Читать книгу La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) - Ángeles Finque Jiménez - Страница 14

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La actitud de los socialistas frente al pronunciamiento militar no fue una excepción pues siguieron la pauta del resto de la ciudadanía española. Si bien expresaron su condena y resaltaron la ilegitimidad de los sublevados, también permanecieron en un compás de espera, a la expectativa de cómo se desarrollaban los acontecimientos. Consideraron más adecuado no poner resistencia a los militares y no escucharon las continuas críticas de la burguesía liberal y republicana, al igual que de anarquistas y comunistas. Ante todo, no querían represalias que perjudicaran a la clase trabajadora, y menos con un socialismo sin fuerza suficiente para oponerse a los sublevados. Creyeron que otra actuación hubiera perjudicado la organización socialista. Por este motivo, se pidió a la clase obrera tranquilidad, serenidad y, en definitiva, una absoluta neutralidad. No serían los socialistas quienes se enfrentarían contra la acción de Primo de Rivera, mientras el resto de las fuerzas políticas y clases sociales habían permanecido unas pasivas y otras complacientes ante la sedición militar.

Condena pasiva y serenidad

En un primer momento, al producirse el pronunciamiento militar, la disposición del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores fue de repulsa ante la realidad acaecida. Consideraron el golpe de Estado como un acto perpetrado a la fuerza, ilegítimo, pero cuando la CNT y el Partido Comunista propusieron una huelga general contra los sublevados, el socialismo no los secundó. La única excepción a esta postura la representó el sector vizcaíno del socialismo, liderado por Indalecio Prieto, pues ya el mismo día del golpe de Estado la Comisión Ejecutiva de la UGT de Vizcaya convocó una huelga general de veinticuatro horas en protesta, que se llevó a efecto el 14 de septiembre.60 Ante el temor de que, en otras regiones, las agrupaciones socialistas secundaran los paros convocados en Bilbao, la directiva publicó de inmediato otra nota oficial aconsejando calma. Se pidió a los afiliados que siguieran las instrucciones dadas por los comités del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores, subrayando que rechazaban el «frente único» común con otras fuerzas obreras:

A los trabajadores.- La Unión General y el Partido Socialista han dicho en su manifiesto lo que consideraban acertado y conveniente al movimiento obrero español. En esa actitud persistimos.

No es verdad que la Unión General y el Partido Socialista hayan autorizado a nadie para declarar movimientos ni algaradas, que no creemos oportunas.

El frente único que se nos ofrece lo seguimos rechazando por las razones conocidas.

A las secciones del Partido Socialista y de la Unión General las excitamos a conservar la serenidad y la disciplina, bien seguros de que el país nos hará a todos la debida justicia.

En tanto no haya acuerdos oficialmente tomados y con responsabilidad ante la organización adquiridos, ninguna Sección debe reconocer ni acatar órdenes de Comités anónimos e irresponsables.61

Mediante sucesivos comunicados, la Ejecutiva socialista insistió a los trabajadores que mantuvieran cautela y calma. Igualmente, la Casa del Pueblo, sede de la agrupación política del PSOE, solicitó el 13 de septiembre de 1923, a la clase trabajadora, una actuación serena, y que no realizara ningún conato de disturbio62. La directiva socialista no creyó oportuno emprender cualquier actuación en contra de los militares y aconsejaron a los trabajadores, en aquellos momentos, «tranquilidad» y «serenidad».63 Pese a ello, ese mismo 13 de septiembre, se publicó un manifiesto «Ante la opinión pública» realizado por Indalecio Prieto, que exponía la protesta socialista ante la realidad acaecida y solicitaba a la clase trabajadora que rehusaran a los sublevados. Señalaron que el golpe militar había sido instigado por Alfonso XIII, para asolapar el tema de la acción bélica en Marruecos y sus responsabilidades políticas contraídas tras el desastre del Annual.64 De ese modo, los socialistas denuncian los hechos, pero rechazan toda manifestación de violencia; no querían ninguna acción irreflexiva que pudiera perjudicar la organización socialista, y piden a la clase obrera, de modo reiterado, que siga en todo momento las disposiciones dadas por la Comisión Ejecutiva Socialista.

Cuando el movimiento militar triunfó y el Rey encargó la formación de gobierno a Miguel Primo de Rivera, los comités socialistas entregaron una segunda nota oficial, firmada el 15 de septiembre de 1923, ratificando su postura:

1º.Ratificarse en los acuerdos publicados el día 13.

2º.Reiterar a la clase trabajadora la necesidad de abstenerse de tomar cualquier iniciativa a que pudieran ser invitadas por impacientes de buena fe o por elementos que aspiren, con apariencia engañosa, a lanzar al proletariado a movimientos estériles que puedan dar pretexto a represalias que ansía para su provecho la reacción.

3º.Hacer constar nuevamente que estos Comités proceden con independencia de toda otra organización ajena al Partido Socialista y a la Unión General de Trabajadores, y recaban para sí exclusivamente la responsabilidad de las instrucciones que en ese momento dan a sus afiliados y simpatizantes, así como recabarán las que puedan dar en circunstancias distintas, si estas les aconsejasen variar de conducta.65

Apelaron a la calma y comunicaron su malestar por la realidad desplegada al presidente del Congreso de los Diputados, Melquíades Álvarez, mediante la minoría parlamentaria socialista formada por Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Manuel Cordero, Manuel Llanes, Andrés Saborit y Fernando de los Ríos. Lo hicieron a través de un escrito de fecha 18 de septiembre de 1923, redactado por el último de los mencionados, donde exponían la gravedad de la situación política y solicitaban que adoptara algún tipo de medida.66 El jefe del Partido Reformista contestó que, al estar disueltas las Cortes, ya no ejercía el cargo y no podía hacer nada como representante de dicha institución. No obstante, como dirigente político, Melquíades Álvarez rechazó al régimen autoritario implantado por eliminar las libertades del ciudadano. Y el 12 de noviembre de 1923, Melquíades Álvarez, junto con el conde de Romanones, entregaron un documento a Alfonso XIII en el cual apelaban al deber de convocar las Cortes en un plazo de tres meses. El conde de Romanones describió la entrevista con el monarca «tan breve como poco cordial», pues no le gustó la petición y le reprochó su actitud por cuestionar su función como rey.67

Los socialistas condenaron de modo pacífico la sublevación militar y requirieron a los trabajadores una reflexiva quietud, ya que entendieron que su finalidad no era luchar contra la sedición militar. No podían exponerse a litigios contra el régimen dictatorial, pues el objetivo principal era evitar a toda costa que se perdieran las conquistas sociales alcanzadas hasta ese momento. No respaldarían un sistema constitucional donde la clase trabajadora no había sido suficientemente reconocida, y el Partido Socialista había intervenido poco en la vida política del país y en la legislación social que tanto repercutía en el sector laboral que ellos defendían. Por ese motivo, aunque el gobierno autoritario eliminara las libertades públicas y privadas, se apeló a la prudencia y no a actitudes beligerantes. Querían permanecer como fuerza política y sindical y no estimaron la propuesta de otros grupos proletarios de crear un «frente único» común.

El ‘frente único’

Antes de implantarse el régimen de Primo de Rivera, el Partido Comunista, en el Congreso celebrado el 15 de marzo de 1922, decidió conformar el «frente único» con la Confederación Nacional de Trabajadores y el Partido Socialista. Su propósito era dirigir la revolución proletaria y, para ello, todas las fuerzas obreras de similar ideología debían permanecer unidas para alcanzar mejor sus objetivos de clase. La Comisión Ejecutiva Socialista rehusó dicha idea, especialmente Largo Caballero, que en dos artículos publicados en El Socialista el 17 y el 24 de junio de 1922, abordó este tema. Estimó que no podían unirse a la CNT porque su táctica y contenido ideológico eran «diametralmente opuestos» a los del socialismo. Rechazó los métodos revolucionarios que utilizaban para lograr sus pretensiones, pues creía que el esfuerzo de los trabajadores no debía ir encaminado a esos procedimientos.68 A la relación con el Partido Comunista la calificó de muy negativa por la «dirección divisoria y desorientadora» que habían realizado al producirse la escisión del Partido Socialista. Rechazó cualquier colaboración con ellos en relación con la campaña de descalificación y desprestigio vertida contra la Unión General de Trabajadores y sus dirigentes.69 Para el líder sindicalista, el «frente único» común estaría conformado por la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista debido a una clara compenetración de ideología y de táctica.

Largo Caballero continuó con el mismo criterio una vez proclamada la dictadura militar. Creyó que el socialismo debía apartarse de la táctica revolucionaria del resto de las fuerzas obreras. Desestimó el «frente único» por la ideología y actuación tan opuesta que tenían estos grupos proletarios.70 Además, opinó que los comunistas y anarquistas eran incapaces de entenderse entre ellos y no poseían disciplina ni tacto para enfrentarse a los problemas de la clase trabajadora. Para Largo Caballero, la pretendida coalición entre las fuerzas obreras asolapaba una estrategia de los comunistas para ocultar su debilidad como grupo político.71 Por esta posición, las críticas contra la UGT y el PSOE fueron abundantes por parte de estas asociaciones sindicales más radicales.

El mismo criterio manifestó Julián Besteiro sobre el «frente único». Consideró que el comunismo carecía de fuerza suficiente dentro de la clase obrera y que su táctica revolucionaria no era la adecuada para el desarrollo laboral de los trabajadores, que la actuación de los comunistas estaba llena de múltiples errores que habían ocasionado su desmoronamiento como grupo político, y tildó a esta fuerza de ser una «tertulia de exaltados» o «unos cuantos obreros fanáticos que discrepan de la inmensa mayoría». Por ello, Julián Besteiro no aceptó el «frente único» común con los comunistas, por estimar que eran «fuerzas agitadoras» que podrían ocasionar graves perjuicios a la organización socialista.72

A lo largo de la dictadura, el Partido Comunista intentó en sucesivas ocasiones lograr unidad de acción junto con los socialistas, pero estos siempre rechazaron tal petición. Así por ejemplo, la Comisión Ejecutiva de la Unión General de Trabajadores reunida el 23 de junio de 1925 denegó la solicitud realizada por los comunistas a través del periódico La Antorcha, donde pedían al Sindicato Socialista la creación de un «frente único»; y resolvieron lo siguiente: «Por unanimidad se acuerda no tomar dicha carta en consideración».73 Poco después, el 28 de julio de 1925, el Partido Comunista insistió con una nueva circular que invitaba al socialismo a participar, junto a ellos y otras fuerzas políticas, en una conferencia en Francia, para luchar contra Primo de Rivera, pero los socialistas rechazaron participar. Los dirigentes socialistas no estimaron las invitaciones realizadas por otros grupos sindicales, pues no querían ninguna relación con movimientos extremistas.74

El secretario general de la UGT, Largo Caballero, influyó notablemente en la organización obrera que lideraba. Su criterio prevaleció sobre el de otros dirigentes, desestimando cualquier proyecto de unidad de acción del proletariado. Afirmó que lo que pretendían la CNT y el Partido Comunista era la absorción del Sindicato Socialista. Aludía a que estas fuerzas intolerantes solicitaron a los trabajadores españoles el ingreso en sus filas tildando de «amarillos» a todos aquellos que no lo hicieran. Esto demostraba que el socialismo no podía confiar en dicha unión.75

El Sindicato Socialista ratificó su posición en el XVI Congreso de la UGT celebrado en 1928. En las ponencias de aquel acto se aprobaron los siguientes puntos, que rechazaban la actuación con otras fuerzas sindicales:

1º.Que se incurre en un lamentable error al afirmar que existen en España grandes núcleos de organización obrera con los que puedan entablarse negociaciones a los efectos de la unificación de las fuerzas proletarias que luchan por su mejoramiento.

2º.Que la Unión General de Trabajadores no debe sacrificar ninguna de sus características esenciales en cuanto a táctica se refiere, y mucho menos en aquellas que constituyen su contenido espiritual en orden a la emancipación de la clase trabajadora.

3º.Que la Unión General de Trabajadores no ha puesto en ninguna ocasión dificultades para que la unidad de los trabajadores pudiera ser un hecho, a condición de que todos los que se agrupasen en su seno coincidieran en la apreciación de aquellas cuestiones fundamentales en las que ha de definirse como colectividad debidamente articulada.

4º.En consideración a lo que antecede, el Congreso ratifica lo acordado sobre este particular en reuniones anteriores, y decide que ninguna de las Secciones adheridas a la Unión General de Trabajadores deberá intervenir en aquellos actos que, so pretexto de frente único, tiendan o puedan perturbar el normal desenvolvimiento de nuestro organismo nacional con iniciativas o proposiciones en pugna con la disciplina que imponen las resoluciones de estos y otros Congresos.76

En definitiva, los dirigentes socialistas se alejaron de cualquier coalición con la CNT y el PC, ya que estas fuerzas no tenían el mismo procedimiento para tratar la problemática social o política. Estimaron que no poseían autoridad moral para solicitar unidad sindical al no adaptarse a la disciplina federativa. Los socialistas entendieron que para alcanzar las verdaderas aspiraciones de la clase social que defendían, la unión perfecta debía ser entre el Partido y el Sindicato Socialista. Ambas organizaciones representaban los mismos ideales e intereses, juntas intervendrían en la vida política del país.

Dos posturas enfrentadas

El Comité Nacional del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores trataron de no enemistarse con el régimen dictatorial. Declararon en distintas publicaciones que deseaban evitar que los trabajadores sufrieran las consecuencias negativas de un enfrentamiento. Precisaron que otra postura no resultaba efectiva, pues retornar al sistema político anterior no era factible. En tal caso, si mostraban oposición a Primo de Rivera sería para que el propio socialismo gobernase, pero esta intención no la iban a permitir el resto de los grupos políticos, y como organización no poseían fuerza suficiente;77 por ese motivo optaron por la neutralidad, no estimando así lo que proponía Indalecio Prieto, partidario de una acción beligerante contra la Dictadura.

La organización socialista no simpatizó con el régimen dictatorial, pero quería evitar una confrontación directa con Primo de Rivera y se adaptó a las circunstancias políticas. Además, opinaban en su seno que no existía ningún sistema de gobierno merecedor para cambiar de postura, como se expresó en el editorial de periódico El Socialista del 27 de septiembre de 1923:

Esa nuestra «actitud serena y expectante» no es, pues, simpatía, asentamiento ni esperanza.

Es que en política, y más en las presentes circunstancias, conviene perfilar las actitudes con trazos muy firmes para evitar que se esfumen los contornos. Y la que de momento han adoptado nuestras organizaciones tiende a impedir que se nos crea unidos por ningún vínculo a lo que acaba de huir. Pero eso no significa, ni mucho menos, uncimiento a lo que le reemplaza.

Persuadidos de que no nos es posible implantar en este instante los propios ideales, hay en nuestra generosidad y en nuestro instinto político impulso bastante para prestar nuestra fuerza —la única seriamente organizada de España— a una solución de profundo avance y de positivo progreso. Mas, ¿por dónde asoma? No lo vemos en los huecos del edificio viejo; pero tampoco en el andamiaje del nuevo tinglado, ni en los solares colindantes.

Sin que se deje vislumbrar, sería una locura insigne salir de esta actitud expectante.78

De ese modo, el socialismo expresó su imparcialidad. Mientras el régimen dictatorial no intentara restringir o anular la legislación conseguida en materia de trabajo, mantendrían una postura prudente. De reprobación moral, pero con la ausencia de cualquier acto que pudiera justificar una represión contra el socialismo.79 La neutralidad de los socialistas españoles hacia la Dictadura se desarrolló principalmente por la línea de actuación más moderada. Atrás quedaba la actitud antirrégimen mantenida desde la conjunción republicano-socialista; la estrategia de la organización obrera había evolucionado. En aquella etapa, sus dirigentes decidieron seguir una línea más alejada de Moscú, por tanto, menos revolucionaria, perteneciendo a la II Internacional Socialista. También se debía a la fragilidad del Partido; después de la escisión de un sector de sus militantes para fundar el Partido Comunista, los socialistas no poseían suficiente fuerza para establecer sus propios criterios ideológicos. Por el momento, tenían que adaptarse a las circunstancias políticas existentes.

Pablo Iglesias, como presidente del Partido Socialista, defendió y justificó la neutralidad adoptada al considerar ilógica una posición de enfrentamiento contra el Directorio Militar. A su juicio, el socialismo debía actuar en todos los sistemas de gobierno para desarrollarse como grupo político y, más adelante, alcanzar el triunfo electoral. Por este motivo había que centrarse en fortalecer la organización obrera; la nueva situación política era secundaria.80 Este mismo criterio lo señaló Largo Caballero, quien como secretario general de la UGT postuló por una conducta neutral hacia Primo de Rivera, porque lo perentorio era el crecimiento de la organización socialista, adaptándose a las circunstancias, para no retroceder en materia social y laboral.81

La disposición de neutralidad de la Ejecutiva socialista decepcionó notablemente a otros dirigentes como Indalecio Prieto, Teodomiro Menéndez o Fernando de los Ríos, que no entendieron la actitud pasiva de sus correligionarios hacia Primo de Rivera. Representaron una posición minoritaria y muy crítica hacia la decisión de la organización socialista y entendieron que debían unirse a fuerzas liberales y republicanas para luchar contra la Dictadura, lo que provocó dos posiciones enfrentadas en el seno del socialismo, que se acrecentaron y fueron irreconciliables cuando posteriormente intervinieron en el gobierno autoritario.

Tolerancia del Régimen

Primo de Rivera tendió puentes con el movimiento obrero no revolucionario; al mantener una actitud de inacción, prometió una mejora en las condiciones de vida y trabajo. La nota del 28 septiembre de 1923 dirigida a los obreros por parte del Dictador, en la cual expuso su intención de resolver los problemas sociales mediante una legislación que beneficiaría a la clase trabajadora, fue muy positiva para encauzar las relaciones con un sector del proletariado, deterioradas por la conflictividad entre los agentes sociales. Primo de Rivera intentó acercarse al socialismo invitando a sus partidarios a que colaborasen en la política social del Régimen para alcanzar una equitativa reglamentación del trabajo. Esto influyó en algunos dirigentes, especialmente en Largo Caballero, que, moderado y pragmático, se propuso obtener el máximo beneficio para la clase obrera y para la organización socialista. No tenía muy arraigado el concepto democrático dentro de su ideario, y su máxima preocupación era el desarrollo de la UGT, lo que motivó su actuación en el sistema autoritario.

La neutralidad del socialismo hacia el régimen de Primo de Rivera les resultó beneficiosa, pues el gobierno militar aisló y retiró de la escena política al resto del movimiento obrero: anarquismo, anarco-sindicalismo y comunismo. Sin embargo, dejó actuar al socialismo, al permanecer abiertas las Casas del Pueblo y poder publicar diariamente el periódico El Socialista. Primo de Rivera apostó por abrir un nuevo cauce sindical moderado, eliminando al sindicalismo revolucionario. Eduardo Aunós, ministro de Trabajo durante la Dictadura, manifestó que Primo de Rivera quiso mantener a su lado a la clase trabajadora dialogante, aunque fuera de ideología distinta, y apartó a todas las fuerzas radicales.82

El gobierno dictatorial fue cada vez más tolerante con los socialistas, por el empeño de Primo de Rivera de captar a la clase trabajadora pacífica; con ella a su lado, su gobierno saldría reforzado, pues el socialismo constituía un segmento social y político destacado dentro de las masas obreras. Alcanzó su propósito otorgando concesiones a la organización socialista para mantenerla participativa dentro de su régimen. Para el socialismo, el sistema dictatorial representó la posibilidad de preservar los intereses de la clase trabajadora, además de obtener una legislación social apropiada para el desarrollo de la misma. Igualmente, para adquirir preponderancia como fuerza política dentro de la Administración del Estado.

La postura del socialismo en la Dictadura suscitó estimaciones de diversos matices; negativos y positivos. Algunos intelectuales de la época defendieron el comportamiento socialista, pero también sería objeto de duras críticas de fuerzas progresistas. Desde el comunismo, Joaquín Maurín subrayó el sometimiento de los socialistas al régimen dictatorial por intervenir y colaborar con él, tildando esta actitud de grave traición.83 Sin embargo, el escritor Miguel de Unamuno alabó la conducta de la organización obrera. En un artículo escrito para El Socialista y publicado el 29 de diciembre de 1923, calificó de muy positiva la actuación del socialismo español, señalando que era el único grupo político que no había fracasado en sus decisiones, por tanto, era garantía de futuro.84 Gregorio Marañón expresó igualmente que la actitud del socialismo ante la Dictadura había sido positiva para la organización obrera porque, al intervenir en el régimen dictatorial, se encontró con dominio suficiente para actuar en la vida política española cuando cayó el régimen de Primo de Rivera.85

De este modo, de la actitud pasiva y de neutralidad inicial, se pasó a intervenir dentro del Régimen. Primo de Rivera atrajo a los socialistas para actuar en su gobierno, sobre todo, en el desarrollo de la legislación social y laboral. La ausencia de hostilidad del socialismo español hacia el gobierno autoritario se tradujo en colaboración con un sistema dictatorial.

60. Vid. El manifiesto «Huelga general de veinticuatro horas. A todo los trabajadores de Vizcaya», El Liberal, Bilbao, 14-9-1923.

61. Vid. Memoria del XII Congreso del Partido Socialista, p. 89.

62. «El Partido Socialista, la Unión General de Trabajadores y la Casa del Pueblo recomiendan serenidad y abstención», El Sol, 14-9-1923.

63. Vid. «Serenidad, trabajadores», El Socialista, 13-9-1923.

64. «El Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores exponen su actitud ante la opinión pública», El Socialista, 13 y 14-9-1923.

65. «A la clase trabajadora», El Socialista, 18-9-1923.

66. Vid. Memoria del XII Congreso del Partido Socialista, 1928, pp. 89-90.

67. Conde de Romanones, Notas de una vida, ed. cit., pp. 481-483.

68. Francisco Largo Caballero, «¿Frente único? ¿Con quién?», El Socialista, 17-6-1922.

69. Francisco Largo Caballero, «¿Frente único con los neocomunistas?», El Socialista, 24-6-1922.

70. Francisco Largo Caballero, «La Unión General goza de buena salud», El Socialista, 31-12-1923.

71. Francisco Largo Caballero, «El frente único convertido en estratagema», El Socialista, 18-10-1923

72. Vid. «Declaraciones de Besteiro», El Socialista, 26-12-1923.

73. «Carta abierta del Partido Comunista», Actas del Comité Nacional de la UGT. 1925-1926, p. 298.

74. «El Comité Central del Partido Comunista invita a la UGT», Actas de la UGT, 1925-1926, p. 241.

75. Francisco Largo Caballero, «¿Pro unidad, o contra la Unión General?», El Socialista, 25-3-1926.

76. Ponencias del XVI Congreso de la UGT, 1928, p. 12.

77. «Estamos en nuestro puesto». El Socialista, 15-9-1923.

78. «Actitud del Partido Socialista y de la Unión General», El Socialista, 27-9-1923.

79. Vid. «La Unión General y el Partido Socialista contestan al Directorio», loc. cit.

80. Pablo Iglesias, «Se han equivocado». El Socialista, 12-5-1925.

81. Francisco Largo Caballero, «Observaciones a un manifiesto», El Socialista, 4-10-1923.

82. Eduardo Aunós, La política social de la Dictadura, Madrid, Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, 1944, p. 33.

83. Vid. Joaquín Maurín, op. cit., p. 168.

84. Miguel de Unamuno, «Balance de año», El Socialista, 29-12-1923.

85. Vid. Andrés Saborit, op. cit., pp. 185-186.

La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

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