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POST RES PÉRDITAS

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En ese año 1512 en que volvió el poder señorial a Florencia y todo su mundo se derrumbó, Maquiavelo no huyó, no fue al destierro como muchos de sus amigos: eligió quedarse y contemporizar con la nueva situación. A partir de ese entonces acostumbró fechar sus escritos contando los años desde la catástrofe, con el agregado Post res pérditas: tantos años después de la “pérdida de las cosas”, donde res tiene un sentido muy amplio: desde la libertad republicana al prestigio personal del escritor, ligado al empleo que había desempeñado (aludía a la vez a las res publicas y a las res privatas).

Sospechoso para los nuevos señores, Maquiavelo a los pocos meses fue detenido, torturado y, una vez liberado, constreñido a vivir en el campo. Es el momento en que escribe El Príncipe, el pequeño libro en que se basa su antigua fama. Es muy probable que remonten a ese difícil momento los tercetos de los primeros cinco cantos de El asno de oro, poema inconcluso, iniciado como desahogo personal, en el metro y con el espíritu de los Decenales.12 El poeta imagina haberse extraviado en el territorio dominado por la maga Circe, que, en la parte del poema que nunca fue escrita, lo iba a transformar en burro. En los cantos que nos quedan, el autor narra, a manera de prólogo, sus amores con una bella pastora, encargada por Circe de llevar a pastar al heterogéneo rebaño de sus ex amantes, metamorfoseados, según la costumbre conocida de aquella corte, en varios animales.

En estos tercetos, el deseo de ver caer de nuevo el dominio de los Médici (expresado bajo forma de profecía: “al fin los encumbrados caerán”)13 se mezcla de modo interesante con las observaciones generales acerca de la diversidad de los estados y de las razones de estado imperantes. La amargura del autor por su situación personal y por el derrumbe de las libertades florentinas le arranca acentos de protesta contra la corrupción del mundo. El protagonista, aun convertido en burro, denunciará la desvergüenza difusa, “antes de que se coma la montura”14 —clara alusión a la difícil situación económica del escritor, provocada por la pérdida del empleo— y “ni Dios podrá impedirle que rebuzne”.15

Mientras trataba de consolarse con su vocación menor, la poesía jocosa, que pasa en este momento al campo estrictamente personal y secreto, en su actividad más seria, la ensayística política basada en la historia, deja de lado por un momento los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y escribe El Príncipe.

El príncipe

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