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2. Estado de ánimo

Es el sentimiento según el cual crees que te puedes comer el mundo, o que el mundo te comerá.

Para un buen estado de ánimo, es importante rodearse de aquellos seres queridos que hacen que tu vida tenga sentido. La buena amistad, hermandad, coleguismo, familiaridad. Es un factor crucial en nuestras vidas.

El sentirnos solos hace que parezca que nada tenga sentido, que no valga la pena la lucha. Es un sentimiento vacío, sin fortaleza ni propulsores de energía. Te sientes derrotado, abatido y nada parece tener sentido; es lo contrario a sentirnos apoyados, valorados, escuchados.

Este caso podemos verlo en los niños cuando sus padres no se encuentran en casa y ellos se sienten solos, incluso abandonados, y se despierta en ellos una actitud fría, déspota y violenta. Todo ello por falta de ese afecto, cariño o amor de padres, el cual deberían recibir constantemente.

El no sentirnos vinculados a alguien hace que tengamos miedos, soledad e incertidumbre. Que perdamos el control de nuestras vidas y su valor.

Un buen estado de ánimo nos inyecta una fuerza nuclear que despierta todos nuestros sentidos y nos lleva a vivir experiencias únicas, irrepetibles. El encontrarnos vinculados a alguien desde una forma muy afectiva y segura nos da la capacidad de superarnos y avanzar ante cualquier situación.

Tenía yo unos diez años cuando mis padres decidieron hacer un viaje por cuestión de paseo y negocios. Se marchaban dos semanas enteras y llevaban con ellos a mi hermana, que es la única que tengo en mi núcleo familiar, y es la mayor.

Recuerdo esa sensación tan desagradable de soledad. Cuando ellos se despidieron, yo me imaginé todo el recorrido que debían hacer para abordar el bus que los llevaría a la ciudad. Vivíamos en el campo. Recuerdo recorrer con mi imaginación cada metro de ese camino, pues yo lo conocía a la perfección.

Y veía en esa extraordinaria imaginación como se alejaban cada instante más y más. Yo sentía que hacía frío, que dos semanas serían eternas sin la voz de mis padres. Sin el cariño de mamá, siempre atenta a nuestras necesidades. Es la época de mi vida en la cual reconozco que tuve la primera sensación de depresión y abandono.

Me dio por llorar todo el día y no me apetecía comer nada. Así pasaron unos días de constante tristeza y soledad. Me había quedado con mi hermano mayor, ya que yo soy el menor de tres. Fueron mi hermano y un amigo de la familia los encargados de cuidar la propiedad y de mí.


Ellos hacían todo lo posible por cuidarme y atenderme, pero los trabajos del campo ocupan mucho tiempo y tenían bastantes obligaciones con ello. Al verme así, que no levantaba cabeza, me llevaron donde mi abuela, a la ciudad. Allí estaba ella dispuesta a darme todo lo necesario. También se encontraba una de mis tías y un tío. El ambiente cambió instantáneamente. Me recuperé en cuestión de horas.

El entorno, el afecto, la dedicación, la compañía, los ruidos alegres, hicieron que durante esos días allí no extrañara tanto a mis padres. Extrañar es algo que no le deseo a nadie. Ese sentimiento es muy feo y destructivo. Aprendí de ello que el afecto, el amor, el apoyo para una persona es muy importante y vital.

Debemos siempre ser muy comprensivos al encontrarnos con personas que se sienten solas. Tenemos que ponernos en sus lugares para comprender la situación que viven y darles nuestro apoyo incondicional, hacerles sentir que no están solas y que estamos para lo que necesiten.

Ese momento marcó mi vida y entendí que tenía que ser una persona más empática y altruista. El darme a los demás sin esperar nada a cambio. Comprendí que lo que para mí pudo ser un problema, para otro no lo es y viceversa.

Estamos en tiempos donde los índices y parámetros de depresión van en aumento y no tienen cara de parar. El ser humano no fue creado para estar solo ni maltratado. Somos seres sublimes, con emociones y relaciones que varían constantemente dependiendo de la situación que estemos viviendo en cada momento.

Por eso es importante tener una vida balanceada, organizada y rodearnos de todo aquello que nos haga felices. Tenemos la obligación, por nuestro bien, de estar siempre felices. ¡Claro! Esto no es tan fácil y menos con este sistema que nos desangra y nos machaca constantemente haciéndonos sentir poca cosa, pero allí es donde nosotros debemos entrar para autoconocernos y apoyar a otros.

Vivimos tiempos superficiales en que nos estamos haciendo daño mutuamente. Cada uno va a lo suyo sin importar la vida del otro, sus sentimientos, emociones ni el daño tan terrible, incluso irreversible, que podamos ocasionar.

Cuando alguien se nos acerca, lo miramos como bicho raro. «Umm…, ¿qué querrá este? ¿Qué intenciones tendrá conmigo? ¿Que estará buscando?». Y todos estos pensamientos nos llevan a juzgar rápidamente y alejarnos, sin dar la oportunidad a esa persona de expresar sus intenciones con nosotros. Esto nos ha llevado a aislarnos y vivir en burbujas de oro, pero solos, porque hemos aprendido de la vida que es mejor estar solos que mal acompañados.

Y esto se ha convertido en un verdadero cliché. Ya no le damos oportunidad a la primera a nadie, preferimos huir a nuestra soledad que darnos una oportunidad de conocer y compartir con alguien. La falta de afecto y amor hacia los demás nos ha llevado a deshumanizarnos. A no ser esos seres especiales dadivosos, altruistas, empáticos, y hemos pasado al bando de los justicieros, juzgadores, jueces absolutos sin ningún reproche ni un mínimo sentimiento de apego y vínculo hacia los otros.

Este es el estado prácticamente actual de nuestra sociedad. Gente sola y abandonada.

Cuando llegué a España por primera vez, en el año 2000, conocí algo que no es tan habitual en el continente latinoamericano. Las residencias para mayores. Pude ver de primera mano cómo personas dejaban allí a sus padres tan fácilmente, muchos de ellos con todas sus facultades perfectas.

Les tenía que preguntar el porqué de esa situación tan triste de abandono y desapego de seres tan especiales como nuestros padres. Me llegaron a responder que les estorbaban en la casa, que querían vivir solos y no tener responsabilidad ninguna con ellos.

¿Pero si pueden valerse por sí mismos? ¡No importa, que los atienda otro! Casos así tengo cientos para contar, ya que mi suegra trabaja en una residencia como enfermera y los casos que cuenta son para quedarse con la boca abierta por el desconcierto de la frialdad con que muchos hijos tratan a sus padres.

El vínculo hijo-padre es el mayor que existe, y es una pena que lo estemos llevando a esos límites decadentes. Padres e hijos enfrentados como enemigos, agrediéndose como delincuentes sin una pizca de respeto en muchos casos.

Esto a mí me reventó la cabeza, metafóricamente hablando.

Nuestros padres en Latinoamérica son tesoros preciados y ninguno de nosotros quiere apartarse de ellos y, si fuera posible, quisiéramos que nunca murieran. Entiendo que hay casos especiales en relaciones de padres e hijos, pero nuestra cultura nos lleva a honrar nuestros padres toda la vida.

No podemos olvidar que gracias a su intervención directa, hoy tú y yo estamos aquí. Ver esos vínculos rotos es deprimente y muy triste. ¿A dónde vamos a ir a parar con estos sentimientos tan superficiales y objetivos, según los cuales si no hay algo que me beneficie de una persona no la apoyo, no cuenta conmigo, no me interesa? Y es así como cada día hay más y más casas para mayores, y psiquiátricos.

Nos estamos autodestruyendo a una velocidad vertiginosa y pocos deciden parar y analizar qué está sucediendo con sus vidas y las de los suyos.

Debemos amar, honrar, cuidar todo aquello que nos rodea para hacer de este mundo algo mejor. Si no ponemos de nuestra parte para contribuir a un mejor bienestar, ¿no será difícil en poco tiempo convivir los unos con los otros?

Si no amamos a nuestros seres queridos y los enfrentamos constantemente, ¿qué se puede esperar de afecto y sentimientos positivos hacia desconocidos? Hay un versículo bíblico que dice: «No pretendas salvar el mundo y perder tu casa».

Si no amas y respetas lo que tienes a tu alrededor, ¿cómo lo vas a hacer con los extraños y lejanos?

Pensad en ello y meditad.


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