Читать книгу Mejor no recordar - Paloma Bau - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO 2
Sábado, 19 de enero del 2019
UNA HORA DESPUÉS DE LA DESAPARICIÓN
06:00 h
MACARENA
Llevaba al menos dos horas despierta cuando decidí levantarme. Cogí el móvil, lo desenchufé del cargador y, en silencio y sin hacer ruido, salí de la habitación para no despertar a Andrés. Fui directa al cuarto de Alejandra y abrí la puerta para comprobar si estaba durmiendo. En más de una ocasión, a pesar de que hubiese entrado en nuestra habitación para avisarme de su llegada, no me había despertado. Decepcionada al ver su cama vacía, fui de puntillas hasta la cocina y, una vez allí, volví a mirar la pantalla del móvil. Nada. Hacía al menos una hora y media que le había mandado un mensaje a mi hija y no había obtenido respuesta. Normalmente, siempre me contestaba en cuanto leía mis mensajes. Entonces, pensé que tal vez se encontraba en un sitio sin cobertura y que no lo habría recibido aún. Sin embargo, al principio, el mensaje de WhatsApp tan solo mostraba una rayita de recepción, lo que significaba que no le había llegado. Pero, desde hacía alrededor de una hora, el mensaje mostraba dos rayitas y, por lo tanto, sí que había tenido señal en algún momento. Decidí volver a enviarle otro, preguntándole si estaba bien y si volvería mucho más tarde. Esa vez tan solo se mostró una raya. Quizás había salido un momento a la puerta de la discoteca y luego había vuelto a entrar. Decidí no darle más vueltas. Alejandra llegaría de un momento a otro.
Rellené el vaso de agua y volví a la cama. Intenté conciliar el sueño, aislando la mente y cerrando los ojos. Pero no lo conseguí. Volví a mirar el móvil y seguía sin obtener respuesta. Además, mi último mensaje todavía no le había llegado. Mi respiración comenzó a acelerarse. Me levanté de nuevo de la cama y fui al baño. Apoyé las manos en el lavabo y, arqueando la espalda, suspiré. Levanté la cabeza y me miré en el espejo. «Tranquila —me repetía intentando no agobiarme—. Seguro que está bien. Lleva mucho sin ver a sus amigos. Se lo estarán pasando bien todos juntos». Miré el reloj y me di cuenta de que eran las siete. Las siete de la mañana. La discoteca estaría ya cerrada o a punto de cerrar. Esperé unos segundos y, ante los fuertes latidos de mi corazón, decidí llamarla. Tuve que contener el aliento cuando saltó el buzón de voz. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Sin esperar, y prácticamente sin pensar, llamé a Sofía, una de sus mejores amigas con la que supuestamente se encontraba. Sabía que Alejandra detestaba que llamase o escribiese a sus amigos de noche, pero esta vez estaba realmente preocupada. El resultado fue el mismo. Su móvil también estaba apagado o fuera de cobertura.
Salí del baño y comencé a caminar por el pasillo. Tenía que tranquilizarme. No era la primera vez que Alejandra volvía tan tarde. Cierto era que normalmente solía llegar antes de las siete, pero esta vez habría decidido quedarse más tiempo. Volví a llamarla, pero el móvil seguía sin dar señal. Cerré los ojos y respiré fuertemente. El corazón me latía velozmente y mi respiración se entrecortaba.
—Macarena, ¿qué haces? ¿Qué pasa? —preguntó Andrés desde la puerta de la habitación, con los ojos entrecerrados y todavía medio dormido—. Llevas por lo menos media hora dando vueltas por la casa.
—Es Alejandra, no consigo hablar con ella. La he llamado y no responde —contesté de forma agitada y nerviosa. Andrés se acercó a mí y me agarró de la cintura para tranquilizarme.
—Seguro que está bien. ¿Has hablado con sus amigos?
—He llamado a Sofía, pero tampoco me coge —repliqué llevándome las manos a los ojos y comenzando a temblar.
—¿Por qué no llamas a otra? Seguro que estaban en un sitio sin cobertura. —Andrés me agarró de la mano y me llevó hasta el sofá. Ambos nos sentamos y yo busqué en la agenda del móvil el número de Carlota. Esperé un par de segundos y suspiré aliviadamente al escuchar el intermitente sonido de la llamada.
—¿Sí? —contestó Carlota un tanto extrañada. Seguro que tenía mi número guardado en sus contactos y se sorprendió al ver mi llamada.
—Hola, Carlota —dije tartamudeando—. Soy Macarena, la madre de Alejandra. ¿Estás con ella? —Decidí ir directa al grano. No quería andarme con rodeos—. La he llamado varias veces y no contesta. Su móvil está apagado o fuera de cobertura.
—No —respondió firmemente—. Ale se fue como hace dos horas y media, hacia las cinco. Nos dijo que iba a pedir un Uber. Debe de estar en casa. —Aunque su respuesta fue clara y pude entenderla correctamente, se escuchaban muchas voces de fondo.
—No, en casa no está. ¿Dónde estáis? ¿No está con ninguno de vosotros? ¿Seguís en la discoteca? —escuché cómo les decía a sus amigos que era yo quien estaba al teléfono y que preguntaba por Alejandra. No pude entender bien lo que las múltiples voces decían, pisándose las unas a las otras.
—Jorge, Ana, Sofía, Carlos, Luis, Miguel y yo hemos venido a desayunar churros. Hemos estado hasta hace poco en Tornado, y ninguno teníamos cobertura. Sofía está llamando a Tomás, que se ha ido hace un rato por si sabe dónde está Alejandra. Julia se fue poco después que ella. Luis la está llamando también, pero parece ser que no contesta. Debe de estar dormida. —Dejó de hablar y volví a escuchar como sus amigos le decían algo. A los pocos segundos, continuó—. Sofía me dice que Tomás está en casa. De camino, probó a llamarla, pero tenía el móvil apagado. También le mandó un mensaje, pero salía como no recibido. —Había mucho ruido de fondo y me costaba entenderla—. Chicos, más despacio, no puedo oíros a todos a la vez. ¿Qué estabas diciendo, Ana? —Carlota intentaba entender a sus amigos, que no dejaban de hablar agitadamente. Pegué un suspiró, y Andrés me apretó la mano—. Al ver que Alejandra no avisaba de que había llegado a casa, Ana le mandó un mensaje para ver si todo iba bien. Tampoco le ha contestado ni lo ha recibido. Lo acaba de comprobar.
—Y, cuando se fue, ¿os dijo algo? ¿Os dijo si iba a verse con alguien? —Luché por contener las lágrimas, intentando mantener la compostura.
—No, solo que estaba cansada y que se iba a casa. No teníamos cobertura en la discoteca, por lo que nos despedimos y ella se fue a pedir el Uber a la puerta.
—¿Habéis bebido mucho? —Esperé que negase aquella pregunta. Si Alejandra estaba ebria habría muchas más posibilidades de que le hubiese pasado algo, de que le hubieran hecho algo. Carlota dudó unos segundos antes de contestarme, lo cual me respondió automáticamente a la pregunta—. Vale, gracias, Carlota —conseguí pronunciar a duras penas con la voz temblorosa—. Si conseguís hablar con Julia o tenéis señal de ella, por favor, llamadme. Estoy muy preocupada.
—Sí, por supuesto —respondió Carlota al segundo—. Vamos a seguir llamándola e intentando averiguar dónde está. Voy a hablar con el resto de los amigos de Jorge, por si alguno sabe algo. —Le agradecí su ayuda y finalicé la llamada.
—Andrés, le ha pasado algo —dije mientras me levantaba del sofá y comenzaba a sollozar—. Sus amigos dicen que se fue a las cinco de la mañana de la discoteca. No tenía cobertura y salió a pedir el coche a la puerta. Nadie ha vuelto a saber nada de ella desde entonces. Todos la han llamado, la han escrito y nada. Le ha pasado algo. —Estallé a llorar y Andrés me abrazó con fuerza, intentando consolarme. Cuando me envolvió en sus brazos, sentí como su pecho se tensionaba y su respiración se aceleraba.
Durante los siguientes minutos, intenté no imaginarme el peor de los escenarios. Intenté convencerme de que Alejandra estaba bien, aunque el agobio y la preocupación me lo impedían. Recordé una y otra vez nuestra última conversación, en la puerta de casa, antes de que se marchase. Casi podía sentir el abrazo que me había dado cuando nos habíamos despedido y, si me concentraba, podía respirar su perfume. En aquel instante, mi móvil comenzó a sonar. Me abalancé sobre él, deseando que fuese Alejandra, que me llamaba para explicarme lo que había ocurrido y decirme que estaba de camino a casa. Mi excitación se derrumbó al segundo en cuanto vi que no era ella.
—Macarena. —La suave voz de Sofía, la amiga de mi hija, me tranquilizó un poco—. Perdona que antes no haya respondido a tu llamada. Estaba en la discoteca y no teníamos cobertura.
—No pasa nada —le interrumpí—. ¿Has conseguido hablar con Alejandra?
—No, pero estoy yendo de nuevo a la discoteca. Al haber sido esta noche su apertura, han cerrado más tarde. Cuando nos hemos ido, todavía estaban poniendo canciones. Quizás siga abierta y pueda hablar con el portero.
—¡Sí! Por favor, inténtalo —supliqué, intentando aferrarme a la esperanza de que aquel hombre supiese o hubiese visto algo. Tal vez podría ayudarnos a encontrar a Alejandra.
—En cuanto sepa algo, te vuelvo a llamar. Por otro lado, estoy con Luis, que me está acompañando. Hemos conseguido hablar con Julia, pero dice que no ha hablado con ella. Al parecer, ella también pidió un Uber, que le recogió al final de la calle. La discoteca estaba en un callejón que prohibía el paso a los coches. Por eso mismo, el coche la esperó en la calle principal.
—Gracias, Sofía. —Percibí, a medida que hablaba, que su suave voz se agravaba, mostrando su preocupación.
07:10 h
SOFÍA
Todavía estaba oscuro cuando salimos de la discoteca. Era una fría mañana de invierno en la que la niebla cubría parte del cielo. Hacía ya un par de horas que habíamos dejado de beber, pero aun así seguía notando la excitación en la sangre por los efectos del alcohol.
—¿Os apetece que vayamos a desayunar? Me muero de hambre —preguntó Jorge mientras se subía la cremallera de su abrigo y se ponía la capucha.
—¡Sí! Vamos a por unos churros —respondió Carlota emocionada.
—Yo paso, estoy muerto —intervino Tomás—. Me voy a ir andando que no estoy lejos, y así me despejo un poco. —Le sonreí tímidamente. Sabía que la razón por la que quería despejarse no era por la cantidad de alcohol que había bebido, sino por todo lo sucedido con Alejandra. Él estaba enamorado de ella, todos lo sabíamos. No porque Alejandra nos lo hubiese contado en la cena de chicas, sino porque después de lo sucedido en diciembre, todos decidimos hablar con él sin que Ale lo supiese. Tomás nos había confiado lo que sentía por ella y lo mucho que se arrepentía de lo ocurrido. No sabía por qué había actuado de ese modo cuando él no era así.
—Vale, Tommy. Hablamos para hacer algo todos pronto —contesté chocando sus cinco. Por mucho que nos hubiésemos divertido todos juntos esa noche, y Alejandra hubiese actuado como si nada hubiese sucedido, Tomás no se había comportado igual. Se le veía apagado y triste, y no como el chico divertido que siempre había sido.
—¿A dónde vamos? —preguntó Ana tiritando del frío.
—Conozco un sitio de churros y chocolate a la vuelta de la esquina —sugirió Luis arqueando las cejas al ver nuestra cara de felicidad al escuchar sus palabras.
Caminamos velozmente hasta la panadería que se encontraba a pocos metros de allí, donde nos sentamos en la última mesa libre que quedaba. Miguel y Carlos fueron a hacer la cola para pedir, mientras que las chicas, Luis y Jorge nos quedamos esperando.
—No sé si tengo más hambre que sueño —comentó Jorge quitándose su abrigo y dejándolo en el respaldo de la silla—. Al menos, aquí se está bien y no hace frío.
Nuestros amigos tardaron al menos diez minutos en llegar con bandejas repletas de bolsas de churros y porras, y jarras de chocolate caliente. Entusiasmados, repartimos los vasos y los platos. Nos disponíamos a comer cuando, en ese instante, comenzó a sonar el móvil de Carlota. Sorprendida, frunció el ceño al ver quién le estaba llamando.
—¿Qué pasa? ¿Quién te llama? —preguntó Miguel al ver la cara de sorpresa de su novia.
—Es Macarena, la madre de Alejandra. —Rápidamente busqué en mi bolso y saqué el móvil. También tenía una llamada suya. Al salir de la discoteca, había estado tan pendiente de Tomás que ni si quiera había mirado el móvil.
—¿Sí? —respondió Carlota—. El tono de su voz reflejaba confusión. No pude escuchar lo que Macarena decía al otro lado, ya que había mucho ruido en la panadería. Mucha gente había tenido la misma idea que nosotros y había decidido ir a desayunar churros después de una larga noche de fiesta.
—Carlota, ¿qué pasa? —preguntó Jorge.
—Chicos, Macarena dice que Alejandra no ha vuelto a casa. ¿Habéis hablado con ella?
—¿Pero no se había ido a casa en Uber a las cinco? —preguntó Ana extrañada.
—Voy a llamar a Tomás, a ver si ha hablado con ella —añadí buscando velozmente su número en mis contactos favoritos. Por suerte me respondió a los pocos segundos. Carlota seguía al teléfono con Macarena, detallándole lo que habíamos hecho aquella noche.
—Car —dije interrumpiendo la llamada y con la voz agitada—, acabo de hablar con Tomás. Tampoco sabe nada de ella. De camino a casa ha intentado llamarla, pero le ha saltado el buzón de voz. Como no ha contestado, le ha escrito por WhatsApp, pero dice que no ha recibido el mensaje. Eso es que tiene el móvil apagado. —Carlota le trasmitió mis palabras a Macarena.
—Voy a llamarla —añadió Jorge, levantándose de la mesa y marcando el número de Alejandra. Volvió a los pocos segundos—. Nada. Apagado o fuera de cobertura.
—Yo le estoy escribiendo, pero tampoco le llega —comentó Carlos.
—Yo le mandé un mensaje al ver que no avisaba que estaba en casa —Ana interrumpió a Carlos para añadir su comentario mientras que yo hacía una mueca con la cara ya que no llegaba a entender a ninguno de mis amigos con el ruido de fondo y nuestras voces pisándose la una a la otra.
—Chicos, más despacio, no puedo oíros a todos a la vez. ¿Qué estabas diciendo, Ana? —Carlota intentaba poner orden entre nosotros, que, agitados y nerviosos, no dejábamos de suspirar e imaginarnos lo peor.
—Al ver que Ale no avisaba de su llegada a casa, le mandé un mensaje en torno a las seis de la mañana. No se ha enviado hasta que hemos salido de la discoteca, pero me acabo de dar cuenta de que no lo ha recibido —dijo señalando su conversación del móvil con Ale y dejando a la vista el mensaje enviado. Carlota asintió y volvió a dirigiese a la madre de nuestra amiga para explicarle lo que Ana acababa de contarnos. Sin embargo, cuando Macarena le hizo la siguiente pregunta y Carlota dudó en contestar, me imaginé perfectamente de lo que se trataba. Por todas las veces que me había quedado a dormir en su casa, conocía muy bien a la madre de Alejandra y sus inquietudes. Siempre le preocupaba que bebiésemos demasiado e hiciéramos luego cosas de las que nos podíamos arrepentir. Pocos segundos después, Carlota se despidió de Macarena y durante un par de segundos todos nos quedamos callados, sentados en la mesa, delante de nuestro desayuno, pero ya sin ganas de comer, con el estómago completamente cerrado y la angustia recorriéndonos el cuerpo. Finalmente, fue Jorge quien decidió romper aquel silencio sepulcral.
—De verdad nadie sabe dónde está, ¿no? No se ha ido con algún tío, ni nada, ¿no?
—Por Dios, Jorge. Claro que ninguno de aquí sabe nada —contestó Carlota completamente irritada—. Si supiésemos dónde está, se lo hubiésemos dicho a su madre. —Se calló durante unos segundos, y su voz se suavizó—. Estaba muy preocupada, y conteniéndose las ganas de llorar.
—Tenemos que hacer algo para ayudarla —añadí levantándome con fuerza de la mesa—. Voy a volver a la discoteca, quizás el puerta sepa algo. Tuvo que verla salir, y tal vez se acuerde de ella.
—Te acompaño —dijo Luis con la voz firme—. Por el camino seguiré llamando a Julia a ver si sabe algo.
—Jorge, llama a tus hermanos y a todos tus amigos de la fiesta que hayan podido tener trato esta noche o en cualquier momento con Alejandra. Aunque estén dormidos. No pares hasta que consigas hablar con todos. No creo que sepan mucho, pero hay que asegurarse. Carlos, ayúdale. —Los dos chicos asintieron.
—Voy a hablar con Tomás. Él conoce un lado de ella que nosotros desconocemos y quizás pueda ayudar —dijo Ana poniéndose de nuevo el abrigo—. Me imagino que, por tu llamada, Sof, estará pendiente del móvil, pero si no voy a buscarle a su casa.
—¿Y yo que hago? —preguntó Carlota agitada—. Yo ahora, así, no me puedo ir a dormir. Estoy demasiado preocupada. Incluso creo que del agobio se me ha bajado todo el alcohol. —Carlota tenía razón. La desaparición de Alejandra nos había agitado y preocupado tanto que ni siquiera sentía ya el alcohol en la sangre.
—Intenta averiguar si se ha subido al Uber. Llama a la empresa y cuenta que Ale ha desaparecido. Quizás nos digan algo —contesté.
Luis y yo salimos de la panadería a toda prisa, dirigiéndonos de nuevo hacia la discoteca. Teníamos que llegar lo antes posible para comprobar que el portero seguía allí y poder hacerle unas preguntas. Anduvimos a paso veloz, en silencio, con la mirada fija en la acera, cada uno absorto en sus pensamientos. Apenas eran las ocho de la mañana, pero todavía no había amanecido. Distinguí de lejos la esquina de la calle donde comenzaba el pequeño y estrecho callejón, y se encontraba Tornado, la discoteca en la que habíamos visto por última vez a nuestra amiga. Luis aligeró todavía más el paso a medida que nos aproximábamos a él. De pronto, el móvil de mi amigo comenzó a sonar y ambos nos miramos fuertemente a los ojos.
—¡Responde! —grité nerviosamente.
—Es Julia —contestó Luis mirando la pantalla y contestando a la llamada—. Hola, Juls, perdona que te haya llamado tantas veces. Pero es importante. ¿Has hablado con Alejandra? ¿Sabes dónde está? —Luis permaneció en silencio un par de segundos mientras escuchaba la respuesta de Julia—. Es que no está en casa. Hemos hablado con su madre y dice que no ha vuelto. No responde a las llamadas ni a los mensajes. Tiene el móvil apagado. Estamos muy preocupados. Si te enteras de algo, o consigues hablar con ella, avísanos. ¿Vale? —Luis volvió a guardar silencio, escuchando la voz de nuestra amiga.
—¡Ponlo en altavoz! Quiero saber qué te dice. —Luis funció el ceño para concentrarse en las palabras de Julia mientras seguíamos andando un par de metros hasta llegar a la esquina con el callejón. Al poco rato, finalizó la llamada y, sin mirarme, guardó el móvil en su bolsillo.
—Tampoco sabe nada, ¿no? —pregunté en voz baja, como si realmente no quisiese hacer la pregunta porque ya conocía la respuesta.
—No —respondió Luis negando con la cabeza—. Pero me ha contado que ella también pidió un Uber y que la recogió en la esquina de la calle, en la avenida principal. Exactamente donde estamos ahora. Al parecer, el callejón no permite el acceso a los coches. Con Alejandra tuvo que ser igual. El Uber seguramente la recogió en esta esquina.
—Si es que llegó a subirse a él —dije de golpe y deseando que no fuese así. Ojalá Ale estuviese a salvo, en casa de algún amigo, durmiendo, y que tan solo hubiese olvidado de avisar a su madre porque se había quedado sin batería.
—Espera, voy a llamar a la madre de Alejandra —dije de pronto agarrando a Luis del brazo, obligándole a detenerse junto a mí en la entrada del callejón.
—¿Por qué? —Luis me miró sorprendido. Si había algo que él nunca haría sería llamar a la madre de Ale en estos momentos. Por su forma de ser, intuía que no sabría manejar bien la situación, ni qué palabras decirle.
—Me ha llamado antes de llamar a Carlota cuando todavía estábamos en la discoteca. Me siento mal por no haber podido cogérselo. Además, quiero contarle que vamos a hablar con el portero. —Saqué el móvil y le devolví la llamada a la madre de mi amiga. Estuve hablando con Macarena durante unos minutos mientras que Luis me miraba inquieto y nervioso, pegando su oreja al móvil para oír las palabras de Macarena. Escuché atentamente lo que me decía, notando su voz trémula y sus ganas de llorar. Cuando terminamos de hablar, no pude evitar sentirme culpable por haber dejado que se volviese a casa sola. Tenía que haberme vuelto con ella.
—¡Vamos! —dijo Luis entrando en el callejón. Aunque estuviese amaneciendo, el callejón era oscuro y casi no se veía nada. Además, estaba completamente vacío. Me sorprendí al no haberme percatado de lo siniestro que era las dos anteriores veces que había pasado por allí. Ni siquiera recordaba haberlo atravesado cuando el taxi nos dejó en la esquina después de la fiesta de Jorge. Aumentamos todavía más el ritmo hasta alcanzar la puerta de la discoteca, que esta estaba completamente cerrada y desierta.
—No me lo puedo creer —se quejó Luis—. ¿Y ahora qué? No hay nadie. —Suspiré y me llevé las manos a la cabeza.
—¡Tiene que haber alguien! —Comencé a aporrear la puerta y a chillar mientras las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas. La impotencia y la rabia me recorrían el cuerpo. Luis se acercó a mí y separándome de la puerta, me abrazó.
—Tranquila, Sof —me dijo susurrándome y acariciándome la parte trasera de la cabeza—. Vamos a encontrarla. —Dejé que mi rostro se fundiese en sus hombros mientras me consolaba.
Estuvimos abrazados un par de segundos y, por un instante, conseguí olvidarme de todo. Me imaginé que Alejandra estaba en casa, durmiendo, y que esto tan solo era una pesadilla causada por el exceso de alcohol. ¿Cómo podía estar sucediendo esto? ¿Le habría pasado algo grave? Normalmente, este tipo de situaciones tan solo sucedían en las noticias o en las películas, y nunca te imaginarías que podría ocurrirle a alguien de tu entorno.
—¡Eh, vosotros! ¿Por qué estabais dando golpes a la puerta? ¿Qué cojones queréis? —Una brusca y grave voz con acento de Europa del Este me devolvió a la realidad. Me giré rápidamente para observar al portero de la discoteca que se encontraba delante de nosotros. Era un hombre fuerte, corpulento y con barba.
—Sí —tartamudeé mientras el estómago se me revolvía a causa del miedo y la agitación—. Perdón. Necesitamos hablar contigo.
—¿Qué quieres? —El hombre me miró fuertemente a los ojos mientras se tocaba la barbilla. Su expresión era dura y un poco estremecedora.
—Verás… —comenzó a explicar Luis mientras se acercaba lentamente a la puerta de la discoteca donde el hombre estaba apoyado—. Nuestra amiga, Alejandra, se fue a las cinco de la mañana de aquí y aún no ha vuelto a casa. Queríamos preguntarte si, por casualidad, la viste marcharse y subirse al Uber. Tal vez la viste marcharse acompañada…
—¿Sabes cuántas chicas entran y salen de esta discoteca? —preguntó el portero en tono burlón. Su acento y sus pocas ganas por colaborar me irritaban. No entendía por qué los puertas de las discotecas tenían que ser siempre tan antipáticos y desagradables.
—Por favor —suplicó Luis—. ¿Puede hacer un esfuerzo y ayudarnos? No se lo pediría si no fuese importante. —El portero suspiró fuertemente y asintió con la cabeza.
—Enseñadme una foto de la chica. —Rápidamente saqué el móvil del bolsillo del abrigo, y se lo entregué. Desde hacía unas semanas, tenía como fondo de pantalla una foto en la que salíamos Alejandra y yo durante uno de los viajes que habíamos organizado el año anterior. Salíamos bastante cerca de la cámara por lo que era fácil analizar nuestros rasgos. El portero examinó en silencio durante unos segundos la pantalla del móvil antes de devolvérmelo—. Sí, sí —añadió rascándose la barba—, me acuerdo de ella. Se fue como habéis dicho hacia las cinco de la mañana. Una chica sonriente. Se despidió de mí.
—¿Estaba sola? —preguntó Luis exaltadamente.
—Sí, sí. Estaba sola. Iba muy borracha. Se apoyó en la pared —señaló el muro de piedra que daba continuación a la puerta de la discoteca— y miró el móvil durante unos segundos.
—Seguramente estaría pidiendo el Uber —le interrumpí y el portero me miró con el ceño fruncido—. Abajo no hay cobertura.
—No lo sé. Estuvo solamente unos segundos, y luego se fue hacia la calle principal.
—¿No la viste subirse al coche? —preguntó de nuevo Luis.
—No. No me fijé. Pero de todas formas desde aquí no hay visibilidad. —Como si no le creyese, me situé a su lado y comprobé lo que me decía. En efecto, no se veía nada. El edificio de enfrente bloqueaba la vista, ya que el inicio del callejón se encontraba a unos metros hacia la izquierda—. ¿Eso es todo? —preguntó con impaciencia.
—Sí —contesté fríamente—. Muchas gracias. —Luis y yo nos dimos la vuelta y comenzamos a andar hacia la calle principal. Esperamos hasta llegar a la esquina de la calle para detenernos y comentar lo sucedido.
—Ese hombre me da mucho miedo —dijo Luis entre escalofríos.
—Sí, además no ha sido nada amable. ¿Qué le costaba ayudar?
—Yo creo que es un mafioso. ¿No le has oído el acento? Tenía cara de asesino. —Solté una leve carcajada ante aquel comentario. Los dos nos quedamos en silencio unos segundos, reviviendo en nuestra mente lo ocurrido en los últimos minutos. Finalmente, fue Luis quién rompió dicho silencio—. No hemos averiguado nada, Sofía. —Su tono de voz reflejaba decepción y rabia.
—Sí, claro que sí —le repliqué agarrándole por los hombros—. Ale salió de la discoteca sola y se dirigió a la vía principal, de camino al Uber.
—¿Y? ¿Eso qué nos aporta? —Luis no entendía lo que estaba insinuando.
—Significa que estaba sola y que estaba bien. Que llegó a pedir el Uber y se fue hasta él. —Me callé durante un instante antes de continuar—. Luis, tenemos que averiguar si se llegó a subir a él. Espero que Carlota haya conseguido algo de información.
07:25 h
TOMÁS
Mientras caminaba por las calles de Madrid, todavía de noche, no dejaba de pensar en lo distante y fría que había estado Alejandra conmigo. Era consciente de que estaba enfadada, y lo comprendía. No me había comportado nada bien con ella. Me había pasado y había actuado de un modo violento e inmaduro. Pero me había disculpado. Le había dicho que la quería. Pero de nada había servido. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para volver a estar con ella, para rebobinar el tiempo y cambiar lo sucedido aquella noche.
Decidí llamarla. Tenía que hablar con ella. Disculparme una vez más. Me imaginé que estaría dormida, habían pasado horas desde que se había marchado, pero deseaba enormemente escuchar su voz. La decepción me invadió al percatarme que tenía el móvil apagado. Pegué un suspiro y entonces opté por escribirle un mensaje. Sabía que no lo leería hasta la mañana siguiente, y que probablemente no me contestaría, pero aún estaba un poco borracho y no pensaba con claridad. Como era de esperar, el mensaje tampoco le llegó.
Atravesé a paso veloz la plaza de la Independencia y prácticamente sin pararme a observarla dejé atrás la Puerta de Alcalá. Era una mañana gélida, pero casi no sentía el frío en el cuerpo. Estaba absorto en mis pensamientos. No podía entender qué me había impulsado a actuar así. ¿Los celos?, ¿La inseguridad?, ¿La desconfianza? Nunca había sucedido nada entre Carlos y Alejandra, y sabía que nunca lo haría. Eran amigos desde pequeños. Además, sabía que a Carlos le gustaba Julia desde hacía mucho tiempo. Nunca estropearía las pocas posibilidades de tener algo con ella liándose con una de sus mejores amigas. ¿Pero, entonces? ¿Por qué había actuado así? Sabía que tenía que dejar de beber tanto. El alcohol nunca me había sentado bien, sobre todo, cuando consumía tanto. Suspiré fuertemente y aligeré de nuevo la marcha. A los pocos minutos llegué a casa y, sin quitarme la ropa ni los zapatos, me tumbé encima de la cama. Llevaba semanas sin dormir bien, pero no tenía sueño. Sentía constantemente un nudo en el estómago y un dolor de huesos que me impedía relajarme. Recordé con cariño aquel sábado en el que Alejandra y yo habíamos ido de excursión a Navacerrada, poco antes de las Navidades. Habíamos ido en mi coche, escuchando canciones de The Killers y Coldplay, mientras hablábamos y nos reíamos. Paramos a comer en un sitio de fondues de carne, y luego fuimos a dar un paseo por el pueblo. Incluso nos habíamos hecho un par de fotos juntos.
La vibración del móvil en el bolsillo de mi pantalón me sobresaltó y me devolvió a la realidad. Sorprendido al ver el número de Sofía, contesté entre risas.
—Hola, Sof, ¿qué pasa? ¿Ya me echas de menos?
—Tomás, ¿sabes dónde está Ale? ¿Has hablado con ella? —Su tono de voz reflejaba preocupación e inquietud.
—Eh…, no —contesté sin entender lo que sucedía—. He intentado llamarla mientras volvía a casa, pero su móvil no daba señal. Le he mandado un mensaje por WhatsApp, pero no le ha llegado. Debe de estar dormida y con el móvil apagado. Ale siempre lo pone en modo avión por las noches cuando se va a dormir. —Escuché cómo Sofía al otro lado de la línea respiraba fuertemente—. ¿Qué pasa, Sof?
—Ale no ha vuelto a casa, Tomás. Su madre ha llamado a Carlota muy preocupada. No responde a ninguna de las llamadas ni recibe nuestros mensajes. —En cuanto escuché aquellas palabras, sentí que se me agarrotaba el corazón y se me contraía la respiración. Alejandra tenía que estar bien. No podía haberle sucedido algo—. Tengo que dejarte, Tommy. Luego hablamos. Y, por favor, si tienes noticias de ella, avísame. —Estaba tan impactado que ni si quiera me dio tiempo a despedirme de ella. Sofía colgó la llamada, y yo me quedé inmóvil tumbado en la cama. No podía incorporarme. No podía moverme. Tal vez estaba reaccionando exageradamente, pero, mientras, no dejaba de analizar todas las diversas posibilidades. ¿Le habría pasado algo? ¿Se habría ido a casa de otro tío? Se había marchado demasiado pronto como para haber ido a desayunar a algún lado.
Tenía que hacer algo. Necesitaba ayudar de algún modo. Repasé una vez más la noche en mi cabeza en busca de señales o indicios, de algo que pudiera decirme dónde podría estar Alejandra. Pero lo cierto era que no había nada de extraño. Aparte de mostrarse un poco hostil hacía mí, por el resto, había sido la de siempre. Había bebido y bailado. Se había hecho selfies con sus amigas y había disfrutado de la noche. Además, no había tocado el móvil en casi toda la noche, por lo que no tenía pinta de que se hubiese ido con otro chico después de la discoteca. Parecía cansada. Me reincorporé lentamente y me senté en el borde de la cama. Me llevé las manos a la frente e intenté tranquilizarme. De nuevo, el móvil comenzó a vibrar.
—Ana —respondí velozmente—. ¿Ha aparecido? —El corazón me latía a un ritmo frenético.
—Hola, Tomás, no, no sabemos nada aún. ¿Tienes tú alguna idea de dónde pueda estar o con quién? —preguntó nerviosamente.
—No, he intentado recordar si había notado algo extraño en ella. Pero nada. Tenemos que hacer algo. Voy a volver a la discoteca, quizás siga abierta y pueda hablar con el puerta. Tal vez él sepa algo. Quizás la viera irse con alguien y simplemente se haya quedado sin batería. —Deseé con todo mi ser que aquello no fuese cierto.
—Sofía y Luis ya han ido para allí. Nos llamarán si consiguen hablar con él. —Suspiré y sentí un poco de alivio al descubrir que Sofía se me había adelantado. Siempre había sido la más espabilada del grupo.
—Vale. Voy para allá. Ahora ya no puedo dormir. ¿Dónde estáis?
—Nos hemos dispersado. Sofía y Luis donde te he dicho, y Jorge y Carlos están hablando con todos los de la fiesta por si alguno sabe algo.
—¿Y tú? ¿Dónde estás?
—Estaba de camino a tu casa por si no respondías.
—Vale, quedamos en la plaza de la Independencia y vamos a buscar a Sofía y a Luis. —Me levanté de un salto y con la misma velocidad con la que había entrado en casa, volví a salir.