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V

La creación del mundo y la teoría de las emanaciones

Imaginemos ahora que asistimos a la creación del mundo. Naturalmente, es imposible comprender cómo ocurrió realmente. Pero todos los grandes espíritus que pudieron elevarse suficientemente alto como para recibir respuestas y profundizarlas, afirman que antes de la aparición del mundo reinaba un estado de no-actividad que han asimilado al reposo, al sueño. Ese estado de no-actividad estaba en realidad animado por un poderoso movimiento. Desde luego, esto es difícil de definir y de expresar. La imagen que puede darnos la mejor idea sobre ello, es la de una rueda que gira tan rápido que ya no se la ve mover: parece inmóvil. Los grandes Rishis de la India llaman a ese estado “pralaya”. Y de ese estado de reposo en la inmensidad infinita, Dios emergió para crear el mundo proyectando una substancia de Sí mismo que el Génesis llamó “luz”.

Pero toda creación supone una limitación y así Dios se impuso límites. Salió de esa inmensidad, de ese estado indescriptible de existencia sutil en el que Él se encontraba para formar un mundo, un receptáculo que llenó con sus emanaciones: fue Kether, la primera séfira. Ain Soph Aur, el Dios absoluto, inexpresable, incognoscible, proyectó pues un reflejo de Sí mismo: el Dios manifestado, que ha sido llamado Dios Padre para diferenciarlo del Dios absoluto, que nadie ha podido conocer.


Árbol sefirótico

A su vez, el Dios Padre emanó de Sí mismo una substancia, formó el Hijo: la séfira Hochmah, la sabiduría. Y esta emanación que procedía del Dios Padre, llenó tanto la esfera de Hochmah que ésta desbordó y colmó la esfera siguiente: la séfira Binah, región de las leyes, de la inflexibilidad. Luego Binah, desbordando, comenzó a llenar otro receptáculo, Hesed, región de la misericordia, de la bondad. Y Hesed a su vez desbordó...

Pero detengámonos un instante para constatar un hecho muy interesante: la emanación divina, al verterse de un mundo para formar otro, cambia de polaridad, de aspecto, de rostro. Deja Hochmah, en donde representa la armonía universal, para entrar en Binah que representa la justicia, la severidad implacable, irreductible. Deja Binah para derramarse en Hesed, donde se manifiesta por el contrario como gracia, clemencia, indulgencia, perdón. Y he aquí ahora que esta generosidad, esta misericordia, derramándose en otro mundo, el de Geburah, se transforma en combatividad (es la región de Marte), en voluntad formidable, en fuego devorador.

A medida que se desborda y forma nuevos mundos, la emanación divina se condensa más y más. Es siempre la misma quintaesencia, pero cada vez más densa para hacer un trabajo siempre diferente, para crear sin cesar nuevas energías, nuevos colores, nuevas formas. Al dejar Geburah, se vierte en otra región, el mundo del Sol, Tipheret, la belleza.

“Pero si en nuestro sistema solar, el sol es más importante que los planetas, os preguntaréis, ¿cómo es posible que en el Árbol sefirótico esté situado después de Marte?” Sí, tal como los cabalistas lo situaron sobre el Árbol, la región espiritual de Marte está emplazada más alta que la del Sol. Pero no hay que comparar dos sistemas que pertenecen en realidad a planos diferentes: el sistema solar, tal como los astrónomos lo observan, es un conjunto de cuerpos físicos, mientras que el Árbol sefirótico es un conjunto de regiones espirituales. Marte, en el Árbol sefirótico, no es el planeta que vemos en el cielo y ni siquiera el de la astrología, sino un principio espiritual. El planeta Marte es una condensación, una representación material de fuerzas espirituales que están en Geburah. Y el principio que está en Geburah, no es en realidad ni superior ni inferior al que se encuentra en Tipheret.

Tipheret es la región de la belleza, belleza en la inteligencia, belleza en la luz, en la pureza, porque nada hay más puro que la luz. Y la pureza de Tipheret es de otra naturaleza más sutil que la de Iesod. ¿Por qué? Volveremos a tratar este tema enseguida. Pero una vez más, podéis constatar que no es el Sol quien colma de luz y de vida a Marte, Júpiter y Saturno, como en astronomía. No, él recibe la vida divina de esas regiones superiores y la vierte en el receptáculo de Netzach, o Venus, la región del amor.

Luego, la emanación divina de Netzach, desborda y se polariza una vez más en forma diferente llenando Hod, la región del intelecto. Y he aquí el saber, el razonamiento, el conocimiento de las cosas concretas. ¿Cómo es posible que el amor de Netzach haya producido la inteligencia y el saber de Hod?... Esta emanación que viene de muy alto recorre pues un camino en forma de sinusoide.

Pero Hod fluye a su vez y desborda para llenar la séfira Iesod, llamada también la región de la vida. ¿Acaso la vida no existía ya en las regiones superiores? Sí, desde luego, pero una vida de un grado distinto, desconocida, invisible, inaccesible, como la vida de los Arcángeles, de las divinidades. ¿Por qué no tenemos con los Arcángeles los mismos contactos que con los humanos?... Es a partir de Iesod que se manifiesta la vida tal como la conocemos: esta séfira proporciona un protoplasma, una materia más condensada, propicia para la formación de los organismos y de las materias vivientes. Iesod es el dominio de la vida y de la pureza.

Por último, este torrente que emana de la Fuente divina, habiendo colmado a Iesod, desbordó para formar Malkut, la última séfira. Primero formó el aspecto etérico, es decir el grado sutil de la materia; luego, una parte del lado etérico se condensó aún más hasta el punto de convertirse en esta materia física que vemos, que tocamos. Y es eso, Malkut, la tierra: una escoria. En realidad, la tierra no es otra cosa que la quintaesencia divina, ya os lo he dicho, pero condensada, que se ha vuelto cada vez más opaca, pesada... ¡Y si se consiguiera reintegrarla al estado sutil, se observaría que es tan pura, tan luminosa, tan maravillosa como la materia de Kether! El problema, es conseguir sutilizarla.

Aquí es donde adquiere importancia comprender los dos procesos “solve” y “coagula”, las dos operaciones del trabajo alquímico, una permite condensar la materia y la otra diluirla. Un día, el universo volverá a ser luz y recuperará su estado primordial de pureza y transparencia. La materia será tal como Dios la emanó originalmente de Sí mismo. O más bien, no es la materia lo que Él emanó, sino una quintaesencia de Sí mismo que Él condensó y convirtió en materia. Dios, sin duda, no tenía en Él ninguna partícula de materia, fue Él quien formó la materia.

La materia es el resultado de la actividad del espíritu, es el espíritu el que, al condensarse, formó la materia. A medida que se condensaba, el espíritu formó una sustancia sobre la cual actúa, produciendo múltiples formas. El espíritu y la materia son dos aspectos de Dios Mismo. La materia es tan sagrada, tan santa como el espíritu, porque es la hija del espíritu.

Cuando se dice en el Génesis que Dios creó a Adán y a Eva, es otra forma de expresar que creó el espíritu y la materia.18 Él creó a Adán (el espíritu), y de una costilla de Adán surgió Eva (la materia). Para los Iniciados que poseen la verdadera ciencia, la materia tiene su origen en el espíritu, surgió del espíritu. La materia no pudo aparecer a partir de la nada, es el resultado del trabajo de Dios Mismo. Dios es todo. Todo lo que existe es su creación. Cómo creó Él la materia, es un misterio, el mayor misterio, no únicamente para los materialistas sino también para los espiritualistas. La materia más grosera, la más impura puede transformarse y volver a encontrar su pureza original cuando está en las manos del espíritu. Por otra parte, lo que hay que comprender también, es que jamás podría medirse el poder del espíritu si no se viera sobre la materia los efectos de ese poder. Si la materia no existiera, no se sabría nada sobre el poder del espíritu.

Al escribir el Génesis, Moisés ocultó en el relato de la creación del primer hombre y de la primera mujer toda una filosofía concerniente a la creación del universo. Pero hay que comprender: Adán no es ese pobre diablo que se ve en las tiras de historietas comiendo la manzana en un jardín: éste es el Adán que han representado para los niños. ¡Si conocierais la historia tal como la cuentan los búlgaros! Cuando Dios sorprendió a Adán debajo del manzano, le preguntó: “¿Qué estás haciendo aquí? – Iadam Gospodi...” (Es decir: yo como, Señor). ¡Estaba comiendo la manzana! “Pues bien, dijo el Señor, en adelante te llamarán Adán...” Y luego, cuando Dios preguntó: “¿Dónde está tu compañera?” Respondió: “Evea, Gospodi” (es decir: ahí está, Señor). “Bueno, dijo Dios, que se llame Eva desde ahora...” Y así queda demostrado que Adán y Eva son nombres de origen búlgaro. Porque, no sé si sabéis que, ¡hablaban búlgaro en aquella época en el Jardín del Edén! Como todavía no estaban bautizados, llegó el momento de hacerlo y son ellos mismos quienes encontraron sus nombres. Dios aprovechó la ocasión, se dijo: “Ya está, en lugar de romperme la cabeza para encontrarles un nombre, es sencillo. “¿Yo como? – Bien: Adán. – ¿Ahí está? – Muy bien: Eva...” Espero que no dudéis de la veracidad de esta interpretación.

Adán no es pues ese buen hombre de la fábula, sino Adam Kadmon, el Hombre cósmico cuyo cuerpo está formado por todas las estrellas, las constelaciones, las nebulosas. Esto es el cuerpo físico de Adam Kadmon, el primer ser creado por Dios. Pues Dios está más allá de todo el universo creado, está más allá de la séfira Kether. Es Adam que es Kether. Kether es la cabeza de Adam Kadmon, Hochmah el ojo derecho y la parte derecha del rostro; Binah el ojo izquierdo y la parte izquierda del rostro; Hesed el brazo derecho; Geburah el brazo izquierdo; Tipheret el corazón y el plexo solar; Netzach la pierna derecha; Hod la pierna izquierda; Iesod el sexo y Malkut los pies.19

En realidad, puede decirse que la creación comenzó verdaderamente con la séfira Hochmah: la sabiduría. En el libro de los Proverbios, la Sabiduría habla así de sí misma: “Cuando el Eterno preparó los cielos, yo estaba allí; cuando trazó un círculo en la superficie del abismo, cuando fijó las nubes arriba y las fuentes del abismo surgieron con fuerza, cuando le puso un límite al mar para que las aguas no superaran los bordes, cuando estableció los fundamentos de la tierra, yo trabajaba junto a Él y era todos los días su deleite, actuando sin cesar en su presencia...”20


Hochmah es la región de la luz, que es la primera emanación de Dios. En el comienzo del mundo Dios dijo: “¡Hágase la luz!” La primera criatura, el origen, el comienzo de todo, fue la luz. La luz es el Cristo, y el Cristo es el sol. ¿Por qué el espíritu de Cristo está situado en el sol, o sea en la séfira Tipheret? En realidad se trata del mismo espíritu bajo dos aspectos diferentes; el espíritu de Cristo es idéntico al espíritu solar. Pero, evidentemente, cuando digo el Cristo, no se trata aquí de Jesús. Jesús es un personaje histórico que vivió en Palestina, que tenía una misión sobre la tierra. El espíritu del Cristo existe desde el origen de la creación. Él es el Verbo, por quien todo fue hecho.

Pero aquí también, cuando digo “el espíritu del sol” hay que comprenderme. No hablo del sol físico, astronómico, sino de un mundo espiritual en donde viven seres que tienen toda una cultura y una civilización. El espíritu de sol es el Arcángel Mikhaël.

El Cristo, el Arcángel Mikhaël, son representaciones diferentes del mismo principio, el segundo Principio de la Santísima Trinidad. La entidad solar que se llama Mikhaël, está vinculada al Cristo, al Verbo, porque el espíritu del Cristo, es el espíritu del sol. Y Melkhisedek también, a quien san Juan describe rodeado por siete candelabros de oro y sosteniendo en la mano siete estrellas y una espada que surge de su boca, es también una expresión de la luz, del Verbo. Los nombres son diferentes, pero el Principio es siempre el mismo.

¿Comprendéis mejor ahora cómo el estado de pasividad de Dios – que no era en realidad pasividad tal como se la entiende habitualmente – se transformó en una actividad en la materia y con la materia? Dios quiso entrar en la materia, quiso penetrarla para manifestarse a través de ella bajo la forma de plantas, de animales, de seres humanos. Sólo que se requiere mucho tiempo: tanto tiempo necesitó el Creador para entrar en la materia, tanto, o quizá más, necesitará Él para salir de ella. Porque Él está también limitado en el marco del tiempo. Él, que estaba en la eternidad, salió de allí para entrar en el tiempo, que está medido, fragmentado en instantes. Dicen los Libros sagrados de la India que cuando Dios regrese a su estado primordial, todo desaparecerá y entrará en la noche, en el sueño. Ahora, es el día: Dios despertó, creó el mundo. Después Él se dormirá, será la noche y todo dormirá con Él, ya no habrá nada. Luego, amanecerá un nuevo día, una nueva creación, y nadie sabe cómo será, qué seres aparecerán, qué formas adoptarán.

Al descender en la materia, Dios se sumergió en ella hasta sufrir la inmovilidad de las piedras. Sí, Dios habita incluso en las piedras. Nada está privado de su presencia. Incluso las piedras tienen en ellas una partícula divina. Entonces, para emerger de la materia y crear por fin seres dotados de movimientos, de sentimientos, de pensamientos, ¿cuánto tiempo será necesario?

Cuando un artesano trabaja una materia para inventar nuevas formas, es posible que los primeros intentos no siempre tengan éxito: a veces es necesario romperlos y volver a fundirlos. Pues bien, la naturaleza trabaja de esta forma: se la ve hacer innumerables ensayos y bosquejos para llegar a crear la perfección de las formas individuales. Se ven también vestigios de esos ensayos. Sólo para el rostro, los órganos de los sentidos o de la reproducción ¡cuántos ensayos ha hecho! Y en las conchas, las flores, los insectos ¡cuántas formas experimentó antes de lograr por fin perfeccionar las formas y las funciones! Los humanos no se dan cuenta del trabajo que se ha tomado la naturaleza para llegar a crear la humanidad. Cuántas humanidades desaparecieron porque las formas aún no eran perfectas, entonces el Alfarero destruía las vasijas para crear otras nuevas...

Por lo demás, eso es el karma: el karma es la consecuencia de una actividad que aún no está a punto, que aún no está suficientemente esclarecida, que no es totalmente armoniosa o desinteresada. Son tanteos, y esos tanteos no se hacen sin recibir algunos golpes. Esto es el karma, ese vínculo de las causas y efectos. El hombre salió del estado primordial de paz, de felicidad, de “pasividad”, quiso crear, pero no consiguió hacerlo como es debido, y por eso sufre. ¿Quiere eso decir que ya no debe hacer nada? No, debe actuar. – Sí, ¡pero sufriremos! – Desde luego, sufriremos, pero aprenderemos, evolucionaremos y un buen día ya no sufriremos más. Cuando consigamos trabajar correctamente, ya no habrá más karma.

El Bonfin, 25 de Septiembre de 1963

18 La Balanza cósmica, Col. Izvor nº 237, cap. IV-1: “Adán y Eva: el espíritu y la materia”.

19 Del hombre a Dios, Col. Izvor nº 236, cap. XI: “El cuerpo de Adam Kadmom”.

20 Del hombre a Dios, Col. Izvor nº 236, cap. VIII: “Cuando el Eterno trazó un circulo en la superficie del Abismo”.

Los frutos del árbol de la vida

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