Читать книгу Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos - Никки Логан - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеTODO el edificio National Trust era tan brillante y… optimista. Agradeció que su pequeño laboratorio de rayos X tuviera luz regulable. En ese momento estaba tenue y como en penumbra, dando la impresión de que no se encontraba allí, aunque no fuera cierto.
El día después de San Valentín había llamado para informar de que se hallaba indispuesta y que no iría, pero luego había vuelto al trabajo de puntillas, siendo el jueves y el viernes una experiencia dura, con sonrisas de cuidada neutralidad de parte de sus compañeros. También había sido el día en que había enviado al departamento de plantas carnívoras de Kew un necesario y tardío correo electrónico.
Muy breve:
Lo siento muchísimo, Daniel. Te echaré de menos.
Sabía que habían terminado. Aunque Dan no hubiera coincidido en ello, algo que sí había hecho una vez que se había calmado lo suficiente como para volver a hablar con ella, no habría podido pasar otro momento en una relación que solo daba vueltas en un lento e interminable círculo vicioso. Lo positivo era que también significaba que no tenía que explicar algo que ella misma apenas entendía… al menos no durante una temporada. Con el tiempo vería a Dan, se disculparía en persona y recogería las pocas cosas que tenía en la casa de él. Pero de ese modo los dos acababan con la tristeza del momento.
Una eutanasia afectiva.
Salvo por el intenso interés público.
En ese momento era sábado por la tarde. Y el trabajo era un sitio tan bueno como cualquiera para esconderse de todos esos mensajes y correos electrónicos de amigos y familiares asombrados. Quizá mejor, ya que apenas había personal y ella trabajaba sola en su laboratorio, detrás de dos barreras de seguridad. Aunque no tenía una jauría de paparazzi detrás de ella, unos días después aún había el suficiente interés como para que se hablara del tema. No se atrevía a comprobar sus cuentas sociales, ni a escuchar la radio ni leer el periódico por si la Chica de San Valentín seguía siendo el tema principal.
Muchos se preguntaban si no se había dado cuenta de la estupidez que había cometido.
Se hacía una buena idea. Pero había creído que él diría que sí, de lo contrario no se lo habría pedido. Resultó que la información privilegiada de la que disponía había sido tan fiable como la de un jugador arruinado para un caballo ganador en el hipódromo.
«¿Por qué hacerlo en público?», habían clamado sus detractores.
Porque había despertado la mañana después de la sorprendente declaración de Kelly de que su hermano estaba listo para más y en la emisora de radio que había puesto mientras se lavaba los dientes únicamente se hablaba de la promoción del año bisiesto. Y así había seguido durante todo el día en el trabajo.
Era como si el universo le gritara que metiera su nombre en el sombrero.
Se frotó las sienes palpitantes.
«El nombre de los dos».
También Dan estaba metido hasta el cuello, pero como no pensaba delatar a su mejor amiga, por el bien de él y de la única hermana que tenía, seguía debatiéndose con la respuesta que les daría a esos ojos penetrantes cuando estuvieran cara a cara y Dan le preguntara: «¿Por qué, George?».
Después de escribir el informe en el ordenador, retiró la pequeña muestra del irradiador, volvió a sellarla según los patrones de cuarentena y lo depositó en la unidad de almacenamiento. Luego sacó la siguiente.
En el banco había veinticinco mil especies de semillas y alguien tenía que probarlas en busca de viabilidad. Por fortuna para el National Trust ella disponía de semanas, incluso meses, en los que tendría que ocultarse. Parecían los beneficiarios inmediatos de sus fines de semana y noches en el exilio.
Al otro lado de su mesa, sonó el teléfono.
–Georgia Stone –contestó antes de recordar qué día era. ¿Por qué alguien la llamaba un fin de semana?
–Señorita Stone, soy Tyrone, de seguridad. Tiene una visita.
–No espero a nadie. Si no le habría dejado su nombre.
–Es lo que le dije, pero insiste.
Se preguntó si sería Daniel. De inmediato la invadió la culpabilidad de no haber tenido el valor de verlo todavía en persona.
–¿Quién… quién es? –aventuró.
Hubo una pausa.
–Alekzander Rush. Dice que con K y con Z.
Como si eso aclarara algo; aunque algunas neuronas enterradas en su cerebro comenzaron a activarse.
–Afirma que no es un periodista –Tyrone sonó irritado por verse obligado a desempeñar el papel de intérprete.
–Muy bien, déjelo pasar. Lo veré en el centro de visitantes. Gracias, Tyrone –añadió antes de colgar.
Tardó unos siete minutos en terminar lo que estaba haciendo, desinfectarse y atravesar tres edificios hacia el centro de visitantes. Se hallaba lleno de turistas de Wakehurst que comprobaban el trabajo realizado por su departamento mientras recorrían el edificio principal y los jardines.
Miró alrededor y lo vio. Alto, moreno y vestido con estilo informal, con algo doblado sobre el brazo. El hombre del ascensor de la emisora de radio. Posiblemente, la última persona del mundo a la que esperaba ver. Sintió curiosidad por el motivo que lo habría llevado a buscarla. Se acercó a su lado mientras inspeccionaba uno de los expositores públicos y leía las etiquetas.
–Alekzander con K y Z, supongo.
Él se volvió y mostró cierta sorpresa al verla con la bata blanca del laboratorio y unos vaqueros.
–Zander –dijo, alargando la mano libre–. Zander Rush. Director de emisora para Radio EROS.
La mano que estrechó era cálida, fuerte y segura, todo lo opuesto a la suya.
Él alzó el otro brazo con algo familiar y de color beige.
–Te dejaste el abrigo en el estudio.
¿El director de una de las principales emisoras de radio de Londres conducía cincuenta kilómetros para llevarle el abrigo? No se lo creía.
–Me pareció un precio pequeño que pagar por largarme de allí –comentó. No se había permitido pensar en el documento firmado con el membrete de la emisora que en ese momento estaba en el escritorio de su casa, pero era evidente que en ese instante ambos lo hacían.
–¿Hay algún lugar más privado en el que podamos hablar?
–¿Tienes más que decir? –preguntó ella, pensando que valía la pena intentarlo.
–Sí –Zander miró a la gente que los rodeaba–. No tardaré mucho.
–Estamos en un edificio con medidas de seguridad. No puedo llevarte dentro. Demos un paseo.
Se puso el abrigo y juntos atravesaron las enormes puertas del centro de visitas.
–A la parte de atrás –indicó ella de forma escueta.
Con su tarjeta de identificación obtuvo acceso a la entrada trasera que daba al bosque Bethlehem. Lo más privado que conseguirían un sábado. Cualquier otra persona podría haberse mostrado aprensiva por entrar en un bosque aislado con un desconocido, pero lo único que veía Georgia era la forma fuerte y firme de la espalda de él cuando la protegió en el ascensor de los ojos curiosos en el momento en que su mundo se había desmoronado.
No había ido a hacerle daño.
–¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.
–El teléfono de tu trabajo figuraba entre los otros contactos en nuestros archivos. Llamé ayer y supe dónde estaba.
–Te has arriesgado al venir hasta aquí un sábado.
–Primero he ido a tu apartamento. No estabas allí.
¿De modo que había realizado todo ese trayecto sin la certeza de encontrarla? Desde luego, se estaba tomando demasiadas molestias para verla.
–¿No habría bastado una llamada telefónica?
–Te dejé tres mensajes.
–Sí, yo… –¿qué podía decir que no sonara patético? Nada–. He empezado por los primeros y aún no he llegado a los últimos.
Él gruñó.
–Me imaginé que el enfoque personal daría mejores resultados.
–¿Qué puedo hacer por ti? –inquirió ella. La paciencia no era una de sus virtudes.
La miró de reojo.
–En todo caso, ¿cómo estás?
Qué pregunta. Rechazada. Humillada. En boca de ocho millones de desconocidos.
–Bien. Nunca he estado mejor.
–Ese es el espíritu –Zander sonrió.
Georgia se detuvo. No había salido al bosque para mantener una charla superficial con un extraño.
–Lamento ser tan directa, pero… ¿qué quieres?
También él se detuvo y la observó con los ojos entrecerrados.
–De acuerdo, vayamos al grano… –reanudó la marcha–. He venido en visita oficial. Hay un contrato que discutir.
Lo sabía.
–Él dijo que no. Eso hace que resulte bastante difícil cumplir el contrato, ¿no crees? Para los dos –odió lo descarnada que sonaba su voz.
–Lo entiendo…
–¿De verdad? ¿De cuántos modos diferentes oyes que tu vida personal es el tema de conversación cotidiano en los medios sociales, en la radio, en el autobús, en las cafeterías? No puedo escapar de ello.
–¿Has pensado en aprovecharlo en vez de evitarlo?
–No quiero aprovecharlo.
–No te molestaba cuando era para una boda con todos los gastos pagados.
Eso era lo que pensaba él. En cierto sentido, prefería que la gente creyera que lo hacía por dinero. Al menos eso resultaba menos patético que la verdad.
–Has venido por tu parte del pastel… entendido. ¿Por qué no me dices qué es lo que queréis que haga? –sin darle un «sí» automático, eso le proporcionaría tiempo para pensar.
Unos ojos grises la miraron mientras se metía las manos en los bolsillos.
–Tengo una propuesta. Un modo de cumplir el contrato que será… beneficioso para ambos.
–¿Incluye una máquina del tiempo para que pueda volver atrás un mes y no firmar nunca ese estúpido contrato?
Y no ceder jamás a la presión de su madre. O a su propia y desesperada necesidad de seguridad.
–No. No cambia el pasado. Pero podría cambiar tu futuro.
–¿Qué? –lo miró con curiosidad.
Él se detuvo ante un banco tallado y aguardó a que ella se sentara. «Caballerosidad de la vieja escuela». Ni siquiera Dan la mostraba ya.
Se sentó.
–Los medios anhelan tu historia, Georgia. Tu… situación ha avivado algo en ellos.
–Te refieres a mi rechazo, ¿verdad?
–Estarán interesados en todo lo que hagas –Zander ladeó la cabeza–. Y si ellos están interesados, entonces Londres lo estará. Y en ese caso, mi cadena querrá explotar el contrato existente de la mejor manera posible.
¿Explotar? ¿No tenía ningún reparo en emplear esa palabra en voz alta? Intentó ocultar su sorpresa.
–Georgia, de acuerdo con los términos redactados, todavía pueden pedirte que vuelvas para someterte a entrevistas de seguimiento.
Sintió un nudo en el estómago.
–¿Para hablar de que no voy a casarme? ¿De cómo de pronto me encuentro sola, con la mitad de mis amigos decantándose por mi ex? –mientras la otra mitad mostraba la intensa determinación de no hablar de ello–. No se puede decir que sea un tema alegre para la radio.
Él movió la cabeza.
–Es lo que podrían pedirte. Pero yo tengo una idea mejor. De modo que el beneficio no sea unilateral.
Esperó en silencio su explicación. Principalmente porque no sabía qué decir.
–Si aceptas llevar a cabo lo estipulado para el año, EROS está dispuesta a reencauzar los fondos del compromiso, la boda y la luna de miel a un proyecto diferente, uno que a ti pueda gustarte.
–¿Qué clase de proyecto? –Georgia frunció el ceño.
–Nuestros oyentes han conectado contigo…
–Quieres decir que tus oyentes se compadecen de mí –era lo único que veía allí donde miraba.
–… y quieren ver cómo te recobras de esta decepción. Quieren seguirte en tu viaje.
Soslayó ese terrible pensamiento y lo miró con los ojos centelleantes.
–¿En serio? ¿Es que puedes ver en sus corazones?
–Dedicamos cuatro millones de libras al año a realizar análisis de mercado. Sabemos cuántos terrones de azúcar toman con el café. Créeme, quieren saberlo. Eres… como ellos… para ellos.
–¿Y cómo puede tener audiencia en la radio trabajar los fines de semana en el laboratorio? Porque es así como tenía planeado pasar el año. Perfil bajo y mucho trabajo.
–Te pido que inviertas eso. Un perfil alto y volver a la luz del sol. Muéstrales cómo te recuperas.
–¿Y si… no me recupero? –preguntó llevada por la sinceridad–. Entonces, ¿qué? –no supo si lo que vio en sus ojos era lástima.
–Planeamos mantenerte tan ocupada que no tendrás tiempo para la autoconmiseración.
«¿Autoconmiseración?». La invadió una oleada de cólera, pero no le dio salida, al menos de forma directa.
–¿Ocupada con qué? –preguntó con los dientes apretados?
–Un cambio de imagen. Ropa nueva. Acceso a los mejores clubes… Tú dilo, que nosotros lo arreglaremos. EROS se toma como algo personal conseguir que vuelvas a ponerte de pie. Una reinvención total. Abierta a conocer al Señor Perfecto.
Lo miró atónita.
–¿El Señor Perfecto?
–Es una oportunidad para reinventarte y encontrar a un hombre nuevo al que amar.
Siguió mirándolo. No tenía palabras.
Solo entonces él pareció titubear.
–Sé que parece pronto –ella parpadeó y él se puso ceñudo–. De acuerdo, puedo ver que no entiendes…
–Lo entiendo perfectamente. Pero me niego. No tengo ningún interés en reinventarme –no era del todo cierto. A menudo había soñado con todas las cosas que habría podido hacer de haber nacido con dinero… pero, desde luego, no tenía interés alguno en la búsqueda prefabricada de un hombre.
–¿Por qué no?
–Para empezar, porque no hay nada malo en mí. No tengo ninguna prisa en que cataloguéis mis numerosas deficiencias y se las emitáis a todo el mundo.
–No eres deficiente, Georgia –afirmó él mirándola fijamente–. No es el objetivo de esto.
–¿En serio? ¿Y cuál es? Aparte de transmitirles a las mujeres que ser tú misma no es suficiente para conseguir a un buen hombre –su abuela la había educado para que nunca creyera algo así, pero empezaba a parecerle peligrosamente posible.
–De acuerdo, mira… El objetivo de esto es la audiencia. Es lo único que le importa a la emisora. Esta promoción la ideé yo, el tiro salió por la culata y es responsabilidad mía arreglar este lío. Pensé que podríamos darle un giro para que tú pudieras sacar algo decente del asunto. Algo con algún significado. Es una oportunidad, Georgia. Pagada al cien por cien. Para que hagas lo que quieras durante un año.
Ella suspiró ante el excelente resumen que acababa de escuchar.
–¿Y por qué iba a importarte? Yo no significo nada para ti.
Él apartó la vista, y cuando volvió a mirarla, lo hizo con expresión velada.
–Siento una dosis de responsabilidad. Fue mi promoción la que puso fin a tu relación. Lo menos que puedo hacer es ayudarte a construir una nueva.
–Yo le puse fin a mi relación –insistió ella–. Fueron mis decisiones. No busco proyectar la culpa sobre otro.
–¿Y entonces…?
–No busco encontrar a otro hombre que reemplace a Dan. No fue alguien que elegí por conveniencia –aunque para su propia vergüenza, comprendía que quizá lo hubiera sido. Y había estado a punto de convertirlo en su marido.
–¿O sea que piensas esconderte aquí los próximos doce meses?
«Sí».
–No. Pienso tomarme un año sabático de la vida para volver a ser quien realmente soy. Para evitar por completo a los hombres y solo recordar lo que me gustaba de ser yo misma –la idea cruzó por su mente como las hojas por el sendero de gravilla que tenían delante. Pero parecía idónea–. Será el año de Georgia.
–¿El año de Georgia? –Zander entrecerró los ojos.
–Para complacerme solo a mí –volver a encontrarse. Y comprobar cómo se sentía consigo misma cuando estuviera a solas en una habitación sin nadie más que llenara el espacio.
–Bien. Entonces, piensa en todo lo que podrías hacer por ti misma con el respaldo de un cheque en blanco.
Una imagen seductora, desde luego. Todas esas cosas que siempre había querido hacer y nunca había tenido el valor o el dinero para llevar a cabo. Podría hacerlas. Al menos algunas.
–¿Qué harías –continuó él al percibir un cambio en su suerte– si el dinero no fuera un problema?
«Construir esa máquina del tiempo…»
–No lo sé. ¿Mejorar, aprender un idioma, cruzar a nado el Canal de la Mancha?
–¿El Canal de la Mancha? ¿En serio?
–Bueno –se encogió de hombros–, primero tendría que aprender a nadar.
De pronto, él se rio.
–El Año de Georgia. Podríamos organizarlo. Conseguir un par de expertos que nos ayuden con algunas ideas –la miró a los ojos–. Cincuenta mil libras, Georgia. Todas para ti.
Lo miró lo que pareció una eternidad.
–En realidad, solo quiero que todo esto desaparezca. ¿Se puede comprar eso con cincuenta mil libras?
Hubo un momento fugaz en que la compasión regresó a los ojos de él antes de desaparecer.
–La gente siempre reserva un nivel extra de curiosidad para aquellos que no quieren atención. ¿No crees que si te enfrentas a ello puedas ayudar a ponerle fin?
Tenía cierta lógica. Había una especie de fervor turbio en el interés del público inglés, incentivado por el hecho de que tanto Dan como ella se afanaban por evitarlo. Quizá se alimentara de esas partes primigenias de la humanidad que olía el rastro de sangre del animal herido.
–Estabas dispuesta a vendernos tu matrimonio –resumió él–. ¿Por qué no vendernos tu recuperación? ¿En qué difiere?
–Compartir el momento más feliz de mi vida con el mundo habría sido infinitamente diferente.
–¿Era eso lo que creías? ¿Que casarte con él te haría feliz?
–Por supuesto –repuso, pero entonces tuvo un desliz–. Más feliz. Ya sabes, aún más feliz –incluso a sus oídos sonó poco convincente.
–Es evidente que Bradford pensó lo contrario –Zander respiró hondo–. ¿Por qué se lo pediste si no estabas segura de su respuesta?
–Porque llevábamos juntos un año.
–Un año en el cual él creyó que ambos disfrutabais de la compañía del otro.
Lo miró. La enfermedad de su amiga no era asunto de él. Ni la fogosidad de Kelly por ver felices a dos personas a las que quería.
–Malinterpreté algo que dijo alguien próximo a él –murmuró.
En realidad, su error fue oír lo que deseaba oír. Y dejar que la afectaran las expectativas de su madre. El deseo desesperado que tenía de llenar con nietos el vacío que la carcomía.
Pero nada de eso se acercaba a una buena excusa para haber participado en la promoción.
–Acepto la plena responsabilidad de mi error y tendré que buscar consejo legal antes de poder darte una respuesta acerca del contrato.
–Por supuesto –él se sacó del bolsillo una tarjeta comercial que le entregó–. Serías tonta si no lo hicieras.
Un modo sutil de sugerirle que ya lo había sido bastante.
–Creo que deberías hacerlo –afirmó Kelly con el teléfono sujeto entre la cara y el hombro mientras colaba unos espaguetis con una mano y planchaba un pequeño uniforme escolar con la otra.
–Creía que ya me habías dicho dónde se podía meter su oferta –le recordó Georgia.
Kelly se rio.
–Salvo por esas palabras mágicas…
«Cincuenta mil libras».
–Tú dices palabras mágicas, pero yo veo algo que tiene el potencial de volverse abrumador.
–¿Y? ¿Es que tenías otros planes para los próximos doce meses?
Eso era verdad, y era un poco triste.
–Escucha, George. No quiero volver a aburrirte con mi discurso de que la vida es para los vivos, pero si alguien me lo ofreciera a mí, lo aceptaría en un abrir y cerrar de ojos. Es una oportunidad para hacer todas las cosas que has postergado toda tu vida mientras no parabas de trabajar y ahorrar. De vivir un poco.
–Sabes por qué trabajo tanto.
–Sí, conozco el juramento de «a Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre». Tú no eres tu madre, George. Eres económicamente más estable y segura que la mayoría de la gente de tu edad. ¿No hay espacio en tu gran plan para algo de diversión?
Le dolió el preciso resumen de Kelly sobre el objetivo de toda su vida y las implicaciones de dichas palabras.
–Soy divertida.
–Oh, cariño. No, no lo eres. Eres asombrosa, inteligente y una compañía muy interesante, pero eres tan divertida como Dan. Eso es lo que hizo que vosotros dos… –contuvo sus palabras imprudentes–. No tienes nada que perder. Acepta las cincuenta mil libras que te ofrece ese hombre y mímate. Considéralo un premio de consolación por no haber terminado casándote con mi estúpido hermano.
–No es estúpido, Kel –musitó Georgia–. Simplemente, no me ama.
–Bueno, pues yo te quiero, George, y como tu amiga te digo que aceptes el dinero y corras. No tendrás otra oportunidad igual. Y ahora voy a tener que dejarte o los niños provocarán la tercera guerra mundial en casa.
Cortó la conexión en el móvil y se sentó en el sofá.
No le costó reconocer que Kelly tenía razón. No había nada en su vida que unas cuantas actividades nuevas fueran a interrumpir.
Sus objeciones no eran con el tiempo, sino con la implicación de que estaba rota. Era deficiente.
«Eres tan divertida como Dan». ¿Se daba cuenta Kelly de la acusación real que significaba eso? ¿El Señor Seriedad?
Eso hacía tres de tres a favor. Kelly y su abuela consideraban que sería bueno para ella, y su madre…
Bueno, ¿qué otra cosa diría una mujer incapaz de controlar su dinero o sus impulsos?
Se estiró y depositó el contrato de EROS sobre su regazo. En la primera página figuraba la recomendación de su abogado sujeta con un clip.
Firma, había escrito. Y le había adjuntado la minuta.
Eso hacían cuatro de cuatro. Cinco, si contaba al atractivo y persuasivo Zander Rush.
Con una sola persona en contra.