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3.3 IGUALDAD NO ES SER IDÉNTICOS

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No defendemos que hombres y mujeres somos idénticos, por supuesto que no lo somos; defendemos que somos iguales.

Si entendemos que dos cosas o dos personas son iguales solo cuando son exactamente coincidentes en todo, entonces negaremos la igualdad entre hombres y mujeres. Pero caeremos en un error, puesto que la igualdad no se refiere a ser copias exactas, sino a poseer la misma naturaleza y el mismo valor. Imaginemos dos pedacitos de cuarzo rosa. Muy probablemente presenten diferencias (uno puede ser más grande que otro, uno puede ser un poco más brillante, uno puede tener el tono rosa más acentuado), pero ambos pedacitos son cuarzo.


Hombres y mujeres no somos copias exactas, presentamos diferencias entre nosotros. Las personas africanas y las europeas no son copias exactas del prototipo «persona», presentan diferencias (meramente físicas) entre sí, pero pertenecen a la misma naturaleza, a la de los seres humanos. Hombres, mujeres, europeos, asiáticos, africanos... somos lo mismo, somos personas, somos humanos. Y es por esto por lo que podemos decir que africanos, asiáticos y europeos somos iguales, aunque presentemos diferencias en nuestro color de piel, en la forma de nuestros ojos, en la cantidad de vello corporal, en el color de nuestro pelo, etc.

Hombres y mujeres tenemos algunas características diferenciadas que básicamente se limitan al fenotipo sexual, es decir, tenemos genitales distintos y algunas características físicas diferentes: el timbre de nuestra voz, la proporción de masa muscular, la cantidad de vello, y poco más. Pero estas diferencias no nos hacen ser dos tipos de seres, no hacen que cada sexo pertenezca a una naturaleza distinta, que los individuos de un sexo sean personas y los del otro no. No, ambos pertenecemos a la naturaleza de los seres humanos, somos iguales en esto. Y, por tanto, como ambos sexos somos lo mismo, como ambos sexos somos personas, tenemos las mismas cualidades, las mismas capacidades, las mismas emociones, las mismas necesidades, las de las personas. Si a dos trocitos distintos de cuarzo, pero iguales por ser el mismo mineral, se les echa por encima un ácido o cualquier otra solución reaccionarán de la misma manera: no generarán dos tipos de repuesta, no, generarán la misma. De igual manera, si a un hombre, si a una mujer, si a un europeo o a un africano les echamos por encima la misma educación, reaccionarán de la misma manera, desarrollarán las mismas capacidades, no capacidades distintas. Desarrollarán las capacidades propias de ser personas.

Por supuesto que europeos y africanos no somos idénticos; las células de la piel de los africanos generan una cantidad mucho mayor de melanina y de ahí su color de piel mucho más oscuro. Esto supone una diferencia biológica, es decir, sus genes —en lo que tiene que ver con la producción de melanina— son distintos; ahí hay una diferencia genética. También la hay en la proporción de masa muscular que tienen; en líneas generales, son mucho más atléticos y fibrosos que los europeos. Ahora, esta diferencia genética no tiene nada que ver con que existan diferencias en sus capacidades cognitivas, emocionales y de cuidado a otros congéneres en relación con los europeos —como, desgraciadamente, se consideró durante mucho tiempo—. Porque las capacidades cognitivas y emocionales no están en la melanina ni en los músculos, están en el cerebro, en un cerebro idéntico en todos los seres humanos. Por supuesto, hombres y mujeres no somos idénticos. Los genitales masculinos son completamente distintos a los femeninos; esto supone una diferencia biológica, una diferencia genética. Como en el ejemplo anterior, esta diferencia genética no tiene nada que ver con que existan diferencias en las capacidades cognitivas, emocionales y de cuidado a otros de hombres y mujeres, de niños y niñas —como, desgraciadamente, algunos sectores siguen defendiendo—. Porque las capacidades cognitivas, emocionales y de cuidado a otros no están en los genitales, no salen de ellos, salen del cerebro, idéntico en todos los seres humanos.

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