Читать книгу Kazuo Ishiguro: Guía de viaje - Orlando Mejía Rivera - Страница 9
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Hace veintisiete años cayó en mis manos la edición londinense (Faber & Faber) de Los restos del día. La expresión es literal: buscaba en puntas de pie, en un estante elevado de la mítica y desaparecida Librería Buchholz del centro de Bogotá, una nueva edición del Ulises de Joyce, de The Modern, con la transcripción de la famosa decisión del juez Woolsey de admitir su publicación en los Estados Unidos, cuando tumbé un libro e Ishiguro llegó desde las alturas a mi vida. La portada era llamativa: el rostro de un hombre acostado bocarriba, con los ojos entrecerrados, en apariencia de duermevela. El color azul del trasfondo evocaba el firmamento, y debajo del título nos contaban que la obra había logrado el Premio Booker.
Lo compré de inmediato, pues amo los encuentros casuales en las calles y en las librerías. A ellos les debo mi gran amor de la vida y un puñado de autores desconocidos para mí, en su momento, y que después se convirtieron en íntimos contertulios literarios. El libro me deslumbró, el inglés paródico de gentleman envejecido del mayordomo Stevens era un homenaje a la sutileza de la mejor ironía humorística, y esos extraños códigos de dignidad profesional motivaron mi curiosidad y mi reflexión. Luego conseguí sus dos primeras novelas, y después cada nueva obra ha significado para mí un inmenso placer. Al poco tiempo descubrí que Anagrama también lo traducía al español, con indiscutible calidad.
Aunque Ishiguro se ha vuelto un gran escritor internacional, pienso que fue una sorpresa que le dieran el Nobel de literatura, porque autores como Philip Roth, Paul Auster, Joyce Carol Oates, Haruki Murakami o Margaret Atwood eran los favoritos. Por eso, sus fieles y antiguos lectores lo hemos disfrutado y celebrado como si nuestro equipo de fútbol preferido hubiese salido campeón del mundial de clubes. Este sentimiento de alegría y curioso orgullo (como el que tiene cualquier hincha al ver un acrobático golazo de chalaca del centro delantero de su equipo, así él no pueda ya ni subir las escaleras de su casa), lo he querido plasmar en este libro que busca, con la metáfora de una guía turística, invitar a nuevos viajeros al universo ishiguriano: a sus lugares, personajes, referentes históricos, vínculos intertextuales, comentarios de otros lectores calificados y a la propia voz de su creador.
El guía, que ha recorrido durante varios años estos territorios queridos, solo pretende sugerir ciertas interpretaciones, mostrar el origen de algunos de sus protagonistas, llamar la atención de un sabor o un color, señalar un atajo hermenéutico herrumbroso, enfatizar en un diálogo, compartir la experiencia de un fragmento o escena que, al conocerla por primera vez, puede ser enigmática y difícil. El itinerario propuesto se detiene en cada libro, visitado por orden cronológico, y luego exhorta a los visitantes a iniciar su propio recorrido y descubrir nuevas fragancias de este cosmos narrativo que una vez conocido nadie abandonará indemne.
Este ensayo no pretende ser una exégesis normativa, ni caer en el didactismo de la divulgación vulgar. La crítica académica se ha transformado en una jerga incomprensible que se aleja cada vez más de los textos originales, y estos son usados como dispositivos para demostrar ideologías o concepciones a priori. La literatura ha sido torturada con las herramientas teóricas de los estructuralistas, los deconstructivistas, los psicoanalistas, los heideggerianos, los relativistas culturales, los enfoques de género y un largo etcétera. Sus verdugos, secta exclusiva y poderosa que fundamenta su prestigio en no ser entendidos ni leídos, han desterrado la lectura directa y empática de las obras y sus autores, y se burlan de las visiones “impresionistas” y del “ensayismo”. Se les ha olvidado que la literatura no es una ciencia, sino un arte. Que su sentido de existir, en este novísimo mundo cibernético y virtual, no se basa en la coherencia lingüística o lógica, sino en la búsqueda de los significados de lo humano y sus metamorfosis, que persisten con terquedad a pesar de la llegada de la robótica y las inteligencias artificiales.
Al escribir este breve libro he recordado la lección de Gabo: se lee con un destornillador en la mano, para desbaratar la estructura de cada obra y tratar de averiguar cómo ha sido construida por dentro. Pero también he tenido en cuenta la gran advertencia del físico Heisenberg: toda percepción que realizamos del mundo que nos rodea es, a la vez, una percepción de cada uno. Ricardo Piglia dijo lo mismo con otras palabras: “En cuanto a la crítica, pienso que es una de las formas modernas de la autobiografía”.
En ese sentido, cada lector reescribe el libro que está leyendo. Cada viajero reinventa el universo que recorre y el guía solo muestra un camino de los múltiples que existen y existirán. Las citas de las novelas las he tomado de las traducciones al español (porque no las podría hacer mejor), pero todas las referencias de las conversaciones de Ishiguro y la bibliografía secundaria citada son traducciones mías. No he querido analizar acá los ecos y la presencia del escritor en el cine y en la música, porque mi intención es reivindicar la autonomía de la dimensión literaria: libros que hablan de otros libros, la palabra escrita, último bastión de la resistencia humana. No en vano, el reconocimiento de palabras es una prueba que se usa en la Internet para diferenciarnos de los robots y los programas informáticos.
Me incluyo en el minúsculo grupo de lectores desocupados y solitarios, sobrevivientes en vías de extinción, que ama los libros de lomo, papel y tinta, que huele con fruición las hojas, que subraya con lapiceros de distintos colores, que discute en silencio con el autor en los márgenes en blanco de las páginas y que se niega a ver las versiones cinematográficas de las obras que admira, porque no desea que el rostro imaginario y los gestos de un personaje terminen suplantados por el actor o la actriz que escogió el director de la película. De hecho, existen honduras en las obras de Ishiguro que no pueden ser captadas por ninguna imagen, ni las sintetiza un guion. Como él mismo ha expresado: “En mis libros hay una serenidad superficial, no hay un montón de gente asesinada, ni nada por el estilo. Pero para mí no son libros serenos, son libros que tratan sobre cosas que me perturban y me preocupan mucho”.