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IV

EL AGUA, LA CIVILIZACION

¿Qué es una civilización? El producto del agua. Sí, observad dónde han instalado sus casas los humanos desde los orígenes: al borde del agua. Algunas veces al borde del mar, pero la mayoría de las veces al borde de los lagos, de los ríos, de los afluentes. ¿Por qué? Es simple.

Una fuente brota en la montaña, el agua desciende abriéndose un camino en medio de las rocas: el musgo, la hierba y las flores comienzan a crecer a su paso. Cavando poco a poco su lecho y con el refuerzo de otros pequeños cursos de agua que se juntan a ella, se convierte en un riachuelo bordeado de árboles y todo un mundo de peces, de insectos, de pájaros y pequeños animales se ponen a pulular en sus aguas y sobre sus riveras. Finalmente, llega a la planicie y poco a poco, los hombres atraídos por toda esta vida que perciben, consideran que son buenas condiciones para ellos y deciden instalarse. Lo comprendéis ahora: ha bastado que el agua fluya y la vegetación ha venido, los animales han venido, los humanos han venido. Imaginad que decimos: “Veamos, instalemos pájaros aquí, allí algunos árboles frutales, allá una escuela, etc...”, sin haber pensado previamente en el agua, pues bien, los pájaros no se quedarán, los árboles se secarán y la escuela se cerrará.

Evidentemente, esta agua de la que os hablo es simbólica. Esta agua, es el amor. El agua, la vida, el amor, es la misma cosa... los planos son diferentes, pero la realidad es la misma. Mientras no hay amor, hay desierto, y nadie desea instalarse en un desierto. Atravesamos el desierto, pero no nos instalamos en él, continuamos hasta que encontramos un punto de agua, justamente, un oasis. Desgraciadamente, cuando quiere construir algo, la mayoría de la gente no piensa en el agua, en el amor, no creen que el amor sea necesario, cuentan sólo con la organización. Y entonces, establecen programas, redactan estatutos, construyen edificios donde instalan personas a las cuales les atribuyen funciones… ¡es magnífico, pero es el desierto! Y os aseguro que no hay muchos candidatos para quedarse mucho tiempo en un desierto, por más organizado que sea.

Mientras no haya vida, que es el verdadero motor de las cosas, nada funciona. Pero en cuanto aparece la vida, el amor, aunque no haya nada organizado, todo se pone en su sitio, exactamente como la vegetación, los animales y los humanos son empujados naturalmente a instalarse al borde de un curso de agua. Eso es lo que siempre he sabido. Por eso, nunca me he ocupado de la organización. He dejado fluir el agua y es así como, poco a poco, ha nacido y se ha desarrollado la Fraternidad. Así pues, también vosotros debéis primero hacer fluir el agua.

A menudo, algunos vienen a quejarse ante mí: “No sé lo que me pasa, me siento vacío, insatisfecho ya no tengo inspiraciones...” Lo observo y veo que, en efecto, no comprende por qué está en un penoso estado. Entonces le explico: “He aquí que usted se encuentra en este estado porque ha detenido la fuente. – ¿Qué fuente? ¡Yo no he detenido nada! – Sí, ha detenido la fuente que hay en su interior, y como el agua ya no corre, la hierba y las flores se han secado, los pájaros han marchado y los humanos ya no vienen a frecuentar un sitio tan vacío y triste...” 8 La hierba, las flores, los pájaros, son los sentimientos, los pensamientos, las emociones con sus formas, sus colores, sus perfumes, sus cantos. Con el pretexto de que habéis tenido algunas decepciones y contrariedades, os cerráis, perdéis vuestro amor, vuestro entusiasmo. Pues bien, esto no es inteligente, y no cambiará nada de los acontecimientos que os entristecen, y vosotros mismos os privaréis aún de alguna cosa. Así pues, ¡el inconveniente es doble!

Sean cuales fueren las dificultades, las penas, dejad fluir el agua, os volveréis más ricos, sí, más ricos en toda clase de presencias que vendrán a embellecer vuestra vida. Si permanecéis en el desierto, no os quejéis, vosotros lo habréis escogido, y nadie más: “Me diréis, pero, me he puesto en este estado por culpa de fulano y mengano que me han engañado, me han traicionado, no soy yo quien...” Sí, sois vosotros, razonáis mal, nadie os fuerza a estar en este estado. Hay personas que han querido dañaros, está claro, pero no estáis obligados a sufrir pasivamente su maldad y añadir todavía a este inconveniente la desgracia de secarse. Entonces, ya veis, ¡mal razonamiento! Y si no enderezáis la situación, si abandonáis así la esperanza, el amor, la fe, estáis muertos. Incluso antes de morir, ya es la muerte.

Vuestra fuente no debe nunca dejar de fluir. “Sí, pero vendrán siempre a abusar de mí, a engañarme, a perjudicarme...” Pues bien, más vale ser un poco engañado y perjudicado, éstas no son más que pequeñas pérdidas, mientras que si dejáis secar vuestra fuente, lo perderéis todo. Evidentemente, es deseable que sepáis orientarla, canalizarla, que no la dejéis fluir por cualquier sitio, por cualquier jardín. Dejarla fluir no significa que esté prohibido protegerla. Nunca os he dicho que debéis distribuir las riquezas de vuestro corazón y de vuestra alma a cualquiera sin ningún discernimiento, yo sólo os prevengo que la actitud que consiste en cerrarse con la excusa de que algunas veces nos hemos sentido decepcionados por los humanos, es muy perjudicial para vuestra felicidad. Desde luego, os hablo para vuestra felicidad, sois vosotros desgraciadamente los que no sabéis lo que hay que hacer para ser feliz.9 Entonces, en lo sucesivo, meditad más a menudo sobre esta imagen del agua que fluye y tratad de comprender todas las bendiciones que esta agua puede aportaros.

8 Los secretos del libro de la naturaleza, Col. Izvor nº 216, cap. III: “La fuente y la ciénaga”.

9 Las semillas de la felicidad, Col. Izvor nº 231, cap. XVI: “Dad sin esperar nada a cambio” y cap. XVII: “Amad sin pedir ser amados”.

Las revelaciones del fuego y del agua

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