Читать книгу El extenso camino hacia Bahía - Oscar Lizana Farías - Страница 9

*** Septiembre es un mes en que todo el mundo está regresando de vacaciones. La sociedad alemana va dejando a un lado la vida de ocio, el sol, la rivera mediterránea y los paseos por el bosque. Todos vuelven con renovadas energías a sus labores habituales. Yo no tomaba una decisión que le diera rumbo a mi vida. Aunque sería solo una formalidad, pensé: “Mañana me juntaré con Ingrid y le pediré matrimonio. También fijaremos fecha. Mañana será el día. La boda, eso sí, será en unos meses más. Antes me voy a tomar unas largas vacaciones. Tengo una invitación de mi amigo Kadoch de Israel. Quiere que trabaje unos tres meses en un Kibutz, convidado, por supuesto”.

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Dos suaves golpes de nudillo en la puerta me sobresaltaron. Era Frau Wutz, la casera. Agitaba en su mano un sobre. En su ancho y añoso rostro resaltaba un par de ojillos verdes y curiosos.

―Carta de Chile, Herr Orlando. ―Parecía un heraldo medieval.

Hice espacio en la cama para tenderme y leer con comodidad. El delgado sobre aéreo de color azul venía con remitente de mi madre. En el interior encontré solo una esquela con tres párrafos breves. Un extraño frío recorrió mi cuerpo a medida que iba leyendo. La misiva era portadora de muy malas noticias: mi padre había fallecido. Así de breve y escueto. El último párrafo era el más impactante:

Hijo, no quiero arruinar tu estadía en Alemania, pero tengo una muy mala noticia: tu padre murió. Me cuentas si piensas quedarte por allá o vas a volver casado. Si decides regresar, cuando estés aquí, te cuento más detalles. Cariños y saludos de todos.

Punto. Eso era todo.

Mi primera reacción fue de incredulidad, tal vez se trataba de una broma, pero mi madre no lo haría con una cosa así.

Continué por largo rato sentado en la cama mientras mi mente trataba de procesar la noticia. "Mi papá muerto. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Estaba enfermo?". No recordaba indicio alguno que me hubiera llevado siquiera a pensar en una tragedia tal. Pensé en hacer una llamada de larga distancia, pero el costo era muy alto.

En ese momento fui consciente de que nadie me iba a aconsejar sobre qué decisión tomar. Tenía que ser yo y solo yo el que tomara las riendas de mi vida. Hasta entonces me había dejado llevar por los acontecimientos de cada día. Decidí llamar a Ingrid e informarle de mis planes.

Nos juntamos en el café de siempre. Estaba nublado. El cielo se mostraba gris y un viento helado calaba los huesos. Pronto empezaría a llover una mezcla de agua y nieve.

―Orlando, ¿por qué me estás presionando así? ―Su voz sonaba ahogada, a punto de prorrumpir en llanto.

―¿Cómo así? Es simple. Quiero que me digas ahora si te vas conmigo a Chile o no. Mi decisión está tomada. Termino mis estudios y vuelvo a mi patria. Si no me acompañas, voy solo.

―Pero lo habíamos conversado, Orlando. Incluso mis padres estaban de acuerdo en que nos casáramos, pero que viviéramos en Alemania. En Chile están ocurriendo cosas horribles. Ni siquiera tú deberías volver.

―Claro, así sin más. Nos casamos, vivimos en el paraíso germano y somos felices por siempre. ¡Qué infantil eres! ¿No te das cuenta de que los alemanes jamás han soportado a los extranjeros? Nos toleran por necesidad. Requieren de quien les barra las calles y soporte el calor infernal de sus acerías y fundiciones.

La mirada de Ingrid se ensombreció.

―¿Te puedo hacer una pregunta? ―dijo―. ¿Alguna vez me amaste de verdad o solo fui un pasatiempo, un trofeo para pavonearte con tus amigotes?

―Basta, es demasiado. No me has respondido. ¿Te vas conmigo o no?

Ella se acercó, me tomó por los hombros y clavó sus ojos azules en los míos.

―Aunque te parezca raro, yo te amé; aún lo hago, pero no me iré contigo. Si tienes que volver, hazlo solo, sin mí.

―¿Es tu palabra final?

Sin responder me dio la espalda y se alejó con lentitud. Juraría que lloraba.

―¿Ni siquiera vas a pensarlo? ―grité al aire.

El extenso camino hacia Bahía

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