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En sus zapatos (2015)

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1938

Nachmann está bajando del buque Oceanía esa mañana de setiembre llevando en brazos a su hijo menor. María mira atenta la explanada luego de un viaje agotador, y sus hijas están tan delgadas como tantos inmigrantes que llegan desde Trieste a la América soñada. Son pocos los que pueden adivinar de dónde escapan ellos, ya que todos están huyendo de la barbarie humana, y es tan igual la penuria que no importa de qué lugar de Europa vienen, abajo los esperan para revisar su cabeza sospechada de piojos por fuera como por ideales por dentro. Sin embargo, se los anota como alemanes y él desgrana su primera lágrima por el insulto. El ya viejo hotel de Retiro los recibirá por algunos días, ¿cuántos?, piensa, mientras ve a sus niñas jugar con muñecas desvencijadas: resisten mis hijos, piensa Nachmann, cómo no hacerlo también. Pero parece ya viejo por dentro, con un corazón que dibuja harapos de tristeza, a sabiendas de haber perdido la vida de sus familiares. Las fotos sepia en la pared de mamá me los muestran adustos y serios, creo mostrando la dureza de una vida que les golpea en demasía. Y trato de imaginarlo con una sonrisa ya que no muestra intención de ese menester. En Buenos Aires flamean sábanas de percal en patios de malvones y terrazas antiguas, ¿se parece a mi amor por la lengua? ¿O los barrios viejos ya en los cuarenta respetan el orden de abecedario?, Abasto, Almagro, Boca y Boedo visten sus calles de conventillos y plazas, y Discepolín se encarga de pintarlos sin la paleta de Quinquela pero con la pluma y la palabra de un tango inolvidable.

1948

El abuelo resiste mucho más que las suelas de sus zapatos, ya desvencijadas por una Corrientes algo angosta todavía. Cualquier lapicera sirve para la venta, las ballenitas de camisas de almidón, peines y preservativos de una década profiláctica y dictatorial, su corbata parecerá nueva cada mañana cuando María le dé un toque de plancha al carbón, pero será la misma por lustros, al igual que el traje tan gris como el cielo de Jufré y Estado de Israel. Mira la tapa de Crítica buscando buenas nuevas sobre la guerra ya terminada para muchos pero no para él, pensando si alguna vez encontrará con vida a su familia masacrada por el nazismo. Camina a diario desde Medrano, pero ya lo antelaba desde Ángel Gallardo (quien será A. Gallardo?), y en Invierno cruzando donde nace Lambaré, para dejar que el tibio sol le de brillo a su existencia, mirará cada vieja casa y negocio de memoria ofreciendo sus mercancías en un pequeño maletín, cruzará Pueyrredón con las paredes blancas, los setenta balcones y ninguna flor de la pluma de Baldomero, todavía con bosta en sus suelas, las que se adhieren a la altura del Abasto, cuando los carros vienen en busca de verduras y frutas.

Escucha a Gardel en una vitrola sin saber bien quién es, pero se conmueve al ver, casi llegando a Callao, una librería de viejo que tiene discos de Strauss: Danubio azul le va helando el alma a don Nachmann, mientras ofrece betún para zapatos y jabón de tocador a su dueño: ¡Por favor, ponga nuevamente ese disco!, y yo imagino a Bogart con rostro melancólico diciendo: ¡Tócala de nuevo, Sam!

Llega al Luna Park sin signos de cansancio, tomará una sopa en “La Flota” creyendo en mi imaginación que ya existe sobre Leandro N. Alem, ¿Quién será Alem?, piensa el abuelo, porque aquellos inmigrantes se hacían viejos antes de tiempo y no sabían de figuras políticas argentinas, su cabello caía desde el cuerpo hasta el alma desvencijada, podías ser Giuseppe el zapatero, o José el albañil, viniste de Italia o España mirando el piso como Nachmann buscando respuestas a un porqué que ni siquiera hoy alguien explica.

Todavía en el Luna estaban los afiches de Gatica, quien quince años después emulará su destino vendiendo también baratijas en la calle.

Mira la Plaza Roma y piensa ¿Dónde estará Plaza Viena? Y retorna el camino andado por la vereda impar, mirando un tango desde enfrente del 348, ya con varios billetes “de a peso” en su bolsillo derecho, adivinando llevar el pan a su pieza modesta de Almagro, donde María y sus hijos (Erika, Edith y Harry) esperan el beso de su padre…

“Camina lerdo, bordeando la cañada” escribe una vez más el Nano en mi mente, y mi lápiz trata de imaginar al abuelo Nachmann sin tanto trajín ni suelas sin remiendo y cuore sin remedio.

Llega a Medrano y mira el sol poniendo proa al horizonte, como treinta años después lo hará su nieto, buscando a Dios su Señor y su mensaje de aliento y alivio.

1958

Su corazón está cansado y lo sabe, sus zapatos los repara mil veces Giuseppe en la esquina de Salguero y Humahuaca (¿Qué será Humahuaca?, piensa), ya lleva de la mano a Catalina, la menor, la única argentina y criolla… ¡Agarrate Catalina!!!, diría Pepe Iglesias en la radio, y Nachmann, ya abuelo de dos nietos, piensa en el que está en camino para setiembre, cuando sea más tibio el sol por Avenida Corrientes y Edith sea madre de nuevo…Mis dedos dibujan fantasías en el líquido amniótico de mamá tanto como en este proceso de escribir, pero hoy busco alguna foto de Nachmann conmigo y no la tengo, a fuerza de asumirlo como un ángel que me ayudó a ver la luz apagando la suya.

1968

Los Matadores ganan invictos su Metropolitano en ese agosto raramente templado. Miro yo desde el balcón de cemento el pozo de luz del departamento de calle Thames, de la menor de mis tías, y en una radio, escucho a Alberto Cortez cantar: “Y el abuelo un día se quedó dormido/ sin volver a España ♪ ♫ “, recuerdo me la enseñaron en la escuela, pero a mis diez años siempre escucho a mamá hablar de su padre con un dolor sin resignación, y mi abuelo pasa a ser un duende que sale del Wincofón con los valses de Strauss que ahora son de vinilo y no de pasta, ya el “gramofón” no es el de madera de calle Corrientes sino el nombre que mi abuela me tiene reservado, por tan locuaz y charlatán de feria… Y cuando viene a casa, todavía viviendo en la casa de Superí y Avenida del Tejar (¿Por qué será del Tejar?, pensaba yo). Sube la bobe Mitzi al colectivo 76 con paso seguro y le dice mi mamá desde abajo ¡Telefonieth!!! con ese alemán propio de austríacos sin idioma y sin patria.

En mis visitas a Tablada, veo todavía la foto de mi abuelo y su gesto, adivino su corazón cansado pero pujante, porque salió adelante lejos de su tierra, plantó bandera en Argentina y refundó a su familia, le dio la educación que pudo a sus hijos y no pudo conocer al más travieso de sus nietos…

1978

Apenas hace un mes que volví del servicio militar y ya estoy trabajando de cadete en las oficinas de una multinacional en 25 de Mayo y Lavalle, frente a Bunge & Born, donde se debe tener equilibrio por la pendiente de sus calles. Amo bajarla hasta Alem, porque mi gran amigo Horacio, un flaco sin igual al que a fines de los cincuenta le dio la polio y quedó con sus piernitas apoyadas en muleta, siempre tiene café caliente en el viejo Lumilagro de aluminio y me consigue los “Gitanes”, ya que los Parisiennes me saben berreta.

Voy cadeteando al centro porteño esquivando papelitos, porque ayer Argentina le hizo seis goles a Perú y se clasificó finalista…

Quirós, mi jefe, a cada rato me manda al banco, a la Aduana o a cualquier parte, yo le paso los viáticos, currito ya inventado por otro, pero sin darme cuenta camino todo el centro, mientras el Negro Segura a cada rato me explica el trabajo..

Me dieron un maletín para los trámites, y cospeles para el Subte B pero, desde el Bajo hasta Callao, prefiero caminar y no usarlos, ver la silueta del obelisco como emerge cuando subo la cuesta, con una impecable corbata y trajeado por don Tochi, mi viejo del alma. Muchas veces mi novia de entonces, que desde hace 40 años está a mi lado, me esperaba, ya que trabajé muchos años en el Bajo porteño ya sabiendo lo que no sabía don Nachman, que Leandro N. Alem había fundado el partido el cual era afiliado su nieto.

A veces caminaba por Avenida de Mayo hasta casa, cuando vivíamos en un coqueto dos ambientes de Paraná y la entonces Cangallo, pero muchas veces volví a pisar sus rumbos por Avenida Corrientes, con discos o libros que compraba en viejos locales con piso de madera, adivinando sus pasos, orgulloso de la sangre de mi abuelo Nachman y de estar en sus zapatos.

A Nachman Preismann, a su memoria, desde la mía.

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