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I

CONÓCETE A TI MISMO

“Conócete a ti mismo...” Pocas personas han sabido interpretar verdaderamente esta fórmula inscrita en el frontispicio del Templo de Delfos. ¿Quién es este “sí mismo” que debemos conocer? ¿Acaso se trata de nuestro carácter, de nuestras debilidades, de nuestros defectos y cualidades?... No; si conocerse fuese únicamente eso, los sabios nunca habrían inscrito este precepto en el frontispicio de un templo. Este conocimiento es necesario también, desde luego, pero resulta insuficiente. Conocerse es mucho más. Conocerse es Regar a ser consciente de los diferentes cuerpos de que estamos compuestos, desde los más densos hasta los más sutiles; de los principios que animan estos cuerpos, de las necesidades que nos hacen sentir y de los estados de conciencia que les corresponden, de los que no sabemos nada. Todos nos observamos un poco, tratamos de conocer algunas de nuestras tendencias buenas o malas, y decimos: “¡Ya me conozco!” Pero todavía no nos conocemos.

En realidad, no existe ninguna representación del ser humano que abarque completamente su gran complejidad; por ello no hay que extrañarse de que las religiones y los diferentes sistemas filosóficos no hayan tenido la misma concepción de su estructura. Los hindúes, por ejemplo, lo dividen en 7, y los teósofos también han adoptado esta división. Los astrólogos lo dividen en 12, en correspondencia con los 12 signos del zodíaco, y los alquimistas en 4, de acuerdo con los 4 elementos. Los cabalistas han escogido el 4 y el 10: los cuatro mundos y los diez sefirot. En la religión de los antiguos Persas, el mazdeísmo, y después en el maniqueísmo, el hombre se divide en 2, de acuerdo con los 2 principios del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas, Ormuzd y Ahrimán. En cuanto a los cristianos, a menudo lo dividen en 3: cuerpo, alma y espíritu. Aún añadiré que ciertos esoteristas han escogido la división en nueve, porque repiten el 3 en los 3 mundos, físico, espiritual y divino.

¿Dónde está la verdad? Está en todos. Depende del punto de vista con el que se observe al hombre. Por eso no rechazo ninguna de estas divisiones. A menudo, por comodidad, divido al hombre en 2: la naturaleza inferior o personalidad y la naturaleza superior o individualidad, porque esta división facilita la comprensión de ciertos problemas.1 Para otras explicaciones escojo la división en 3, 6, ó 7, sí me parecen más claras para vosotros. Estas divisiones sólo son medios fáciles para presentar tal o cual aspecto de la realidad. No se contradicen entre ellas porque cada una es verdadera desde un punto de vista distinto.

Cuando queremos dar una idea de la anatomía del ser humano no lo representamos todo a la vez, sino que, para facilitar su comprensión, tenemos que confeccionar diferentes láminas que correspondan a los distintos sistemas: óseo, muscular, circulatorio, nervioso... En geografía también se hacen varios mapas: físico, político, económico, geológico, etc... Pues bien, lo mismo sucede en todos los niveles. Exactamente igual que el anatomista o el geógrafo, los Iniciados utilizan diversos esquemas o divisiones según los aspectos del ser humano y las cuestiones que quieren profundizar.

1 Naturaleza humana y naturaleza divina, Colección Izvor nº 213.

La vida psíquica: elementos y estructuras

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