Читать книгу Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias - Néstor Raúl Yelatti - Страница 10

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CAPÍTULO 1 El cerebro, ese “órgano fundamental”

Dado que este libro está dedicado fundamentalmente a contrastar la perspectiva neuro-científica con la psicoanalítica, conviene, en primer término, ubicar el campo propio de lo que, de modo genérico, se llama “neurociencias” En efecto, si consideramos la ubicación que hace un reconocido neuro-científico”. (1) Las neurociencias ocupan un lugar en el campo más amplio de la ciencias cognitivas, que es el nombre con que se designa el análisis científico moderno del conocimiento en todas sus dimensiones. De tal manera que las ciencias y tecnologías de la cognición, cuyo campo de investigación apunta al conocimiento, la información y la comunicación, incluyen además de las neurociencias a la inteligencia artificial, la psicología cognitiva, la lingüística y la epistemología.

Nos interesa, en especial, la psicología cognitiva en tanto procura “comprender la naturaleza y estructura de nuestras operaciones mentales” y descansa sobre la idea de que las actividades cognitivas son lo que hace el cerebro. Leemos en el Diccionario de ciencias cognitivas…

Es preciso contar con datos sobre el cerebro para caracterizar las actividades mentales […] se postula que el pensamiento no brota de cualquier sustrato, y que su sustrato, el cerebro, condiciona las formas posibles que puede tomar el pensamiento. (2)

Veamos, entonces, qué decir de este “sustrato” y de su importancia.

Aunque parezca una afirmación extrema comenzaremos diciendo que la relación cerebro-mente conduce a concebir que ninguna manifestación humana quedaría por fuera de este como órgano fundamental en tanto sustrato de aquella.

Eric Kandel. Nada es sin el cerebro

Uno de los científicos que incidió decisivamente en esta concepción fue Eric Kandel, quien recibió el Premio Nobel por sus decisivas contribuciones al conocimiento de los mecanismos de la memoria. Por otra parte, su temprano interés por el psicoanálisis lo llevó a querer rescatarlo de lo que parecía su seguro olvido por parte de la ciencia, intentando darle estatuto científico a sus hallazgos, por ejemplo, el inconsciente.

Encontramos, en sus textos principales, (3) lo que él considera cinco principios fundamentales que forman parte del pensamiento acerca de la relación cerebro-mente. Entendemos que hay que considerarlos porque esclarecen con precisión una concepción de la ciencia y sus hipótesis así como una precisa dirección de la investigación. Los principios son los siguientes:

1) Lo que se llama mente son funciones llevadas a cabo por el cerebro. Desde las más simples (caminar, comer) a las más complejas: pensar, hablar, la creación artística. “Las más complejas acciones cognitivas concientes o inconscientes”. Los trastornos de conducta son perturbaciones de la función del cerebro “aun cuando dichas perturbaciones sean originadas por el ambiente”.

2) Los genes y sus productos proteínicos son determinantes importantes en los patrones de interconexión entre neuronas. De manera que los genes y sus combinaciones ejercen un significativo control sobre la conducta. Por ende, la enfermedad mental tiene una determinación genética.

3) Los factores de desarrollo y sociales, también contribuyen de manera importante y pueden ejercer acciones sobre el cerebro modificando la expresión de los genes y, por lo tanto, la función de las células nerviosas. El aprendizaje, aun el que deriva en conductas disfuncionales, produce alteraciones en la expresión genética. “La formación (crianza) (nurture) se expresa como naturaleza (nature)”.

4) Las alteraciones en la expresión genética inducidas por el aprendizaje producen cambios en las conexiones neurales. Esos cambios, inducidos por contingencias sociales, constituyen las bases biológicas de la individualidad y de las anormalidades de la conducta.

5) La psicoterapia, que produce modificaciones a largo plazo, también produce cambios en la expresión genética y sus consecuencias.

Estos principios, que como se ve abarcan las manifestaciones consideradas “normales” como también las “patológicas”, evidencian claramente cuál es la lógica que preside la concepción de la “mente” en tanto manifestación del órgano cerebral.

La información genética, en la que se pueden producir modificaciones, el aprendizaje, que incide en dicha información y también en la estructura neural del cerebro, las incidencias sociales en sentido amplio, dado que abarcan desde el medio familiar hasta la sociedad en la que le tocó vivir a cada quién, los efectos de la palabra, por ejemplo a través de la psicoterapia, actúan sobre el cerebro y lo modifican. Esta última posibilidad es considerada a partir de los experimentos que el mismo Kandel realizó en sus estudios sobre la memoria. Estudiando un animal muy primitivo y con muy pocas neuronas, la “babosa de mar”, comprobó que la adquisición de una nueva huella mnémica, o sea una ampliación puntual de la memoria, implicaba la aparición de una nueva neurona: el cerebro demostró así ser plástico y modificable. (4) El concepto de “plasticidad neuronal” es aquí decisivo: una vez que pudo demostrarse que el cerebro no permanece igual a sí mismo y se puede modificar en función de diversos estímulos la hipótesis monista, clásicamente opuesta a la dualista cartesiana que separa la “cosa pensante” de la “cosa extensa”, pudo adquirir enorme consistencia. El cerebro tendría potencialmente la capacidad de dar cuenta de cualquier manifestación humana.

Utilizamos el término “manifestación” para incluir propiedades que no pueden considerarse como propiamente cognitivas, ni tampoco exclusivamente “emocionales”.* Para mencionar solo una de esas manifestaciones: la creencia** religiosa o lo que se llama la “fe”, no debería ser excluida de las funciones cerebrales.

Por lo pronto Kandel, quien confía mucho en el progreso de la ciencia, es consecuente en sus previsiones y anticipa que en un futuro las sustancias serán la mejor manera de incidir en el funcionamiento cerebral y en las técnicas de neuro-imágenes como la vía más precisa para determinar los cambios en el mismo, provengan estos de donde provengan. Pero sería injusto reducir la posición del neurobiólogo de hoy a la suscripta por Kandel en su momento. Su posición es extrema y contrasta con otras.

Existe en ciencia lo que se ha dado llamar un “pluralismo explicativo” que se opone a todo “reduccionismo” y que, por lo tanto, no supone una relación cerebro-mente unívoca cerebro-mente unívoca. Y para mencionar otra perspectiva que no reduce a la “mente” los componentes que participan en el proceso de su surgimiento, por ejemplo, los neurales, y la considera una “emergencia”, es decir, para decirlo con simplicidad, hay un plus, que no puede derivarse de los componentes causales que están en el origen de la misma.

Aun así, si la posición kandeliana, si se nos permite llamarla así, bien podría ser tildada de reduccionista, implica una lógica necesaria cuando de investigar las funciones del cerebro se trata. Porque si no fuera así, ¿qué quedaría excluido del órgano fundamental? ¿Qué es lo que no pertenecería a su incidencia? ¿Cómo se lo llamaría? ¿Alma tal vez, espíritu, inconsciente?

Para discutir con el neuro-cognitivismo hay que hacerlo con el que lleva sus propuestas al extremo, sin atajos salvadores y desde un psicoanálisis dispuesto a sostener sus propias hipótesis, sin pretender fundarlas en otros campos con el propósito de otorgarle “cientificidad”.

Finalmente, retomemos los dos campos que Kandel propone para la investigación y la acción sobre el cerebro. En cuanto a las sustancias lo que se observa unos veinticinco años después de estas previsiones, es que siguen un camino que no es el previsto: si bien se han demostrado eficaces para moderar, atemperar diversas perturbaciones psíquicas, por otra parte, cuando la medicina tiende a particularizar las medicaciones cada vez más, los psicofármacos amplían su uso a patologías diversas y muy diferentes y su mecanismo de acción continúa siendo incierto. El uso de sustancias para incidir en el funcionamiento cerebral, obedece mucho más a un pragmatismo que a un conocimiento científico del órgano. Y en los que se refiere a las neuro-imágenes hagamos primero un breve recorrido dado que pone en juego una cuestión de gran importancia.

Una digresión histórica: viejo y nuevo “localizacionismo”

Se encuentran menciones de la relación entre el cerebro y el control del organismo en el antiguo Egipto así como con la inteligencia en la Grecia antigua. Ya desde la época de Galeno distintos autores intentaron repartir los diferentes aspectos de lo que hoy llamamos “mental” en las diversas regiones del cerebro pero carecían de método para lograrlo.

Hubo que esperar al Renacimiento con los estudios anatómicos, recordemos los hechos por Leonardo Da Vinci por ejemplo –aunque más que un aporte a la anatomía permitieron a Sigmund Freud advertir que en esos dibujos había más fantasía del autor que rigurosidad anatómica–, y a la Edad Clásica con las correlaciones anátomo-clínicas –observaciones de pacientes con lesión cerebral– para comenzar a obtener datos serios. Como se ve, la relación lesión-falla funcional permitió muy tempranamente sentar las premisas del localizacionismo cerebral. Más adelante nos referiremos con cierto detalle a este ítem.

Pero recién, en el siglo XIX, se desarrolla la noción de área cerebral. Fue Franz Gall quien investigó bajo esa premisa, pero su lugar en la ciencia no quedó bien posicionado en la medida en que pretendió establecer una relación entre importancia de la función y tamaño del área involucrada; por lo que se dedicó a identificarlas a través de protuberancias en el cráneo. Método, hay que decirlo, un tanto precario aún para la época.

Un hito fundamental fue el descubrimiento de Paul Broca de la relación entre el lenguaje –una función específicamente humana– y el área cerebral que lleva su nombre, conocimiento logrado como era de esperar a través de la patología, aquella que hasta el día de hoy se denomina “afasia”. Estos logros decisivos fueron obtenidos a partir del estudio anatómico y microscópico de cortes de cerebro de cadáveres. Es interesante resaltar que estos estudios, por lo general, confirman en el sujeto normal los datos de localización ya establecidos clínicamente, y no por observación del cerebro, para pacientes con lesión cerebral –como es el caso del área de Broca respecto de la producción de las palabras–, aunque con observaciones, no obstante, que sugieren la idea, para cada función estudiada, de redes o circuitos neuronales que comprometen varias áreas del cerebro. Hace recordar el antiguo adagio “la clínica es soberana”.

El pasaje de los estudios realizados por observación macro o microscópica de cerebros cadavéricos a la observación a través de PET –tomografía por emisión de positrones–, imágenes por resonancia magnética funcional –RMI– y la magneto-encefalografía –MEG–, provocó una verdadera revolución. Estas técnicas permiten observar la actividad del cerebro intacto, en un ser vivo, animal o humano, y determinar qué regiones o estructuras están implicadas en tal o cual actividad cognitiva. Pero, obviamente, también modificó la posición del investigador, que pasó del examen de la sustancia inerte a la relación con el que llamaremos “sujeto de la investigación” o, más específicamente, “sujeto del experimento”. Lo que desde la perspectiva científica puede ser solo un dato, desde la psicoanalítica esta transformación es grávida en consecuencias, dado que se establece una relación entre sujetos que hablan.

Este libro está dedicado a poner de manifiesto estas consecuencias.

Pero, retomando el tema, lo que pudo comprobarse con la investigación sistemática es que esas “áreas” no funcionan de manera independiente sino todo lo contrario, se trata de sistemas de varias unidades cerebrales interconectadas, desde el punto de vista anatómico, aunque no del funcional. Los “sistemas” están compuestos de “unidades” –los antiguos “centros” de la teoría frenológica”–. Estas “unidades”, en virtud de dónde están colocadas en un sistema, contribuyen con componentes distintos al funcionamiento del mismo, por lo que no son intercambiables. Esto es muy importante para concebir que no se trata de “estructura” cerebral, sino de un “lugar” en un sistema.

En relación a esto, los estudios por imágenes han tenido importantes consecuencias. Una de ellas es la producción de una revisión de la delimitación clásica, y ante todo teórica, de las grandes funciones psicológicas como la percepción, la atención, la memoria, etc., poniendo el acento para una tarea dada, en el papel de redes cerebrales múltiples y complejas. Como es evidente, esta nueva perspectiva ha modificado radicalmente la idea de “localizacionismo”, si se entiende por éste la ubicación de un lugar (topos) preciso, que pueda dar cuenta de una determinada función. Esta evidente complejización del intento de relacionar funciones con lugares es obviamente consecuencia de que la ciencia haya seguido buscando en un lugar, el cerebro, los misterios del psiquismo humano.

Surge inevitablemente la pregunta: ¿qué otra posibilidad habría ante las evidencias logradas?… y que son muchas.

Es importante ubicar la cuestión, porque lo que parece evidente, la localización en el órgano fundamental, es lo que precisamente el psicoanálisis cuestiona, como veremos en el punto final de este capítulo. Dado que las lesiones cerebrales siguen siendo brújula en el estudio del cerebro, a pesar del gran avance en las observaciones del cerebro normal, veamos con cierto detenimiento un caso paradigmático de grave lesión y las conclusiones a las que podemos arribar a partir de la lectura del texto escrito por un eminente neurobiólogo.

Las lesiones cerebrales y sus paradojas. El caso Phineas P. Gage

El caso es considerado en el libro El error de Descartes en un libro de gran difusión e importancia en el campo de las neurociencias. (5) Se lo conoce con nombre y apellido: Phineas Gage. Lo interesante del caso es que no se trató del hallazgo de alteraciones de funciones como la memoria o el uso del lenguaje, sino de que permitió plantear la cuestión de la relación entre cerebro y juicio ético así como también la conducta social, algo particularmente interesante.

Veamos la historia resumidamente. En 1848 Ph. G. tenía 25 años. Capataz de construcción, a cargo de muchos hombres, encargado de tender vías de ferrocarril, fuerte y sano, es caracterizado por sus empleadores como “el hombre más eficiente y capaz a su servicio”. Su trabajo es delicado: debe preparar las detonaciones para abrir camino a las vías. El procedimiento está establecido de manera clara y precisa: se trata de seguir cuidadosamente los pasos. Pero en una fatídica tarde sufre un accidente, en medio de la riesgosa tarea el hombre contesta un llamado girando la cabeza, se distrae y yerra de tal manera que la pólvora le estalla en la cara y el hierro, que debería horadar la roca, penetra la mejilla izquierda, perfora la base del cráneo, atraviesa su cara frontal y sale a gran velocidad a través de la parte superior de la cabeza. El hombre cae al piso pero se mantiene despierto, como es obvio, aturdido.

Sin entrar en detalles específicos, hay que imaginar que se produjo un verdadero agujero en la cabeza con orificio de entrada y salida, fractura de cráneo y pérdida de masa encefálica. No obstante, no solo no se desmayó sino que luego de semejante traumatismo hablaba perfectamente y se mostraba dispuesto a responder a todas las preguntas que se le hicieran. Ph. G., sobrevive milagrosamente, camina, habla, percibe y soporta la infección sobreviniente en una época en la que no existían antibióticos. Aun así, muestra cambios: utiliza un lenguaje procaz, profiere las peores blasfemias, se muestra irrespetuoso, obstinado de manera pertinaz, caprichosa, al punto que se le indica que no esté próximo a las mujeres, porque fácilmente podría ofenderlas. Las caracterizaciones médicas de la época describen que después del accidente:

[…] no mostraba respeto por las convenciones sociales, la ética era violada, las decisiones que tomaba no tenían en cuenta su mejor interés, inventaba cuentos, no tenía preocupación por su futuro ni síntoma de previsión. (6)

Tal como lo dice Antonio Damasio “Gage ya no era Gage”. Ya no podía trabajar como capataz y tampoco conservaba ningún trabajo, los abandonaba de manera caprichosa, finalmente se convierte en una “atracción de circo”. Ese ser distinto, surgió de una lesión gravísima que solo pudo ser reconstruida y estudiada con los modernos aparatos de imaginería determinando las estructuras dañadas, lo que permite deducir la incidencia de las mismas en esa extraña y masiva transformación que hizo de un hombre con un lugar y un futuro, un fenómeno de circo que vivió pocos años más y murió tras una crisis convulsiva.

Las preguntas que el autor enuncia son: “¿era poseedor del libre albedrío?, ¿poseía un sentido del bien y del mal?, ¿era responsable de sus actos?”. Es que lo asombroso e interesante es cómo el grave daño sufrido, permitía el mantenimiento de funciones como la percepción, memoria, uso del lenguaje, mientras que demostraba una profunda transformación ética:

[…] el ejemplo de Gage indicaba que algo en el cerebro concernía específicamente a propiedades humanas únicas, entre ellas la capacidad de anticipar el futuro y de planear en consecuencias dentro de un ambiente social complejo; el sentido de responsabilidad hacia uno mismo y hacia los demás; y la capacidad de orquestar, de un modo deliberado, la propia supervivencia, y el control del libre albedrío de uno mismo. (7)

Gage tomaba decisiones o hacia elecciones “claramente desventajosas” que lo llevaron a la ruina. Inventaba cuentos “sin ningún fundamento excepto en su fantasía”. Según comenta el autor, el estudio de este caso implicó durante mucho tiempo la dificultad de admitir que un sujeto, con sus capacidades cognitivas no afectadas, pudiera presentar semejante transformación en su eticidad, comportamiento social y capacidad de hacer elecciones favorables para su vida. No obstante, el estudio de una cantidad de casos con lesión en la corteza prefrontal, demostró que la lesión específica de esa zona se traduce en perturbaciones similares, fundamentalmente, en el campo de la conducta social.

Los estudios hechos por Damasio, descriptos claramente por el autor, el análisis de fotografías tomadas minuciosamente para establecer las áreas dañadas del cerebro a partir de los orificios de entrada y salida de la barra de hierro, la recreación del cerebro en tres dimensiones, entre otros recursos, permitieron probar con alto grado de aproximación que, efectivamente, no estaban afectadas las áreas cerebrales necesarias para la función motriz o el lenguaje mientras que la región prefrontal ventromediana, resultó parcialmente lesionada. Esta área está comprometida en la capacidad para planificar para el futuro, conducirse según las reglas sociales y decidir sobre el plan de acción más ventajoso para la supervivencia. Pero el neurobiólogo no solo investiga, también habla y escribe de allí que leamos una frase de Damasio que sorprende y pone en duda todo el hallazgo:

[…] Existen mucho Gages en rededor nuestro, personas cuya caída en gracia social es perturbadoramente similar. Algunas tienen lesiones en el cerebro […]. Pero otras no han tenido ninguna enfermedad neurológica conocida y sin embargo se comportan como Gage, por razones que tienen que ver con su cerebro o […] con la sociedad en que nacieron. (8)

Hay que reconocer en esta frase una gran honestidad intelectual que, indudablemente, deja abierto el papel del cerebro en el caso. Si bien el autor no abunda en detalles, deja entender que la transformación subjetiva, ese antes y después catastrófico, ese “Gage no era más Gage”, atribuible a una gravísima lesión, puede ocurrir sin lesión aparente o enfermedad que lo justifique. Sujetos adaptados, apreciados, eficaces, valorados, ascendentes que, por enigmáticas razones, se dejan caer para pasar a ser objetos de burla, compasión y desprecio.

Es conveniente detenerse un momento en esta apreciación porque es indudablemente riesgosa. En primer término, porque parece poner en duda el papel de la lesión: porque si ciertas modificaciones de la conducta se deben a una lesión localizada pero también pueden surgir sin ningún daño, entonces, ¿cuál es el valor de dicha localización? Es probable que semejante afirmación surja de la caracterización que el neurobiólogo –y por qué no decir la psicología cognitiva– hace de la conducta humana. Porque, si se trata de “planificar el futuro”, podemos encontrar ejércitos de sujetos que no solo no lo planifican sino que no pueden concebir un futuro para sí mismos o que éste le resulta indiferente, o que logran un estar en el mundo viviendo un presente aceptable, sin mayores planificaciones.

En cuanto a conducirse según las “reglas sociales”, encontraremos también una gran cantidad de sujetos que las transgreden, las desconocen, no las aceptan, se rebelan contra ellas, desde el pandillero pobre hasta el político corrupto, por solo mencionar dos posibilidades. Y si se trata del “plan de acción que sería más ventajoso para su supervivencia”, este pone en juego cuestiones, que retomaremos en capítulos posteriores, como la ideología que permite suponer, tanto semejante plan de acción como que los seres humanos luchan por su “supervivencia”.

Como se ve, el hallazgo neurobiológico no impide que el científico advierta que esas “fallas” son suficientemente comunes como para no atribuirlas a lesiones específicas, tales como una barra que atraviesa el cráneo o un tumor cerebral o las consecuencias de una intervención neuro-quirúrgica. La muy interesante casuística del libro se basa fundamentalmente en estos casos.

Veamos, ahora, las consecuencias de las afirmaciones “Gage no era Gage” y las personas “que se comportan como Gage”, por “razones que tienen que ver con su cerebro o con la sociedad en que nacieron”.

Esto no es algo sorprendente para el psicoanalista o el psiquiatra: las fracturas subjetivas que producen un antes y un después en una vida, en las que ya no se es más el que se era, que conducen a un lento deterioro no modificable con ninguna intervención terapéutica, se las llama genéricamente: psicosis. En especial la llamada esquizofrenia, que continúa siendo el paradigma de la psicosis desorganizativa. Esta puede desencadenarse en la infancia, en la adolescencia y también en la edad adulta, y es en este último caso que se advierte ese giro dramático que trunca la vida laboral, los lazos afectivos, el reconocimiento social. No obstante, esas fracturas carecen de la especificidad que la lesión neurológica manifiesta. Sus manifestaciones pueden agruparse, ordenarse, sin embargo, mantienen rasgos individuales que hacen que cada caso sea único.

Por otro lado, es evidente que la alternativa “cerebro” o “sociedad” implica una diferencia con la perspectiva de Kandel antes mencionada. Quizá se refiera Damasio a que la “sociedad” produce individuos reñidos con la conducta moral “social”. Pero esto es harina de otro costal. Allí no hay fractura subjetiva. No se trata de la secuencia “conducta social apropiada”, daño cerebral localizado, lenguaje procaz, desinhibición, conductas obscenas. No es este el lugar para considerar la relación entre conducta ética y sociedad, pero es importante que la perspectiva del autor, que parece no querer reducir la conducta del ser humano a una causalidad biológica, lo que sin duda compartimos, confunda la profunda transformación del Sr. Gage evidente producto de una lesión del cerebro, con otras no menos importantes que no responden a esa causa.

La conclusión más evidente es que si se daña el cerebro, habrá perturbaciones diferentes según donde se produzca el daño, pero no será el estudio del cerebro el que dé cuenta de lo propio de los humanos, de los giros catastróficos que puede producir una contingencia en la vida de cada quien, del porqué de sus destinos tan disímiles, de las razones que permiten la pureza ética en uno y la criminalidad más transgresora en otro. Aunque parezca evidente conviene decirlo en una época en que el reduccionismo es una tentación.

¿Cuál podría ser la perspectiva del psicoanalista ante el caso? ¿Qué cabida tendría ante la contundencia de las consecuencias de una lesión?

En primer término, aceptarla en toda su importancia. Pero su interés estaría dirigido a otra cuestión, su pregunta sería otra: ¿por qué el Sr. Gage, tan eficaz, preciso, respetuoso del procedimiento, cuidadoso, un buen día comete ese error de consecuencias catastróficas? ¿Por qué se distrajo cuando se encontraba manipulando pólvora? Pregunta sin respuesta posible en el caso, pero que abre el camino a otro orden de causalidad, y a darle un estatuto diferente al “error” humano. No es el estudio de las capacidades cognitivas del cerebro lo que puede dar respuesta a esa falla puntual, única, sorprendente, que puede modificar de semejante manera el destino de un hombre. Se trata de otra dimensión que no es la del cerebro sino la del “sujeto” que siempre es responsable de su posición y como consecuencia de sus actos, aunque estos tomen la apariencia del “error”. Más adelante volveremos a referirnos a lo que llamamos “sujeto”.

Llegados a este punto, en el que damos el valor que merece a la lesión y sus consecuencias, pasemos a lo que la noción de sujeto implica: lo no localizable.

El psicoanálisis y lo no localizable. Freud y la materialidad significante

Ya de manera temprana Freud estableció una topografía, la relación entre inconsciente, preconciente y conciente que implicaba pasajes o permanencias en un lugar u otro. La conocida “represión” consistía para Freud en mantener representaciones en ese lugar llamado inconsciente. Tan es así, que la traducción literal del término Verdrangüng, establecido como “represión”, es “esfuerzo de desalojo”, que en su literalidad indica con toda precisión la relación entre “lugares”. Pero Freud aclaró, para evitar equívocos, que esos lugares son virtuales y no reales, dando como ejemplo la formación de una imagen virtual en una lente, en decir no ubicable en ningún lugar del espacio real.

Esto fue considerado por científicos y también psicoanalistas como una limitación de las posibilidades de la ciencia y la tecnología de la época freudiana, y no como la estructura misma de la construcción teórica freudiana.

Si hay un artículo temprano que rompe con la intención de localización material es el dedicado a la diferencia entre las parálisis orgánicas e histéricas. (9) El artículo de Freud data de 1893, es decir, podría considerárselo pre-psicoanalítico. Hay dudas de si fue Charcot quien le encargó su escritura o fue por su propia iniciativa. Lo cierto, es que establece una clara “divisoria de aguas”. La construcción del texto mismo lo indica: las primeras tres secciones están dedicadas al conocimiento neurológico de la época respecto de las vías nerviosas implicadas en las parálisis motrices. Estas son de dos clases, la parálisis periférico –espinal y la cerebral–. “Esta distinción está perfectamente de acuerdo con los datos de la anatomía del sistema nervioso”, lo que implica una diferencia importante en tanto las parálisis pueden ser masivas o detalladas. Estamos ante un Freud neurólogo que busca fundamentar las diferentes manifestaciones en la estructura del sistema nervioso, que hasta inventa términos, propone denominar “parálisis de proyección” a las parálisis periféricas detalladas, a diferencia de las de origen cerebral que nombra “parálisis de representación”.

Este Freud neurólogo e investigador científico, que se rige por un razonamiento riguroso, y podríamos decir “localizacionista”, busca el sustrato material de una manifestación patológica del cuerpo al mismo tiempo que advierte que el tilde de “simuladora”, que le cabía a la histérica de su tiempo, no reflejaba lo que la observación indicaba: las histéricas no simulaban parálisis orgánicas fueran estas de origen central o periférico, hacían otras parálisis, no explicables por la anatomía. Si hubiera una “lesión”, en las histéricas esta:

[…] debe ser por completo independiente de la anatomía del sistema nervioso, puesto que la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, como si no tuviera noticia alguna de ella. (10)

Entonces, ¿en qué consistía la parálisis histérica?:

[La histérica] toma los órganos en el sentido vulgar, popular, del nombre que llevan; la pierna es la pierna, hasta la inserción de la cadera; el brazo es la extremidad superior tal como se dibuja bajo los vestidos. (11)

Freud acababa de descubrir, en los síntomas histéricos, otro cuerpo que el de la anatomía, un cuerpo delimitado por los nombres, las palabras, o sea, los significantes. Se produce una deslocalización: ya no se trata del cerebro y de la anatomía nerviosa. Se descubre otro “lugar”, no físico, que Jacques Lacan llamará el lugar del “Otro de los significantes” de donde proviene lo que Freud llama “el sentido vulgar, popular, el nombre que llevan (los órganos)”. Luego, la pregunta freudiana no se dirige ya a las estructuras nerviosas sino al destino de esos significantes que llamó previamente “representaciones”; que nosotros llamamos, a partir de Lacan “significantes”. Porque estos elementos así llamados establecen relaciones entre sí, se ligan, se sustituyen, prevalecen unos sobre otros, producen efectos de significación diversos.

La temprana observación de Freud se mostró grávida en consecuencias: a través del síntoma histérico se reveló que el cuerpo humano no se reduce, o para decirlo más taxativamente, no es el organismo. La histérica le enseñó al Freud, aun neurólogo, que su cuerpo hablaba a través de sus síntomas, y la prueba de ello es que también podía responder a sus palabras. Eso que se llamó tempranamente “interpretación” y que no eran más que las palabras de Freud revelando lo que entendía era el inconsciente de su paciente, producían efectos sobre el cuerpo: la parálisis histérica podía desaparecer por la acción de meras palabras. Los descubrimientos freudianos posteriores no hicieron más que constatar lo que el cuerpo histérico había revelado.

El ser humano, el ser parlante, tiene un cuerpo que excede a su organismo; ese cuerpo que puede llamarse “simbólico” en tanto es sensible a los significantes, es más, podríamos decir que es efecto de ellos. Significantes que tienen una materialidad, se pueden oír, se pueden ver, pero que son fundamentalmente extraños, provienen de otro lugar y producen dichos efectos.

Este extraordinario y temprano artículo de Freud permite contrastar la perspectiva neurológica, la de la materialidad de lo que llamamos organismo con la dimensión del cuerpo, construcción simbólica que responde a otra materialidad: la del significante.

Resumen

Este capítulo parte del cerebro como órgano de la “mente”, tal como es concebido por las neurociencias. Ubica los principios que un neurobiólogo eminente, Eric Kandel, hacen del mismo un “todo”, del que ninguna manifestación humana queda excluida. Luego de una digresión necesaria sobre la historia del “localizacionismo” cerebral porque, en definitiva, el estudio del cerebro busca localizar, se considera el papel que juegan las lesiones cerebrales en dicho estudio. Para ello se toma un caso histórico desarrollado por Antonio Damasio, otro nombre de importancia, de grave lesión cerebral y sus consecuencias. Finalmente se considera un artículo temprano y fundamental de Freud en el que parte de la lesión cerebral, el materialismo neuronal para, a través del síntoma histérico, poner de manifiesto otro materialismo: el del significante, decisivo para abordar los enigmas del psiquismo humano.

1- Varela, F. J., Conocer. Las ciencias cognitivas: tendencias y perspectivas, Buenos Aires, Gedisa, 2002.

2- Houdé, O., Kayser, D., Koenig, O., Proust, J., Rastier, F., Diccionario de ciencias cognitivas: neurociencia, psicología, inteligencia artificial, lingüística y filosofía, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. XVI.

3- Kandel, E. R., A new intellectual framework for psychiatry. American Journal Psychiatry 155 457-469 Abril 1998. También: Biology and the future of psychoanalysis: a new intellectual framework for psychiatry revisited. Ibidem 156 505-524 Abril 1999

4- Kandel, E. R., En busca de la memoria, Buenos Aires, Katz, 2007.

* Utilizamos aquí el término “emoción” porque es el que se considera en el campo de la neurobiología. Efectivamente, en el diccionario que es nuestra referencia, no hay una entrada denominada “afecto”, término que prevalece en los desarrollos psicoanalíticos.

** Hay una definición de creencia: es un estado psicológico que lleva a aceptar una representación cuyo estatus epistémico es incierto o dudoso. Es decir, no se trata de un conocimiento. Se deduce que creer en Dios no consiste en una función cognitiva.

5- Damasio, A., El error de Descartes, Buenos Aires, Crítica, Ediciones de bolsillo, 2003.

6- Ibíd., p. 25.

7- Ibíd., p. 25.

8- Ibíd., p. 32.

9- Freud, S., “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas”, Obras completas, t. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1978.

10- Ibíd., p. 206.

11- Ibíd., p. 206.

Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias

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