Читать книгу La vida psíquica: elementos y estructuras - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 7
ОглавлениеIV
CORAZÓN, INTELECTO, ALMA, ESPÍRITU
I
Uno de los pasajes más conocidos de los Evangelios es aquél en que, habiéndole preguntado un escriba cuál era el primer mandamiento, Jesús respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas...”4 Con estas palabras Jesús presenta al hombre como constituido por cuatro principios: el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. En efecto, la palabra “fuerza” concierne al espíritu, ya que, según la Ciencia iniciática, únicamente el espíritu posee la verdadera fuerza.
Para comprender bien el significado de estas palabras, hay que empezar por distinguir el corazón del alma, así como el intelecto del espíritu. E corazón y el alma son los vehículos de nuestras emociones, de nuestros sentimientos y de nuestros deseos; pero mientras que el corazón es la sede de los sentimientos y de las emociones ordinarias, ligados a los dolores, a las penas y a la sensualidad, así como a las alegrías y placeres puramente físicos, el alma es la sede de las emociones y de los impulsos espirituales y divinos. Entre el intelecto y el espíritu existe la misma relación que entre el corazón y el alma. El intelecto es la sede de los pensamientos y de los razonamientos ordinarios que sólo apuntan a la satisfacción de los intereses personales y de las necesidades materiales. Por el contrario, el espíritu es el principio del pensamiento y de la actividad puramente desinteresados.
El corazón y el alma se refieren a un mismo y único principio, el principio femenino, que puede manifestarse en una región inferior, el corazón o plano astral, o en una región superior, el alma o plano búdico. El intelecto y el espíritu provienen también de un principio único, el principio masculino, que se manifiesta en dos regiones: la inferior del plano mental, o la superior del plano causal. Los dos principios masculino y femenino utilizan, pues, cuatro vehículos: el corazón y el intelecto, el alma y el espíritu. Estos dos principios y estos cuatro vehículos habitan en una misma “casa”, el cuerpo físico.
Con el fin de clarificar más esta cuestión, que sigue siendo todavía demasiado abstracta para muchos, os contaré una historieta. Imaginad una casa en la que viven el amo y el ama con un criado y una criada. Sucede a veces que el amo de la casa se va de viaje y su mujer se queda un poco triste y lánguida, esperando la vuelta de su marido y velando por la buena marcha de la casa. Y cuando vuelve el marido, cargado de regalos, hay una gran fiesta en la casa. Otras veces, el amo y el ama se van juntos o hacen un largo viaje, y cuando el criado y la criada se encuentran solos y sin vigilancia, deciden aprovecharse de esta libertad: empiezan a explorar las almacenes en los que descubren toda clase de provisiones, y puesto que es más divertido ser muchos que pocos para festejar algo, invitan a los vecinos y vecinas... Después de unas horas de juerga, evidentemente, encontramos mesas y botellas tiradas, e incluso algunas cabezas fracturadas. Cuando vuelven los amos, se horrorizan ante tal espectáculo; naturalmente hay reprimendas y vuelven a poner orden en la casa.
Interpretemos ahora esta historieta. La casa es el cuerpo físico; la criada es el corazón; el criado es el intelecto; el ama de la casa es el alma, y el amo el espíritu. A menudo el espíritu se va, y entonces nuestra alma se siente abandonada; pero cuando vuelve, trae inspiración, abundancia y luz. Cuando el alma y el espíritu se van de viaje, el corazón y el intelecto se funden y cometen todas las tonterías posibles... ¡en compañía de otros corazones y de otros intelectos!
Si proseguimos con esta imagen, descubriremos en detalle los papeles respectivos del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu. Sabéis que una criada normalmente está destinada al servicio del ama de casa, mientras que el criado se ocupa del amo. Los amos se distancian de los servidores debido a su vida, su conducta y sus preocupaciones, y no siempre les confían los secretos de su trabajo o de sus proyectos. Así, también, el alma y el espíritu actúan sin revelar sus intenciones al corazón y al intelecto.
Pero si la criada, por su conducta irreprochable, se gana la confianza absoluta de su ama, ésta le habla a veces de sus proyectos, de su felicidad, del amor que siente por su esposo, el espíritu. Entonces la criada, el corazón, se llena de gozo por estas confidencias. Lo mismo sucede si el criado consigue, por su trabajo, la confianza de su amo; éste empieza a hacerle revelaciones, y el criado, el intelecto, se ilumina, se vuelve lúcido. Pero para que esto suceda, es necesario que la criada y el criado vivan juntos en perfecta armonía al servicio de sus amos. Si no están de acuerdo y los deseos del uno se oponen a los deseos del otro, se hace más difícil el trabajo del alma y del espíritu. Esta imagen permite múltiples combinaciones y aplicaciones sobre las que debéis meditar, porque todos los estados de salud o de enfermedad, de felicidad o de sufrimiento, pueden explicarse a través de las relaciones existentes entre estos cuatro habitantes de la casa del hombre.
Queda claro, pues, que la pareja corazón-intelecto es una repetición en el plano inferior de la pareja alma-espíritu. El intelecto y el espíritu son principios masculinos; el corazón y el alma son principios femeninos. De la unión de las dos parejas corazón-intelecto y alma-espíritu nacen los hijos: la unión del intelecto y del corazón produce los actos en el plano físico, mientras que la unión del alma y del espíritu produce los actos en el plano divino.
Las conexiones que hay entre estos cuatro principios explican por qué, cuando no están sometidos al alma (que representa el amor divino), y al espíritu (que representa la sabiduría divina), el corazón y el intelecto no hacen más que tonterías. Cuando hayan crecido en la vía del amor y de la sabiduría, el corazón y el intelecto llegarán a ser el hijo y la hija de Dios; pero de momento, tan sólo son sirvientes. El hijo hace todo lo que su padre le ordena, y la hija todo lo que le pide su madre. Así, pues, cuando el corazón y el intelecto sepan cumplir la voluntad divina, es decir, sepan actuar de acuerdo con el amor y la sabiduría, serán hijo e hija de Dios. Mientras desobedezcan y estén llenos de dudas, de sospechas, de inquietudes o de rebeldía, no serán el hijo ni la hija de Dios, sino tan sólo del hombre.
Si el intelecto no está purificado por la luz del espíritu, es víctima del orgullo. Si el corazón no está purificado por el calor del alma, sucumbe ante las pasiones. Y precisamente el gran error de los seres humanos es haber roto la comunicación entre las regiones inferiores del corazón y del intelecto, y las regiones sublimes del alma y del espíritu; privados de esta conexión, el corazón y el intelecto se acongojan y afligen. Sólo una cosa puede salvarles, y es el encontrar a sus amos y servirles como buenos servidores. Entonces el corazón se convertirá en el conductor del alma y el amor divino se derramará a través suyo; el intelecto será el receptáculo de la sabiduría divina, y el espíritu se manifestará a través suyo.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas...” Jesús daba a entender con esto que todas las facultades del hombre deben ser puestas al servicio de la Divinidad. Pero, ¿cómo? El Maestro Peter Deunov decía: “Tened el corazón puro como el cristal, el intelecto luminoso como el sol, el alma vasta como el universo, el espíritu poderoso como Dios y unido a Dios...” Eso quiere decir que debemos amar al Señor con la pureza de nuestro corazón, con la luz de nuestro intelecto, con la inmensidad de nuestra alma y con la fuerza de nuestro espíritu.
El corazón debe ser puro, lo cual significa que se ha liberado de sentimentalismos egoístas, de todos los deseos y ansias que lo transforman en un lodazal, que lo enturbian y le impiden reflejar el cielo. El intelecto debe ser luminoso a fin de iluminar el camino. El alma debe ser vasta, y es el amor el que la expande y la dilata; cuando estáis llenos de amor, os sentís capaces de abarcar el universo entero. El espíritu se vuelve poderoso cuando se conecta con el Creador, porque la verdadera fuerza nos viene de la Fuente divina. Desgraciadamente estas cualidades que debemos poner al servicio de Dios, con frecuencia las ponemos al servicio de los demás, y entonces nos perdemos.
Alguien viene a veros y os dice: “Amigo mío, dame tu corazón, lo necesito...” Rehusáis al principio, pero entonces llora y luego suplica un día, una semana, un mes, y, finalmente, le dais vuestro corazón. Y ahí lo tenéis paseándose con dos corazones, pero vosotros ya no tenéis ninguno... Otro reclama vuestro intelecto diciendo que lo necesita para trabajar. Después de unas semanas, a fuerza de insistir, lo consigue, y de esta forma vosotros lo perdéis. Otro viene, y os dice: “Me gusta mucho tu alma, dámela...” Se la dais, y os encontráis sin alma. Finalmente alguien os pide vuestro espíritu. También en eso acabáis por ceder. ¡Así es como os creáis la reputación de seres caritativos!...
¿Estáis extrañados? ¿Pensáis que no es posible darle a alguien el corazón, el intelecto, el alma o el espíritu? Pues sí, es tan posible que os horrorizaríais si os dijese que son raros los que no han dado o vendido su corazón o su intelecto para obtener dinero o placeres, el poder o la gloria. Y las entidades inferiores del mundo invisible también tienen interés en apoderarse del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu de los seres humanos, a fin de utilizarlos para sus trabajos tenebrosos. En realidad estos seres sólo consiguen esclavizar el corazón y el intelecto; el alma y el espíritu se les escapan gracias a su esencia superior, divina. Ahora bien, si llegan a estar sometidos durante un tiempo, se debe a su conexión con el corazón y el intelecto, ya que éstos están más cerca de la materia y son más influenciables a las corrientes inferiores. Pero no puede prolongarse por mucho tiempo, naturalmente, ya que el alma y el espíritu son libres e invulnerables. Exceptuando el caso en el que el hombre se ate consciente y definitivamente mediante un pacto con el diablo.
Pero también los espíritus superiores quieren manifestarse a través del hombre. Estos espíritus forman una jerarquía de Ángeles, de Arcángeles, hasta alcanzar la Divinidad,5 y sólo a ellos podemos – e incluso debemos – dar nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu. Si nos mantenemos a su lado nunca nos robarán, perjudicarán, ni abandonarán; hay que rogarles que vengan y que se sirvan de nosotros para la gloria de Dios y de su Reino.
Diréis: “Entonces, ¿qué debemos hacer si alguien viene a pedirnos nuestro corazón o nuestro intelecto?” Pues bien, es muy sencillo. Imaginad que tenéis un violín: está armonizado rítmicamente con vosotros, con vuestras vibraciones, y entonces alguien os lo reclama. Tenéis que responderle: “Amigo mío, te ofrezco la música que surge de mi violín, pero el violín es mío y me lo quedo, no está hecho para ti...” Suponed que tengáis un capital depositado en un banco. Si alguien viene a pedíroslo, le diréis: “Amigo mío, te daré los intereses de este dinero, pero conservaré el capital para que me siga rindiendo...” Imaginaos otro caso: tenéis un árbol frutal en vuestro jardín y alguien quisiera arrancarlo para plantarlo en su casa. Le diréis: “Querido amigo, conservaré este árbol en mi jardín, donde le corresponde, pero puedes venir a comer de sus frutos cuando quieras. Te daré incluso un injerto, para que puedas plantarlo en tu jardín, pero no más...” Supongamos ahora que tengáis un libro extremadamente raro y precioso: se repite la misma historia, y os piden que lo deis. Decid: “Ven a mi casa todos los días, si quieres, para leerlo o copiarlo, pero el libro debe quedarse en mi biblioteca...” De esta manera dais trabajo a todos y sacudís su pereza. Todos evolucionan y todo el mundo está contento.
Deberíais establecer una correspondencia entre estos ejemplos y lo que podéis dar de vuestro corazón, de vuestro intelecto, de vuestra alma y de vuestro espíritu. No deis vuestro corazón, dad solamente vuestros sentimientos. No deis vuestro intelecto, sino vuestros pensamientos. No deis vuestra alma, sino el amor que de ella emana. No deis vuestro espíritu, sino las fuerzas benéficas que brotan de él.
II
Si os pregunto: “ ¿Conocéis las cuatro reglas aritméticas?”, me responderéis: “Claro que sí, sabemos sumar, restar, multiplicar y dividir...” Pues bien, no estoy muy seguro, porque estas operaciones son extremadamente difíciles de realizar. ¿No habéis sufrido nunca por haber hecho una suma imprudente con alguien sin saber luego cómo hacer la resta?... Lo que suma, en nosotros, es el corazón; el corazón sólo sabe sumar, siempre añade mezclándolo todo. El que resta es el intelecto. El alma multiplica y el espíritu divide.
Considerad al hombre a lo largo de su existencia. Cuando es niño toca todos los objetos, buenos o malos; los coge, los chupa y los come, hasta los que pueden hacerle daño. La infancia es la edad del corazón, de la primera regla, la suma. Cuando el niño crece y su intelecto comienza a manifestarse, rechaza todo lo que le es inútil, desagradable o perjudicial: resta. Luego se lanza a la multiplicación: su vida se puebla de mujeres, de hijos, de adquisiciones de todo tipo, de sucursales... Finalmente, cuando es viejo, piensa que pronto se va a ir al otro mundo y escribe su testamento para legar sus bienes a unos y a otros: divide.
Empezamos acumulando, y después rechazamos muchas cosas. A continuación debemos plantar lo bueno para multiplicarlo. Si no sabemos sembrar los pensamientos y sentimientos, no conocemos la verdadera multiplicación. Si sabemos sembrar se producirá una multiplicación, obtendremos una gran cosecha, y después podremos dividir, es decir, distribuir los frutos recogidos.
En la vida nos vemos continuamente enfrentados a las cuatro reglas. Esto ocurre cuando algo inquieta nuestro corazón y no conseguimos eliminarlo, o bien nuestro intelecto rechaza a un buen amigo con el pretexto de que no es sabio ni está bien situado. A veces multiplicamos lo malo y descuidamos plantar lo bueno... Hay que empezar por estudiar las cuatro reglas en la vida misma. Después, habrá que estudiar otras: las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos, etc... Pero, de momento, contentémonos con estudiar las cuatro primeras reglas, porque, hasta ahora, ni siquiera hemos aprendido a sumar y a restar. Algunas veces hacemos una suma aceptando alimentar un mal deseo, o bien rechazamos un buen pensamiento, un ideal elevado, debido a que el primero que ha llegado nos ha dicho que con semejantes pensamientos nos íbamos a morir de hambre. Ved, pues, cuántas cosas tenéis que aprender.
El corazón, el intelecto, el alma y el espíritu viven juntos en la misma casa, en el cuerpo físico, y a veces se oponen, se pelean, pero se ven obligados a vivir juntos; no se pueden separar. Y cada uno actúa a su manera en relación a la “casa”, es decir, en relación a todo el cuerpo, a las funciones, a los órganos, y también en relación al rostro. Cuando una persona engorda significa que en ella domina el corazón, puesto que el corazón no hace más que sumar. Si adelgaza, significa que domina su intelecto, lo que en ciertos casos es positivo, pero en otros, no. Antaño, la gente prefería estar más bien gorda. Actualmente está de moda estar más delgado. En ambas tendencias hay un peligro. El que tiene buen corazón tiende a engordar, está bien dispuesto, es jovial, magnético: se deja llevar y desbordar por el corazón. Pero, a veces, este exceso lleva consigo la pereza; el que engorda ya no quiere caminar, no quiere esforzarse, ni siquiera intentar nuevas experiencias porque su corazón ya no se lo permite.
Cuando el intelecto domina, se adelgaza. El intelecto está relacionado con la electricidad, cuyas vibraciones negativas rechazan las moléculas de la materia, lo que provoca adelgazamiento. El remedio contra la obesidad consiste, pues, en pensar. Todos los días los periódicos y las revistas hacen publicidad de productos adelgazantes que son peligrosos y muy costosos; pues bien, yo os doy uno que es muy eficaz y muy barato: ¡pensar! Sí, pensad un poco y adelgazaréis. Y el que esté delgado y quiera engordar, que dé trabajo a su corazón, que se vuelva más tranquilo, más caritativo, más acogedor. Para que haya equilibrio es necesario que el intelecto y el corazón trabajen con igual intensidad. No es bueno que el corazón o el intelecto dominen, especialmente el intelecto, porque a fuerza de restar, lo suprime todo y luego no queda nada, ni bondad, ni justicia, ni honestidad, ni providencia, ni alma, ni tan siquiera la existencia de Dios. El intelecto empobrece y agota al hombre.
Los cuatro principios del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu actúan también sobre nuestro rostro en el que cada uno de ellos realiza su trabajo. El corazón se ocupa de la boca. La forma de nuestra boca es el resultado del buen o mal funcionamiento de nuestro corazón, de nuestros sentimientos. La boca revela las cualidades del corazón. Es su imagen visible, mientras que él permanece escondido. El intelecto trabaja sobre la nariz, o si lo preferís, es el modelo invisible a partir del cual se construye la nariz. Según la longitud de la nariz, su posición – alta o baja en el rostro – su forma puntiaguda o redonda, su color, etc... se pueden conocer las particularidades intelectuales de una persona. El alma se ocupa de los ojos: en ellos se pueden adivinar todas las fuerzas o las debilidades de un alma. El espíritu trabaja sobre la frente: la frente revela la nobleza, el poder, las altas cualidades del espíritu o bien los vicios que le impiden manifestarse.
Los ojos y la boca, formados por el alma y el corazón, son dos elementos femeninos. La frente y la nariz, formados por el espíritu y el intelecto, son dos elementos masculinos. Ahí tenemos, pues, dos madres y dos padres; pero falta encontrar los hijos, porque la existencia de hijos es conforme a las leyes de la naturaleza. Si no hay hijos, el principio masculino y el principio femenino no están conectados. En una simple mezcla, se pueden separar los elementos, pero cuando hay combinación, ya no se puede. Si el oxígeno y el hidrógeno están simplemente mezclados no producen agua. Para producirla deben estar combinados. En la naturaleza, si no hay hijo, no hay alegría. Los hijos son como el agua, son el fruto de la combinación de los seres. El mismo fenómeno se produce en nosotros: el corazón y el intelecto, el alma y el espíritu producen un hijo en el plano físico. Para el corazón y el intelecto (la boca y la nariz), este hijo es el mentón; para el alma y el espíritu (los ojos y la frente), el hijo es la parte superior del cráneo.
El mentón, hijo del corazón y del intelecto, nos revela la voluntad, la resistencia de un ser, su capacidad para actuar en el plano físico; su forma redonda o cuadrada, su apariencia prominente o retraída, nos dan un gran número de indicaciones. El hijo del alma y del espíritu es el centro superior situado en lo alto de la cabeza: expresa la capacidad de realizar la voluntad divina, la perseverancia en el ideal divino.6
Los cuatro fenómenos esenciales que estudia la física: el calor, la luz, al magnetismo y la electricidad, también están ligados a la boca, la nariz, los ojos y la frente. La boca está relacionada con el calor, la nariz con la electricidad, los ojos con el magnetismo y la frente con la luz. La boca, que está relacionada con el calor, tiene también relación con los ojos, ligados al magnetismo; es la relación del corazón con el alma. Los ojos son una boca que absorbe la luz, y el alma se alimenta de sentimientos como el corazón, pero de sentimientos divinos. Con nuestros ojos absorbemos un alimento superior, la luz, de la misma forma que con la boca absorbemos el alimento físico y, asimismo, al igual que la nariz distingue los olores, el intelecto, con la luz de la sabiduría, discierne lo que es bueno o malo, mientras que el espíritu, relacionado con la frente, ve en el mundo superior.
Claro que no todo funciona siempre perfectamente. A veces la boca no expresa nada bueno porque el corazón es frío. Algunas mujeres se pintan los labios, ¿por qué? Para dar gato por liebre. Tienen el corazón helado pero quisieran hacer creer que es cálido. Instintivamente sienten que los hombres les juzgan en función de unas leyes fisionómicas y, para atraerlos, se pintan los labios. Eso significa: “Mi corazón es ardiente; si vienes conmigo tendrás calor...” Pero, a menudo, en vez de experimentar calor, los que se acercan se hielan, porque el color rojo sólo se encontraba fuera y no dentro.
Si la nariz es excesivamente eléctrica, ello significa que su propietario alimenta en su intelecto pensamientos que le ponen nervioso y colérico: cuando hay una sobrecarga eléctrica, se dice “¡saltan chispas!”, o bien “se me ha subido la mosca a la nariz”, lo que demuestra la relación que existe entre el nerviosismo y la nariz. Según sea la nariz podréis conocer las fuerzas eléctricas que actúan sobre una persona determinada. Si la nariz predomina en el rostro, ello significa que la persona es autoritaria y que tiene tendencia a imponer su concepción de las cosas a los demás.
Los ojos reflejan el magnetismo. Es aconsejable mirar con dulzura, apaciblemente, sin insistencia. Sucede, a veces, que los ojos se vuelven eléctricos y la nariz magnética, y esto no es correcto. La mirada debe ser dulce, tranquila, llena de bondad, pero sin excederse demasiado. Porque si resulta demasiado tierna, ¡todos aquéllos a quienes miréis empezarán a perseguiros!
La frente está conectada a la luz. Si la frente se calienta en vez de ser fría y luminosa, se cae enfermo. Pero entre el calor y la luz existe una buena relación: si pensáis con sabiduría, razonablemente, vuestra boca podrá pronunciar palabras cálidas que aportarán calor y reanimarán los corazones.
Así pues, en nuestro rostro hay signos reveladores: el mentón, la boca, la nariz, etc... que, por su forma, su color o sus emanaciones, revelan nuestras cualidades y nuestros defectos. Toda está inscrito en ellos de forma completamente legible.
Consideremos ahora otro aspecto de esta cuestión. Cuando el niño es pequeño, se manifiesta a través de movimientos, pero como todavía no tiene voluntad para gobernarse o controlarse, su mentón no está desarrollado ni formado. Cuando crece, comienza a vivenciar en él sentimientos, emociones y deseos de todo tipo (la boca); llegado a la edad adulta aprende a reflexionar, a discernir (la nariz); más tarde, se pone a multiplicar todo lo bueno y útil de la vida, trabaja con su alma (los ojos). Finalmente, cuando es viejo, vive en su espíritu, reflexiona y extrae las lecciones de todos los acontecimientos de su vida (la frente).
También podemos conocer cuál será el destino del hombre a través de su boca, su nariz, sus ojos, su frente. Si alguien tiene una boca, una nariz y unos ojos encantadores, pero una frente que no denota nada bueno, ello indica que durante los tres primeros períodos de su vida desarrollará y manifestará sus buenas cualidades; pero, más tarde, cuando llegue a la vejez, mostrará egoísmo, dureza, cinismo, y llegará incluso a negar la existencia de Dios. Lo hemos visto algunas veces. Si la frente no está formada de acuerdo con las leyes del espíritu, durante la edad madura la persona destruirá todo lo que antes había construido. Si un hombre tiene el mentón, la boca y la nariz mal construidos, pero tiene bien los ojos y la frente muy hermosa, ello nos muestra que durante la infancia, así como en la adolescencia y en la edad adulta, llevará una vida mediocre, y hasta desordenada, pero que hacia la vejez cambiará, bajo la influencia de elementos más elevados, más espirituales. Las riquezas que hay en la frente no se manifiestan sino más tarde, hacia el final de la vida.
Pero vayamos más lejos... el hombre sólo puede subsistir porque come (estado sólido), bebe (estado líquido), respira (estado gaseoso), y absorbe el calor y la luz (estado ígneo).
En nuestras actividades cotidianas, el estado sólido está representado por los actos; el estado líquido, por los sentimientos; el estado gaseoso, por los pensamientos; y el estado ígneo, por las actividades del alma y del espíritu. A cada uno de estos estados, ligados a los cuatro elementos, corresponden en la naturaleza fenómenos particulares: para el estado sólido, los terremotos; para el estado líquido, las tormentas y las inundaciones; para el estado gaseoso, los huracanes y las tempestades; para el estado ígneo, los incendios. Estos accidentes se encuentran de nuevo en nuestra vida, en la que continuamente estamos expuestos, física o simbólicamente, a las pruebas de la tierra, del agua, del aire y del fuego.
Los terremotos, las tormentas, las tempestades y los incendios, nos son enviados para comprobar lo que hemos comprendido sobre el trabajo que debemos realizar con nuestro cuerpo físico, nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu.
Como premio a este trabajo aparecerán la paz, la felicidad y la libertad entre los hombres. Si todo el mundo sigue hablando de felicidad y de paz sin hacer nada para transformarse, nunca se arreglará nada. Únicamente entrará la paz en el mundo si hay seres que trabajan sinceramente sobre sí mismos. El que instale la paz en sí mismo, entre los diferentes elementos de su ser, trabaja de verdad para la paz.7 Actualmente hay terribles desacuerdos entre todos estos elementos y la guerra externa no es más que la consecuencia de esta guerra interna.
Ha sido dicho: “Construído vuestra casa sobre la roca...”8 La roca representa una base sólida. ¿Qué es esta roca? Para el corazón, la pureza; para el intelecto, la sabiduría; para el alma, el amor; para el espíritu la verdad.