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III

VARIAS ALMAS Y VARIAS CUERPOS

Los grandes Iniciados, a quienes la clarividencia proporciona un saber indiscutible sobre el hombre y el universo, están de acuerdo en lo siguiente: el alma – este principio que, como su nombre indica, tiene la propiedad de animar el cuerpo físico – no es dada al ser humano por entero en el momento del nacimiento, sino que se instala en él a través de sucesivas etapas en el transcurso de su vida.

Por eso, no os extrañéis de que los filósofos neoplatónicos o incluso ciertos Padres de la Iglesia hayan afirmado que el hombre posee varias almas. La primera, que llamamos alma vital, es puramente vegetativa y gobierna los procesos fisiológicos: la nutrición, la respiración, la circulación... La segunda, más evolucionada, es llamada alma “animal”; la tercera, alma emocional; la cuarta, alma intelectual o racional. Finalmente, está el alma divina, que es pura luz, y que sólo, reciben plenamente los Iniciados cuando han terminado su evolución.

Al alma vegetativa, que es la primera que anima al embrión, ya en el seno de la madre, se suma hacia los siete años el alma llamada “animal”, o si queréis, voluntaria. En general, se cree que el alma se instala definitivamente hacia esta edad, llamada “edad de la razón”. No; se trata solamente del alma voluntaria. Desde el nacimiento hasta los siete años el niño no cesa de moverse, de andar, de correr, de gesticular, y a los siete años, cuando el alma animal se ha instalado por entero en él, puede decirse que el niño ha adquirido una autonomía de movimientos suficiente como para ser capaz de dominar sus gestos.

Pero ya desde hace algún tiempo ha comenzado un nuevo período en el que la vida afectiva toma cada vez más importancia: es el alma emocional que aparece poco a poco. Hacia los catorce años, en la pubertad, cuando esta alma emocional llega a su madurez, entra ya definitivamente y le impulsa a dejarse guiar por su sensibilidad.

Sin embargo, al mismo tiempo, también se desarrolla la capacidad de reflexionar y, finalmente, hacia los veintiún años, se aposenta el alma intelectual, racional. Eso no quiere decir que a partir de los veintiún años el ser humano sea automáticamente sabio y razonable; no es así. ¡E incluso en este período puede cometer las mayores tonterías de su vida! Sin embargo, este es el momento en que entra en posesión de sus facultades de comprensión y de razonamiento.

En cuanto al alma divina, su entrada en nosotros depende de la vida que hayamos decidido llevar y de nuestro deseo de recibirla. Precisamente lo que llamamos “Iniciación” es el camino que el ser humano debe recorrer para “encontrar” su alma divina y atraerla, para que se instale y habite en él Iniciado es aquél que ha trabajado para transformarlo todo dentro de sí, a fin de atraer a su alma divina; todo su ser se ha vuelto armonioso, vibrando al unísono con la Inteligencia cósmica de la que llega a ser un conductor, un servidor.

Pero, en realidad, eso sólo es verdaderamente posible para algunos seres excepcionales que han trabajado en este sentido durante numerosas encarnaciones. Sólo deseaban reencontrarse, realizarse y atraer su alma divina para manifestarla plenamente. Durante años y años se han ido preparando con ejercicios de purificación, de meditación, de oración y de sacrificio, a fin de atraer a su Yo superior, a su Yo divino. Cuando lo consiguen, se dice que han recibido al Espíritu Santo.

También los cabalistas dicen que el hombre tiene varias almas. Al alma emocional, astral, la llaman Nephesh; al alma intelectual, Ruah; y a las almas superiores, Nechamah, Hayah y Iehida. En cuanto a los hindúes, ellos no hablan de almas, sino de cuerpos, lo cual también es exacto, ya que toda partícula de materia contiene una energía. Esta energía es el principio masculino, y la materia el principio femenino.

En todas partes, en el universo, la materia posee una energía; por tanto el cuerpo físico, que es materia, posee en sí una energía, y es a esta energía a lo que llamamos alma. Sin embargo, además del cuerpo físico, el hombre posee otros cuerpos más sutiles, y cada uno tiene su alma: para el cuerpo físico está el alma vital, para el cuerpo astral el alma emocional, y para el cuerpo mental el alma intelectual; para el cuerpo causal, el cuerpo búdico y el cuerpo átmico, también existen tres almas superiores. Cada cuerpo contiene, pues, su alma: el cuerpo es la forma, el contenido, y el alma la energía que lo anima. Ambos son inseparables. La propia naturaleza, el cosmos, es un cuerpo, el cuerpo de Dios, y tiene un alma, el Alma universal. Todo esto está claro, resulta transparente.

Pero volvamos a estos diferentes cuerpos. Las tres actividades fundamentales por las que se caracteriza el hombre son: el pensamiento (que tiene por instrumento el intelecto), el sentimiento (que tiene por instrumento el corazón) y la acción (que tiene por instrumento el cuerpo físico). No creáis que únicamente el cuerpo físico está hecho de materia: el corazón y el intelecto son también instrumentos materiales, sólo que su, materia es más sutil que la del cuerpo físico.

Una vasta tradición esotérica enseña que el cuerpo astral es el soporte y el vehículo del sentimiento, y que el soporte del intelecto es el cuerpo mental. Pero esta trinidad, cuerpo físico, cuerpo astral y cuerpo mental, constituye nuestra naturaleza humana imperfecta. Estas mismas facultades del pensamiento, sentimiento y acción se encuentran nuevamente en nosotros a un nivel superior, y allí sus vehículos son los cuerpos causal, búdico y átmico, que forman nuestro Yo divino. Los tres grandes círculos concéntricos indican las relaciones que existen entre los cuerpos inferiores y los superiores,

El cuerpo físico, que representa. la fuerza, la voluntad, el poder en el plano material, está conectado con el cuerpo átmico que representa la fuerza, el poder y la voluntad divinas.

El cuerpo astral, que representa los sentimientos y los deseos egoístas y personales, está unido al cuerpo búdico, que representa el amor divino.

El cuerpo mental, que representa los pensamientos corrientes e interesados, está conectado con el cuerpo causal, que representa la sabiduría divina.


Así pues, en nuestro yo terrestre, somos una trinidad que piensa, siente y actúa. Pero esta trinidad no es más que un reflejo minúsculo de la otra trinidad celeste que espera que nos unamos a ella. Esta fusión se realizará algún día.

Y éste es el sentido oculto del Sello de Salomón, , símbolo de gran profundidad, el cual, por otra parte, era muy anterior a Salomón.3 Los Iniciados resumen a menudo en un símbolo, en una figura geométrica muy sencilla, las realidades psíquicas y espirituales que tienen una gran profundidad.

Así pues, el ser humano está constituido por tres cuerpos (se puede decir también por tres almas) que componen su Yo superior. Todas las experiencias felices o desgraciadas por las que pasamos en nuestra vida sólo tienen, en realidad, una finalidad: la de permitir reencontrarnos. Cuando estas dos partes, inferior y superior, llegan a fusionarse, el Cielo y la Tierra se unen en nuestro interior plenamente, a raudales, gozosamente.

3 La Balanza cósmica, Col. Izvor nº 237, cap. VIII: “Para hacer los milagros de una única cosa”.

La vida psíquica: elementos y estructuras

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