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Carrera hacia el abismo

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“Un ratio creciente de la deuda externa respecto de las exportaciones […] implica que la deuda está creciendo más rápido que la fuente básica de los ingresos de la economía provenientes del exterior, e indica que en el futuro el país puede tener problemas para cumplir con sus obligaciones relacionadas con la deuda.”

(Guía de la deuda externa, trad. propia).

Un país también puede sucumbir para atender la deuda externa si las importaciones crecen más rápido que las exportaciones, y el saldo comercial (exportaciones menos importaciones) se deteriora. Pero la Guía de la deuda externa de los organismos internacionales excluye expresamente a las importaciones en la evaluación de la dicha deuda, y dice: “En teoría, dando por supuesto que la deuda puede renovarse a su vencimiento, un país es solvente si el valor presente de los pagos netos de intereses no excede el valor presente de otras entradas en cuenta corriente (principalmente los ingresos de exportación) excluidas las importaciones”.

Esta exclusión de las importaciones no responde a cuestiones técnicas, sino a las presiones de los organismos internacionales, por mandato de sus miembros hegemónicos, para exigir la apertura de los mercados de importación a los países endeudados, que están a sus pies. A pesar de la abundante experiencia de que la apertura comercial simultánea a la apertura financiera profundiza el déficit externo y acelera el endeudamiento y su crisis, prima aquí la defensa de los intereses de las empresas y bancos multinacionales y el aprovechamiento de la necesidad de los deudores, por encima de la supuesta búsqueda de cooperación y del multilateralismo que fundamenta la existencia de los organismos internacionales.

Además de los indicadores mencionados, para evaluar la deuda externa también importan los años de su vida promedio: cuanto más corta es más pesan sus pagos. La relación de la deuda externa con las reservas es otro indicador importante de la solvencia externa, pero de la coyuntura, del momento, ya que las reservas pueden caer rápido si los capitales se retiran en manada.

La proliferación de indicadores descriptivos y de sustentabilidad no evitó las crisis de deuda soberana ni su desastroso impacto sobre la producción y el empleo, a través de las políticas permanentes de austeridad, como en Grecia, que lleva casi una década con desempleo mayor al 20%, o España, con 16,5% de desocupados en 2018. Por el contrario, los gobiernos que, en términos del filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, antepusieron el valor de la vida humana a la acumulación de capital en la crisis financiera, como el gobierno de centro-izquierda de Islandia que asumió en 2009, o el socialista de Portugal establecido en 2015, reencauzaron sus economías y bajaron velozmente el desempleo.

Para peor, los análisis de sustentabilidad de la deuda que realiza el FMI y las instituciones internacionales utilizan las bases de datos macroeconómicos y las proyecciones del FMI, a quien, como a la farolera de la canción tradicional, las cuentas siempre le salen mal, por sus supuestos poco realistas o directamente manipulados para favorecer a los gobiernos market friendly y castigar a los díscolos. Esto fue evidente en la Argentina de la convertibilidad, cuando a fines de 2000 el FMI proyectaba un crecimiento de 3,7% y 4% para 2001 y 2002 (las cifras reales fueron -4,4 y -10,9%); durante los gobiernos kirchneristas, cuando el FMI sistemáticamente auguró tasas de crecimiento del producto y de las exportaciones muy inferiores a las efectivas; o en el Chile de la socialista Michelle Bachelet, perjudicado adrede por la metodología del Doing Business del organismo gemelo, Banco Mundial, según confesó Paul Romer, su economista jefe, renunciado en enero de 2018 tras esta revelación.

Por último, para los acreedores y sus socios, una vez exprimido un país sobreendeudado, siempre hay otros donde continuar la acumulación financiera. Eso sí, persiguen a toda costa que los malos ejemplos de emancipación no cundan entre los encausados y prisioneros de las mazmorras destinadas a los deudores.

Así como los acreedores y sus representantes se ocupan de calcular el ajuste presupuestario necesario para seguir cobrando la deuda, los países deudores deberían batir el parche, calcular y sostener sus objetivos de desarrollo socioeconómico inclusivo como restricción de los servicios de la deuda. Y también asegurar que la deuda se aplique a esos fines y no alimente el parasitismo rentístico financiero.

2. A los fines de la deuda externa, se consideran residentes de un país a las personas físicas o jurídicas que tienen su centro de interés económico en el territorio de esa economía.

3. Ley de Administración financiera y de los sistemas de control del sector público nacional, Nro. 24.156, art. 58, y su decreto reglamentario 1344/07.

4. En la década de 1990, Argentina emitió deuda en dólares bajo jurisdicción nacional para pagar a residentes del país indemnizaciones laborales, a familiares de desaparecidos y otras obligaciones. Esta deuda en bonos BONTES Y BOCON no se consideró externa, y tras la crisis de 2001 fue pesificada. También queda un resto de deuda en moneda extranjera defaulteada en 2001, emitida bajo ley nacional, que tampoco se considera deuda externa.

5. Incluye la deuda de la administración pública nacional, es decir de la administración central, organismos descentralizados e instituciones de seguridad social. No incluye la deuda de las provincias y municipios ni la de los bancos estatales.

6. Incluso las divisas podrían no ingresar al BCRA si los exportadores deciden retenerlas en el exterior, de acuerdo a las disposiciones del BCRA de 2016 y 2017.

7. “Prisión de los deudores” es una atinada expresión que usa Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia en el gobierno de Syriza, en su libro Comportarse como Adultos. Mi batalla contra el establishment europeo, Deusto, 2017.

8. Datos del Tesoro de Estados Unidos, al 31 de marzo de 2018.

9. Ocho veces al año la Reserva Federal establece la tasa de interés de los federal funds para los préstamos entre bancos.

10. Se refiere al sector público no financiero, excluye al Banco Central y a los demás bancos estatales.

Historia de la deuda externa argentina

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