Читать книгу La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) - Ángeles Finque Jiménez - Страница 12

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La actitud general de la población española ante la sedición militar fue prácticamente de indiferencia; ningún sector social quiso defender el antiguo sistema de la Restauración. Si examinamos la prensa de la época, nos muestra que la sociedad actuó de forma expectante; unos artículos llamaban a la prudencia y otros tenían una postura favorable ante el pronunciamiento militar. Por ejemplo, el diario El Sol no escatimó elogios hacia el general Primo de Rivera, pues en uno de sus editoriales del número correspondiente al 14 de septiembre de 1923, valoró como positivo el levantamiento militar. Incluso apuntó que debía haberse producido seis años antes, cuando se desarrolló las crisis social, política, económica y militar de 1917, pues así se hubieran evitado los graves acontecimientos institucionales que vivió el país.13 El Sol, desde sus páginas, en sucesivos artículos animó al nuevo gobierno para que su actuación fuera eficaz y resolviera la incierta etapa por la que atravesaba España.

Esta misma idea la manifestó Rafael Gasset en El Imparcial, señalando que la opinión pública veía de forma positiva la eliminación de la «vieja política del turnismo de poder». De ahí la posición expectante de la ciudadanía ante la implantación del Directorio Militar, que aunque rechazó el procedimiento empleado, no se asombró ni se opuso a la pretensión de acabar con un sistema estéril.14

El periódico ABC también mostró en varios artículos el desencanto de la sociedad española con el régimen destituido, exponiendo que nadie iba a añorar al sistema político de la Restauración y congratulándose por el gobierno militar establecido.15 Igualmente, La Época reflejaba en sus páginas cómo importantes grupos conservadores acogían con agrado al régimen dictatorial, mientras que otros quedaron expectantes ante los acontecimientos acaecidos.16 Del mismo modo, el periódico El Debate pone de relieve la favorable disposición de la sociedad española hacia el cambio de régimen y la buena actitud de la clase trabajadora en general.17

Se aprecia que la prensa no censuró la sublevación militar, excepto El Liberal madrileño del 14 de septiembre de 1923, que insertaba en sus páginas un pequeño artículo calificando los hechos de atropello a las libertades públicas; pronosticando que el triunfo de la Dictadura sería efímero y de consecuencias negativas18. Asimismo, El Heraldo de Madrid en su editorial del día 13, también manifestó su repulsa a la sublevación militar, culpando de los acontecimientos acaecidos a los partidos dinásticos, como resultado de su mala gestión ante las cuestiones de Estado. Subraya el artículo que el verdadero cambio político debía haber sido realizado por el «pueblo», porque el ejecutado por una sola clase social corría el riesgo de servir a los intereses de la fuerza promotora. Recomendó al gobierno militar que realizara una transformación social equitativa en beneficio del conjunto de la ciudadanía.19 Insistió en lo significativo que era para España constituir un sistema defensor de las libertades públicas, apelando a las fuerzas demócratas para que lucharan contra el régimen dictatorial.20 Su director, José Rocamora, en el editorial, criticó duramente al rey Alfonso XIII, culpándole de la degradación política y de la sublevación militar. Expresó:

La suerte de España está puesta en manos del Rey. De un Rey que ha quedado sin opción para elegir gobernantes (…) tiene el Rey muy escasas prerrogativas, una de ellas es la negación de confianza a sus ministros y la elección de los consejeros de la Corona. De esa prerrogativa le despoja una sublevación que ha triunfado. La majestad queda convertida en servidumbre. El cetro y la Corona quedan humillados por el kepis y por la espada. (…) Un rey de voluntad cohibida será el signo de una soberanía pasada, mas ya no se puede recibir el nombre de soberano Si su firma se estampa al pie de resoluciones impuestas por la coacción. Porque cuando uno se deja el cetro para tomar la pluma y escribir al dictado, a impulsos de la violencia que triunfa, se deja, de hecho, de ser rey.21

En general, los periódicos mostraron una postura favorable ante los acontecimientos desarrollados; era el sentir de la ciudadanía española. Las fuerzas políticas y sociales, como se analiza en los apartados siguientes, unas simpatizaron con el cambio de sistema, mientras que otras permanecieron en modo pasivo puesto que no lucharon contra el pronunciamiento militar. Esta inacción de la sociedad española se produjo porque no se percibía un sistema viable que modificara la compleja situación política en España, lo que motivó el régimen dictatorial a pesar de someter los derechos fundamentales.

Posición de la clase política

La postura de la mayor parte de los políticos fue de apoyo tácito y de «dejar actuar» al régimen dictatorial para que pudiera controlar los distintos asuntos latentes en nuestro país. En realidad, se plegaron al nuevo sistema. La frase más difundida fue: «Deben gobernar solos y sin dificultades, pero sin la ayuda de los políticos». Resultó perceptible que el sistema de la alternancia en el poder había fracasado, la propia actitud de sus representantes lo constató, optando por dejar a los militares que resolvieran los problemas de gobierno. Fue notorio el sometimiento de los políticos ante la dictadura, ya que el propio ministro destituido de Gracia y Justicia, López Muñoz, desempeñó la función de notario mayor del reino en la jura de Miguel Primo de Rivera como presidente del Directorio Militar. Los partidos dinásticos, consecuentes, no pudieron optar por otra actuación porque una vez sancionado el pronunciamiento militar por Alfonso XIII, y nombrado Primo de Rivera como presidente del Gobierno, parecía de obligado cumplimiento acatar la decisión real. Además, las distintas fracciones de los partidos monárquicos restaban fuerza y decisión para actuar de otro modo.

Dentro de la ideología conservadora existieron distintas fuerzas políticas. En el Partido Conservador de Antonio Maura fueron claras las diferencias entre sus miembros a la hora de enjuiciar la sublevación militar. Unos dirigentes difundieron un comunicado el 15 de septiembre de 1923, en el que manifestaron su apoyo a la dictadura: «Saludamos con júbilo su aparición».22 Sin embargo, su máximo representante, Antonio Maura, resaltó lo negativo de los sistemas autoritarios porque, entre otras medidas impositivas, procedían a anular la Constitución y la acción política de los partidos.23 A pesar de este criterio, Antonio Maura en octubre de 1923 se reunió con Primo de Rivera, recomendándole la realización de una serie de medidas como la reforma en el censo electoral, la transformación del Senado instituido por corporaciones, e incluso se planteó la viabilidad de establecer una Asamblea Nacional Constitutiva.24 No obstante, debido a sus convicciones jurídicas y de acción política de los ciudadanos, rehusó el régimen dictatorial subrayando que debía ser transitorio.

El Partido Conservador de José Sánchez Guerra se mostró neutral y no puso obstáculos al nuevo gobierno; si bien su dirigente lo rechazó. Sánchez Guerra defendió un sistema representativo, regenerado y con espíritu de cooperación entre los miembros del partido.25 A través del periódico La Época, dejó constancia de sus convicciones monárquicas, constitucionales y parlamentarias, frente al sistema autoritario. Posteriormente, el 8 de mayo de 1925, declaró que a pesar de ser monárquico, rechazaba la monarquía absoluta ejercida por Alfonso XIII.26 El político conservador abandonó el país con destino a París, una vez constituida por Primo de Rivera la Asamblea Nacional Consultiva.

Otros dirigentes conservadores, como Manuel de Burgos Mazo y Joaquín Sánchez Toca, censuraron la implantación del régimen dictatorial por haber eliminado el sistema constitucional. Si bien estimaron conveniente apartar del Gobierno a los políticos de la Restauración, Burgos Mazo opinó que una selección de «hombres rectos» podía resolver las dificultades existentes, y, de no ser posible, un gobierno militar con la colaboración de sectores civiles y dentro de la Constitución.27 Por su parte, Sánchez Toca se mostró escéptico y no confió en que los militares pudieran solucionar las difíciles circunstancias por las que atravesaba España y vislumbró que el gobierno dictatorial sería transitorio.28

El Partido Social Popular apoyó a Primo de Rivera, aunque con discrepancias entre sus dirigentes. Hubo dos facciones: por un lado, la encabezada por Víctor Pradera, que mostró su simpatía hacia el nuevo sistema político, teniendo una buena opinión del Dictador29 y públicamente solicitó al Sindicato Católico su adhesión al Régimen para que pudiera consolidarse como fuerza política y formar parte de un gobierno corporativo y anticomunista. Por otro, la de Ángel Ossorio y Gallardo se mantuvo crítica con la Dictadura, culpó al rey Alfonso XIII de dirigir el golpe militar y opinó que Primo de Rivera había sido un mero instrumento, ya que la mano ejecutora había sido la del monarca.30 La actitud general del Partido Social Popular fue de no poner impedimentos a los militares en el gobierno para que pudieran resolver los distintos y difíciles asuntos que tenía el país.

El Partido Tradicionalista, rama del carlismo, orientado hacia posiciones muy conservadoras, fue claramente favorable a la desaparición del sistema liberal. Su dirigente, Juan Vázquez de Mella, deseó un régimen basado en el sentimiento nacional puramente religioso. Uno de sus principales postulados políticos se basaba en la sustitución del parlamentarismo por un sistema representativo de clases, defendiendo el corporativismo y la soberanía social. En coherencia, alabó muy positivamente la actuación de Primo de Rivera y le ofreció su colaboración, pues ambos resaltaron la idea de patria, tradición y religión como principios inspiradores a la ciudadanía.31

La Lliga, partido conservador y catalanista, mantuvo contactos con Primo de Rivera en la preparación del pronunciamiento militar. El dirigente José Puig i Cadafalch fue muy favorable al establecimiento de un régimen dictatorial;32 incluso como autoridad catalana (asumía el cargo de presidente de la Mancomunidad), acudió a la estación de ferrocarril a despedir al general Primo de Rivera cuando se trasladó a Madrid para desempeñar la jefatura de Gobierno. Mientras, Francisco Cambó se mantuvo más distanciado, aunque también dio muestras de simpatía con la transformación del sistema, pues estimó que la sublevación militar era una garantía para solucionar los constantes conflictos entre la patronal catalana y los sindicatos obreros; el gobierno militar establecería el orden y frenaría al movimiento obrero exaltado, terminando así con las graves tensiones sociales.

A los partidos liberales no les causó sorpresa la insurrección militar, debido a la complicada situación coyuntural que venía desarrollándose en España desde la crisis de 1917. Decidieron no interferir en la actuación de gobierno de Primo de Rivera, pero rechazaron el procedimiento empleado para acceder al poder. Estimaron necesarios los objetivos renovadores en los diferentes sectores sociales y en la administración del Estado, aunque ningún político liberal debía intervenir ni colaborar con la Dictadura.33 Así, Álvaro Figueroa, conde de Romanones, en un artículo publicado en el Diario Universal, periódico de carácter personalista y de su propiedad, reflexionó sobre la inadecuada gestión de gobierno de los partidos conservadores y liberales, subrayando que no habían estado a la altura política ante de los graves acontecimientos desarrollados en nuestro país. Por tanto, hará responsables de la mala gestión a todos los gobiernos del «turnismo», incluido su propio partido; reconociendo así la deficiencia del sistema de la Restauración.34 De ahí su posición, porque si bien rechazó los sistemas totalitarios, incluso participó en movimientos para desalojar del poder a Primo de Rivera. Sin embargo, manifestó en su obra Notas de una vida, una opinión muy positiva sobre Miguel Primo de Rivera.35

Niceto Alcalá Zamora perteneció primero al Partido Liberal del conde de Romanones, y posteriormente al Liberal Demócrata de Manuel García Prieto. Ante la sublevación militar manifestó su oposición y resaltó lo indispensable que era un sistema democrático para España, pero no puso impedimento al desarrollo del nuevo régimen. Estimó que Primo de Rivera podía eventualmente solucionar algunas cuestiones de gobierno, pero su poder sería efímero; ya que dudó que lograra construir un sistema político estable de cara al futuro.36 Alcalá Zamora fue cambiando su postura a lo largo de la etapa dictatorial, convirtiéndose en uno de los más firmes opositores a Primo de Rivera y al rey Alfonso XIII, declarando su afinidad con la Republica.

Determinados sectores del Partido Liberal se mostraron desde un principio mucho más disconformes y rechazaron el régimen dictatorial, como fue el caso de Santiago Alba, quien juzgó equivocado el modo de proceder de los militares, por lo que abandonó España.37Ante la persecución y el procesamiento que Primo de Rivera realizó hacia su persona, acusándolo de apropiarse del dinero destinado a la guerra de Marruecos cuando ejercía el cargo de ministro de Estado, Alba defendió su inocencia. En una serie de escritos, unos publicados en la prensa extranjera, otros enviados a políticos españoles, como el remitido al conservador José Sánchez Guerra o al propio monarca, abogó por su actuación en el Gobierno y por su honor. Así, desde Biarritz, el 18 de septiembre de 1923 publicó una carta en el diario L´Echo de París, negando toda inculpación.38 Poco después, en octubre de 1923, desde Bruselas, Alba mandó una nueva carta a Alfonso XIII, exponiendo el motivo de su marcha y solicitando al Rey que se resolviera su inculpación y procesamiento, apelando a la justicia.39

Otro dirigente liberal, Manuel García Prieto, jefe del gobierno dimitido tras el pronunciamiento militar, se mostró poco enérgico y se resignó ante la voluntad real, declarando al capitán general de Madrid, Muñoz Cobos, la siguiente frase al abandonar el poder: «Ya tengo un santo más a quien encomendarme: a san Miguel Primo de Rivera, porque me ha quitado de encima la pesadilla del gobierno».40 En realidad, García Prieto pudo haberse opuesto al régimen dictatorial, o al menos haber efectuado algún gesto de resistencia, sin embargo no lo hizo y se inclinó a la decisión del monarca y al nuevo sistema.

El Partido Reformista, fundado y liderado por Melquíades Álvarez, constituía una fuerza social y popular, pero no alcanzaba a serlo electoralmente. Su dirigente, defensor de los principios democráticos y laicos, abogó por la reforma gradual del sistema político que acabase con el caciquismo mediante una legislación adecuada que regulase los diferentes sectores de la sociedad española. En el momento del pronunciamiento militar, Melquíades Álvarez declaró al diario francés Le Information, su rechazo a la actuación de Primo de Rivera, exponiendo que él hubiera efectuado de forma legal los cambios políticos que se disponía a afrontar el Directorio Militar.41 Durante el periodo dictatorial, como abogado, defendió en los tribunales a personalidades políticas que fueron víctimas del Régimen y actuó en movimientos contra Primo de Rivera; participando en el manifiesto del frustrado alzamiento de la Noche de San Juan, en 1926, realizado por los generales Weyler y Aguilera contra el Dictador.42

El Partido Republicano Radical, a través de su dirigente Alejandro Lerroux, pronosticó en los primeros días del pronunciamiento militar que este hecho desembocaría en el hundimiento de la monarquía. Motivado por el desgobierno de los partidos dinásticos y simpatizando con Primo de Rivera, se mostró proclive del orden y disciplina que pretendía implantar el nuevo sistema. Pero en realidad Lerroux pretendió crear un frente donde se aunaran las fuerzas de izquierda radicales para derrocar a Alfonso XIII. Sin embargo, sus planes no encontraron ambiente propicio, pues el movimiento que más le apoyaba era el catalanista, y tenía un marcado tinte separatista. Este partido no pudo acotar la etapa dictatorial aunque ya, desde 1926, la formación llamada Alianza Republicana conspiró contra la misma.

En definitiva, todos los partidos dinásticos se mantuvieron pasivos y acataron el gobierno de los militares; se produjo una aceptación generalizada. Aunque declararon lo negativo que era anular el sistema constitucional, permanecieron inactivos y no realizaron ningún acto para restablecerlo. Esta conducta de los políticos prevaleció por la insostenible situación que atravesaba el país. En cierto modo, se sintieron aliviados con el cambio de régimen, ya que ellos no supieron resolver las distintas cuestiones de Estado. Además, la preponderancia que el sector castrense ejercía en la vida política de la nación y la aprobación de Alfonso XIII ocasionaron el cambio de sistema, aunque fuese de modo transitorio. En consecuencia, estimaron preciso un nuevo horizonte para el país, ya que el proceso de degradación del «sistema canovista» resultaba incuestionable.

Posición de las fuerzas sociales

La ciudadanía percibió el golpe de Estado de modo impasible. Cada sector social desempeñó su trabajo sin alterar su vida cotidiana, todo continuó como si nada trascendental se hubiese producido. La sociedad estaba tan acostumbrada a las crisis políticas y sociales, que lo sucedido le pareció un hecho más de los acaecidos en el territorio nacional. Así, una parte de la ciudadanía respaldó a Primo de Rivera, mientras que otra permaneció expectante para ver cómo se desarrollaba el nuevo sistema autoritario.

Las clases burguesas españolas recibieron con gran satisfacción el pronunciamiento militar, en especial la burguesía industrial catalana, cansada del desorden social y de la aguda crisis económica existente en el país. El régimen dictatorial significaba la defensa de sus intereses mermados por la conflictividad obrera, venía a resolver los graves enfrentamientos sindicales y la violencia en las calles. El restablecimiento de la paz social incrementaría la producción industrial y una mayor estabilidad en las finanzas. De ese modo, el alcalde de Barcelona, el marqués de Alella, y el presidente de la mancomunidad, Puig i Cadafalch, ambos miembros de la Lliga, manifestaron su adhesión al general Primo de Rivera. Posteriormente cambiaron de postura, cuando el marqués de Estella, ya en la presidencia de Gobierno, rechazó toda concesión nacionalista, suprimiendo la mancomunidad.

La Conferencia Patronal Española se mostró también complacida. El 14 de septiembre de 1923 emitió un comunicado en el que se expresaba su simpatía y apoyo a Primo de Rivera.43 También la Confederación Gremial Española, constituida por pequeños comerciantes e industriales, recibió con entusiasmo al gobierno autoritario, cansada del viejo sistema caciquil y deseosa de acabar con las oligarquías dominantes y poder alcanzar un progresivo ascenso social. De igual modo, la burguesía industrial vasca aprobó la actuación de Primo de Rivera, agotada por la anarquía existente y deseosa de orden social.44 La Cámara de Comercio e Industria de Zaragoza declaró su respaldo al Directorio Militar y sus dirigentes se entrevistaron con Primo de Rivera para expresarle su cooperación.45 Asimismo, los pequeños propietarios rurales secundaron el pronunciamiento militar, y más cuando el Gobierno prometía dar solución a las demandas que solicitaban los campesinos.

La banca española —el Banco Español de Crédito, el Central, el Urquijo, el de Bilbao, el de Vizcaya, el Hispanoamericano— ofrecieron su colaboración al Dictador contribuyendo con sus préstamos financieros a la proyección de las obras públicas que el gobierno dictatorial realizó, alcanzando buenos resultados.46 Primo de Rivera se mostró satisfecho ante la actitud de los banqueros españoles porque con la política financiera se logró reactivar la economía española, modernizando las industrias y servicios.

De modo inequívoco, los sectores eclesiásticos elogiaron la actitud de Primo de Rivera, aceptando con entusiasmo la nueva legalidad. El Debate, periódico relacionado con esta colectividad, en su editorial del 14 de septiembre de 1923, señaló su complacencia a la actuación realizada por el Ejército y mantuvo una clara disposición de afianzar al Directorio Militar. 47

Por el contrario, las fuerzas obreras rechazaron la sublevación militar, pero de modo pasivo; apenas se enfrentaron. La Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y el Partido Comunista propusieron una huelga general como repulsa al pronunciamiento, pero no fue secundada por el Partido Socialista —con la única excepción del sector regional de Vizcaya—. Por ello, dicha huelga no alcanzó repercusión. En aquel periodo la estructura del movimiento obrero era frágil y se encontraba dividida, y no pudieron perturbar el sistema autoritario.

La CNT sufría una crisis debido a las divergencias existentes entre las fracciones. El origen del enfrentamiento, más que ideológico, era de estrategia.48 Había un sector partidario del terrorismo para suplantar la acción sindical, y otro opinaba que esa táctica no era eficaz para alcanzar los objetivos previstos. La doctrina anarquista rechazaba toda acción que no fuera revolucionaria, consideraban que el sistema político existente (partidos, elecciones, Parlamento…) debía de ser destruido mediante huelgas y movimientos revolucionarios. Se resistían a cualquier autoridad impuesta, como el Estado, el Ejército y la Iglesia; el anticlericalismo era patente. Pese a denegar el juego político, estimaron necesario intervenir en cuestiones laborales, sobre todo en la lucha social proclamando la unidad de acción del proletariado. La máxima actuación de la Confederación Nacional de Trabajadores se desarrolló en Barcelona, realizando una fuerte agitación huelguística que ocasionó un endurecimiento de los empresarios hacia este sindicato. El terrorismo fue utilizado por parte de la CNT como arma para controlar las relaciones laborales y como represalia hacia la clase patronal. Uno de sus dirigentes, Ángel Pestaña, que evolucionó a posiciones más moderadas dentro de la Confederación, señaló que el aumento del terrorismo se debió a tres motivos principales: el primero, a la propia tradición anarquista, pues esta acción se encontraba entre sus postulados; el segundo, a la dura actitud de los empresarios hacia el sindicato; y el tercero, por la influencia ejercida por la Revolución rusa.49 El objetivo principal del anarquismo consistió en alcanzar una sociedad descentralizada, confederada de cooperativas y comunas libres, rechazando la propiedad privada en defensa del colectivismo. Los sindicalistas revolucionarios consideraban la organización sindical como medio para lograr mejoras sociales a través de la huelga agresiva. Otro dirigente, Salvador Seguí, destacado anarcosindicalista, abogó por la unidad sindical de las fuerzas obreras y se opuso a las acciones más exaltadas de sectores de la confederación. Pese a ello, no quería la ruptura del sindicalismo revolucionario con el anarquismo de la CNT, pero insistió en diferenciar el ideario ácrata de la acción sindical. Posteriormente, su muerte por asesinato, cometido por pistoleros del Sindicato Libre como represalia por la ejecución de un afiliado de dicha agrupación, debilitó aún más a la organización sindical. Ante el pronunciamiento militar, la CNT mostró su repulsa e impotencia, ya que la huelga general planteada fracasó, y pasó a la clandestinidad.

El Partido Comunista se constituyó en abril de 1921, tras la escisión de un sector del socialismo, para sumarse a la III Internacional fundada en Moscú en 1919. Siguiendo las directrices del régimen soviético, su ideario de acción fue:

1.Lucha de clases sin ningún compromiso ni pacto con los partidos burgueses o con socialistas reformistas.

2.Acción directa de las masas con el fin de apoderarse del poder.

3.Dictadura del proletariado.

4.Sistema de consejos obreros (soviets) como órganos de la democracia proletaria.

5.No admitir en el Partido Comunista español a quien no estuviera completamente de acuerdo con las bases establecidas.50

Dentro de su seno surgió pronto la discordancia, separándose una minoría para formar la Unión de Cultura Proletaria, si bien poco después se reintegraron al partido. Era el comunista un grupo minoritario de escasa importancia política y sindical, que únicamente poseía cierta implantación social en Asturias y Vizcaya. Su situación por tanto, en el momento del pronunciamiento militar, era todavía precaria.51 Intentó crear un «frente único» con otros sindicatos de ideología similar, basándose en siete puntos fundamentales:

1º.Contra toda propensión de la clase patronal de reducir los salarios.

2º.Contra la prolongación de la jornada de trabajo.

3º.Por la destitución de Martínez Anido, Arlegui y Regueral.

4º.Amnistía de todos los presos políticos.

5º.Abolición de la pena de muerte.

6º.Por el término de la guerra y abandono del protectorado de Marruecos.

7º.Lucha contra el paro y conseguir el socorro a los parados, por el Estado.52

El Partido Comunista, junto con los anarquistas, manifestó su repulsa a la actuación de Primo de Rivera y solicitó al Partido Socialista que se unieran a ellos para luchar contra el Dictador, pero hicieron caso omiso.53 Poco después, entraron en un periodo de clandestinidad y con los anarquistas organizaron resistencia contra el régimen militar mediante un manifiesto llamado «Comité de acción contra la guerra y la dictadura», en el que proclamaron la defensa de los derechos individuales y colectivos, pero esta actitud fue más simbólica que eficaz.54

El Partido Socialista adoptó una posición de neutralidad ante la Dictadura, obedeciendo en buena medida a las decisiones acordadas en el Congreso de diciembre de 1919, donde se refrendaron posiciones de moderación, dejando a un lado su postura antirrégimen. Allí se decidió la permanencia en la II Internacional (14 010 votos contra 12 497). Renunciaban, de ese modo, a participar en la Internacional Comunista, optando por un socialismo moderado y reformista.

En el II Congreso Extraordinario, celebrado el 19 de junio de 1920, se trató de nuevo una posible adhesión a la III Internacional, pero con una serie de condiciones. Primero, que se reconociera al Partido Socialista su autonomía de táctica ante la lucha de clases; segundo, su derecho a realizar sus propios congresos y acuerdos; en tercer lugar, que se tendiera a unificar a todos los partidos marxistas, como postulaban el Partido Socialista francés y el Partido Socialista alemán. Por último, el socialismo español debía continuar su labor en los ayuntamientos, diputaciones provinciales y en el Parlamento, al igual que en otros organismos de carácter social. Sin embargo, las veintiuna condiciones para pertenecer a la Internacional Comunista (Komintern), impedían que el Partido Socialista pudiese tener la autonomía que solicitaba.

El 21 de abril de 1921 se celebró el III Congreso Extraordinario, donde se continuó tratando la unión de los socialistas españoles a la III Internacional. Se analizaron los informes realizados por los delegados socialistas enviados a la URSS. Así, Fernando de los Ríos efectuó una valoración muy negativa de la situación política en Rusia, pues quedó impresionado de la falta de libertad en aquel país, criticando duramente la dictadura implantada por el partido soviético. Sin embargo, el otro miembro socialista delegado, Daniel Anguiano, justificó situación política desarrollada en Rusia por considerarla provisional. Finalmente, el Congreso acordó apartarse de modo definitivo de la organización moscovita, por 8808 votos contra 6025,55 adoptando con ello una tendencia socialdemócrata, como propugnaba el presidente del Partido, Pablo Iglesias.

En aquellos momentos, la división de la clase trabajadora resultó evidente, aún más tras la escisión de militantes del Partido Socialista para constituir el Partido Comunista, en 1921. Este hecho repercutió de manera muy desfavorable en las relaciones del socialismo español y el resto del movimiento obrero. Se produjeron duros enfrentamientos tanto verbales como físicos por parte de los comunistas hacia los socialistas y a la inversa, aunque en menor medida.56 Así, desde las páginas de El Comunista criticaron duramente a los principales dirigentes socialistas por mantenerse en la II Internacional. A modo de ejemplo, citaré lo que opinaban los comunistas de Francisco Largo Caballero:

Cuando habla, insulta; cuando calla, envenena el ambiente con su silencio; cuando mira, pronostica denuestos. Acusa con reticencia y silencios de refinada hipocresía y maldad. Jamás es sincero…Utilitario, egoísta cree que le ha llegado la hora de cosechar. Odia a los revolucionarios rusos, y piensa en una caída del régimen soviético.57

Las pésimas relaciones perduraron en el tiempo y, del mismo modo, el diario El Socialista, manifestó su censura hacia los comunistas:

Por sistema, nos hemos negado, en cambio, a discutir con los comunistas. Ni influyen en la opinión ni cuentan para nada con la organización obrera y sería hacerles demasiado honor citarles en nuestro diario.

Para proceder así, tenemos dos razones: una, que a los de buena fe, a los que nos censuran creyendo honradamente en los métodos bolcheviques, no se les podrá convencer sino con el ejemplo de nuestra actuación y de nuestra pureza de intención; y otra, que a los de mala intención, agentes a sueldo de Moscú o de la burguesía, que de todo ha habido y hay en las filas separatistas, ni los queremos atraer ni queremos relaciones de ninguna clase con ellos.58

Nos encontramos con un movimiento obrero debilitado, desorganizado y en litigio interno, situación fácil para el régimen dictatorial. Además, Primo de Rivera ordenó a sus gobernadores civiles que exigieran el cumplimiento del real decreto de 10 de marzo de 1923, donde se recogían unas rigurosas medidas de control sobre las organizaciones obreras, principalmente de comunistas y anarquistas.59 La CNT, tras ratificar en Granollers, el 30 de diciembre de 1923, y en Sabadell, el 4 de mayo de 1924, su doctrina ácrata, quedó prácticamente fuera de la ley como central sindical. Sus locales de reunión fueron clausurados, se suspendió la publicación del diario Solidaridad Obrera y sus dirigentes fueron detenidos. Pudieron subsistir como sociedades obreras, pero totalmente aisladas sin sindicato.

El Partido Comunista quedó reducido a la inactividad total, y aunque uno de sus dirigentes, Óscar Pérez Solís, intentó reorganizarlo, fue encarcelado antes de llevar a cabo este propósito. Según José Bullejos, el Partido no admitió el acuerdo de respeto mutuo que le ofreció el Régimen; su postura durante el gobierno de Primo de Rivera fue, por tanto, de franca rivalidad.

El Partido Socialista se decantó por posiciones socialdemócratas y mantuvo una actitud de neutralidad hacia el sistema dictatorial, como analizo en capítulos posteriores.

En definitiva, el pronunciamiento militar no encontró eficaz oposición de las fuerzas políticas y sociales, ni de aquellos políticos que habían sido desplazados del poder, que permanecieron de modo pasivo y algunos hasta complacientes ante el Régimen. No fue preciso ningún acto represivo para apaciguar cualquier conato de disturbio; la sociedad permaneció inmóvil a pesar de que se establecía un gobierno autoritario. Quizá en aquellos momentos, el deterioro de las administraciones del Estado no propició otra alternativa. Además, las ideas democráticas no tenían raíces tan profundas en la ciudadanía, ni en la clase política española, como para luchar por un gobierno representativo originado de la voluntad popular. Se configuró un régimen dictatorial para dar respuesta a una situación política desesperada debido a la decadencia del sistema de la Restauración. Pero lo paradójico es que quienes contribuyeron a implantar el régimen autoritario fueron los que, con su gestión directiva negligente, hicieron naufragar las instituciones del Estado y con ello el sistema parlamentario.

13. «El Rey encarga la formación de un gobierno. Madrid, en estado de guerra», El Sol, 14-9-1923.

14. Rafael Gasset, «En las horas críticas», El Imparcial, 28-9-1923.

15. «La protesta militar contra el Gobierno y los políticos», ABC, 14-9-1923.

16. «El Directorio adopta resoluciones Dictatoriales». La Época, 17-9-1923.

17. «La noticia en Madrid», El Debate, 14-9-1923.

18. «El pueblo, como las guarniciones, en actitud expectante». El Liberal, 14-9-1923.

19. «La revolución está en marcha. La sublevación de las guarniciones pueda ser el principio del movimiento renovador que España necesita». El Heraldo de Madrid, 13-9-1923.

20. «A toda dictadura posible hay que oponer las fuerzas vivas de la democracia española, para la expresión de las libertades ciudadanas». El Heraldo de Madrid, 14-9-1923.

21. «El Rey». Heraldo de Madrid, 14-9-1923.

22. Vid. El Sol, 19-9-1923.

23. «Declaraciones del señor Maura», El Sol, 21-9-1923.

24. Gabriel Maura, Al servicio de la historia. Bosquejo histórico de la Dictadura, Madrid, Morata, 1930, p. 96-97.

25. Discurso de José Sánchez Guerra, La crisis del régimen parlamentario en España: la opinión y los partidos, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1923, pp. 56-57.

26. «Declaraciones del Sr. Sánchez Guerra», en Memoria del XII Congreso del Partido Socialista, 1928, p. 107.

27. «Declaraciones de señor Burgos Mazo», El Sol, 21-9-1923.

28. «Juicio de un personaje conservador. El Sr. Sánchez Toca no ha variado de modo de pensar», El Sol, 14-9-1923.

29. «Pradera detalla su entrevista con el presidente del Directorio». Informaciones, 26-9-1923.

30. Ángel Ossorio y Gallardo, Mis Memorias, Madrid, Tebas, 1975, p. 120.

31. Declaraciones de Mella. Contra el régimen del miedo, el de la rectitud moral. El Debate, 26-9-1923.

32. Nota de Puig y Cadafalch en El Debate, 19-9-1923.

33. «El conde de Romanones y el movimiento militar», El Sol, 17-9-1923.

34. «La opinión de Romanones», El Socialista, 17-9-1923.

35. Conde de Romanones, Notas de una vida, ed. cit. p. 479.

36. Niceto Alcalá Zamora, Memorias, Barcelona, Planeta, 1977, p. 101.

37. La prensa daría cuenta de su salida del país (e.g., «El Sr. Alba en Bruselas», ABC, 21-9-1923).

38. Maximiano García Venero, Santiago Alba. Monárquico de sazón, Madrid, Aguilar, 1963, p. 204.

39. Vid. Francisco Villanueva, La Dictadura militar, ed. cit., p. 80, donde se reproduce el texto completo de la carta.

40. Melchor Fernández Almagro, Historia del reinado de Don Alfonso XIII., Barcelona, Montaner, 1933, p. 339.

41. Recogido en El Sol, 19-10-1923.

42. Maximiano García Venero, Melquíades Álvarez. Historia de un liberal, Madrid, Alambra, 1954, p. 352.

43. Cfr. «La Federación Patronal aplaude el movimiento», El Sol, 14-9-1923; y «La patronal secunda el movimiento», El Debate, 14-9-1923.

44. Vid. El Debate, 20-10-1923.

45. «Las Cámaras de Comercio al lado del Directorio. Una visita del Consejo Superior a Primo de Rivera», El Debate, 24-10-1923.

46. Vid. «Oferta de los bancos al Directorio. Todos los medios posibles para obras públicas», El Debate, 6-11-1923.

47. «Un deber de patriotismo», El Debate, 14-9-1923.

48. Desde 1890, una fracción del anarquismo había adoptado en Francia la huelga como medio de presión; esto llevará a desarrollar una ideología anarco-sindicalista que acepta el principio marxista de la lucha de clases y la

idea de Bakunin de concebir el sindicato como célula de la sociedad sin Estado (cfr. José Andrés Gallego, op. cit., p. 39).

49. Vid. Ibid., p. 57.

50. Miguel Artola, op. cit., pp. 530-531.

51. José Bullejos, La Komintern en España, México, 1972, p. 86.

52. Vid. «Informe del Comité Central sobre el Frente Único», La Antorcha, 8-6-1923.

53. «Los comunistas se pronuncian contra la guerra y la dictadura militar. La actitud anarquista, sindicalista y comunista», El Sol, 14-9-1923.

54. Cfr. Miguel Artola, op. cit., pp. 555-556.

55. «Ingreso de la Internacional de Viena» en Memoria del XII Congreso del Partido Socialista, 1928, p. 295, e incluidas en Luis Gómez Llorente, Aproximación a la historia del socialismo español (hasta 1921), Madrid, Edicusa, 1976, p. 55

56. Manuel Tuñón de Lara señala que «con el declive comunista estos incrementarán su acción de violencia con atentados contra militantes socialistas o trabajadores que no seguían la huelga que ellos proponían, incluso con un fracasado plan de atentado contra Prieto, planeado por Pérez Solís y que debía ejecutar Jesús Menéndez». Historia del socialismo español, vol. II, Barcelona, Conjunto, 1989, p. 170.

57. «Figuras del congreso socialista», El Comunista, número 34, 16-4-1921.

58. «Relaciones con los comunistas», en Memoria del XII Congreso del Partido Socialista, 1928, p. 385.

59. Cfr. R. D. 10/3/1923, Archivo Histórico Nacional, Gobernación legajo 58, expediente 12.

La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

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