo que saludase a los amigos comunes: Nicolás, Vicente, Isidoro, Antoñito, Páez, Granados, Suárez, Otero, Villareal y Crisóstomo. Esta nota de Rangel, quizá de 1870-1872, mencionaba el círculo conservador de Málaga y el de los aliados liberales de La Concepción. El trato de los saludos se extendía entre las familias: «Todos los de esta casa te saludan»112. Jacinto, por las formas, evidencia que estaba emparentado con la familia, quizá por la línea de Rafael Rangel, casado con Ana María Wilches, tía de Solón (véase gráfico pág. 36).

Wilches, en el papel de patrón, enviaba los listados de candidatos a sus jefes de clientelas en cada localidad, con estafetas de entera confianza, cuando no tenía familiares a su alcance, en notas que solían ir acompañadas de las boletas de votación. Algunas con apuntes al margen que rotulaban el asunto como “privado”, para imprimirle un carácter especial; quizás esto servía para un transporte cuidadoso y una entrega inmediata. En una de estas notas Wilches decía:

Las boletas que van son 4.079: la de diputados es como la original que mandaron de allá. De magistrados van dos planchas, en la uno seis candidatos, en la cual va el nombre del Dr. Leónidas Olarte, a quien ojalá le den el mayor número de votos, pues está muy bien su política. Los Srs. Hurtado, Muñoz y Pineda deben tener la votación de García Rovira. No olviden separar la plancha de magistrados del Tribunal que va en un solo pliego con las otras. Si hubiera tiempo irán otras boletas para diputados en que venga el nombre de Blanco, pues por un error en la imprenta no alcanzó a quedar ese nombre en la mitad de las boletas que van113 [s. m. d.].

Esta misiva deja la inquietud acerca de si hubo un error en cuanto a las boletas de Blanco, o no lo querían entre los ganadores, pues Wilches precisa a los destinatarios el nombre de sus favoritos. También evidencia que los patrones locales estaban condicionados por su jefe. Si se ganaban las elecciones, era común que tuviesen que respaldar el triunfo con las armas. Y si se desencadenaba la guerra, a ella iban todos, patrones y clientes. Los que tenían el mando estaban protegidos, y excepcionalmente morían. Su prestigio y su ubicación en la estructura del poder social resultaban proporcionales a la asignación del mando y al papel jugado en los conflictos.

Una vez terminadas las escaramuzas, los patrones locales volvían con sus huestes de peones a las haciendas, los artesanos a sus oficios114 y los funcionarios a sus cargos, y así sucesivamente. Los participantes en las batallas se encontraban con su jefe militar como presidente, y procedían a recordarle su lealtad y participación en la guerra para reforzar peticiones de trabajo. Los patrones políticos debían tenerlos en cuenta porque siempre había amenazas de conflictos, y tal como lo señala la carta ya vista de Francisco Mateus (véase nota pie de pág. 108): él podía ayudar, pero necesitaba “vida”.

La guerra fue un escenario de promoción política. Alcanzar el rango de general, haber sido herido, permitía recoger un testigo de la participación de los ancestros en la guerra de Independencia y en otras posteriores en pro de la causa y de la patria. Ellos lo sabían, y actuaban en consecuencia. Así, por ejemplo, en una carta que Wilches envió a su primo Joaquín, para compartir su posición con respecto a la decisión de Tomás C. de Mosquera de suprimir el Congreso y tomar todo el poder en la Unión, evocaba los referentes que le daban sentido a su actuación política: «Muy triste es Joaquín que la charca de sangre de más de medio siglo no sirva de valla para contener la tiranía […] i no se le presentan las figuras de los denodados Virgilio i Emilio que supieron honrar las cenizas de su abuelo. Nada Joaquín, no hay que desmayar»115. Wilches había sido mosquerista en la guerra de 1859-1862; de hecho fue subalterno de Mosquera y alcanzó como tal el rango de general, pero en 1867, y desde que los liberales radicales alcanzaron el poder de la Unión, sus afectos políticos y los de su entorno –liderado en esa etapa por Eustorgio Salgar–, estaban con aquellos. En otra carta, respecto a la pretensión mosquerista de suprimir el Congreso, decía: «si no actuamos, en vano habrá sido la muerte de […]», y pasaba a enumerar a los mártires de la familia en la Independencia. Esa remembranza no solo les aportaba confianza en su proceder, sino que, en parte, su prestigio social estaba establecido en el imaginario del común, a partir de un “pasado heroico de la familia”, que cada caudillo y sus aliados procuraban prolongar. Así, por ejemplo, cuando Wilches murió, las noticias recordaban las batallas donde había triunfado, se hablaba de sus méritos como persona, y se afirmaba: «vástago de una familia de próceres»”116.

En los conflictos armados la red familiar y sus clientelas se alistaban militarmente, y todos ayudaban con diversas tareas, algunas simples pero importantes, como eran las comunicaciones. Varias notas muestran a los clientes sirviendo de mensajeros. Su primo Antenor Montero le escribía desde La Concepción en abril de 1860, informaba que un posta había llegado desde el Socorro con un mensaje del presidente Eustorgio Salgar, con instrucciones para que les dieran armas a todos los mayores de dieciocho años para rechazar una nueva «invasión de don Mariano [Ospina]» sobre el Estado117. Otra misiva dirigida a Milciades y a Solón, de marzo de 1859, informaba del arribo del coronel Márquez a Piedecuesta y del avance de Eusebio Mendoza desde Pamplona a Málaga, donde habrían reunido unos novecientos hombres que se dirigían a enfrentar a los federalistas en Bucaramanga118.

La red de familias de García Rovira evidentemente incidía en la gestión de clientelas, por ejemplo, en los inicios de la segunda presidencia de Wilches, cuando ya contaban con clientelas en todo el Estado; en su provincia, tanto su familia como sus amigos desde sus cargos, con cierta autoridad, recomendaban nombres y en oportunidades desautorizaban algunos. Esto se manifiesta en cartas como la enviada por Joaquín M. Espinel: «sigue para allá mi primo y pariente político Torcuato Carreño, que aunque no necesita presentación […] me tomo la libertad de manifestarle que me parece conveniente que vuelva a su puesto de jefe departamental de San José de Cúcuta»119. Espinel era su amigo, miembro de una de las familias que actuaban junto a los Wilches en la política provincial, lo que quizás explica el matiz imperativo de la carta.

La correspondencia entre Wilches y sus parientes refleja las posturas y las valoraciones frente a los sucesos políticos, como el mencionado de 1867. En los días previos la guerra parecía inminente y los jefes locales se enviaban cartas para conocer las posturas de unos y otros con el objeto de alistarse en armas. En la correspondencia antes citada, entre Wilches y su primo Joaquín, el primero calificaba como muy grave el intento de disolver el Congreso por parte del presidente Mosquera; comparaba el hecho con los sucesos de 1854, cuando el general Melo dio un golpe al presidente Obando; también con los hechos de agosto de 1828, cuando Bolívar derogó la Convención y se proclamó dictador. En su larga disertación trataba de prevenir a su primo y terminaba por dar la razón a los radicales, con un llamado a defender el poder federal120.

En 1867 los radicales temieron que los conservadores aceptaran la convocatoria del general Mosquera y que la guerra se generalizase. No estaban lejos en sus premoniciones, pues en Santander se preparaban para sumar fuerzas con los mosqueristas. Así lo ilustra una carta de Salustiano Ortiz, dirigida a Mosquera, que fue interceptada antes de que llegase a su destinatario. Ortiz, antes mencionado, era un hacendado conservador y fue jefe de las guerrillas de Málaga en la guerra del sesenta (1859-1862), y en la carta señalaba, entre otras cosas, que en la revolución de 1860 y 1861 lamentaba no haber estado del lado del general: «A quien siempre he tenido fe. […] Los vencedores gólgotas de García Rovira me dejaron en la miseria quitándome un capital de más de ochenta mil pesos». Continuaba explicando las posibilidades que tenía de reunir fuerzas para echar a los radicales del poder, y luego le informaba con detalle de las fuerzas con las que contaba el gobierno santandereano. Y finalizaba así: «Le suplico que mantenga mi carta reservada, pues si los gólgotas se llegan a enterar, me asesinarán inmediatamente, i no convendría de ninguna manera porque no podría prestar mis servicios como lo deseo»121. El que su carta repose en el archivo de Wilches evidencia que su temor y su prevención no sirvieron de nada, pues la misiva fue decomisada por los radicales.

Otra misiva de ese tenor fue enviada por el radical Celso Serna122 a Wilches desde Suratá, en la que informaba de una supuesta conspiración conservadora, que Serna deducía por el arribo a su pueblo del coronel Álvarez G.: «en Tunja se entendió con Vargas, Liévano […] aquí se ha entendido con el viejo Villareal, el Dr. Calderón i más godos». Agregaba que los godos, como denominaban a los conservadores, difundían que su partido Nacional tenía unas veinte mil armas en Antioquia y que todos los oficiales de la Guardia Colombiana estaban con ellos, etc. Por ello, Serna pensaba que se preparaban para la guerra. Y continuaba: «Él [Álvarez] lleva un muchacho zoquete, si es posible que le roben la correspondencia, si se les espera en las dos cuevas […], otros pueden tomarle una maletita forrada en cuero, sacarle los papeles y devolverla, no hay riesgo de que lleve plata […] Ud. lo vea y resuélvalo»123. Serna tenía la esperanza de que al robarles la información obtuviesen el plan de la revolución, que creía estaba a punto de iniciarse en junio de 1869, época electoral. Otra carta de Severo Olarte desde Pamplona corroboraba lo señalado por Serna. Agregaba que Álvarez Guidez era el jefe militar destinado en esa plaza, y que sabía que los de Mutiscua habían fabricado muchas lanzas y reclutado unos ciento cincuenta hombres, también que Leonardo Canal era el líder de todo, pues «su casa es un camino de hormigas, entran y salen sus adeptos»124.

Cartas como las citadas le eran enviadas a Wilches por su familia, aliados y clientes, desde varias localidades, en las que también informaban acerca de las campañas electorales, de los resultados, del “estado de la opinión”. En agosto de ese año después de las elecciones, Joaquín Calderón desde San Andrés, informó que los escrutinios en Cepitá y San Andrés los favorecían, pues finalizaba: «Milciades sale para representante»125.

Respecto a las guerras del siglo XIX se ha insistido acerca de la coerción ejercida sobre los labriegos para llevarlos a la guerra. Pero también fue significativa la presencia de voluntarios, personas que morían por defender sus pequeñas parcelas de poder en las localidades. ¿Cómo explicarlo? Ir a la guerra y triunfar representaba para ellos mantener sus cargos y el estatus, pues si después de un conflicto cambiaba el orden político local existente, los funcionarios serían otros y por consiguiente se corría el riesgo del destierro, de ser sometido a tributaciones forzadas o “voluntarias”, de expropiaciones o de sufrir la violencia directa por parte de los vencedores. Era un asunto muy serio para los jefes locales y sus clientes, una cuestión ineludible. En el caso de Wilches, los jefes de familias que lo acompañaron en las campañas electorales y que le enviaban cartas estuvieron en las batallas del sesenta (1859-1862). Esta fue la guerra fundacional de la red de los Wilches.

El apoyo en los conflictos y en las elecciones constituyó lo más demandado por Wilches. De una parte, se garantizaba el poder adquirido, y de otra, revestía los hechos de fuerza con la legitimidad de las urnas. En retribución, Wilches designaba los cargos de jueces, notarios, recolectores de hacienda, miembros del tribunal, alcaldes, jurados, juntas de hacienda y de rematadores de rentas. En su mejor época, la de su segundo gobierno (1878-1880), cuando Trujillo estaba en la presidencia de la Unión, Wilches también pudo recomendar contratos y cargos en el Gobierno central.

El fenómeno clientelista se reproducía por inercia al incentivar la retención del poder; por ejemplo, si los rematadores de aguardientes querían seguir siéndolo, debían mantener a su patrón en la presidencia, o bien en la Asamblea. Y si los clientes querían obtener un contrato de caminos, se debía dar un apoyo electoral o armado, de acuerdo con las circunstancias, y así sucesivamente con todo. Ahora bien, algunos de los contratos o prebendas de calado no eran solicitados ni entregados a medianos y pequeños clientes, sino a pares, hombres que podían inclinar la balanza de fuerzas por su capacidad económica, en una región entera. En tales casos, más que una relación clientelista, se trataba de alianzas entre patrones, donde cada uno de los actores contaba con un significativo poder social, recursos y clientelas, todo lo cual ponían a disposición de sus pares por objetivos comunes.

El clientelismo también se explica en el contexto aquí analizado por la pobreza generalizada, aunada a la escasa institucionalidad del aparato político126. En Santander, antes de los años ochenta, eran escasas las grandes fortunas, y, en general, entre los hombres dedicados a la política, eran bastante raras. Quizá por esta circunstancia, se dedicaban a contratar con el mismo Estado, manejaban diversos negocios e intrigaban para conseguir los cargos127.

Las declaraciones de riqueza denotan que en la época federal la pobreza estuvo repartida, y las guerras representaron para los hombres del aparato estatal un mecanismo para superar épocas de escasez extrema, pues las acciones bélicas daban paso a las expropiaciones e impuestos forzados. Es posible que algunos hombres hayan hecho fortuna en la guerra; pero no todos, y muchas viudas y huérfanos quedaban desprotegidos. Un ejemplo de ello es el de Eulalia de Ilejalde, viuda del general Santos Gutiérrez, que en una carta enviada a Wilches le decía que estaba en calamidad económica desde la muerte de su marido, «sin arriendo, sin poder pagar pensiones de mis hijos, sin alimentación, sin ayuda»128. Gutiérrez había sido jefe y compañero de armas de Wilches en el sesenta, y Eulalia debió considerar tal hecho al enviarle la carta. Ella pudo ser la segunda o tercera pareja de Gutiérrez, pues antes estuvo casado con Ana Deodata Bernal (1849) y en segundas nupcias con Hermelinda Concha (1869), quien pertenecía a una encumbrada familia conservadora de Antioquia129.

La carta de Eulalia evidencia que muchas lealtades y clientelas logradas por Wilches surgieron de su actuación en la vida militar, tal como lo recuerdan varios remitentes; uno de ellos era Venancio Rivera, quien en una misiva le recordaba a Wilches que era «un viejo militar de la Guardia Colombiana», y le ofrecía sus servicios, «ya sea como alguacil o bien como hortelano»130.

Mientras Wilches se ocupó en la jefatura del Estado, los hombres de la milicia servían para toda clase de oficios y servicios, tanto para él y su familia como para socios y pares. Un militar de apellido Delgado (Quizá Daniel), que lo trataba de «Mi estimado general […] Su afectísimo amigo y leal subalterno», le pedía un soldado para que le sirviese durante un viaje que haría a la capital, para que le ayudara con la maleta y cumpliera con los oficios. Le indicaba que «puede pasar como una licencia dada al soldado»131.

La compensación principal del caudillo a sus clientes estuvo representada en los cargos, lo más buscado por estos. Al respecto, en el Gráfico 2 aparecen los nombramientos del primer periodo de su gobierno, de 1870 a 1872. En el Mapa 1 figuran los jefes políticos de cada departamento (usualmente se siguieron calificando como provincias), entre estos, los patrones y aliados de Wilches en su primer gobierno. Si se comparan con los gráficos y el mapa de su segundo y tercer gobierno, se evidencia que durante el primero, Wilches dispuso de menos cargos. Además, debía consensuar todo con la facción de Aquileo Parra dominante en la Asamblea.

Jefes de clientelas y aliados por provincias


Fuente: elaboración del autor.

Entre los jefes departamentales y colectores de hacienda, señalados por departamentos durante este periodo, actuaban en alianza con los Wilches todos los empleados de los cargos de García Rovira; de Guanentá, Francisco Santos y Sanmiguel; de Ocaña, Juan N. Prada; de Soto, Federico Muñoz y Vicente Uzcátegui. Los restantes eran hombres más cercanos a la facción de Aquileo Parra, o sencillamente radicales, tal como lo era en esa etapa Solón.

21 Según el Archivo Parroquial de La Concepción, Solón Wilches murió el 13 de octubre de 1893.

22 OTERO MUÑOZ Gustavo. Wilches y su época. Bucaramanga: Imprenta del Departamento, 1936, pp. 404-405. Otero escribió la única biografía conocida de Solón. Quizá fue el primer investigador que tuvo acceso a los archivos custodiados por sus descendientes, quienes en la década de 1980 los entregaron al Centro de Documentación e Investigación Histórica Regional, de la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander (Actualmente denominado Archivo Histórico Regional). Su obra es rica en datos y apologética, como lo muestra la anécdota citada, que sugiere la muerte del caballo «de tristeza», tal como les sucedía a los nobles animales en las novelas de caballería. La exaltación que hizo Otero de Solón es una réplica de las hechas a los líderes de la Independencia. Caracteriza un tipo de imaginario construido en torno a los caudillos militares a lo largo del siglo XIX. Se trata de la historia patria, enseñada en las escuelas y los colegios. Otero Muñoz estaba imbuido de esa mentalidad, por lo cual, al cierre de la biografía a modo de colofón, escribió: «La historia hará justicia e introducirá a su casa a los hoy desconocidos grandes hombres que han cooperado efectiva y directamente a la grandeza de la patria […] Heroico como Aquiles, prudente como Marco Aurelio, desgraciado como Aníbal».

23 Los datos del censo de 1870 señalan 4.319 habitantes en La Concepción. Al relacionar este dato con los del censo de 1912 se obtiene una media de crecimiento aproximada al 20 % entre las dos fechas, y al interpolar los datos se obtiene la población aproximada de 1893.

24 GÓMEZ Ramiro. Hechos y gentes del Estado Soberano de Santander, revolución triunfante. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1985, p. 24. Gómez cita un dato de 1857, en el que se afirmaba que en Santander había 185 poblados y 237 baldíos. Suponemos que el conteo de los terrenos baldíos es pura especulación, pero su tamaño resultaba significativo si tenemos en cuenta que del total del territorio santandereano de ese tiempo, unos 42.000 km2, aquellos terrenos baldíos representaban unos 25.000 km2, es decir, que solo un 40 % del espacio geográfico estaba ocupado y bajo formas de propiedad reconocida o con títulos. Tal como puede observarse en los mapas, la parte más poblada del territorio se asentaba sobre la cordillera Oriental. En consecuencia, la parte más despoblada comprendía una amplia área selvática entre el gran río de la Magdalena y la misma cordillera, una de las tres estribaciones que los Andes forman en Colombia. Así, la mayoría de los pueblos estaba en las estribaciones de los Andes.

25 Son conocidos los prejuicios heredados por las élites criollas, de la división socio-racial establecida en la Colonia. En el siglo XIX muchos mestizos prestantes querían pasar por “descendientes puros” de los “blancos” españoles, y por ello en los árboles genealógicos borraban los ancestros indígenas. Aquileo Parra, por ejemplo, relata en sus Memorias que la familia de su madre evitaba mencionar que su bisabuela materna se había casado con un cacique indígena (véase PARRA A., Memorias, Bucaramanga: Imprenta Departamental de Santander, 1990, p. 8). La negación de lo indígena fue extendida al conjunto de los santandereanos por algunos historiadores del siglo XX santandereano, que hicieron eco de algún cronista que encontró a los nativos santandereanos menos cobrizos que otros, insistiendo en que los guanes eran blancos; esta era una leyenda con la que buscaban “atenuar” el irremediable mestizaje de sus ascendientes. Sobre el prejuicio socio-racial y la división de castas, véase MÖRNER Magnus (1989). “La sociedad de castas: ascenso y declinación”. En: Autores varios. Temas de antropología latinoamericana. Bogotá: Editorial El Búho, 1988, pp. 24-51.

26 OTERO G. Op. cit., pp. 3-10. Pacífico Jaime, tío abuelo paterno de Solón, se encargó de la educación y la protección de los padres de Solón, que habían quedado huérfanos cuando eran pequeños.

27 De todas las facetas que tuvo Solón, la menos ejercida fue la de abogado, si exceptuamos los pocos meses en que se desempeñó como juez en La Concepción. Entonces, para ser juez parroquial tan solo se exigía saber leer y escribir, por lo cual ese cargo no resulta un indicador de su formación en leyes. En el siglo XIX, y aun hoy en Colombia, se acostumbra dar trato de “doctores” a los abogados, y tal calificativo fue poco utilizado por los pares de Solón en la correspondencia. Lo trataban sobre todo como “general”, “ciudadano presidente”. Al parecer Wilches nunca se graduó, pues no hay documentos al respecto.

28 Gaceta de Santander, 15 de enero de 1858, n.° 21, p. 83; 29 de enero de 1859, n.° 25, p. 104; 6 de diciembre de 1858, n.° 63, pp. 265-266. La Gaceta se encuentra en el Archivo Histórico Regional, también en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. Puede localizarse más fácilmente por fechas que por números, pues estos suelen presentar vacíos; igualmente la ciudad de edición varía, ya que algunos de estos números se editaron en Pamplona y otros, en su mayoría, en Socorro y en Bucaramanga. Aquí se citará por fecha.

29 DÍAZ BOADA Lina C. “Los constituyentes del Estado de Santander”. Tesis de Maestría en Historia. Universidad Industrial de Santander, Escuela de Historia, 2008, p. 302.

30 Gaceta de Santander, 11 de octubre de 1879, p. 773. Rafael Otero murió el 13 de febrero de 1879; sus servicios se reconocieron en octubre de ese año, cuando la Asamblea del Estado emitió una ley honrando su memoria.

31 Federico Muñoz a Solón Wilches. San Gil, La Concepción, 17 de agosto de1869, C. 12. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

32 Eustorgio Salgar fue presidente del Estado varias veces; después de Wilches, uno de los políticos que más tiempo ocupó tal cargo. Entonces lo fue desde el 11 de agosto de 1861 hasta el 6 de junio de 1864. Gaceta de Santander, 8 de ago. de 1859, p. 346; 20 de ene. De 1860, p. 410; 5 de jun. de 1862, p. 530; 21 de oct. de 1863, p. 174; 2 de jun. de 1864, p. 265.

33 Gaceta de Santander, 30 de noviembre de 1863, pp. 265-266; 4 de diciembre de 1862, p. 613; 7 de enero de 1864, p. 227; 6 de octubre de 1865, p. 558; 21 de octubre de 1863, p. 174; 25 de noviembre de 1869, p. 224; 6 de octubre de 1865, p. 558; 7 de diciembre de 1871, p. 290; 19 de enero de 1878, p. 2; 6 de noviembre de 1883, pp.13-19.

34 Archivo Histórico Regional. Archivo Notarial de La Concepción. R. 1667790-95, 1667810-15.

35 Gaceta de Santander, 28 de diciembre de 1858, p. 277.

36 Gaceta de Santander, 20 de junio de 1859, p. 322.

37 Gaceta de Santander, 20 de enero de 1860, p. 410.

38 Gaceta de Santander, 17 de diciembre de 1863, p. 217.

39 Gaceta de Santander, 3 de noviembre de 1864, p. 344.

40 ARIZA Nectalí, “Los Wilches Calderón…” Op. cit. p. 36

41 Los mencionados representaban diferentes tendencias dentro de la facción radical: Villamizar Gallardo era el portavoz de los liberales de Pamplona y de Cúcuta, mientras que Paredes era el de Soto.

42 Gaceta de Santander, 10 de octubre de 1865, p. 561.

43 Gaceta de Santander, 27 de noviembre de 1865, p. 613.

44 Gaceta de Santander, 6 de junio de 1867, p. 177; 20 de junio de 1867, p. 201.

45 Gaceta de Santander, 7 de octubre de 1869, p. 186.

46 WEBER Max. Economía y Sociedad. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 229. El célebre sociólogo considera partidos de patronazgo aquellos cuya orientación busca oficialmente, o de hecho exclusivamente, el poder para el jefe y la ocupación de los puestos administrativos en beneficio de sus propios cuadros, a diferencia de partidos racionales, estamentales y clasistas, o ideológicos, caracterizados por el sociólogo alemán.

47 La amplia correspondencia de los clientes a Solón Wilches es variopinta en solicitudes. Veamos algunos ejemplos: el 23 de octubre de 1873 Concepción Sánchez le pedía desde Bogotá que intercediera para que liberaran a su marido «encarcelado y maltratado injustamente»; Olinto Amaya desde Pamplona le decía en marzo de 1886: «Santos Carvajal desea que se le nombre juez inspector en lo civil»; Ricardo Niz recordaba, el 4 de junio de 1874, que ya antes le había escrito pidiéndole que lo nombraran registrador de Ocaña, «pero lo que hicieron fue nombrar a un tal Figueroa (godo recalcitrante) para que nos hiciera la guerra […] como este señor se excusó solicita nuevamente la intervención para su nombramiento» (Archivo Histórico Regional, Archivo de Solón Wilches, c.1). La correspondencia del Archivo de Solón Wilches está referenciada por fechas, origen, destino, remitente y destinatario, número de caja y, en algunos casos, número de carpeta; cuando la información está incompleta se indica s. m. d. (sin más datos).

48 Agustín Codazzi, geógrafo de origen italiano, fue contratado por el gobierno neogranadino para dirigir una expedición por diferentes regiones, conocida como la Expedición Corográfica. Dejó una obra titulada con el nombre de la expedición, de gran valor para conocer el país de entonces. Codazzi murió en su labor en 1859, en un pequeño pueblo cerca de Valledupar que hoy lleva su nombre. Ancízar, su acompañante, era un intelectual de la élite social bogotana, protegido del general Mosquera, cofundador del periódico El Neogranadino y que participó en el Gobierno de José Hilario López (1849-1853). Puede contarse entre los liberales radicales, si bien se conoce más su perfil intelectual que su perfil político, fue uno de los fundadores de la Universidad Nacional de Colombia, de la que fue rector en 1867.

49 ANCÍZAR Manuel. Peregrinación de Alpha. Bogotá: Empresa Nacional de Publicaciones, 1956, p. 127.

50 ESTRADA Antonio. Historia documentada de los primeros cuatro años de vida del Estado de Santander, 1857-1858. Vol. I. Maracaibo: Tipografía Los Ecos del Zulia, 1896, pp. 333-337.

51 JOHNSON David. Santander siglo XIX, cambios socioeconómicos. Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1984, p. 266. Durante el federalismo se hicieron dos censos, el primero en 1851 y el segundo en 1870; también hubo censos en 1895 y 1912. En 1851 no existía el Estado de Santander, y en 1895 el censo no incluyó los departamentos de Santander (el Estado desapareció en 1886, transformado en Departamento). Los datos de población presentados corresponden a proyecciones y a la suma de población de los distritos que antes (1851) y después (1895) conformaron los territorios de los departamentos. Al respecto, véase la obra de Estrada arriba citada; también se puede consultar la fuente URRUTIA Miguel y ARRUBLA Mario. Compendio de estadísticas históricas de Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Dirección de Divulgación Cultural, 1970, 312 p.

52 SAFFORD Frank. Aspectos del siglo XIX en Colombia. Medellín: Ediciones Hombre Nuevo, 1977, p. 29.

53 Ibíd., pp. 37-51. El colombianista norteamericano señala que los extranjeros lograron escalar socialmente y acumularon riqueza en virtud de su calificación técnica.

54 JOHNSON David. “Reyes González Hermanos: la formación del capital durante la Regeneración en Colombia”. Banco de la República: Boletín Cultural y Bibliográfico, 1986, vol. 23, n.˚ 9, pp. 25-43. Acerca de los comerciantes y la participación de los emprendedores europeos, véase AVELLANEDA Maribel. “Los comerciantes de la Bucaramanga de finales del siglo XIX”. Tesis de pregrado en Historia. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, Escuela de Historia, 1999, 117 p.

55 En el selvático territorio de Santander había pocos caminos al Magdalena: desde Vélez al río Carare (afluente del río Magdalena) estaba el Camino del Carare; en Soto estaban el Marta, el Sogamoso y el Cañaverales, los dos primeros llevaban al río Sogamoso y el tercero al río Lebrija. Los puertos más dinámicos eran el de Botijas, en el río Lebrija, y Los Cachos, sobre el río Zulia, por el cual se comercializaban productos desde San José de Cúcuta hasta el golfo de Maracaibo. Otra ruta en la Provincia de Ocaña llegaba hasta el Puerto Nacional en el río Magdalena. Para información acerca tanto de las rutas hacia los ríos Sogamoso y Lebrija, como de sus puertos, véase CARREÑO TARAZONA Clara I. “Las vías hacia el Magdalena. Los caminos de Lebrija y de Sogamoso en el siglo XIX”. Apuntes, 2010, vol. 23, n.˚ 2, pp. 104-117. Los caminos de carretas apenas comunicaban las capitales provinciales: de Cúcuta a Pamplona, de allí a Bucaramanga, al Socorro, a Tunja y a Bogotá. La montañosa geografía de Santander implicaba arduos desplazamientos; los contemporáneos narran que un viaje desde Bogotá hasta las ciudades de las provincias de Santander demoraba de una a dos semanas, si se llegaba hasta Cúcuta.

56 KALMANOVITZ Salomón. Economía y Nación. Bogotá: Siglo XXI, 1986, p. 177. Respecto al café y su expansión en Colombia, también se puede consultar BERGQUIST Charles. Café y conflicto en Colombia, 1886-1910: la guerra de los Mil Días, sus antecedentes y consecuencias. Medellín: Faes, 1981, 328 p.; PALACIOS Marco. El café en Colombia: una historia económica y social. Bogotá: Editorial Presencia, 1979; CARLYLE Robert. “El transporte y la industria del café en Colombia”. En: BEJARANO Jesús. El siglo XIX en Colombia visto por historiadores norteamericanos. Bogotá: Editorial La carreta, 1977.

57 Informe del presidente Solón Wilches a la Asamblea del Estado. Socorro: Imprenta del Estado, 15 de septiembre de 1879, p. 32. En: Archivo Histórico Regional de la UIS.

58 Informe del presidente Narciso Cadena. Socorro: Imprenta de I. Céspedes, 1873, p. 16. En: Archivo Histórico Regional.

59 En la Constitución federalista de 1853 se estableció que las tierras baldías dependían de la Nación (art. 3, numeral 7); en los años inmediatos, a las provincias que conformaron posteriormente el Estado de Santander se les asignaron aproximadamente unas 80.000 hectáreas, y en la Constitución de 1863 se precisó que cada Estado dispondría de una cantidad de tierras baldías para su sostenimiento fiscal; así, mediante una ley de 1865, a Santander le asignaron 120.000 hectáreas. En total unas 200.000 hectáreas, cifra que puede corroborase siguiendo los datos publicados en la Gaceta, por supuesto, sin estimar las hectáreas añadidas ilegalmente.

60 Archivo Histórico Regional. Informe del presidente Aquileo Parra. Socorro: Imprenta del Estado, 1875, pp. 70, 72. El informe incluye, entre otros, el del gobernador de Pamplona, Severo Olarte, quien informaba que en la ciudad se habían instalado veinticinco molinos para harinas, la mayoría gestionados por extranjeros. Estos molinos mensualmente producían unas cuatrocientas cargas. Y, a modo de ejemplo, describía el Molino Oriental de Pamplona, de impronta norteamericana. También detallaba el funcionamiento del molino de los ciudadanos franceses Alban Barthelemy y José Berbigüez: «Todo el tren es movido por medio de bandas, las cuales le imprimen un movimiento simultáneo al molino, al cernedor y al limpiador, haciendo dar el agua a la piedra principal ciento veinticinco vueltas por minuto, muele diariamente dieciséis cargas». Agregaba que «Berbigüez es un buen agricultor, tiene bastantes conocimientos y posee cantidad de semillas extranjeras, que tiene la intención de cultivar uvas, trigo, pimienta y otros cultivos, de los que tiene secretos para alcanzar buenas y abundantes cosechas». La descripción del informe muestra que los inmigrantes europeos aportaban a la sociedad santandereana conocimientos técnicos tanto industriales como agrícolas. El mismo Severo Olarte destacaba una de las ferias que dinamizaban el mercado interno: se realizaba anualmente, por el mes de febrero, en el pueblo de Labateca; allí se vendía ganado vacuno y caballar, así como diversas mercaderías; a Labateca concurrían comerciantes de Boyacá, Venezuela y diferentes pueblos del Estado. En los cinco días de la feria «circulaba el oro en abundancia y se expendían hasta ochenta cargas de aguardiente, las transacciones podían superar los sesenta mil pesos».

61 JOHNSON David. Santander siglo XIX…, op. cit., pp. 119-164. El profesor Johnson ofreció una exposición amplia y documentada de la producción artesanal en Santander y de su decadencia en las provincias del sur, circunstancia que puso en relación con el librecambio y la producción de café. El peso de los artesanos en la sociedad santandereana puede dimensionarse con los siguientes datos aportados por Johnson: a mediados de siglo, en el distrito de Bucaramanga –que tendría unos 11.000 habitantes– había más de 3.000 mujeres dedicadas a las artesanías y se producían unos 83.000 sombreros de nacuma (los denominados de jipijapa o iraka) al año. Durante ese tiempo los sombreros eran un producto principal, que representaba hasta un 24 % del total de las exportaciones colombianas, incluidos el tabaco y el café. Según Salvador Camacho Roldán, en 1868 había en Santander unas 40.000 personas dedicadas a la fabricación de sombreros, es decir, eran artesanos; y según el Anuario Estadístico de Colombia de Aníbal Galindo, el 85 % del artesanado estaba conformado por mujeres, de lo cual se deduce que se trataba sin duda de un oficio familiar que ocupaba en su mayoría a las mujeres. Ahora bien, consideremos que 40.000 personas representaban aproximadamente un 10 % del total de la población santandereana de entonces, y, según los censos de 1850 y 1870, solo un 6 % de ella estaba asentada en áreas urbanas; en consecuencia, gran parte de las artesanas, más precisamente, vivían como arrendatarias en ámbitos rurales, en las haciendas y en pequeñas parcelas.

62 PALACIOS Marco. La fragmentación…., op. cit., p. 112.

63 MUÑOZ Milina. “La industria del sombrero de paja de toquilla”. Revista Colombiana de Folclor, 1960, vol. 11, n.˚ 5, p. 163. Citado por JOHNSON David, Santander siglo XIX…, op. cit., p. 144.

64 En Santander hubo un mestizaje temprano, que unido al impacto de la colonización condujo a la desaparición de los nativos de la región. En el siglo XIX apenas sobrevivían algunas tribus de cazadores en las selvas del Magdalena Medio, que nunca fueron sometidas, pero sí exterminadas a lo largo del siglo. Respecto a la población Guane y a la actividad artesanal de mediados de siglo, véase ANCÍZAR Manuel. Op. cit., pp. 94, 95.

65 Gaceta de Santander, 7 de octubre de 1870. Esta tabla corresponde a informes de los jefes departamentales, y sin duda fue elaborada con datos aportados por alcaldes y particulares. En todo caso, se trata de datos aproximados, pues no existían controles ni estadísticas formales.

66 Una carga equivale a 10 arrobas, equivalentes a 1225 kilos. La carga representa el peso que, en la época, normalmente transportaban las mulas por los caminos hacia los puertos de los ríos.

67 Informe del presidente Aquileo Parra, 1875, pp. 24-32. El Informe del presidente recoge los informes de los gobernadores. El gobernador de Ocaña decía, en relación a los datos de producción presentados: «El siguiente cuadro, suministrado bondadosamente por la Sociedad Comercial del Departamento, manifiesta el movimiento de cargas entre esta ciudad y el Puerto Nacional en los meses de abril, mayo, junio […]». Luego enumeraba productos exportados e importados. Ramón Gómez, jefe departamental de Soto en el mismo año, señalaba: «La estadística industrial está enteramente por crear entre nosotros, i es, por tanto, apenas aproximado i mui deficiente lo que puedo decir a este respecto. El cultivo del café ha seguido ensanchándose, pudiéndose calcular en seis millones el número de árboles existentes». Agregaba que unas cuatro mil personas se dedicaban a la elaboración de sombreros, y que de las treinta a cuarenta mil cargas de tabaco, producidas en otro tiempo, solo se sacaban unas ocho o diez mil al año. La falta de estadísticas se mantenía en 1879, pues el presidente Wilches informaba a la Asamblea que se disponía a expedir un decreto especial reglamentario conforme a lo estatuido en el libro 5.º del Código de Fomento (Informe del presidente, p. 32). Nunca hubo tal, y el asunto de las estadísticas siguió siendo una asignatura pendiente

68 Informe del presidente Solón Wilches, 1879, p. 115. En: Archivo Histórico Regional. En el decenio de 1870 se estableció el telégrafo en la mayoría de los departamentos de Santander, con lo cual se mejoró la comunicación con otros estados. García Rovira fue el último departamento en instalarlo. Así lo señala el secretario de gobierno de Wilches, Torcuato Carreño, quien en 1879 solicitaba un telégrafo para Málaga, Concepción, y San Andrés –poblaciones de García Rovira–, y alegaba que dicho Departamento era el único que carecía de tal servicio.

69 Aquileo Parra, quien en su juventud estuvo dedicado al comercio, relató en sus Memorias detalles de operaciones comerciales cuando aún no existía la navegación a vapor. Cuenta que a las tradicionales ferias de Magangué y Mompós, ciudades de la Provincia de Magdalena (Costa Atlántica), acudían comerciantes santandereanos y de otras regiones del país a vender sombreros, mantas, prendas de batán, taguas, guaduas, bocadillos, cueros, tabaco y oro; a su vez, estos comerciantes compraban artículos que llegaban de contrabando desde las Antillas a Riohacha, y los llevaban a las provincias del interior, como Neiva, Tunja, Vélez.

70 HALPERÍN DONGHI Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Madrid: Alianza Editorial, 2001, pp. 210-224. Con respecto a los ferrocarriles, Halperin señala que de 1878 la Nueva Granada tan solo tenía 100 kilómetros de vía ferroviaria, y unos 2.000 kilómetros de redes telegráficas, muy por debajo de la mayoría de países latinoamericanos (Argentina, México, Chile, Uruguay, Brasil), que para entonces contaban con estas innovaciones tecnológicas. También precisa que, tanto en el río Magdalena como en el de La Plata, la navegación a vapor fue ensayada desde los años veinte, aunque su autorización de modo definitiva solo se consiguió en los años cuarenta.

71 HOBSBAWN Eric. La era del capitalismo (1848-1875). Barcelona: Editorial Labor, 1989, pp. 35-40.

72 El impuesto a la riqueza establecido por los radicales desde 1858, y del que se preservan algunos años consecutivos, permite inferir que la Provincia de García Rovira figuraba entre las más pobres. Al respecto véase JOHNSON, Santander siglo XIX…, op. cit., pp. 237-238.

73 Son escasos y quizás inexistentes para la Nueva Granada, los trabajos acerca de las familias “principales” y su decadencia o ascenso a finales de la Colonia y etapa post independentista. Acerca de esta temática y sobre las «familias insertadas en el aparato del poder político», véase BERTRAND Michel, “Poder peleado, poder compartido: familias y Estado en la América española colonial”, en PUCHE Sebastián e IRIGOYEN Antonio (eds.). Territorios distantes, comportamientos similares. Murcia: 2009, pp. 217-237. Bertrand menciona los estudios que desde los años setenta se basan en las familias y su inserción en el aparato estatal colonial y poscolonial. Lo que –señala- ha facilitado una línea de investigación que cruza las temáticas de la historia de las familias y la historia del Estado.

74 Archivo Notarial de la Concepción, Archivo Histórico Regional, Rollo 1667790.

75 Archivo Histórico Regional. Corona fúnebre del general Solón Wilches. Tipografía mercantil de Bucaramanga, 1894, p. 32. En los años posteriores a la muerte de personas consideradas ilustres, se solía editar una especie de revista a la que se le denominaba Corona fúnebre. En la de Solón incluyeron el parte médico que suministró su cuñado José María Ruiz, los actos de las efemérides que se realizaron al año de su muerte y las cartas de familiares, dolientes y amigos.

76 Milcíades, por ejemplo, además de coronel de la Fuerza Permanente del Estado, fue nombrado en 1865 notario y jefe departamental en García Rovira, cargo que ocupó hasta 1867 (Gaceta de Santander, 6 de octubre de 1865, p. 558). Después, en 1871, fue recaudador de hacienda en la provincia (Gaceta de Santander, 11 de enero de 1872, p. 307). Marco Aurelio, por su parte, fue alcalde en La Concepción en 1878 (Gaceta de Santander, enero 9 de 1879, p. 485). También fue jefe departamental de Soto en 1879 (Gaceta de Santander, 23 de septiembre de 1879, p. 747) y diputado en varias oportunidades. Joaquín Wilches también fue diputado; Joaquín Calderón se desempeñó como agente fiscal en 1858, y luego fue notario en Fortul y San Andrés en 1879 (Gaceta de Santander, 13 de maro de 1879, p. 561). Además, participó al lado de Solón en la guerra de 1859-1862.

77 CARNICELLI Américo. La masonería en la Independencia de América (1810-1830). Tomo 1. Bogotá: Talleres Nacionales de Artes Gráficas, 1970, p. 78.

78 La masonería “Escocista”, o “el Escocismo”, otorga grados desde el 4.° al 33.°, alegóricos a mitos y leyendas. Algunos de ellos evocan títulos nobiliarios en desuso en la época en que se establecieron estos altos grados (siglos XVIII y XIX). Esta masonería parece tener un origen francés y no propiamente escocés como podría intuirse. De otra parte, está la masonería simbólica que se ciñe a los tres grados básicos: aprendiz, compañero y maestro, cuyas máximas autoridades está en las Grandes Logias. En Colombia durante el siglo XIX las logias fueron controladas por el escocismo, representado en los supremos consejos del grado 33.˚. Su independencia se produjo en las primeras décadas del siglo XX, cuando se unieron para conformar grandes logias y buscaron su reconocimiento por parte de la masonería simbólica internacional, cuya matriz siempre ha funcionado en Londres. Respecto al escocismo también llama a equívocos el hecho de que la masonería simbólica utilice un sistema ritual denominado Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA).

79 ARIZA Nectalí. La masonería en Bucaramanga, poder político y religiosidad, 1912-1970. Bucaramanga: Editorial SIC, 2000. En ese trabajo se analizaron las motivaciones de los candidatos, tanto de los aceptados como de los rechazados, para ingresar a las logias de la ciudad. Del seguimiento de sus respuestas, a lo largo de cincuenta años, se infiere que la mayoría buscaba establecer vínculos sociales, económicos y políticos, y otros, en un porcentaje menor, lo hacían por inclinaciones esotéricas.

80 LOAIZA Gilberto. “La masonería y las facciones del liberalismo colombiano durante el siglo XIX. El caso de la masonería en la Costa Atlántica”. Universidad Nacional de Colombia: Historia y Sociedad, 2007, n.˚ 13, pp. 65-89. También Carnicelli hace énfasis en tal tesis.

81 Antenor Montero a Solón. La Concepción, Socorro. 15 de noviembre de 1870, C. 7. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional. La nota reza: «Hoy hace ocho días puse una cartica para todos los hh. haciendo la propuesta de estilo y le ruego tome todo el interés posible a fin de que de hoy en quince días venga la respuesta favorable, para dar tiempo […] a que Parra le construya el uniforme […] el 16 podemos partir con Milcíades y que juntos hagan el gasto del banquete y se reciban antes del 25, para que puedan tomar parte en la fiesta de nuestro padre San Juan». El uniforme era sin duda el collarín y el mandil. El banquete por tradición lo pagan los iniciados. Pero llama la atención que la fiesta de San Juan la celebraran en diciembre, y no en junio como se acostumbra actualmente en las logias.

82 CAMACHO R. Salvador. Memorias. Bogotá: Editorial Bedout, 1923, pp. 190-191.

83 Ibíd.

84 CARNICELLI Américo. Historia de la masonería colombiana. Tomos I, II. Bogotá: Talleres Nacionales de Artes Gráficas. 1975, pp. 20, 21, 254. Esta obra constituye la principal fuente sobre la masonería colombiana en el siglo XIX. Se trata de un compendio documental recuperado por el autor durante varias décadas de los archivos de familiares de masones y de las logias de Colombia.

85 OTERO BUITRAGO Nancy. Tomás Cipriano de Mosquera. Análisis de su correspondencia como fuente historiográfica y mecanismo de poder: 1845-1878. Cali: Univalle, 2015, 276 p.

86 GONZÁLEZ Marina. Fotografía del gran Santander. Bucaramanga: Banco de la República, 1990, pp. 19, 22, 72.

87 CARNICELLI. Ibíd., pp. 101-105. La fuente acerca de los miembros de la logia del Socorro corresponde a documentos recuperados por Carnicelli entre los descendientes de los masones, pues los archivos de la logia desaparecieron y tan solo se conservan la carta fundacional y algunas actas de ceremonias.

88 José María Samper fue iniciado a mediados de siglo en Bogotá. Este pasó de ser liberal radical sobresaliente a ser aliado de los conservadores. Incluso el apodo de “gólgotas”, con que se conoció a los liberales radicales en sus inicios, se generalizó porque en sus discursos Samper aludía “al mártir del Gólgota”, así lo recuerda Camacho Roldán en sus Memorias. Cabe destacar que entonces había entre los liberales una tendencia discursiva con elementos del socialismo utópico francés y evocaciones cristianas.

89 El golpe contra Mosquera fue encabezado por el general Santos Acosta, quien días antes había sido nombrado jefe del Ejército. Santos era de la logia Filantropía Bogotana, a la que ingresó por presentación de Mosquera. En el golpe participaron el general Rafael Mendoza y el coronel Daniel Delgado, también masones. Además del presidente fueron encarcelados sus ministros, todos con altos grados en la masonería: José M. Rojas Garrido (grado 33), ministro del Interior y Relaciones Exteriores; general Vicente G. de Piñeres (grado 33), ministro de Guerra y Marina; general Alejo Morales (grado 30), ministro de Hacienda y Fomento; general Peregrino Santacoloma (grado 30), intendente de Guerra y Marina; Agustín Núñez (grado 32), magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Acerca de los masones involucrados en estos sucesos, véase CARNICELLI, Historia de la masonería colombiana, Tomo I, pp. 114-120.

90 La Encíclica Multiplices Inter Machinationes, del 25 de septiembre de 1865, estableció el pecado de masonería. En el siglo XVIII hubo una docena de encíclicas papales de prohibición y excomunión contra la masonería. En el Siglo XIX otras tantas, siendo Pío IX (1846-1878) el que más expidió.

91 Unidad Católica n.˚ 134. Pamplona, 1 de noviembre de 1990, p. 1543. Citada por PARRA R. Esther y PARDO Eduardo. “Intransigencia eclesiástica en la Diócesis de Nueva Pamplona durante la segunda mitad de siglo XIX”. Tesis de grado por el título de historiador. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 1995, p. 114.

92 SÁENZ ROVNER Eduardo. “La industria petrolera en Colombia, concesiones, reversión y asociaciones”. Revista Credencial Historia, 1994, n.° 49.

93 Guillermo León era un médico graduado en París, liberal y masón anticlerical. En el periodo 1884-1885 tomó las armas con los revolucionarios de Santander que se enfrentaron al Ejército Regenerador, y fue nombrado jefe militar y civil del Estado Soberano de Santander por los radicales.

94 La Revista Diocesana, Socorro, 9 de marzo de 1916, n.˚ 52, p. 229. Véase PARDO y PARRA, “Intransigencia eclesiástica…”, op. cit., p. 112.

95 GÓMEZ Ramiro. Hechos y gentes…, op. cit., pp. 227-241.

96 Unidad Católica. 10 de febrero de 1901, n.˚ 316. Citada en PARDO y PARRA, “Intransigencia eclesiástica…”, Op. cit., p. 115).

97 Otálora reemplazó a Francisco Javier Zaldúa cuando este murió el 21 de diciembre de 1882. Otálora gobernó hasta el 1 de abril de 1884.

98 CARNICELLI. Historia de la masonería…”, Tomo II, pp. 283-286.

99 Gaceta de Santander, Socorro, 15 de septiembre de 1870.

100 Informe del presidente Solón Wilches a la Asamblea. Socorro: Imprenta del Estado, 1872, p. 6. En: Archivo Histórico Regional.

101 Informe del presidente Solón Wilches. Socorro: Imprenta del Estado, 1872, p. 11. En: Archivo Histórico Regional.

102 Ibíd. En el contrato acordado para mejorar el camino que de Bucaramanga conducía al Puerto de Botijas, Wilches amplió los privilegios del contratista alemán por cuatro años más.

103 Ibíd., p. 14.

104 Ibíd., pp. 12, 13, 25, 28.

105 Informe del presidente Narciso Cadena. Socorro: Imprenta del Estado, 1873, p. 73. En: Archivo Histórico Regional.

106 En una nota sin fecha ni lugar, Milcíades le decía a Solón: «Afectísimo pariente […] recibí tu correspondencia y la del resto de familia […] respecto a la candidatura, del Socorro me escriben indicándome al Gral. Mosquera, pero entiendo que no es el candidato […] aquí [en La Concepción] no se ha acordado por quién deba votarse; sería bueno que se ponga Ud. de acuerdo con los demás santandereanos […] y al llegar al C-E uniformásemos la elección. El 11 pasó por aquí J. M. Villamizar muy triste por la muerte de su hermana […] yo debía irme a sacar de la pila a una chiquita de don Rafael, pero he dejado el viaje en la creencia que Ud. vendría antes y que debemos tocar cosas en línea del Estado» (Milcíades, 17 de marzo, s. m. d.). «Sacar de la pila» es servir de padrino de bautizo, y por tanto establecer un compadrazgo, un vínculo más fuerte que la sola amistad, pues el compadre resulta ser, simbólicamente, parte de la familia. En otra misiva le decía: «Ya se reclutaron unos cien hombres, que traiga unas cornetas y recuerde que aquí no hay municiones y hay pocas armas buenas. Es indispensable que solicite una escolta que la custodie, porque es seguro que los godos esperan su venida y le salgan […] Me alegro mucho que hayan nombrado a Vicente jefe departamental y lo que ahora interesa es que llegue pronto» (27 de octubre, s. m. d.). Vicente Uzcátegui era un rovirense rico, que destacó como rematador de aguardientes y que estaba afincado en Soto. Antenor Montero a Solón. La Concepción, Socorro. 15 de noviembre de 1870, C. 7. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

107 De Francisco a Solón. 5 de abril, s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional. La misiva sigue: «Sigo muy malo [enfermo] y es esa la razón para que Ud. tenga la generosidad de interesarse en que se me pague, pues Carmelita no ha podido vender su casa. La alarma de guerra está cundiendo y yo puedo ayudarle, pero necesito vida para poder serle útil en lo que Ud. crea que puedo hacer [le pide que reflexione si necesita otra casa, que puede ser] la que habitaba Ignacio Cadena y que alguna familia de confianza [de Solón, para que] ocupe la que tiene actualmente, pues esta no tiene seguridad en caso de ataque o una traición».

108 Francisco Mateus a Solón Wilches: «Correa pidió licencia para dejar la plaza de oficial 2.˚, y se fue a San Gil a servir a la Secretaría del Juzgado Superior de lo civil, en su lugar quedó Araque, pero sin nombramiento. Si Don Domingo continúa como subsecretario yo desearía que mi sobrino Paredes reemplazase a Correa, es más inteligente que Araque, escribe más ligero y con ortografía, me ha prometido ser formal, laborioso y observar buena conducta. Araque no necesita del destino, tiene otros negocios presentes. Si Don Domingo no continúa, entonces volvería yo a la plaza de subsecretario y Paredes podría ocupar la plaza de oficial 1.˚ y Araque la de oficial 2.˚. En todo caso, si Ud. tuviese a bien disponer de otro modo, le suplico desengañe a Paredes para que sepa a qué atenerse, pues tiene mucha esperanza en que Ud. le favorezca». En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

109 El gráfico muestra que los cargos dependían fundamentalmente del presidente Wilches y del TSJ, cuyo hombre fuerte en este periodo y hasta su muerte (1879) fue Rafael Otero, suegro de Wilches. En la Asamblea las decisiones eran compartidas con la facción de Aquileo Parra, líder de los radicales en Santander.

110 Alfonso Rueda a Solón Wilches. 2 de julio, C. 1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

111 Telésforo Nieto a Solón Wilches. C. 1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

112 Jacinto Rangel a Solón Wilches. 26 de septiembre, C. 1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

113 Solón Wilches, c. 1., s. m. d.

114 AFANADOR José Pascual. La democracia en San Gil. Colección Memoria Regional. Gobernación de Santander, Bucaramanga: 1990, 122 p. En este pequeño libro, cuya primera edición data de 1851, el cura Afanador se lamentaba porque los ricos no valoraban a los artesanos, a estos los describe como los hombres que prestaban su concurso en la guerra y que luego volvían a sus oficios artesanales a atender las parcelas de su propiedad. Afanador describía un prototipo de “artesano” que también era soldado voluntario y pequeño aparcero.

115 Solón a Joaquín. La Concepción a San Andrés. 21 de mayo de 1867, C. 2. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

116 El Eco de Santander. Artículo acerca de la muerte de Solón. 15 de octubre de 1893. En: Archivo Histórico Regional.

117 Antenor Montero a Solón Wilches. La Concepción, 16 de abril de 1860, C. 1, s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

118 Benedicto Carrillo a Milcíades y Solón. 13 de marzo de 1859, C. 12, C. 1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional. Esta carta abunda en detalles. Carrillo, que escribía un domingo 13, señalaba que el lunes anterior a ese día habían caído unos veinte hombres de los legitimistas (federalistas), entre ellos un tal Sánchez Pacheco; luego aportaba datos acerca del número de hombres que se alistaban desde el norte y de los recursos aportados por los comerciantes de Cúcuta y Maracaibo, afines al gobierno radical. El remitente también anexó el listado de pueblos aliados de los revoltosos, y agregaba: «la verdad sea dicha, la revolución es popular».

119 Joaquín M. Espinel a Solón. La Concepción, 15 de septiembre de 1878, C. 1. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

120 Solón a Joaquín Wilches. La Concepción a San Andrés, 21 de mayo de 1867, C. 12. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

121 Salustiano Ortiz al general Tomás Cipriano de Mosquera. Onzaga a Bogotá, 13 de mayo de 1867, C. 12. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

122 Celso Serna fue socio del Camino del Casanare en los inicios de esa empresa (1867). Fue representante por García Rovira en los primeros años del Estado y durante la década de los sesenta fue un duro crítico de los conservadores y sus aliados. Murió en la guerra de 1876, junto a José María y Avelino García, en una refriega acaecida en Málaga contra guerrilleros dirigidos por el conservador Acisclo Parra, al que meses después derrotaron y detuvieron fuerzas radicales. No obstante, el mismo Solón, entonces jefe del Ejército de Santander, intervino ante el Gobierno de Trujillo por intermedio de Antonio Roldán y logró la libertad y el buen trato para Acisclo (carta citada por OTERO M., p. 301). Solón compró las acciones que tenía Celso en la Empresa del Camino al Casanare a su viuda. Posteriormente, en 1885, Acisclo Parra figuraba como subalterno de Solón en el Ejército, además los dos intercambiaban correspondencia con trato de amigos.

123 Celso Serna a Solón. Suratá a La Concepción, 24 de junio de 1869, C. 12. El temor por el inicio de una nueva guerra se extendía en cada campaña electoral. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

124 Severo Olarte a Solón. Pamplona, 8 de julio de 1869, C.12, s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

125 Joaquín Calderón a Solón. San Gil, 20 de agosto de 1869, C. 12, s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

126 La pobreza y la escasa institucionalidad estimulan el clientelismo, si bien el fenómeno también está presente en sociedades ricas del pasado y de la actualidad. Al respecto, véase PIATTONI Simona. Clientelism, interest, and representation: the European experience in historical and comparative perspective. Cambridge, University Press, 2001, 240 p.

127 El clientelismo político, como se dijo antes, suele ser definido como un intercambio dado en un marco de relaciones desiguales, personalizadas, informales, en ocasiones difusas; no obstante, en el contexto histórico que vivió Wilches se evidencia también un intercambio entre individuos con poder político cercano, similar. Acerca de una caracterización del clientelismo político por parte diversos autores, además de los ya mencionados, véase AUYERO Javier. “Desde el punto de vista del cliente. Repensando el tropo del clientelismo político”. Apuntes de investigación del Cecyp, 1998, n.° 2/3, p. 28

128 Eulalia de Ilejalde a Solón Wilches, C.1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional. La misiva continúa señalando que el general Januario Salgar (hermano de Eustorgio) se había comprometido a pagar el estudio de una de sus hijas, pero no lo había hecho, y por lo tanto necesitaba de su ayuda. Santos Gutiérrez murió en 1872, participó en varias guerras y ocupó cargos de importancia, entre los cuales el de presidente de la Unión (1868-1870); no obstante, había dejado a su mujer, o amante, en la ruina.

129 IBÁÑEZ José. Vida, obra y época del ciudadano-soldado. Bogotá: Imprenta de las FFMM, 1999, p. 305.

130 Venancio Rivera a Solón. C.1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

131 Delgado a Solón Wilches. 22 de octubre, C.1., s. m. d. En: Archivo Solón Wilches. Archivo Histórico Regional.

Las clientelas del general Wilches

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