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El sol hace crecer las simientes depositadas en nosotros por el Creador
Cómo encontrar la Santísima Trinidad en el sol
Para empezar, volveré sobre la idea que os presenté ayer sobre la necesidad de cambiar vuestros temas de meditación para que no corráis peligro de estar saturados. Sucede como con la comida, se necesita variar. Me veo pues obligado a daros numerosos métodos, presentándoos sin cesar nuevos aspectos del sol y, cuando meditéis, en la Roca o en otra parte, encontraréis lo que os conviene para ese día. Para serviros mejor de los métodos que os doy, os aconsejo que los anotéis, que llevéis una pequeña lista, cómo hacen las cocineras con los menús. Cada día podéis consultar vuestra pequeña lista: “Veamos, esto no me dice nada... ¡Ah!, ¡esto sí que es sabroso! ¡Es lo que necesito!” Y vais a disfrutar, porque entonces vuestra meditación dará resultados. Y como no es seguro que el mismo ejercicio sea el adecuado para el día siguiente, a la mañana siguiente cambiáis de menú, escogéis un nuevo tema de meditación. Así, poco a poco, recorreréis todo el ciclo de las maravillas, y evolucionaréis mucho más rápidamente que si os obstináis en un solo método de trabajo.10
Además, si os ponéis tercos, si os obstináis, tendréis dolor de cabeza. A veces queréis concentraros en cierto tema, sin comprender que el cerebro no quiere saber nada de él y que hay que cambiar, buscar otra cosa. Algunos pensarán: “¡Ah! ¿hay que cambiar? Bien, como hasta ahora he sido sobrio y casto, voy a comer, a beber, a ir detrás de las mujeres (o de los hombres)...” Y aparece el desenfreno. No, debemos quedarnos siempre en los menús “vegetarianos”, como os decía ayer, es decir, no descender por debajo de esta línea de demarcación que representa el diafragma. Hay caminos, senderos hasta el infinito; podemos escoger, pero no debemos descender por debajo de la frontera del “diafragma”. Cuando los hombres quieren cambiar no saben cómo hacerlo sin peligro; en vez de quedarse por encima de la línea de demarcación y de seguir los radios para explorar este espacio que, de todas formas, es muy vasto, de 180°, descienden verticalmente a las regiones inferiores y lo que ahí se desencadena en ellos ya no es tan favorable para su tranquilidad y su evolución. Y, justamente, en nuestra Enseñanza se os enseña en qué dirección cambiar.
¿Qué puedo deciros aún sobre el sol? Os lo presenté como centro de nuestro sistema solar, explicándoos la importancia que tenía este centro en nuestra vida y cómo contenía, en estado etérico, todos los elementos que necesitamos. Os revelé también que nuestro Yo superior está en el sol... Hoy, si queréis, os hablaré un poco de agricultura. ¿Por qué no?
Observad a los labradores. Labran la tierra, la siembran y después la abandonan durante un tiempo: esperan el calor. Y cuando llega la primavera, el sol calienta la tierra y las semillas que estaban enterradas en ella, silenciosamente acurrucadas, sienten que el sol las acaricia, las llama, las invita, y entonces se despiertan y empiezan su trabajo. “¡Oh!, diréis, pero ¿qué nos cuenta? La germinación, el crecimiento, son unos mecanismos automáticos e inconscientes en las plantas...” Ya lo sé, hago un poco de poesía para embellecer las cosas, pero de todas formas hay en la planta una vida escondida que dormita, y esta vida se pone en movimiento. Entonces, todas estas semillas, todas estas simientes crecen, y los hombres se alegran porque saben que cosecharán los frutos y podrán subsistir.
Estáis decepcionados porque pensáis que todo eso ya lo sabéis desde hace mucho tiempo. No dudo que ya sepáis todo lo que os digo, pero os lo digo de todas formas para mostraros que no habéis comprendido bien este asunto. Lo sabéis, lo sabéis, pero no lo habéis comprendido. El saber y la comprensión son dos cosas diferentes. Lo sabéis, pero ¿qué ha dado, hasta ahora, este saber formidable? Nada. Si lo hubieseis comprendido habríais visto que vosotros también poseéis unas semillas que debéis hacer crecer.
En el alma, el espíritu, el corazón, el intelecto y el cuerpo físico de los hombres, el Creador ha depositado unas semillas, unos dones, unas virtudes, unos poderes mágicos, todos los esplendores del Cielo que únicamente el calor del sol y su luz pueden despertar y hacer crecer. El día en que el hombre comprenda esto y se decida a acercarse al sol espiritual, todas las semillas depositadas en él empezarán a crecer, a desarrollarse y a dar frutos.
Espero que estas palabras aumenten todavía más vuestro deseo de ir a ver el sol. Exponeos a estos rayos ¡y dejadles hacer su trabajo! Sentiréis entonces que nacen en vosotros pequeñas tallos, pequeños brotes... Después tenéis que regarlos, claro, porque si no los regáis pueden secarse. El sol envía su luz y su calor pero no puede regar las plantas; necesita, pues, de una colaboradora, el agua, y esta colaboradora está en nosotros. El sol hace una parte del trabajo y nosotros debemos hacer la otra; a nosotros nos corresponde regar las plantas que el sol ha calentado, con nuestro amor, nuestra confianza y nuestro entusiasmo. Debemos ayudar al sol. Si dejáis que el sol os caliente sin participar en su trabajo no habrá grandes resultados: lo que haya hecho crecer morirá reseco.
¿Y cómo participar en este trabajo?... Cuando estáis bajo los rayos del sol debéis ser activos como él, es decir, meditar, contemplar, rezar, dar gracias al señor o pronunciar algunas palabras. Así regaréis estos pequeños brotes con vuestro corazón, con vuestro amor, y todo estará bien encaminado. Mis queridos hermanos y hermanas, ¡aprended a ser los cultivadores de vuestra propia tierra! sin el sol nada crece; por eso es preciso que todas las mañanas, cada uno se presente conscientemente ante él y se exponga a sus rayos para que despierte los gérmenes, las simientes que Dios ha depositado en su alma. Está muy claro, muy sencillo, el sol puede despertar en vosotros todas las cualidades, todas las virtudes.
Cuando os dije que en el sol hay ciudades, palacios, ríos, montañas, estabais escandalizados porque nunca habíais oído una cosa así. Como la ciencia afirma que el sol es una bola incandescente, un mundo en fusión en el que no puede haber vida, lo que os cuento no es científico... Pero ¿qué dice Hermes Trismegisto?: “Abajo es como arriba”, es decir, que todo lo que vemos aquí (ríos, montañas, lagos, rocas, árboles, animales, etc.) no podría existir si no hubiese arriba un modelo según el cual nuestro mundo ha sido creado. Quería decir que arriba existe un mundo, modelo de nuestro mundo, con montañas, ríos, animales, hombres... pero hecho de otra materia, con otras formas...
Hermes Trismegisto no dijo que lo de abajo es absolutamente idéntico a lo de arriba, sino que es “como”. Todo lo que vemos aquí, pues, no es más que un reflejo, una repetición, una imitación de otro mundo; es, si queréis, como la sombra, que se parece al árbol pero que no es el árbol mismo, o como el reflejo en un espejo, que es la imagen del hombre pero que tampoco es el hombre mismo. Todos los Iniciados han presentado el mundo terrestre como una sombra, una imagen, una ilusión, como el reflejo de un mundo superior, del mundo divino, un reflejo que puede indicar el camino a seguir para volver a encontrar esta realidad, arriba, que es semejante a él, pero de un esplendor indescriptible. El sol es el “arriba” y la tierra el “abajo”.
El sol representa el cielo, y en el cielo (o más bien los cielos) hay toda una vida, unos habitantes que tienen, como nosotros, viviendas, que se alimentan, que nacen, que hacen intercambios y se aman, pero divinamente. En el sol también hay ciudades, montañas, ríos, plantas, toda una vegetación, pero de otra materia diferente a las nuestras
Si no fuera así, las palabras de Hermes Trismegisto, lo mismo que las de Jesús, serían insensatas. Al decir: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...” 11 Jesús rezaba para que todo lo que existe arriba: la armonía, el orden, la belleza, la luz, la perfección, el amor, la fuerza, el poder, la vida eterna, desciendan a la tierra para que los humanos vivan en la misma armonía, la misma abundancia, la mismo alegría que los habitantes del Cielo. Si Jesús no hubiese conocido la estructura perfecta del mundo de arriba no habría expresado este deseo.
Y puesto que el sol simboliza el cielo y es su imagen, su resumen, su reflejo, ¿qué puede enseñarnos si lo miramos? Vemos su luz, sentimos su calor, recibimos la vida que emana de él. El sol está vivo, vibra, brota, calienta a todas las criaturas, ilumina el mundo. Estas tres nociones: luz, calor y vida, podemos encontrarlas en los Libros sagrados de todas las tradiciones. En todas partes encontramos esta trinidad, la Santísima Trinidad. Sólo que en el espíritu de los cristianos la Santísima Trinidad sigue siendo una noción abstracta, fría, alejada de nosotros, y los teólogos se niegan a representarla sencillamente por miedo a devaluarla. Por el contrario, nosotros nos alegramos cada día de la presencia de esta Santísima Trinidad, la frecuentamos, la saludamos, comulgamos con ella.
En la religión cristiana la Santísima Trinidad es un elemento esencial, pero está relegada en alguna parte, no se sabe dónde; se contentan con mencionarla, no la frecuentan cada día para hacer intercambios con ella. Como la Santísima Trinidad es un misterio no tenemos derecho a ocuparnos de ella. Decid a los cristianos que es accesible y hasta tangible, os responderán que estáis blasfemando, porque en general, para ellos, la Divinidad debe estar perdida a lo lejos, en alguna parte; nosotros no podemos ni verla, ni contemplarla, ni acercarnos a ella... No es de extrañar, pues, que los humanos se hayan alejado de Dios, que ya no lo sientan, que ya no estén habitados por El, y que después, claro, se entreguen a los actos más inmorales e insensatos.
En la nueva moral, en la nueva filosofía que se acerca y que va a invadir el mundo, las realidades espirituales estarán tan próximas, serán tan accesibles, tan tangibles, que cada día podremos comprenderlas, vivirlas, sentirlas, unirnos a ellas, comulgar con ellas; cada día nos alimentaremos con un alimento tan extraordinariamente luminoso que nos veremos obligados a transformarnos. Porque el hombre sólo puede transformarse realmente si absorbe otro alimento en todos los ámbitos.
La trinidad aparece bajo nombres diferentes en todas las religiones; la encontramos en Egipto, la India, en los Cabalistas, los Tibetanos, por todas partes, salvo en los Persas, que eran dualistas. Pero, ¿cómo comprender esta trinidad? En el origen siempre hay un ser que engendra a otro ser, quien a su vez engendra a un tercero. En la cristiandad se les llama Padre, Hijo y Espíritu santo; en otras partes les han dado nombres diferentes que ya os mencioné en otras conferencias, pero quedémonos con Padre, Hijo y Espíritu santo. El Padre es la vida que inunda el universo, la fuente de la que brotan todas las creaciones. El Hijo puede ser asimilado a la luz, puesto que Cristo dijo: “Yo soy la luz del mundo”; pero eso no le impide manifestar también el amor. Y el Espíritu santo, que desciende bajo forma de lenguas de fuego, representa el calor, el amor, pero eso no le impide ser también la luz que ilumina las inteligencias, que da la facultad de hablar en lenguas, de profetizar, de conocer y de penetrar los misterios. En realidad, poco importa quién de ellos es el amor y quién la sabiduría: el Hijo y el Espíritu Santo son uno, se transforman el uno en el otro, tienen los mismos poderes.
La cuestión esencial es comprender que estos tres principios: Padre, Hijo y Espíritu santo, se encuentran también en la vida, la luz y el calor del sol. Diréis: “Pero, ¿tenemos derecho a reconocer a estas altísimas entidades en la luz, el calor y la vida?” Claro que sí, y esta correspondencia es una ventaja práctica formidable, porque nos permite contemplar cada mañana a esta Santísima Trinidad, comulgar con ella, conectarnos con ella para recibir todas las bendiciones. Es una promesa de resurrección y de vida.
¿Por qué no quieren comprender los cristianos que las más grandes verdades están ahí, expuestas ante nuestros ojos por todas partes en la naturaleza? Todos comprenderán, salvo los cristianos que dirán: “¡Ah! El sol... Aunque el sol no existiese, basta con ir a misa para salvarnos...” No se han dado cuenta de que sin el sol nadie estaría vivo para decir misa, y de que hasta ellos estarían muertos, ¡petrificados y helados desde hace tiempo! Sólo los cristianos son, hasta este punto, inconscientes del vínculo vivo que une al hombre con la naturaleza. Diréis: “Pero, ¿qué tiene usted contra los cristianos?” Nada, nada, yo también soy cristiano. Si les zarandeo de vez en cuando es sólo para invitarles a que abran un poco los ojos, a que reflexionen más y a que comprendan que Dios se manifiesta en todas partes, en todas las cosas. Todo es una manifestación divina: las flores, los pájaros, los árboles, las montañas, los lagos, las estrellas, y el ser humano también. Bajo diferentes formas, en grados diferentes, es siempre Dios el que se manifiesta. En cuanto hay un ser vivo Dios está presente, porque fuera de Dios no hay vida.12
Únicamente Dios infunde la vida en el universo, Él es la fuente de la vida y nadie más que El puede crearla o distribuirla. El hombre mismo es solamente el conductor de esta vida que viene de más lejos. Cuando un padre le dice a su hijo: “Yo te he dado la vida” y cree tener derecho de vida y muerte sobre él, se equivoca. Esta vida ha sido creada por Dios, el padre sólo es su conductor. Si pudiese crearla, ¿por qué no se crea más años de vida cuando le llega el momento de morirse? La prueba de que no crea la vida es que es incapaz de prolongarla. Le ha sido dada una cierta duración de vida y no puede añadir ni una hora más. La vida pasa a través del hombre, pero es Dios quien se la da.
Por todas partes en donde aparece la vida se manifiesta la presencia de Dios. Y, como en la tierra toda la vida viene del sol, nos vemos obligados a reconocer que Dios se manifiesta mucho mejor a través del sol que a través de cualquier otra criatura. ¿Quién, además del sol, posee el poder de alimentar a la humanidad, de hacer crecer la uva y el trigo? Escriben algunos libros, hacen algunos discursos, pero al final todo desaparece sin dejar huellas, mientras que el sol está siempre ahí para vivificar, iluminar y calentar la tierra entera.
Cuando el mundo de arriba creó el mundo de abajo dejó por todas partes su sello, signos, para que los humanos pudiesen encontrarle. Y en el sol también se manifiesta esta Inteligencia cósmica, esta Trinidad que no quiere permanecer absolutamente oculta e inaccesible para dejar a los humanos la posibilidad de encontrarla. En realidad, la Santísima Trinidad no está enteramente contenida en la luz, el calor y la vida del sol, está más allá del sol. Pero a través de esta luz, de este calor y de esta vida que nos visitan, cada día podemos alcanzarla, hablarle, comulgar con ella, amarla y hacerla penetrar en nosotros. Y, puesto que hemos sido creados a imagen de Dios, cada uno de nosotros debe ser también una trinidad. Sí, con nuestro intelecto, nuestro corazón y nuestra voluntad, ya somos una trinidad que piensa, que siente y que actúa.
Evidentemente, esta pequeña trinidad está un poco apagada, petrificada, helada, pero a fuerza de frecuentar al sol va a reanimarse, a iluminarse, a calentarse. Ahí tenéis, de nuevo, la utilidad de asistir a la salida del sol: poco a poco nuestra pequeña trinidad se vuelve luminosa, cálida, vivificante como el sol, se acerca a esta gran Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cristo dijo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto...”13 Pero, si nunca hemos visto al Padre, ¿de dónde tomaremos el modelo de su perfección? Aquí tenemos un modelo: el sol. Dios está muy arriba, muy lejos, pero en su misericordia ha querido dar a los humanos la posibilidad de reencontrarlo; ha dejado huellas, como un hilo de Ariadna, y si tomáis este hilo, pasando por el sol, iréis hasta el Padre. El sol indica el camino.
Cada día vemos un reflejo, una imagen sublime, perfecta, de la Santísima Trinidad y, si sabemos trabajar con este modelo, nuestra pequeña trinidad puede llegar también a ser santa. Podemos repetir cuanto queramos las palabras de Cristo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”, pero nunca hemos visto al Padre, no sabemos cómo se manifiesta, cuáles son sus vibraciones, sus colores, su poder, y todo esto se queda en teoría. El sol nos da una pequeña idea de lo que es el Padre Celestial, nos explica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, inseparables. Si los distinguimos es para comprenderlos mejor, pero en realidad son uno, los tres son uno. En la Cábala, 1 es 3, y 3 es 1. En el hombre, igualmente, el intelecto, el corazón y la voluntad nunca están separados: están unidos, caminan, galopan juntos. El intelecto hace proyectos y el corazón le ayuda, le anima: “¡Venga!, ¡estoy contigo!”, y la voluntad galopa para realizar estos proyectos. Y vemos a los tres que corren, corren... A veces, al contrario, es la voluntad la que arrastra a los demás y el hombre se rompe la crisma, porque el intelecto se ha quedado en la cola. Por mucho que grite: “¡Esperadme, cometéis un error!”, la voluntad replica: “¡Cállate. Tú no sabes nada!” Sí, ¡los tres tienen unas discusiones formidables!... Pero esta trinidad todavía no es santa.
Para que nuestra trinidad se vuelva santa, debemos tomar al sol como modelo y tender hacia él para llegar a ser luminosos, cálidos y vivificantes como él. Claro que es imposible llegar a conseguirlo, pero este trabajo está en la línea de la Iniciación. En vez de quedarnos estancados en unas nociones viejas e inútiles, es preferible ir cada mañana a la salida del sol y tener el ideal de parecernos a él. Existe, ya os lo dije, una ley de mimetismo según la cual toda criatura se parece, con el tiempo, al medio en el que se encuentra. Si el hombre mira a menudo y durante mucho tiempo al sol, si lo comprende, si lo ama, si se deja penetrar por sus rayos, se vuelve poco a poco semejante a él. E incluso, si sabe condensar sus rayos, acumularlos, hacer reservas de ellos en el plexo solar, en el sistema simpático, puede utilizarlos luego a lo largo de toda la jornada y ser infatigable. Es toda una ciencia, todo un aprendizaje el que hay que hacer, y aquéllos que lo han tomado en serio reciben bendiciones cada día.
Mis queridos hermanos y hermanas, ¿veis todo lo que puede enseñarnos el sol? Algún día, a fuerza de contemplarlo, de meditar sobre él, estaréis armados para atacar a vuestros enemigos, a los enemigos que tenéis dentro de vosotros mismos, les desalojaréis y la Santísima Trinidad vendrá a establecer su morada en vosotros.
Bonfin, 2 de agosto de 1967
10 La nueva tierra – Métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras completas, t. 13, cap. IX: “El sol”, y Meditaciones a la salida del sol, Folleto n° 323.
11 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte II: “En la tierra como en el cielo”.
12 La fe que mueve montañas, Col. Izvor n° 238, cap. XI: “Dios, la vida”, y cap. XII: “Dios en la creación”.
13 “Sois dioses”, Parte I, cap. 1: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.