Читать книгу Yo no pedí ser oro - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 17
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SOBERANÍA DIVINA
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
(Filipenses 4:6-7)
“Sus hijos no están en las manos de ustedes, ni en las manos del diablo, sino en las manos de Dios”.
Fueron las palabras de nuestro pastor a través de una línea telefónica consolando a mi esposo cuando éste le compartió las vicisitudes que vivíamos. Y eran las palabras que repetía una y otra vez, en medio de mis oraciones angustiosas durante esos quince minutos que el médico demoró en bajar y la enfermera no hacía caso a mis palabras. Era evidente que el medicamento le había chocado a mi niño de cinco años, sentía picazón en todo el cuerpo y parecía que se desmayaba, sus ojitos se volteaban y se desesperaba de escozor. La enfermera lo examinó y como no encontró ronchas ni hinchazón visible dijo que podía esperar a que el médico terminara de pasar “visitas” en el piso del hospital. Luché no sé cuantos minutos en oración. Recordándole a Dios que mi hijo estaba en sus manos y repitiéndomelo a mí misma.
Habíamos internado por Emergencia aquel mismo día a Rogercito por un cuadro de vómitos incontenibles que ya duraba dos días. Su estómago no soportaba ni el agua. Todo lo arrojaba y ni las inyecciones le habían hecho efecto. Cómo era evidente una pronta deshidratación, decidimos llevarlo y solicitar un suero intravenoso, a la vez que le hacían algunos análisis para diagnosticar su enfermedad. Mi hijo estaba aterrado. Era su primera experiencia en un hospital. Confieso que yo también lo estaba. El examen clínico y la sintomatología llevaron al médico a diagnosticar tifoidea y hepatitis pero los análisis salieron ambos negativos con respecto a estas enfermedades. Todo parecía indicar que las tenía, pero en realidad no era así. Entonces, ¿cuál era el origen de este cuadro tan severo de vómitos? El médico ordenó inyectarle un medicamento y salió. Fue entonces cuando se produjo la reacción. Yo sabía perfectamente reconocer una reacción alérgica porque tanto mi padre como yo lo somos y estoy segura que esa noche Dios guardó la vida de mi hijo y se la prolongó. No puedo precisar el tiempo que transcurrió hasta que por fin regresó el médico y ordenó inyectar el antídoto reconociendo que sí se trataba de una reacción alérgica.
Rogercito se durmió y yo vigilé su respiración detenidamente no quería perderme ni una exhalada de aire. Si vivía. Estaba vivo, no se había ido. Gracias a Dios. Estaba muy enfermo, pero vivo y yo quería llorar.
El agotamiento y fuertes emociones me embargaban. Llegó mi esposo a reemplazarme, era muy tarde, habíamos acordado que él pasaría la noche al lado de Roger para que yo regrese a casa a dar de lactar a mi pequeña Nataly, que estaba tan débil, tan pequeñita aún. Le conté el incidente con el medicamento y me dijo que gracias a Dios había sucedido cuando yo estaba, pues seguramente él no le hubiera dado importancia, hubiera reaccionado como la enfermera. Miré una vez más a mi hijo dormido, sentía tanto tener que dejarlo así, comprobé en secreto nuevamente su respiración, quería decirle tantas cosas. El pastor amigo me esperaba, mi esposo le había pedido que me acompañe a casa pues la hora era avanzada. Caminé seguramente con una sonrisa de gratitud y salí de la sala de emergencias dejando un pedazo de mí en una camilla.