Читать книгу Las revelaciones del fuego y del agua - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 6
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DESCUBRIMIENTO DEL AGUA
El agua es el fluido vital de la tierra. Los ríos y los afluentes representan las arterias y las venas; los lagos, los plexos, etc. Como la sangre, el agua es este elemento tan valioso e indispensable que da la vida, que alimenta a todas las criaturas: las piedras, las plantas, los animales, los hombres…
Incluso los cristales tienen necesidad de agua para formarse: las piedras preciosas sólo existen gracias a algunas partículas de agua sin las cuales se convertirían en polvo. Es el agua que hace que la piedra sea resistente, coloreada y transparente a la luz. En cuanto a la vegetación, cuyas raíces están enterradas en el suelo, ésta constituye el cuerpo etérico de la tierra. Sí, el cuerpo etérico de la tierra son los árboles, y el agua es el fluido que sostiene ese cuerpo. Las flores, los árboles y todas las plantas moldean y vivifican la tierra mediante el agua.
Si queremos entrar en los secretos de la naturaleza, hay que tratar de comprender la importancia del agua, de meditar sobre su significado, sus propiedades, su poder, sobre todo lo que está escondido en ella. Todo el mundo se comporta negligentemente frente al agua, no se la considera, no se la aprecia. Diréis: “¡Pero sí que la apreciamos!” Sí, instintivamente, mecánicamente, inconscientemente, pero no hablo de eso. Es en vuestra conciencia que el agua debe tomar un valor, a fin de volverse un factor poderoso para vuestra vida psíquica, vuestra vida afectiva y mental.
He constatado que incluso algunas personas permanecen ante un río, un lago o el mar tan insensibles como ante una pared... Esta agua no les dice nada, es como si no la vieran. Sólo se preocupan del agua cuando les falta y se preguntan cómo van a poder cocinar, lavar la vajilla, bañarse o regar el jardín... ¡Es extraordinario! Pero que se sacudan un poco, que traten de maravillarse, que digan al menos: “¡Cuánta agua! ¡cuánta agua!” ¡para mostrar que la ven!... ¿Cómo no maravillarse, no estremecerse de alegría ante esta materia tan límpida, esta manifestación del principio femenino, de la Madre Divina que nos envuelve con su pureza y su claridad? ¡Hay que ser ciego! ¡Y luego creemos que vamos a dilucidar los misterios del universo! Hay que empezar en seguida por comprender lo que representa el agua en la naturaleza y decidir trabajar con ella para transformar vuestra vida interior. Es bueno que nos guste pasear cerca de las cascadas y de los ríos, beber el agua de las fuentes, bañarse en los lagos y en los mares, pero eso no es verdaderamente un trabajo, y no producirá el menor cambio en vosotros en tanto que no sepáis cómo entrar en contacto realmente con el agua, cómo hablarle y unirse a ella.
Para entrar en contacto con el agua, la primera condición es acercarse a ella con respeto, sabiendo que en ella viven entidades bellas y puras que no estarán bien dispuestas hacia vosotros si no tenéis consideración y amor por ellas.7 Por ejemplo, si queréis bañaros, sobre todo en un lago, estad atentos, no lo hagáis en cualquier estado de ánimo. Pedid la autorización de las entidades del agua, porque al bañarse es como si os liberarais de vuestras impurezas en su hogar y debéis ser conscientes que podéis indisponerlas. Estad pues muy atentos.
Ahora, como posiblemente no todos los días tenéis la oportunidad de entrar en contacto con el agua en la naturaleza, podéis ejercitaros en vuestra casa. Llenad una copa de agua: aunque sea en pequeña cantidad, ella representa a todas las aguas de la tierra, porque simbólicamente, mágicamente, incluso una sola gota de agua basta para relacionarse con todos los ríos y con todos los océanos. Os concentráis pues en el agua de esta copa llena, la saludáis para que se vuelva aún más viva y vibrante, le decís cuánto la admiráis y cuán bella la encontráis, así como que deseáis que os dé su pureza y su transparencia. Luego podéis tocar el agua, hacerla correr sobre vuestras manos pensando que entráis en contacto con su cuerpo etérico, que absorbéis sus vibraciones de las que os impregnáis.
Podéis también formar imágenes: manteniendo siempre vuestras manos en el agua, pensad por ejemplo que os bañáis en un lago de alta montaña, el lago más puro, el más cristalino y comulgáis con su frescura, su pureza... Si hacéis este ejercicio con un sentimiento sagrado, sentiréis vibrar vuestro cuerpo en armonía con toda la naturaleza, os sentiréis aliviados, purificados y hasta vuestro cerebro funcionará mejor. Después de un ejercicio parecido, ¡cuántos cambios! Pero con la condición que este factor más poderoso, el pensamiento, se ponga a trabajar. Gracias al pensamiento, todo lo que Dios ha creado puede serviros para mejoraros, purificaros, reforzaros y volveros más inteligentes.
Así pues, ejercitaros, no es poca cosa y sin importancia mirar el agua en una copa de cristal; tocarla con amor, sentir su frescura, su dulzura, contemplar su transparencia. Y puesto que el agua es, entre los cuatro elementos, el que se mezcla más íntimamente con nuestro organismo, podemos también al beberla establecer comunicaciones con las fuerzas puras del universo, y absorber los elementos que ella contiene. Pero evidentemente, para eso, hay que beberla lentamente, en pequeños sorbos, con la conciencia de que se absorbe la sangre de la naturaleza que da de beber y nutre a todas las criaturas. Esto es nuevo para vosotros, ¿no es cierto? Seguramente nadie os ha dicho nunca cómo beber el agua para que ella os dé su vida, su pureza, su transparencia.
Hay que haber perdido el conocimiento en el desierto a causa de la sed para comprender realmente lo que es el agua. El agua es la madre de la vida y merece nuestro respeto, nuestro reconocimiento y nuestro amor. En las bodas de Caná, Jesús transformó el agua en vino, es decir en sangre, en vida. Bebed el agua pensando que en vuestro cuerpo, también ella se transforma en sangre portadora de vida. Meditad largamente sobre esta idea y decidle al agua: “Tú que alimentas a todas las criaturas, revélame los secretos de la vida eterna...”
7 El libro de la Magia divina, Col. Izvor nº 226, cap. VIII: “El trabajo con los espíritus de la naturaleza”