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3.

ALIANZA

1. Pero antes hemos de ver de dónde sale ese credo: de una larga historia narrada en la Biblia. Si hubiera un libro que contuviera la cronología del universo, la vida sobre la tierra ocuparía solo la última página. Si esta página tuviera tres columnas con mil líneas cada una, la aparición de la humanidad ocuparía la última línea de la tercera columna; y la historia de la salvación, las tres últimas letras… El mundo es muy antiguo, mientras la humanidad es casi una criatura. Sin embargo, el ser humano ocupa un lugar central en toda esta larga historia.

Sí, es una historia fascinante. Dios ha creado el mundo, pero además ha entrado de lleno en él: ha querido formar parte de nuestra historia, mostrándose y revelándose primero y tomando para sí la carne humana en la persona de Jesucristo, como iremos viendo. Podríamos decir que «se ha manchado las manos» hasta el final. No se ha mantenido aislado en su eternidad, sino que ha entrado en contacto directo con el tiempo y la historia. Con este sencillo acto, de pecadores que éramos gracias a Adán y a cada uno de nosotros, hemos sido convertidos en miembros de la familia de Dios; y es esto lo que significa el término «salvación», que se realiza en pequeños pasos, poco a poco, en la historia. Así, esta «historia de la salvación» se dan dos etapas:

a) Creación y caída: Dios crea al ser humano libre y racional, «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1, 26). El hombre y la mujer pecan, pero la Trinidad se reúne y dice: a esto hay que ponerle solución. Yahvé pensó que aquello no podía quedar así, y decidió establecer una serie de sucesivas Alianzas (berit: trato, pacto o compromiso mutuo) para borrar el pecado.

b) Alianzas son los sucesivos pactos o tratos de Yahvé con Noé tras el diluvio (cfr. Gn 9, 1-19), con Abraham (Gn 15, 7-20; 17, 1-14), renovado a su vez con Isaac y Jacob (Gn 22, 1-19; 28, 10-22), con Moisés en el Sinaí (Ex 24, 1-8), con David y Salomón… Hasta llegar a la Alianza definitiva en Jesucristo (Pascua) y el Espíritu (Pentecostés).

Como recordaremos, tras la Creación del mundo y el diluvio (Gn 1, 1-4, 16; 4, 17-5, 5; 6, 1-9, 29; 11, 1-9), Yahvé estableció una Alianza con Noé, por la que se renueva la Creación. Inmediatamente después del suceso de la torre de Babel, la Biblia nos ofrece una lista de descendientes que acaba con Abrán, más adelante Abraham, padre común de judíos, cristianos y musulmanes (cfr. Gn 11, 10-27). Esta Alianza será confirmada y ratificada más adelante, hasta alcanzar la plenitud en Jesucristo. Vemos así una secuencia clara: Adán+Eva (ruptura de la Alianza) - Abraham (renovación) - Moisés (confirmación) - David (ratificación) - Jesús (plenitud). Pero no adelantemos acontecimientos.

2. Pero entonces ¿cuáles serían las palabras-clave en el judeocristianismo?

Pueblo, Alianza e Historia de la salvación son palabras íntimamente relacionadas, como estamos viendo, y que van a irse desarrollando —de modo constante y progresivo— a lo largo de todas las páginas de la Biblia. La Alianza es una promesa, un testamento, un pacto de sangre entre Yahvé y su Pueblo. La historia del pueblo de Israel es la primera parte −la prehistoria− de la historia de la Iglesia. Judaísmo y cristianismo no son en sentido estricto —así lo vemos los cristianos— religiones distintas, sino parte de la Alianza definitiva en Jesucristo.

Los judíos son nuestros «abuelos», nuestros antepasados, nuestros «hermanos mayores», decía san Juan Pablo II. Los cristianos somos teológicamente semitas, e Israel es una fase embrionaria de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. El antiguo testamento constituye el prólogo del nuevo, su imprescindible marco de interpretación: la Biblia de los judíos es una parte de la Biblia cristiana.

«¿Qué importancia tiene el antiguo testamento para los cristianos?, pregunta el Compendio. Los cristianos veneran el antiguo testamento como verdadera palabra de Dios: todos sus libros están divinamente inspirados y conservan un valor permanente, dan testimonio de la pedagogía divina del amor salvífico de Dios, y han sido escritos sobre todo para preparar la venida de Cristo Salvador del mundo» (n.º 21).

3. Pero vayamos por partes. ¿Qué ocurrió entre los siglos XX y XIII a. C.?

Muchas cosas, la verdad. En primer lugar, tenemos a los patriarcas del pueblo de Israel, quienes establecieron la Alianza que luego irá renovándose. Procedamos a un análisis detenido de los textos de la Biblia judía, pues —como veíamos— los 46 libros del antiguo testamento se dividen en cuatro grupos:

a) la Ley o Torá contenida en el llamado Pentateuco, pues se compone de cinco libros, atribuidos en un principio a Moisés;

b) los libros históricos, en los que se recoge la crónica de los reinos de Judá e Israel;

c) los libros sapienciales, donde aparecen poesías y reflexiones sobre la existencia humana, en especial los salmos;

y d) los libros proféticos, en los que —como su nombre indica— aparecen las profecías sobre posibles desastres si Israel abandona a Yahvé, y que después anuncian la venida del Mesías salvador.

La diferencia entre estas partes —Ley, historia, sabiduría y profecía— estriba sobre todo en el contenido y en el género de estos escritos. Como es lógico, es el resultado de una reordenación posterior a partir de un buen número de textos dispersos. Aquí vemos la historia y cuáles son las sucesivas etapas de la vida del pueblo de Israel. Todo empezó con el sacrificio de Isaac, presuntamente perpetrado por Abraham…

4. Sí, ese episodio resulta importante y fundamental. Es el comienzo de la Alianza y donde se aprecia la fe de Abraham (Gn 12, 1-25, 18), un ejemplo para todos los cristianos.

«Abraham, nuestro padre en la fe», repite la liturgia de la misa: será el primero de una larga serie de patriarcas en la Biblia, que se encuentran principalmente en el libro del Génesis. La mayoría de los patriarcas son descendientes de Abraham. La historia transcurre en un periodo algo indeterminado, entre el 1900 y el 1700 a. C., es decir, entre los siglos XX y XVIII a. C.

Abrán era un semita seminómada y procedía de Ur de los caldeos, en el sur de Mesopotamia, a orillas del río Éufrates. Recibe entonces una revelación de Yahvé y establece con Él una Alianza: la promesa de la Tierra prometida (Cannán) y de una descendencia generosa, «como las arenas del mar y las estrellas del cielo» (Gn 22, 17). Era una Alianza que quedaba sellada con un sacrificio de animales (carnero, tórtola y pichón), pero que no siempre iba acompañado del sacrificio del corazón.

Sara, su mujer, que no podía tener hijos, obtiene al final descendencia: Isaac (‘él ríe’) e Ismael, hijo de una esclava y padre de los pueblos árabes. Entonces Dios prueba su fe y su obediencia, al pedirle el sacrificio de su hijo Isaac. Abrán obedece y, cuando va a matarlo, un ángel detiene su mano; esta va a ser la imagen del sacrificio del Hijo, para el perdón de nuestros pecados (cfr. Gn 12 y ss.; Catecismo n.º 2570).

Así, Dios cumplió su promesa y premió a Abrán por su generosidad: de llamarse «gran padre» pasó a ser Abraham, «padre de las naciones o multitudes». Por eso el título de «padre en la fe» no es solo una referencia al origen común de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam), sino también un ejemplo de la valentía propia de la fe cristiana.

5. El Dios de Yahvé es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Ex 3, 6), de modo que la historia sigue con Isaac, Jacob, José, etc. y con una preciosa historia de amor. Pero hacía falta una esposa para Isaac… (cfr. Gn 24-28)

Abraham envía a un criado a buscar una mujer de su raza para Isaac, cuya suerte recayó en Rebeca, bella y generosa. Casado con ella, Isaac tuvo como descendencia a Esaú y Jacob. El pequeño compró a su hermano mayor la primogenitura por un plato de lentejas, convirtiéndose Jacob —de un modo un tanto curioso— en portador de la Alianza y de la promesa divina (cfr. Gn 25 y ss.).

Su padre Abraham había bendecido a Jacob, por error y tras un engaño de este: «Que mucha gente te sirva; que las naciones se arrodillen delante de ti. Gobierna a tus propios hermanos: ¡que se arrodillen delante de ti! Los que te maldigan serán malditos y los que te bendigan serán benditos» (Gn 27, 29). La Alianza había sido renovada y el pueblo de Israel seguía siendo el escogido, bajo la figura de Jacob. Se cumplían así en las figuras de Esaú y Jacob las palabras: «El mayor servirá al menor».

Entonces ocurre también la importante historia de José (Gn 37, 1-50, 26), hijo favorito de Sara y Jacob. Era un soñador, como su padre y, por contarles uno de sus sueños, fue vendido como esclavo por sus propios hermanos, yendo a parar a Egipto, donde los israelitas se habían convertido en esclavos. Allí recibió la misión de defender a sus hermanos de raza, junto a la promesa: «Yo voy a morir; pero Dios os visitará sin falta y os hará subir desde esta tierra a la tierra que juró a Abraham, Isaac y Jacob» (Gn 50, 24). José prosperó y acabó siendo primer ministro del faraón; será después él quien, en el futuro, ayudó a sus propios hermanos que le habían vendido, convirtiendo el mal en bien.

6. Egipto, ahí también ocurre la historia de Moisés (tal como recuerda las películas de Los diez mandamientos de 1956 o El príncipe de Egipto, 1998) y la Alianza del Sinaí…

La historia de Moisés (‘nacido de las aguas’) aparece en el resto de los libros del Pentateuco (Éxodo, Deuteronomio, Números y Levítico), después del libro del Génesis. Ocurre todo en el siglo XIII a. C. y comienza con la llamada en el episodio de la zarza ardiente: allí Yahvé le revela su propio nombre («Yo soy el que soy… soy el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob»: Ex 3, 14.16) y le encarga la misión de sacar a su Pueblo de Egipto (Ex 3, 1-22).

Recibe así Moisés la misión de ser profeta y guía del Pueblo, y es constituido en intermediario entre Dios e Israel. En realidad, no era él quien guiaba al Pueblo sino Dios por medio de Moisés. Lo liberó así de la esclavitud de Egipto, llevándolo del exilio al éxodo, a la liberación. Éxodo: esta palabra va a ser también muy importante, junto con Pueblo, Alianza e Historia de la salvación.

El paralelismo entre Moisés y la figura de Jesucristo resulta inevitable: junto a la huida de Egipto, Yahvé establece el rito de la Pascua judía (nueva palabra importante) antes de salir de Egipto y le proporciona el alimento del maná, figuras ambas de la futura Eucaristía. Establece un memorial (¡otra!) de la huida de Egipto, que se celebrará en cada Pascua: así Jesús será el liberador de la esclavitud del pecado y establece un nuevo memorial con la nueva Pascua contenida en la Eucaristía.

Más adelante Yahvé establece con Moisés la Alianza del monte Sinaí (Ex 19-24), donde tiene lugar una teofanía o manifestación de la divinidad: establece una Alianza, al entregarle las tablas de la Ley en las que se contienen los diez mandamientos. Moisés dio entonces instrucciones para construir el arca de la Alianza, en la que se contenían las tablas de la ley, algo de maná y la vara de Arón. Era la continuación y perfección de una Alianza después culminada en Cristo.

7. Son muchas cosas y muchas historias, y es difícil acordarse de todo… Y además ahora vienen jueces, reyes, profetas…

Sí, efectivamente, pero por eso la Iglesia nos lo recuerda continuamente en el leccionario, en las lecturas de la misa. Allí, cada tres años damos un repaso a los acontecimientos más importantes que aparecen en la Biblia. Pero la historia sigue…

Josué, sucesor de Moisés, se lanzó por fin a la conquista de Canaán, la Tierra prometida. Fue una lucha sangrienta y el primer objetivo fue ganar Jericó, según los arqueólogos, la ciudad más antigua del mundo. Josué cruzó el río Jordán y se dirigió hacia Jericó: rodearon la ciudad durante siete días, tocando las trompetas y, de repente, las murallas cayeron. (Los testimonios de la arqueología han mostrado cómo hubo un gran incendio en ese momento, mientras otros hacen coincidir un terremoto con el derrumbamiento de las murallas.)

Yahvé estableció entonces una nueva Alianza con Josué y los éxitos militares contra los cananeos le acompañaron. Josué llamó al Pueblo escogido a la fidelidad del único Dios, pero Israel volvió a sus infidelidades. Es esta una historia recurrente.

A pesar de no ser un modelo de fidelidad a la Alianza, Dios no abandonará a su Pueblo: «Dios es fiel» (2 Ts 3, 3). Entre los siglos XIII y VI a. C., los filisteos consiguieron quitarles a los judíos el Arca de la Alianza (verdadero objeto sagrado para los judíos), pero —con la ayuda de Dios— la recuperaron. Los jueces (soldados-profetas, uno de ellos fue Sansón y el último juez, Samuel) liberaron al Pueblo de los cananeos. Josué decidió buscar un nuevo caudillo, y eligió a Saúl, de la tribu de Benjamín:

«Entonces Samuel tomó un frasco de aceite, lo derramó sobre la cabeza de Saúl y le dijo: —El Señor te consagra hoy gobernante de Israel, su pueblo. Tú lo gobernarás y lo librarás de los enemigos que lo rodean. Y esta será la prueba de que el Señor te ha declarado gobernante de su pueblo» (1 Sm 10, 1). La unción es siempre un signo de elección y por eso Jesús será después el ungido por el Padre, como veremos.

8. Así, en el siglo X a. C., Yahvé da un rey a su Pueblo: primero Saúl y después David (1 y 2 Sm). La historia del rey David es bien conocida, también por las versiones literarias y cinematográficas.

Sí, David —el rey guerrero y poeta− estableció la capital del reino en Jerusalén, en Judá, y allí llevó el Arca. Yahvé renovó con él su Alianza. El reino de Israel creció y se prolongó en el tiempo, pero en el siglo X su hijo Salomón —a pesar de su sabiduría inicial y que construyó el Templo— se entregó a la idolatría, y el reino quedó dividido entre el norte y el sur: Israel y Judá. En el siglo VI cae Judá, Jerusalén y el Templo bajo las tropas de Nabucodonosor: los judíos son deportados y comienza el largo exilio de Babilonia (1 y 2R, 1 y 2Cr).

Tiene lugar entonces el tiempo de los profetas. Los nombres nos resultan familiares, como Elías, Eliseo, Oseas, Isaías, etc. en los siglos IX-VII, antes del destierro de Babilonia; o Jeremías, Ezequiel, Daniel… en el siglo VI, durante y después del exilio. Los profetas fueron la voz de Dios en Israel. Algunos de ellos (Isaías, Jeremías) anunciaron la venida del Mesías salvador, otros predicaban la reforma del Pueblo escogido (Ezequiel, Josías), mientras un tercer grupo —como Jeremías— anunciaba el fin del mundo.

Así, en los siglos VI y V a. C., tiene lugar el destierro o exilio de Babilonia, un momento de humillación para el pueblo de Israel: «Junto a los ríos de Babilonia,/ allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sión» (S 137, 1). Jerusalén lo había sido todo para el Pueblo escogido, pero ahora había sido destruida y la tierra prometida, perdida. El Templo había desaparecido y Babilonia era una ciudad inmensa, llena de palacios y templos, donde habitaban el vicio y la idolatría. Desde ella Nabucodonosor regía el mundo.

Era una situación terrible para Israel, pero fue en esas duras circunstancias donde el Pueblo escogido se dio cuenta de lo que había perdido y cuando empezó a volver al Dios verdadero. También la cultura judía empezó a experimentar un gran auge, pues fue en esta época en la que se redactaron los principales libros del antiguo testamento, ya que entre los profetas que vivieron en el exilio babilónico se encuentran Ezequiel, Daniel y Jeremías. Expulsados de sus casas, llevados como esclavos al extranjero, escribieron la historia de cómo su pueblo lo había perdido todo y, además, sabían por qué lo habían perdido: porque habían sido infieles a su Dios. Aprovecharon ese momento de cautividad para poner por escrito todas los relatos y las tradiciones orales recibidos de sus padres.

9. Pero entonces viene la restauración del pueblo de Israel, el retorno a la ciudad santa…

Sí, al final vuelve a la Tierra prometida solo una parte del Pueblo escogido, que es llamado el «resto de Israel». Volver a las ciudades arrasadas de Judá no resultaba sencillo, aunque los movía el entusiasmo por construir la nueva Jerusalén y el nuevo Templo, ahora en ruinas. Empezaron a reconstruirlo en el 520 a. C. en medio de cantos, gritos y lamentos: habían perdido mientras tanto el arca de la Alianza y el nuevo templo será tan solo un pálido reflejo del anterior esplendor.

En una segunda expedición de Nehemías (445) a Jerusalén se encuentran la ciudad santa en estado lamentable. Junto a Esdras, vuelve a predicar la pureza de la práctica religiosa, sin caer en idolatrías, y defiende además a los pobres de la opresión de los ricos. Como consecuencia, el pueblo de Israel queda definido a partir de ese momento por:

a) la sangre, es decir, pertenecer a una de las familias que volvieron del destierro;

b) la centralidad del Templo y de la ciudad Jerusalén;

c) la obediencia a la Ley.

10. Pero no va a ser esta la última invasión: después vendrán los persas, los griegos, los romanos… Los judíos son el Pueblo escogido y alcanzaron la Tierra prometida, pero todos los demás pueblos van a intentar arrebatársela.

Sí, y de hecho conseguirán conquistarla desde el siglo VI a. C. hasta el I d. C., nada menos. El dominio persa no fue tan malo para el pueblo de Israel, pues los invasores eran tolerantes con las costumbres de los pueblos sometidos. Los comerciantes judíos —dada su proverbial habilidad con los negocios− encontraron, además, un buen acomodo en el imperio persa.

En Grecia la cultura y el comercio habían florecido igualmente, gracias a los viajes por el Mediterráneo. Es aquella la época de Sócrates, Platón y Aristóteles, por citar tan solo a los filósofos. En lo político, Filipo de Macedonia se hizo con toda Grecia, a pesar de la deseada independencia de cada una de las polis. Su hijo Alejandro Magno (356-323 a. C.), que había tenido a Aristóteles como tutor, conquista medio mundo entonces conocido: Egipto y todo el imperio persa, llegando hasta la India.

El mundo se «helenizó» de la noche a la mañana, y esta influencia llegó también al Pueblo escogido: el griego se convirtió en la lengua común, el arte de moda era el griego, se vestía al estilo helénico y todas las ciudades se llenaron de templos y bibliotecas repletos de esta cultura. Estamos entonces en la época helenista. Una consecuencia positiva de este periodo, fue la llamada «traducción de los 70»: una traducción de la Biblia al griego realizada por setenta sabios judíos, que la convertían en un libro global.

Sin embargo, mientras tanto, a lo largo de los siglos posteriores Palestina cambió de manos varias veces, hasta que en el siglo II a. C. cayó bajo el poder de Antíoco IV Epifanes, quien provocó la revuelta de los macabeos, pues por aquel entonces se habían suprimido el sábat −el sábado como día festivo−, la costumbre de la circuncisión y los sacrificios ofrecidos a Yahvé.

El Pueblo escogido se acomoda una vez más a las circunstancias y cae en la idolatría, en la llamada «abominación de la desolación» (1M 1, 54). Israel repudia su fe e incumple una vez más la Alianza.

11. Entonces llegamos por fin al siglo I, a la época de Jesús…

Sí, al final llegaron a Palestina los romanos, quienes tenían una religión más pragmática y sincrética: permitían que cada cual adorara a sus propios dioses. Sin embargo, la religión romana no respondía del todo a las habituales preguntas: ¿cómo puedo conocer a Dios?, ¿y hablar con Él? Y la vida eterna, ¿existe? Eran demasiadas preguntas, o preguntas demasiado radicales y por eso los romanos consideraban a los judíos fanáticos y extremistas.

Así, bajo el dominio romano nació Jesús. Palestina estaba dividida entonces en varias facciones o grupos religiosos:

a) los fariseos deciden separarse de los gentiles, por medio incluso de un muro, y su máxima aspiración era la pureza legal, tal como vemos en el Evangelio, donde de hecho serán los más criticados por Jesús;

b) los saduceos pertenecían a la clase alta y tenían una gran influencia política: no dudaban en colaborar con los gentiles para que la religión judía pudiera sobrevivir;

c) los esenios constituían un grupo de judíos piadosos, unos ascetas (lo que llamamos «monjes» en la actualidad) y tenían un rito bautismal, por lo que se piensa que Juan el Bautista podría haber sido uno de ellos;

y, en fin, los d) samaritanos, mezclados con los gentiles, por lo que eran considerados unos renegados y estaban enemistados con los judíos.

Roma se había convertido en el siglo I d. C. en la nueva gran potencia, y Judea cayó entonces en sus manos, sin demasiada oposición. Nos encontramos en el umbral del nuevo testamento. Herodes (40 a. C.-4 d. C.), un hombre sanguinario de origen árabe, se convirtió en el nuevo rey de Judá, por la cesión el reino por parte de los romanos. El esplendor llenó Jerusalén y fue llamado «Herodes el Grande». Algunos incluso le consideraron un nuevo mesías. Fue entonces cuando nació Jesús.

CRONOLOGÍA

s. XX-XIII a. C. Patriarcas: de Abraham, Isaac y Jacob a José y Moisés. Exilio y éxodo de Egipto.

s. XIII-IX a. C. Jueces: de Josué a Samuel.

s. IX-VI a. C. Profetas: antes (Elías, Isaías…), durante y después del destierro (Jeremías, Ezequiel, Daniel).

s. VI a. C. Reyes: Saúl, David y Salomón y exilio de Babilonia. Helenización.

s. V a. C. Restauración del reino de Israel.

s. II a. C. Helenización y revuelta de los macabeos.

s. I a. C. Invasión romana.

Toda la historia anterior se resumiría en el siguiente cuadro sinóptico:


El cristianismo en trece palabras

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