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Lo que el housesitting nos dejó

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Para el final del housesitting teníamos la sensación de querer detener el tiempo y que aquella estadía de sueños se extendiera lo más posible. Una parada de cinco semanas en un mismo lugar (y uno tan especial como ese) era lo que necesitábamos. El paso de los días había disipado por completo aquellas dudas iniciales sobre cómo era vivir en un lugar tan aislado y había transcurrido tan rápido que casi no habíamos tenido tiempo de aburrirnos.

Esa parada y el cambio de ritmo nos permitieron generar rutinas, organizarnos, guardar ropa en los cajones y comida en las alacenas, pequeños detalles cotidianos que con el movimiento habíamos empezado a extrañar y disfrutamos cuando, por un ratito, volvieron a aparecer.

Por aquellos días se escucharon una y otra vez frases como “Esta es la mejor casa en la que viví en mi vida” o “Esto es tan bueno que no lo puedo creer”. Así estábamos. Sin poder creerlo y muy agradecidos por aquella experiencia que había llegado en el mejor momento posible para ordenarnos y darnos una gran bienvenida al mundo del housesitting.

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