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PRÓLOGO

Muy a menudo, la vida curiosamente, nos sorprende con coincidencias en el tiempo, o quizá se encuentran las ideas vagando insomnes por el espacio hasta que alguien con cerebro inteligente las atrape y las haga suyas. Esto es justamente lo que debió suceder cuando, en el término escaso de dos meses, me pidieron colaborar en el prólogo de dos libros muy diferentes entre sí.

El primero, un libro de cuentos, en el que me confesé completamente profano, a pesar de aportar toda mi buena voluntad en el empeño, y éste, referente a un tema que me atañe más de cerca, aunque deseo y confío en que en lo sucesivo me toque sólo tangencialmente, y que la única lesión grave que he tenido sea un mal recuerdo en mi vida profesional y personal.

Fue en el año 1999. El Metropolitan Opera House repleto de invitados al ensayo general con público de “Snow Maiden”. Era el segundo acto del espectáculo; estaba completamente entregado al rol que interpretaba, aunque me sentía cansado, la temporada estaba en el ecuador y el agotamiento se hacía sentir física y mentalmente. Al realizar un jettée, caí con el pie doblado y se me partieron los ligamentos del tobillo; exactamente la denominación de la lesión es “rotura del ligamento lateral externo”. Era mi primera lesión, mi primera señal inequívoca de pertenecer a una profesión en la que nadie escapa a sentirse protagonista alguna vez de la marca de lo nefasto para un bailarín.

Fue tal el dolor que sentí que, en ese mismo instante, y a punto del desmayo, tomé conciencia de que se trataba de una lesión seria. Me operaron y reaparecí en el escenario de los Champs Elysèes de París en septiembre del mismo año, milagrosamente y sin secuelas en el pie que condicionaran mi trayectoria profesional.

Evidentemente, mi único contratiempo en 23 años de carrera profesional, puedo dar gracias infinitas al cielo, se debió a un infortunio. Pero no siempre es así. Muy frecuentemente el bailarín sufre lesiones que le sobrevienen por saltarse demasiado a menudo el tiempo de precalentamiento o por falta del descanso necesario.

Está claro que, si se cumpliese siempre este requisito indispensable, se podrían evitar muchas marcas indelebles, a veces irrecuperables. Pero lo más esencial, lo que debería ser el manual de cabecera de un bailarín, es tener a mano un libro, escrito y bien documentado por un especialista en medicina de la danza, sobre las lesiones más frecuentes y su prevención.

Desafortunadamente no hay muchos profesionales que muestren interés por escribir sobre estos temas, ni tampoco parece que resulte rentable a las editoriales su publicación. Al no existir mucha tradición de ballet, estas obras van dirigidas a aparentes minorías, lo que hace que sólo sea justificable que salgan de la pluma o del ordenador de alguien bastante quijotesco.

Pero a mí también me entusiasman los retos, y el que se han planteado la doctora Núria Massó Ortigosa y la fisioterapeuta Mireia Pujol me parece no solamente interesante, sino también imprescindible, pues el libro que de él ha surgido servirá para consulta frecuente del sector al que va dirigido.

Baste añadir que me siento muy honrado de que profesionales tan experimentadas en estos asuntos hayan querido contar con mi humilde y nada experta colaboración literaria. Y si el prólogo no resulta demasiado atractivo, doy fe de que sí lo es el contenido del libro.

¡LÉANLO! Y ojalá que sólo tengan que aplicarlo como prevención, nunca como apoyatura curativa.

Ángel Corella

El cuerpo en la danza

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