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El número 10 y los 10 sefirot
I
Lectura de un pensamiento del Maestro Peter Deunov:
“Determinar el número personal es recibir inesperadamente una herencia de diez millones de levas. Si sois razonables, resolveréis con ese número muchas dificultades. Los números ocultan una fuerza mágica. Recibir diez millones de levas, es poder adquirir mansiones, amigos, la felicidad... ¿Qué mayor riqueza que esa? Todo el mundo se inclina ante diez millones de levas. ¿Por qué? Porque es un número viviente. Y si tal fuerza está oculta en un número, ¡mucho más grande es esa fuerza cuando se manifiesta a través de un ser humano! Cuando un hombre penetra en la fuerza de los números, los profesores de la luz abren para él las puertas de su Universidad. Si al menos una puerta se abre para el hombre, entrará sobre un carro de fuego como el profeta Elías entró en el Cielo. Pero aquél que no comprende los números vivientes, rondará largo tiempo alrededor de las puertas de esta Universidad y nadie se las abrirá. Para poder entrar en la Universidad de la luz, hay que poseer amor, pues el amor resuelve todos los problemas. Fuera del amor no hay nada, sólo el fracaso...”
Algunos detalles de este pensamiento del Maestro Peter Deunov seguramente os sorprenderán, y si no os los explico, os iréis con ideas erróneas sobre su Enseñanza. Él dijo: “Todo el mundo se inclina ante diez millones de levas...” Naturalmente, esto no es extraordinario, lo vemos por todas partes... Aunque hoy en día diez millones de levas ya no representan gran cosa, ¡ni siquiera alcanzan para construirse una cabaña! “Recibir diez millones de levas es poder adquirir mansiones, amigos, la felicidad...” ¡Ah! Eso no es seguro; las mansiones, sí; pero los amigos y la felicidad, eso no es en absoluto seguro. Pensaréis que estoy contradiciendo y criticando a mi Maestro... En absoluto, al contrario, y voy a mostraros la profundidad de lo que él sobreentiende.
¿Qué significa “conocer el número personal” y por qué el Maestro eligió el número diez? El Maestro habla el mismo lenguaje que todos los grandes Iniciados: para ellos todo es número. Los números representan el armazón del universo, y quien los conoce, no solamente posee la ciencia de la creación, sino que se vuelve todopoderoso, pues los números son fuerzas mágicas. Cada ser tiene un número determinado, y si lo conoce, conoce al mismo tiempo su lugar en el universo. Incluso puede decirse que cada ser es un número dotado de una vibración totalmente especial, y que según esa vibración fundamental, esencial, todo está determinado para él: su destino, su camino, pero también su cuerpo, su rostro, el estado de su organismo. El número representa las vibraciones de su ser íntimo que atrae ciertos elementos y rechaza otros, gracias a esa ley de afinidad y de polaridad de la que os he hablado tan a menudo.
Para los Iniciados, el número es el esqueleto alrededor del cual vienen a ubicarse todos los elementos. Hace mucho tiempo, vi un mercader ambulante que atraía a la multitud presentándole estructuras metálicas que tenían la forma de árboles de todas clases: proyectaba encima ciertas sustancias químicas que, al aglutinarse, daban verdaderamente la impresión de una gran frondosidad. Pues bien, es absolutamente la imagen de la creación. Un número es una abstracción, pero es un ser real. Cuando debe descender para manifestarse en el plano físico, se cubre de carne con el fin de tener un cuerpo. Es un número, pero desaparece bajo tantas envolturas que ya no se sabe lo que representa; para encontrarlo de nuevo, hay que despojarlo de sus apariencias y volver a descubrirlo mucho más allá de la carne, de la sangre, de la piel, de los músculos, e incluso de los huesos.
Todas las ciencias, la astronomía, la física, la química, la mecánica, no estudian otra cosa que formaciones que se produjeron alrededor de un número, o a partir de un número. Todas las ciencias saben muy bien que no pueden hacer ningún progreso, ni obtener ningún éxito, tanto en sus hipótesis como en sus aplicaciones, si no parten de bases matemáticas. Por eso trabajan con un lenguaje matemático: han comprendido que los números dirigen todo, y que hay que conocer todas sus relaciones y combinaciones para poder dominar la materia.
Decía que el número está en la base de todo; en realidad, sería más justo decir que está en la cima, en el origen, y que es por un fenómeno de cristalización, de acumulación de materia alrededor de él, que aparecen todos los elementos de la creación: los árboles, las rocas, las montañas, las flores, los animales, los insectos, los hombres... Toda la creación está hecha exclusivamente de números que se han encarnado. Es evidente que os explico esto de forma rápida, porque es difícil encontrar los términos para expresar esta realidad compleja. Así es como cada ser humano, al venir a la tierra, está determinado por un número fundamental que la Inteligencia cósmica le dio, o más bien que él mismo logró obtener por la manera en la que vivió durante sus encarnaciones anteriores.
Pero volvamos a esos diez millones de levas de los que habla el Maestro Peter Deunov, para estudiar más precisamente el número diez. Quienes idearon darle esta forma, 10, ¿cómo procedieron? ¿creéis que lo hicieron así por azar? No, poseían la ciencia de los símbolos, y es lo que voy a intentar demostraros.
Releed el principio del Génesis: Moisés relata allí, que Dios situó al primer hombre y a la primera mujer en el jardín del Edén. En ese jardín crecían dos árboles: el Árbol de la Vida, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Adán y Eva recibieron la orden de comer únicamente de los frutos del Árbol de la Vida, pero ya conocéis la continuación de la historia, en cuanto a la forma en que, empujados por la serpiente, probaron los frutos del otro árbol.3 Pero dejemos por el momento este tema de la serpiente, y ocupémonos del Árbol de la Vida. Este Árbol de la Vida, estaba impregnado por fuerzas tan armoniosas y benéficas, que sus hojas curaban todas las enfermedades y sus frutos aportaban la vida eterna. No había pues en el Paraíso ni enfermedades, ni sufrimiento, ni muerte. ¿Acaso los cristianos, cuando leen las primeras líneas del Génesis, tienen una idea muy clara de lo que es el Árbol de la Vida? Conocen el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, ya que todo el tiempo están alternando entre la alegría y la tristeza, la salud y la enfermedad, la opulencia y la miseria, pero ¿y el Árbol de la Vida?...
El Árbol de la Vida es el universo que Dios habita e impregna con su existencia, es una representación de la vida divina que circula a través de toda la creación. Y el ser humano también representa, en miniatura, el mismo Árbol de la Vida. ¿Por qué entonces no es inmortal? Era inmortal mientras estaba unido al gran Árbol, pero al transgredir las prescripciones de Dios, se desprendió de él y perdió la inmortalidad. Hubo pues una época en la que el hombre no se había separado del Árbol de la Vida, estaba en relación permanente con él, comía sus frutos, y éste es el sentido simbólico del verbo comer: estar en comunión. Pero cuando el hombre se separó del Árbol, fue a vivir “sobre la tierra”, en la región más densa de la materia, Malkut, la décima séfira que describen los cabalistas.
Los cabalistas dividen al universo en diez regiones o sefirot, que corresponden a los diez primeros números. Esos números son originalmente realidades puramente abstractas, pero al descender a regiones más densas, se cubrieron de materia. Es por eso que cada uno de los diez sefirot posee, no sólo un espíritu (el número), sino también un alma, un intelecto, un corazón, y finalmente un cuerpo físico que los resguarda. Esta estructura se repite en los diez sefirot, por lo que en cada uno hay cinco aspectos a estudiar.
El primer aspecto, que corresponde al espíritu, está representado por el nombre de Dios. De Kether a Malkut, esos diez nombres son: Ehieh, Iah, Jehovah, El, Elohim Gibor, Eloha vaDaath, Jehovah Tsebaot, Elohim Tsebaot, Chadai-El-Hai, Adonai-Meled.
Esos nombres de Dios son nombres sagrados que hay que pronunciar siempre con el mayor recogimiento, en el silencio del alma. Si me atrevo a hacerlo hoy, es porque siento la presencia de entidades magníficas que nos rodean, y que se cumplen ciertas condiciones de pureza y de luz. Pronunciando esos nombres sagrados, cuyo verdadero significado y poder conocen únicamente los cabalistas, pueden proyectarse rayos sobre todas las conciencias del mundo, a fin de que los seres que están mejor preparados para recibir esas bendiciones, despierten a una vida nueva.
Cada séfira es una región habitada por toda una jerarquía de espíritus luminosos, y gobernada por un Arcángel sometido, él mismo, directamente a Dios. Es pues Dios mismo quien dirige esas diez regiones, pero bajo un nombre diferente en cada región. Por ello la Cábala otorga diez nombres, diez atributos a Dios. Él es Uno, pero cambia de expresión. Se manifiesta en forma diferente según la región. Es siempre el mismo Dios, pero bajo diez expresiones, diez rostros diferentes.
El segundo aspecto de una séfira, el que corresponde al alma, está representado por el nombre de la séfira misma. Los diez sefirot son: Kether (la corona), Hochmah (la sabiduría), Binah (la inteligencia), Hesed (la clemencia), Geburah (el rigor), Tipheret (la belleza), Netzach (la victoria), Hod (la gloria), Iesod (el fundamento), y por último Malkut (el reino).
El tercer aspecto, que corresponde al intelecto, está representado por el jefe de cada uno de las diez órdenes angelicales. Éstas son Metatron: que participa en el trono; Raziel: secreto de Dios; Tsaphkiel: contemplación de Dios; Tsadkiel: justicia de Dios; Kamael: deseo de Dios; Mikhaël: quién es como Dios; Haniel: gracia de Dios; Raphaël: curación de Dios; Gabriel: fuerza de Dios; Uriel: Dios es mi luz, o Sandalfon.
El cuarto aspecto, que corresponde al corazón, está representado por el orden angélico que mora en cada séfira. Ellos son: los Hayot Ha-Kodesch (es decir los animales de santidad) o, en la religión cristiana, los Serafines; los Ophanim (ruedas) o Querubines; los Aralim (leones) o Tronos; los Hachmalim (resplandecientes) o Dominaciones; los Seraphim (ardientes) o Potestades: los Maadim (reyes) o Virtudes; los Elohim (dioses) o Principados; los Bnei-Elohim (hijos de los dioses) o Arcángeles; los Kerubim (fuertes) o Ángeles, y por fin los Ischim (los hombres) o almas glorificadas. Cada jerarquía angelical tiene sus formas, sus colores, sus manifestaciones, y cada una está predestinada a realizar un trabajo particular. En la estructura del Árbol de la Vida cósmica, cada una encuentra su lugar y se integra en un conjunto sublime de una belleza y de una armonía indescriptible.
Por último, el quinto aspecto de una séfira, que corresponde al cuerpo físico, está representado por un planeta. Es el soporte material de los cuatro primeros aspectos, algo así como un cuerpo de carne y hueso. Son Neptuno, Urano, Saturno (en hebreo Chabtai), Júpiter (Tsedek), Marte (Maadim), el Sol (Chemesch), Venus (Noga), Mercurio (Kohav), la Luna (Levana), La Tierra (Aretz).
Cada séfira tiene por consiguiente cinco aspectos, y cinco aspectos para cada uno de los diez sefirot, lo que da cincuenta. Esto es lo que se llama las Cincuenta Puertas, esas cincuenta puertas que se representan en Binah.
Hay que agregar que los Antiguos, que trabajaban únicamente con siete planetas, además de la Tierra, no situaban sobre el Árbol sefirótico ni a Urano ni a Neptuno. Para ellos, Hochmah representaba el zodíaco (Mazaloth), y Kether las nebulosas, los primeros torbellinos (Reschit Ha-Galgalim). Es el orden que los astrólogos respetaron cuando establecieron las horas planetarias que tienen en cuenta para sus trabajos.4 Pues, según la Cábala, las veinticuatro horas de la jornada y de la noche, están situadas bajo la influencia de los siete planetas conocidos desde la Antigüedad, y en un orden determinado que se repite eternamente, es decir: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna.
Todas las representaciones simbólicas, todas las ceremonias mágicas, la teúrgia, todos los rituales, incluso el de la misa, se inspiran en el Árbol de la Vida. Por todas partes se encuentran números, colores, formas simbólicas que llegan fragmentadas de esta tradición cabalística. Incluso las veintidós cartas del Tarot tienen como origen el Árbol de la Vida.
La Cábala enseña que por encima de Kether existe otra región desconocida, misteriosa, inconmensurable. Allí reside el Dios Absoluto, del cual emana el Dios Padre. Así, el Dios Padre que habita en Kether desciende de ese Dios Absoluto que no conocemos, que nadie puede conocer. Los cabalistas llaman a esta región Ain Soph Aur (Aur: luz, Ain: sin, Soph: fin). Ain es una negación, pero en su espíritu significa algo más que una simple negación. En las Iniciaciones egipcias, cuando el discípulo pasaba por ciertas pruebas, se le decía: “Osiris es un dios negro...” Negro porque no se lo puede conocer, pero también porque es de las tinieblas de donde nace la luz.
Encontramos precisamente esta idea en el número 10. El número 10, que está formado por el 1 y por el 0, representa el espíritu y la materia. De Hyle, es decir del caos o del 0, surge la vida, el 1. Los dos juntos forman el 10, y he aquí los elementos de todas las operaciones matemáticas, el diez, los diez dedos. El uno representa el principio masculino, el cero el principio femenino, y los dos reunidos representan la materia animada por la vida. Y es verdad, Dios creó las cosas así: del cero, gracias a la acción del uno, hizo surgir la vida entera que es el diez. ¡Los matemáticos ni se imaginan, cuando combinan sus cifras, que trabajan sin cesar con el Árbol de la Vida, el diez, la plenitud! Nada le falta al número diez, posee los dos principios. Si se dibuja así, es el lingam de la India, el mismo símbolo que el sello de Salomón, los triángulos masculino y femenino entrelazados.
Conocer los números del uno al diez, es conocer los principios de todas las cosas, pero también de tener la posibilidad de trabajar ya que el hombre tiene diez dedos. Las dos Tablas de la Ley de Moisés situadas en el Arca, tienen su equivalencia en las dos manos, con cinco prescripciones visibles y cinco prescripciones ocultas. Las Tablas de la Ley representan los diez sefirot, y es a través de los poderes de los diez sefirot cuyo instrumento son las dos manos, que Moisés hacía prodigios. Las manos están vinculadas a los poderes cósmicos de los diez sefirot: gracias a los diez dedos de la mano todo es posible, por eso el número diez representa la plenitud.
En la página que os leí, el Maestro Peter Deunov hablaba de diez millones de levas. Diez millones, es el uno seguido por siete ceros. Los ceros detrás de una cifra representan todas las posibilidades, todas las condiciones favorables para la realización en la materia. Cuantos más ceros tenga una cifra, más grandes son esas posibilidades... ¡con la condición de que los ceros estén detrás de ella, no delante! Diez millones, es el uno seguido de siete fuerzas, de siete poderes.
¿Qué mayor riqueza puede haber que la de tener los diez sefirot desarrollados en uno mismo? Desde el momento en que queréis entrar en las regiones angelicales, en los tabernáculos celestes, se os abren las puertas, y entonces os regocijáis, os alimentáis, saciáis vuestra sed, es decir tenéis inspiraciones, proyectos magníficos.
¿Cómo trabajar con el diez, que es el número de Malkut? Malkut es la décima séfira, resume todo lo que está arriba y todo lo que está abajo (el 1 y el 0, el espíritu y la materia), e indica al discípulo el trabajo a realizar: elevarse con el pensamiento hasta la cima, y después volver a descender para animar, vivificar, purificar su cuerpo físico (pues eso es Malkut), con el fin de impregnarlo de las cualidades y virtudes de los otros nueve sefirot. Es así como él se forma un nuevo cuerpo, el cuerpo de gloria, el cuerpo de luz. Quien llega a unir en sí mismo a Malkut con los otros sefirots, realiza el diez y posee la riqueza, la plenitud.
El número diez es el del éxito, simboliza la realización de todos los demás números. Malkut, reunido con todos los demás sefirot, representa el Reino de Dios. Desde el punto de vista del espíritu, la séfira más importante es naturalmente Kether, pero desde el punto de vista de la realización en la materia, es Malkut, porque en su perfección, condensa y concreta las cualidades de todas las demás regiones. Es por esta razón que los hombres, en cierto aspecto, superan a los Ángeles. Somos más ricos que ellos, pues tenemos algo que ellos no poseen: el cuerpo físico. Diréis que este cuerpo nos vuelve esclavos de la materia. De acuerdo, pero si llegamos a obtener las cualidades de los Ángeles: la pureza, la inteligencia, el desinterés, esas cualidades transforman nuestro cuerpo, lo iluminan, lo inmortalizan, lo divinizan, y gracias a ese cuerpo divinizado, somos más que los Ángeles, somos el número diez.
Éstas son, mis queridos hermanos y hermanas, algunas palabras, algunos fragmentos de la verdadera ciencia, pero es tan vasta, que toda una vida es insuficiente para agotarla. Si pedís a un Iniciado que condense en algunas horas esta ciencia que estudió durante toda su vida, evidentemente podrá hacerlo. Dos palabras son incluso suficientes para ello: el Árbol de la Vida. Sí, pero ¿qué es lo que vosotros comprenderéis? Hay que ampliar, y esto es lo que he empezado a hacer hoy. El Árbol de la Vida es el número diez. Pero para expresar la plenitud de la vida divina, la décima séfira debe ser conectada con el Árbol. Es por ello que cada día, varias veces por día, el discípulo se pone en comunicación con el Cielo para que las corrientes pasen, para que se haga la circulación, y un día reencontrará su rostro divino.
La Cábala dice que con el primer pecado el hombre perdió su rostro divino, enredó los números. En lugar de poner el uno delante del cero, lo puso detrás, dio la preferencia a la materia. Si tuviera que resumir el materialismo, escribiría en la pizarra: 01. Pero únicamente un Iniciado comprenderá esta síntesis. Y si escribo 10, eso representará la filosofía espiritualista: el espíritu primero como causa, y a continuación la materia. 0 también, primero el intelecto, y luego el sentimiento. Primero la reflexión, después la acción.5 El cero representa todas las posibilidades para el espíritu de realizar sus proyectos en la materia. Así el 10 representa el 1, el espíritu puro envuelto en la materia más sutil, la quintaesencia de Kether, esa materia tan sutil que ya casi no es materia: Isis en todo su esplendor.
Videlinata, 3 de Junio de 1963 (mañana)
II
El ser humano fue creado a imagen del Árbol de la Vida: Kether está en él, y también Hochmah, Binah, Hesed... con todos sus elementos, sus entidades, sus actividades, sus materiales. Por eso, el verdadero conocimiento de uno mismo pasa por el conocimiento del Árbol de la Vida. Sí, conocerse supone ver esa inmensidad que representa el hombre interiormente, con todas las regiones y los vínculos que existen entre ellas. Pues los diez sefirot no están separados unos de otros, están unidos, y toda una vida circula entre ellos. Es lo que queda expresado por los veintidós caminos que van de uno a otro. Desgraciadamente en el hombre la décima séfira, Malkut, la tierra, se desprendió del Cielo. Por eso es ahora preciso restablecer el vínculo, restablecer el número diez. Los diez sefirot existen en el universo, existen los diez juntos, pero es en el hombre donde no están juntos. El hombre cortó el lazo y ya no recibe las corrientes de vida, de luz, de alegría.
El verdadero discípulo trabaja para restablecer ese vínculo. Él es Malkut, la materia compacta, condensada, y su trabajo consiste en vincularse con las regiones que están por encima de él, dentro de él. Y es aquí precisamente donde aparece la dificultad: a causa de la vida desordenada, oscura, insensata, incluso criminal, que ha llevado, el mismo se ha formado un obstáculo que le cierra el camino. En la Ciencia iniciática, a ese obstáculo se le denomina el Guardián del Umbral; está ahí en la novena séfira, Iesod, y espera al postulante para amenazarlo, asustarlo bajo las formas más horrorosas, más terroríficas, y si el discípulo no tiene suficiente luz y audacia, si no tiene el corazón puro, será derribado.
La séfira Iesod es la región de la Luna, ya lo vimos. Aquél que no ha trabajado con la luz y en el dominio de sí mismo, entra en la región de las ilusiones y de los extravíos. Pero para el que se ha preparado, es la región de la pureza. Atravesándola, se purificara, llegará a ser límpido, lúcido y clarividente. Es ahí donde toma contacto con los Ángeles, los Kerubim, que son los portadores de la vida.
La Luna es una región con dos caras, es el depósito de todo lo que es puro, pero también de todo lo que es impuro, pues tiene una cara oculta en donde se acumulan todas las inmundicias, y es ahí donde los magos negros extraen los elementos para sus malas acciones. Y como sucede que la Tierra y la Luna se comunican, de esa cara oscura vienen seres espantosos que atormentan y extravían a los humanos. ¿Comprendéis pues por qué, antes de acceder a la región de la Luna, hay que prepararse?6 Esta preparación se hace bajo la dirección de un Maestro que conoce el camino, pues él mismo ya lo ha recorrido y experimentado. Sin Maestro no se puede pasar, uno es detenido en la frontera por el Guardián del Umbral. Pero cuando el discípulo, armado de conocimientos, domina todo en sí mismo: la cólera, la fuerza sexual... el Guardián del Umbral desaparece y le deja el camino libre.
Entra entonces en la tercera séfira, Hod, la región de Mercurio, donde puede estudiar todas las disciplinas de la Escuela divina: la magia, la Cábala, la astrología, la teúrgia. Es la región del saber: todas las ciencias están ahí, todos los conocimientos, clasificados, arreglados, ordenados. En la séfira Hod, entra en relación con el orden angélico de los Bnei-Elohim (los Hijos de los Dioses) que la tradición cristiana llama los Arcángeles.
Terminado este periodo, el discípulo se dirige hacia la séfira Netzach, que es la región de Venus. Es la séfira de la belleza y de la gracia. Todo lo que puede inspirar a los artistas, los verdaderos creadores, todos los colores, las formas, los sonidos, los perfumes, están ahí. Es en la séfira Netzach, precisamente, en donde se encuentran los Elohim que crearon el Cielo y la tierra, como se dice en el principio del Génesis.
Y la prueba de que son los Elohim, los Ángeles de la séfira Netzach, quienes crearon el mundo, es que este acontecimiento se reproduce en miniatura cada vez que un niño es concebido. Para crear un niño, el hombre y la mujer están bajo la influencia de Netzach, el amor, y los Elohim construyen el cuerpo de ese niño. Incluso si el hombre y la mujer no son conscientes de ello, los Elohim hacen su trabajo. Los sefirot no están lejos de nosotros, trabajan cada día en todos los aspectos de la existencia. Así es, mirad tan sólo la creación de un niño: los Elohim están ahí, y si son llamados, algunos meses después aparece un pequeño ser ante el cual todos quedan maravillados.
Después de haber estudiado en Netzach los principios de la creación, y las fuerzas que trabajaron en la construcción del universo y del hombre, hay que subir a la séfira Tipheret, la región del Sol, y entrar en contacto con su espíritu. No conocemos realmente el espíritu del sol, pero si nos unimos a él, que es el mismo que el espíritu de Cristo, una emanación de Dios mismo nos da todo lo que posee: la luz, el calor, la vida, la belleza, la pureza, la salud... Y unirse al sol, no significa exponerse de vez en cuando a sus rayos como mucha gente hace, automáticamente, maquinalmente. Por supuesto, el cuerpo físico recibirá así algunas partículas, pero para recibir del sol elementos espirituales, es nuestro espíritu el que debe ir a tocarlo, entrar en contacto con él, penetrarlo, fundirse en él... Sí, nuestro espíritu ¡no nuestra piel! Exponerse físicamente al sol, ya está muy bien, de acuerdo; pero si nuestra conciencia, nuestra inteligencia, nuestro espíritu participan en ese encuentro con él, recibiremos mucho más que el calor o la vitalidad: un conocimiento, una iluminación.
El sol está habitado por una Inteligencia sublime de la cual dependen los acontecimientos en Saturno, Júpiter y todos los demás planetas. Pues está en el centro del sistema solar, como Tipheret está en el centro del Árbol sefirótico; es el corazón del mundo. Es de la región de Tipheret de donde vienen todos los grandes Maestros de la humanidad. Por ello hay que trabajar sin cesar con la luz, penetrar con la luz todo nuestro ser, nuestros huesos, nuestros músculos, nuestras células, y proyectar la luz por todas partes, en todas las criaturas. Así es como un día se consigue entrar en esta región del Sol.
Cuando se deja Tipheret, hay que poseer una gran audacia para defender la verdad sin temor alguno. El discípulo se convierte en un combatiente valeroso, un soldado de Cristo, un caballero; afronta todas las adversidades para ayudar a la humanidad. Entonces, las puertas de la séfira siguiente se abren, entra en Geburah, el dominio de la fuerza, del poder, y se vuelve invencible. La séfira Geburah es activa, fogosa, dinámica, es de fuego. Es la morada de los Ángeles exterminadores: cuando Dios ordena la destrucción de una ciudad, como fue el caso de Sodoma y Gomorra por ejemplo, el aniquilamiento de una civilización, o incluso de un continente, se dirige a los Ángeles de Geburah para que derriben y quemen todo lo que es impuro.
Cuando el discípulo llega a desarrollar en sí mismo la generosidad, la grandeza, la nobleza, el amor por la humanidad, entra en la región de Hesed, la misericordia. Previamente debió aprender a dominar todas las tendencias egocéntricas que le impulsan al deseo de imponerse a los demás, de rebajarlos, despojarlos o perjudicarlos. En ese momento comprueba que, lejos de sentirse disminuido por ello, se vuelve más grande, pues es precisamente cuando uno sabe eclipsarse que se convierte realmente en un ser poderoso: se descubre la herencia de Hesed que nos da el poder de gobernar, de reinar en el orden, la armonía, la riqueza y el esplendor; Hesed nos transmite la herencia de todos los Iniciados, sus descubrimientos más admirables, todos los frutos de sus trabajos.
Después de esta región tan grandiosa de Hesed, el discípulo toma el camino de la séfira Binah: la inteligencia. Es una región terrible, implacable, donde reinan los Veinticuatro Ancianos, los señores del Karma, quienes poseen el conocimiento absoluto de todos los destinos.7 Saben lo que cada ser ha hecho, lo que merece, las pruebas que aún tiene que pasar, lo que debe pagar para satisfacer todas sus deudas y ser libre. La libertad, la libertad absoluta, se adquiere únicamente en Binah. En esta región sólo es admitido aquél al que ya nada puede conmover, ni las pérdidas, ni los abandonos, ni los sufrimientos, aquél que sabe permanecer impasible incluso frente a toda expoliación. Saturno nos invita a ser como un ermitaño, un asceta, a practicar el total renunciamiento, la abnegación más absoluta. Quien continúa rebelándose contra las injusticias de su suerte, quien siempre cree merecer más de lo que le sucede, está aún lejos de Binah.
Binah es la puerta angosta.8 Quien pasa por esta puerta estrecha, abandona su piel, como lo hace la serpiente que muda, deslizándose por una grieta entre dos piedras rugosas. Cuando el destino quiere renovar a alguien, lo hace pasar por acontecimientos que le obligan a desembarazarse de todo su equipaje y vestidos inútiles. Pues la puerta estrecha está hecha exactamente de acuerdo con su forma y a su medida, debe pasar sin equipaje, absolutamente desnudo simbólicamente. Y tan pronto como pasa la puerta, descubre todos los tesoros de la sabiduría universal.
No olvidéis, sin embargo, que todas esas regiones están dentro de nosotros. Vivimos con ellas y trabajamos al mismo tiempo sobre todas a la vez. Ahora bien, si queréis concentraros particularmente sobre alguna de ellas para trabajar y desarrollar ciertas virtudes, podéis hacerlo. Pero en general, se trabaja simultáneamente sobre todos los sefirot, consciente o inconscientemente, y con más o menos éxito. Estas regiones están en nosotros, y también están en el cosmos, y cuando hacemos progresos interiores, las puertas exteriores se abren también.
Es en Binah donde las puertas comienzan a abrirse, en esa región severa, implacable, donde reina Jehovah. Cuando por fin se ha concebido claramente la idea de que las pruebas por las cuales se ha pasado son necesarias para nuestro bien, entonces se ve a Binah bajo otro aspecto. Se siente que ella es una madre. Por otra parte, la Cábala la llama la Madre Cósmica. Es a la vez una madre severa que castiga, y una madre llena de amor, pues ella nos abre las puertas. Esas puertas son cincuenta en total: las cincuenta puertas de la inteligencia, son los diez sefirot con sus cinco divisiones. Binah abre las puertas de la inteligencia para hacer comprender al discípulo todo lo que hasta entonces era misterioso para él. El discípulo ha pasado por cada séfira, ha desarrollado las virtudes correspondientes, pero no por ello lo ha comprendido todo. Cuando obtenéis un diploma de física o de química, habéis estudiado un cierto programa, pero eso no quiere decir que conozcáis absolutamente toda la física o toda la química. Vivís sobre la tierra, pero eso no quiere decir que la conocéis en su totalidad. Pues bien, cuando lleguéis a Binah, conoceréis todo el camino que habréis recorrido porque ella os abrirá las cincuenta puertas y, en particular, la puerta que conduce hacia Hochmah, la sabiduría.
Hochmah es la región del Cristo, del Verbo.9 Allí se encuentran los nombres y las letras del alfabeto sagrado con el cual se pueden formar palabras, frases, poemas, practicar la magia divina, la teúrgia. Una tradición cuenta que fue el Arcángel de Hochmah, Raziel, quien transmitió a Adán el libro que contenía los secretos de la creación, pero que ese libro le fue arrebatado después de la Caída. La Cábala es una tentativa para recuperar estos secretos.
Cuando san Juan dijo: “En el comienzo era el Verbo”, es decir el Cristo, hablaba de Hochmah. Es en Hochmah donde el hombre llega a ser todopoderoso porque conoce cada nombre, cada letra, cada sonido, así como sus poderes y las relaciones, las afinidades, las correspondencias que tienen entre ellas. La séfira que libera al hombre, ya os lo he dicho, es Binah; la que lo vuelve omnisciente y todopoderoso, es Hochmah, pues ha comprendido que cada letra, cada nombre es una fuerza cósmica con la cual puede actuar.
Las lenguas eslavas son particularmente significativas en este aspecto. En ruso y en búlgaro, por ejemplo, la palabra se dice: slovo, y gloria: slava. Existe una afinidad, una analogía entre la palabra y la gloria, entre la gloria y el verbo. De esta forma, el que llega hasta Hochmah, que conoce el verbo y lo profiere correctamente, éste entra en la gloria divina. ¿Comprendéis ahora por qué el Cristo es llamado Gloria del Padre? La primera Gloria es el Padre. La segunda Gloria que Lo refleja, es el Cristo, su Verbo.
En Hochmah es donde se abren los treinta y dos caminos de la sabiduría. Estos treinta y dos caminos están en relación con los treinta y dos dientes. Es gracias a ellos que el Iniciado llega a alimentarse masticando la sabiduría divina. Pues sí, ¿por qué se habla de los dientes del juicio?...
Por último, y a condición evidentemente de estar predestinado para ello, el Iniciado puede alcanzar la séfira siguiente. La tradición cuenta que únicamente dieciocho Iniciados pudieron llegar hasta la cima: Kether, y volver a la tierra. Los demás que alcanzaron esa cima, no pudieron resistir la fuerza de las corrientes de Kether y murieron fulminados. Pues la séfira Kether es una región en donde todas las formas son abolidas, y por eso quien llega hasta allí desaparece. A su contacto es consumido y llega a ser, él mismo, fuego. Sólo permanecieron los seres que estaban predestinados desde hace siglos para cumplir una misión grandiosa sobre la tierra. Fueron preparados previamente para que llegaran hasta la región de Kether sin desaparecer, y en ese momento su cuerpo físico estaba tan transformado que ya no era materia física, sino luz condensada.
Kether significa corona. La corona es un objeto que está por encima de la cabeza, representa pues una región sutil que ya no es el cuerpo físico, la cabeza, sino más bien el aura, la luz. Para entrar en la región de Kether, hay que ser absolutamente puro, resplandeciente, y poseer un dominio tal de la materia como para poder pasar a voluntad del estado de cuerpo denso al de cuerpo sutil.
En Kether mora el orden angélico de los Serafines. Ellos fueron los descritos por san Juan en el Apocalipsis: “En medio del trono y alrededor del trono, hay cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer ser viviente es semejante a un león, el segundo ser viviente es semejante a un toro, el tercer ser viviente tiene el rostro de un hombre, y el cuarto ser viviente es semejante a un águila que vuela. Los cuatro seres vivientes tienen cada uno seis alas, y están llenos de ojos alrededor y por dentro. No cesan de decir día y noche: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, que fue, que es y que será...” Estos seres se llaman los Hayot Ha-Kodesch, que quiere decir los Animales de Santidad. Los cuatro animales santos son las raíces de la materia, los cuatro elementos: el león (el fuego), el toro (la tierra), el hombre (el aire) y el águila (el agua). Los Padres de la Iglesia conocían estos símbolos cabalísticos, y la tradición cristiana estuvo influida por ellos hasta el punto de representar cada uno de los cuatro Evangelistas por uno de esos cuatro Animales: san Marcos por el león, san Mateo por el hombre, san Lucas por el toro y san Juan por el águila, sin duda porque voló mucho más alto que los demás. El origen simbólico de esos cuatro Animales remonta muy lejos, y jamás los cristianos llegarán a descifrar el Apocalipsis si no se remiten a la Cábala.10
A la cabeza de la cohorte angélica de los Serafines está Metatron, el Príncipe de la Faz: él es quien se encuentra delante de Dios, el único que Le habla cara a cara. Él fue quien instruyó a Moisés, quien se le apareció en la zarza ardiente y sobre el monte Sinaí. Numerosos pasajes de la Biblia relatan las palabras – órdenes, reproches o promesas – que Dios dirigió a Moisés, pero en realidad ningún ser humano pudo jamás hablar con Dios mismo, nadie lo ha podido ver nunca, porque ante Dios ningún hombre podría permanecer vivo. Todos los que afirman que han visto a Dios, en realidad a quien vieron fue sólo a sus representantes. Los representantes de Dios, los Arcángeles, están ahí para servir de “transformadores eléctricos”, para cambiar el voltaje. A través de las Jerarquías angelicales la energía divina, esa electricidad si queréis, esa luz, desciende para llegar extremadamente atenuada hasta los humanos.
Es imposible, contrariamente a lo que algunos creen, dirigirse directamente a Dios: hay que pasar por una jerarquía. Quienes no aceptan ningún intermediario entre ellos y el Señor ignoran la realidad de las cosas. Esta jerarquía existe la reconozcan o no, y deben aprender, de una vez por todas, que las cosas no son forzosamente como se las imaginan. Sin esta jerarquía entre el hombre y Dios, ningún ser humano estaría aún con vida.11
Para alcanzar la séfira Kether, es necesario poseer un grado de evolución que muy pocos seres han alcanzado, e incluso, entre los que lo lograron, la mayor parte no pudo retornar a su cuerpo físico. Porque las fuerzas, las corrientes que circulan en Kether son tan poderosas, que la materia es pulverizada. Para volver de Kether a la región de Malkut, la más material, donde nos encontramos, es necesaria la ayuda de los dos sefirot Hochmah y Binah que dan al Iniciado una partícula gracias a la cual no será disgregado. Si san Juan no desapareció en el curso de las contemplaciones que describió en el Apocalipsis, es porque recibió esa partícula. Si recordáis, él dice que le hicieron ingerir un libro. Ese libro es precisamente el símbolo de este elemento que debía permitirle soportar las vibraciones tan poderosas emitidas por la séfira Kether.
Reschit Ha-Galgalim significa “los primeros torbellinos”, es decir las nebulosas en formación. Es el cosmos que está naciendo, el cosmos en el estado etérico antes de que sea concretado, materializado. Es de allí de donde vienen los proyectos de Dios, sus planes, sus impulsos. Es allí donde está la Fuente, y la Fuente al fluir desbordó y llenó los depósitos... los cabalistas llaman a los sefirot “las emanaciones”, pues todas nacieron de la Fuente: Kether. Pero en cada desbordamiento la materia se volvía más densa y Malkut representa el estado más condensado de la quintaesencia divina.
Por consiguiente, cada séfira procede de la precedente por emanación, por eso la tradición refiere que la Luna es la madre de la tierra. Aunque los astrónomos no estén de acuerdo en ese punto, cabalísticamente es verídico ya que Iesod emanó a Malkut, y Malkut es ya nuestra tierra. Así pues, como podéis ver, se ignora lo que en realidad es la tierra... Cuando sostenéis un poco de tierra en vuestra mano, poseéis algo de la quintaesencia misma de Kether. La tierra es opaca, pesada, sí, pero contiene la quintaesencia de Kether. Si se consigue retornarla al estado sutil, se verá que la tierra es tan pura, tan luminosa como la materia de Kether.
El Árbol de la Vida es todo un mundo perfectamente organizado, un conjunto en el que todos los elementos están vinculados con una armonía extraordinaria como en el organismo humano sano. Y es también un estado de conciencia superior. Quien coma de los frutos de ese Árbol vivirá eternamente, es decir que será espiritualmente inmortal. ¿Por qué? Porque todo está conectado en ese Árbol, cada región hace desbordar su riqueza sobre las demás, y sin cesar la energía divina, que sube y desciende, las traspasa a todas.
Desde luego, la Biblia dice que Dios, después de haber expulsado a Adán y a Eva del Paraíso terrenal, puso a un Ángel armado con una espada flameante para prohibir el acceso al Árbol de la Vida. Sí, está prohibido, pero ¿para quién? Para las criaturas que no quieren servir a Dios, que se niegan a obedecerle y quieren apoderarse de sus riquezas por la violencia, no para el discípulo.
Naturalmente, no lo he dicho todo. El mundo invisible, los grandes Maestros de arriba me han revelado como es en realidad el Árbol de la Vida. Me mostraron que tiene otra forma... sí, una forma ¡de tal armonía, de tal perfección! Los cabalistas lo describen tradicionalmente en forma vertical, en altura. Pero allí arriba me mostraron la verdadera forma, la verdadera dimensión. Me quedé estupefacto... Pero siento que aún no estoy autorizado para revelárosla. Además, creo que ya he hablado demasiado. Son cosas muy sagradas que debéis recibir en vuestro fuero interno con respeto, devoción y gratitud, tomando la resolución de introducirlas en vuestra vida, de lo contrario, me arriesgo a ser castigado por el mundo invisible. Así que, al menos por mí, y para que pueda continuar haciéndoos tales revelaciones, tratad de tomar estas verdades con la mayor pureza de vuestro corazón. No las mezcléis con ninguna otra. Ahora que las conocéis, ya no debéis abandonaros a las mismas debilidades que antes.
Videlinata, 3 de Junio de 1963 (noche)
3 El árbol del conocimiento del bien y del mal, Col. Izvor nº 210, cap. I: “Los dos árboles del Paraíso”.
4 El zodiaco, clave del hombre y del universo, Col. Izvor nº 220, cap. III: “El ciclo planetario de las horas y de los días de la semana”.
5 La Balanza cósmica, Col. Izvor nº 237, cap. III: “El 1 y el 0”.
6 El libro de la Magia divina, Col. Izvor nº 226, cap. VII: “La Luna, astro de la magia”.
7 Del hombre a Dios, Col. Izvor nº 236, cap. XV-1: “Las leyes del destino”.
8 Nueva luz sobre los Evangelios, Col. Izvor nº 217, cap. V: “Entrad por la puerta estrecha”.
9 Del hombre a Dios, Col. Izvor nº 236, cap. XVI: “Hochmah: el Verbo creador”.
10 La Ciudad celeste (Comentarios del Apocalipsis), Col. Izvor nº 230, cap. VII: “Los veinticuatro Ancianos y los cuatro Animales Santos”.
11 Del hombre a Dios, Col. Izvor nº 236, cap. I: “Del hombre a Dios: la noción de la jerarquía”, y cap. III: “Las jerarquías angélicas”.