Читать книгу Yo no pedí ser oro - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 12
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EL HOMBRE SIERVO
“No digas soy un niño, porque a todo lo que te envíe irás tú y dirás todo lo que te mande”.
(Jeremías 1:7)
“Por tanto, así dijo Jehová, si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mi estarás, y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú, no te conviertas a ellos”.
(Jeremías 15:19)
Mi esposo empezó a hacerse grande. Siempre fui consciente de su grandeza delante del Señor, de su integridad, pero aquí Dios me dio el privilegio de ver muy de cerca su maduración. Se trataba de su primera experiencia como Pastor titular, había servido como Pastor asociado en una iglesia muy grande por cerca de seis años y había aprendido mucho, pero Dios le tenía preparadas otras circunstancias que le encaminarían cada vez más hacia la madurez.
La iglesia estaba atravesando una etapa muy difícil. Económicamente estaba en quiebra, emocionalmente estaba herida y espiritualmente muy necesitada. Era como una ovejita perniquebrada que al principio nos pareció indefensa pero luego nos sorprendió con sus embestidas. Pero era nuestra iglesia, y había que luchar por ella, para eso Dios nos había traído hasta aquí.
La sabiduría desciende de lo alto para aquellos quienes claman por ella. Dios no nos deja huérfanos sin recursos, Él provee todo lo que necesitamos para servirle. Sólo demanda comunión con Él. Si estás en su presencia, inevitablemente absorberás de Él. Y mi esposo se deleitaba en su presencia, clamaba por esa sabiduría y aquella unción fresca para tomar decisiones, emprender proyectos, corregir errores.
Al cabo de seis meses, gracias a Dios, ya no había deuda económica. Jamás olvidaremos los aplausos de júbilo y las lágrimas de gozo de los hermanos cuando anunciamos en la Asamblea que se habían pagado todas las deudas y la gratitud de nuestros corazones hacia Dios con la certeza de su respaldo espiritual para nuestro ministerio aquí. Dios añadió también la bendición de un equipo pastoral, con un pastor asociado y una pareja de misioneros y el trabajo en unidad fue fructífero. Sobreabundó aún más su gracia y en siete meses, con el esfuerzo unido de todos fue construido el nuevo Templo, con una capacidad para setecientos cincuenta personas, reemplazando a la antigua casona que sólo podía albergar a ciento cincuenta. La iglesia empezaba a identificarse con nosotros y nosotros nos sentíamos parte de aquel pueblo. Los recuerdos dolorosos de algunos de ellos iban sanando y había mucha evidencia también de un crecimiento espiritual e incremento de nuevos hermanos en el liderazgo.
Pero paralelamente a estas bendiciones empezamos a sufrir.